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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 05 de Diciembre, 2000. Edición No.31 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

BOLÍVAR

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 

    Debo confesar mi poco apego a lo bolivariano, a lo bolivariano en su acepción de Bolívar Simón,  quiero decir...

Salvo a una fugaz presentación teatral escolar, a la presidencia honoraria de la Sociedad Bolivariana en Belem do Pará (honor consustancial con el cargo), y a un artículo sobre la película de Diego Rísquez “Bolívar Sinfonía Tropical”, nada me ha unido mucho al llamado Padre de la Patria. Paternidad que prefiero buscar en un jetseter como Francisco de Miranda, o en un pragmático José Antonio Páez.

Cuando me tocó ocupar oficinas públicas, en Bogotá, en Brasilia y en Miraflores, llegué sacando y mandando para el depósito, cuanta iconografía tipo “Venezuela Heroica” que encontré. Cuando me correspondió armar una oficina en el piso 10 de la Cancillería, de mi mano nunca entró un retrato bolivariano.

Con todo esto quiero dejar constancia de mi poco apego a esa figura del panteísmo criollo. Ese Bolívar, personaje que salió de los libros de historia para sumarse a las figuras que venden junto a sahumerios en las tiendas esotéricas de la Avenida Baralt.

Pero también es cierto que desde muchacho, el corazón se me aceleró cada vez que la banda arrancaba a interpretar el Himno Nacional en un Te Deum en la Catedral de Mérida. Y cuando aquí o allá, me tocó izar la bandera tricolor, el inquilino que lleva uno adentro (ref. Mafalda de Quino) me hacía algun arañazo en la parte interna del pecho.

Ahora presencio el desprecio, desapego, la desazón, rabia, lejanía, suspicacia, pesadumbre, la molestia interna con la cual muchos de mis conocidos ven a Bolívar, a los colores de la patria, al Gloria al Bravo Pueblo. Porque convertidos los símbolos de la patria en insignias del chavismo gobernante, los que llevamos la cédula que dice “venezolano” y no boliviano, estamos terminando sintiéndonos ajenos a la patria misma.

Por eso la alegría que le entró a muchos cuando el colombiano Presidente Andrés Pastrana le cantó a la cara, en Panamá,  sus cuatro verdades al bolivariano presidente Chávez. Por eso los muchachos que pegaron su bandera venezolana en el vidrio del carro, en aquellos primeros años del segundo gobierno de Caldera, ahora prefieren vender el carro, buscar una visa gringa e irse a buscar trabajo en Miami.

Por ahora sigo siendo del llamado club de los que nos quedamos. Por ahora...porque ese club pierde socios todos los días. Socios que no están dispuestos a ser los próximos en perder un hijo a manos del hampa soberana, o de ser secuestrado por la bolivariana guerrilla colombiana.

Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

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