Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Alemania, conocí a una niñita llamada Liz, quien sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse aparentemente era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla. El doctor explicó la situaci�n al hermano de la niña y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su hermana. Lo ví dudar por solo un momento antes de tomar un gran suspiro y decir: "S�, lo haré, si eso salva a Liz".
Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana y sonriente mientras nosotros los asistíamos a ambos, viendo retornar el color a las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: "�A qué hora empezaré a morirme?". Siendo sólo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a su hermana y entonces moriría. Y aún así se la daba.
Guillermo Sousa, Monterrey (Mexico), publicado en "El Deber", Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, Domingo 01, abril de 2001