María
Reina del Líbano ( 1
)
Y tú, María, reina del Líbano,
próximamente proclamada reina del universo, escucha
mi plegaria. El arcángel que te hizo el primer saludo
te llamó: llena de gracia, "gratia plena".
Un gran doctor de la Iglesia, san Bernardo, comentó:
"plena tibi, superplena nobis: llena de gracia para ti,
superllena para nosotros".
¡Oh María!, derrama la superabundancia
de tu gracia sobre este amado pueblo tuyo. Por primera vez,
en su larga historia, se ve levantado a plena libertad e independencia
política y social. Que su legislación esté
siempre inspirada en principios de respeto y de fidelidad
a sus gloriosas tradiciones; que la convivencia humana esté
marcada por los místicos dones de unidad y de paz que
son el objeto de la más ferviente en este santo sacrificio
eucarístico que ahora reanudo ante tus ojos benignos,
madre nuestra y reina del Líbano, en íntima
unión sacrificial con Jesús bendito, hijo tuyo
y hermano nuestro.
Una nueva súplica, ¡Oh María!
Puesto que en atención a la súplica de Jesús
"que todos sus hermanos estén unidos entre sí
y con El, como El lo está con el Padre" (cf. Jn
17,23), el anuncio de un solo redil bajo el cayado de un solo
pastor "unum ovile et unus pastor" (Jn 10,16), ciertamente
se realizará, que esta realización de la unidad
a la que aspiran todos los que creen en Cristo comience desde
aquí, desde la tierra del Líbano, por tu intercesión,
¡oh María!
La reconstitución de la catolcidad
en su amplitud y perfección será el acontecimiento
más importante de los tiempos modernos. Que este acontecimiento
quede adscrito a tu nombre, reina del Líbano, como
nuestro Santo Padre nos lo recuerda en las palabras que yo
trasmitiré a estos tus fieles en su nombre. El Papa
dirá a los libaneses: "Que vuestro fervor, renovado
en el ejercicio de la piedad mariana, sea la sal que no se
hace insípida, la luz puesta sobre el candelero, cuya
llama ilumina a todos los que están en la casa; que
el calor de vuestra caridad sea acogedor sobre todo con los
hemranos separados, cuya profunda piedad mariana conocemos
y a los que hemos invitado paternalmente en nuestra encíclica
Fulgens corona a volver con las miradas a María,
pidiendo insistentemente esta unidad".(
2 )
Mis queridos hermanos libaneses, nada es
imposible para nuestra oración. Ante nuestros ojos
tenemos al arcángel Gabriel. Las últimas palabras
de su mensaje son precisamente éstas: "Nada es
imposible para Dios" (Lc 1,37).
Animo, pues y confianza. En la cumbre de
la santa montaña los cedros de la antigüedad crecen
todavía, y sus ramas son aún amplias y vigorosas
para acoger místicamente a todos los adoradores de
Cristo "in spiritu et veritate"(
3 ) (en espíritu
y verdad). Esta será la gloria del Líbano en
el porvenir, la gloria de María, su madre y reina.
Así sea.
(1)
De la homilía de calusura de las fiestas marianas,
Beirut, 24 de octubre de 1954. Cf. Scritti e discorsi,
cit., vol IV, pp. 63-65.
(2)
Carta al cardenal Legado en el Congreso Nacional Mariano del
Líbano; cf. A.A.S. XLVI (1954), p. 653.
(3)
Cf. Jn 4, 23.
Tomado de: "Diario del Alma
y otros escritos piadosos", Juan XXIII, Ediciones
Cristiandad, Madrid, 1964.
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