Narración tomada del folclore urbano:
Con el orgullo corporativo siempre en alto, Luis se jactaba de haber
comenzado su carrera desde abajo y haber subido en la vertical organización
de la empresa. Progresar en la empresa era, a juicio de sus colegas, ir
ascendiendo de piso en piso. Mientras más alto quedara la oficina, más cerca
te encontrabas del poder supremo, más cerca del jefe de todos los jefes, más
cerca del reverenciado penthouse.
Esa verdad irrefutable, parte básica de la cultura organizacional de la
"gran familia" como se autodenominaba la empresa, fue puesta en duda por
Luis desde sus primeros días de trabajo. Recién ingresado fue
encargado para llevar hasta el despacho del presidente de la empresa, unas
comunicaciones de altísima importancia y urgencia, que no podían quedar en
manos del correo interno. Sus viajes casi diarios, desde el sótano dos hasta
el penthouse, fueron abriéndole la oportunidad para descubrir las verdaderas
claves, las evidencias ciertas de la jerarquía y el poder.
Descubrió que la manifestación externa máxima del poder, reside en la
agenda, en el tipo de agenda que cada uno utiliza para anotar sus
compromisos. Sabía que él, como recién llegado debía conformarse con una
pequeña agenda de bolsillo, tapa de plástico, con citas citables en cada
página, comprada con su propio peculio a un buhonero. A medida que se
ascendía en cargo y responsabilidad, la respectiva agenda comenzaba a
cambiar, creciendo en tamaño. El plástico de la tapa se transformaba en
cartón artísticamente decorado, luego en cuero sintético, para finalmente
aparecer el noble cuero, con su inconfundible olor y textura. No sólo el
material de la tapa iría cambiando: el contenido escrito en ella mudaba a
medida que el cargo del propietario se acercaba al penthouse. Para los
cargos bajos, la agenda tiene el nombre de algún proveedor de servicios de
limpieza. Luego de algunos ascensos, la agenda ya es uno de los
obsequios anuales de la propia empresa, la cual distribuye entre sus
más prometedores empleados, incluyendo el codiciado logotipo de la firma.
Años y ascensos mediantes, la agenda tendrá impreso el nombre del
propietario, en letras cursivas de falso oro. Finalmente, la agenda del jefe
de todos los jefes, era un obsequio de algún colega del exterior, con
hermosas ilustraciones de algún evento histórico a celebrarse en el
corriente año.
Pero lo fundamental de las agendas era el uso que se les daba. Los más bajos
escalones escribían sus citas y llevaban la agenda en el bolsillo interno
del paltó. Los jefes menores contaban con su agenda de escritorio. Los
jefes un poquito más arriba, ya contaban con su propia secretaria con quien
compartían el trabajo de actualizar la agenda. Pero en el pináculo de la
organización, allá donde las águilas vuelan y los altos ejecutivos deciden,
las agendas no estaban en los bolsillos o los escritorios propios. El cambio
sustancial, el símbolo supremo del poder absoluto residía allí, justamente
allí: cuando se es jefe de verdad verdad, la agenda la tiene la secretaria.
De allí, pensaba Luis, que el ideal de todo ejecutivo era llegar al día
cuando la agenda dejara de ser su directa responsabilidad. Y Luis hizo desde
entonces, que el norte de su vida fuera el nunca más cargar una vil agenda
de plástico en el bolsillo del paltó.
Con el correr de los años, con trabajo meritorio, y siempre con poco tiempo
para compartir con mujer e hijos, Luis fue ascendiendo en la compañía. Cada
año al llegar el mes de enero, tenía nuevas pruebas de su teoría de las
agendas. Su agenda fue cambiando, de plástico a cartón, luego de semicuero,
años más tarde fue de cuero legítimo nacional y finalmente de cuero legítimo
italiano.
Llegó a la cumbre, llegó al penthouse. Miembro del
directorio: entre él y el cielo sólo existía una persona: el jefe de todos
los jefes, el presidente y dueño de la empresa. El día de su primera reunión
de directorio, ya sentado en la larga mesa junto a sus nuevos colegas,
escuchó el emocionado discurso de bienvenida que le brindó el
presidente. Habló del trabajo, la dedicación, los deseos de superación, los
nuevos tiempos. Luis recibió de una de las asistentes un paquete envuelto
sobriamente. Conminado por el propio presidente, abrió el envoltorio, abrió
la caja y descubrió aquel obsequio que lo convertía en miembro de la selecta
cofradía de jerarcas de "la familia": en sus manos pudo ver una agenda
electrónica, con un dorado logo de la empresa en la tapa, hecha de
plástico, y del tamaño justo para llevarla en el bolsillo interno del
paltó.
Dicen quienes vieron a Luis abandonar el salón al final de
la reunión, que la expresión de su cara mostraba afectación, sorpresa, algo
de indignación y no poca rabia.
Dos días después, la policía encontró junto al cadáver de Luis, una
nota a manera de explicación de su inusitado suicidio: "Ya saben lo que
pueden hacer con su agenda.. DE PLÁSTICO".
Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta
la próxima vez. |