EL MOTÍN DE LA GOLETA “AMISTAD”

Fragmentos de la investigación judicial

 

El motín de la goleta “Amistad” fue uno de los pocos casos de motines exitosos. Además es un caso especial porque de él tenemos una descripción detallada en la investigación judicial subsiguiente.

 

 

El siguiente en declarar fue el señor Don José Ruiz, y testificó como sigue: Compré 49 esclavos en La Habana, y los embarqué a bordo de la goleta Amistad. Zarpamos para Guanaja, el puerto intermedio para Príncipe. Durante los cuatro primeros días todo anduvo bien. En la noche oímos un ruido en castillo de proa. Todos nosotros estábamos durmiendo excepto el hombre timón. No sé como comenzaron las cosas; fuimos despertados por el ruido. A este hombre Joseph, yo lo vi. No puedo decir cuantos estaban involucrados. No había luna. Estaba muy oscuro. Tomé un remo y traté de apaciguar el motín, grité ¡no! ¡no! Luego oí a uno de la tripulación gritar al caer muerto. Luego oí al capitán ordenar al camarero ir abajo y conseguir algo de pan para arrojarles, en la esperanza de pacificar a los negros. Yo fui abajo y llamé a Montez para que me siguiera, y les dije que no me mataran: No vi al capitán asesinado. Ellos me llamaron a cubierta y me dijeron que no sería lastimado. Les pedí como un favor que fueran clementes con el viejo. Ellos lo hicieron. Luego de esto ellos fueron abajo y registraron las pertenencias de los pasajeros. Antes de hacer esto, nos ataron las manos. Seguimos nuestro curso –no sé quién estaba al timón. Al día siguiente perdí de vista al capitán Ramón Ferrer, dos marineros, Manuel Pagilla y Yacinto, y al cocinero Selestina. Todos dormimos en cubierta. Los esclavos nos dijeron al día siguiente que los habían matado a todos; pero el camarero dijo que habían matado solamente al capitán y al cocinero. Los otros dos dijo que habían escapado en la canoa –un bote pequeño. El camarero es africano de nacimiento, pero ha vivido largo tiempo en Cuba. Su nombre es Antonio, y pertenece al capitán. Desde este momento fuimos compelidos a dirigirnos hacia el este durante el día: pero a veces el viento no nos acompañaba para ir hacia el este, entonces ellos podían amenazarnos de muerte. En la noche torcíamos hacia el oeste, e íbamos hacia el norte lo más que podíamos. Estábamos a seis o siete leguas de tierra cuando se inició el motín. Antonio está todavía con vida. Ellos pudieron haberlo matado, pero el actuó como intérprete entre nosotros, porque entendía ambas lenguas. Él está ahora a bordo de la goleta. Principe es a unos dos días de navegación desde La Habana, o a 100 leguas, considerando que tres millas hacen una legua. A veces cuando los vientos son adversos, el viaje lleva 15 días.

El siguiente en declarar fue el señor Don Pedro Montez. Este testigo declaró totalmente en español, siendo el intérprete el teniente R. W. Meade

Dejamos La Habana el 28 de junio. Yo poseía cuatro esclavos, tres hembras y un macho. Por tres días el viento estuvo a favor y todo fue bien. Entre las 11 y las 12 de la noche, justo cuando estaba saliendo la luna, el cielo estaba oscuro y nublado, el tiempo muy lluvioso, en la cuarta noche yo estaba acostado sobre un colchón. Tres o cuatro fueron despertados por un ruido causado por los golpes dados al cocinero mulato. Subí a cubierta y ellos me atacaron. Tomé un garrote y un cuchillo con vistas a defenderme. No deseaba matarlos ni herirlos. En este momento el prisionero me hirió en la cabeza severamente con uno de los machetes, también en el brazo. Luego corrí hacia abajo y me acomodé entre dos barriles cubriéndome con una vela. El prisionero corrió hacia mí e intentó matarme, pero esto fue evitado por la intervención de otro hombre. Yo reconozco a quien me hirió, pero no estaba con sentidos suficientes como para distinguir al hombre que me salvó. Estaba extenuado por la pérdida de sangre. Luego fui llevado a cubierta y atado a la mano de Ruiz. Luego de esto me ordenaron navegar hacia su país. Yo les dije que no conocía el camino. Tenía mucho miedo y había perdido mis sentidos, de manera que no puedo reconocer a quien me ató. Al segundo día luego del motín, vino un fuerte viento. Así y todo seguí navegando, habiendo una vez sido patrón de un velero. Cuando me recobré, navegué hacia La Habana, en la noche guiándome por las estrellas, pero por el sol en el día, teniendo cuidado de no hacer más camino que el posible. Luego de navegar cincuenta leguas, vimos a un barco mercante americano, pero no le hablamos. También fuimos pasados por una goleta pero no fue advertida. Cada momento mi vida estaba amenazada. Yo sé nada de la muerte del capitán. Todo lo que sé de la muerte del mulato es que oí los golpes. Él estaba dormido cuando lo atacaron. A la mañana siguiente los negros habían lavado las cubiertas. Durante la lluvia el capitán estaba al timón. Ellos estaban todos contentos, al día siguiente, de lo que había ocurrido. Los prisioneros me trataron duramente, y si no fuera por la intervención de otros, me habrían matado varias veces cada día. No llevamos la cuenta. No sé cuantos días estuvimos navegando, ni qué día de la semana era cuando llegaron a bordo los oficiales. Anclamos al menos treinta veces, y perdimos un ancla en Nueva Providencia. Cuando estábamos anclados éramos tratados bien, pero en el mar ellos actuaban muy cruelmente en relación conmigo. Ellos una vez me dijeron que anclara en alta mar. Yo no tenía deseos de matar a ninguno de ellos, sino de evitar que se mataran entre ellos.

El prisionero fue entonces enviado a su reducto, y la Corte trasladó la sesión a la goleta, que debía inspeccionar y donde Antonio cuando hiciera su descargo podría reconocer a quienes mataron al capitán y a su cocinero mulato.

Investigación a bordo del Amistad

Antonio, el esclavo del capitán asesinado, fue llamado ante la corte, y fue interrogado en español, por el teniente Meade, sobre el tipo de juramento que iba a hacer. Él dijo que era cristiano, y habiendo jurado, testificó así:

“Nosotros habíamos estado navegando por cuatro días cuando estalló el motín. Esa noche había estado lloviendo muy fuerte, y todas las manos estaban en la cubierta. La lluvia cesó, pero todavía estaba muy oscuro. Las nubes cubrían la luna. Luego de la lluvia, el capitán y el mulato yacían sobre algunos colchones que habían llevado a cubierta. Cuatro de los esclavos vinieron hacia la popa, armados con esos cuchillos que son usados para cortar la caña de azúcar; ellos hirieron al Capitán a través de la cara dos o tres veces; y al mulato muchas veces. Ninguno de ellos gritó. Para este momento el resto de los esclavos había venido a cubierta, todos armados de la misma manera. El hombre que estaba en el timón y otro bajaron el bote pequeño y escaparon. Yo estaba despierto y vi todo. El hombre escapó entes que el señor Ruiz y el señor Montez despertaran. Joseph, el hombre encadenado, era el líder; él atacó al señor Montez. El señor Montez luchó con él y le dijo que se detuviera. El capitán me ordenó que les arrojara algo de pan. Yo lo hice, pero ellos no querían ni tocarlo. Luego de matar al capitán y al cocinero, y herir al señor Montez, ellos ataron a Montez y a Ruiz por las manos hasta que hubieron registrado el camarote. Luego de hacerlo, los soltaron, y fueron hacia abajo. El señor Montez podía caminar escasamente. Los cuerpos del capitán y del mulato fueron arrojados por la borda y las cubiertas lavadas. Uno de los esclavos que atacó al capitán ha muerto. Joseph fue uno, dos de ellos están ahora abajo (El muchacho entonces dejó la cubierta y señaló a dos negros que habían conspirado para matar al capitán y al mulato).

Habiendo finalizado el examen del muchacho, la corte retornó por medio del transporte que los puso a bordo del Wachington, y luego de estar en consulta algún tiempo, llegó a la siguiente decisión:

Joseph Cingue, el líder, y otros 38, que son nombrados en la acusación, son enviados a juicio ante la próxima corte de circuito en Hartford, a realizarse en 17 de septiembre próximo.

A las tres muchachas y a Antonio, el camarero, se les ordena dar en depósito la suma de $ 100 cada uno para comparecer ante dicha corte y dar evidencia del caso, y  ante la ausencia de dicho depósito ser llevados al la cárcel de la corte en la ciudad de New Haven. Estas personas no están acusadas. Al teniente R. W. Meade, Don José Ruiz y Don Pedro Montez se les ordena depositar la suma de $ 100 cada uno para comparecer y dar evidencia en dicho caso, ante la mencionada corte. La corte finalmente levanta la sesión, habiendo dado una orden al U. S. Marshal, de transportarlos a New Haven.

Traducción: Luis César Bou

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