JULIUS EVOLA
ORIENTACIONES
(1)
1. Es inútil
hacerse ilusiones con las quimeras de un optimismo cualquiera: en nuestros días
nos encontramos al final de un ciclo. Desde hace ya siglos, primero
imperceptiblemente, después como el movimiento de una masa que se desploma, son
múltiples los procesos que han destruido en Occidente todo ordenamiento normal
y legítimo de los hombres, que han falseado incluso la más alta concepción de
la vida, de la acción, del conocimiento y del combate. El movimiento de esta caída,
su velocidad, su aspecto vertiginoso, ha sido llamado “progreso”. Y a este
“progreso” se han dedicado himnos, y se tuvo la ilusión de que esta
civilización -civilización de materia y de máquinas- era la civilización por
excelencia, a la cual habría estado preordenada toda la historia anterior del
mundo: finalmente, las consecuencias últimas de todo este proceso fueron tales
que provocaron, en algunos, un despertar.
Se sabe dónde, y bajo qué símbolos, se intentaron organizar las fuerzas de
una posible resistencia. Por un lado, una nación que desde su unificación no
había conocido más que el mediocre clima del liberalismo, de la democracia y
de la monarquía constitucional, tuvo la osadía de recoger el símbolo de Roma
como base para una nueva concepción política y para un nuevo ideal de
virilidad y de dignidad. Por otro lado, en otra nación, que en el Medievo había
hecho suyo el principio romano del Imperium, fuerzas análogas se despertaron
para reafirmar el principio de autoridad y la primacía de todos aquellos
valores que tienen sus raíces en la sangre, en la raza y en los instintos más
profundos de una estirpe. Y mientras que en otras naciones europeas algunos
grupos se orientaron en el mismo sentido, una tercera fuerza se alineó en el
mismo campo de combate en el continente asiático: la nación de los samurai, en
la que la adopción de las formas externas de la civilización moderna no había
lesionado la fidelidad a una tradición guerrera, centrada en el símbolo del
Imperio solar de derecho divino.
No se pretende que, en estas corrientes, la distinción entre lo esencial y lo
accesorio fuese clara, que en ellas las ideas tuvieran paralelamente una
adecuada convicción y cualificación en la persona, ni que hubieran sido
superadas algunas influencias de aquellas mismas fuerzas a las que se debía
combatir. El proceso de purificación ideológica habría podido tener lugar en
un segundo tiempo, una vez que hubieran sido resueltos algunos problemas políticos
inmediatos e inaplazables. Pero, incluso así, era evidente que estaba tomando
cuerpo una concentración de fuerzas en abierto desafío frente a la llamada
civilización “moderna”, tanto para las democracias herederas de la revolución
francesa como para la encarnación del límite extremo de la degradación del
hombre occidental: la civilización colectivista del Cuarto Estado, la
civilización proletaria del hombre-masa anónimo y sin rostro. La velocidad se
aceleró, se acentuó la tensión hasta que Ilegó el choque armado de las
fuerzas en pugna. Lo que prevaleció fue el poder bruto de una coalición que no
retrocedió ante la más híbrida alianza de intereses y la más hipócrita
movilización ideológica para aplastar a un mundo que estaba poniéndose en pie
y que intentaba afirmar su derecho. Dejamos al margen el hecho de saber si
nuestros hombres estuvieron o no a la altura de su empresa, si se cometieron
errores en cuanto al sentido de la oportunidad, de la preparación completa, de
la medida del riesgo, ya que esto no compromete al significado profundo de la
lucha que se produjo. Del mismo modo, no nos interesa saber que hoy la historia
se vengue de los vencedores, que, por una justicia inmanente, las potencias
democráticas, tras haberse aliado con las fuerzas de la subversión roja para
Ilevar la guerra hasta el insensato extremo de la rendición incondicional y de
la destrucción total, vean volverse contra ellas a sus aliados de ayer, peligro
éste mucho más temible que el que querían conjurar.
Lo único que cuenta es que hoy nos encontramos en medio de un mundo en ruinas.
Y la pregunta que debe plantearse es la siguiente: ¿existen aún hombres en pie
en medio de estas ruinas? ¿Y qué deben o pueden hacer aún?
2.- Aquí tenemos que restringir los horizontes y limitarnos a lo que atañe a
nuestra nación. En primer lugar, debemos reconocer claramente que las
destrucciones que hoy en día nos rodean son más bien de carácter moral y
espiritual que de naturaleza material, económica o social. No hay nada que no
se pague: el destino relativamente mejor -si lo comparamos con las otras
naciones vencidas- que la traición y la deserción nos han deparado (2)
tiene su contrapartida en un desfallecimiento interior, en un marasmo ideológico,
en un decaimiento del carácter y de toda verdadera dignidad (3).
Reconocer esto significa también reconocer que el problema principal, el
fundamento de cualquier otro, es de naturaleza interior: rebelarse, renacer
interiormente, darse una forma, crear en sí mismos un orden y una rectitud.
Nada han aprendido de las lecciones del pasado reciente quienes hoy todavía se
ilusionan a propósito de las posibilidades de una lucha puramente política y
sobre el poder de tal o cual fórmula o sistema, si no se parte, ante todo, de
una nueva cualidad humana. Es éste un principio que hoy, más que nunca, debería
aparecer con una evidencia absoluta: si un Estado tuviera un sistema político o
social que, en teoría, valiera corno el más perfecto, pero en el cual la
substancia humana fuese deficiente, entonces este Estado descendería antes o
después al nivel de las sociedades más bajas, mientras que, por el contrario,
un pueblo, una raza capaz de engendrar verdaderos hombres, hombres de intuición
justa y de instinto seguro, alcanzaría un alto nivel de civilización y se
mantendría en pie, firme frente a las más arduas y calamitosas pruebas,
incluso aunque su sistema político fuera deficiente o imperfecto. Hay que
adoptar, pues, una precisa posición contra el falso “realismo político”,
que piensa sólo en términos de programas, de problemas, de organización de
partidos, de recetas sociales y económicas. Todo esto es contingente y no
esencial. La medida de lo que aún puede ser salvado depende, por el contrario,
de la existencia o no de hombres que vivan no para predicar fórmulas, sino para
ser ejemplos; no para ir al encuentro de la demagogia y del materialismo de las
masas, sino para despertar diferentes formas de sensibilidad y de interés. A
partir de lo que, pese a todo, sobrevive aún entre las ruinas, reconstruir
lentamente un hombre nuevo, animarlo gracias a un determinado espíritu y una
adecuada visión de la vida, fortificarlo mediante la adhesión férrea a
ciertos principios. Este es el verdadero problema.
3.- En el plano espiritual, existe efectivamente algo que puede servir como
orientación para las fuerzas de la resistencia y del alzamiento: es el espíritu
legionario. Se trata de la actitud de quienes supieron elegir el camino más
duro, de quienes supieron combatir aun siendo conscientes de que la batalla
estaba materialmente perdida, de quienes supieron revivir y convalidar las
palabras de la antigua saga: La fidelidad es más fuerte que el fuego, saga a
través de la cual se afirma la idea tradicional de que es el sentido del honor
y de la vergüenza, y no las exiguas medidas extraídas de pequeñas moralinas,
lo que crea una diferencia substancial y existencial entre los seres, casi como
entre una raza y otra (4).
Ahora es preciso separar este espíritu de las fórmulas ideológicas más o
menos problemáticas que en aquel período fueron esbozadas y que algunos, hoy,
erróneamente toman por lo esencial, haciendo de ellas su bandera; ese espíritu
debe ser aceptado en su estado puro y extenderlo del tiempo de guerra al tiempo
de paz, de esta paz que no es más que una tregua y un desorden malamente
contenido, hasta que se determine una discriminación y un nuevo frente de
batalla en formación (5). Éste debe realizarse en términos mucho más
esenciales de los que se dan en un “partido”, que puede ser sólo un
instrumento contingente en previsión de determinadas luchas políticas; incluso
en términos más esenciales también que los representados por un simple
“movimiento”, si por “movimiento” se entiende solamente un fenómeno de
masas y de agregación, un fenómeno cuantitativo más que cualitativo, basado más
en factores emocionales que en la severa y franca adhesión a una idea. De lo
que se trata es más bien de una revolución silenciosa, de origen profundo, que
debe resultar de la creación, en el interior del individuo, de las premisas de
ese orden que, después, tendrá que afirmarse también en el exterior,
suplantando fulminantemente, en el momento justo, las formas y las fuerzas de un
mundo de decadencia y de subversión. El “estilo” que debe imperar es el de
quien se mantiene sobre posiciones de fidelidad a sí mismo y a una idea, en un
recogimiento profundo, en un rechazo por todo compromiso, en un empeño total
que se debe manifestar no sólo en la lucha política sino también en toda
expresión de la existencia: en las fábricas, en los laboratorios, en las
universidades, en las calles, en el dominio personal de los afectos y los
sentimientos. Se tiene que Ilegar al punto en que el tipo humano del que
hablamos, que debe ser la sustancia celular de nuestras tropas en formación,
sea reconocible, imposible de confundir, diferenciado, y pueda decirse de él:
“he aquí alguien que actúa como un hombre del movimiento”.
Esto mismo quiso hacer la revolución de ayer, pero varios factores lo
impidieron (6). Hoy, en el fondo, las condiciones son mejores, porque
no existen equívocos y basta mirar alrededor, desde la calle al parlamento,
para que las vocaciones sean puestas a prueba y se obtenga, claramente, la
medida de lo que nosotros “no” debemos ser. Ante un mundo podrido cuyo
principio es: “haz lo que veas hacer”, o, también, “primero el vientre,
el pellejo (tan citado por Malaparte), y después la moral”, o también: “éstos
no son tiempos en que se pueda uno permitir el lujo de tener un carácter”, o,
en fin: “tengo una familia que alimentar”, nosotros oponemos esta norma de
conducta, firme y clara: “No podemos actuar de otra forma, éste es nuestro
camino, ésta es nuestra forma de ser”. Todo lo que de positivo se podrá
obtener hoy o mañana nunca se logrará mediante la habilidad de los agitadores
y de los políticos, sino a través del natural prestigio y el reconocimiento de
los hombres de la generación anterior, o, mejor aún, de las nuevas
generaciones, hombres que serán capaces de todo ello y que suministrarán una
garantía en favor de su idea.
4.- Es, pues, una substancia nueva la que debe afirmarse, en sustitución de
aquella, podrida y desviada, creada en el clima de la traición y de la derrota,
mediante un lento avance más allá de los esquemas, de los rangos y de las
posiciones sociales del pasado. Se trata de una figura nueva que debemos tener
ante los ojos para poder medir la propia fuerza y la propia vocación. Esta
figura, es importante y fundamental reconocerlo, no tiene nada que ver con las
clases en tanto que categorías sociales y económicas, ni con los antagonismos
que les son relativos. Dicha figura podrá manifestase tanto bajo la forma del
rico como del pobre, del obrero como del aristócrata, del empresario como del
investigador, del técnico, del teólogo, del agricultor, del hombre político
en sentido estricto. Pero esta nueva substancia conocerá una diferenciación
interna, la cual será perfecta cuando, de nuevo, no quepan dudas acerca de las
vocaciones a las que seguir y sobre las funciones de la obediencia y del mando,
cuando un prístino símbolo de autoridad absoluta reine en el centro de las
nuevas estructuras jerárquicas.
Esto define una dirección tan antiburguesa como antiproletaria, una dirección
totalmente liberada de las contaminaciones democráticas y de las mentiras
“sociales” y, por consiguiente, dirigida hacia un mundo claro, viril,
articulado, hecho por hombres y por jefes de hombres. Despreciamos el mito burgués
de la “seguridad”, de la mezquina vida estandarizada, conformista,
domesticada y “moralizada”. Despreciamos el vínculo anodino propio de todo
sistema colectivista y mecanicista y de todas las ideologías que confieren a
los confusos valores “sociales” primacía sobre los valores heroicos y
espirituales, por medio de los cuales se debe definir, para nosotros, en todos
los dominios, el tipo del hombre verdadero, de la persona absoluta. Algo
esencial será conseguido cuando se despierte nuevamente el amor por un estilo
de impersonalidad activa, en el que lo que cuenta es la obra y no el individuo,
por el cual seamos capaces de considerar como algo importante no a nosotros
mismos, sino a la función, la responsabilidad, la tarea que se acepta, el
objetivo perseguido. Allí donde este espíritu se afirme se simplificarán
muchos problemas de orden también económico y social, los cuales quedarían
sin solución si se afrontaran desde el exterior, sin la previa eliminación de
la infección ideológica que ya, de partida, perjudica todo retorno a la
normalidad e incluso la misma percepción de lo que significa normalidad.
5.- No sólo como orientación doctrinal, sino también respecto al mundo de la
acción, es importante que los hombres alineados en el nuevo frente reconozcan
con exactitud la concatenación de las causas y de los efectos y la continuidad
esencial de la corriente que ha dado vida a las varias formas políticas que hoy
se debaten en el caos de los partidos. Liberalismo, democracia, socialismo,
radicalismo, en fin, comunismo o bolchevismo no han aparecido históricamente
sino como grados de un mismo mal, como estadios que prepararon sucesivamente el
complejo proceso de una caída. El principio de esta caída se sitúa en el
punto en el que el hombre occidental rompió los vínculos con la tradición,
desconoció todo símbolo superior de autoridad y de soberanía, reivindicó
para si mismo como individuo una libertad vana e ilusoria, se convirtió en un
átomo en vez de en parte integrante de la unidad orgánica y jerárquica de un
todo. El átomo, finalmente, tenía que chocar contra la masa de los restantes
átomos, de los demás individuos, y quedar envuelto en medio de la emergencia
del reino de la cantidad, del puro número, de la masa materializada, no
teniendo otro dios que la economía soberana. Y este proceso no se detiene a
medio camino. Sin la revolución francesa, el liberalismo y la revolución
burguesa no se habrían dado el constitucionalismo y la democracia; sin la
democracia, no habrían surgido ni el socialismo ni el nacionalismo demagógico;
sin la preparación puesta en marcha por el socialismo, no se habrían producido
ni el radicalismo ni, finalmente, el comunismo. El hecho de que estas varias
formas hoy se presenten una junto a otra o antagónicamente no debe impedir
reconocer a un ojo atento que esas formas se mantienen unidas, se enlazan, se
condicionan recíprocamente, y solamente expresan los distintos grados de una
misma corriente, de una misma subversión del orden social normal y legítimo.
Así, la gran ilusión de nuestro tiempo es creer que la democracia y el
liberalismo sean la antítesis del comunismo y tengan el poder de contrarrestar
la marea de las fuerzas bajas, de lo que en la jerga de ciertos sindicalistas se
Ilama el movimiento “progresista”. Se trata de una ilusión: es como si
alguien dijese que el crepúsculo es la antítesis de la noche, que el grado
incipiente de un mal es la antítesis de su forma aguda y endémica, que un
veneno diluido es la antítesis de ese mismo veneno en su estado puro y
concentrado. Los hombres de gobierno de esta Italia “liberada” no han
aprendido nada de la historia más reciente, cuyas lecciones se han repetido por
todas partes hasta la monotonía, y continúan su juego conmovedor con
concepciones políticas caducas y vanas en un carnaval parlamentario, cual danza
macabra sobre un volcán latente. Pero para nosotros, en cambio, debe ser
característico el coraje del radicalismo, el “no” dicho a la decadencia política
en todas sus formas, sean de izquierda, sean de una presunta derecha. Y, sobre
todo, se debe ser consciente de que con la subversión no se pacta, que hacer
concesiones hoy significa condenarse y ser arrollado completamente mañana.
Intransigencia de la idea, por lo tanto, y rapidez en avanzar con las fuerzas
puras cuando Ilegue el momento adecuado.
Esto implica, naturalmente, desembarazarse además de la distorsión ideológica,
desgraciadamente expandida entre una gran parte de nuestra juventud, y en función
de la cual se aprueban coartadas destinadas a destrucciones ya consumadas,
manteniendo la ilusión de que esas destrucciones, después de todo, son
necesarias y servirán al “progreso”; se cree que se debe combatir por
cualquier cosa “nueva”, oculta en un indeterminado porvenir, en vez de por
las verdades que ya poseemos, porque estas verdades, aunque bajo diversas formas
de aplicación, siempre y en todas partes han servido de base a todo tipo recto
de organización social y política. Rechazad estos caprichos y reíros de quien
os acuse de “antihistóricos” y “reaccionarios”. No existe la Historia
como entidad misteriosa escrita con mayúscula. Son los hombres, mientras estos
son realmente hombres, quienes hacen y deshacen la historia; el así Ilamado
“historicismo” es más o menos lo mismo que lo denominado en los ambientes
de izquierda “progresismo”, y éste sólo fomenta hoy la pasividad frente a
la corriente que aumenta y empuja siempre hacia abajo. Y en cuanto al
“reaccionarismo”, preguntad: ¿Qué queréis, que mientras vosotros actuáis,
destruyendo y profanando, nosotros no reaccionemos, sino que nos quedemos
mirandoos y más aún, os animemos diciendo: bravo, continuad? Nosotros no somos
reaccionarios, porque la palabra no es lo suficientemente fuerte y, sobre todo,
porque partimos de lo positivo, representamos lo positivo, valores reales y
originarios que no necesitan de ningún “sol del mañana”.
Frente a nuestro radicalismo, en particular, aparece irrelevante la antítesis
entre el “Este” y el “Oeste”, entre el “Oriente”’ rojo y el
“Occidente” democrático, y asimismo nos parece trágicamente irrelevante
incluso el eventual conflicto armado entre estos dos bloques. De cara a un
tiempo inmediato, subsiste ciertamente clara la elección del mal menor, porque
la victoria militar del “Este” implicaría la destrucción física inmediata
de los últimos exponentes de la resistencia. Pero, en el plano ideológico,
Rusia y América del Norte deben considerarse como las dos garras de una misma
tenaza que se va apretando alrededor de Europa. En dos formas distintas, pero
convergentes, actúan estas fuerzas extrañas y enemigas. Las formas de
estandarización, de conformismo, de nivelación “democrática”, de frenesí
productivo, de más o menos tiránico y explícito “brain trust”, de
materialismo práctico en el seno del americanismo, pueden servir sólo para
allanar el camino para la fase posterior, que está representada, sobre la misma
dirección, en el ideal puramente comunista del hombre-rnasa. El carácter
distintivo del “americanismo” es que su ataque a la cualidad y a la
personalidad no se realiza mediante la brutal coacción de una dictadura
marxista y de un pensamiento de Estado, sino casi espontáneamente, a través de
las vías de una civilización que no conoce otros valores más altos que la
riqueza, el rendimiento, la producción ilimitada, que es lo que por exasperación
y reducción al absurdo eligió Europa, y en ella los mismos motivos han tomado
forma o la están tomando. Pero el primitivismo, el mecanicismo y la brutalidad
están tanto en una como en otra parte. En un cierto sentido, el
“americanismo” para nosotros es más peligroso que el bolchevismo, por ser
una especie de caballo de Troya. Cuando el ataque contra los valores residuales
de la tradición europea se efectúa en la forma directa y desnuda propia de la
ideología bolchevique y del estalinismo, aún se despiertan reacciones, ciertas
líneas de resistencia que, aunque caducas, se pueden mantener. De otro modo
suceden las cosas cuando el mismo mal actúa en forma más sutil y las
transformaciones acontecen imperceptiblemente en el plano de las costumbres y de
la visión general de la vida, como sucede en el caso del americanismo.
Sufriendo ligeramente esta influencia bajo el signo de la libertad democrática,
Europa se predispone ya a su última abdicación, tanto que podrá incluso
suceder que no haya necesidad de una catástrofe militar, sino que por vía
“progresiva” se Ilegue, tras una última crisis social, más o menos al
mismo punto. De nuevo, a mitad del camino nada se puede detener. El
americanismo, lo quiera o no, trabaja a favor de su aparente enemigo, el
colectivismo.
6.- No sin relación con esto, nuestro radicalismo de la reconstrucción exige
que no se transija no sólo con ninguna de las variedades de la ideología
marxista o socialista, sino tampoco con aquello que en general se puede Ilamar
la alucinación o el demonismo de la economía. Se trata aquí de la idea de que
en la vida individual y colectiva el factor económico sea lo más importante,
real, decisivo; que la concentración de los valores e intereses en el plano
económico y productivo no sea la aberración sin precedentes del hombre
occidental moderno, sino algo normal, no una brutal y eventual necesidad, sino
algo que se desea y se exalta. En este círculo cerrado y oscuro se encuentran
atrapados tanto el capitalismo como el marxismo. Debemos romper este círculo.
Mientras no se sepa hablar más que de clases económicas, de trabajo, de
salarios, de producción, mientras se piense que el verdadero progreso humano,
la verdadera elevación del individuo, está solamente condicionado por un
particular sistema de distribución de la riqueza y de los bienes y tenga relación
con la pobreza y el bienestar, con el estado de la prosperity o con el
socialismo utópico, se permanecerá siempre en el mismo plano de lo que debe
combatirse. Nosotros afirmamos que todo aquello que es economía e interés económico
como mera satisfacción de la necesidad animal ha tenido, tiene y siempre tendrá
una función subordinada en una humanidad normal; que más allá de esta esfera
debe diferenciarse un orden de valores superiores, políticos, espirituales y
heroicos, un orden que -como ya hemos dicho- no conoce y ni siquiera admite
“proletarios” o “capitalistas” y que sólo en función de dicho orden se
deben definir aquellas cosas por las que vale la pena vivir y morir; un orden
que debe establecer una verdadera jerarquía, diferenciar nuevas dignidades y,
en la cumbre, entronizar la superior función del mando, del Imperium.
Así, a este respecto, van a desarraigarse muchas malas hierbas que han crecido
también en nuestras filas. ¿Qué significa, si no, ese discurso del “Estado
del Trabajo”, del “socialismo nacional”, del “humanismo del trabajo” y
similares? ¿qué significan esas llamadas más o menos explícitas a una
involución de la política dentro de la economía, recogiendo así una de esas
tendencias problemáticas hacia un “corporativismo integral” y, en el fondo,
acéfalo, que en el fascismo ya encontró, afortunadamente, el paso obstruido?
¿Qué es eso de considerar la formula de la “socialización” como una
especie de fármaco universal y elevar la “idea social” a símbolo de una
nueva civilización que, quién sabe cómo, debería estar más allá tanto del
“Este” como del “Oeste”?
Éstos -es necesario reconocerlo- son puntos oscuros presentes en no pocos espíritus
que, también, por otra parte, se encuentran en nuestro mismo frente. Con lo
cual ellos piensan que se mantienen fieles a una consigna “revolucionaria”,
mientras que en realidad obedecen sólo a sugestiones más fuertes que ellos
mismos, de las que está saturado un ambiente político degradado. Y entre tales
sugestiones se encuentra la misma “cuestión social”. ¿Cuándo se tomará
conciencia de la verdad, es decir, de que el marxismo no ha surgido porque haya
existido una cuestión social objetiva, sino que la cuestión social surge -en
numerosísimos casos- sólo porque existe un marxismo, vale decir,
artificialmente, y sin embargo, en términos casi siempre insolubles, por obra
de los agitadores, de los famosos “excitadores de la conciencia de clase”,
sobre los que Lenin se ha expresado muy claramente, puesto que ha refutado el
carácter espontáneo de los movimientos revolucionarios proletarios?
Es partiendo de esta premisa desde donde se debería actuar, en el sentido antes
mencionado de la desproletarización ideológica, de la desinfección de las
partes aún sanas del pueblo del virus político socialista. Sólo entonces, una
y otra reforma podrá ser estudiada y realizada sin peligro, según la verdadera
justicia.
De este modo, como caso particular, se verá según qué espíritu la idea
corporativa puede ser de nuevo una de las bases de la reconstrucción: el
corporativismo no tanto como un sistema general de equilibrio estático y casi
burocrático que mantenga la idea nociva de opuestas formaciones clasistas, sino
como voluntad de encontrar, en el mismo seno de la empresa, esa unidad, esa
solidaridad de fuerzas diferenciadas que la prevaricación capitalista (con el
tipo más reciente y parásito del especulador y del capitalista financiero),
por un lado, y la agitación marxista, por otro, han perjudicado y roto. Es
necesario restituir a la empresa una forma de unidad casi militar, en la cual al
espíritu de responsabilidad, a la energía y a la competencia de quien dirige,
se acompañen el de la solidaridad y la fidelidad de las fuerzas laborales
asociadas alrededor de él en la común empresa o misión. Si se considera su
aspecto legítimo y positivo, tal es entonces el sentido de la “socialización”.
Pero esta designación, como se ve, es poco apropiada, pues es más bien de una
reconstrucción orgánica de la economía y de la empresa de lo que se debería
hablar, y deberíamos guardarnos, usando esta fórmula con simples objetivos de
propaganda, de adular el espíritu de sedición de las masas transformado en
“justicia social” proletaria (7). En general, debería
recuperarse el mismo estilo de impersonalidad activa, de dignidad, de
solidaridad en la producción, que fue el estilo propio de las antiguas
corporaciones o gremios de artesanos y profesionales (8). Pero, repitámoslo,
a esto se debe Ilegar partiendo desde el interior. Lo importante es que, contra
toda forma de resentimiento y de rivalidad social, cada uno sepa reconocer y
amar su propia función, aquella que verdaderamente es conforme a su propia
naturaleza, reconociendo así los límites dentro de los cuales puede
desarrollar sus potencialidades y conseguir una perfección propia; porque un
artesano que desempeña perfectamente su función es indudablemente superior a
un rey que se desvía y que no está a la altura de su dignidad.
En particular, podemos admitir un sistema de competencias técnicas y de
representaciones corporativas para sustituir al parlamentarismo de los partidos;
pero debe tenerse presente que las jerarquías técnicas, en su conjunto, no
pueden significar nada más que un grado en la jerarquía integral: se refieren
al orden de los medios, que han de subordinarse al orden de los fines, al cual
por tanto corresponde la parte propiamente política y espiritual del Estado.
Hablar, pues, de un “Estado del trabajo” o de “la producción” equivale
a hacer de la parte un todo, a reducir, por analogía, a un organismo humano a
sus funciones simplemente físico-vitales. Una tal elección, oscura y obtusa,
no puede ser nuestra bandera, al igual que tampoco la idea social. La verdadera
antítesis, tanto frente al “Este” como frente al “Oeste”, no es el
“ideal social”. Lo es, en cambio, la idea jerárquica integral. Respecto a
esto, ninguna incertidumbre es tolerable.
7.- Si la idea de una unidad política viril y orgánica formó ya parte
esencial del mundo que fue vencido -y se sabe que, entre nosotros, se evocó de
nuevo el símbolo romano- debemos también reconocer los casos en los cuales
esta exigencia se desvió y abortó hacia la dirección equívoca del
“totalitarismo”. Esto, de nuevo, es un punto que se debe ver con claridad, a
fin de que la diferencia entre los frentes sea precisa y no se suministren armas
a quienes quieren confundir las cosas. Jerarquía no es jerarquismo (un mal éste
que, desgraciadamente, intenta extenderse en nuestros días), y la concepción
orgánica nada tiene que ver con una esclerosis de la idolatría del Estado ni
con una centralización niveladora. En cuanto a los individuos, la verdadera
superación, tanto del individualismo como del colectivismo, se da solamente
cuando los hombres se encuentran frente a los hombres, en la diversidad natural
de su ser y de su dignidad, teniendo gran importancia el antiguo principio de
que “la suprema nobleza de los jefes no es la de ser amos de siervos, sino señores
que también aman la libertad de quienes les obedecen” (9). Y en
cuanto a la unidad que debe impedir, por regla general, toda forma de disociación
y de absolutización de lo particular, tiene que ser esencialmente espiritual,
debe ser y tener una influencia central orientadora, un impulso que, según los
dominios, asume las más diferentes formas de expresión. Ésta es la verdadera
esencia de la concepción “orgánica”, opuesta a las relaciones rígidas e
intrínsecas propias del “totalitarismo”. En este marco, la exigencia de la
libertad y de la dignidad de la persona humana, que el liberalismo sabe concebir
solamente en términos individualistas, igualitarios y privados, puede
realizarse integralmente. Es en este espíritu en el que se van a encuadrar las
filas de la nueva alineación y en el que las estructuras de un nuevo
ordenamiento político-social van a ser estudiadas, para dar unas claras y
firmes articulaciones (10).
Pero estas estructuras necesitan de un centro, de un punto supremo de
referencia. Es necesario un nuevo símbolo de soberanía y de autoridad. La
consigna a este respecto debe ser precisa, puesto que no podemos admitir
tergiversaciones ideológicas. Se debe decir claramente que aquí no se trata
del así Ilamado problema institucional sino de modo subordinado; se trata, ante
todo, de aquello que es necesario para lograr una “atmósfera” específica
que haga posible el fluido que debe animar toda relación de fidelidad, de
dedicación, de servicio, de acción desinteresada, hasta superar verdaderamente
el gris, mecanicista y torcido mundo político y social actual. En este camino
hoy se acabará en un callejón sin salida si no se es capaz de asumir una
especie de áscesis de la idea pura. Para numerosos espíritus, la percepción
clara de la dirección justa le viene perjudicada tanto por algunos antecedentes
poco felices de nuestras tradiciones nacionales como por las trágicas
contingencias de un pasado reciente. Estamos dispuestos a admitir la
incoherencia de la solución monárquica, si se piensa en aquellos que hoy en día
sólo saben defender el residuo de una idea, un símbolo vacío y desvirilizado,
como lo es el de la monarquía constitucional y parlamentaria. Pero, del mismo
modo, debemos declarar nuestro rechazo de la idea republicana. Ser antidemócrata
por un lado, y por otro defender “ferozmente” (tal es desgraciadamente la
terminología de algunos exponentes de una falsa intransigencia) la idea
republicana es un absurdo que salta a los ojos: la república (en su
representación moderna, pues las repúblicas antiguas fueron aristocracias
-como en Roma- u oligarquías, éstas a mennudo con carácter de tiranías)
pertenece esencialmente al mundo surgido tras el jacobinismo y la subversión
antitradicional y antijerárquica del siglo XIX. Que se la deje entonces a ese
mundo, que no es el nuestro (11). En cuanto a Italia, es inútil
jugar al equívoco en nombre de una presunta fidelidad al fascismo de Saló,
pues si por esta razón se debiera seguir la falsa vía republicana, se sería
precisamente infiel a algo superior, se echaría por la borda el núcleo central
de la ideología del Ventenio, es decir, su doctrina del Estado como autoridad,
poder, imperium.
Ésta es la doctrina que se debe seguir, sin consentir en descender de nivel ni
hacer el juego a ningún grupo. La concreción del símbolo, por ahora, puede
quedar indeterminada. Decir solamente: Jefe, Jefe del Estado. Aparte de esto, el
principal y esencial deber es preparar silenciosamente el ambiente espiritual
adecuado para que el símbolo de la autoridad intangible sea percibido y reasuma
su pleno significado: a tal símbolo no podría corresponder la estatura de
cualquier revocable “presidente” de la república, ni tampoco un tribuno o
jefe popular, detentador de un simple poder individual informe, privado de un
carisma superior, de un poder basado de hecho en la fascinación precaria que
ejerce sobre las fuerzas irracionales de la masa. Este fenómeno, llamado por
algunos “bonapartismo”, ha sido interpretado justamente no como lo contrario
de la democracia demagógica o “popular”, sino como su lógica conclusión:
el “bonapartismo” es una de las sombrías apariciones de la spengleriana
“decadencia de Occidente”. Ésta es otra piedra de toque y una prueba para
los nuestros: la sensibilidad respecto a todo esto. Ya un Carlyle había hablado
“del mundo de los siervos que quieren ser gobernados por un pseudo-Héroe”,
y no por un Señor.
8.- En un análogo orden de ideas debe ser precisado otro punto. Se trata de la
posición que se debe tomar frente al nacionalismo y a la idea genérica de
patria. Esto es especialmente oportuno en cuanto que hoy, muchos, intentando
salvar aun lo que puede ser salvado, querrían hacer valer de nuevo una concepción
romántica, sentimental y al mismo tiempo naturalista de la nación, idea extraña
a la más alta tradición política europea y poco conciliable con la misma
concepción del Estado de la que se ha hablado. Concretamente hablando, dado que
se asiste en nuestros días a la formación de grandes bloques internacionales
definidos por una idea, no se puede entender que algunos puedan insistir en la
formula de una piadosa “pacificación nacional” y de una “solidaridad de
los hijos de una tierra común”, cuando hemos visto cómo la idea de patria ha
podido ser invocada entre los nuestros retórica e hipócritamente, por las
facciones más opuestas, e incluso por quienes están a sueldo de la subversión
roja (12). Pero más esencial es la cuestión de principio. El plano
político, en tanto que tal, es el de las unidades superiores con respecto a las
unidades definidas en términos naturalistas, como es el caso de aquellas que
corresponden a las nociones genéricas de nación, patria y pueblo. En este
plano superior, lo que une y divide es la idea, una idea encarnada por una
determinada elite y tendente a concretarse en el Estado. Por ello, la doctrina
fascista -fiel en ello a la mejor tradición política europea-, otorga a la
Idea y al Estado la primacía sobre la nación y el pueblo, y estima que nación
y pueblo no adquieren un sentido y una forma y no participan en un grado
superior de existencia más que en el interior del Estado. Justamente, es en períodos
de crisis como el actual que es necesario mantenerse firmes en esta doctrina. Es
en la Idea donde debe ser reconocida nuestra verdadera patria. Lo que cuenta hoy
no es el hecho de pertenecer a una misma tierra o de hablar una misma lengua,
sino el hecho de compartir la misma idea. Tal es la base, el punto de partida. A
la unidad colectivista de la nación -des enfants de la patrie- (13)en
la forma en que ha predominado cada vez más a partir de la revolución
jacobina, oponemos algo que se asemeje a una Orden, hombres fieles a los
principios, testimonios de una autoridad y de una legitimidad superiores
procedentes precisamente de la Idea. Aunque hoy seria deseable, en cuanto a los
fines prácticos se refiere, avanzar hacia una nueva solidaridad nacional, no se
debe descender, para alcanzarla, a ningún tipo de compromiso; la condición sin
la cual todo resultado sería ilusorio es que se aísle y tome forma un frente
definido por la Idea, en tanto que idea política y visión de la existencia.
Otro camino, hoy en día, no existe: es necesario que, de entre las ruinas, se
renueve el proceso de los orígenes, aquel que, basado en las elites y en un símbolo
de soberanía y de autoridad, hizo unirse a los pueblos dentro de los grandes
Estados tradicionales, como otras tantas formas surgiendo de lo informe. No se
debe entender que este realismo de la idea significa mantenerse en un plano que
es, en el fondo, infrapolítico: el plano del naturalismo y del sentimentalismo,
por no decir claramente el de la retórica patriotera.
Y en el caso de que quisiéramos igualmente apoyar nuestra idea en las
tradiciones nacionales, habría que estar atentos, pues existe toda una
“historia nacional” de inspiración masónica y antitradicional
especializada en atribuir el carácter nacional italiano a los aspectos más
problemáticos de la historia de Italia, comenzando con la rebelión de las
Comunas apoyadas por el güelfismo. Así, toma relieve una “italianidad”
tendenciosa, en la cual nosotros, que hemos escogido el símbolo romano, no
podemos ni queremos reconocernos. Esa “italianidad” se la dejamos, con mucho
gusto, a quienes, con la “liberación” y el movimiento partisano, han
celebrado el “segundo Risorgimiento”.
Idea, Orden, elite, Estado, hombres de Orden. Éstos son los términos en los
que debe mantenerse la línea fundamental, mientras sea posible.
9.- Es necesario ahora hablar del problema de la cultura, aunque no demasiado
extensamente. En efecto, la cultura no debe ser sobrevalorada. Lo que Ilamamos
“visión del mundo” no se basa en los libros; es una forma interior que
puede encontrarse con más autenticidad en una persona sin una particular
cultura que en un “intelectual” o en un escritor. Se puede imputar como
hecho nefasto de la “cultura libre”, al alcance de todo el mundo, el que el
individuo esté indefenso frente a los influjos de todo género, incluso cuando
es incapaz de mostrarse activo frente a ellos, de discriminar y juzgar según un
criterio justo.
Pero no es éste el lugar de extenderse sobre tal punto. Baste decir que, en el
estado actual de las cosas, existen corrientes específicas contra las cuales
los jóvenes de hoy deben defenderse interiormente. Ya hemos hablado de un
estilo de rectitud y de una actitud interna. Tal estilo implica un justo saber,
y en especial los jóvenes deben darse cuenta de la intoxicación operada en
toda una generación por parte de las variedades convergentes de una visión de
la existencia distorsionada y falsa, variedades que han incidido en las fuerzas
internas precisamente en el punto donde su integridad sería más necesaria. De
una forma u otra, estas toxinas continúan hoy actuando en la cultura, en la
ciencia, en la sociología, en la literatura, como otros tantos focos de infección
que deben ser denunciados y neutralizados. Aparte del materialismo histórico y
el economicismo, sobre los cuáles ya se ha hablado, también son principales núcleos
de infección el darwinismo, el psicoanálisis, el existencialismo, el
neo-rrealismo.
Contra el darwinismo se debe reivindicar la dignidad fundamental de la persona
humana, reconociendo su verdadero lugar, que no es el de una particular y más o
menos evolucionada especie animal entre tantas otras que se habría diferenciado
por “selección natural” y que permanecería ligada a orígenes bestiales y
primitivos, sino a un estatuto tal que virtualmente la eleve por encima del
plano biológico. Aunque hoy no se hable demasiado del darwinismo, su substancia
perdura. El mito biológico darwinista, en una u otra de sus variantes, mantiene
su valor preciso de dogma, defendido por los anatemas de la “ciencia” en el
seno del materialismo de la civilización marxista y de la americana. El hombre
moderno se ha acostumbrado a esta concepción degradada y se reconoce en ella
tranquilamente, la encuentra natural.
Contra el psicoanálisis, debe prevalecer el ideal de un Yo que no abdica, que
quiere permanecer consciente, autónomo y soberano frente a la parte nocturna y
subterránea de su alma y frente al demonio de la sexualidad; que no se siente
ni “reprimido” ni psicológicamente escindido, sino que realiza un
equilibrio de todas sus facultades humanas, ordenadas hacia la realización de
un significado superior de la vida y de la acción. Puede ser señalada una
convergencia evidente: el descrédito arrojado sobre el principio consciente de
la persona, el relieve dado por el psicoanálisis y otras escuelas análogas al
subconsciente, a lo irracional, al “inconsciente colectivo”, etc.,
corresponden, en el individuo, exactamente a lo que representan, en el mundo
social e histórico moderno, el movimiento surgido desde abajo, la subversión,
la sustitución revolucionaria de lo superior por lo inferior y el desprecio por
todo principio de autoridad. Sobre dos planos diferentes actúa la misma
tendencia, y los efectos no pueden sino integrarse recíprocamente.
En cuanto al existencialismo, incluso aunque veamos en él propiamente una
filosofía -una confusa filosofía- hasta hace poco reducida a pequeños grupos
de especialistas, es necesario reconocer en él el estado del alma de una crisis
erigida en sistema y adulada, la verdad de un tipo humano roto y contradictorio,
que sufre como angustia, tragedia y absurdo una libertad por la cual no se
siente elevado, sino más bien condenado, sin salida y sin responsabilidad, en
el seno de un mundo privado de valor y de sentido. Y todo esto cuando ya un
Nietzsche había indicado un camino para conquistar un sentido de la existencia,
incluso frente al más exasperado nihilismo; un camino para quien, más allá de
estas complicaciones y laceramientos, sabe darse a sí mismo una ley y un valor
absoluto (14).
Finalmente, se deben tomar posiciones contra el así Ilamado neorrealismo, en el
cual se identifica la existencia en general con sus aspectos más bajos e
irracionales, complaciéndose en una especie de autosadismo. Y en esto hay quien
ve una especial “liberación”, afín verdaderamente a la “liberación”
política que se resuelve no en una elevación sino en una postración y
degradación general. Contra esto se debe tener presente que la verdadera
realidad de la existencia no reside sino allí donde ésta se subordina a algo
que va más allá, y que deja tras de sí, en virtud de la voluntad de un “más”,
aquello que está vinculado al elemento puramente humano (15).
Tales deben ser las direcciones a seguir, que no deben ser intelectualizadas,
sino vividas, integradas en su significado inmediato a la vida interior y a la
propia conducta. No es posible rebelarse mientras se permanezca, de un modo u
otro, bajo la influencia de estas formas de pensar falsas y desviadas. Pero, una
vez desintoxicados, se puede adquirir la claridad, la rectitud, la fuerza.
10.- En la zona que está entre la cultura y la costumbre existe una actitud que
debe ser precisada. Lanzada por el comunismo, la consigna de la antiburguesía
ha sido recogida en el campo de la cultura por ciertos ambientes intelectuales
de “vanguardia”. En esto hay un equívoco. Dado que la burguesía ocupa una
posición intermedia, existe una doble posibilidad de superar a la burguesía,
de decir “no” al tipo burgués, a la civilización burguesa, al espíritu y
a los valores burgueses. Una de estas posibilidades corresponde a la dirección
que conduce todavía más bajo, hacia una subhumanidad colectivizada y
materializada, con su “realismo” marxista: valores sociales y proletarios
contra la “decadencia burguesa” e “imperialista”. La otra posibilidad es
la dirección de quien combate a la burguesía para elevarse efectivamente por
encima de ella. Los hombres del nuevo frente serán, ciertamente, antiburgueses,
pero en razón de su concepción superior, heroica y aristocrática de la
existencia; serán antiburgueses porque despreciarán la vida cómoda;
antiburgueses porque seguirán no a quienes prometen ventajas materiales, sino a
quienes lo exigen todo de si mismos; antiburgueses, en fin, porque no tendrán
la preocupación de la seguridad, sino que amarán la unión esencial entre la
vida y el riesgo, en todos los niveles, haciendo suya la inexorabilidad de la
idea desnuda y de la acción precisa. Otro aspecto aun por el cual el hombre
nuevo, substancia celular del movimiento que despierta, será antiburgués y se
diferenciará de la generación precedente será su rechazo hacia toda forma de
retórica y de falso idealismo, su desprecio hacia todas las grandes palabras
que se escriben con mayúscula, hacia todo aquello que es sólo gesto, golpe de
efecto, escenografía. Renuncia y autenticidad por el contrario, nuevo realismo
en la exacta apreciación de los problemas que se impondrán, de modo que lo
importante no será la apariencia, sino el ser, no la palabrería, sino la
realización, silenciosa y precisa, en sintonía con las fuerzas afines y en
adhesión al mandato proveniente de lo alto.
Quien contra las fuerzas de izquierda no sabe reaccionar sino en nombre de los
ídolos, del estilo de vida y de la mediocre modalidad conformista del mundo
burgués, ya ha perdido, por anticipado, la batalla. No es este el caso del
hombre erguido, que ya pasado por el fuego purificador de las destrucciones
externas e internas. Políticamente, este hombre no es el instrumento de una
pseudo-reacción burguesa. Se remite, por regla general, a las fuerzas e ideales
anteriores y superiores al mundo burgués y a la era económica, y es apoyándose
en ellos que traza las líneas de defensa y consolida las posiciones desde donde
partirá, súbitamente, en el momento oportuno, la acción de la reconstrucción.
También a este respecto queremos retomar una consigna no realizada: porque se
sabe que en el período fascista hubo una tendencia antiburguesa que habría
querido afirmarse en un sentido similar. Desgraciadamente, tampoco aquí la
substancia humana estuvo a la altura de las circunstancias. E incluso se supo
hacer una retórica de la anti-retórica.
11.- Consideremos brevemente, por último, el tema de las relaciones entre las
fuerzas íntegras, que no han abdicado, y la religión dominante. Para nosotros,
el Estado laico, en cualquiera de sus formas, pertenece al pasado. En
particular, nos oponemos a uno de sus disfraces, el que en ciertos ambientes se
presenta como el “Estado ético”, producto de una débil, espurea, vacía y
confusa filosofía “idealista”, aliada antaño al fascismo, pero que, por su
naturaleza, es tal que puede dar un apoyo comparable, en el marco de un simple
juego “dialéctico”, al antifascismo de un Croce. Esta filosofía no es más
que un producto de la burguesía laicista y humanista, sumada a la inflada
presunción del “libre-pensamiento” de un “profesor de liceo” en trance
de celebrar la infinidad del “Espíritu absoluto” y del “Acto Puro”:
nada hay de real, de claro, de duro, en esta filosofía (16).
Pero si bien nos oponemos a tales ideologías y al Estado laico, tampoco
aceptamos un Estado clerical o clericalista. El factor religioso es necesario
como fundamento para una verdadera concepción heroica de la vida, la cual debe
ser esencial para nuestra lucha. Es necesario sentir en nosotros mismos la
evidencia de que más allá de esta vida terrestre existe una vida más alta, ya
que solamente quien siente de este modo posee una fuerza inquebrantable e
indoblegable, y sólo él será capaz de un impulso absoluto -mientras que,
cuando esto falta, el desafío a la muerte y el desprecio de la propia vida es
posible sólo en momentos esporádicos de exaltación o en el desencadenamiento
de las fuerzas irracionales; no hay disciplina que se pueda justificar, en el
individuo, sin un significado superior y autónomo. Pero esta espiritualidad,
que debe estar viva entre los nuestros, no tiene necesidad de formulaciones dogmáticas
obligadas, de una confesión religiosa determinada; el estilo de vida que debe
desarrollarse no es, en modo alguno, el del moralismo católico, el cual no va más
allá de una domesticación “virtuísta” (17) del animal humano;
políticamente hablando, esta espiritualidad no puede sino sentir desconfianza
hacia todo lo que puede deducirse de ciertos aspectos de la concepción
cristiana -humanitarismo, jusnaturalisrno, igualdad, ideal del amor y del perdón,
en lugar del ideal del honor y de la justicia-. Ciertamente, si el catolicismo
fuera capaz de apartarse del plano contingente y político, si fuese capaz de
hacer suya una elevación ascética, y, si fuera capaz, justamente sobre esta
base, como en una continuación del espíritu del mejor Medievo de los cruzados,
de hacer que la fe fuese el alma de un bloque armado de fuerzas, de una nueva
Orden templaria compacta e inexorable contra las corrientes del caos, del
abandono, de la subversión y del materialismo práctico del mundo moderno
-ciertamente, en este caso, e incluso en el caso en que, como condición mínima,
el catolicismo permaneciera fiel a la posición del Syllabus, no habría ni un
instante de duda en cuanto a la opción a seguir. Pero tal como están las
cosas, dado el nivel mediocre y, en el fondo, burgués y mezquino al cual prácticamente
ha descendido en la actualidad todo lo que es religión confesional, dada la
sumisión modernista y la cada vez mayor apertura a la izquierda de la Iglesia
post-conciliar del “aggiornamento”, para nuestros hombres bastará la pura
referencia al espíritu, y valdrá precisamente como la evidencia de una
realidad trascendente, que debe ser invocada no por evasión mística o como
coartada humanitaria, sino para infundir nueva fuerza a nuestra fuerza, para
presentir que nuestro combate no es puramente político, para atraer una
invisible consagración sobre un nuevo mundo de hombres y de jefes de hombres.
Éstas son algunas orientaciones esenciales para la lucha en la que se va a
combatir, escritas sobre todo con especial atención para la juventud, a fin de
que ésta recoja la antorcha y la consigna de quienes aun no han renunciado,
aprendiendo de los errores del pasado, sabiendo discriminar y prever todo lo que
se ha experimentado y que aun hoy se experimenta en cuanto a situaciones
contingentes. Lo esencial es no descender al nivel de los adversarios, no
limitarse a seguir simples consignas, no insistir en demasía sobre lo que
depende del pasado y que, aun siendo digno de ser recordado, no tiene el valor
actual e impersonal de una idea-fuerza; en fin, no ceder a las sugestiones del
falso realismo politiquero, problema éste de todos los “partidos”.
Ciertamente, es necesario que nuestras fuerzas tomen parte también en la lucha
política y polémica del cuerpo a cuerpo, para crearse todo el espacio posible
en la situación actual (18). Pero más allá de esto, es importante
y esencial que se constituya una elite, que, con aguerrida intensidad, definirá,
con un rigor intelectual y una intransigencia absolutos, la idea en función de
la cual es preciso unirse, y afirmará esta idea sobre todo en la forma del
hombre nuevo, del hombre de la resistencia, del hombre erguido en las ruinas. Si
nos es dado superar este período de crisis y de orden vacilante e ilusorio, sólo
a este tipo de hombre corresponderá el futuro. Pero incluso aunque si el
destino que el mundo moderno se ha creado, y que ahora lo arrolla todo, no
pudiera ser contenido, gracias a tales premisas las posiciones interiores
permanecerán intactas: en cualquier circunstancia, lo que deberá ser hecho será
hecho, y perteneceremos así a esa patria a la que ningún enemigo podrá nunca
ocupar ni destruir.
Note
1) La presente traducción corresponde a la edición publicada en 1950 de Orientamenti.
No obstante, hemos indicado a pie de nota las variaciones que Evola introdujo en
la edición de 1971.
2) El autor se refiere a la traición de Badoglio, jefe del Estado Mayor, que
firmó el armisticio con los aliados en el norte de Siracusa, en Sicilia, el 3
de septiembre de 1943.
3) El punto 2 de la ed. de 1971 comienza así: Una tal cuestión supera de hecho
las fronteras de ayer, pues está claro que vencedores y vencidos están desde
entonces en el mismo plano y que el único resultado de la Segunda Guerra
Mundial ha consistido en rebajar a Europa al rango de objeto de las potencias y
de los intereses extra-europeos. Es necesario, por otra parte, reconocer que la
devastación que nos rodea es de carácter esencialmente moral. Nos encontramos
en una atmósfera de anestesia moral generalizada, de profundo desarraigo, a
pesar de todas las palabras de orden en uso en una sociedad democrática de
consumo: el debilitamiento del carácter y de toda verdadera dignidad, el
marasmo ideológico, el predominio de los intereses más bajos, la vida del día
a día, he aquí lo que caracteriza, en general, al hombre de post-guerra.
Reconocer esto, etc.
4) En la ed. de 1971 se incluye aquí el siguiente párrafo: Por otra parte, en
todo esto se perfila la realización de aquellos para quienes el fin aparece
como un medio y el reconocimiento del carácter ilusorio de los múltiples mitos
deja intacto lo que supieron conquistar por sí mismos, en las fronteras de la
vida y la muerte, más allá del mundo de la contingencia.
5) En la ed. de 1971 este párrafo comienza así: Estas formas del espíritu
pueden ser los fundamentos de una nueva unidad. Lo esencial es asumirlas,
aplicarlas y extenderlas desde el tiempo de guerra al tiempo de paz, etc.
6) La ed. de 1971 dice: Esta consigna, que fue la de las fuerzas que soñaron
con dar a Europa un orden nuevo, pero que a menudo fue en su realización
falseada y obstaculizada por múltiples factores, debe ser hoy día retomada. Y
hoy, en el fondo…, etc”.
7) La ed. del 71 dice: El único verdadero objetivo es la reconstrucción orgánica
de la empresa, y para realizar este objetivo no es necesario recurrir a fórmulas
destinadas a estimular, en el marco de sucias maniobras electorales y propagandísticas,
el espíritu de sedición de las masas disfrazado de “justicia social. En
general, etc.
8) En la ed. de 1971 se añadió el párrafo siguiente: El sindicalismo, con su
“lucha” y con sus auténticos chantajes, de los que no se nos ofrecen hoy
sino demasiados ejemplos, debe ser proscrito.
9) En la ed. de 1971 se suprimió esta última frase.
10) En la ed. de 1971, la frase es ligeramente diferente: Es en este espíritu
que deben ser estudiadas las estructuras de un nuevo orden político y social,
de sólidas y claras articulaciones.
11) En la ed. de 1971 se incluye la siguiente frase: Por regla general, una nación
antaño monárquica que se convierte en una república no puede ser considerada
sino como una nación caída.
12) En la ed. de 1971 la frase es ligeramente diferente: “Abstracción hecha
de que la idea de patria sea invocada entre nosotros, de manera retórica e hipócrita,
por las facciones más opuestas, e incluso por los representantes de la subversión
roja, concretamente hablando esta concepción no está a la altura de la época,
pues, por un lado, se asiste a la formación de grandes bloques supranacionales,
mientras que, por otro, aparece cada vez más necesario encontrar un punto de
referencia europeo, capaz de unir fuerzas, más allá del inevitable
particularismo inherente a la concepción naturalista de la nación y, aun más,
del “nacionalismo”.
13) En francés en el original.
14) La ed. del 71 cambia ligeramente: Todo ello, mientras que ya el mejor
Nietzsche había indicado una vía para dar un sentido a la existencia, para
darse una ley y un valor intangible frente a un nihilismo radical, al encuentro
de un existencialismo positivo y, según su expresión, de “naturaleza
noble”.
15) Este párrafo sobre el neorrealismo fue suprimido en la ed. de 1971.
16) La última frase fue eliminada en la ed. del 71.
17) La expresión está tomada de Vilfredo Pareto (1848-1923), autor de un libro
titulado “El mito virtuísta y la literatura inmoral” (1911).
18) En la ed. del 71 se añade: …y para contener el avance, de otro modo no
neutralizado, de las fuerzas de izquierda.