Mi abuela se rehusó hablar en castellano
toda su vida, nunca le oí mencionar una palabra.
Mi abuelo aunque estuvo un par de meses trabajando en
la ciudad, regresó y compró una escopeta
para cazar en el bosque y no volvió más.
Mi madre hija única de ellos, le pedía que
vinieran a visitarnos a la ciudad, ellos nunca querían,
preferían estar en la isla. Solo cuando ya estaban
muy ancianos tuvieron que venir a la ciudad. Toda nuestra
familia estaba aquí, ambos fallecieron aquí.
Aquí en la ciudad nos visitaban amigos y amigas
no dules, o sea ladinos: wagas; y entre murmullos le oí
decir a mi abuela en dulegaya a mi abuelo, que tanto hacíamos
nosotros con ellos, los amigos wagas. Pensé en
algún momento que mi abuela era una xenofóbica.
Luego conocí su historia. Cuando de niña,
su primer contacto con los wagas, fue de mucha violencia.
Sus primeros recuerdos eran de wagas hostiles, malos y
demonios. Disparando con sus armas a la isla y ella junto
a otras niñas escondidas entre plátanos.
Así fue que conoció a los waga. Eran los
años 20 del siglo pasado.
Ambos, mi abuela y mi abuelo no les agradaba la visita
de mis amigos. Pues nos induciría los hábitos
de sus abuelos, decían ellos. Hoy creo que no estaban
tan lejos de la verdad. A veces creo que esta es una forma
mía de pensar racista, pero no es así.
Hace unos años atrás, había escuchado
hablar de pueblos enteros en Brasil, que vivían
no contactados con el mundo “sifilizatorio”, perdón
quise decir “civilizado”. Hasta hace unos días
atrás, volvió a ocupar en los medios de
comunicación la presencia de estos pueblos en los
bosques de la amozonía. Leí en el portal
de yahoo.com: Rare uncontacted tribe photographed in Amazon.
Que en mi mala traducción lo interpreté
así: “Fotografían extraña tribu no
contactada en Amazonas”. Fechada el 29 de mayo de 2008.
Después de haber leído la nota, no se me
salía de la cabeza aquellas tomas fotográficas
que miré.
Me vino entonces los recuerdos de estos dos ancianos,
mi abuelo y mi abuela. Esa es una cuestión que
a mis tantos treinta años lo vuelvo a pensar. Soy
de una generación de dules, que nací en
la ciudad igual que un montón. A diferencia de
la generación actual, hijos de nosotros. Que en
cierto modo no han tenido esas vivencias. Con personas
que vivieron la revolución dule de 1925. Yo tuve
la suerte de compartir en sus últimos años
conversaciones con algunos de ellos que aún estaban
vivos.
Mirar la foto que circuló en la internet de mis
hermanos pintados de rojo, apuntando sus flechas a la
aeronave, sentí una rabia mezclada de tristeza.
No entendí ese sentimiento. Ya antes había
escuchado de esa situación de los hermanos que
son etiquetados por cientistas sociales como: pueblos
indígenas no contactados, pueblos en aislamiento
voluntario, tribus invisibles o como quieran llamarlos
los “especialistas”. Recién a finales de la década
pasada se empezó una campaña en pro de la
situación de estos pueblos, como siempre el Estado
tiene su posición, las organizaciones indígenas
tienen otra. Sin entrar en esos detalles, lo que me daba
vuelta en la mente sobre estos pueblos era, ¿por
qué una población en plena era del post
modernismo, asume esta postura? Me di cuenta que no estaba
pensando como un dule. Entró en mi de nuevo el
recuerdo refresco de mis abuelos. Sus palabras y sus gestos.
Me trasladé y me ubiqué en el rígido
cuerpo de mi abuelo, el cazador. Miré a través
de los ojos de mi abuela. Tratando de sacarme mis dudas.
Hay más de 100 pueblos en el mundo que han tomado
esta sabia y valiente decisión de vivir y convivir
su propia libertad. Hoy estos pueblos están amenazador
por la codicia de la madera, el petróleo, la agroindustria,
en fin el mercado. Amenazados por esta expansión
inhumana de lucrarse con la tierra, son perseguido en
los bosques y necesariamente tienen que movilizarse en
busca de refugio en el corazón de la madre tierra.
No solo viven con esa amenaza, su condición de
no contar con una defensa inmunológica para las
pestes de nuestro mundo civilizado los hace vulnerables.
Pero también comprendí que viven en una
total autosuficiencia el bosque les provee todo lo necesario,
es su patria, es su casa.
Miré la foto de mis abuelos, ellos estarían
orgullos de este pueblo. Se pintarían sus rostros
de achiote, fumarían tabaco, quemarían cacao,
se bañarían con albahaca. Rezarían
al Gran Creador. Yo, en cambio me pregunté; que
me corresponde hacer, si el vinculo que ellos tenían,
mis abuelos y el que tienen estos pueblos los he perdido.
Si lo hemos perdido. Solo nos queda no permitir esta injusticia
con estos hermanos, que diariamente están acechados
a muerte.
No nos están pidiendo ayuda, solo están
pidiendo vivir su propio proyecto. No piden dólares
ni euros, solo piden paz. Si una autoridad de los países
donde está ubicada la Amazonas ya sea Lula, Chavez,
Alán García, Correa o el mismo hermano Evo,
leyeran estas reflexiones pediría, que a ellos
que tomaran acciones para que se respete a este último
grupo de humanos que viven en una total paz y tierna armonía
con la naturaleza. Solo eso, a que se le permitiera el
respeto a vivir su propia libertad.
I. Kungiler
(vianor pérez rivera)
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