LAS COSAS SIMPLES


Tenía 7 años cuando aprendí una de mis primeras lecciones sobre la felicidad. En colegio estábamos elaborando una muñeca de trapo para regalarle a nuestras mamás. Recuerdo cuanto empeño puse, el sacrificio que me costó terminarla, hasta que por fin llegó el día y pude entregársela. El rostro de mi madre tenía una expresión de dulzura, orgullo, gozo. Me abrazó tan fuerte que hasta ahora puedo sentirlo. Me dijo que era el mejor regalo que le habían hecho. La muñeca era la más hermosa que había visto y lo más especial era que su hijita la había elaborado.

Peluche Al otro día, y aún con la emoción, voy a buscarla para mostrarla a una tía, pero terrible fue mi sorpresa cuando encontré al perro con la muñeca casi destrozada entre sus dientes. Ya no tenía ojos, el cabello quedó desaliñado, el vestido rasgado e incluso la esponja con que había sido rellenada estaba afuera. Me puse a llorar sin consuelo, sin embargo mi mamá comenzó a reunir los restos y así se la mostró a mi tía, le dijo que la muñeca era muy especial y que no importaba como estaba porque la iba a arreglar. Compramos algunos materiales para remendarla, es así que ella comenzó a coserle el vestidito, esta vez en colores vivos; al cabello le hicimos unas trencitas con corbatones rojos; los ojos ahora eran celestes y luego le dibujamos una gran sonrisa. Después de terminada la reconstrucción vimos que la muñequita estaba más hermosa que antes y nuevamente volví a sonreir, pues vi cuanto valor tenía para ella lo que había hecho, ya que se tomó la molestia de componer los defectos que tenía, pues de otra manera el único camino que quedaba era botarla.

Han pasado ya tantos años y todavía recuerdo ese episodio tan amoroso de mi niñez y ahora que soy madre puedo darme cuenta que no hay mejor obsequio que aquel que recibimos de la mano de nuestros hijos. No importa si es imperfecto, si es común, lo importante es que viene de esa personita que amamos. Cuando miro hacia atrás y recuerdo cosas de mi niñez, o cuando veo a mi hijito, me doy cuenta que la felicidad está en cosas simples de la vida. Cuánto de nuestro esfuerzo gastamos tratando de ser felices, cuán frustrados nos sentimos cuando no alcanzamos lo que ambicionamos, cuán derrotados nos creemos cuando esa gran meta parece inalcanzable y cuán terriblemente nos deprimimos porque creemos que la felicidad no ha sido fabricada para nosotros. Mi querido lector hoy quise compartir esta sencilla historia con usted, porque fue algo que marcó mi vida, me enseñó a ser feliz sin complicaciones, a valorar lo que soy y lo que tengo, a no desfallecer cuando las metas parecen lejanas. A veces por estar sumergidos en grandes afanes, perdemos la oportunidad de momentos de gozo que nos brindan nuestros hijos, la pareja, hasta incluso la naturaleza. Hoy le pido que se detenga, mire a su alrededor y en vez de contabilizar sus fracasos empiece a ver en cuantas cosas simples puede encontrar la felicidad que está al alcance de su mano. Enseñe a sus hijos a sentir alegría y paz contemplando un atardecer, dándole besos y abrazos, orando de la mano, haciendo alguna tarea, soñando despiertos y verá que luego serán personas agradecidas, satisfechas y plenas.

No se engañe pensando que la felicidad es un artículo de lujo, pues la podemos encontrar gratuitamente en nuestro Creador y en nuestro interior. No nos compliquemos más desperdiciando el tiempo en fatigas y gastando nuestras energías, pues podemos ser felices ahora mismo, piénselo.


Por Valeria Nazer de Parada, "Premio Joven de la Paz" (2001), Comunicadora Social, columnista del Diario El Deber, de Santa Cruz - Bolivia, art�culo publicado en la Revista Dominical Extra, el 21 de Octubre de 2001

<<< ANTERIOR

Volver a Pagina Principal


Quiere un buen consejo? lea La Santa Biblia  
Hosted by www.Geocities.ws

1