Townsend Harris:

Entrega de la carta del Presidente (1855)

 

Townsend Harris fue el primer embajador estadounidense en el Japón, inmediatamente tras la apertura del país producida por el Comodoro Perry. Aquí describe el momento de la entrega de sus credenciales y de la carta del presidente de EE. UU. al gobernante Tokugawa.

 

Inicié mi audiencia a las 10 horas con la misma escolta de mi visita al Ministerio, pero mis guardias vestían todos kami-shimos y calzones que solo cubrían la mitad del muslo, dejando el resto de la pierna desnudo. Mi vestimenta era una chaqueta (un saco) bordada con oro de acuerdo al modelo provisto por el Departamento de Estado, pantalones azules con una ancha banda dorada a lo largo de cada pierna, sombrero de tres picos con borlas doradas, y una espada de ceremonia con mango de perlas.

La vestimenta del Sr. Heusken era el uniforme naval diario, la espada reglamentaria y el sombrero de tres picos. Cruzamos el foso por un puente que estaba a media milla de mi casa. Cuando llegamos al segundo foso, se nos requirió dejar sus norimonos (una especie de silla de manos usada en Japón) excepto al Príncipe de Shinano y a mi. Cuando arribamos a unas 300 yardas [medida inglesa de longitud, una yarda equivale a 91 cm. aproximadamente] del último puente, Shinano también dejó su norimono; y nuestros caballos, sus lanzas, etc., etc., con sus sirvientes. Fue transportado hasta el mismo puente; y, como ellos dicen, más allá de lo que ningún japonés fuera nunca llevado antes, y aquí descendí, entregando la carta del Presidente, que yo había llevado en mi norimono, al Sr. Heusken. Cruzamos este puente, y a  unas 150 o 200 yardas de la entrada ingresé al salón de audiencia. Antes de ingresar allí, sin embargo, me saqué los zapatos nuevos que había calzado para visitar al Ministro.

Cuando pasé al vestíbulo, fui recibido por dos servidores domésticos. Se pusieron uno frente al otro y se inclinaron ante mí; luego me condujeron a una habitación donde, al entrar, hallé dos sillas y un confortable brasero. Debo advertir que el tabaco no es servido en el palacio. Nuevamente bebí el "te de gachas”.

Las calzas son la principal característica de la vestimenta; están hechas de seda amarilla, y las piernas tienen 6 o 7 pies de largo! En consecuencia, cuando quien las lleva camina, se aprietan en la parte posterior, y da la apariencia de que él camina sobre sus rodillas, una ilusión que se ve favorecida por la corta estatura de los japoneses y la gran anchura, sobre los hombros, de sus kami-shimos.

El gorro es también una gran curiosidad, y desafía la descripción. Está hecho de un material negro barnizado, y se parece al gorro escocés Kilmarnock, teniendo una abertura de sólo tres pulgadas [equivale a 2,54 cm]. Está fantásticamente colocado en la punta de la cabeza; la parte delantera llega justo hasta el borde superior de la frente y la trasera se extiende un poco detrás de la cabeza. Este peculiar objeto se sujeta por una cuerda de seda de color claro que, atravesando el extremo superior de la “Coronilla”, pasa sobre las sienes y es atada debajo del mentón. Una atadura corre horizontalmente a lo largo de la frente, y ligada a la cuerda perpendicular, pasa por detrás de la cabeza, donde es atada.

Mi amigo Shinano estaba muy ansioso por hacerme ingresar a la sala de audiencia y ensayar mi parte. Decliné gentilmente de hacer esto, diciéndole que las costumbres generales de todas las cortes  eran tan similares que no temía cometer errores, particularmente debido a que él me había explicado bondadosamente la parte de la ceremonia que le correspondía a ellos, mientras que la mía debía efectuarse según nuestra manera occidental. Realmente creo que él estaba ansioso de que yo hiciera mi parte de tal manera que causara una impresión favorable en aquellos que me vieran por primera vez. Descubrí también que yo había sido conducido a propósito al palacio una hora antes de manera que él pudiera ensayar antes de la audiencia. Al rechazar la propuesta, fui llevado nuevamente a la sala donde había entrado en primera instancia, confortablemente calefaccionada y con sillas. Otra vez me sirvieron té.

Al final me informaron que había llegado la hora de mi audiencia. Pasé junto a los pobres daimios (nobles territoriales japoneses), que aún estaban sentados como estatuas en el mismo lugar, pero cuando llegué a su hilera delantera, me ubiqué ante ellos y me detuve sobre su flanco derecho. Shinano se arrodilló y apoyó sus manos sobre el piso. Yo permanecí detrás de él, y Mr. Heusken detrás mío.

La sala de audiencia estaba orientada de la misma manera que la sala donde tenía su sitio la gran audiencia, y estaba separada de ella por las usuales puertas corredizas; de forma que aunque ellos podían verme pasar y escuchar todo lo que se decía en la audiencia, no podían verme en la sala. Finalmente, tras una señal, el Príncipe de Shinano comenzó a deslizarse sobre sus manos y rodillas, y cuando yo estaba medio inclinado hacia la derecha y había entrado a la sala de audiencia, un chambelán expresó con voz grave "¡Embajador Mericano!". Me detuve a unos seis pies de la puerta y me incliné, luego seguí hasta casi el centro de la habitación, donde nuevamente me detuve e incliné. Otra vez retomé mi marcha, me detuve a unos diez pies del final de la sala, justo enfrente del Príncipe de Bitchiu sobre mi derecha, donde él y los otros cinco miembros del Gran Consejo estaban postrados. A mi izquierda estaban tres hermanos del Tai-kun postrados de la misma manera, y todos estando espaldas a mí. Tras una pausa de algunos segundos me dirigí al Tai-kun de la siguiente manera: "Pueda esto agradar a vuestra Majestad: Al presentar mis cartas credenciales otorgadas por el Presidente de los Estados Unidos, me dirijo a vuestra Majestad para expresarle los sinceros deseos del Presidente en pro de vuestra salud y felicidad y augurando prosperidad para vuestros dominios. Considero un gran honor que haya sido seleccionado para ejercer el alto e importante rango de Plenipotenciario de los Estados Unidos ante la corte de vuestra Majestad, y dado que mi mayor deseo es unir más estrechamente a ambos países en una duradera amistad, mis mayores esfuerzos se dirigirán hacia el logro de ese fin."

Aquí me detuve e incliné:

Tras un breve silencio el Tai-kun comenzó a mover su cabeza hacia atrás sobre su hombro izquierdo, al mismo tiempo que pateaba el piso con su pie derecho. Esto fue repetido tres o cuatro veces. Tras esto, habló de manera audible y con una voz firme y placentera siendo traducido así: "Encantado de recibir la carta remitida con el Embajador desde un remoto país, y también encantado con su discurso. Las mutuas relaciones continuarán por siempre”. El Sr. Heusken, quien había estado parado ante la puerta de la sala de audiencia, avanzó con la carta del Presidente, inclinándose tres veces. Mientras se aproximaba, el Ministro de Asuntos Exteriores se levantó y se ubicó junto a mí. Saqué la cubierta de seda, abrí la caja y también abrí el sobre de manera que el Ministro pudiera ver el escrito. Luego cerré la caja, volví a colocar la cobertura de seda (hecha de bandas rojas y blancas, seis y siete respectivamente), y entregué la misma al Ministro, que la recibió con ambas manos, y la colocó sobre una hermosa repisa barnizada que estaba ubicada apenas por encima de él. Después se tendió nuevamente, y yo me dirigí hacia el Tai-kun, quien me dio a entender que la audiencia había concluido efectuando una cortés inclinación. Me incliné, retrocedí, me detuve, me incliné de nuevo y por última vez.

Así concluyó mi audiencia. Fui conducido otra vez a mi cuarto original y se me sirvió más té de gachas. Los japoneses querían que cenara en el palacio, solo, o con el Sr. Heusken. Decliné esta invitación. Propuse compartir la cena, previendo que alguien de la familia real o el Primer Ministro comería conmigo. Me dijeron que sus costumbres prohibían eso. Repliqué que las costumbres de mi país prohibían que alguien comiera en una casa donde el anfitrión, o su representante, no se sentaran a la mesa con él. Finalmente se arregló la cuestión disponiéndose que cenara en mi hospedaje.

 

Fuente: Eva March Tappan, ed., The World's Story: A History of the World in Story, Song and Art, (Boston: Houghton Mifflin, 1914), Vol. I: China, Japan, and the Islands of the Pacific, pp. 438-442.

Traducción Ricardo Accurso.

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