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IX JOrnadas de etnohistoria enah, 29 sept. – 3 oct. 2003

LA política internacional de la italia fascista: debates y perspectivas de investigación

Franco Savarino

INAH / ENAH

 

 

Los estudios internacionales sobre el período de la segunda guerra mundial generalmente han relegado a Italia en un papel secundario. El énfasis se pone más bien en la Alemania nacionalsocialista, en particular en la geopolítica expansionista hitleriana en Europa, correspondida en Asia oriental por la de Japón. En esta perspectiva, el revisionismo y rearme alemán a partir de 1933, y la actividad militar japonesa en 1931, marcarían el camino hacia la conflagracíón general de 1939-40.

En este cuadro, sin embargo, falta un elemento que es imposible subestimar: el revisionismo y espansionismo italiano, factor quizás decisivo para crear las condiciones que llevarían al estallido de la guerra mundial. El papel de Italia en esta secuencia fatal de acontecimientos que parte de la ocupación de Manchuria por parte de Japón hasta llegar a la invasión de Polonia por parte de Alemania y la URSS, es todavía hoy objeto de debates y sigue suscitando intensas discusiones también fuera del mundo académico. 

            En Italia el tema de la política exterior del fascismo se reviste de un halo pasional y político pues desde siempre – a diferencia de otros países – la política internacional ha dividido más que unido a los italianos, y aun más esto ha sucedido con el período fascista, terminado en una desgarradora guerra civil (1943-45) cuyas cicatrices son visibles todavía hoy en el país.  En la medida que la política exterior es uno de los parámetros privilegiados para juzgar al régimen fascista, y otorgarle así un significado más o menos negativo, o bien positivo, en la historia nacional, el tema suscita un apasionamiento polémico particular. De esta forma, por largo tiempo, y en cierta medida aun hoy, el debate ha recalcado divisiones político-ideológicas ajenas a los propósitos y al espíritu de la ciencia histórica. Grosso modo y en pocas palabras, según lo que señala Robert Mallet (2000), los historiadores de tendencia “izquierdista” han enfatizado al máximo las intenciones agresivas ab origine de Mussolini, vinculadas a un supuesto belicismo intrínseco en la ideología del fascismo, que llevaría a la elaboración de un programa preciso de expansión con un desenlace natural, estratégico e ideológico, en la alianza con Alemania. Los historiadores “de derecha”, por el contrario, han minimizado estas tendencias agresivas, al subrayar la actitud prudente aunque oportunista del jefe del fascismo, y la falta de un programa coherente de política exterior; han señalado, además, la natura coyuntural y no prevista de la alianza entre Mussolini e Hitler. En el primer caso, el fascismo italiano cargaría con una enorme responsabilitad histórica, en el segundo, la “culpa” de la derrota nacional de 1943 sería mucho más esfumada, atribuible a varias concausas y al contexto del momento.

Entre los historiadores del primer grupo destacan autores como Enzo Collotti, Giorgio Rochat y Angelo del Boca, y en el segundo grupo – que quizás se pueda calificar mejor como “nacional” más que “de derecha” –, Renzo de Felice, Rosaria Quartanaro y Pietro Pastorelli, todos investigadores eminentes, reconocidos y autores de estudios importantes sobre la temática. Los historiadores no-italianos también se dividen sobre las misma líneas, aunque, a falta de tabúes y apasionamientos nacionales, existe en general una mayor objetividad y distancia con respecto a esta temática. Cabe destacar que existe también una fraja amplia de historiadores, tanto italianos así como extranjeros, que no pueden – ni quieren – adscribirse a ninguna de las dos tendencias. En éstas son muy reconocibles a menudo las distorsiones políticas y personales, que han llevado la discusión y el trabajo de investigación a estancarse en polémicas estériles cuanto inútiles, y a la persistencia de inercias y prejuicios cientificamente discutibles.

            A continuación ilustraré algunos parámetros, cuestiones y orientaciones que sustentan y caracterizan el estudio de la política exterior de la Italia fascista.

            Las fuentes disponibles para estudiar esta temática han crecido notablemente en la última década, y han favorecido nuevas oleadas de estudios y debates. El conjunto documental más importante es constituido por la colección de los Documentos Diplomáticos Italianos (DDI), publicados por una Comisión ad hoc de la Secretaría de Relaciones Exteriores de Italia (Ministero degli Affari Esteri – MAE). Es una obra monumental, publicada a partir de los años cincuenta y todavía no terminada, que reune en decenas de volúmenes, divididos en series por años, una selección razonada de la documentación diplomática italiana desde la unificación del País en 1861 hasta la primera mitad del siglo XX. Para el estudio del fascismo, las referencias son las series VII (1922-35; 16 vols., publicados entre 1953 y 1990), la serie VIII (1935-39; 11 vols., publicados entre 1952 y 1991), y la serie IX (1939-43; 10 vols., publicados  entre 1954 y 1990). Con la excepción de dos volúmenes de la serie VIII que cubren el último cuatrimestre de 1938 y el primer semestre de 1939, hoy está disponible la documentación completa para todo el período fascista. Además de la consultación de los DDI, para estudiar temas específicos, se vuelve imprescindible la referencia directa al archivo histórico del MAE (ASMAE), también porque los criterios adoptados en la selección por la Comisión pueden ser diferentes con respecto al interés del investigador (por ejemplo en los DDI es relativamente escasa la presencia de América Latina).

            Otras fuentes importantes son los escritos y discursos de Mussolini, reunidos en una Opera Omnia en 36 vols., publicada en Florencia entre 1951 y 1963 (Susmel, 1951-63); y la documentación dejada por los Ministros del Exterior Dino Grandi y Galeazzo Ciano, en dos obras publicadas después de la guerra (Grandi, 1985; Ciano, 1946). El Diario de Ciano, que abarca el período entre 1937 y 1943, es de importancia primaria para conocer de cerca la gestación de la política exterior italiana en el período anterior a la guerra y durante la misma.            Las fuentes extranjeras más importantes son, obviamente, los archivos diplomáticos y las colecciones de documentos diplomáticos publicados, especialmente los de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Japón y Estados Unidos, que han sido investigados intensivamente. Falta, sin embargo, extender la investigación a países “menores”, especialmente los latinoamericanos.

            Otros tipos de documentos tienen cierta significación: sobre todo las memorias y autobiografias de embajadores o funcionarios del MAE como Giuseppe Bastianini, Pompeo Aloisi, Renato Bova Scoppa, Roberto Cantalupo, Giovanni Giuriati, Paolo Vita-Finzi, Raffaele Guariglia, Dino Grandi, Mario Luciolli, Massimo Magistrati, Egido Ortona, Piero Quaroni. Además, las memorias de Luigi Federzoni, Giuseppe Bottai, Alessandro Lessona, Pietro Badoglio y Felice Guarnieri.  Fuentes complementarias, pero nada despreciables son la prensa y las publicaciones temáticas sobre política exterior de la época. En fin, recientes exploraciones han destacado la importancia de los archivos militares, el de la Armada italiana en particular.

            Estas fuentes permiten llegar a una visión bastante amplia y detallada, desde múltiples ángulos y enfoques temáticos, de la historia de la política internacional de la Italia fascista. El menor o mayor éxito en el trabajo historiográfico dependerá entonces no de la escasez o abundancia de fuentes, sino, más bien, de la capacidad de dialogar con éstas, de los criterios y parámetros de lectura adoptados, de la relevancia de las preguntas que se formulen, y de la ausencia o presencia relativa de sesgos políticos, ideológicos o emocionales.

            Algunos de los puntos fundamentales para orientar la investigación son los siguientes. Ante todo, para juzgar la política exterior de Italia en ese período, es necesario evaluar si existe una continuidad o bien una discontinuidad con el período liberal anterior, cuestión que aun es controvertida, al punto que algunos investigadores se han preguntado si acaso ha existido una política exterior especificamente fascista. Para decidir sobre este punto, se tiene q            ue considerar el grado de fascistización del MAE, los intereses nacionales, y las tendencias culturales y geopolíticas que caracterizaron la política exterior italiana antes y durante el fascismo. Una clara continuidad para el MAE hasta 1925 es aceptatada ampliamente por los especialistas, por la fuerte influencia ejercida por el Subsecretario de Relaciones Exteriores, Salvatore Contarini y por la persistencia en el cargo de la mayoria de los diplomáticos de carrera; los temas de interés nacional y el cuadro geopolítico también se adscriben a la continuidad, si pensamos sobre todo al problema demográfico, y a la insatisfacción “irredentista” y colonial del país.

En general, es importante destacar como Italia, país llegado a la unidad nacional relativamente tarde (1861-70), quedó atrapado entre la ambición de convertirse rápidamente en una potencia reconocida, y las condiciones objetivas de debilidad y marginalidad que encontró a lo largo del siglo XIX y hasta la primera guerra mundial. Una ambición in crescendo, agigantada por la guerra y convertida luego en amargo resentimiento (la “victoria mutilada”) contra las dos grandes potencias europeas, Francia e Inglaterra. En este contexto, el Fascismo no hizo más que introyectar en una política más dinámica y atrevida el sentimiento nacionalista y el programa expansionista tradicionales (cfr. Knox 1991: 287). La continuidad se manifiesta también en el oportunismo descarado de la política exterior italiana, que determinó el sensacional cambio de alianzas del país en 1915, por un mero cálculo de costos / beneficios, cálculo evidente en el cambio análogo de 1943, pero también en la apuesta de Mussolini, en 1940, a una fácil victoria al lado de Alemania.

Una discontinuidad que está al centro de los debates es la que existiría entre el período 1922-31 y el período 1932-40. El primero, tras las huellas dejadas por De Felice (quien lo extiende hasta la guerra), ha sido considerado moderado, de equilibrio, y según una fortunada expresión, marcado por el concepto de “peso determinante”, referido al papel buscado por Italia como fiel de la balanza de los equilibrios europeos; los objetivos de política exterior, además habrían sido muy limitados (De Felice 1981: 359-759; Quartanaro 1980).  El segundo período, en cambio, sería marcado por el comienzo de una política más dinámica y arriesgada, que culminaría en la entrada en guerra del país en 1940. Aunque algunos investigadores  han sugerido que los programas expansionistas estaban listos ya antes de 1931, en realidad quedaron inoperantes, imposibles de realizar, y por lo tanto, sin efectos visibles en la política exterior italiana.  Nadie puede dudar que las ambiciones internacionales de Mussolini fueron, desde el principio, muy grandes. La idea de un nuevo “Imperio Romano” estuvo presente en la agenda fascista desde la conquista del poder en 1922, e incluso antes; sin embargo, la prioridad de la consolidación interna del régimen y la debilidad económica y política de Italia aconsejaban moderar las pretensiones. El dictador italiano, por lo tanto, en un primer momento expresó con tacto y prudencia posiciones “revisionistas” con respecto al equilibrio de poder mundial, y aprovechó después la doble oportunidad ofrecida por la Gran Depresión y el resurgimiento del poder alemán en el centro de Europa para inclinar la balanza internacional a su favor (Mallet 2000). En fin, con los datos que tenemos hoy conviene mantener, por el momento, la división asentada entre los dos períodos, el de “equilibrio” y el de “expansión”.

            Un elemento más que hay que considerar es la relación entre política interna y política internacional, y también entre política en el sentido tradicional, y política en el sentido nuevo, ideológico. Es la ambigüedad que tiene cualquier régimen fundamentado en una ideología con alcances internacionales: ¿hasta qué punto la política es el perseguimiento de los objetivos nacionales, o bien es el trabajo para el triunfo de una causa ideal? En el caso del fascismo italiano, no hay dudas de que el objetivo de la grandeza nacional es prioritario, y rebasa ampliamente cualquier “solidaridad” ideológica. El fascismo es una forma de hiper-nacionalismo de masas, y como todo nacionalismo, es “egoista”, es decir, mira a cumplir los objetivos de la nación propia, no de las ajenas. Las manifestaciones de “internacionalismo fascista” estarán subordinadas siempre y de cualquier manera a los intereses y prioridades nacionales. Es bastante frecuente, sin embargo, que se confundan algunas expresiones retóricas con propósitos principales, y peor, que se confunda la ideología con la nación (¡!). No es lo mismo hablar de “política internacional fascista” o bien de “política internacional italiana” durante el fascismo, y aunque ambas expresiones esten solapadas en muchos aspectos, para los fines de la investigación conviene mantener una separación conceptual clara.  En la política internacional la ideología no lo es todo, existen motivos de fondo especificamente nacionales que no estan relacionados con ella o bien pueden resultar incluso contradictorios.  Es un grave error, por lo tanto, extrapolar o derivar la política internacional de Italia en el período de entreguerras exclusivamente de su ideología fascista, y en lugar de etiquetar todo con el rubro de “fascismo”, sería necesario indicar cuáles serían los ámbitos y motivos específicamente “ideológicos”. Resulta muy útil, para aclarar este punto, investigar o reexaminar de cerca la relación entre Italia y los regímenes y movimientos que tenían algun parecido con el fascismo, en Europa, el Mediterráneo, Asia y América Latina.

En cuanto a la política interna, varios investigadores, con Renzo de Felice a la cabeza, han destacado que era ésta el verdadero eje medular de la política del fascismo; la política exterior constituía, en cierta medida, una mera proyección hacia fuera de los propósitos de movilización, consenso y revitalización nacional que promovía activamente el fascismo en Italia.  Otros, por el contrario, como Collotti (2000), le otorgan un papel protagónico y autónomo a la política exterior, como expresión privilegiada y emblemática del régimen fascista. Un aspecto novedoso del fascismo, sin duda, fue el uso de la política exterior para  fines propagandísticos, principalmente para lograr la movilización de las masas alrededor de las metas y consignas del nuevo Estado totalitario fascista. Si la política exterior tradicional – liberal – tenía, por lo general, propósitos muy delimitados en la esfera internacional, la nueva, en cambio, estaba proyectada al logro de triunfos espectaculares, que contribuyeran a la elevación del prestigio nacional y a la movilización eficaz del pueblo italiano. Estas características fueron cada vez más evidentes en el transcurso de los años treinta. Es incorrecto, sin embargo, reducir el significado de la política exterior del Duce sólo hacia el ámbito nacional, pues la proyección hacia el exterior era parte integrante del espíritu y del programa del fascismo, y tenía un peso autónomo fundamental en la vida del régimen. Puede señalarse, además, que desde siempre existe una fuerte interconexión entre política exterior e interior, sin contradicciones o competencia entre ambas; tal vez el contraste política interior/exterior constituya un falso problema o una distinción artificiosa.

Problemática es, en cambio, la evaluación del peso que tuvo Mussolini en determinar el cauce de la política exterior de Italia. Personaje carismático y dotado de un enorme poder, al punto que algunos autores afirman que no existió el “fascismo” sino el “mussolinismo”, el caudillo italiano imprimió un sello característico a la política del país, dejando la huella de su peculiar forma de ser y de sus propias ideas. Se ha señalado, por ejemplo, que el carácter intemperante, pasional, decisionista y amante del riesgo de Mussolini – similar al que tenía el viejo Ministro Crispi en el siglo anterior – explicaría en gran medida el estilo aparentemente aventurero e histriónico de la actuación del Duce. Otros elementos importantes que han sido señalados son la formación intelectual “ecléctica” de Mussolini, y su escaso conocimiento directo del mundo fuera de Italia. Mussolini, como es sabido, fue discípulo intelectual no tanto de Marx, sino de Sorel, de Pareto, de Nietzsche y de Bergson, lo que explica la vertiente vitalista y voluntarista de su socialismo juvenil, y el caracter revolucionario, darwinista y “social” que imprimió posteriormente al fascismo. En cuanto al conocimiento del mundo, Mussolini viajó fuera del país pero no lo suficiente como para conocer de cerca a Inglaterra y a Estados Unidos, lo que quizás le hubiera alertado sobre el peligro de enfrentarse a esas superpotencias industriales. La cultura mundana de Mussolini era amplia, relacionada con su agitada carrera como dirigente político y periodista, pero quizás no estaba a la altura del papel protagónico que pretendia jugar en Europa y en el mundo. Se podrían señalar otros aspectos de la personalidad del caudillo que pueden haber influido en la conducta internacional del país, sin embargo el fondo del problema es la relación entre el hombre excepcional y las fuerzas operantes en su tiempo en la determinación del flujo histórico. Encontrar un significato en esta relación dialéctica es tarea prioritaria del quehacer historiográfico.

Pasamos ahora a los temas relevantes en la temática general de la política exterior italiana durante el fascismo. Ya señalamos antes la importacia de la convergencia estratégica entre Italia y Alemania a partir de 1936, durante la guerra civil españóla, que culminaría con la formación del Pacto de Acero en 1939, y en la acción conjunta con Alemania y Japón en la segunda guerra mundial. Muchos de los temas investigados hasta hoy se mueven alrededor de este eje temático principal.

Más recientemente, sin embargo, han surgido nuevos temas y nuevos enfoques.  La política colonial italiana, por ejemplo, ha sido objeto de intensos estudios a partir de los años noventa, superando una especie de tabú nacional para tratar este argumento. Los estudios  recientes destacan una real ofensiva colonialista italiana desde 1931, con la reocupación del interior de Libia, que anticiparía la más conocida invasión y conquista de Abisinia en 1935-36. Algunos investigadores (Del Boca y Labanca) quieren ver en estos episodios la prueba de un temprano expansionismo agresivo del régimen fascista, con características ideológicas marcadas, y a contracorriente con respecto a un colonialismo europeo ya en franca retirada.  Se puede concordar sobre el período tardío de la campaña etiópica y sobre sus aspectos más de guerra europea que colonial, sin embargo hay que recordar que todo el colonialismo italiano en su conjunto es tardío, desde la ocupación de Eritrea (1885) y la guerra de Libia (1911-12), consecuencia de la llegada de Italia demasiado tarde al reparto colonial africano; además, los medios modernos empleados son, simplemente, el reflejo de los avances tecnológicos acumulados. Otro aspecto, más bien, puede señalarse: el significado de ruptura del orden internacional de la campaña de Etiopía. Sin lugar a dudas fue el desafío italiano a la Sociedad de las Naciones y a Inglaterra que arruinó el sistema de seguridad internacional de entreguerras, y alentó Alemania a proseguir en el revisionismo agresivo que llevaría finalmente al estallido de la guerra mundial. En esto, y no en los aspectos brutales o supuestamente “totalitarios” de las campañas africanas, reside la mayor responsabilidad de la Italia fascista en la historia del siglo XX.

Además de África, también el continente americano ha llamado recientemente la atención de los  investigadores. Las relaciones de Italia con Estados Unidos y con América Latina son objeto de estudios intensos en los últimos años (Luconi 2000; Savarino 2000-01), y han llevado a modificar la idea de que el continente fuera un área marginal y totalmente secundaria o incluso ausente en la política internacional italiana. Como consecuencia de la crisis económica mundial, y del reacomodo de las relaciones económicas internacionales en cauces proteccionistas, países industriales pequeños privos o casi de territorios coloniales para explotar, buscaron dotarse de áreas económicas exclusivas mediante la expansión militar. Japón en China, Alemania en el Este de Europa, e Italia en África y el Mediterráneo. América Latina, además, quedaba como un campo abierto en donde expandirse pacíficamente buscando apoyos en los gobiernos locales y en las comunidades nacionales emigradas. Italia trató sin mucho éxito de entrar a esta competencia contra Estados Unidos, Alemania, Japón e Inglaterra, utilizando una variedad de medios desde la propaganda política y cultural a la movilización de los italianos emigrados (Savarino 2000-01). La organización de los “fasci all’estero” y el uso instrumental de la emigración – la llamada “diplomacia paralela” italiana –,  es otro de los temas investigados en los últimos años, especialmente, pero no sólo, en las Américas (Franzina 2003).

La ampliación de las áreas de estudio (también hay que señalar los Balcanes y el Oriente), en fin, lleva a dibujar un panorama más completo de la política internacional de la Italia fascista, y a definirla con más enfasis, por supuesto, como una geopolítica. La política exterior fascista era, ante todo, una geopolítica, es decir, condicionada por la relación orgánica entre el hombre y el espacio geográfico. Motivos recurrentes en Italia mucho antes del fascismo, eran la estrechez del territorio peninsular, la desventaja de su posición en un mar cerrado en lugar de un frente oceánico, y la presencia de grandes potencias en los alrededores (Austria-Hungría, Francia, Imperio Británico). La política exterior de Italia miraba, por lo tanto, a abrir un espacio más amplio, a la medida de las ambiciones nacionales, buscando el favor o desafiando las potencias que detentaban las posiciones hegemónicas. La exigencia fundamental era conseguir un “espacio vital” (equivalente al “Lebensraum” alemán, y a la “Frontera oeste” de Estados Unidos)  para asegurar el suministro de materias primas, allegarse áreas de colonización y conquistar el codiciado estatus de potencia imperial, restauradora de la gloria de Roma.

Esta geopolítica peculiar de Italia se entiende mejor si se examina bajo el punto de vista de los mitos y las tradiciones culturales que la alimentaban, pues se trata de fenómenos de larga duración y a menudo profundamente arraigados en la psicologia nacional. Sergio Romano y Richard Bosworth (1991) han ilustrado muy bien el poder y la persistencia de estos mitos e imágenes en la política exterior italiana antes, durante y aun después del fascismo. En primer lugar, estaba la creencia de que existía una “primacía” italiana – asunto vinculado con el Risorgimento lo cual significaba que la unidad de Italia era la quintaesencia de un ideal de justicia internacional, progreso y civilización de los pueblos. En segundo término influía el mito de Roma, es decir, el que consideraba que la nación italiana era de alguna manera la heredera moderna de la antigua Roma. En tercer sitio influía la idea romántica de que el país estaba llamado a cumplir una “misión mundial” que le imponía una responsabilidad en la propagación de la civilización latina en el mundo – que era una variación de las ideas análogas que tenían otras potencias europeas – (Romano 1991: 26-27).

Estos mitos, poderosos y persistentes, tenían una doble función: la de formar y consolidar la conciencia nacional mediante la configuración de un destino para el pueblo italiano, así como la de proporcionarle un significado y una legitimidad a la política exterior de Italia (Romano 1991: 27-28). El efecto de los mitos nacionales italianos rebasaba, además, las fronteras del reino: los diplomáticos y los políticos extranjeros generalmente aceptaban o incluso alentaban la idea de una Italia heredera de glorias ancestrales, y “medían automáticamente el presente o el futuro posible de Italia con la imagen de su pasado” (Bosworth 1991: 40).

Estas líneas nuevas o laterales de investigación pueden llevar a un repensamiento de los grandes paradigmas y enfoques adoptados hasta hoy, situando más correctamente la política exterior italiana en la historia del fascismo y en la historia mundial. Queda, sin duda, aun mucho espacio para ulteriores investigaciones y para debatir el papel que tuvo Italia en la crisis del orden internacional ocurrida entre 1931 y 1945, y ciertamente los estudios sobre la temática pueden aportar elementos importantes para una comprensión general. Las controversias y la falta de acuerdo que aun existe sobre muchos aspectos de la política exterior de la Italia fascista, prometen alimentar el debate y mantener vivo el interés académico y de un público más amplio, especialmente en Italia. Con respecto a los sesgos e interferencias emotivas y políticas, en fin, sin subvalorar los esfuerzos hechos y aun por hacer, será probablemente el tiempo quien se encargará de enfriar los ánimos y llevar a una visión más equilibrada, ecuánime y científica de esta temática.

 

Franco Savarino

 


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