Adrian Salbuchi
Globalización e Identidad Nacional: algunos ejes doctrinarios
La ideología de la globalización pretende justificar la mayor privatización jamás vista: la privatización del poder. Podemos identificar los centros de ese poder mundial privado desde los cuales se diseñan las mega-políticas de la globalización en los planos de lo político, económico, financiero, militar y cultural: el Council on Foreign Relations, en primerísimo lugar, y la compleja red que integra.
La globalización conforma
una ideología centrada en lo económico - hecha a la medida del homo
oeconomicus, criatura del protestantismo anglosajón -, que pretende amoldar al
mundo entero en base a un conjunto de criterios economicistas, utilitarios y
materialistas.
Su centro paradigmático es el mercado. Su eje de poder es la fuerza del dinero.
Su motor es un compacto conjunto de empresas y bancos transnacionales con sus
instrumentos cuasi-públicos de administración. Su instrumento de alineamiento
masivo lo conforman los medios de difusión globales que imponen aquello que los
franceses llaman el "unique pensee" y los norteamericanos lo
"politically correct" - o sea, el pensamiento único y lo políticamente
correcto. Genera una estandarización cultural, filosófica e intelectual
que se impone en forma gradual y que resulta difícil de resistir.
Como toda ideología política, la globalización distingue entre amigos y
enemigos. Desde esta óptica, amigas son todas aquellas fuerzas cosmopolitas,
democratizantes, universalistas, horizontales, estandarizadoras,
"progresistas", modernistas, materialistas (en el sentido de fijar el
eje central de la vida sobre lo económico) y, por sobre todo, antinacionales.
Simétricamente, enemigas son aquellas corrientes tradicionales, centradas en
torno a la Comunidad Organizada, la religión, el concepto cristiano de la
solidaridad y el Estado-nación como eje ordenador.
Dentro de toda Comunidad, la globalización actúa como una fuerza
centrífuga y desarticuladora. En contraposición, el Estado-nación -
cuando cumple sus funciones fundamentales -, debe operar como una fuerza centrípeta
e integradora.
Verificamos entonces que la ideología de la globalización no tolera ni puede
convivir con las naciones, ya que tiene como uno de sus objetivos primarios,
reemplazarlas. Como dijera el globalista Richard Gardner, en un articulo seminal
aparecido en la revista "Foreign Affairs" allá por Abril de 1974, más
que atacar al Estado-nación de manera frontal, la globalización debe
corroerlo, debilitarlo y desarticularlo en forma gradual y secuencial.
Gardner lo definió como "la desintegración controlada de los Estados-nación".
Cabe aclarar que esta prestigiosa revista pertenece a la principal usina
intelectual del centro de poder globalizador: el Council on Foreign Relations de
Nueva York.
Luego, los impulsores de la globalización pretenden reestructurar
al mundo según sus cánones e intereses. Ello ya tuvo un primer efecto dramático
en la infiltración capitalista dentro de la ex-Unión Soviética, según las
recomendaciones de Zbigniew Brzezinski, el principal ideólogo de la Comisión
Trilateral creada por David Rockefeller en 1973. En su obra fundacional de la
Trilateral llamada "La Era Tecnotrónica", Brzezinski expone un plan
maestro para desarticular al imperio soviético, que habría de convertirse en
un hito clave hacia la conformación de un gobierno mundial.
Más recientemente, se habla ya no de un choque de naciones sino de
civilizaciones, o sea de psicologías, tradiciones, ideales y sentimientos
contrarios a la globalización (Samuel Huntington) y hasta del surgimiento de
Estados virtuales (entelequias cuasi-públicas centradas sobre el mercado en
lugar del territorio; o sea, meras sedes del poder transnacional privado), según
la tesis de Richard Rosecrance aparecida en "Foreign Affairs" en 1996.
Si, como dice Gardner, estas fuerzas presuponen la necesidad de
lograr la "desintegración controlada de los Estados-nación" ello
implica que deberán generar un proceso gradual de desculturización para romper
los lazos que cada pueblo mantiene con su patria, su historia, su religión, su
territorio y sus valores. Estos valores serán reemplazados por una
pseudo-cultura universal, estandarizada y globalizada. Desde esta óptica, todo
nacionalismo sano y todo patriotismo viril será visto como un anacronismo y un
"peligro que debe ser combatido". Para ello, sólo será cuestión de
etiquetar ese ataque con algún slogan conveniente y "moralmente lícito"
según la hipocresía que rige la alta política mundial. De ahí que todas las
guerras hoy libradas por las fuerzas de la globalización son por "la paz,
la democracia, los derechos humanos y la libertad", y que todo país o
fuerza que se le oponga automáticamente se convierte en un "rogue
state" - Estado delincuente -, según la frase favorita de la secretaria de
estado norteamericana, Madeleine Albright (casualmente, también ella miembro
conspicuo del Council on Foreign Relations, al igual que Bill Clinton, William
Cohen, Robert Rubin, Samuel Berger, Alan Greenspan y Richard Holbrooke, para
nombrar a unos pocos de los centenares de encumbrados funcionarios del gobierno
estadounidense que son miembros de ese club exclusivo).
Este proceso mundial lo lideran los países anglo-parlantes y no exactamente de
manera pacífica si se tiene en cuenta que desde fines de la Segunda Guerra
Mundial - oficialmente librada para terminar de una vez por todas con la
violencia autoritaria -, se ha producido un centenar de guerras con más de 100
millones de muertos. La mayoría de ellas ha tenido como actores directos o
indirectos a la alianza anglonorteamericana o a alguno de sus aliados
incondicionales.
De manera que la globalización pretende estructurar al mundo según
los cánones filosóficos, psicológicos y religiosos de los
anglonorteamericanos, que ellos mismos autodefinen con las siglas
"WASP" (White, Anglo-Saxon, Protestant - o sea Blanco, Anglo-Sajón y
Protestante) y sus aliados. La virulencia con la que se persiguen estas metas no
escatima el uso desmedido y brutal de sus poderosísimas fuerzas militares, según
acabamos de comprobar con la guerra que la OTAN (en realidad, Estados Unidos y
Gran Bretaña) libró contra Serbia. Y antes de ello en la guerra contra Irak,
el mundo árabe en general, Centro América y otras naciones, pueblos y étnias
(siendo la Guerra de Malvinas un ejemplo más cercano a casa).
Claramente, para la Argentina, todo esto implica la desarticulación
de nuestra tradición cultural hispánica y políticamente antiimperialista, y
por ende anti-norteamericana y anti-británica. Al menos en lo que se refiere a
nuestra resistencia tradicional a alinearnos sin más con las políticas e
intereses de esos dos imperios.
Hoy, sin embargo, vemos como se está quebrando la columna vertebral de la
Argentina a través de una sutil e insidiosa corrosión cultural impuesta por
las fuerzas que motorizan la globalización - las transnacionales, los medios de
difusión globales, y las usinas de cerebros anglonorteamericanas -, a través
de sus operadores locales y regionales que han trastocado nuestro sentido de lo
nacional, nuestra ética del trabajo, nuestra concepción acerca de las
funciones del dinero, nuestro sentido de solidaridad y hasta nuestra voluntad de
independencia política y nacional.
Juan Perón definió este peligro sagazmente hace ya más de medio
siglo cuando izó las tres banderas del Movimiento Nacional Justicialista para
la defensa y preservación de la Comunidad Organizada:
· Soberanía Política, o sea la voluntad de no subordinarnos
política y culturalmente a ninguna otra nación, pueblo o conjunto de fuerzas
transnacionales privadas;
· Independencia Económica, o sea la voluntad de relacionarnos
de una manera inteligente y equitativa con los grandes actores económicos
nacionales, privados y supranacionales;
· Justicia Social, que presupone poner la economía al
servicio del hombre y no vice-versa como ocurre hoy; solo lograremos izar la
bandera de la Justicia Social cuando hayamos levantado las dos anteriores de la
Soberanía Política e Independencia Económica.
En los albores del año 2000, pareciera que la Argentina ha dejado
caer estas tres banderas. En sus orígenes, los dos principales movimientos políticos
- el radical y el justicialista -, se alineearon a estos conceptos que hoy ambos
olvidan completamente. Vemos entonces que nuestra claudicación es, básicamente,
cultural debido al desdibujamiento y erosión de nuestra Identidad Nacional.
Porque a la Soberanía Política, la hemos canjeado por las
"relaciones carnales" con el imperio global; a la Independencia Económica,
la hemos entregado ante un sistema financiero internacional apátrido, inmoral y
parasitario; y a la Justicia Social la hemos olvidado, encandilados ante el show
virtual de la televisión, el consumismo hedonista, las comidas fast food, la
literatura descartable, la falta de solidaridad en el trabajo, y la falta de un
auténtico sentimiento de comunidad, especialmente hacia los sectores más
desprotegidos.
Hoy, la Argentina se halla integrada a la globalización, pero el
precio que estamos pagando es demasiado alto: nos estamos desarticulando como
Comunidad Organizada. Estamos perdiendo nuestra identidad y olvidamos que lo que
importa no es el crecimiento de las utilidades de un conjunto de gigantescas
empresas, sino el crecimiento de la felicidad, orgullo y salud física y
espiritual de nuestro Pueblo.
En este fin de siglo, comprobamos que el vaticinio de Perón acerca
del año 2000 se consuma con el dominio total de la Argentina. Por eso ahora más
que nunca estamos llamados a librar una decidida batalla por nuestra
independencia y soberanía. Porque está en juego el "ser o no ser" de
nuestro Pueblo. Porque sabemos que el eje principal para el saneamiento de la
Comunidad pasa indefectiblemente por la recuperación de nuestra Identidad
Nacional.
Sept. 1999
http://www.dignidadargentina.com.ar/documentos/doc_31.htm