Biografia


Nos vamos a encontrar en esta sección con una obra sorprendente, casi mágica. Vamos a leer entre lineas, el mensaje profético de Nostradamus, un personaje del Renacimiento, de esa maravillosa era nueva en la que el mundo clásico y el moderno se funden, tras la oscuridad de la Edad Media, para dar a luz a toda una serie de genios, tal vez la mayor concentración de genios de la historia, que revolucionan el panorama de las artes y las ciencias.

En sus largas noches francesas, Nostradamus escribe cuartetas proféticas y lo hace con un lenguaje intencionadamente oscuro, para que nadie se acerque a su profundo sentido sin voluntad de estudiar el contenido. Acumula un millar de estas cuartetas, un millar de predicciones sobre lo que va a suceder irremediablemente, pero todo está velado con la intención decidida del que no quiere que lo que ha llegado a través del espacio envuelto en misterio se desparrame sobre la faz de la tierra como una aleluya de ciego. Nostradamus da a conocer sus profecías cuando ya ha pasado la cincuentena, cuando ya es un médico famoso. Pero la edición de sus centurias hace que hasta el rey de Francia quiera conocer a aquel ser prodigioso y la tranquilidad de su aislamiento se ve trocada por la gloria de una popularidad rápida y generalizada. Después, muchos años después, hay otros que quieren añadir o modificar esa relación del futuro establecida en el siglo XVI, cuando el mapamundi se iba ampliando a golpe de navegantes y se descubría que la esfera anticipada era una realidad. En ese mundo, por fin circulará sin fin, las mil profecías de Nostradamus también se presentaban sin fin, extendiéndose a lo largo del presente, pasado y futuro, sin ninguna indicación de orden ni de tiempo, como un enigma solo desentrañado a medias, casi contra la voluntad de su intérprete máximo. Si sorprendente fue la personalidad de Nostradamus, más sorprendente va a resultar, para quien tenga paciencia y humildad, comprobar que ese mensaje de hace cuatrocientos años todavía pueda contarnos lo que va a pasar mañana, o lo que ni siquiera nuestras generaciones llegarán a ver. Importa muy poco que sea crédulo o incrédulo el lector, lo único que importa es tratar de bucear en la compleja construcción de los versos, para salir de ellos con su posible tesoro o, al menos, con la satisfacción de haber buscado cada uno de los mil posibles significados que Nostradamus si conoció mientras los escribía.

Un nombre legendario, un nombre casi mágico, el del hombre del Renacimiento que unió, por vez primera, los viejos saberes rescatados del clasicismo griego y romano con la tradición profética del cristianismo. Hasta el apellido suena a magia, porque el Nostredame (Nuestra Señora) fue latinizado, como se solía hacer en la época, Como una
forma de internacionalización, para quedar en una estrofa también cargada de significados y llena de sonidos ancestrales. Michel de Nostradamus, el hombre que lanzó, hace cuatrocientos años, mil sondas al futuro, era un hombre diferente, de esos pocos que se atreven a desafiar las leyes escritas y las no escritas, avisando a sus contemporáneos lo que el futuro deparaba a unos u otros y, por ende, a toda la colectividad.

Michel nació en 1503, en Saint Remy, en la Provence, en una familia de origen judío, él pertenecía a la cuarta generación, era el bisnieto de Pierre de Nostradamus, físico de duques y reyes. Los físicos, en aquellos tiempos, eran los médicos y la medicina, claro está, no era nada segura como ciencia, tal vez una serie de prácticas ancestrales y otras elaboradas y transmitidas en familia, como una de las muchas artesanías de su tiempo. Pero, además, la familia Nostradamus era una familia de matemáticos, de pensadores, diríamos mejor; gente de estudio, como marcaba la tradición y la experiencia hebrea, porque estaban demasiado acostumbrados a tener que huir de las persecuciones sucesivas que, repentinamente se desataban contra ellos, con cualquier excusa o como tapadera de un descontento popular por otra causa. Los judíos sabían que las propiedades y la hacienda mal se podía trasportar en la huida y sólo se dedicaron a aquellos oficios y profesiones que pudieran llevarse consigo, que se pudieran resumir en unos tratados o en una bolsa de monedas o joyas.

Esta repetida persecución, en un mundo todavía sin haber llegado a despertar totalmente del largo sueño inerte del medievo, hizo que los hebreos fueran los vehículos, junto con los árabes, ahora en pleno ocaso, del conocimiento y la ciencia, mientras que los poderosos de cada país se dedicaran sólo a administrar sus tierras o a pelear en las interminables batallas de la historia. Los Nostradamus, bien recibidos en la Francia del siglo XV, fueron acogidos por la nobleza por sus conocimientos y Pierre, el bisabuelo, fue aconsejado que recibiera el bautismo cristiano, entrase así a formar parte de la comunidad, con los demás cristianos viejos y la familia, con toda normalidad, se integró en el sur de Francia, agregando títulos y honores al árbol genealógico que iba creciendo en el país de adopción. Hubo notarios, procuradores, médicos, religiosos, de todo, hasta que llegó Michel, quien sí iba a perpetuar el apellido familiar por los siglos de los siglos, ya convertido en protagonista de la historia.

Michel de Nostradamus había recibido ese caudal de conocimientos familiares o, mejor dicho, esa costumbre familiar del estudio y de la curiosidad dirigida, del ansia científica. Como la gente de la época, también había estudiado los astros con el rasero de la astrología, verdadera precursora de la astronomía, pero tan poco científica disciplina como todos los estudios pseudo-científicos de esa era de transición entre la ignorancia/supertición y la verdadera profundización del conocimiento. Pero la astrología se dirigía a un solo objetivo: conocer lo desconocido, anticiparse al futuro y tratar de desentrañar, mediante los signos celestes, el posible devenir.

Naturalmente, la continuidad en la afición a lo astrológico marcó a Michel de Nostradamus y le llevó a una curiosidad sobre las formas posibles de llegar a la anticipación, haciendo que nunca olvidara la posibilidad de desentrañar la madeja del porvenir con antelación, adelantándose al futuro, aunque se dedicara a otras muchas tareas, principalmente a la de aquella medicina familiar, en la que también se interesó profundamente, añadiendo recetas de su propia cosecha, algunas de las cuales demostraron ser un poco más eficaces que los absurdos remedios aplicados en aquellos momentos, en los que los médicos de Europa poco conocían del cuerpo humano y, lo poco sabido, peor lo interpretaban, con sus absurdas teorías de los humores y las más peligrosas ideas de los malos espíritus y las posesiones demoniacas como justificación de lo que aún se desconocía más densamente.

Michel había estudiado medicina en Avignon y en Montpellier, los mejores centros universitarios a su alcance en el mediodía francés. La medicina y lo transmitido por la familia, produjo en Michel un interés en las hierbas medicinales y por ellas recorrió buena parte del territorio, tratando de conocer un poco más sobre las plantas silvestres, sus efectos y sus posibles aplicaciones, preguntando a los lugareños y recogiendo las tradiciones locales, siempre que no fueran secretos celosamente guardados. En esos momentos, aunque la luz del Renacimiento parecía alumbrar una buena parte de las orillas del Mediterráneo, las hierbas y los despojos animales se tenían como parte de un mundo mágico y no era extraño que se tuviera que arrancar el pelo de una virgen o recoger la pluma de un mochuelo bajo la luz de la luna o tomar la hoja de la planta mojada por el rocío, como si el proceso fuera tan importante como la posible sustancia de planta, mineral o animal.

Nostradamus no pudo sustraerse a este nuevo proceso de sistematización botánica teñido de superstición y el componente mágico también se debió quedar bien asentado junto a la antigua y tradicional parafernalia de la astrología. No es de extrañar que la posible magia del futuro se fuera construyendo en esos momentos en los que recorría montañas y valles, senderos y campos vallados, en busca de recetas asombrosas y remedios tan universales como la vieja piedra filosofal que ya había estudiado (teóricamente) en sus iniciaciones alquimistas. El saber se deslizaba, lo estamos viendo, entre las turbias aguas de lo que siempre se ha llamado "saber popular", "ocultismo", etc.

Joven, empezó a trabajar con los enfermos y su experiencia en la herboristería se vio interconectada con los resultados obtenidos en la práctica. Siguió ejerciendo la medicina con una buena dosis de renovación en los sistemas y los procedimientos y parece ser que su método le fue bien, porque, si no se constata una fama a gran escala, tampoco se sabe de nadie que le acusara de malas prácticas o de abandono a sus pacientes. Pero la consagración vendría mucho más tarde, cuando una nueva ola de peste, la de 1546, azota la Provence y Michel, mayor, sobre todo para los cánones de su siglo, con cuarenta y dos años, se dedica a luchar con la mayor eficacia posible contra la enfermedad y se dedica de lleno, sumergiéndose en aquella marea de horror y muerte, saliendo ileso y triunfal de entre los cadáveres y los agonizantes. De su especial remedio, una mezcla de hierbas y esencias y -tal vez- una profilaxis no demasiado extendida todavía entre la profesión médica, vino la posibilidad de que un número mayor de lo normal de sus pacientes sobreviviera y entonces, el viudo de Provence, pues había perdido tiempo atrás a su primera esposa y a sus dos hijos, se sintió en mejores condiciones para dedicarse de lleno a sus estudios fantásticos, ya que podía también sentirse más libre de compromisos, con la satisfacción del deber cumplido y con el privilegio de haber salido con vida tras su enfrentamiento con la muerte, con ese terrible jinete del Apocalipsis, la peste.

De su primera esposa, Adriéte de Loubejac, poco se sabe. Fue un matrimonio corto, la enfermedad se llevó a la esposa y a los dos hijos, lo que jamás puede considerarse como un hecho aceptable para un médico, pero, ya lo hemos comentado, la dedicación a los enfermos de la peste, esa imersión en el infierno de la enfermedad mortal, debió de ser el purgatorio en vida para el médico regresado a la Provence en busca de su tierra de origen, en busca de una tranquilidad hogareña que le hiciera olvidar el doloroso encuentro con una muerte que se abatió sobre su familia y a la que él no pudo ni supo oponer la resistencia deseada. Ese hombre robusto y un poco más bajo que la media, de carácter vigoroso y enérgico, había sido purificado por su desafío a la peste; por su pago de la deuda con la muerte.

Casó de nuevo y tuvo ocho hijos, cuatro varones y cuatro mujeres: César, Charles, Michel, André, Jeanne, Madeleine, Anne y Diane. Ninguno siguió sus pasos y la estirpe Nostradamus no se prolongó en ninguna escuela, él fue un hito familiar y una personalidad bien diferente, una excepción a todo y a todos. Ya cumplidos los cincuenta años, tal vez menos dispuesto a viajar y a recorrer el mundo, el médico dejó paso al investigador de lo oscuro y Michel de Nostradamus se volvió hacia la cara oculta de la vida, escudriñando el futuro, tratando de recibir la misteriosa señal de Dios y de los dioses de la antigüedad, explorando el futuro con la ayuda del hálito divino que le comunicase cuáles eran las claves secretas que permitiesen adelantarse al tiempo real y caminar por los siglos venideros a sus anchas.

Empezó la elaboración de sus centurias y a ellas se dedicó en cuerpo y alma, hasta reunir un complicado amasijo de cuartetas en las que se describía, de un modo muy especial y nada sencillo, lo que iba a pasar. El lenguaje empleado, entre metafísico y esotérico, era una receta antigua, tan antigua como las palabras que en la Biblia utilizaban los profetas mayores y los menores. Nada estaba al alcance del curioso, del entretenido. Todo quedaba a una altura artificiosa, de manera que había que poner todos los sentidos en acción y la inteligencia en su máximo, para poder llegar a conclusiones más o menos lógicas. Cuando se publican sus profecías, las "Centurias", Michel es un hombre muy entrado en años, es 1556 y se comienzan a conocer sus siete primeras centurias, con un éxito sorprendente, ya que su fama llega hasta el rey de Francia, Enrique II y su esposa, la reina Catalina de Médicis, le llaman a la corte para conocerlo y para también preguntarle por su futuro, encarnado en los infantes, sus sucesores en el trono.

Movido por la real llamada, Nostradamus viaja a París y oye la petición real. Se traslada a Blois, conoce a los infantes y regresa a la corte para dar su profecía: "grandes peligros sobre las cabezas de los tres infantes y una corona real sobre cada cabeza".

A los reyes les gusta la profecía, ya que incluye, además de los peligros descritos de un modo tan global, la posibilidad de tener tres reyes en lugar de uno sólo. La historia diría que lo predicho es completamente cierto. Los tres infantes se convierten, sucesivamente, en reyes de Francia, por la muerte del anterior monarca y hermano, ya que, a la muerte de Enrique II, en 1559, sube al trono Francisco II, el primogénito. Pero en noviembre de 1560, Francisco muere de muerte natural y es sucedido por su hermano Carlos, que recibe el ordinal de Carlos IX, con diez años de edad, bajo la regencia de su madre Catalina de Médicis. Tras un reinado de catorce años, Carlos murió y fue el tercer y último infante, Enrique, ahora tercero de Francia, quien ocupa el mismo trono con la misma corona de sus hermanos. Reinó durante quince años, muriendo en 1589, en el sitio de París. Los tres infantes habían tenido sobre su cabeza una corona real, como Michel de Nostradamus predijo, pero los reyes de Francia no vivieron lo suficiente para ver cómo se cumplía la profecía sobre sus tres sucesores.

La publicación de las centurias trajo de todo para el autor, desde la admiración a la calumnia y desde la gloria a la acusación -nunca llevada adelante- de brujería. Afortunadamente, su fama de médico y su avanzada edad le mantuvieron lejos de las iras de la Iglesia y terminó su vida con tranquilidad y con el respeto general. Se había convertido, en vida, en un hombre tenido por sabio en su grado máximo y la influencia de su obra se iba a extender por los siglos, hasta el punto de que, en plena Segunda Guerra Mundial, Hitler, un hombre terrible, amparado en la astrología para tomar muchas decisiones, llegó a mandar detener a los más renombrados conocedores de la obra de Nostradamus, para evitar que se hiciese uso de su contenido en contra suya. Los aliados, por su parte, también utilizaron a su favor algunas de las cuartetas de Nostradamus, buscando una justificación nacida de la magia a situaciones que, estratégicamente, no se podían explicar de un modo optimista. Este fue un episodio más de la guerra psicológica, de la guerra de propaganda, pero dice mucho sobre lo hondo que han calado las profecías de Nostradamus en un mundo muy posterior, en el que parecería que la magia y lo oculto no tienen lugar, cuando la tecnología y su madre, la ciencia, estaban ya corriendo a un ritmo febril, saltándose etapas y creando posibilidades jamás soñadas, de construcción y de destrucción.

Casi treinta años después de su muerte, acaecida el 2 de julio de 1566, a los sesenta y dos años de edad, Jean de Chavigny publica la biografía de Nostradamus, con bastantes errores, pero ya es la biografía mágica de un hombre de fama la que se da a conocer. En este libro, Chavigny recoge las diez centurias, las mil cuartetas de sus profecías y le da el sello de la inmortalidad al conjunto de la obra del vidente de Salon. Después se intentarían añadir otras dos centurias incompletas, a partir de textos encontrados dispersos, pero ya esas centurias, reales o apócrifas, no son sino añadidos sin importancia. Las mil cuartetas de Nostradamus, las mil profecías, sin orden cronológico aparente, pasan a formar parte del patrimonio cultural de Occidente y su trascendencia se encuentra en la gran aceptación que van teniendo a lo largo de los siglos, de diferente manera y con diversa fortuna. A veces se olvidan, a veces se reencuentran, pero siempre están presentes, al menos en un círculo de seguidores incondicionales que se van renovando con los años, con los siglos.

De Nostradamus se cuenta una anécdota, una de las muchas que sobre él existen, enlazada con su estancia en Italia. Se dice que un día, andando a la aventura por los campos de Italia, tropieza con un joven franciscano, un humilde siervo del Señor, un discípulo de la orden de la humildad y el amor, la orden establecida por el santo de Asis. Este joven y humilde franciscano, Felice Peretti, ve llegar al viajero y ve, asombrado, cómo el recién llegado se postra ante él, en señal de devoción y respeto. El joven religioso queda atónito ante aquel homenaje que tan mal cuadra con su disciplina y con su forma de ver y sentir la vida. Los que rodean la estampa, pasado el primer momento, requieren de Michel de Nostradamus una explicación coherente con aquel insólito hecho y Nostradamus les responde que en ese joven, había reconocido al futuro Obispo de Roma y pastor de los cristianos.

Efectivamente, Felice Peretti sería, muchos años después, en 1585, casi veinte años después de la muerte de Nostradamus, el papa Sixto V. La predicción de Nostradamus se había cumplido, aunque ya no estuviera allí, para certificar el éxito de su profecía concretada en un hombre de carne y hueso llegado al pontificado. Nostradamus habría recibido entonces, en ese viaje tranquilo y sin pretensiones, la llamada divina que colocaba su capacidad por encima de la de los demás mortales. Nostradamus se había colocado, por designio divino, por encima del tiempo, con la visión sobrenatural que domina pasado y futuro y los coloca a ambos en el único plano del presente.

Veremos, a lo largo de la obra, muchos párrafos sin sentido aparente. Veremos otros que se pueden haber cumplido ya. Veremos pronósticos que pueden tomar cuerpo en nuestros propios días. Muchas cuartetas quedarán abiertas al futuro incierto. Si nos dedicamos a fondo, encontraremos la posibilidad de dar con una clave, con la misma clave que él pudo entrever en la revelación. Podemos, naturalmente, dudar de todo y encontrar que aquello que desfila aquí no es más que otro vano intento por poseer secretos inaccesibles. Pero, sea cual sea nuestra decisión y nuestra conclusión, no cabe la menor duda de que tenemos delante de nuestros sentidos una muy interesante obra del genio humano y que Nostradamus creyó en ella, con más fe que cualquiera de la que hayan podido tener o tengan, en el futuro siempre renovado, sus más fervientes partidarios y defensores. Vale la pena intentar acercarnos a ella en profundidad, dispuestos a aprender sus enseñanzas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Copyright2002©Gaboproducciones. Todos los derechos reservados

Hosted by www.Geocities.ws

1