MAHATMA GANDHI

EL AYUNO

En este fragmento de su autobiografía, Gandhi relata su acción en Ahmedabad, luego de su retorno de Sudáfrica. Allí se pliega a las reivindicaciones obreras, ayunando en apoyo de los huelguistas de la industria textil. Finalmente, llega a un acuerdo para levantar el ayuno, aun cuando no se logran la totalidad de las reivindicaciones obreras.

 

Durante las dos primeras semanas, los obreros demostraron gran coraje y control, y realizaron diariamente magníficos mitines. En esas ocasiones solía recordarles su resolución, y ellos me contestaban que antes preferían morir que no cumplir con la palabra dada.

 

Pero más tarde comenzaron a aparecer signos de debilidad. Así como la debilidad física se manifiesta en el hombre por medio de la irascibilidad, su actitud ante los "rompehuelgas" se hacía cada vez más amenazadora a medida que la huelga parecía correr el peligro de fracasar, y comencé a temer el estallido de atentados y provocaciones. La concurrencia a los mitines era cada vez menor, y en los rostros de los que llegaban hasta ellos se observaban claramente los signos de la impotencia y la desesperación. Por último, me llegaron noticias de que los huelguistas comenzaban a desertar. Me sentí profundamente preocupado y me dediqué a pensar, fervorosamente, cuál era mi deber en esas circunstancias. Ya contaba con la experiencia de una huelga gigantesca en África del Sur, pero la situación que enfrentaba aquí era distinta. Los obreros habían tomado una resolución de acuerdo con mi consejo. La repitieron ante mí día tras día, y la idea de que ahora se arrepintieran de haberme hecho caso, me resultaba inconcebible. Esto era orgullo, ¿O es que el resultado de mi amor por los trabajadores y mi apasionada búsqueda de la verdad constituían la base de este sentimiento? ¿Quién podía decirlo?

Una mañana --durante un mitin con los obreros-- mientras aún me hallaba preocupado, sin ver claramente el camino a seguir, la luz llegó hasta mí. Luminosas, y por sí solas, subieron las palabras hasta mis labios:

--A menos que los huelguistas se mantengan unidos --declaré ante la asamblea-- y continúen la huelga hasta que sea logrado un acuerdo, no tocaré alimento alguno.

Los obreros quedaron anonadados. Por las mejillas de Anasuyabehn corrían las lágrimas. Los obreros comenzaron a gritarme:

--Usted no, nosotros ayunaremos. Sería terrible que usted debiera ayunar. Por favor, perdónenos, no traicionaremos nuestra resolución.

--No es necesario que ustedes ayunen --contesté--. Será suficiente que permannezcan fieles a su objetivo. Como no ignoran, estamos sin fondos, y no queremos continuar nuestra huelga viviendo de la caridad pública. Por lo tanto, habrá que proveer a nuestra existencia mediante alguna especie de trabajo, y así se podrá mantener la independencia de todos, dure lo que dure la huelga. En cuanto a mi ayuno, lo interrumpiré sólo después que termine la huelga.

Mientras tanto, Vallabhbhai intentaba encontrar algún empleo a los huelguistas en la Municipalidad, pero no albergaba muchas esperanzas. Maganlal Gandhi sugirió que, como necesitábamos arena para la construcción de nuestra escuela de tejedores en el ashram, cierto número de obreros podía ser empleado con ese propósito. Los obreros aceptaron encantados esta propuesta. Anasuyabelm indicó el camino con su canasta de arena sobre la cabeza, y muy pronto una fila de obreros podía ser vista recorriendo el sendero que iba del río hasta el ashram, con sus respectivas cestas de arena sobre las cabezas. Los obreros se sintieron fortalecidos con esta solución.

Mi ayuno llevaba implícito un grave defecto. Como ya mencioné en un capítulo anterior, contaba con relaciones muy estrechas entre los propietarios, y mi ayuno no podía dejar de afectarlos. Por ser un satyagrahi, sabía que no debía ayunar contra ellos, sino dejarlos en libertad de ser influidos únicamente por la huelga de los obreros. Mi ayuno fue el resultado no de una actitud determinada hacia los propietarios, sino que en mi calidad de representante de los obreros, ésta constituía mi parte en la tarea común. Con los propietarios, únicamente podía discutir; ayunar contra ellos significaba recurrir a la coerción. De modo que, a pesar de que sabía que mi ayuno implicaba una presión sobre ellos, como realmente sucedió, sentía que no podía menos que hacerlo. Mi deber de asumir el ayuno se me presentó suficientemente claro.

Quise que los propietarios no se sintieran obligados por ayuno.

--No hay necesidad de que abandonen la posición que tienen --les dije. Pero recibieron fríamente mis palabras, e incluso con cierto sarcasmo, algunos me dijeron que estaban en su derecho de mantenerse en ella.

El personaje principal entre los que determinaban la irreductible posición de los propietarios, era Shetk Ambalal. Su serena decisión y su transparente sinceridad eran magníficas, y conquistaron mi corazón. La pena que causaba mi ayuno entre los propietarios era inmensa, y la misma esposa de Sheth Ambalal, Sarladevi, se acercó a mí con el afecto de una hermana, y no pude dejar de notar la angustia que le causaba mi acción.

Anasuyabehn y cierto número de amigos y obreros, me acompañaron el primer día de ayuno. Pero después de algunas dificultades, pude disuadirlos de su propósito de continuar conmigo.

El resultado de todo esto fue una atmósfera de buenos deseos mutuos. Los corazones de los propietarios fueron conmovidos, y lograron encontrar algunas vías para un arreglo. La casa de Anasuyabehn se convirtió en la sede de sus conversaciones. Sjt. Anandshankar Dhruva intervino también, y por último fue designado árbitro, y la huelga terminó después de sólo tres días de ayuno. Los propietarios conmemoraron el acontecimiento distribuyendo golosinas entre los obreros, y así es como la solución llegó después de veintiún días de huelga.

En el mitin realizado para celebrar el acontecimiento, estuvieron presentes los propietarios y el comisionado de policía. El consejo que éste dio a los obreros en esta ocasión fue:

--Deben hacer siempre lo que diga Mr. Gandhi.

Casi inmediatamente después de estos acontecimientos, tuve que entablar una lucha con este mismo caballero. Pero las circunstancias habían cambiado, y él cambió con ellas. En esa oportunidad prefirió decir a los campesinos de Kheda ¡que era peligroso seguir mis consejos!

No debo terminar este capítulo sin recordar un incidente que resultó gracioso en su patetismo. Sucedió en relación con la distribución de golosinas. Los propietarios habían encargado gran cantidad de éstas y constituía un verdadero problema la forma de distribuirlas entre los miles de obreros. Se decidió que el mejor método sería distribuirlas al aire libre, bajo el mismo árbol donde el primer mitin tomó la resolución de seguir la huelga hasta obtener un resultado, ya que hubiese resultado difícil poder reunir a todos en cualquier otro lugar.

Estaba seguro que hombres que durante veintiún, días observaron una estricta disciplina en condiciones difíciles, no tendrían dificultad en mantenerse tranquilos y en orden mientras se distribuían las golosinas, sin convertir este acto en un caos. Pero cuando llegó el momento de la prueba, todos los métodos intentados para proceder a la distribución, fracasaron. Una y otra vez las filas de personas se mezclaban creando una indescriptible confusión apenas pasaban unos minutos de distribución. Los líderes de los obreros apelaban a todos sus recursos para restablecer el orden, pero en vano. La confusión, los choques y el escándalo llegaron a tal extremo, que gran cantidad de golosinas fue aplastada bajo los pies de la multitud, y el deseo de distribuir al aire libre lo que quedaba, terminó por ser abandonado. Con muchas dificultades logramos transportar el resto al bungalow de Sheth Ambalal, en Mirzapur. Al día siguiente no hubo problemas en distribuir las golosinas.

La parte cómica de este incidente es obvia, pero el aspecto patético merece un poco de meditación. Una investigación posterior reveló que la población de mendigos de Ahmedabad, habiéndose enterado que serían distribuidas golosinas bajo el árbol Ek-Tek, se presentaron en gran número, y fue su escándalo de hambrientos el que creó la confusión y el desorden.

La creciente pobreza y miseria que aflige a nuestro país, año tras año lleva a más gente a convertirse en mendigos, cuya desesperada lucha por el pan los vuelve insensibles a todos los sentimientos de decencia y respeto mutuos. Y nuestros filántropos, en vez de procurarles trabajo para que ganen su pan, les dan limosnas.

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