El Carpintero


Carpintero Caminando con el carpintero, me invitó a conocer su taller. Al llegar pude ver un orden impecable, cada cosa en su sitio, había un ambiente maravilloso pues se podía respirar una paz única. Me mostró los materiales y herramientas con los que solía trabajar, cada uno cumplía una función específica, como pulir, refinar, tallar, recomponer, unir. Se podía encontrar el elemento preciso para cada caso. Posteriormente ingresamos a un gran cobertizo, era el sitio donde se encontraban todos los muebles, maderas, puertas, ventanas y demás que se recibían para reparar. Unos precisaban simplemente un barniz, pero otros urgían de un tratamiento más largo para ser reconstruido; había también aquellos que con el tiempo se volvieron ásperos y perdieron su brillo, también los que estaban partidos y dañados por un mal uso. Luego fuimos hacia el último salón, estaba muy bien iluminado, un delicioso y dulce aroma se dejaba sentir, era el lugar donde se encontraban las piezas trabajadas, todas tenían un acabado perfecto, parecían nuevas, como si nunca hubieran envejecido, se notaban las manos suaves y expertas que habían pasado por allí.

De repente, el carpintero me miró con un brillo extraordinario en los ojos, entonces pude comprender que esa carpintería trabajaba con el corazón del ser humano. Los materiales que había visto en la primera habitación eran el amor, la paciencia, la fidelidad, la misericordia, las pruebas, la bondad, la ternura y la disciplina. En el cobertizo estaban los corazones, los que habían sufrido y necesitaban consuelo, los que se habían partido de tantas heridas, los que estaban sucios y raídos, los que tenían astillas y estaban ásperos, los que necesitaban ser restaurados para dejar ver su verdadero valor.

El último salón era su misma habitación, donde los corazones ya habían sido tratados por las manos expertas y bondadosas de quién sabe mejor que nadie hacer su trabajo. Jesús de Nazareth, así se llama el carpintero, quien siempre tiene el taller abierto para recibir cualquier trabajo, por más difícil que parezca, por más inútil que resulte para otros.

Él puede con todo, no hay destrozo que no pueda restaurar, no hay torpeza que no pueda embellecer. Sus manos continúan siendo las más suaves, su precisión es impecable y aunque a veces deba sujetar con fuerza las herramientas y por un momento produzcan dolor, al terminar se puede ver que valió la pena haber pasado por el cincel, por el martillo, por el barniz, por la pulidora, a fin de haber sido perfeccionados.


Por Valeria Nazer de Parada, "Premio Joven de la Paz" (2001), Comunicadora Social, columnista del Diario El Deber, de Santa Cruz - Bolivia, art�culo publicado en la Revista Dominical Extra, el 8 de Junio del 2003

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