Casualidad Manifiesta



Hace muchos años, Sir Isaac Newton hizo un modelo de trabajo de nuestro sistema solar. En el centro había una gran bola dorada que representaba el sol, y girando alrededor de ella estaban los planetas, pequeñas esferas adheridas al extremo de varillas de diferentes longitudes. El conjunto se movía majestuosamente, con una exactitud y complejidad tal que maravillaba.

Un amigo suyo, científico racionalista, pasó por su casa para hacerle una visita. Al contemplar cómo Newton hacía mover a los pequeños planetas en sus órbitas exactas quedó admirado. Tras unos instantes de éxtasis exclamó:

- ��Vaya, vaya! �Qué cosa tan exttraordinaria! �Quién lo hizo?�

Sin levantar la vista de su trabajo, Newton contestó: ��Ah, eso, no fue nadie!�

- ��Nadie..?� - le preguntó su ammigo.

- �Así es. Estas bolas, dientes, correas, varillas y engranajes se unieron casualmente. Ha sido una pura coincidencia. Por cierto, que también fue una cuesti�n de suerte que comenzasen a girar en sus respectivas órbitas en una distancia y un tiempo exactos y perfectos�.

El incrédulo amigo, que había tenido varias discusiones sobre el origen del universo con Newton, un cristiano protestante, entendió el mensaje. Era una simpleza suponer que el modelo se había hecho solo. Pero tenía mucho menos sentido aceptar la teoría de que el planeta Tierra y el vasto universo de galaxias existiesen por una casualidad afortunada.

Los cielos cuentan la gloria de Dios,
y el firmamento anuncia la obra de sus manos

(Salmo 19:1)



� N. Castillo, I+CP, 2002, Espa�a (www.ICP-e.org)



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