Edmund
Burke:
Discurso
sobre la India en la Cámara de los Comunes, 1783
A pesar del acta de 1773, aún existe una serie de
preocupaciones sobre el gobierno de la India.
Nuestra conquista allí, tras
veinte años, es tan cruda como lo fue el primer día. Los nativos apenas conocen
lo que es ver el cabello gris de un inglés. Jóvenes (casi muchachos) gobiernan
allí, sin trato y sin consideración alguna hacia los nativos. Tienen tanto roce
social con el pueblo como si aún vivieran en Inglaterra, sólo el necesario para
amasar una rápida fortuna, con el objetivo de radicarse muy lejos de la India.
Animados por la avaricia de la edad y la impetuosidad de la juventud, llegan
unos tras otros, ola tras ola, y los nativos sólo pueden vislumbrar un futuro
desesperanzador de nuevos vuelos de aves de presa y de paso, con un apetito
continuamente renovado. Cada rupia de beneficio hecha por un inglés está
perdida por siempre para la India. Nosotros no aportamos ningún tipo de
superstición compensatoria, a través de la cual un mínimo de caridad
recompensa, a través del tiempo, a los pobres por la rapiña y las injusticias
cotidianas. No vamos acompañados de ningún orgullo constructor de monumentos
imponentes que reparen los daños que el orgullo ha producido, y que adorne a un
país con sus propios despojos. Inglaterra no ha construido iglesias, ni
hospitales, ni palacios, ni escuelas, ni puentes, ni carreteras, ni canales
navegables, ni represas. Cualquier otro conquistador anterior ha dejado algún
monumento tras él. Si nosotros fuéramos expulsados hoy mismo de la India, nada
quedaría para testimoniar nuestra presencia durante el ignominioso período de
nuestro dominio, en nada mejor que el dominio del orangután o del tigre.
En nada son peores los
muchachos que enviamos a la India respecto de los que azotamos en nuestras
escuelas, o que vemos trabajar con el pico, o inclinándose sobre un escritorio
en nuestro país. Pero como los jóvenes ingleses beben en la India la poción
embriagadora de la autoridad y el dominio antes de que sus cabezas puedan
soportarla, y como se enriquecen mucho antes de que hayan madurado moralmente,
ni la naturaleza ni la razón tienen oportunidad para inocularlos frente al
poder prematuro que ejercen. Las consecuencias de sus conductas, que en las
buenas mentes ( y muchos de ellos probablemente la tengan) puede producir
penitencia o rectificación, son incapaces de seguir la rapidez de sus vuelos
depredatorios. Su botín está depositado en Inglaterra, y los lamentos de la
India se pierden en los mares y en los vientos, y son transportados por los
monzones hacia un océano remoto y sordo. En la India actúan todos los vicios a
través de los cuales se adquiere una pronta riqueza; en Inglaterra a menudo se
despliegan por las mismas personas las virtudes que dispensa la riqueza
heredada. Arribados a Inglaterra, los destructores de la nobleza y de la
burguesía de todo un reino hallarán la mejor, más elegante y hospitalaria
compañía en esta nación. Aquí los industriales y los agricultores bendecirán la
mano justa y puntual que en la India arrancó la tela del telar, o que quitó al
campesino bengalí su magra ración de arroz y sal, o el opio que le permite
olvidar su opresión. Ellos se casan con vuestras hijas, ingresan en vuestra
intimidad, alivian vuestra economía por medio de préstamos, aumentan el valor
de vuestras propiedades fomentando la demanda; ellos protegen a los parientes
que dependen de vuestro patronazgo; y difícilmente haya un hogar en el reino
que no sienta algún interés o preocupación, que no haga aparecer repugnante y
desalentadora toda reforma de nuestro gobierno oriental. En tales intentos
ustedes hieren a aquellos que son capaces de devolver bondad o de sufrir daño.
Si tenéis éxito salvaréis a quienes ni siquiera pueden agradeceros. Todo esto
muestra la dificultad de la tarea que debemos enfrentar. Nuestro gobierno en la
India está en su peor estado de injusticia. Es necesaria una corrección
tremendamente vigorosa y la acción de hombres optimistas, templados, e incluso
apasionados por la causa. Es una ardua tarea alegar contra los abusos de un
poder que se originan en nuestro propio país, y afecta a quienes estamos
acostumbrados a tratar como extranjeros.
Fuente: extraído de D.B.Horn
y Mary Ransome, editores, English Historical Documents (London, Eyre &
Spottiswoode, 1957), pp.821-822.
Traducción: Vicente Accurso