ETNIA Y NACIÓN

U. Moulines



El concepto de nación debería ser admitido como un concepto teórico fundamental de la etnología, la sociología y sobre todo la politología. De hecho, los etnólogos utilizan ya hace tiempo el concepto básico de etnia y sin duda hay que suponer una estrecha relación entre ambos conceptos. Incluso podríamos comprometernos a fondo con la etnología, tomarla como disciplina por así decir «infraestructural» de la politología, identificando el concepto de nación con el de etnia, o mejor aún, subsumiendo el primero como caso particular bajo el segundo. Algunos etnólogos han hecho ya esta propuesta. Por ejemplo, una de las definiciones más aceptables o, mejor dicho, menos frustrantes, que he hallado de los conceptos de etnia y nación, es la que debemos a David Levinson, en su compendio sobre etnología: «El término "nación" [...] se refiere a un grupo étnico [...] que se ha organizado y movilizado para la acción política [...] Un grupo étnico es un grupo, cuyos miembros poseen un sentimiento compartido de identidad y solidaridad sobre la base de una lengua, religión, cultura, historia o raza compartidas.» ("2)

A pesar de su carácter impreciso, la propuesta de Levinson tiene al menos el mérito de señalar la dirección correcta, a saber, subsumir el concepto de nación bajo el de etnia, y hacerlo de tal manera que la diferencia específica del primero respecto al segundo sea la dimensión política. Por esta razón, el concepto de nación en rigor es más propio de la politología que de la etnología. Podríamos establecer que una nación es una etnia que ha tomado conciencia política de sí misma. La cuestión nacional puede caracterizarse entonces como una cuestión étnica planteada en términos políticos. Y las relaciones inter-nacionales, en sentido propio, deberían entenderse como relaciones entre etnias, cada una de las cuales dispone de su propio programa político de preservación o desarrollo de sí misma. De estas relaciones, entendidas del modo aquí propuesto, es de lo que debería ocuparse una verdadera «Organización de las Naciones Unidas», organización que desafortunadamente está muy lejos aún de haberse constituido.

(Excurso: La elucidación que se propone aquí, siguiendo a Levinson, de los términos «etnia» y «nación» no es, por supuesto, la única posible, ni siquiera la única plausible. Luis Villoro en Estado plural, pluralidad de culturas propone otra que no carece de cierta plausibilidad y rigor. Atendiendo al uso que del término «pueblo» se hace en el (mal llamado) Derecho Internacional y en las (mal llamadas) organizaciones internacionales (por ejemplo, cuando se habla del «derecho de autodeterminación de los pueblos»), Villoro parece querer fijar el uso de la noción de pueblo para referirse a la unidad colectiva más comprensiva en este contexto; tanto las naciones como las etnias establecidas en un determinado territorio serían subcategorías de dicha unidad: las naciones serían pueblos con autoconciencia política, mientras que el término «etnia» (territorialmente determinada) se reservaría para los pueblos que aún (o ya) carecen de dicha autoconciencia.(3) No tengo objeciones de principio a la propuesta terminológica de Villoro, y por supuesto que, como buenos filósofos, deberíamos recordar siempre que nomina sunt flatus vocis: en un contexto teórico podemos fijar el significado de los términos, en principio, como nos venga en gana. No obstante, la distinción que hace Villoro entre los términos «pueblo», «nación» y «etnia» no me parece la más adecuada como punto de partida de un análisis teórico-conceptual correcto (aparte de que el propio Villoro parece vacilar en el uso que él mismo propone). El inconveniente básico que veo en su estipulación estriba en que «pueblo» es un término que se ha estirado ya tanto para cubrir un gran número de conceptos realmente distintos (desde «pueblo» como aglomeración de viviendas hasta «pueblo» como clase social opuesta a las élites dominantes, pasando por «pueblo» como soporte virtual de un Estado en la frase «pueblo soberano») que una nueva acepción de dicho término no puede sino añadir más confusión a la ya existente. Me parece mejor la opción de borrar totalmente el término «pueblo» de un contexto teórico serio y sustituirlo sistemáticamente por etnia o nación, habiendo caracterizado previamente estas dos nociones con la mayor precisión posible. Y, digan lo que digan los juristas «internacionalistas», no hay mayor problema en sustituir la frase «principio de autodeterminación de los pueblos» por «principio de autodeterminación de las etnias». Fin del excurso.) (4)

La «definición» propuesta por Levinson nos ayuda, pues, a adelantar camino en el tema. No obstante, deja aún mucho que desear en cuanto al grado de precisión y articulación necesario para tratar la ardua cuestión del nacionalismo. Su principal desventaja es que determina la identidad étnica, y por tanto, por inclusión, la identidad nacional, mediante una amalgama disyuntiva de componentes heteróclitos: «sentimiento de identidad sobre la base de una lengua, religión, cultura, historia o raza compartidas». Dejemos de lado que hay cierta incoherencia en utilizar el concepto de cultura aquí como alternativa al de lengua, religión e historia (como si estos factores no fueran precisamente parte esencial de una cultura) y dejemos de lado también el hecho de que la noción biológica de raza parece en general bastante problemática para la determinación de la identidad étnica. La principal dificultad con la definición de Levinson es que de ella resultaría que una etnia a veces viene determinada por una lengua, a veces por una religión, a veces por una raza, etc. Y entonces no hay más remedio que preguntarse para qué necesitamos el concepto de etnia en general, dado que se trataría sólo de la disyunción de otros conceptos previos, que de todos modos entendemos mejor. ¿Hay algo sustancial en común a los conceptos de lengua, religión, raza, etc.? Parecería que no. En consecuencia, podríamos dudar de la utilidad metodológica del concepto de etnia en general, y del de nación en particular.

Esta dificultad aparece señalada en un artículo enciclopédico de Lincoln Allison sobre la idea de etnicidad. Este autor comienza por constatar con prudencia: «La pregunta de qué sea un grupo étnico, a diferencia de cualquier otra clase de grupo, es una pregunta que no admite una respuesta sencilla.» Y después de mostrar, basándose en una serie de contraejemplos, la inadecuación fundamental de la interpretación tradicional de la etnicidad en términos de características raciales, llega a una conclusión resignada: «La etnicidad sigue siendo uno de los aspectos más esquivos y misteriosos de las estructuras sociales, pero también es uno de los más básicos e importantes.» (5)

La impresión de «misterio» que nos comunica este etnólogo es perspicaz y a la vez sintomática. Sin embargo, ella no tiene por qué conducirnos a abandonar la búsqueda de una mayor precisión en el tratamiento del tema. Las dificultades que rodean una comprensión cabal del concepto de etnia, y por tanto de nación, sólo significan que este concepto, a pesar de su importancia para las ciencias sociales y políticas (o, mejor dicho, debido a ellas), no se puede definir basándose en términos más fundamentales y más fácilmente inteligibles. Ésta es justamente la propiedad lógicometodológica que debemos esperar de cualquier concepto básico en cualquier disciplina: he aquí otra lección que hemos aprendido bien en la filosofía de la ciencia contemporánea. El término «etnia», y su subordinado «nación», denotan entidades político-culturales autónomas, no reducibles, ni ontológica ni epistemológicamente, a otras entidades más básicas como puedan ser la raza, la lengua, la religión, etc. Por otro lado, existe sin duda una conexión significativa entre las primeras y las segundas: raza, lengua, religión, etc. pueden representar manifestaciones de una etnia o nación.

¿Qué hacer entonces con un concepto empírico que intuitivamente consideramos útil, o hasta necesario, para cubrir determinado ámbito de nuestra experiencia, pero que se resiste a una definición unívoca satisfactoria? La respuesta metodológica a esta pregunta suele ser siempre la misma en cualquier disciplina, natural o social: construyamos una teoría en la cual el concepto en cuestión desempeñe un papel central (como concepto «primitivo»), prescindamos de cualquier intento de definición u «operacionalización» directa del concepto, y tratemos de aplicar la teoría así construida a los fenómenos que nos interesan para explicarlos mejor.

Dado que, según toda evidencia, ni los etnólogos ni los politólogos hasta ahora se han decidido a construir una teoría tal, me permitiré en este punto cometer otro «pecado de transgresión disciplinaria» y esbozar muy someramente una «miniteoría» de etnias y naciones, fijada por ciertos «axiomas» o principios fundamentales, que han de regir las conexiones de estos conceptos con otros y con el campo de la experiencia fenoménica que tratamos de analizar. Es innecesario advertir que aquí sólo puede tratarse de un esbozo muy provisional, que meramente pretende estimular a los especialistas en dichas disciplinas para que desarrollen una teoría más articulada.

Veamos de manera informal cuáles son los supuestos ontológicos y metodológicos de los que debemos partir para construir nuestra miniteoría, a la que podemos denominar «MEN» («miniteoría de etnias y naciones»). He aquí los «axiomas» de MEN, acompañados en cada caso de un comentario ilustrativo, un scholium al viejo modo escolástico.

1) Las etnias son entidades aprehendidas a cierto nivel de abstracción de la experiencia. Scholium: a pesar de este nivel de abstracción necesario para su aprehensión no son por ello menos reales que otras entidades reales, fijadas también a cierto nivel de abstracción, que encontramos en las teorías de la física, biología o linguística (por ejemplo, las entidades a las que se refieren los términos «campo electromagnético», «genoma» o «gramática»).

2) Las etnias rigen una parte sustancial de la evolución política, social y cultural de la humanidad. Scholium: las etnias constituyen un elemento, no único, pero sí muy importante, de lo que podemos denominar, siguiendo una analogía con la linguística, la «estructura profunda» de dicha evolución. Precisamente por este carácter «profundo» son de difícil acceso a la investigación empírica directa o «investigación de campo». Su vínculo con los fenómenos culturales y políticos más inmediatamente accesibles puede compararse a la relación que existe entre la estructura profunda y la superficial de una lengua, o entre el genotipo y el fenotipo de un organismo biológico.

3 ) No podemos investigar cada una de las etnias existentes en un momento dado de manera empírica directa, pero podemos determinar sus características esenciales mediante un razonamiento abductivo a partir de los datos de los que disponemos respecto a sus manifestaciones específicas. Scholium: en este aspecto, las etnias pueden ser investigadas de manera metodológica análoga a tantas otras entidades teóricas de las ciencias avanzadas, de las que hemos dado varios ejemplos más arriba.

4) Las manifestaciones de las etnias son de carácter cultural en la inmensa mayoría de los casos. Scholium: sin embargo, no está excluido que en algunos casos también tengan relevancia los rasgos anatómicos o fisiológicos de los individuos humanos que les pertenecen. Al menos en este estadio de nuestros conocimientos empíricos sobre la materia, MEN no excluye, pero tampoco afirma, la posibilidad de que diferencias genéticas masivas, que puedan constatarse entre grupos humanos diversos, sean decisivas (al menos en algunos casos) para determinar la identidad de una etnia. Es decir, MEN es compatible tanto con un «culturalismo» puro, que excluya cualquier determinación genética de las etnias, como con un «biologismo» moderado, que postule cierto grado de determinación biológica de las etnias, al menos en algunas de ellas. Lo único que excluye MEN es un biologismo absoluto en esta materia. (Éste parece, en efecto, totalmente inverosimil desde un punto de vista empírico; basta tomar como contraejemplo cualquier etnia actual de dimensiones relativamente considerables, como son la inmensa mayoría de las naciones.)

5) La determinación fenoménica de las etnias (casi) nunca es unívoca. Scholium: ninguno de los factores que manifiestan los miembros de una etnia puede considerarse por si solo como una condición necesaria y suficiente de pertenencia a la etnia en cuestión, ni siquiera la lengua, aunque ésta sea en general muy importante para la identidad étnica. En consecuencia, no existe un criterio observacional único de determinación de las etnias, como tampoco existe, por cierto para las entidades teóricas de otras disciplinas. (La presencia de un campo electromagnético, por ejemplo, es inferida a veces por sus efectos luminosos, otras por sus efectos magnéticos, otras por sus efectos eléctricos, o en fin por alguna combinación de todos estos factores; de manera análoga, una etnia o nación a veces se manifestará por su lengua, a veces por su religión, a veces por ciertas tradiciones estéticas, a veces por esa cosa difusa pero no menos real que llamamos una «mentalidad» o «forma de vida», a veces quizás también por rasgos anatómicos o fisiológicos, muchas veces, en fin, por una combinación de todo ello.)

(Excurso: vale la pena en este punto interrumpir brevemente la exposición de los supuestos fundamentales de nuestra teoría y permitirnos una acotación sobre el factor lengua, porque éste es el más característico de la relación entre la estructura superficial y la profunda de la etnicidad. La lengua matema es, sin lugar a dudas, de todos los rasgos fenotípicos de una etnia, el más decisivo en general para su determinación «operacional». Una lengua no es sólo un instrumento de información y comunicación entre seres humanos (como al parecer, sigue pensando el 90 % de los filósofos del lenguaje contemporáneos, 90 % de los cuales sólo conoce una lengua, el inglés). La concepción puramente instrumental del lenguaje valdrá, quizás, para las lenguas adquiridas en nuestra vida adulta; pero la lengua materna, la que aprendemos inconscientemente en nuestros primeros años, es ante todo un modo de expresión de emociones y de una visión del mundo. Esto lo percibió ya claramente el primer gran teórico del nacionalismo, Johann Gottfried Herder, en sus Ideas para una filosofia de la historia de la humanidad, en 1791: Herder señaló que, al ser un factor constitutivo de la identidad personal de cada uno, la lengua materna determina que, a priori, los hablantes de una misma lengua compartan, sin querer, más cosas entre sí que con los hablantes de otras lenguas. No obstante, el propio Herder advirtió que la lengua no lo es todo en la identidad de una nación; hay otros factores quizás aún más profundos y difíciles de acotar. Y empíricamente sabemos que una etnia o nación puede, en el curso de su evolución, perder su lengua originaria total o parcialmente, y, no obstante, preservar su identidad étnica (judíos, irlandeses y gitanos son buenos ejemplos de ello); o bien, en el sentido contrario, dos naciones pueden compartir la misma lengua y, no obstante, ser claramente distintas. (Si alguien duda de ello, puede tomar al azar un grupo de mexicanos y otro de argentinos, y compararlos prescindiendo de las diferencias de acento.) La lengua es pues extremadamente importante como factor de etnicidad o nacionalidad, pero sería un grave error considerarlo exclusivo. Por otro lado, la importancia de la lengua como componente esencial de la identidad étnica aparece evidente sobre todo cuando una etnia ha pasado al estadio de nación: incluso en los casos en los que la lengua originaria se ha perdido o está a punto de perderse, la nación en cuestión hace esfuerzos sobrehumanos por «revivirla». (Nuevamente el caso judío y el irlandés son paradigmáticos.) Fin del excurso.)

6) Las etnias son entidades genidénticas: cambian preservando su identidad. Scholium: en este punto, las etnias se diferencian sustancialmente de las entidades teóricas de la física y se parecen más a las de la biología, como los organismos o las especies. Las etnias nacen, se desarrollan y mueren (no siempre de «muerte natural», con más frecuencia son asesinadas por otras etnias).

7) Las etnias son entidades de límites sincrónicos y diacrónicos difusos. Scholium: una diferencia esencial entre las etnias y los organismos biológicos es que la ubicación temporal del nacimiento y la muerte de etnias y naciones, así como su ubicación exacta en el espacio geográfico, son mucho más difíciles de determinar que en el caso de los organismos biológicos. Por regla general, los límites espacio-temporales de las etnias son borrosos. Ello no ha de sorprendernos. Se trata de una característica común a casi todas las entidades socioculturales, que no implica nada sobre su estatuto ontológico. No sólo en el campo de la cultura, pero especialmente en él, constatamos la existencia de un sinnúmero de entidades que sin duda son reales pero que deben ser concebidas como «conjuntos borrosos o difusos» (fuzzy-sets). Por ejemplo, es imposible determinar cuándo y dónde exactamente empezó a existir la lengua alemana, ni cómo trazar exactamente la línea divisoria de esa lengua respecto a otras lenguas parecidas; pero ello no implica ni que la lengua alemana sea una ficción inventada por mentes calenturientas ni que sea una entidad idéntica a la lengua rusa, pongamos por caso. (Recomendación general: lo primero que deberíamos hacer en las disciplinas socioculturales es aprender a trabajar con precisión con conceptos imprecisos, sin que el carácter «borroso» de estos últimos nos induzca a pensar que carecen de un referente real.)

8) Las etnias suelen mostrar lo que podemos llamar «diversos niveles de agregación»; es decir, pueden constatarse «subetnias» y «superetnias» respecto a una etnia dada. Scholium: por ejemplo, los bávaros constituyen una subetnia dentro de la etnia alemana: existe sin duda una identidad bávara, incluso muy autoconsciente, que se traduce en un dialecto muy claramente recognoscible de la lengua alemana, tradiciones culinarias muy marcadas, cierta forma de humor y de relaciones interpersonales, y otros elementos parecidos, e incluso quizás una correlación estadística significativa con ciertos rasgos anatómicos; no obstante, los bávaros pertenecen también a la etnia alemana en general, como queda patente por otra serie de factores objetivamente detectables, así como por la propia percepción subjetiva, tanto de la inmensa mayoría de bávaros como de alemanes no-bávaros. Por otro lado, en el otro extremo del espectro, existe indudablemente una superetnia anglosajona (probablemente la superetnia más poderosa que haya existido jamás en la historia de la humanidad): en efecto, aunque, desde el punto de vista de la teoría MEN, ingleses, anglocanadienses, gringos, australianos, neozelandeses y anglosudafricanos constituyen etnias (y por supuesto naciones) distintas, todas ellas forman parte de la superetnia anglosajona, que, en las cuestiones realmente esenciales, revela una extraodinaria homogeneidad y sentido de solidaridad. Por ello, podríamos hablar aquí no sólo de superetnia sino incluso de supernación anglosajona. (Si alguien duda de ello, baste recordar el comportamiento global de las etnias anglosajonas a lo largo del siglo xx en los momentos críticos, como por ejemplo dos guerras mundiales «calientes» y una guerra mundial «fría».)

9) Las naciones constituyen un tipo particular de etnias. Scholium: toda nación es una etnia, pero no toda etnia es una nación. Las naciones son etnias políticamente conscientes de sí mismas, o dicho más concretamente, son etnias que disponen de un programa político (en sentido amplio, o sea, no sólo referido a partidos políticos) de preservación y desarrollo de su propia identidad. De ello se desprende que todas las características que hemos postulado para las etnias en general se aplican también a las naciones, pero a ellas se les añade el componente político.

En resumen, lo que postula la miniteoría aquí propuesta es que etnias y naciones constituyen realidades profundas en la estructura sociocultural de la humanidad. Es cierto que muchas veces será difícil detectarlas y diferenciarlas unas de otras «a primera vista»; pero, en general, lo podremos lograr a través de sus manifestaciones, tales como lengua, religión, mentalidad, etc. (No dispongo de una lista bien definida de factores para rellenar este «etc.»; ello debería ser la tarea del investigador empírico especializado, no la de un pobre filósofo de la ciencia).





1. (Caracas, 1946). Catedrático de Filosofía, Teoría de la Ciencia y Estadística en la Universidad de Munich (Alemania).
2. Cfr. Leviston, Ethnic Relations, ABC-CLIO, Santa Barbara, 1994, p. 83.
3. Cfr. L. Villoro, Estado plural, pluralidad de culturas, Paidós/UNAM, México, 1998, pp. 21.
4. Nota de ETHNOS2000: Efectivamente el término «pueblo» no es unívoco. Pero nosotros lo consideramos más apropiado para referirnos a una etnia, que «nación», mucho más equívoco (de hecho, los promotores modernos de este último, burgueses ilustrados, lo contrapusieron claramente a los términos «pueblo» y «país», de connotaciones más étnicas).
5. Cfr. L. Allison, «Ethnicity», Oxford Concise Dictionary of Politics, op. cit, p. 163.


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