Trabajo: ACERCAMIENTO A LOS CONCEPTOS DE  NACIÓN, NACIONALISMO Y FASCISMO CLÁSICO

 

Materia:  NACIONALISMO Y FASCISMO

 semestre 2003-1

Profesor: FRANCO SAVARINO

 

Alumno:  CARLOS ALBERTO FONSECA PATRÓN

 

 

 

 

 

 

 

ACERCAMIENTO A LOS CONCEPTOS DE  NACIÓN, NACIONALISMO Y FASCISMO CLÁSICO

Etimología del término

 

La palabra nación proviene del verbo latino nasci: nacer, aludía originalmente a un grupo de población nacido en el mismo lugar, con independencia de la extensión de éste o del número de sus habitantes. En las universidades europeas de la baja edad media, las naciones eran grupos de estudiantes que procedían de la misma región o país.

Antes de 1884, el Diccionario de la Real Academia Española la definía sencillamente como “la colección de los habitantes en alguna provincia, país o reino”. Pero en ese año aseveraba que “es el estado o cuerpo político que reconoce un centro común supremo de gobierno”. En las lenguas romances la palabra es indígena, mientras que en las otras es foránea. En el alto y bajo alemán la palabra volk (pueblo) tiene algunas asociaciones con las derivadas de natio. En el bajo alemán este término apenas lo usaban las personas cultas o las de estirpe real, noble o gentil y, antes del siglo XVI significaba, como en el francés medieval, grupo de estirpe y descendencia.

Va evolucionando hacia la descripción de grupos autónomos más nutridos, tales como gremios, u otras corporaciones que necesitan distinguirse de otros con los que coexisten. Así adopta el significado de naciones como sinónimo de extranjeros, por ejemplo naciones de comerciantes o de estudiantes. En otras partes se recalca la etnicidad, como en el caso de la insistencia neerlandensa en el significado primario de natio como  la totalidad de los hombres a los que se considera como pertenecientes al mismo stans. Ya el New English Dictionary, en 1908, señaló que el antiguo significado del término representaba principalmente la unidad étnica, pero que el uso reciente más bien recalcaba “el concepto de unidad e independencia políticas” (Diccionario de inglés Oxford).

En el discurso político y social durante la edad de las revoluciones se habla del “principio de nacionalidad”, con un significado político. Se equiparaba “el pueblo” y el estado al modo de las revoluciones norteamericana y francesa. El Concepto de Nación en la edad de las revoluciones suponía que fuera, según la expresión francesa, una e indivisible. La nación considerada así era el conjunto de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un estado que era su expresión política. Prescindiendo de las demás cosas que fuera una nación, el elemento de ciudadanía y de participación nunca faltaba en ella.

Jonh Stuart Mill aseveraba que los miembros de una nacionalidad desean estar bajo el mismo gobierno y desean que sea el gobierno de ellos mismos o de una parte de ellos mismos exclusivamente. La ecuación Nación = Estado = Pueblo, y pueblo soberano sin duda vinculaba nación a territorio, ya que la definición de Estado pasó a ser esencialmente territorial. La declaración de derechos francesa de 1795 dice “cada pueblo es independiente y soberano, cualesquiera que sean el número de los individuos que lo componen y la extensión del territorio que ocupa”. Remarquemos que no se identificaba la nación con criterios étnicos, ni lingüísticos.

Lo que caracterizaba a la nación era que representaba el interés común frente a los intereses particulares, el bien común frente al privilegio. Las diferencias de grupo étnico eran, desde este punto de vista revolucionario democrático, tan secundarias como más adelante les parecerían a los socialistas. Obviamente, lo que distinguía a los colonos norteamericanos del rey Jorge y de sus partidarios no era la lengua ni la etnicidad, y a la inversa, la república francesa no tuvo reparo alguno en elegir al anglonorteamericano Thomas Paine miembro de su convención nacional.[1]
En efecto, el concepto de Nacionalidad  es obra de la burguesía y del liberalismo clásico, aunque haya sufrido tantas variaciones producto de los nacionalismos de diversa índole. En lo concreto la idea de Nación sustituye los lazos perdidos, Ernest Gellner rechaza la visión romántica según la cual el nacionalismo emana del oscuro lado emocional de la naturaleza humana, en oposición a los fríos preceptos de la razón. Plantea que la idea de Nación está íntimamente ligada a quienes detentan el poder del Estado, dentro de un espacio geográfico y cultural. En ese espacio hay un conjunto de factores que tienen que ver con las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, donde se conjugan además factores de identidad cultural y de legitimidad.  Así mismo, el nacionalismo es el principio que afirma que la unidad política y nacional deben ser congruentes, es decir, debe haber coincidencia entre los límites de territoriales, nacionales y culturales, con los límites políticos.
[2] Para el nacionalismo, el concepto de Nación es correspondiente con el de Estado. El nacionalismo no se incuba como resultado de la existencia del Estado Nacional, sino que, por el contrario, el Estado Nacional es el que se incuba como consecuencia del nacionalismo, éste a su vez, tomó a las culturas preexistentes y las convirtió en naciones. Es la clase burguesa la que reclama un ente válido para toda la sociedad, y para ello busca crear una cultura de Nación.

Gellner, estima que el nacionalismo se autodefine desde el principio universal y necesario de la identificación excluyente entre organización social, cultura y estado. También, incide en la imposibilidad de definir el principio nacional como una verdadera construcción teórica-crítica, ya que es incapaz de comprenderse en su singularidad histórica. El nacionalismo no se autocuestiona, no se relativiza, no se explica. Sólo se afirma. El nacionalismo se siente universal y necesario. Percibe en sí mismo que siempre existieron y existirán naciones en la medida que expresan la propia naturaleza humana, lo que realmente es. Y quizá, en ello resida su verdadera solidez no ya como teoría, sino como patrón de conducta social; como solución específica al problema humano de la búsqueda de sentido. Pero, para Gellner, frente a la contingencia; a la pura accidentalidad, afirma que el nacionalismo tiene una razón de ser histórica.[3]

Teorías sobre el nacionalismo

Se considera que hay dos grandes teorías modernas acerca de la idea de nación. Una correspondería a la Ilustración, y se realiza en la Revolución Francesa. La otra, sugerida en la noción herderiana de volksgeist, se desplegaría plenamente entre los románticos.

La primera, es la “nación revolucionaria”, la que el abate Siéyès definía como “un cuerpo de socios que viven bajo una ley común y están representados por la misma legislatura”. Si se extendiera la unidad nacional al conjunto de los individuos, se fundamentaría en la identidad de sus derechos, en el reconocimiento recíproco de tal identidad. Procede de la unión de voluntades en una asociación libre, fundada en la adhesión a los principios del contrato social. De ahí se derivan unos rasgos:

Es considerada ya como un producto histórico o como una construcción, es decir, es artificial, el resultado de la creación de una elite.

Es una comunidad democrática. Desde su enfoque, en el mundo hay diversas naciones por haber distintos regímenes políticos. La diferencia entre naciones es política, no natural.

Las fronteras son el límite a partir del cual no se aplican los principios del Contrato Social. La nacionalidad no es, pues, una determinación natural. El acceso a esta nacionalidad nace de una elección libre y puede perderse cuando el ciudadano reniegue de los principios a los que se adhirió.

La nación revolucionaria se precisa, pues, sobre el fondo de su propia desaparición como nación distinta a las demás cuando la comunidad democrática se haya extendido al conjunto de los pueblos.

La segunda, la nación romántica, es nación-genio, no nación-contrato. Lo que llama Joseph Maistre el alma colectiva; en ella prima la tradición, la pertenencia a una comunidad viva de lengua y raza. Predomina el Volksgeist, el espíritu del pueblo. Pero la nación de Volksgeist no aparece abiertamente en Herder, en éste subsistía el universalismo.

Es el romanticismo alemán, en especial a partir de August Schlegel, el que, a través de su bien conocida crítica de cualquier forma de humanismo abstracto, llegará a la afirmación correlativa de una heterogeneidad absoluta de las culturas nacionales.

Suelen tomarse como modelo del primer tipo de nación a Francia, del segundo a Alemania. Pero no se pueden remitir pura y simplemente las dos ideas a la tradición francesa y alemana.“Alemana” sería la identificación del individuo con la comunidad. Pero esta concepción no es solo alemana, ni de todos los alemanes.“Francesa” sería la idea republicana de nación según la cual es en calidad de ciudadano como el individuo se adhiere al grupo.

Tratando de precisar, se puede decir que la idea romántica de nación tiene estas características:

Un enfoque naturalista de la idea nacional

Si la nación es entidad natural, la nacionalidad es igualmente un determinismo natural.

La nacionalidad es concedida por una instancia que verifica que se cumplan datos mínimos naturales. Pesa mucho la lengua (Schleger). Casi no se puede concebir una pérdida de la nacionalidad.

La nacionalidad está inscrita en mí ser antes de que yo razone o elija. Está acendrada la idea de la Madre-patria. De esta concepción deriva fácilmente el nacionalismo.

Hablando en el terreno teórico, la idea revolucionaria de nación se inscribe en el fondo bajo la idea de libertad; la idea romántica bajo la idea de naturaleza, de necesidad. La idea de nación-genio cierra la comunidad nacional a la dimensión del porvenir. La nación no puede desarrollar sino sus virtualidades propias, ninguna aportación verdaderamente nueva puede venir a su destino. De hecho, en última instancia, niega la libertad de las personas.

La idea de nación-contrato se basa, de hecho, en una idea de libertad; stricto sensu, una idea. Se cierra la comunidad a la dimensión del pasado. Comprendida así, la nación no retiene nada de su cultura, ni de sus tradiciones.

Desde luego, el análisis teórico no se agota en esas dos grandes corrientes. Fitche hace de la nación el producto del proceso educativo. El Estado se encarga de la educación nacional, de la que se espera la formación de la unidad nacional. Trata de superar la antinomia de la concepción revolucionaria y romántica de la nación. Ésta no se plantea en términos de simple y pura pertenencia, ni de simple y pura adhesión, sino de educabilidad.

La comisión encargada en Francia, en 1897, de preparar una reforma del Código de la nacionalidad, planteó:

Una nación está constituida por la voluntad y el consentimiento libre de los individuos.

Esta libertad (de hacerse francés) habrá de inscribirse en una cultura y en una tradición para la que tienen sentido los valores del derecho y de la ley. Se insiste en el papel de la escolarización y de la lengua. Se podía nacionalizar a quien proviniendo de un país de habla francesa, tuviere una escolaridad de 5 años, en un establecimiento que enseñara francés.

En la polémica adelantada por los partidos socialdemóçratas a principios de siglo, R. Springer dijo: “Nación es la unión de hombres que piensan y hablan del mismo modo”. Agregó: “Es la comunidad cultural de un grupo de hombres contemporáneos no vinculada con el suelo”.[4] Otto Bauer dijo: “Nación es el conjunto de hombres unidos en una comunidad de carácter sobre la base de una comunidad de destinos.”

Según Stalin la Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada, de idiomas, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”.[5]

Más recientemente, estudiosos como Karl Deutsch han enfatizado que la nacionalidad no es una característica innata, sino el resultado de un proceso de aprendizaje social y de formación de hábitos. Por ello, para Deutsch es fundamental la estructura de comunicación social, ya que sin ésta es imposible la configuración de la nacionalidad.

De tiempo atrás se polemiza acerca de qué pesa más en la formación nacional, si los factores ideológicos y culturales o aspectos tales como la economía y el territorio.

Edgar Morin, en su artículo El Estado Nación, señala que éste “es, a la vez, creación y creador de la Europa moderna. La historia, hasta la Edad Media, había contado imperios, ciudades, pueblos, etnias. La fórmula del Estado-nación, más extensa que la de las ciudades, es más restringida y más unificada que la de los imperios, incluso cuando es poliétnica. El Estado-nación se forma lentamente, diversamente en Francia, Inglaterra, España, Portugal, a partir y alrededor de un poder monárquico que se forma él mismo al formar el Estado-nación”. Y luego añade: “La perseverancia monárquica y la oportunidad histórica favorecen el desarrollo del Estado-nación francés. La fórmula del Estado nación emerge de manera evidente en y por la Revolución francesa”. Resume así Morin dos etapas en la configuración del Estado nación: el absolutismo y la revolución. En esas dos etapas, principalmente en la segunda, la nación legitima al Estado. Son pasos dados en busca de la centralización requerida para la formación del mercado interior.

 

El nacionalismo como ideología

 

  El Nacionalismo moderno protestó contra la definición de carácter liberal, considerada inadecuada, y se esforzó por presentar la adhesión a la Nación como un hecho obligatorio, natural y donde no intervenía la voluntad humana. Las naciones, se decía, tenían alma y fisonomía propia y en consecuencia modelaban tipos humanos distintos. Cada Nación encarnaba distintas potencialidades y tenía proyectos diferentes, sobre todo, en el área internacional.

Desde esta perspectiva, se concibe al nacionalismo como una escuela política que preconiza la importancia del valor de la Nación por sobre toda otra consideración en la construcción del orden político. De esta forma, se vuelve indispensable conformar un Estado  Nacionalista.

De hecho, las doctrinas más populares del Nacionalismo, que son el Fascismo y el Nacional-Socialismo corresponden a la opción de concretar el nacionalismo en una fórmula estatal, que por lo demás ha recibido una consagración como idea fuerza.

Es sabido que el  fascismo italiano fue el fenómeno que más capacidad tuvo para influir en su momento, y detentó la característica de ser más generalizable y asimilable que otros movimientos contemporáneos como el Nacional-Socialismo alemán, lo cual,  en parte explica que la orientación más reciente del estudio del Nacionalismo sea, precisamente, identificar Nacionalismo con Fascismo y darle a este último un contenido más universal.

El Nacionalismo, así entendido, se construye sobre la idea de la superioridad de la forma nacional propia y bajo la pretensión que el Estado puede llevar a cabo la realización perfecta de los ideales humanos. El Fascismo y el Nacional-Socialismo propugnaron la supresión de los partidos políticos, la constitución de ordenes gremiales como instancias de participación, la encarnación de la Nación en un Líder (Führer, Duce) inspirado que conoce el porvenir y cuál es el bien de la Nación.

Si bien han habido nacionalismos moderados como el español y el portugués, es evidente que los casos italiano y alemán se basaban en el irredentismo y el abierto propósito de romper a su favor el equilibrio existente.

 

El fascismo como crítica cultural a la razón occidental

 

De entrada, cabe señalar que el fascismo estableció una crítica global a la cultura occidental, al marxismo, la democracia igualitaria y al liberalismo en su vertiente política decimonónica. Sus postulados conllevan una refundación del orden político, una innovación en el pensar y un cambio en la estructura social. Propone una reflexión profunda acerca de la política, la técnica y la ciencia. Se trata de una propuesta cultural revolucionaria de largo alcance que tenía como objetivo superar al liberalismo decimonónico; frenar “la amenza bolchevique” presente en Europa desde 1917 y apoyar a las clases medias emergentes. En la doctrina fascista el Estado asume una dimensión totalitaria, moviliza a las masas; ataca la cultura democrático-liberal-burguesa, reemplaza la lucha de clases marxista por la lucha de las naciones subdesarrolladas en contra de las capitalistas –la nación toma el lugar de la clase social en la dialéctica histórica-, y abre el escenario para una intensificación del conflicto internacional. En esencia el fascismo puede ser descrito como una “revolución conservadora” que busca establecer  una “tercera vía” a la modernización, entre el modelo liberal-capitalista y el socialista.[6] Destacando el hecho de haberse constituido en una crítica cultural a la denominada razón de occidente.

Por otro lado, en cuanto a su espíritu, la ambición fascista es un combate, combate porque no combatir es morir, es actividad, movimiento; ritmo frenético en búsqueda de resignificación y creación de valores, de mitos. El  culto a la muerte y su necesidad de combate contra el tedio llevan a considerar los tópicos inherentes a la vanguardia artística conocida como futurismo y cuya influencia fue decisiva en la configuración de la ideología fascista. Es una corriente intelectual que elabora una formulación estética de la política. El futurismo italiano y el vorticismo inglés de Ezra Pound y Wyndham Lewis..., ilustran a la perfección el aspecto cultural del fascismo. Se explica claramente la atracción que este movimiento de ideas ha ejercido, a lo largo de la primera mitad del siglo, sobre amplias capas de la intelectualidad europea, cuando se ha comprendido que estas capas encontraron en él una expresión de su propio inconformismo y de su rebeldía frente a la decadencia burguesa. Mas allá de proponer una concepción entre el individuo y la sociedad, este fenómeno  representó un nuevo ideal de lo hermoso y lo admirable. Éste era el verdadero denominador común de los revisionistas revolucionarios, los nacionalistas y los futuristas: su odio hacia la cultura dominante y su deseo de reemplazarla con una alternativa total.[7]

Como mencionamos en líneas anteriores el Fascismo resulta profundamente contrario a las ideologías que proclaman el igualitarismo y practican una filosofía de los derechos humanos; profesan una ideología anti-liberal-burguesa por ello reniegan del humanismo en todas sus vertientes, especialmente de sus corrientes marxista y cristiana. Son portadores de una visión orgánica de lo social. Se presentan como una propuesta cultural regeneradora y alternativa al universalismo homogeneizador considerado responsable del colonialismo cultural y del estado de “decadencia espengleriana” y corrupción del carácter y los valores mas nobles de las naciones, los pueblos y los Estados.

La peculiaridad de constituirse en crítica cultural es sin duda otra de las características del nacimiento del fascismo. El crecimiento del fascismo no hubiera sido posible sin la rebelión contra la ilustración y la revolución francesa que barrió Europa a fines del siglo XIX y principios del XX. En cualquier lugar de Europa la rebelión cultural precedió a la política: la ascensión de los movimientos fascistas y la toma del poder fascista en Italia fueron posibles sólo debido a la conjunción de la acumulada influencia de la revolución cultural e intelectual con las condiciones políticas, sociales y psicológicas creadas a fines de la primera guerra mundial.[8] En otras palabras, la crítica a la cultura dominante dotó de fuerza y dotó de sentido a una propuesta política cuyos postulados dieron consistencia e hicieron atractiva la ideología fascista para una mayoría de ciudadanos italianos.

Por otro lado, el fascismo se reconoce parte de la modernidad. Como señala Sternhell, el fascismo consistió en una revolución que declaraba querer aprovechar lo mejor del capitalismo, del desarrollo de la tecnología moderna y del progreso industrial. La revolución fascista pretendió cambiar la naturaleza de las relaciones entre el individuo y la colectividad sin que por ello haya sido necesario romper el motor de la actividad económica –el fin de lucro, de beneficios-, ni abolir sus cimientos: la propiedad privada- o destruir su marco indispensable; la economía de mercado. Ese es un elemento que constituyó una innovación en el fascismo: la revolución fascista se sustentó en una economía regida por las leyes del mercado.[9] Aceptación de las leyes del mercado y crítica ideológica a la burguesía ilustrada o inculta, conservadora o liberal y al marxismo materialista.

Otro aspecto que le dio sentido al fascismo fue la transformación del instinto de agresión en violencia creadora de moral y virtud. Violencia, sufrimiento, heroicidad y entrega son algunos de sus valores de lucha. Se trata de canalizar la agresividad humana hacia fines nobles y creadores de una moral y una virtud emanadas del deseo de recuperación de una identidad histórica de pertenencia a naciones y pueblos cuya existencia el stablishment pretende eliminar o debilitar. Voluntad de ruptura y entrega. Se levanta contra el orden burgués pues se alimenta de la filosofía vital del paganismo mental europeo: voluntad creadora, apego a la comunidad, considerada como fuente de aventuras, de conquista y combate político y cultural; rechaza el cosmopolitismo, el hedonismo y el modelo de confort. Apela al llamado al voluntarismo y al mito de la violencia como síntesis de la lucha contra el conservadurismo. Así pues, los fascios se presentaban como recuperadores de la conducta agresiva y competitiva del individuo quedando destruida la ilusión de la uniformidad natural del género humano. El hombre como idea, científicamente está muerto: agresivo, territorial y jerarquizado, el homo sapiens se muestra completamente diferente a la imagen que de él daba el humanismo, fuese rusoniano, cristiano o marxista.

En suma, el fascismo se construyó no sólo por el repudio de la democracia, del marxismo, del liberalismo, de los valores llamados burgueses, de la herencia del siglo XVIII, del internacionalismo y del pacifismo; también, como hemos mencionado, por el culto del heroísmo, del vitalismo y de la violencia[10] y estaba llamado a construir un tipo de nacionalismo revolucionario desde donde imponer las pautas de reconstrucción de la soberanía y la identidad nacional. Sin olvidar tampoco, que se trató de una propuesta cultural cuyo atractivo radicó en la movilización y el rechazo a la “mediocre” uniformidad.

 

 

 



[1] Hobsbawm, Eric, “Nacionalismo y Nacionalismo  desde 1780”, ed. Crítica, 1992, p.29.

[2] Gellner, Ernest, “Naciones y nacionalismo”, Alianza Editorial, 1991, pp. 13,14.

[3] Ver crítica a la teoría gellneriana hecha por Franco Savarino en:  Savarino, Franco “Los retos del nacionalismo en el mundo de la globalización”, Convergencia, no. 26, septiembre-diciembre 2001, pp. 101-102-103-104.

[4] Springer, R. “El Problema Nacional” 

[5]  Ver Stalin, José, “El marxismo y el problema nacional”, Barcelona, Eds Europa-América, s.f. (1913)

[6] Savarino, Franco, “Bajo el signo del Littorio: la comunidad italiana en México y el fascismo (1924-1941), Revista Mexicana de Sociología, VOL  LXIV, no. 2. abril-junio 2002, p 115-116.

[7] Sternhell, Seev et. al., “El nacimiento de la ideología fascista”. Editorial Siglo XXI, España. 1994. Pág 40.

[8] Sternhell, Seev et. al., “El nacimiento de la ideología fascista”. Editorial Siglo XXI, España. 1994. Pág 1. 

[9] Idem.  Sternhell, Seev.. “El nacimniento..  Pág. 7.

[10] Idem..  Sternhell, Seev.. “El nacimniento..  Pág. 43.

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