Cultura

  Sábado 1 de Noviembre de 2003

El lenguaje en la TV
Un temible tobogán hacia la decadencia

La lucha por el rating no tiene escrúpulos

La siguiente nota es la séptima de la serie que publica LA NACION, en la que especialistas de la cultura, la educación y la radiodifusión reflexionan sobre el mal uso del lenguaje en la TV, tema que motivó un enérgico pronunciamiento de la Academia Argentina de Letras

El oportuno reclamo de la Academia Argentina de Letras sobre los actuales contenidos de nuestra televisión abarca aspectos que van más allá del uso del lenguaje degradado y obsceno; incluye las escenas pornográficas y ámbitos sórdidos que generalmente enmarcan esas expresiones, así como la necesaria protección de los menores contra esos y otros abusos.

Recordemos que en noviembre de 2002 se firmó el llamado "Acuerdo de autorregulación" entre autoridades de la radiodifusión privada y el Comfer, en presencia del entonces presidente, Eduardo Duhalde.

En el año transcurrido dicho acuerdo solemne demostró ser sólo enunciativo, porque por encima de algunas pocas y cosméticas modificaciones de la pantalla los televidentes han percibido el agravamiento de los problemas que, supuestamente, se deseaban corregir, en especial respecto de la pornografía y la malversación del lenguaje.

En efecto, desde comienzos de este año comenzaron los programas más sórdidos y morbosos que se hayan presentado por televisión en los últimos tiempos. El tema de la "marginalidad", que se había tratado esporádicamente, se explota amplia y profundamente, desde todos los ángulos posibles.

La presencia reiterada del "mundo marginal", en una cárcel, en un neuropsiquiátrico, en un prostíbulo o en los supuestos testimonios de programas seudoperiodísticos necesariamente implicaron una degradación del lenguaje por la necesidad de darle verosimilitud a la ficción. En esos ámbitos el lenguaje es críptico y está sujeto a códigos cerrados, sin ningún filtro gramatical o sintáctico.

Reglas salvajes

La sociedad argentina percibe y teme este tobogán hacia la decadencia al que es impulsada, por salvajes reglas de producción, en las que se impone la obtención de mayor audiencia, de cualquier manera, sin que importe el costo social que por ello debamos pagar entre todos.

En una reciente jornada realizada en la Universidad Austral, en donde se analizaron las relaciones inmediatas entre medios y sociedad, se preguntó a uno de los panelistas -conocido guionista televisivo- por qué en los libretos de sus programas utilizaba un lenguaje soez y vulgar. Contestó que antes de escribir, suele subir a un colectivo para saber cuál es el código del lenguaje con que se comunica la gente, y así ajusta su guión.

Esa penosa respuesta evidencia la necesidad imperiosa de un debate muy hondo que permita llegar hasta las raíces mismas de las aspiraciones de nuestra sociedad que, hoy más que nunca, desearía volver a ver reflejados en las pantallas nuestra cultura, nuestra identidad y nuestros valores, entre los cuales se encuentra la preservación de nuestro rico patrimonio lingüístico.

El papel que los medios ocupan hoy en la sociedad exige repensar los mensajes que transportan. Porque no son sólo mensajeros: son instrumentos de enorme trascendencia social; entrelazan vidas, sueños e ilusiones; son un depósito de esperanzas y aspiraciones comunes, que pueden impulsar proyectos y acercar un futuro promisorio o decadente. De modo que el argumento de ser espejo de la realidad ni satisface ni alcanza, máxime en una sociedad degradada como la nuestra.

Ante la importancia que en nuestros días han alcanzado los medios electrónicos resulta parte del problema el hecho de que no acepten convertirse en vigorosos propulsores del impulso ascendente que necesita la sociedad, y que no asuman un rol protagónico positivo en la posibilidad -a su alcance- de mejorar la comunidad de la que ellos mismos son parte.

El presidente de la Academia Nacional de Educación, Avelino Porto, en una carta de lectores dirigida a LA NACION el 22 de abril de 2002, sobre este mismo tema, terminaba diciendo: "Debemos construir una nueva televisión, una novedosa cultura audiovisual, con propuestas coherentes, exigiendo decisiones inteligentes, principalmente a los empresarios del medio, a sus anunciantes y a los funcionarios del Estado nacional. En ellos recae el peso mayor de las responsabilidades, y a nuestra comunidad le corresponde la obligación de recordárselas".

Por Pedro Simoncini
Para LA NACION

El autor fue presidente de Telefé y es miembro de número de la Academia Nacional de Educación.

http://www.lanacion.com.ar/03/11/01/dq_541146.asp
LA NACION | 01/11/2003 | Página 18 | Cultura


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