Historia del Diseño Gráfico en el Perú.

A los interesados en cosas del diseño, el Perú y la historia.

Hola.

En esta página estoy colocando información.
Cada semana agregaré algo,
bueno... según vaya revisando y ordenando el material.

Tal vez en el ínterin me las arregle para hacer una exposición en vivo,
con las piezas reales, afiches, anuncios, etc. ;
y tal vez durante el año llegue a publicar el documento integro en papel impreso, no lo sé;
pero por el momento voy comenzando con ponerlo poco a poco a vuestro alcance.
Total, peor es nada.
 
enero del 2005

Ya me contarán qué les parece. 

Hasta pronto. 

 

  

El diseño gráfico del Perú
en la era pre-informática.

Octavio Santa Cruz   

Introducción

  Este texto recoge algunos apuntes,
fragmentos de charlas, entrevistas y conferencias que escribí en diferentes épocas.
Al reunirlos para publicarlos ahora he cuidado de evitar reiteraciones
o comentarios que ya no son  pertinentes.
Debo aclarar que no se trata
de una historia en el sentido estricto y académico del término,
porque lo que hago más propiamente es relatar
-y hasta en tono bastante conversacional-<
algunas de las cosas que conocí o que llamaron mi atención
al ingresar en el mundo del arte gráfico;
el punto de vista por lo tanto es necesariamente autobiográfico
y aunque de seguro sigue siendo una serie de notas
desde que no pienso forzar nada para intentar un conjunto más orgánico,
creo que finalmente el resultado tendrá al menos cierta continuidad.
Tampoco pretende ser una transmisión fidedigna de la más inmutable y última verdad
sino apenas un recuento de aquello que con cierta aproximación recuerdo.
En todo caso, espero que resulte de algún interés para aquellos que no estuvieron allí,
tanto para quienes hoy hacen diseño como para quienes son los  usuarios,
y así permitirnos reflexionar un poco acerca de cómo fue,
cómo es hoy y cómo puede llegar a ser a veces el diseño en nuestro país;
es decir, de lo que cada uno puede esperar
cuando encarga anuncios, o carátulas y diagramación
para sus propios textos, cuentos o poesías.

 

Porque la historia de nuestra profesión
desde que la conozco, estuvo hecha en principio
a base de logros y éxitos individuales,
y aunque estos resultados legítimos de esfuerzos personales
hayan dado como subproducto
un innegable incremento en el desarrollo del Diseño Gráfico,
en todo ese tiempo no se pudo hablar de una vida institucional de la profesión,
o de un Arte Gráfico Aplicado del Perú como tal;
podemos sí hablar de comportamientos profesionales ejemplares,
o de soluciones visuales que han marcado época.
Por ello este texto está hecho de situaciones y anécdotas
relatadas con nombre y apellido,
cuyos protagonistas espero que se reconozcan veraz y gratamente presentados.

Por lo que a mí respecta, el mayor mérito que me reconozco como diseñador gráfico
es haber sabido encontrar un buen maestro;
con mis dieciséis años cumplidos y cuando hasta el término “Diseño Gráfico”
era desconocido en Lima fui capaz de llegar hasta  Werner Stöeckli,
quien me tomó como aprendiz.

A fines de1960, una mañana en el atelier del edificio El Sol.  foto: W. Stockli. 


No he vuelto a conocer otro artista tan sensible como él.
Desde entonces, fiel a los principios que me inculcó me desempeñé
tratando siempre de poner el diseño al servicio de la comunicación
y de los altos ideales.

 De eso ya he escrito en los años setenta,
cuando para hablar del Arte Gráfico había que comenzar presentándolo primero
como una profesión nueva.

En esos momentos y en relación con los lineamientos ideológicos
y desde que la búsqueda de imagen para la revolución de Velasco
estaba abriendo un amplio abanico de comunicaciones,
consideré que los responsables de las publicaciones en el área oficial
deberían enterarse de algunas cosas relativas a nuestra  profesión,
ya que pese a ser  nueva era el instrumento que estaban usando.
Hablé en voz alta por lo tanto.
De esa época han quedado algunos artículos de periódico y entrevistas.
Entonces dije cosas como...

“... Diseñador Gráfico es un profesional preparado
para solucionar problemas gráficos tanto a alto nivel,
como de comunicación masiva.
Es el hombre capaz de crear una imagen sencilla por medio de la cual transmitir
una idea compleja.

Los encargos más frecuentes son carátulas y empaques, logos y papelería,
afiches y folletería, ilustraciones, anuncios y avisaje”.

Por extraño que hoy parezca era necesario hacer tal deslinde
porque hasta ese entonces era frecuente
que se encargara afiches a pintores y diagramación a arquitectos.

Una carátula diseñada en 1956: 
" ...Juan Manuel Ugarte Eléspuru, autor de la portada de este número,
actualmente es Director de la Escuela Nacional de Bellas Artes...",
en Revista Fanal Nº 48, p. 1..
 

En cuanto a folletos o memorias podían pasar como cortesía de la imprenta
para la mejor aprobación de su presupuesto.

El diseñador deberá estar
allí donde sea necesario comunicar algo con facilidad,
donde una imagen sencilla pueda graficar aquello que es indescriptible,
o donde sea necesario llegar a alguien que no pueda leer nuestros mensajes...
tenemos tantos sectores donde la gente no lee español.
Además del Quechua o el Aymara,
hay por lo menos setenta lenguas en nuestro país
y por supuesto que los hablantes no las leen, ni las escriben.

¿Cómo llegar a quienes ya están saturados de cierto tipo de propaganda?
¿Cómo llegar a quien ya no quiere ni oír ni entender ni saber nada
y a quien por lo tanto es difícil llegar por medio de las palabras?

Salvar esas barreras
por medio de una imagen sencilla tal vez pueda parecer algo forzado
pero es  efectivo,
justificable sobre todo si de lo que se trata es de casos extremos
como un peligro inminente, o de salvar una vida...”

 

En mayo de 1976 decidí dictar un curso de Diseño,
acudí a los medios para difundir la convocatoria.
Hubo tanto apoyo que quedé gratamente sorprendido,
tuve una entrevista de una hora en televisión con César Miró en el programa Tempus
que era un importante espacio cultural;
una hora útil por televisión en el programa de Alfonso Tealdo,
cosa inusual ya que Tealdo tenía fama de ser excesivamente polémico con sus invitados;
otra entrevista como de media hora con Mario Razzeto,
que entonces tenía un programa en televisión;
una página en el dominical por Alfonso La Torre;
en estas entrevistas puse el énfasis en que...

  “...en Lima no se necesita más dibujantes, hacen falta mejores...

  ...Y el Diseño Gráfico no es optativo, anda suelto por las calles,
irrumpe en nuestras casas y lo consume todo el mundo.
Desde el padre de familia que abre un periódico,
hasta los niños que se sientan frente a una pantalla,
todos podemos beneficiarnos de las ventajas de la comunicación visual
o sufrir sus consecuencias.
Todos somos el blanco de tiro de los diseñadores,
tendríamos que caminar con los ojos cerrados para ignorar su influjo.
Lo que quiero decir es que
el artista gráfico no es de ninguna manera inocente de lo que pasa a su alrededor,
porque es parte activa, porque tiene el conocimiento para comunicar y ser comprendido
y porque su objetivo es convencer hasta obtener resultados.
El artista gráfico debe ser responsable de lo que sale de sus manos
y contraer un compromiso con cada encargo que toma..."

¿Cómo reconocer a un buen profesional?
Aquí no basta la inspiración o las habilidades innatas.
A un profesional confiable se le conoce desde la primera conversación,
cuando sabe preguntar...
de lo primero o de lo que más hay que hablar es de lo funcional,
luego de lo técnico y quizás entonces de lo estético...”

  En los siguientes años  mencioné estas cosas esporádicamente;
en un principio tenía la impresión de estar hablando un poco solo,
luego otros colegas se pronunciaron y llegamos a tener conversatorios, conferencias
y seminarios.

De hecho para los jóvenes de hoy todo aquello es historia,
las cosas han cambiado en muchos aspectos.
Algunos maestros del diseño de los sesenta aspiraban a ser considerados
como a cualquier otro artista.
Tal aspiración encontraba la mayor traba en que  nuestra profesión era para muchos
casi un desconocido.

Hoy a la vuelta de cuatro décadas
el diseño ha alcanzado un nivel de divulgación masiva en todas partes del mundo.
Ya no es una profesión nueva,
pero el precio de su popularidad resulta casi paradójico :

Antes el problema era que los diseñadores eran muy pocos,
ahora son muchos.
Hoy a nadie sorprende encontrar en una tienda o quiosco cualquiera
o en cada esquina de barrio,
un letrero anunciando :
“Se hace tipeados, copias, diseño gráfico”.
... ¿Habráse visto cosa igual?

   

Los años cincuenta

   

A mitad del siglo XX, a fines de los cincuenta, los espacios recreativos para jóvenes
estaban -en lo visual- casi circunscritos al cine en blanco y negro,
se pasaban seriales por capítulos que los chicos llamaban coboyadas...
Roy Rogers, El Zorro;
la generación anterior había delirado con Flash Gordón y El Emperador Ming
que aún pasaban de cuando en cuando;
las películas mejicanas... Negrete, Cantinflas, Sara García;
las películas argentinas...Sandrini, y hasta Gardel. La televisión aún no pensaba en llegar.  

Pero fundamentalmente el universo visual de un niño
estaba constituido por las revistas de historietas...
Superman, La Zorra y el Cuervo, La pequeña Lulú, Super Ratón,
Misterix, El Peneca, anuarios o ediciones gruesas de Pif Paf
con el capitán Marvel y su eterno enemigo el doctor Sivana, Anita y su perrito Zero,
el prehistórico Trucutú, Mamá Cachimba
y algunos números de Leoplán que aún se encontraban.

A media página en El Comercio y a toda página en La Crónica de la mañana, había tiras cómicas... El fantasma, Mandrake, Dic Tracy, Periquita, Avivato, Fulmine, Falseti, Purapinta,
El otro yo del doctor Merengue, que también venían en revistas pícaras
como Rico tipo y después Pobre diablo.

A fines de los sesenta aparecieron Cuentos de brujas,
las extravagantes revistas con sabor chicano Hermelinda, Aniceto, que eran más para adultos,
y también proliferaron las fotonovelas.

Y así como entre las revistas extranjeras de los quioscos de pronto encontrábamos
la revista peruana Avanzada, entre todas esas tiras de periódico extranjeras
se confundían algunas otras peruanas, como  Pachochín de Crose.
La sorpresiva aparición del diario de la tarde Ultima Hora que se escribía insólitamente
en una especie de replana limeña de nueva generación también trajo novedades;
era decididamente un diario popular y en pequeño formato,
introdujo tiras con personajes pueblerinos, que responden a la estratificación social de los 50,
 producto de la migración que inició la reconfiguración de la Lima citadina,
como Sampietri el vivito criollo del barrio por Fairlie, Jarano de Crose, Serrucho y Boquellanta,
de Málaga, ambos marginales y el cuadro humorístico de Salazar-Chabuca- una evocación
a las chicas de Divito pero en versión guachafita limeña.
Para los hinchas del deporte había caricaturas a la aguada de los astros del futbol
a toda página  y hasta a dos páginas en La Crónica de la tarde.
Un capítulo de novela más bien para mayores -que yo devoraba ávidamente- se podía leer cada
 tarde en el Comercio, que también traía diariamente un cuadro de humor ilustrado por La Torre.
En el Dominical de El Comercio llenaba toda la contracarátula El Supercholo,
en el característico estilo de Victor Honigman. Los dibujos de Honigman eran muy vistos
en los avisos en forma de cuadros a casi media página que anunciaban la lucha libre,
allí los cachascanistas eran resueltos con una plumilla detallista que en ocasiones
resaltaba una cantidad absolutamente fantástica de músculos y venas.


original a 50 cm de ancho para aviso de diario a 4 columnas; promotora de espectáculos Empresa Aguirre.

Por el 56 apareció la revista Avanzada con dibujos de Rubén Osorio, que firmaba Osito,
muy buen dibujante con un estilo personal de historieta seria,
al igual que Hernan Bartra en historieta cómica.
Y luego apareció la revista Loquibambia que tuvo entonces gran éxito
ya que graficaba al programa humorístico radial del mismo nombre
que se emitía paralelamente con Escuelita nocturna. 

Pero sin duda en otros espacios visuales también pasaban cosas.
Naturalmente de eso solo tengo recuerdos vagos.
Alguna vez por 1958 vi un afiche en la tienda de la esquina, un perfil cobrizo
pero que recordaba la distinción de las estatuas griegas, el trazo era fresco y algo suelto
con la calidad de una buena ilustración a pincel, la composición elaborada y fuerte
como del tipo mural, había espigas, tal vez era para vinos o para cerveza;
sin duda la mano de un pintor. Del mismo golpe de vista vi por esos días una carátula de disco.
Y ambas corresponden en todo a la estilística de algunas carátulas de la
revista Fanal Nº 45, 54, 60, firmadas por Springett que adquirí tiempo después.

También recuerdo haber visto unas pinturas medio naif en almanaques,
firmadas por Osorio, que no se bien si es el mismo que era conocido por sus
caricaturas políticas en periódicos.

 

Ciertamente algunos libros tenían carátulas ilustrativas desarrolladas pictóricamente;
un libro de colegio cuya pasta era un retrato de Ricardo Palma me impresionó tanto,
que muchos años mas tarde aún cuando conocí a Jorge Gálvez haciendo diseño publicitario
en el ICPNA, la imagen que he guardado de él por tiempo era como pintor .


Porfirio Meneses

 En 1958 yo estaba en la Unidad escolar Mariano Melgar,
un colegio de barrio en Breña,
y el recuerdo que de inmediato me viene es de los salones hacinados y la poca exigencia;
 sopesando ahora, creo que no era del todo así;
eran los tiempos de la media industrial, la media comercial y había muchas oportunidades
para quien las quisiera.
Algo que motivaba mucho a los chicos era el deporte
y luego de destacar en los interescolares de fútbol representando al Melgar,
por supuesto contra el Guadalupe, muchos de nuestros futbolistas pasaron a profesionales;
de nuestros salones salieron Seminario, Biselach, Cortéz, Lostaunau, Grimaldo.

Mi interés personal se orientaba hacia el Departamento de Actividades Culturales
que dirigía el profesor Porfirio Meneses, 
un escritor muy respetable, según nos habíamos enterado.
Se hacían cosas, una vez nos formaron para actuación,
se presentó una afamada bailarina de Marinera, Carlota Villasante,
que dio una conferencia con demostración y todo.

Otra vez se anunció que los integrantes del club de pintura estaban invitados
a visitar a un auténtico pintor en su propio taller y entonces el profesor Meneses nos llevó
a conocer a Macedonio de la Torre quien nos dedicó toda una tarde.
En la entrevista le preguntamos todo lo que se nos ocurría, sobre su  vida, su obra,
nos llamó mucho la atención su manera de trabajar,
su búsqueda de libertad y de medios inusuales como pintar con los dedos
y recoger en la playa ramas y huesos carcomidos,
él nos relataba enfatizando aquello que pudiera orientar nuestras vocaciones.
Después dimos testimonio en actuación y ante todo el colegio de esta actividad.
Pero lo que más nos impactó fue ver poco después esos mismos cuadros en una exposición.

Óleo de Macedonio, como carátula de Fanal, Nº 49, en 1956

 La vez que hubo un concurso interescolar de canto,
Policarpo Gonzáles estaba ya en quinto y justo a tiempo para ganar una beca
para estudiar en el Conservatorio, lo que decidiría su incursión en la lírica.

En los últimos tres años yo había participado bastante en las actividades culturales.

Como integrante del club de teatro actuamos en pequeñas obras
con Guillermo La Cruz y Néstor Paredes; en el club de poesía más nos dedicábamos
a intercambiar números de novelas como “Doc Savage” con Tokeshi;
pero sobre todo compartíamos fascinados con Nelson Arias los últimos números
de “Más allá”, “Minotauro” y otras revistas de un género que empezaba a imponerse,
la Ciencia Ficción; al terminar, Nelson estudió en la escuela de Arte Dramático,
donde pronto descubriría su voz llegando a ser uno de los ídolos de la nueva ola.

Intervine en un concurso de dibujo que gracias al desconcertante incentivo
de realizarse en un lugar imprevisible por desconocido -la Escuela de Bellas Artes-
aún recuerdo como un escalofrío que duró todo un día.

En las actuaciones cantábamos en pequeños grupos con Hugo Ríos, con Ibargüen.
En esas ocasiones alternábamos con otros músicos, Víctor Reyes era de industrial
y tocaba mucha guitarra criolla, al oírlo nos parecía estar escuchando los discos
de los mejores conjuntos de moda, era del dúo los criollitos pero después empezó a tocar
con Wendor Salgado que empezaba a hacer sus pininos en  la segunda guitarra.

Avila y Hague eran un dúo de boleristas, cantaban y se acompañaban, pero actuaron poco.
El flaco Hague también participó en el interescolar de dibujo como caricaturista,
Avila después formó un trío romántico que se hizo muy conocido.

Los dos hermanitos Zañartu cantaban y tocaban y cuando ya era cosa de actuaciones oficiales
invitaban a su hermana que era creo del Rosa, o del Elvira.

Y también estaban los dos hermanitos Merino, Juan y Jorge –los charritos- que cantaban
rancheras pero sobre todo cantaban boleros, sus versiones eran la cosa más exacta
al repertorio de Los Panchos, hoy se les conoce como Los Perlas.

Todos estos músicos harían luego carrera profesional. Ese año Víctor Piminchumo
grabó su primer disco de 75 en criollo, pero luego no se supo más de el.
En general en lo referente al mundo del arte y la cultura nada nos parecía lejano,
nuestro auxiliar Gilberto –Guido- Mendivil era galán de radionovela y se esperaba que pronto
actuaría en la televisión que acababa de llegar. Y se sabía que un amigo nuestro
hasta tenía permiso para salir un poquito más temprano algunas  tardes
porque ya tenía su primer programa en Radio Inca, era Wilmer Salgado.

  Ese año se convocó un concurso de poesía y aunque yo jamás había escrito una línea
revisé con mucha suficiencia la estructura, métrica y rima de la décima, según había difundido
Nicomedes en los programas dominicales por radio Victoria y sin más participé.
El día de la Primavera fui ungido con una corona como el poeta laureado de la Unidad.
Interesante, creo que para cualquier otro la ceremonia habría sido más que  imponente,
pero yo estaba tan del lado de adentro del escenario que pude participar además
de un aspecto más, digamos, doméstico : elegir la corona. Tuvimos que arreglárnosla
en el jardín, había una de ramitas, otra de unos haces muy tupidos, otra de unas hojas un
poco largas, en fin... pero el caso era ¿dónde encontrar laurel? Así es que la cosa para mi como
 que se desmitificó un poco, se hizo menos solemne... lo que siempre consideré una suerte.

 

  El “profe” Sagástegui

  Por otra parte el profesor Alberto Sagástegui  que había sido nuestro profesor de dibujo
en primaria nos invitó a los que estuviéramos interesados en pintura,
de modo que en las vacaciones del 58 con Gutiérrez, González,  Julián Parejas, José Nakamoto
y Carlos Villanueva lo visitamos varias veces en su estudio del Callao.
Un domingo por la mañana caminamos desde el colegio, atravesando campos sembrados,
árboles, estanques; al llegar a su estudio nos pusimos a pintar paisajes, con modelos del barroco
no importa, pero en la retina traíamos una gama increíble de verdes del natural.
Sus retratos y estudios eran clásicos y nos parecían respetables, por algo “el profe”
había estudiado con Hernández . . .

El aroma a trementina y aceite era indescriptible,
lo hacía sentir a uno en su elemento y me marcó para siempre.
Mi papá me dio plata y estirando alcanzó para un jueguito surtido de oleos y varios pincelitos,
de marta, de cerda, chatos, de punta y hasta una paleta de nogal.
Llegué a pintar una naturaleza muerta, unas flores, y me quedé para todo el año siguiente
con la ilusión de hacer un Fragonard de cadmios arrebolados,
pero trabajar todos esos tonos de carnes hubiera requerido de un lienzo de tamaño mediano
y eso significaba además un gasto en chisguetes más grandes, y más pinceles de cerda.
Más de una vez fuimos durante ese año con Julián hasta la ventana de la casa Rembrandt
en el jirón Moquegua y contemplamos una maleta de oleos y un caballete portátil que
estaban totalmente fuera de nuestro alcance, mirábamos y nos decíamos...  algún día.
Cuando Julián salió del colegio entró a Bellas Artes y llegó a estudiar pintura.

 

Juan Rivera Saavedra

 Un día a inicios del 59 el profesor Meneses entró al salón y nos presentó
a un hombre bastante joven que en adelante –dijo– sería el responsable del departamento
de impresiones y también el dibujante del colegio...
a más de ser un novel escritor que ya empezaba a producir obras de teatro,
se llamaba Juan Rivera.

La oficina de Rivera era aquel temido espacio que llamábamos la sala del mimeógrafo,
adonde le prohibían a uno acercarse porque allí se hacían los exámenes.
Después de mi primera visita, salvo las fechas de los exámenes que en realidad eran pocos
en todo el resto del año no dejé de visitarlo.  

Rivera me enseñó a discriminar entre  varios tipos de dibujo, la caricatura,
la ilustración de novelas, las carátulas de libros, las propagandas y avisos, las historietas
serias o  estilizadas –no es lo mismo Alex Raymond, que Milton Canif  o Breccia- 
y a pensar en las posibilidades de ver el dibujo como una profesión;
tenía libros con artistas que yo no conocía , Beardsley, Raquel Forner, 
Angel Mingote –que no ha dejado de fascinarme- , 
Loomis, y revistas y varios álbumes de recortes,
que para los efectos resultaban como muestrarios.
También conocía dibujantes y artistas profesionales peruanos como Vera Castillo,
Camino Sánchez, pero sobre todo era un ameno conversador y a mis quince años,
además del dibujo, había muchos otros tópicos que requerían orientación;
leí entonces a Jagot, Marden, Egri, Miller.
Pacientemente Rivera revisaba mis dibujos, hacía sugerencias, comentaba;
rara vez me corregía, más bien me mostraba una ilustración, una viñeta de algún artista
extranjero, algo que me daba una nueva  motivación y entonces me iba a seguir dibujando
hasta el siguiente recreo.

Bien poco estudié ese año.
Ya no se trataba como meses atrás, de dominar poco a poco
el virtuosismo de una técnica como la tinta aguada,
 
ahora estaba en lo creativo y trataba ávidamente de expresarme
al instante en cada estilo nuevo que encontraba en una revista
o que descubría en una exposición, en un museo;
una semana tentaba la historieta, otro día el surrealismo, una caricatura,
hoy Guayasamín, mañana Hugo Pratt. No se cómo Rivera me aguantaba,
cada recreo yo entraba a su oficina con un dibujo nuevo.
Dejé de dibujar en los cuadernos de colegio y me procuré un pioneer
con hojas de papel sin rayas. Eso duró varios meses.
Pero conforme  se acercaba el fin de año un sentimiento de urgencia se hacía notar
cada vez más como un peso, como un zumbido tenue.
Del estudiante que en los primeros años de media consideraba normal
estar en segundo o tercer puesto  ya no quedaba ni el recuerdo;
progresivamente fui perdiendo el gusto de ser buen alumno,
mi orgullosa intuición matemática sucumbió a la falta de formulas y logaritmos
y lo único que tenía como meta era terminar el colegio de una vez
 
y –cómo hacer-  sin jalados.
En vano traté de encontrar en los cursos que aprobaba medio arrastrándome
algo que me pudiera servir para vivir del dibujo.

Una que otra vez que vi llegar algunos visitantes,
Rivera me contó que los años anteriores, en el "Bartolo" él había orientado a varios colegiales
y que ahora lo venían a visitar, así me presentó a varios de esos jóvenes:

Pablo Marcos, que hacía bastante bien su historieta seria, me impresionó,
curiosamente no tanto por su dibujo, sino porque estaba con terno,
lo que lo colocaba de hecho en la vida, trabajando o buscando trabajo...
mientras yo estaba todavía con mi uniforme comando;
a Carlos Sánchez que por esos días solo hacía dibujo humorístico,
recordé haberlo visto en el concurso interescolar del año pasado;
y  a Grimaldo Romero que hacía comentarios agudos pese a su aire circunspecto.

Diez años más tarde Pablo alcanzaría bastante notoriedad
 haciendo historietas e ilustraciones a varias páginas en el diario Expreso,
 compartió esa época con Gonzalo Mayo, luego ambos emigrarían a los Estados Unidos
donde se dice que han hecho gran carrera y ganan muy buena plata.

Grimaldo firmaba Caco, a la manera de los dibujantes de revistas extranjeras
que firmaban Nato, Pepo o Quino; me dijeron que Cano quien era muy conocido
como caricaturista de La crónica era su hermano mayor.

Años después Carlos Sánchez Luna Victoria sería jefe de un taller en SINAMOS
donde hacían artes y prensa masiva.

 Pero en ese momento yo no tenía varios años para asimilar la orientación que Rivera
aún me pudiera dar. Le pregunté cómo hacer para trabajar en dibujo.
 –Si quieres conseguir trabajo tienes que mostrar algo, no puedes enseñar borradores.
Prepara tus muestras con lo mejor que puedas hacer – me dijo–,
y me indicó una serie de materiales que yo nunca había usado...
Tendrían que ser dibujos acabados -arte final se les llamaba-,
todos del mismo tamaño, en cartulina cánson,
deberán pintarse con tempera los que son a colores y todos deben estar protegidos
con un papel de ingeniero transparente... 


El colegio se acabó rápidamente
y antes de que nadie en mi casa me fuera a preguntar qué pensaba hacer de mi vida
me puse un terno, junté mis muestras en un fólder y salí a buscar trabajo.
Lo primero que hice fue preguntarle a Rivera quién era el mejor dibujante del Perú.
Para mi sorpresa no me respondió directamente  –Mejor comienza en una agencia- dijo. 

Una a una recorrí varias agencias de publicidad, Publicidad Perú, Causa, Mac Can Ericson,
y otras, hasta logré hablar con los jefes de arte; luego continué con tiendas grandes
que tenían departamento de decoración, Scala, Scala gigante, Sears.
En Tia, la última tienda que fui, el jefe de decoración me tomó una prueba,
una figura grande, a recortar en cartón y a pintar con una pintura vinílica de lata;
cuando hube terminado me llamó a un lado y me confió :
“Te salió bien pero aquí no hay sitio para ti,
 porque yo lo que necesito
es alguien que me haga copias para las vitrinas según mis indicaciones
y tú eres un creativo.
Pero tampoco vas a encontrar en una agencia,
un jefe de arte al toque te ve
y sabe que vas a aprender rápido
y se muere de miedo de que le serruches el piso;
por eso no te han aceptado. Pero no te lo dicen, la gente es así.
Tú no te imaginas cómo hemos aprendido nosotros,
aquí hay que aguaitar por sobre el hombro del que sabe, ¿ y acaso te deja ver ? ”. 

Y ya no seguí visitando más tiendas.
Tenía un sentimiento ambivalente, por un lado estaba apesadumbrado,
por otro yo confiaba plenamente en mi propio nivel de competencia más aún
con la actualización que me había dado Rivera.
Regresé donde Juan y esta vez ya le pregunté si finalmente no sabía quién era el mejor
dibujante del Perú, porque es donde él y no donde otro donde yo quería ir.
“No es eso –contestó- sí lo se bien, pero. . . ya, bueno, mañana te llevo”. 
Y me acompañó hasta la esquina de Colmena y Camaná. “Pero tú subes solo. –me dijo-
Es en el piso diez, 1002”. Y a su vez se encaminó al Teatro Universitario.

Al día siguiente le conté que había conocido a Stockli,
quien me preguntó si ya había terminado el colegio, yo le había dicho
que no quería estudiar ninguna otra carrera, ni Universidad ni nada, y entonces
me había contestado que él tenía un ayudante, pero que justamente trabajaría
solo hasta esa semana y que yo podría empezar el próximo lunes.
Aunque el señor apenas le había dado una ojeada a mis muestras, evidentemente
 yo había llegado en el momento preciso.
 Después me enteraría de que el ayudante en cuestión era Terán,
que también provenía del “Bartolo” y de Rivera.

Continué visitando espaciadamente a Juan, siempre mostrándole mis avances,
seguí muy de cerca su proyecto de la Academia de Dibujo Comercial
y en cuanto estrenó su obra Los Ruperto con el grupo Histrión
llegamos a desarrollar un diseño escenográfico conjunto con el realizador Virgilio Velásquez
y con César Urueta que era el director de la obra.
Después, paulatinamente se dedicaría tan de lleno a la dramaturgia,
que hoy el nombre de Juan Rivera Saavedra se conoce como referido íntegramente al teatro.
Pero para quienes lean estas pequeñas historias,
supongo que les quedará claro que fuimos  más de cuatro
quienes gracias a su orientación ingresamos a la vida profesional
en esos tempranos días del diseño gráfico en el Perú.   

 

Stockli

Durante cuatro años Werner Stöeckli fue para mí mucho más que un profesor,
empleó una dinámica de maestro a aprendiz realmente motivadora, muy efectiva.
De hecho para ser un jefe o empleador se excedió.
Creo que me enseñó tanto porque era un excelente ser humano.

En cuanto él me presentó lo que era el Diseño Gráfico
supe que eso no crecía así silvestre en cualquier parte y tuve la convicción
de que al haber llegado a esa oficina yo había realizado una hazaña.
Ya he mencionado eso en el artículo “Mi vida con los Santa Cruz”,
que también se encuentra en mi página web.

Dos meses después, en marzo de ese mismo año aprobé el examen de ingreso
en  Bellas Artes con un dibujo al carbón, un busto;
pero recién cuando me fui a matricular me preguntaron si quería pintura o escultura.
Yo dije que quería algo como para vivir del dibujo...
entre ellos comentaron algo así como “ lo que quiere es dibujo de propaganda”
y me contestaron que eso no había, que la escuela es para ser artista. No me matriculé.
Para entonces también sabía qué esperar de La Católica de 1960,
y eso aumentaba mi certeza de que esto del diseño era realmente otro mundo.

En el atelier del edificio El Sol, 1960, a la izquierda Alberto Caballero, foto: W. Stockli. 

El día comenzaba cuando Stockli llegaba,
a veces venía  ya de una entrevista, trayendo un boceto que el cliente acababa de aprobar,
entonces realizaba el arte final; cuando el trabajo estaba terminado,
en un rinconcito discreto él escribía un breve “sto”.
Al principio Sto escogía un titular, una ilustración o una viñeta y me daba las indicaciones
para que yo elaborara el acabado, que luego se incorporaría a todo el arte final,
me indicaba los materiales y herramientas que podía escoger,
las posibilidades y resultados de cada una.
Para cosas más complejas me explicaba cual era la necesidad del cliente,
y cuales fueron sus primeros bosquejos, así como lo que pretendía comunicar
con cada uno de ellos, luego destacaba por qué el escogido era el mejor
y qué aspectos debían enfatizarse al hacer el acabado para conservar y aún mejorar el sentido.
Cada vez eran menos las observaciones o correcciones.

Cuando empezó a confiarme bocetos,  las indicaciones fueron de otro tipo,
cómo entender el encargo, entrar en el tema, impregnarse del contenido
no importa que fuera histórico o científico, aprehender la información y transformarla
en una respuesta, sopesando además su trascendencia, tal vez política o  psicológica;
cómo ponerse en el lugar del otro y anticipar si nuestra obra sería bien recibida,
era algo así como un afinar la puntería. Estas reuniones a veces resultaban larguísimas,
evidentemente lo que él ponía en juego por delante era mi propio desarrollo
y los bocetos eran un medio.

Sto dedicó muchas horas a explicarme el porqué hacer algo,
para que yo pudiera interesarme en encontrar el cómo.
Cuando tenía que salir de la oficina para una cita urgente, me daba indicaciones
y me dejaba desarrollando un boceto, o un  acabado; en más de una oportunidad lo hizo
a tal profundidad o con tan  detallada precisión que  yo no me atrevía a interrumpirlo.
En ocasiones esa era toda una clase de historia: Didot, Gropius, Le Corbusier;
de técnicas y experimentaciones: grabados, lavados, Klee, Miro;
o el relato de sus propias vivencias. Yo quedaba motivado en una dirección
que casi siempre era la de la exploración.

Así, el primer día en el estudio me explicó que hacer letras
era toda una construcción, como una concepción arquitectónica.
Con gesto intencionalmente sobreactuado me urgió:
“Joven, esta es la única mesa en el Perú donde puedes aprender a hacer buenas letras”,
luego insistió en que quien supiera dibujar letras tenía posibilidades inmensas,
desde saber construir una buena letra para hacer el emblema
de una empresa muy importante, que la pagaría muy pero muy bien,
hasta poder hacer un modesto letrero pintado en la pared
si un día la situación apremiaba.
 
“... todavía tienes que aprender mucho de este país en que vivimos –aclaró-
y no sabes qué sorpresas te deparan los próximos años,
van a pasar muchas cosas en este lado del mundo y no todas serán bonitas,
ya lo verás; tienes que estar preparado para todo.
Y no solo es cosa de dibujar bien...”.
Esa mañana hice mi primer alfabeto uncial,
entonces me explicó con la pluma chata
los fundamentos de las relaciones internas de una letra.
Y en la tarde empecé a trazar las altas de la Helvética, con herramientas.

 

Pero un maestro estimula a su aprendiz, y el toque sensible me lo dio tiempo después
al relatarme cómo aprendió él a hacer letras... en plena posguerra
con una Europa que aún no sanaba de sus heridas,
el joven Stockli usualmente iba en bicicleta hasta el pueblo vecino
donde había una escuela de arte,
pero para asistir al curso de diseño de letras, tenía que pedalear dos horas de ida
y dos de vuelta en días adicionales, porque ese curso era especializado
y no estaba en ese momento dentro del programa de estudios de Zurich.

En alguna parte de mí debo haber recibido esa información como un modelo a seguir,
pero estoy convencido de que su intención no fue lucirse;
Sto no tenía tiempo para eso;
sus propias urgencias, sus propios retos, hacían que literalmente le faltaran horas al día.
Algunas mañanas yo llegaba y encontraba las mesas llenas del trabajo de toda una noche,
cosas absolutamente libres, que nadie había encargado,
realizadas con todas las técnicas habidas y por haber,
 aplicadas espontáneamente según se había hecho  necesario, eso ya no era solo diseño...

En el 62 se inscribió en Bellas Artes en el taller de grabado,
y asistía  por las noches de 6 a 9, era preciso trabajar en la prensa de la escuela,
pero cuando ya manejó la técnica,
muchas planchas fueron preparadas en esas jornadas nocturnas en nuestro taller.

Entonces a propósito de eso explicó
cómo más allá de hacer las cosas bien en lo que llamamos la profesión,
uno puede tener la aspiración legítima de trascender
hasta una creatividad y libertad realmente sin límites.

Una cosa son las maneras para capturar y aprehender
las normas que rigen la estructura que a su vez genera la forma,
que de hecho no dejan de ser un poco las maneras de la época,
esto es el aprendizaje en el nivel profesional;
otra cosa muy distinta es el movimiento por el cual por ejemplo un maestro de la tradición,
calígrafo o pintor logra dejar todo de lado por un momento
y al siguiente instante imprime un signo vívido sobre el pliego de papel de arroz.. .
 “. . .y para hacer eso -agregó- no necesitas más que tinta y papel”.

  Cada mes llegaba un número del Graphis, ese mes traía un artículo sobre Hans Erni,
las reproducciones eran admirables, no me cansaba de mirarlas,
eran de una figuración en extremo perfeccionista, gran conocimiento del cuerpo,
la composición, la perspectiva, todo;
 yo miraba y remiraba y me repetía que en nada le pedía favor a Dalí.
Para mi sorpresa, al verlo Sto me empezó a contar como en sus años de estudiante
él había participado junto con otros jóvenes en la realización de esas imágenes
–un cachuelo en las vacaciones- dijo, leyó los textos y me hizo reparar en que eran
grandes murales dentro de un laboratorio o consorcio médico.
Y comentó cómo el maestro Erni aún cuando ya sus pinturas eran muy reconocidas,
tenía por ese entonces un pesar, sus obras no habían podido entrar al museo.

Cuando le pregunté con qué otros grandes maestros había estudiado o había conocido,
abrió un grueso libro, una especie de manual con diseños escogidos
de las mejores escuelas de diseño que yo acostumbraba revisar casi a diario
y señaló a un peso pesado,  procedente del Bauhaus por más datos y que como él además,
era de Winterthur : Max Bill.

 

Un día mientras almorzábamos mi padre me preguntó qué se hacía allí donde yo estaba trabajando; casi maquinalmente y sin sopesar mucho cómo se oían mis palabras le dije que en  los últimos cuatro días yo había pintado varios  paneles destinados a la decoración de un pabellón en la próxima Feria del Pacífico. Mi padre se quedó pensativo y al fin me preguntó si yo consideraba suficiente meta pintar planchas de 2.40 x 3.60 m. para el suizo...

Cómo explicarle, a veces yo pasaba horas sólo en el estudio preparando esos fondos y ni él ni nadie podían saber de mi  experiencia personal :

Yo me había inventado un ejercicio... como eran varios paneles, cada vez que lo hacía era como una pequeña aventura, comenzaba chorreando la pintura sobre el panel o salpicando y luego invadiendo espacios con trazos cada vez más complejos, buscando tensiones, con brochas de varios tamaños; a cada instante el cuadro iba cambiando, ahora era uno, luego otro, a cual más contrastante. La cosa duraba mientras la pintura estaba muy liquida, cuando empezaba a espesarse, el rodillo se encargaba de convertir todos esos gestos dinámicos en una inocente superficie plana. Nadie vería jamás esas instantáneas y no me importaba, yo las había visto desfilar ante mis ojos y me bastaba. ¿Cuánta gente podía darse ese lujo? Era como jugar a una caligrafía sin palabras. Ni teniendo cantidades de papel por metros habría logrado expresar con tanta seguridad.  Pero con todo, considero un error de juventud haber callado esa tarde, debí contarle a mi papá que yo ya sabía algunas cosas, que iba a cada inauguración en el IAC, a la galería del Banco Continental en Camaná, que me había permitido mirar por sobre el hombro los cuadros abstractos que  Dávila acababa de exponer como gran novedad y que me atrevía a opinar gratamente sobre los primeros intentos de Moll. De todos modos creo que llegué a decirle por lo menos algo así como que Sto me había enseñado que el arte aplicado era una opción tan válida como el arte libre.



Lima,  31  de diciembre  del 2006

continuará...

 

Mi primer afiche -"Ña Catita", diseño a un color para carteleras municipales ( 64 x 86 cm )

 

 

Ilustración para la obra de Hernando Cortés, "Los Conquistadores" 
en Runa Nº 1, INC, 1977

 

 

 

che guevara a dos tintas


Descendimiento de la cruz, detalle

 

che guevara

versión 1970 del Descendimiento de la cruz, de Tintoretto
Galería Cultura y Libertad.

 

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