Maxime Rodinson

Nación, nacionalismo e ideología

 


Maxime Rodinson, «Nación e ideología» en: M. Rodinson, Sobre la cuestión nacional , Barcelona: Anagrama, 1975, pp. 105-134.
Ed. original: Rodinson, Maxime (1971), «Nation et idéologie», en: Encyclopædia Universalis, Paris: Encyclopædia Universalis, 1996, vol. 16, pp. 13-17.




Pueblo, etnia, nacionalidad, nación, son vocablos diferentes para designar diversos tipos de formaciones globales de una envergadura que supera y trasciende la de las agrupaciones globales primarias: clanes, tribus, ciudades y aldeas, ciudades-Estados, provincias. Todos ellos implican un desarrollo de solidaridades que unen estas agrupaciones étnicas y/o territoriales. No hay acuerdo sobre la asignación de cada uno de estos términos-etiquetas a un tipo diferente de formación. Lo más importante es llegar a entender que existe una infinita gradación de formas y que los criterios de diferenciación son múltiples.

Como mínimo, toda agrupación de este tipo posee una conciencia difusa de sí misma, una ideología implícita que corresponde a la percepción de su realidad y responde (más o menos bien) a las exigencias de su situación. Unos intelectuales, incluso si son de tipo muy primitivo, elaboran unas teorizaciones más o menos profundas y explicitan con cierta torpeza estos elementos ideológicos básicos. De este modo, el grupo étnico-nacional consigue al menos sentirse definido y delimitado respecto a otros. Los rasgos culturales y las instituciones que constituyen o deben constituir su especificidad, aparecen así unidas a su identidad. Todas sus manifestaciones de unidad están justificadas y legitimadas.

Todas estas ideologías, más o menos explicitadas o teorizadas, pueden ser denominadas ideologías étnico-nacionales. El término de nacionalismo, más especial, ha sido atribuido generalmente a la ideología de la nación-Estado de tipo contemporáneo o a los desarrollos ideológicos más teóricos y más agresivos –más alejados también de cualquier otra referencia– que emanan de los diferentes grupos étnico-nacionales.



1 - Ideologías y formaciones étnico-nacionales

En primer lugar, las ideologías étnico-nacionales varían naturalmente según el tipo de agrupación a que corresponden.

Las etnias desorganizadas son unos conjuntos no estructurados o poco estructurados de unidades prácticamente independientes: tribus, ciudades-Estados. Podemos tomar como ejemplos las tribus galas, germánicas, israelitas o árabes, las ciudades-Estados sumerias, griegas o mayas, los nomos egipcios en la época pre-dinástica. Estas unidades, cuyos miembros hablan la misma lengua y poseen numerosos rasgos culturales comunes, se reconocen un parentesco a partir del modelo del clan o de la familia. Aparecen a menudo ciertas instituciones que manifiestan, al menos en determinados intervalos, su unidad muy relativa. Así, por ejemplo, las anfictionías, las peregrinaciones a un mismo santuario, las ferias o mercados comunes, competiciones deportivas o literarias como los Juegos Olímpicos o el mercado árabe pre-islámico de ’Okãz.

Los Estados étnico-nacionales aparecen cuando se forma una estructura estatal que engloba una etnia determinada o una parte considerable de ésta. En tal caso, la unidad política puede nivelar más o menos las diferenciaciones internas según la fuerza del Estado y el grado de integración que permiten las condiciones económicas y geográficas. La ideología étnico-nacional se robustece y se constituye en ideología de Estado. Así ocurre en el Egipto faraónico, en los antiguos reinos israelitas y en los grandes reinos chinos. Dentro de una misma etnia pueden constituirse varios Estados, y en tal caso la ideología étnica mantiene en buena parte el mismo carácter que tenía en el tipo anterior.

Los imperios, unidades estatales en las que una etnia (ya agrupada generalmente en un Estado étnico-nacional o al menos formada por tribus o ciudades federadas, como en el caso de los aztecas) domina a otras. Se trata de fuertes formaciones que desarrollan una ideología propia al margen o por encima de las ideologías étnicas. Si, como puede suceder, las etnias tienen tendencia a fundirse en su seno, se recae en el caso del Estado étnico-nacional. De igual manera, las comunidades religiosas universalistas engloban normalmente, en su totalidad o en parte, varias etnias. En tal caso, la ideología religiosa significa una seria competencia a la ideología étnico-nacional.

La dislocación de los imperios crea unos Estados territoriales étnico-nacionales, o correspondientes a fracciones de etnias, o también pluri-étnicos. En Europa occidental, durante la segunda parte de la Edad Media, unas poderosas monarquías, apoyadas en unas burguesías ricas, influyentes y dinámicas, crean en Francia y en Inglaterra unos Estados nacionales (o naciones-Estados) que engloban la mayor parte de una etnia cuyas unidades internas han desaparecido casi totalmente bajo la influencia de la integración económica. De idéntica manera, la adaptación de las grandes comunidades religiosas universalistas a la variedad de las condiciones locales y de las Estados, que llega en ocasiones al cisma ideológico, las escinde en Iglesias nacionales cuya ideología puede conjugarse con la del Estado nacional, especialmente cuando éste se opone a la comunidad universalista (el galicanismo, por ejemplo).

En el marco de los Estados étnico-nacionales, de los imperios o de las naciones-Estados, pueden subsistir o constituirse unas etnias o cuasi-naciones, en situación dependiente, más o menos unificadas, más o menos integradas al Estado, más o menos sensibles, según las situaciones; a la ideología integradora del Estado. Forman, pues, unas minorías ideológicas de carácter étnico-nacional, vinculadas en ocasiones a una comunidad religiosa (parsis en la India, judíos, etc.), y otras veces más o menos especializadas en una función social (herreros, parias, etc.) y adquiriendo el carácter de castas (los negros de los Estados Unidos). Pueden reducirse hasta desaparecer a veces por fusión, o bien, por el contrario, consolidarse en una actitud de secesión reivindicativa. Las comunidades religiosas minoritarias y dependientes, sin carácter étnico propio, se aproximan de todos modos con mucha frecuencia a este tipo (diferentes Iglesias cristianas de Oriente).

En las siglos XIX y XX, la predominancia mundial del Estado-nación, al menos en tanto tipo de agrupación unánimemente admitido como superior; así como la decadencia correlativa de las comunidades religiosas como tipo aceptable de agrupación supra-funcional, llevan a la constitución de una sociedad de naciones. Esta reproduce a escala superior el mundo de las etnias coexistentes de antes. La multiplicación de los lazos internacionales conduce a la aspiración a la supranacionalidad, a la formación de comunidades supranacionales, de ligas de naciones, a proyectos de federaciones, y en ocasiones a unos intentos de imperios como el imperio nacional-socialista alemán. Por otra parte, la constitución de una comunidad ideológica universalista, el mundo comunista, que en un momento determinado se ha aproximado (como mínimo) al tipo imperial, reproduce la dinámica de constitución y de dislocación de los imperios y las Iglesias del pasado, con cismas ideológicos, afirmación de unos Estados-naciones no plenamente integrados en el imperio, aspiración a formar parte de él a cargo de etnias o nacionalidades integradas políticamente. La complejidad de estas formaciones permite comprender la existencia de una pluralidad eventual de marcos para el mismo individuo o el mismo grupo.

Puede vincularse simultáneamente a dos formaciones, a dos niveles diferentes.



2 - Orientaciones y estructura de las ideologías étnico-nacionales


Las orientaciones en función de las situaciones

Una ideología étnico-nacional sólo se entiende en función de una orientación de conjunto que caracteriza todos los elementos de su estructura. En último término, esta orientación constituye la relación entre la situación en que se halla situado el grupo y las aspiraciones de sus miembros, de acuerdo con las posibilidades reales o imaginarias de satisfacción de éstas.

Las ideologías étnico-nacionales son normalmente unas ideologías de afirmación, que se limitan a dar una forma ideológica a una conciencia de relativa unidad. Bajo este aspecto, se sitúan entre las ideologías «ideológicas» en el sentido estricto de la clasificación de Karl Mannheim, o sea que no hacen más que trascender la situación real del grupo, confiriéndole un aspecto embellecido, mistificado y mitificado, sin que se intente realmente la realización del ideal proyectado. Pero la afirmación se atenúa o se agudiza según las situaciones, especialmente según el grado de tensiones internas entre los grupos, y también según las amenazas o las atracciones del exterior.

Una fuerte tensión entre los grupos internos puede conducir a un menosprecio práctico de la unidad étnico-nacional, y más raramente a una contestación teórica, puesto que resulta más fácil la denuncia de los grupos enemigos como traidores al comportamiento ideal de la etnia.

Unos conflictos agudas y duraderos con las etnias vecinas pueden desarrollar unas ideologías de competición o de combate, ideologías movilizadoras. Los mitos apologéticos y los que denigran la etnia opuesta se multiplican. Se movilizan a un tiempo, y son respectivamente exaltados o denigrados los dioses de unos y de otros. Citemos, entre mil ejemplos posibles, los versos de Virgilio que asimilan la campaña de Octavio contra Antonio y Cleopatra a una lucha entre etnia romana y etnia egipcia:

Omnigenumque deum monstra et latrator Anubis

Contra Neptunem et Venerem contraque [Minervam] tela tenent.


«Horribles dioses de todas clases con el ladrador Anubis combaten contra Neptuno y Venus, contra Minerva» (Eneida, VIII, 698-700).

Cuando una etnia habitualmente unificada por un Estado (o al menos federada) pasa a una política imperialista, domina o intenta dominar otras etnias, surge una ideología de dominación. El reino de ésta etnia dominante se identifica con el orden cósmico, y sus costumbres e instituciones con la realización del ideal humano. Los que se le resisten son rebeldes al orden universal. Son rebajados á la categoría de lo infrahumano y de lo bestial, ligados al desorden de los elementos del caos primordial, a las divagaciones preculturales de la naturaleza pura. Seguimos encontrándonos con ideologías «ideológicas» en el sentido de Mannheim.

Frente a estos esfuerzos de dominación se forman unas ideologías de resistencia y, si la dominación es un hecho real, de rebelión intensamente movilizadoras. Es entonces cuando se insiste en la lealtad étnica, en la fidelidad a los valores y a los dioses nacionales, contra los presuntos o reales dominadores y sobre todo contra los grupos internos de la etnia que eligen la «colaboración». Más adelante, toda una ideología de la independencia nacional, de la libertad, denuncia la opresión y la tiranía en sí mismas al mismo tiempo que la crueldad y las costumbres disolutas que se suponen inherentes a la etnia dominadora, así como el lujo que extrae de sus pillajes. En ocasiones, se llega a superar el horizonte étnico. Se hace un llamamiento a la solidaridad de las etnias amenazadas y se llega a postular su profunda unidad. Es lo que hicieron los celtas y los germanos frente a Roma. En este caso nos encontramos, según la terminología de Mannheim, con ideologías «utópicas», que trascienden la situación real del grupo para dibujar el cuadro de una situación ideal que debería conseguirse mediante la acción.

Cuando repetidas experiencias persuaden de que la rebelión o la resistencia son inútiles, podemos asistir al desarrollo de unas ideologías de resignación, de sumisión o incluso de superación. La sumisión es encomiada frecuentemente a través del elogio de la nación conquistadora, de sus virtudes, de su «misión», de los beneficios de la paz que instaura, de los valores de la civilización que desarrolla en el seno de su imperio. Si las condiciones culturales y legales no se oponen a ello, se preconiza la asimilación o la integración a esta nación. Por otra parte, consideraciones demográficas, financieras o de otro tipo pueden provocar que los conquistadores, por su parte, favorezcan también esta asimilación y abran sus filas a sus súbditos. Es lo que hicieron los romanos cuando el famoso edicto de Caracalla (212). De ahí, la apología de la asimilación romana por el galo Rutilius Namatianus (siglo V):


Fecisti patriam diversis gentibus unam

[…]

Urbem fecisti quod prius orbis erat.

«De diferentes pueblos formaste una sola patria […], lo que era un mundo convertiste en un solo Estado» (Itinerarium, I, 63, 66).

Junto a estas ideologías de sumisión, y en las mismas circunstancias, crecen las ideologías de superación del problema nacional: adhesión a unas filosofías o unas religiones universalistas.


Los niveles de organización y de producción de las ideologías

Las ideologías étnico-nacionales se organizan y se explicitan a diferentes niveles. Puede ser a nivel de la sociedad global, del grupo étnico-nacional en su conjunto. Si éste sólo intenta persistir en su ser y no es objeto de amenazas peligrosas, se trata de ideologías «ideológicas», conservadoras, que magnifican la situación real, y en el mejor de los casos trazan el cuadro de un progreso gradual de ésta. Los proyectos «utópicos» sólo pueden proceder de grupos mal integrados, o bien se sitúan en el terreno de la lucha social que escapa a nuestro análisis. Si, al contrario, el grupo está amenazado o se decide a amenazar a los demás, segrega oras ideologías «utópicas» de conquista y de dominación.

Las ideologías étnico-nacionales pueden correr a cargo de agrupaciones especializadas o de clases, como los intelectuales, los militares, los trabajadores productivos. En la medida en que sus ideologías no son adoptadas por el conjunto de la sociedad, todos estos grupos constituyen una clase aparte. Los militares, por ejemplo, pueden producir unas ideologías de dominación en el marco de una sociedad pacífica, o los trabajadores unas ideologías pacíficas en el marco de una sociedad conquistadora (aunque también puede ocurrir a la inversa).

Las ideologías en cuestión pueden ser producidas o adoptadas por movimientos ideológicos más o menos, estructurados en organizaciones. Puede tratarse, por ejemplo, de un movimiento social o religioso que adopta un proyecto de tipo étnico-nacional insertándolo en la síntesis ideológica que le anima (Islam primitivo). Puede tratarse asimismo de un movimiento dedicado esencialmente a la causa nacional, de un movimiento nacionalista, por tanto. En tales casos, podemos encontrarnos con vastos movimientos informales, que arrastran masas a través del canal de múltiples organizaciones concurrentes o fuera de. ellas, de la misma manera que puede formarse un movimiento constituido en una organización única bien delimitada, un partido.

Las teorizaciones más o menos elaboradas son obra de intelectuales. Estos expresan naturalmente, al mismo tiempo que el punto de vista del grupo funcional que constituyen, el de la clase a la que se vinculan. En cualquier caso, no hay que perder de vista dos aspectos. Primero, su teorización toma como material, tiene por base y punto de partida, los sentimientos, la ideología implícita creada por la situación global de la etnia de que forman parte. Segundo, cumple una función de movilización y, por consiguiente, debe satisfacer los sentimientos de las masas de la etnia en su conjunto. Estas teorizaciones no pueden quedar reducidas, pura y simplemente, a unos mitos utilitarios de una clase de la nación de donde emanan, como con tanta frecuencia los marxistas tienden a hacer. Sólo triunfan en la medida en que superan un estrecho horizonte de clase, pero tampoco puede negarse la faz de clase que revisten.


Las representaciones

La ideología constituye una representación orientada del mundo dirigida hacia la acción social. Se extraen de ella unas directrices de comportamientos y acciones, individuales y colectivos. Puede dejar fuera de su campo una parte del universo que precisa de representaciones objetivas, condicionadas exclusivamente por las necesidades de la acción técnica y las posibilidades de comprensión de lo real, pero en ocasiones tiende incluso a extenderse a este campo. En su mayor parte, el material está extraído del mundo objetivo, y los elementos de éste afectados de un signo positivo o negativo según la orientación general de la ideología y la forma de organización que presida su formación. Además, trátese de generalización de las cualidades reales de los seres, de la multiplicación de éstos por la proliferación de seres abstractos o sobrenaturales, o de la proyección del presente en el pasado o en el futuro, la extrapolación es la regla. Existe un proceso constante de mitificación.

El actor principal del drama cósmico es el propio grupo étnico-nacional; eventualmente transpuesto o encarnado en un caudillo humano o en una divinidad «etnarca» (según el término y la teoría del emperador Juliano). El grupo aparece claramente delimitado respecto al exterior y sus relaciones definidas en relación a los demás grupos. Eso se expresa mediante unos mitos que muy frecuentemente son unos mitos originarios o genealógicos. Transponen a vínculos de parentesco las relaciones que se reconocen las unidades étnico-nacionales, a veces también las relaciones de hostilidad o de alianza, de simpatía o de antipatía hacia los grupos vecinos. Estos mitos pueden ir unidos a unos mitos cósmicos que sitúan la historia del grupo en cuestión en el seno de una historia del universo, o la sacralizan ligándola a unas voluntades sobrehumanas, y la convierten en una «historia santa». Se atribuye a los diferentes grupos un conjunto de rasgos, una personalidad, un «carácter», idénticos a los que se reconocen a un individuo. En ocasiones, estos rasgos pueden corresponder parcialmente a unas observaciones efectuadas a partir de hechos reales. Pero son «esencializadas». Generalizan al conjunto del grupo unos rasgos que pueden ser válidos únicamente para una parte de sus miembros. Los eternizan y los relacionan con una «vocación» eterna, con una esencia inmutable, de la que el grupo no puede ni podrá desprenderse.

Estos juicios también son apologéticos. Exaltan al grupo del que emanan, identifican sus normas con las de la especie humana bajo su forma «normal», «sana» o «superior». Los demás grupos, al contrario, y sobre todo los que desempeñan el papel de adversarios, son denigrados, rebajados, «diabolizados». Su origen es reducido a unos incidentes sórdidos (como en el caso de Moab y de Ammon, primos enemigos de Israel, cuyo origen se explica a partir del incesto de las hijas de Lot, o la mitología actual de los Black Muslims sobre el origen de los blancos). Sus características desagradables y anormales, en último término infrahumanas, se suponen vinculadas asimismo a una esencia de la que no pueden desprenderse.

Se tiende a identificar las competiciones, conflictos y luchas del grupo con los demás con el eterno combate entre el bien y el mal. Todo se orienta en esta perspectiva, se convierte en bueno o malo, y el campo de lo neutral tiende a estrecharse. Por otra porte, como ha observado justamente J. Gabel, para la conciencia ideológica no existen las coordenadas del tiempo y del espacio. Los éxitos del grupo y su gloria en el pasado van unidas a su esencia así como los fracasos y los errores de los grupos enemigos a la suya. La conciencia nacional del momento es proyectada al pasado. Las desviaciones en relación a la norma actual, las diferentes fidelidades de antaño y las tendencias a otras agrupaciones se consideran desviaciones o monstruosidades. Se reconstruye toda la historia en función de un proyecto: la constitución del grupo étnico-nacional tal como es actualmente.

En determinada fase, se percibe la necesidad de apelar a unas justificaciones de esta representación del mundo en el marco de un sistema más amplio que la vinculación de las cualidades del grupo a la voluntad de su dios «etnarca» protector. Aparecen unas teorías laicas, como la de Aristóteles explicando la superioridad helénica mediante el determinismo geográfico (Política, VII, 7, 1327 b). Mucho más recientemente, se ha recurrido a las aportaciones científicas del siglo XIX en materia de lingüística o de antropología. Son las teorías racistas que culminan en la apología de una nación o de un conjunto de grupos étnico-nacionales (los blancos, los anglosajones, etc.).

Junto a los mitos que definen el grupo y su esencia, las representaciones ideológicas implican otros que definen las situaciones ideales que deben servirle de modelo. Se sitúan en un tiempo mítico emplazado en el principio o en el final de la historia. De todos modos, se trata de una situación en la que el grupo, el pueblo libre, fuerte y dichoso, vive en la armonía y en la paz, respetado o servido por los demás grupos, a no ser que se identifique con el conjunto de la humanidad. Todas las tensiones internas o externas desaparecen. Si se trata de mitos «ideológicos» en sentido estricto, mitos conservadores de afirmación, se pide a cada uno de ellos que se esfuerce, con su comportamiento cotidiano, en acercarse al modelo ideal, situado preferentemente en el pasado. En el caso de que estos mitos adquieran una coloración «utópica», será la acción política dirigida por las autoridades del grupo étnico-nacional o del movimiento la que realizará el modelo proyectado en el futuro, y todos los miembros están convocados a participar en ella.

En los movimientos organizados, los mitos y las representaciones en general adquieren la forma de dogmas, de «tesis», a las que se exige la adhesión so pena de exclusión y de acusación de traición.


Los ritos, prácticas y organizaciones

Los ritos o prácticas señalan, en conexión con los mitos, la unidad y la identidad de la formación étnico-nacional, su superioridad o su rechazo de la superioridad de los demás. Definen, proclaman e inculcan un sistema de valores que estructuran moralmente al grupo y provocan la entrega en favor de él. Es el caso de las fiestas religiosas y de los sacrificios colectivos al dios «etnarca», de las conmemoraciones de acontecimientos reales o imaginarios que se supone que marcaron la fundación y la vida del grupo, de las preces y ayunos públicos, de las peregrinaciones nacionales. No se trata únicamente de ritos públicos, sino también de ritos privados que señalan la pertenencia del individuo al grupo. La circuncisión israelita es el tipo más perfecto, pero tampoco hay que olvidar los diferentes ritos de transición en los que interviene la colectividad (por ejemplo, las exequias nacionales).

Las organizaciones o movimientos que difunden eventualmente las ideologías étnico-nacionales poseen, naturalmente, sus propias ceremonias de adhesión, sus manifestaciones de unidad, etc. Están dotadas de unas estructuras organizativas más o menos elaboradas y ramificadas con unos estados mayores que establecen programas, estrategias y tácticas, unos teóricos, unos militantes, unos estatutos que definen las reglas de funcionamiento, etc.

En las ideologías étnico-nacionales de afirmación, las prácticas exigidas suelen ser frecuentemente aquellas actividades técnicas y sociales indispensables a la vida de la sociedad. Se exige únicamente que se lleven a cabo con el mayor cuidado, con el máximo de eficacia y de abnegación, con entusiasmo y con la voluntad de servir al grupo. Así ocurre, por ejemplo, con el trabajo voluntario suplementario de tipo stajanovista, la educación de las masas, la ayuda a los pobres, el servicio militar e, incluso, el tráfico comercial, como ocurre en Venecia. A veces se establecen con esta intención unas organizaciones especiales, unas órdenes, unas asociaciones. En las ideologías «utópicas», estás actividades van acompañadas de un militantismo político. Cuando son obra de organizaciones especializadas o de movimiento, este militantismo puede adoptar un carácter exclusivo, y las tareas de lucha o de propaganda se ejercen a expensas de las actividades sociales normales.


Los símbolos

Las manifestaciones de unidad no pueden ser perpetuas. De ahí, la importancia particular de los símbolos que señalan en todo momento la pertenencia al grupo étnico-nacional: tatuajes, escarificaciones, pinturas corporales y mutilaciones, trajes nacionales, banderas y emblemas, tipos de casas y planes de aldeas, tipos de escritura y, finalmente, idioma. Las organizaciones y los Estados presionan para hacer adoptar ampliamente estas señales de identidad que diferencian al grupo de los demás. Se intenta especialmente (y a menudo se consigue) imponer de esta manera la integración de los grupos heterogéneos.

Normas y sanciones

La adhesión a las representaciones ideológicas y dogmas, la participación en las prácticas y ritos, la fidelidad a las organizaciones y el respeto a los símbolos son unas normas morales impuestas, si es necesario, mediante sanciones. Su inobservancia es estigmatizada con el nombre de traición. La desaprobación del grupo, interiorizada en sentimiento de culpa, es a menudo una sanción suficiente para obtener, al menos aparentemente, su observancia. Pero muchas veces las leyes y las costumbres prevén unas sanciones, no sólo respecto a los actos de hostilidad hacia el grupo, sino también en contra de patente falta de respeto por las normas en cuestión.



3 - Las ideologías étnico-nacionales y las restantes ideologías

En los comienzos de la historia, cuando el mundo humano aparece como un universo de etnias yuxtapuestas, la ideología étnico-nacional suele dominar. Sólo aparecen unos lineamentos de ideologías construidas sobre otros fundamentos en los grupos culturales especializados, por ejemplo, o también en las asociaciones fundadas a partir de la edad y el sexo. Pero existe una viva competencia con las ideologías de otros grupos globales más restringidos: tribus, ciudades, aldeas, etc. Es frecuente que éstas predominen y conduzcan a unas luchas que las gentes de los siglos posteriores, dominadas por la ideología étnico-nacional, calificarán de fratricidas, a unas alianzas con el extranjero que denominarán traiciones. Las polémicas se entrecruzan. El canto de guerra más antiguo de las tribus israelitas del norte que se conserva, el de Débora, dirigido contra el jefe extranjero Sisera, ensalza las tribus participantes, dirige reproches a los neutrales, maldice una ciudad cuya abstención ha sido especialmente grave (Jueces, V). Las tribus galas aliadas a los romanos, e incluso los fieles eduenos, acabaron por sumarse al llamamiento a la solidaridad étnica que lanzó Vercingetoríx. Después de un desastre español en 1520, el senado de la ciudad aliada de Tlaxcala deliberó si no convendría abandonar a Cortés y unirse a Tenochtitlán (México), enemigo tradicional pero étnicamente cercano.

En los imperios pluriétnicos se forman unas ideologías del Estado con los mitos del soberano, de la dinastía o del orden imperial vinculado al orden cósmico. A menudo entran en tensión con las ideologías étnico-nacionales de las diferentes etnias que engloba el imperio, ideologías de dominación de la etnia dominante, ideologías de resistencia o de sumisión de las etnias dominadas.

Cuando unos grupos étnico-nacionales diferentes se engloban, aunque sólo sea parcialmente, en unas comunidades ideológicas universalistas, antaño religiosas y hoy laicas, que se identifican o no con un Estado, surgen simultáneamente unas tensiones entre la ideología universalista y las ideologías étnico-nacionales. Pueden arbitrarse, sin embargo, unos compromisos entre una y otras, no sin daño para la coherencia intelectual de las ideologías y no sin nuevos conflictos. Pensemos en el comportamiento de las Iglesias católicas nacionales durante la Primera Guerra Mundial, cuando cada una de ellas se manifestaba guiada por Dios y entraba eventualmente en conflicto con su teórico jefe común, el Papa. Ya los jueces de Juana de Arco intentaban confundirla utilizando este gambito: «¿Dios odia a los ingleses?».

Situadas en un territorio determinado, las Iglesias universalistas adquieren una coloración étnico-nacional, dotándose a veces de una jerarquía propia, cosa que permite una conciliación más profunda de las ideologías universalista y étnico-nacional. En Oriente, las Iglesias nacionales rusa, georgiana, armenia, siria, copta, etc., constituyen unos desarrollos de este tipo. El Islam, en principio religión universalista, ofreció, en sus primeros estadios, un marco ideológico a los sentimientos étnico-nacionales de los árabes. En el Tibet, el budismo adopta una forma del mismo tipo. El mazdeísmo ha sido una religión con vocación universalista, pero que se ha fijado en una especie de Iglesia étnico-nacional iraní, incluso cuando los iraníes maxdeanos dominaban a otros pueblos y a otras comunidades. Este proceso es particularmente eficaz cuando un cisma ideológico se opera a partir de unas líneas étnico-nacionales. Es lo que ocurrió con los checos husitas y actualmente en la China comunista.

Existen numerosos casos en que la ideología de Estado o la ideología universalista reducen las ideologías étnico-nacionales hasta hacerlas casi desaparecer. Puede que sólo permanezcan vivas entre los intelectuales, o los miembros de una clase determinada, o que incluso desaparezcan entre ellos. Y eso tanto más en la medida que un proceso de fusión, de asimilación o de integración puede destruir los antiguos grupos en favor de otros nuevos sin tradición ideológica. Subsisten, empero, las bases para el desarrollo de ideologías étnico-nacionales.

Las ideologías de los grupos funcionales y sobre todo de las clases tienen a menudo una fuerza que les permite competir seriamente con las ideologías étnico-nacionales (como ya ocurrió, por otra parte, en el caso de las ideologías de las ciudades-Estados). Muchas veces, las clases prefieren la derrota de su etnia o Estado a una victoria que favorecería a sus adversarios en la lucha por el poder. Se justifican, además, refiriéndose al bien supremo de su grupo que se vería dañado internamente por una victoria exterior. Hay numerosos ejemplos, desde la guerra del Peloponeso a la Segunda Guerra Mundial. Esta actitud es teorizada mediante el indiferentismo nacional de principio de las ideologías universalistas religiosas o laicas. Pero en ocasiones este universalismo puede camuflar una solapada ideología étnico-nacional. La ideología de clase se confunde a veces con la ideología universalista humanitaria o humanista que, entre todos los valores, otorga la preeminencia al bien del hombre en general. El bien supremo de la clase se identifica can la dicha de la humanidad de la misma manera que se identificaba con el bien del grupo. Ya hemos visto las vicisitudes de estas ideologías universalistas.

El mayor enemigo de la ideología étnico-nacional es el individualismo, práctico e teorizado. Pero éste sólo se desarrolla en determinadas condiciones sociales.



4 - Las ideologías étnico-nacionales y el mundo


Las tareas esenciales de las ideologías étnico-nacionales

Las ideologías étnico-nacionales tienen una función en relación a las tareas esenciales que se imponen a toda sociedad. Tan pronto como las condiciones económicas, demográficas, geográficas y demás han hecho posible una formación de envergadura superior a la tribu, la ciudad, etc., las ideologías étnico-nacionales proporcionan un mecanismo de integración indispensable. Al mismo tiempo, como toda formación social necesita una imagen, una conciencia de sí misma, ofrecen al grupo étnico-nacional una imagen funcional y operatoria, adaptada a las exigencias vitales de esta formación.

Es posible precisar, con E. Lemberg, los modos de integración que proporciona la ideología: delimitación respecto al exterior, afirmación de una superioridad, y eso en mayor medida en cuanto se parte de una situación de inferioridad, resistencia (a veces ofensiva) a la presión del exterior, a una amenaza real o imaginada, estructuración moral interna por la definición y la imposición de un sistema de valores proclamados superiores a todos los demás, despliegue de medidas destinadas a garantizar la unidad y la pureza de la formación étnico-nacional, llamamiento a la abnegación, a la entrega a ésta. Aparecen los tres principios que Alain Touraine define como indispensables para un «movimiento social completo»: principio de identidad, principio de oposición (a un adversario determinado), principio de totalidad, o sea, referencia a unos valores superiores, a unos grandes ideales teóricamente admitidos por todos, y a una filosofía o teología que pretende explicar la totalidad del universo.

Estas definiciones permiten criticar tanto a quienes consideran las ideologías étnico-nacionales como unos epifenómenos superestructurales que hay que eliminar, por reduccionismo, del cuadro de los fenómenos sociales esenciales (como los marxistas dogmáticos que tienden a reducirlas a unas ideologías de clase) como a los que las ven como un dato incondicionado y primario, dotado de una eficacia superior siempre y en todas partes a cualquier otro. En concreto, las delimitaciones de las formaciones étnico-nacionales son contingentes, y dependen de la coyuntura. A favor de una delimitación determinada sólo cabe invocar unas tendencias preferenciales. Francia habría podido constituirse sin la Bretaña o el Franco-Condado y con Bélgica o Suiza, por ejemplo. De ahí, en determinados casos, unos conflictos entre ideologías étnico-nacionales delimitadas de manera diferente. También la supremacía de la ideología étnico-nacional sobre las demás ideologías de grupos depende de condiciones, de situaciones y de coyuntura.

Cuando los vínculos concretos, especialmente económicos, entre las diferentes unidades infraétnicas eran relativamente laxos, también la ideología étnico-nacional era relativamente débil, y estaba expuesta a múltiples concurrencias muy eficaces, que ya hemos enumerado anteriormente. Cuando el crecimiento de mercados nacionales integrados en el marco de Estados étnico-nacionales creó una unidad más fuerte, la ideología étnico-nacional se convirtió en una fuerza poderosa. La burguesía, que participaba muy especialmente en esta integración, pasó a convertirse, en concurrencia muchas veces con la dinastía reinante, en su más ardiente defensor. Combatió, con ayuda de ésta, a la aristocracia, frecuentemente cosmopolita y solidaria de otros valores, así como a la religión vinculada al orden aristocrático y tentada por el universalismo y el individualismo de la búsqueda de la salvación. Su reivindicación de un Estado fuerte, que garantizara la libertad individual, superada la legitimación dinástica en la medida en que la monarquía estaba tentada orgánicamente por el despotismo. De ahí el llamamiento, al principio confuso, al concepto de voluntad soberana del pueblo que era lo más fácil de definir en el marco de las formaciones étnico-nacionales, y que se expresaba con ayuda de los parlamentos o estados generales. Era fácil asimismo movilizar los sentimientos confusos de identidad, implícitos o latentes, de todos los miembros de estas formaciones y requerir el vasallaje de las clases inferiores. Fue dentro de esta perspectiva como la burguesía creó la nación-Estado.


La ideología de la nación-Estado

Muy rápidamente, esta ideología experimentó unas tentaciones totalitarias e imperialistas que se traducían frecuentemente con el término de nacionalismo. Así, en torno a 1300, Pierre Dubois, jurista al servicio de Felipe el Hermoso, preconizaba la abolición del poder papal y eclesiástico, así como la hegemonía francesa en el mundo cristiano. Muy pronto también, el modelo ejerció una seducción irresistible. A partir del siglo XIV, algunos intelectuales, miembros, sin embargo, de unas etnias provistas de Estados burgueses, pero divididas, sueñan con una nación-Estado poderosa y unida. Por ejemplo, los italianos Petrarca y más adelante Maquiavelo, estimulados por los recuerdos de la gloria romana. Ya en 1342, Marsilio de Padua ofrece una teoría radical del Estado laico autónomo, condición previa y necesaria para una teorización ideológica nacionalista del Estado nacional.

La supremacía de la ideología étnico-nacional, que ahora ya podemos denominar nacionalista, quedó garantizada por su teorización a fines del siglo XVIII, en relación con la evolución de las condiciones económico-sociales y con las situaciones políticas. La ideología universalista cristiana perdía fuerza, y las ideologías de Estado dejaban de estar seducidas por ella gracias a su vinculación con un orden social que se había hecho disfuncional. Las doctrinas de la supremacía de la voluntad del pueblo encuentran un anhelado refuerzo en el llamamiento a las fuerzas profundas del espíritu popular, en tan íntima relación con las especificidades culturales que parecían delimitar las formaciones étnico-nacionales y sus fronteras lingüísticas (por ser la lengua el más visible de los signos). De ahí, el entusiasmo hacia la Edad Media donde esta cultura popular había aflorado espontáneamente. El universalismo racionalista de la Ilustración, con su filosofía del Estado monárquico como estructura utilitaria de enmarcamiento, es denunciado como abstracto, ignorante y despreciativo de los profundos dinamismos populares.

Las doctrinas del Estado como totalidad orgánica que exige la adhesión de los individuos aparecen en Rousseau y, de manera más explícita, en Fichte, unidas al activismo moral y al ideal kantiano de determinación autónoma del yo. En Herder (1774; 1784/91) culminan en una apología de la diversidad nacional. Se trataba en parte de una reacción alemana contra el imperialismo cultural de los franceses disfrazado de universalismo. Para Herder, las naciones se caracterizan por unas lenguas originales en las que se coagula su experiencia vivida. Cada nación siente la vocación de formar un Estado, que es lo único que puede permitirle escapar a la asimilación. Los nacionalismos desembocan en una doctrina general del nacionalismo.

La popularidad de esta doctrina nacionalista ha sido inmensa. Ha servido para afianzar la victoria de las burguesías de la Europa central, meridional y oriental, y de América Latina, permitiéndoles legitimar su poder y movilizar detrás de ellas las masas profundas de sus respectivos pueblos. A continuación, ha prestado el mismo servicio a las élites coloniales que, de este modo, han podido liberarse de la dominación europea. También en esta ocasión es inútil la controversia entre los partidarias de una adopción de un modelo ideológico europeo aplicado a una realidad diferente y los defensores de un crecimiento espontáneo a partir de las condiciones locales. Se ha producido la adopción del modelo ideológico europeo porque respondía a las exigencias de las situaciones del Tercer Mundo en el siglo XX.

La doctrina nacionalista ha podido ser teorizada como ideología conservadora, invocando esta misma fidelidad a las tradiciones étnico-nacionales que, en otras condiciones, sirve para rebelarse contra la dominación extranjera. Es sabido que gracias a ello ha podido convertirse en un baluarte contra las tendencias revolucionarias, especialmente en Europa. Ha permitido especialmente desviar hacia la expansión imperialista los fervores nacidos de las tensiones y los problemas internos. Se observa el mismo proceso en el Tercer Mundo con unas contradicciones nacidas de la utilización revolucionaria del mismo tipo de ideología. Es un proceso que continuará.

Los conflictos nacionales se han legitimado parcialmente mediante unas polémicas sobre la definición del grupo nacional, como la de Renan contra los teóricos alemanes. La fuerza de las ideologías nacionalistas en la Europa central y oriental ha obligado a los teóricos del universalismo marxista a intentar integrar este factor en sus ideologías (O. Bauer, K. Renner, Stalin), o en su sistema ético de derechos y deberes y en su estrategia (Lenin).

Por su parte, los teóricos del Tercer Mundo (o especializados en el Tercer Mundo) han manifestado cierta tendencia, durante una fase posiblemente transitoria, a conferir a su nacionalismo un marco superador del Estado-nación, el del conjunto de los pueblos negro-africanos, por ejemplo. Pese a toda, estas concepciones proceden de una ideología étnico-nacionalista, y el factor de unidad es buscado en una supuesta comunidad de origen.

La supremacía de la ideología étnico-nacional queda asegurada de momento con la decadencia, quizás provisional, de la ideología universalista máxima, que había llegado a ser su único competidor serio. Llegó incluso a extraer del marxismo algunos métodos y algunas doctrinas (como la del imperialismo capitalista) y una parte de su legitimación gracias al clásico procedimiento sincretista de la identificación de los objetivos nacionales con los objetivos humanistas que ponía en primer término. El concepto de imperialismo que, bajo forma de una característica específica y exclusiva del mundo capitalista europeo-americano, se opone al progreso y a la libertad de toda la humanidad, presta grandes servicios en esta perspectiva. Esta supremacía tiene sus teóricos y sus apologistas que, más allá de la perspectiva marxista clásica de la justificación limitada y condicional de la reivindicación nacional, desarrollan las ideas de búsqueda esencial de la identidad como resorte principal de la historia, de permanencia de un «fundamental» que es la transmutación del Volksgeist romántico, de legitimidad profunda de un «nacionalitarismo» sano apuesto a un nacionalismo perverso o de un «etnismo» que reclama la división del mundo según las fronteras de grupos étnico-nacionales, incluso minúsculos y aun cuando sus caracteres específicos hayan sido borrados por la historia. Estas teorías responden a una situación y son su desarrollo ideológico.

El teórico de las ideologías se ve obligado a comprobar el papel capital jugado por las ideologías étnico-nacionales en diferentes fases de la historia, el carácter contingente de su aparición y de su supremacía más o menos afirmadas, sus virtudes y sus vicios, de los cuales no es el menor el culminar en una visión de un mundo donde se eternizan las hostilidades entre los grupos, sin tener en cuenta los intereses, las aspiraciones e incluso la vida de los grupos extraños.


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