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REFLEXIONES ENTORNO A LOS INDIOS INVISIBLES
Por: I. Kungiler
Panamá, 2 de junio de 2008
 

Mi abuela se rehusó hablar en castellano toda su vida, nunca le oí mencionar una palabra. Mi abuelo aunque estuvo un par de meses trabajando en la ciudad, regresó y compró una escopeta para cazar en el bosque y no volvió más. Mi madre hija única de ellos, le pedía que vinieran a visitarnos a la ciudad, ellos nunca querían, preferían estar en la isla. Solo cuando ya estaban muy ancianos tuvieron que venir a la ciudad. Toda nuestra familia estaba aquí, ambos fallecieron aquí.

Aquí en la ciudad nos visitaban amigos y amigas no dules, o sea ladinos: wagas; y entre murmullos le oí decir a mi abuela en dulegaya a mi abuelo, que tanto hacíamos nosotros con ellos, los amigos wagas. Pensé en algún momento que mi abuela era una xenofóbica. Luego conocí su historia. Cuando de niña, su primer contacto con los wagas, fue de mucha violencia. Sus primeros recuerdos eran de wagas hostiles, malos y demonios. Disparando con sus armas a la isla y ella junto a otras niñas escondidas entre plátanos. Así fue que conoció a los waga. Eran los años 20 del siglo pasado.

Ambos, mi abuela y mi abuelo no les agradaba la visita de mis amigos. Pues nos induciría los hábitos de sus abuelos, decían ellos. Hoy creo que no estaban tan lejos de la verdad. A veces creo que esta es una forma mía de pensar racista, pero no es así.

Hace unos años atrás, había escuchado hablar de pueblos enteros en Brasil, que vivían no contactados con el mundo “sifilizatorio”, perdón quise decir “civilizado”. Hasta hace unos días atrás, volvió a ocupar en los medios de comunicación la presencia de estos pueblos en los bosques de la amozonía. Leí en el portal de yahoo.com: Rare uncontacted tribe photographed in Amazon. Que en mi mala traducción lo interpreté así: “Fotografían extraña tribu no contactada en Amazonas”. Fechada el 29 de mayo de 2008. Después de haber leído la nota, no se me salía de la cabeza aquellas tomas fotográficas que miré.

Me vino entonces los recuerdos de estos dos ancianos, mi abuelo y mi abuela. Esa es una cuestión que a mis tantos treinta años lo vuelvo a pensar. Soy de una generación de dules, que nací en la ciudad igual que un montón. A diferencia de la generación actual, hijos de nosotros. Que en cierto modo no han tenido esas vivencias. Con personas que vivieron la revolución dule de 1925. Yo tuve la suerte de compartir en sus últimos años conversaciones con algunos de ellos que aún estaban vivos.

Mirar la foto que circuló en la internet de mis hermanos pintados de rojo, apuntando sus flechas a la aeronave, sentí una rabia mezclada de tristeza. No entendí ese sentimiento. Ya antes había escuchado de esa situación de los hermanos que son etiquetados por cientistas sociales como: pueblos indígenas no contactados, pueblos en aislamiento voluntario, tribus invisibles o como quieran llamarlos los “especialistas”. Recién a finales de la década pasada se empezó una campaña en pro de la situación de estos pueblos, como siempre el Estado tiene su posición, las organizaciones indígenas tienen otra. Sin entrar en esos detalles, lo que me daba vuelta en la mente sobre estos pueblos era, ¿por qué una población en plena era del post modernismo, asume esta postura? Me di cuenta que no estaba pensando como un dule. Entró en mi de nuevo el recuerdo refresco de mis abuelos. Sus palabras y sus gestos. Me trasladé y me ubiqué en el rígido cuerpo de mi abuelo, el cazador. Miré a través de los ojos de mi abuela. Tratando de sacarme mis dudas.

Hay más de 100 pueblos en el mundo que han tomado esta sabia y valiente decisión de vivir y convivir su propia libertad. Hoy estos pueblos están amenazador por la codicia de la madera, el petróleo, la agroindustria, en fin el mercado. Amenazados por esta expansión inhumana de lucrarse con la tierra, son perseguido en los bosques y necesariamente tienen que movilizarse en busca de refugio en el corazón de la madre tierra. No solo viven con esa amenaza, su condición de no contar con una defensa inmunológica para las pestes de nuestro mundo civilizado los hace vulnerables. Pero también comprendí que viven en una total autosuficiencia el bosque les provee todo lo necesario, es su patria, es su casa.

Miré la foto de mis abuelos, ellos estarían orgullos de este pueblo. Se pintarían sus rostros de achiote, fumarían tabaco, quemarían cacao, se bañarían con albahaca. Rezarían al Gran Creador. Yo, en cambio me pregunté; que me corresponde hacer, si el vinculo que ellos tenían, mis abuelos y el que tienen estos pueblos los he perdido. Si lo hemos perdido. Solo nos queda no permitir esta injusticia con estos hermanos, que diariamente están acechados a muerte.

No nos están pidiendo ayuda, solo están pidiendo vivir su propio proyecto. No piden dólares ni euros, solo piden paz. Si una autoridad de los países donde está ubicada la Amazonas ya sea Lula, Chavez, Alán García, Correa o el mismo hermano Evo, leyeran estas reflexiones pediría, que a ellos que tomaran acciones para que se respete a este último grupo de humanos que viven en una total paz y tierna armonía con la naturaleza. Solo eso, a que se le permitiera el respeto a vivir su propia libertad.

I. Kungiler
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19/01/2009
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