James Barbot, Jr.

UNA REVUELTA PREMEDITADA

Nota: James Barbot, Jr., marino a bordo del negrero inglés Don Carlos, describe un levantamiento de esclavos que tuvo lugar a bordo de la nave.

Cerca de la una de la tarde, después de la comida, nosotros, de acuerdo a la costumbre  uno por uno, fuimos entre las cubiertas, para tener cada uno su pinta de agua; la mayoría de ellos estaba entonces sobre la cubierta, muchos de ellos provistos con cuchillos, que indiscretamente les habíamos dado dos o tres días antes, cuando no sospechábamos el menor intento de esta naturaleza de su parte; otros tenían barras de hierro que habían sacado de la puerta del castillo de proa, como habiendo premeditado una revuelta, y habiendo visto toda la compañía que tenían en el barco, en el mejor de los casos solamente débil y muchos muy enfermos, ellos también habían roto los grilletes de los pies de varios de sus compañeros, los que les servían de armas, así como leños de los que se habían provisto, y todas las otras cosas que ellos pudieron obtener, que ellos imaginaron que podían ser de uso para esta empresa. Así armados, ellos cayeron en multitudes y grupos sobre nuestros hombres, desprevenidos sobre la cubierta, y apuñalaron a uno de los más fornidos de todos nosotros, quien recibió catorce o quince heridas de sus cuchillos, y por lo tanto expiró. Seguidamente asaltaron a nuestro contramaestre, y cortaron una de sus piernas tan alrededor del hueso, que él no se pudo mover, habiendo sido cortados los nervios completamente; otros cortaron la garganta de nuestro cocinero hasta la tráquea, y otros hirieron a tres de los marineros, y tiraron a uno por la borda en esa condición, desde el castillo de proa al mar; quien, sin embargo, por la divina providencia, consiguió asirse a la bolina del trinquete, y se salvó... Nosotros tomamos las armas, disparando sobre los esclavos rebeldes, de los cuales matamos algunos, y herimos muchos: lo cual aterrorizó al resto de tal forma, que ellos huyeron, dispersándose unos hacia un lado y algunos otros entre las cubiertas, y bajo el castillo de proa; y muchos de los más rebeldes, saltaron por la borda, y se ahogaron en el océano con mucha resolución, demostrando no tener ninguna consideración por su propia vida. Así perdimos veintisiete o veintiocho esclavos, sea muertos por nosotros, o ahogados, y habiéndolos domesticado, enviado a todos a las cubiertas inferiores, diciéndoles buenas palabras. Al día siguiente teníamos a todos de nuevo sobre la cubierta, donde ellos unánimemente declararon, que los esclavos menbombe habían sido los incitadores del motín, y como ejemplo hicimos que cerca de treinta de los cabecillas fueran azotados muy severamente por todos nuestros hombres que eran capaces de hacer tal tarea.

He observado que la mayor mortalidad, cuando esta ocurre en barcos de esclavos, procede tanto de cargar demasiados, como de la falta de conocimiento sobre como manejarlos a bordo...

Para el manejo de nuestros esclavos a bordo, pusimos separados a los dos sexos, por medio de una fuerte separación a la altura del mástil mayor; la parte delantera es para los hombres, la otra detrás del mástil para las mujeres. Si se trata de grandes barcos transportando quinientos o seiscientos esclavos, la cubierta en tales barcos debe tener al menos cinco y medio o seis pies de alto, lo cual es el principal requisito para llevar adelante un transporte continuo de esclavos: cuanta mayor altura tenga, más aireada y conveniente es para un número tan considerable de criaturas humanas; y consecuentemente mucho más saludable para ellos, y apta para vigilarlos. Nosotros construimos una suerte de media-cubierta a los largo de los lados con tablas y tirantes provistos para ese propósito en Europa, esa media-cubierta se extendía nada más que a los lados de nuestras escotillas y así los esclavos yacían en dos hileras, una encima de la otra, y tan cerca uno de otro como podían ser apiñados...

Las tablas, o tablones, contraen alguna humedad, sea porque la cubierta es lavada muy a menudo para mantenerla limpia, o por la lluvia que entra por las escotillas u otras aberturas, y aun por el propio sudor de los esclavos; los que estando tan apiñados en un lugar pequeño, permanentemente, y en ocasiones muchos perturbados, en el mejor de los casos las grandes incomodidades hacen peligrar su salud...

Se ha observado antes, que algunos esclavos imaginan que son transportados para ser comidos, lo que los desespera; y otros están tan preocupados por su cautiverio: que si no se tiene el debido cuidado, se amotinarán y destruirán el barco entero en la esperanza de escapar.

Para prevenir tales infortunios, nosotros acostumbrábamos visitarlos diariamente, buscando cuidadosamente cada rincón entre las cubiertas, para ver que ellos no hubieran encontrado forma, de obtener ninguna pieza de hierro, o madera, o cuchillos, del barco, a pesar del gran cuidado que tomábamos de no dejar ninguna herramienta o clavo, u otras cosas a su alcance: lo cual, sin embargo, no siempre podía ser observado tan exactamente, cuando tanta gente está en el restringido radio de un barco.

Nosotros tratamos que tantos de nuestros hombres como fuera conveniente durmieran en la habitación depósito de las armas, y nuestros principales oficiales en la cabina grande, donde teníamos todas nuestras armas pequeñas prontas, con centinelas constantemente en las puertas y pasillos que conducían a ellos, estando así listos para frustrar cualquier intento que imprevistamente pudieran hacer nuestros esclavos.

Estas precauciones contribuyeron mucho a mantenerlos atemorizados; y si todos aquellos que transportan esclavos las observaran debidamente, no oiríamos hablar de tantas revueltas como las que han ocurrido. Donde yo estaba a cargo, siempre mantuvimos a nuestros esclavos en tal orden, que no percibimos la menor inclinación de ninguno de ellos a la rebelión, o el motín, y perdimos muy pocos de nuestra cantidad en el viaje.

Es verdad que, les permitíamos mucha más libertad, y los tratábamos con más suavidad de la que la mayoría de los otros europeos podían considerar prudente; como, tenerlos a todos sobre la cubierta todo el día durante el buen tiempo; darles sus comidas dos veces al día, a horas fijas, o sea, a las diez de la mañana, y a las cinco de la tarde; cuando terminaban estas, hacíamos volver a los hombres abajo entre las cubiertas, por lo que hace a las mujeres estaba enteramente a su propia discreción, estar sobre la cubierta todo el tiempo que quisieran, aún muchos de los varones tenían por turnos la misma libertad, exitosamente; siendo pocos o ninguno encadenado o puesto con grilletes, y eso solamente en respuesta a algunos disturbios, o injurias, provocadas a sus compañeros cautivos, como ocurrirá siempre entre un grupo numeroso de gente salvaje. Además, permitíamos a cada uno de ellos entre sus comidas un puñado de maíz y mandioca, y entonces y después pipas cortas y tabaco para fumar sobre la cubierta por turnos, y algunos cocos; y a las mujeres una pieza de ropa rústica para cubrirlas, y lo mismo para muchos de los hombres, de quienes teníamos cuidado de que se bañaran de tiempo en tiempo, para prevenir los parásitos, a los que son muy sujetos; y a causa de esto parecían más dulces y condescendientes. Hacia la tarde ellos se divertían sobre la cubierta, como lo creían apropiado, algunos conversando entre ellos, otros danzando, cantando, y haciendo deportes a su manera, lo que les complacía mucho, y también nos hacía pasar el tiempo a nosotros; especialmente el sexo femenino, que estaba aparte de los varones, en el castillo, y muchas de ellas eran doncellas jóvenes y florecientes, plenas de alegría y buen humor, nos ofrecían una abundancia de recreación; así como varios muchachos delicados, a los que mayormente teníamos para atendernos a bordo del barco.

Como observé antes, dábamos el rancho a los esclavos dos veces al día; la primera comida era de nuestros frijoles grandes cocidos, con una cierta cantidad manteca de ganso... La otra comida era de guisantes o maíz, y a veces mandioca... cocida con tocino, o grasa, o sebo por turnos: y algunas veces con aceite de palma y malagueta o pimienta de Guinea yo encontré que ellos tienen mejores estómagos para los guisantes, y esta es una comida propiamente de engorde para los cautivos...

Con cada comida le dábamos a cada esclavo una cáscara de coco llena de agua, y de tiempo en tiempo una medida de brandy, para fortalecer sus estómagos...

Puede decirse mucho más en relación a la preservación y mantenimiento de los esclavos en tales viajes, de lo que yo dejé a la prudencia de los oficiales que mandaban a bordo, si ellos valoraban su propia reputación y el beneficio de sus patrones; y debo solo añadir estos pocos detalles, que aunque nosotros debíamos estar circunscriptos a vigilar estrechamente a los esclavos, para prevenir o desalentar sus malos designios para su propia conservación, sin embargo no debíamos ser demasiado severos y arrogantes con ellos, sino por el contrario, cuidados y complacerlos en toda cosa razonable. Algunos comandantes, de temperamento malhumorado y terco están perpetuamente azotándolos y reprimiéndolos, sin la más mínima ofensa, y no soportan nada sobre la cubierta excepto cuando es inevitable para que se alivianen el vientre; con el pretexto de que esto impide el trabajo del barco y de los marinos y de que son problemáticos por su olor asqueroso y nauseabundo, o su bullicio; lo cual hace desesperar a esos pobres infelices, y además los hace caer en el desorden y la melancolía, y buscan la ocasión de destruirse a si mismos.

Tales oficiales deben considerar, que esas criaturas infortunadas son hombres igual que ellos, a pesar de ser de diferente color, y paganos; y que hacen lo mismo que harían ellos en iguales circunstancias...

Fuente: James Barbot, Jr., "A Supplement to the Description of the Coasts of North and South Guinea," in Awnsham and John Churchill, Collection of Voyages and Travels (London, 1732). Traducción: Luis César Bou 

 

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