PERSONAJES DE MOLLENDO
4. Valerio
Enrique
Mafuelo, periodista, poeta, escritor y gran humorista mollendino, viajó
exclusivamente desde Lima para comprobar los increíbles relatos de su
cuñado “Cachimba” acerca de los prodigios de Valerio. El problema
vino después, al confirmar personalmente en las inmediaciones del
cruce de las calles Blondell con Deán Valdivia, que no solo eran
ciertas las supuestas fábulas, había más, mucho más, pero como
redactarlas sin caer en lo grotesco y, que forma debían adoptar sus
escritos para no incurrir en un relato de mal gusto. El “Mollendino”, seudónimo con el que trabajaba Mafuelo, escribió unas notas sueltas, solo unos borradores de su experiencia con Valerio, borradores a los que hemos tenido acceso, y que rigurosamente transcribimos.
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..........me
ha llamado la atención el sombrero que usa, gorro o lo que fuera,
de color negro, rematando en punta, tipo bruja. .........puede
pronunciar ciertas palabras sueltas como:
ma-má, pa-pá, ter-co, tor-pe, tur-co. ....previa
merced conductiva, puede contar del uno al diez, aunque es bueno
decirlo, tiene notorias dificultades con la pronunciación de los números
cuatro y nueve. ...........tal
como le he prometido a Valerio, aquí va:
En
mármol este mensaje
quiero
para el cementerio,
como
póstumo homenaje
un
epitafio a Valerio.
Nunca
probó su inocencia,
y
en la cámara de gas
iba
a cumplir su sentencia,
pero
escapó por atrás .........mi
gran amigo Raulito (Zeppelín), a mi solicitud, me ha alcanzado:
En
la prisión del lugar
siempre
fue el más insurrecto,
buscando
como fugar
encontró
un camino Recto. .......y
otra, finalmente:
Buscaba
siempre escapar
para
eso tenía oficio,
husmeaba
en todo lugar
y
encontraba el Orificio. .......confirmo
mis creencias: Nos gusta conocer la trama de la vida de estos
personajes como si viéramos en ellos, una parte de nuestras propias
cualidades no manifestadas. Valerio,
como sus paisanos aimaras, era un cholo grueso, no muy bajo, siempre
delineando una sonrisa que lucía su bien formada y blanca dentadura
en una boca de gruesos labios, y bajo una nariz aguileña una barbilla
corta y robusta, pómulos salientes, negros y vivaces ojos, todo en un
marco de tersa cara redonda, como una olla de barro con toscas orejas
por asas; camisa de bayeta de color indefinido, estrechas calzas
negras que remataban apretadas en las pantorrillas de dos fornidas
piernas, asentadas en ojotas nativas de cuero de llama, y como parte
de él mismo, portando en el hombro su compañera inseparable, una
soga trenzada. Kamisaraki Walliki El
punto de reunión por las mañanas era el muelle, en las gradas
laterales donde los faluchos llegaban con el pescado, venían
lentamente y con desgano, aún con la tremenda resaca de noches
de mucha coca y alcohol de lata. Solo algunos cargadores tenían
el carrito de madera con ruedas para llevar la pesada carga, Valerio
en ese sentido iba en desventaja, con una albacora al hombro subía
jadeante las 113 gradas hasta salir por el Resguardo y la Aduana, para
luego enfilar por la calle Alfonso Ugarte, y
finalmente llegar al mercado. Todos
ellos, mozos de cuerda y cargadores, eran de Acora, a orillas del
Titicaca, primero vinieron a Mollendo, Súa, Sojta y Garifo, quienes
mucho después trajeron a Valerio, orgullosos de que en muy poco
tiempo podría cobrar fama y celebridad por la sincronización y
manejo a voluntad de sus intestinos, como efectivamente el tiempo les
daría la razón. Su
abultado abdomen tenía gran capacidad retentiva y acumulativa de aire
y gases estomacales, cuya salida controlaba a voluntad con el raro e
increíble dominio que ejercía en el extremo de su intestino grueso,
que se dilataba y contraía con su pleno consentimiento, habilidad de
la que hacía ostentación previo pago del servicio, según fuera el
pedido y su estado de ánimo; así por ejemplo la muchachada le pedía:
¡tres Valerio, pero de a sol¡.......y el ruido de tres exhalaciones
se dejaba oír. Los “vientos”
podían ser cortos, largos o en serie, pero no todo era una
sucesión de vulgares ruidos, pues igualmente podía imitar el
ladrido, el maullido y otras expresiones de animales, entre las que
destacaba el mañanero canto del gallo. Se tejieron muchas anécdotas y leyendas sobre Valerio, naturalmente algunas no pudieron ser comprobadas, decíase por ejemplo que el dominio que había logrado tener de su órgano, un caso muy singular en el que la naturaleza es muy generosa con el artista, solo era comparable con el dominio que tenía el gran músico de fama mundial Gil Oliveira, que literalmente hacía hablar y cantar al órgano; Valerio podía pronunciar algunas palabras, aunque obviamente no era como para sostener una conversación, además hacía cantar a su instrumento de “viento”, muy semejante a los acordes de una zampoña, trocitos de algunas fáciles canciones, dicho sea de paso con muy buen oído. Un defensor a ultranza de Valerio, como era el caso de Cachimba, aseguraba con energía y absoluta convicción:.......¡ jamás sentirán un mal olor en sus declamaciones y en cuanto a la mala pronunciación de los números cuatro y nueve, quien les ha dicho a ustedes que el castellano es la lengua madre del cholo ¡ Mientras
uno solo de nosotros los recuerde, seguirán vagando alrededor del
mercado y de las casas de madera que nunca habitaron, por esas calles
angostas que adoptaron como suyas, continuaran felices en cualquier
rincón picchando su coca, tratando de pasar desapercibidos y
conformes por naturaleza con la miseria que les tocó vivir, con su
deliberada e infinita resaca para confundir con la ficción, la
realidad de días despiadados y noches húmedas y frías, de veredas
convertidas en almohada, en una danza de fantasmas que no concluirá
hasta cuando finalmente se agote nuestra memoria. Beto. Colaboración:
Antonio Gonzalez Polar |
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