3 de febrero del 2003 |
De globalización y petroleros
Carlos Taibo
otra Realidad
Hace unas semanas, y en Madrid,
recibí una invitación a participar, casi de improviso, en la
presentación pública de la plataforma Nunca máis. Obligado a
decir unas palabras sin haberlas preparado, durante un par de
minutos glosé la relación -que intuía- entre la catástrofe
del Prestige y la globalización neoliberal en curso. Aunque
entonces me dejé llevar por la impresión de que mi
intervención, por su carácter muy general, estaba un tanto
fuera de lugar, con el paso de los días me he afianzado en la
percepción de que, por desgracia, la catástrofe mencionada, en
sus muy diversas dimensiones, es una atinada metáfora de los
desafueros que rodean a la modalidad de globalización que
padecemos.
Y es que, y por lo pronto, lo ocurrido frente a la costa
occidental de Galicia ha ilustrado de forma dramática lo que se
antoja una rotunda primacía de los intereses privados. Así lo
demuestran como poco dos hechos: si el primero es la
impresentable ausencia de medidas de prevención de esta suerte
de accidentes del lado de las autoridades españolas, el segundo
lo aporta la decisión de éstas en el sentido de acatar, sin
mayor resistencia, los criterios avalados por el armador del
petrolero. Con el paso del tiempo hemos tenido conocimiento, por
añadidura, de que nuestro gobierno -que consiente el empleo, por
empresas españolas, de buques monocasco- no puede dar lecciones
a nadie, y ello pese a algún provisional espasmo de rigor como
el que, un tanto patéticamente, invitó a retirarse fuera de las
doscientas millas a un buque de dudosa condición... que luego
recaló en el puerto de Algeciras. Lo lógico es preguntarse si
alguien ha tenido a bien escuchar los avisos generados por
accidentes anteriores y si alguien está dispuesto a aplicar, en
serio, las leyes, aun en detrimento de los intereses de unos
pocos.
A primera vista no es sencillo establecer un vínculo entre lo
ocurrido con el Prestige y otro de los rasgos de la
globalización neoliberal: una apuesta deslocalizadora que invita
a trasladar a otros países empresas enteras en busca, casi
siempre, de salarios más bajos, ventajas fiscales y regímenes
autoritarios que permitan obtener el beneficio más descarnado.
Y, sin embargo, son prácticas de cariz visiblemente
deslocalizador las que vienen a explicar el porqué de tantos
buques portadores de banderas de conveniencia, la enorme
dificultad en lo que respecta a identificar a los responsables
finales y, en suma, el concurso de marineros que, escasamente
formados, son objeto de una evidente explotación.
Tampoco falta la relación entre el accidente que nos interesa y
otro de los rasgos vertebradores de la globalización neoliberal,
en la forma de la aceleración espectacular alcanzada por unas
fusiones de capitales que dibujan un planeta en el que el poder
se halla hoy mucho más concentrado que un par de decenios
atrás. Aun cuando resulta difícil identificar a los
responsables últimos del accidente del Prestige, las huellas que
han ido dejando nos emplazan en la línea de uno de los gigantes
rusos del petróleo y colocan inequívocamente en el primer plano
un negocio, el de las materias primas energéticas, al que
parecen obedecer muchos de los flujos militares del momento. Sin
ir más lejos, a duras penas entenderíamos la razzia
estadounidense en Afganistán y la creciente agresividad de
Washington para con Irak sin invocar la clave que nos ocupa. El
crecimiento experimentado por el tráfico de petróleo procedente
de Rusia remite, por lo demás, a componendas como las que han
ido trabando, en la trastienda, Washington y Moscú.
Hay quien sostiene, en otro terreno, que la modalidad de
globalización que se ha ido imponiendo lleva aparejado,
también, un formidable engrosamiento de las redes del crimen
organizado. Parece fuera de duda que muchos de los movimientos
-hablamos ahora de los de cariz económico- de un buque como el
Prestige han reclamado, y de muy diversas formas, el concurso de
prácticas clandestinas. No sólo eso: aún está por escarbar
una cuestión tan espinosa como es la relativa a los vertidos
ilegales que, aprovechando la tesitura, han cobrado cuerpo en las
costas del Cantábrico, en lo que se antoja una ilustración más
del vigor de comportamientos en los que las normas más
elementales son objeto de olvido.
Agreguemos, en fin, que la vorágine de la globalización
neoliberal ha tenido, al calor de la tragedia gallega, un par de
reflejos más. El primero lo han aportado tantos medios de
comunicación entregados a una visible manipulación de lo
ocurrido y dramáticamente serviles con el poder. Su propósito,
lejos de informar, ha estribado ante todo en minimizar la
catástrofe a través del ocultamiento de datos relevantes y de
la asunción acrítica -tenía por fuerza que provocar la
sonrisa- de versiones oficiales de los hechos que han encontrado
prontos desmentidos. El segundo de los reflejos obliga a recordar
que, en un trasunto de lo que se aprecia en buena parte del globo
merced a los emergentes movimientos de resistencia global, las
más de las veces ha sido nuestra sociedad civil, y no las
autoridades ni las fuerzas armadas, la que ha entendido con
rapidez lo que se imponía hacer frente al desastre. Y es que la
formidable estrategia de desmovilización popular que la
globalización en curso parece reclamar no está surtiendo, por
fortuna, los efectos deseados.
Artículo extraído de: http://www.rebelion.org/sociales/taibo030203.htm
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