Un fuerte abrazo para ambos/Luis
Las aventuras de dos audaces navegantes argentinos
Dieron la vuelta al mundo en 139 días
Bruno Nicoletti y Ricardo Cufré abordaron su catamarán y realizaron
exitosamente una travesía oceánica llena de peligros.
En ocho meses y seis días, contando dos paradas técnicas y reeditando la
ruta del navegante solitario Vito Dumas, los argentinos Bruno Nicoletti y
Ricardo Cufré consiguieron dar la vuelta al mundo al sur del paralelo 30 en
un catamarán, no sin enfrentarse a feroces temporales y a vientos
huracanados durante gran parte del trayecto.
Los audaces timoneles salieron de Puerto Madryn, Chubut, el 23 de noviembre
de 1997 y retornaron al mismo puerto, tras sufrir siete temporales y hacer
escala en Nueva Zelanda, el 29 de julio pasado.
Recorrieron 20.202 millas marinas en 139 días de navegación, esto es, un
total de 2864 horas frente al timón sobre poco apacibles aguas.
"La idea fue la de realizar la travesía de Vito Dumas sin tocar tierra, pero
por problemas técnicos debimos hacer escalas en Bluff, Nueva Zelanda, y en
Valdivia, Chile", dijo Bruno Nicoletti a La Nación en una entrevista que se
realizó en su catamarán Brumas Patagonia, fondeado en el Yacht Club
Argentino, en San Fernando.
El barco es un Catana de 44 pies de eslora, construido en astilleros de
Francia, tiene siete metros de manga, dos motores diesel de 24 HP y puede
desarrollar una velocidad máxima de 20 nudos por hora. Hasta hoy lleva
navegadas 78.000 millas.
Siete veces amenazados
Los intrépidos navegantes se enfrentaron siete veces a la adversidad antes
de llegar a Nueva Zelanda. Allí debieron hacer una escala para reponer un
timón del catamarán destrozado por una fuerte tempestad. Superado el
inconveniente, retomaron la ruta.
Al retornar hacia la Argentina debieron capear, ya en el océano Pacífico, el
octavo temporal, tal vez el más feroz. La rebelión de las aguas castigó
duramente el casco durante cinco días.
Cuando la proa apuntaba rumbo al cabo de Hornos, otra nueva tormenta puso a
prueba el temple de los marinos. El meteoro se prolongó por bastante tiempo
y la nave no salió indemne. El castigo del oleaje, de varios metros de
altura, destrozó el tanque de combustible.
En esas condiciones salieron de la ruta y recalaron en el puerto chileno de
Valdivia para reparar la avería, no sin antes afrontar la décima borrasca.
"A raíz del tiempo que demoraron en Nueva Zelanda y en Chile las
reparaciones del timón y del tanque de combustible, perdimos la posibilidad
de cruzar del Pacífico al Atlántico por el cabo de Hornos. Es que los
pronosticadores nos aconsejaron cuatro veces desistir de la idea, porque las
depresiones eran terribles, con lo cual optamos por regresar por el estrecho
de Magallanes", relató Nicoletti.
Una de las características del viaje fue la soledad más absoluta.
"Quise darme el gusto de navegar con viento portante por casi 20 mil
millas", dijo Bruno. Para el propietario del Brumas Patagonia, "la ruta que
hicimos, en cuanto a navegación se entiende, es la mejor que se puede hacer
para dar la vuelta al mundo".
Soledad y monotonía
Sin embargo, acotó: "Hay algo de monotonía, no nos cruzamos con ningún barco
y estuvimos en la soledad más absoluta".
Nicoletti afirmó que su acompañante en esta travesía, Ricardo Cufré, que
había escrito la biografía de Vito Dumas, se sumó al emprendimiento porque
tenía interés en recorrer los mares donde había navegado su héroe y en
escribir una obra que recogiera la nueva experiencia.
La idea original de Bruno Nicoletti fue hacer este viaje "en solitario".
Hace dos años se había lanzado con el mismo catamarán por la ruta de Vito
Dumas, pero chocó contra una ballena y rompió el timón, por lo que debió
regresar a Puerto Madryn.
"Fue una suerte muy grande para mí no haberlo hecho ahora en solitario,
puesto que con los inconvenientes que sufrimos en este último viaje con los
timones y el tanque de combustible, debo decir que la compañía de Ricardo
Cufré fue providencial", aseveró Nicoletti.
Tanto Nicoletti como Cufré, lectores devotos de las epopeyas náuticas de
Dumas y de navegantes clásicos, como Fitz Roy y Marco Polo, destacaron que
su aventura no hubiera sido posible sin los consejos extraídos de esos
viajes.
La cuestión de la soledad fue recurrente en el relato de Nicoletti. Así,
evocó que entre Puerto Madryn y Nueva Zelanda no se cruzaron con barco
alguno y tan sólo vieron pájaros. No hubo delfines ni ballenas. Eran ellos
solos contra la inmensidad del océano.
El momento más complicado fue cuando estaban en el medio del océano Indico,
ya que en circunstancias en que afrontaban la séptima tormenta perdieron un
timón.
"Nos vimos muy mal, porque así se perdió la capacidad de gobierno del barco
con viento de popa", relató Bruno.
Los tripulantes ansiaban la calma para reponer el timón, pero durante siete
días hubo un oleaje tan feroz que no pudieron hacerlo. De allí que
decidieran cambiar rumbo hacia el puerto más próximo de Australia para hacer
la reparación.
Al puerto de Bluff
"Estábamos cerca de Australia cuando se dio la calma y pudimos cambiar el
timón y regresar a la ruta original, pero al tener inconvenientes con el
otro timón del catamarán, desechamos la idea de hacer el viaje sin escalas y
nos dirigimos al puerto más austral de Nueva Zelanda, que es Bluff; los
astilleros Catana, de Francia, nos mandaron dos timones nuevos", contó
Nicoletti.
El peor de los temporales
Al prolongarse, entusiasmado, en su relato, Bruno no pudo menos que recordar
que cuando salieron de Nueva Zelanda, al cuarto día, los castigó la peor de
las tempestades de todo el periplo, una mucho mayor que la anterior.
"La marejada nos llevó del paralelo 44 al 34, y la única posibilidad fue la
de correr el temporal a palo seco", esto es, siguiendo la dirección del
viento y de las olas, sin velas.
Lo cierto es que para Nicoletti, el año elegido para hacer la ruta de Vito
Dumas no fue precisamente el mejor. Consideró que soportar diez temporales
"es mucho castigo".
Para el navegante, "el barco se salvó por no tener quilla; tiene orza de
quita y pon y durante los temporales estaban bien subidas, de haber tenido
quillas fijas u orza baja, el vuelco hubiera sido inevitable", apreció
Nicoletti, que es un fanático del catamarán.
"Son diseños especiales para las tormentas; la seguridad mayor es que este
tipo de barco se puede dar vuelta, pero no se hunde", concluyó.
Juan Carlos Insiarte para La Nación