ARTHUR JAMES BALFOUR

DEFENSA DEL MANDATO EN PALESTINA, 1922

Nota: Arthur Balfour (1848-1930) fue Primer Ministro británico entre 1902 y 1905 y luego como Secretario de Asuntos Exteriores responsable de la “Declaración de Balfour”. En 1922 respondió en este discurso a un ataque a la promesa hecha en esa declaración al pueblo judío.

Mi noble amigo nos dijo en su discurso, y yo le creo absolutamente, que él no tiene prejuicios contra los judíos. Pienso que debo decir que yo no tengo prejuicios en su favor. Pero su posición y su historia, su conexión con la religión mundial y con la política mundial es absolutamente única. No hay paralelo a ella, no hay nada que se aproxime a igualarla, en cualquier otro aspecto de la historia humana. Aquí tienen ustedes a una pequeña raza habitando originariamente un pequeño país, pienso que del tamaño de Gales o Bélgica, en todo sentido de tamaño comparable a estos dos, no teniendo en ningún momento de su historia nada que pueda ser descrito como poder material, a veces aplastado entre grandes monarquías orientales, deportados sus habitantes, luego dispersados, luego deportados del país hacia casi todas partes del mundo, y sin embargo manteniendo una continuidad de tradición religiosa y racial que no tiene paralelo en ninguna parte.

Esto en sí mismo, es suficientemente remarcable, pero considerarlo no es una consideración placentera, pero hay otra que no podemos olvidar: Cómo han sido tratados durante largos siglos, durante siglos que en algunas partes del mundo se extienden hasta la hora y minuto en la que estoy hablando; considerar cómo han sido sometidos a persecución y tiranía; considerar hasta qué punto la entera cultura de Europa, la entera organización religiosa de Europa, no se ha probado de tiempo en tiempo culpable de grandes crímenes contra esta raza. Entiendo bien que algunos miembros de esta raza puedan haber dado ocasión, sin duda lo hicieron, para esta aversión, y no sé cómo de otra manera podrían ser tratados como lo son; pero, si van a hacer hincapié en eso, no olviden qué rol han jugado en el desarrollo intelectual, artístico, filosófico y científico del mundo. No digo nada del aspecto económico de sus energías, porque sobre él siempre estuvo concentrada la atención de los cristianos.

Les pido Señorías considerar el otro lado de sus actividades. Nadie que sepa de qué está hablando negará que al menos han --y lo estoy señalando lo más moderadamente que puedo-- remado con todas sus fuerzas en la nave del progreso científico, intelectual y artístico, y que lo están haciendo hasta el día de hoy. Los encontrarán en cada Universidad, en cada centro de aprendizaje; y en el mismo momento en que estaban siendo perseguidos, cuando algunos de ellos, por todos los medios, estaban siendo perseguidos por la Iglesia, sus filósofos estaban desarrollando pensamientos que los grandes doctores de la Iglesia incorporaron en su sistema religioso. Así fue en la Edad Media, así fue en los tiempos antiguos, así es ahora. Y además, ¿hay alguien aquí que se sienta contento con la posición de los judíos? Ellos han sido capaces, por esta extraordinaria tenacidad de su raza, de mantener esta continuidad, y la han mantenido sin tener ningún Hogar Judío.

¿Cuál ha sido el resultado? El resultado ha sido que ellos han sido descritos como parásitos sobre cada civilización en cuyos asuntos se han mezclado, parásitos muy útiles me aventuro a decir. Pero¿ hasta cuándo será esto, no piensan Sus Señorías que si la Cristiandad, sin olvidar todo lo erróneo que ha hecho, puede dar una oportunidad, sin perjudicar a otros, a esta raza de mostrar hasta dónde puede organizar una cultura en un Hogar donde esté a salvo de la opresión,  que no está bien decir, si podemos hacerlo, que debemos hacerlo. Y, si podemos hacerlo, no debe hacerse algo material para lavar una antigua mancha sobre nuestra propia civilización si absorbemos a la raza judía de una manera amistosa y efectiva en estos países en los que son ciudadanos? Les habremos dado entonces lo que tienen todas las naciones, algún lugar, alguna morada, donde puedan desarrollar la cultura y tradiciones que les son peculiarmente propias.

Puedo defender --me he esforzado, y espero que no infructuosamente, en defender este esquema del Mandato en Palestina de la perspectiva más material, y de ese punto de vista que es capaz de defensa. Me he esforzado por defenderlo desde el punto de vista de la población existente, y he mostrado, espero que con algún efecto, que su prosperidad también está íntimamente ligada al éxito del sionismo. Pero habiéndome esforzado hasta lo mejor de mi capacidad para mantener estas dos proposiciones, daría, en consecuencia, una visión inadecuada de mis opiniones a Sus Señorías si me sentara sin insistir hasta lo último de mi capacidad en que, más allá y por encima de todo esto, hay un gran ideal al que aquellos que piensan como yo están aspirando, y que, creo, está dentro de su poder alcanzar.

Puede fracasar. No niego que es una aventura. ¿No hemos nunca tenido aventuras? No hemos nunca intentado nuevos experimentos? Espero que Sus Señorías nunca desciendan a esa depresión poco imaginativa, y que experimento y aventura sean justificados si hay algún caso o causa para su justificación. Seguramente, es correcto que podamos enviar un mensaje hacia todos los lugares donde ha sido dispersada la raza judía, un mensaje que les dirá que la Cristiandad no ignora su fe, no está indiferente al servicio que han rendido a las grandes religiones del mundo, y, lo principal de todo, a la religión que profesan la mayoría de Sus Señorías, y que deseamos hasta lo mejor de muestra capacidad darles esa oportunidad de desarrollar, en paz y quietud bajo el gobierno británico, esos grandes dones que hasta ahora han sido compelidos por la misma naturaleza del caso a brindar con fruición en aquellos países que no conocen su lenguaje, y no pertenecen a su raza. Este es el ideal que deseo ver realizado, este es el propósito que yace en las raíces de la política que estoy tratando de defender; y, porque es defendible en todos sus aspectos, es el argumento que principalmente me anima.

Fuente:

Penguin Book of Twentieth Century Speeches (London: Viking Penguin, 1992), pp. 88-90.

Traducción: Luis César Bou

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