Indice General

Problemas de Organización

 

Nahuel Moreno

 

Secretariado Centroamericano —SECA—

Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo —CITO—

http ://www.geocities.com/obreros.geo/

mail : [email protected]

Edición electrónica Diciembre 2001

(Tomado de Cuadernos de Solidaridad, Buenos Aires, 1988)



Indice

Indice

¿Cómo organizarnos en la nueva situación revolucionaria?

1. Teoría e historia de la organización obrera-revolucionaria

La importancia de la organización

El cambio en las organizaciones de masas

El cambio en la organización del partido socialista revolucionario

Marx

La socialdemocracia

El partido bolchevique

El fin del partido único de la clase obrera

El stalinismo

II. Revolucionar la organización partidaria

Surge una nueva dirección del movimiento obrero

Reconquistar nuestro espacio político

El resto de la izquierda corre con desventaja

El partido ante una oportunidad histórica

Estamos en un cruce de caminos

Los grupos del partido

El periódico

Los cuadros o “jefes”

Jerarquizar la estructura partidaria

La gran tarea de la dirección: ubicar, dar iniciativa y motivar a los cuadros y militantes

Un gran obstáculo: nuestro sectarismo

La captación y el peligro oportunista

TERCER CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA TESIS SOBRE LA ESTRUCTURA, LOS METODOS Y LA ACCION DE LOS PARTIDOS COMUNISTAS

Generalidades

Centralismo democrático

Las tareas

Propaganda y agitación

La organización de las luchas

El periódico

La estructura del partido

Actividad legal y bajo los regímenes represivos

 

 


El 16 de julio de 1984 el compañero Nahuel Moreno fue invitado por la Juventud Socialista para dar una charla sobre problemas de organización del partido revolucionario. Su desgrabación corregida es el texto que presentamos a continuación.

 

¿Cómo organizarnos en la nueva situación revolucionaria?

En la última reunión del Comité Nacional, hicimos un análisis de la nueva situación política revolucionaria que se abre en nuestro país a partir de la gran oleada de huelgas de junio y votamos una serie de resoluciones para adecuar la actividad y organización del partido a esa nueva situación. Existe el peligro de que las resoluciones adoptadas se interpreten como un cambio formal de la estructura organizativa del partido y no como lo que verdaderamente debe ser: la adaptación de las formas organizativas del partido a una nueva etapa, revolucionaria, de intensa agitación sobre el movimiento obrero y de masas que nos permita avanzar cualitativamente en nuestra estructuración orgánica en sus centros de trabajo, estudio y vivienda. Dicho de otra forma, una nueva etapa en la cual nuestro objetivo es aprovechar las condiciones objetivas favorables y los avances que logramos en el pasado reciente para construir miles de equipos, círculos o grupos del partido en las empresas, facultades, colegios y barrios obreros y populares.

Para evitar en lo posible que esta verdadera revolución de la actividad partidaria se interprete como una “revolución” administrativa o burocrática de nuestras actuales estructuras organizativas, creemos necesario darle a las resoluciones del último CN un marco teórico y político. Tal es el objetivo de este documento.

1. Teoría e historia de la organización obrera-revolucionaria

La importancia de la organización

En general, el problema de la organización parece algo secundario, que tendemos a menospreciar, que empalidece frente a otras cuestiones, sean “filosóficas” —como la dialéctica o la teoría de la alienación—, sean apasionantes discusiones sobre la situación económica o política —¿Qué pasa con la economía imperialista?; ¿Hay o no situación revolucionaria en Argentina o Brasil?; ¿Listas antiburocráticas “puras” o para derrotar al burócrata del gremio?; etc.—. Sin embargo, la cuestión organizativa es el centro, en cierta medida, de la actividad marxista revolucionaria. Así como el programa y la política responden a la pregunta: ¿Cuáles son las tareas, objetivos o consignas que movilizan hoy a las masas hacia la revolución socialista?, la cuestión organizativa responde a las preguntas: ¿Qué organización se da hoy el movimiento de masas para luchar? ¿Con qué organización tomará y ejercerá el poder la clase obrera? ¿Cómo se organiza el partido que se propone liderar la lucha, la revolución y el poder obrero en cada etapa de la lucha de clases?

Hasta tal punto es decisiva la cuestión organizativa que, en contra de lo que muchos creen, no hubo dos sino tres grandes dirigentes de la revolución rusa y del Partido Bolchevique. Junto a Lenin y Trotsky estuvo Sverdlov, el secretario general, el organizador del Partido Bolchevique. Iakob Mijailovich Sverdlov no es recordado por ningún tratado sobre economía, filosofía o política marxista. Nadie se interesa por una recopilación de sus obras completas —si es que existe—. Pero era el hombre más querido, más respetado del Partido Bolchevique. Tan grande era que, cuando murió, fue reemplazado por cuatro de los mejores dirigentes bolcheviques, y los cuatro fracasaron: no pudieron con la tarea.

Lenin, que no solía hacer demagogia ni era propenso a los elogios, lo definió, en el discurso pronunciado en su entierro como “el jefe proletario que más hizo por la organización de la clase obrera, por su victoria” ( Obras Completas , tomo 29, pág. 89). Y en el discurso en su memoria pronunciado el 18 de marzo de 1919 aclaraba el por qué de estas palabras:

“Para los que juzgan las cosas superficialmente… se destaca con especial relieve una característica de la revolución que se ha manifestado en enérgico, firme e implacable ajuste de cuentas con los explotadores y los enemigos del pueblo trabajador. No cabe duda de que sin esta característica —sin violencia revolucionaria— el proletariado no habría vencido, pero es indudable también que la violencia revolucionaria sólo es un método necesario y legítimo de la revolución en determinados momentos de su desarrollo, únicamente cuando se dan condiciones especiales y determinadas, y que una cualidad mucho más profunda y permanente de esta revolución, la condición de su triunfo, es y será siempre la organización de las masas proletarias, la organización de los trabajadores. Esta organización de millones de trabajadores, en efecto, es la condición más importante de la revolución, la fuente más profunda de sus victorias… (Idem, tomo 29, pág. 83, subrayados nuestros).

Para Lenin, la organización es una cualidad mucho más profunda y permanente” de la revolución que la propia violencia revolucionaria. Es decir, en un polo está la acción, el movimiento, la lucha, lo espontáneo de las masas. En el otro está la organización, que estructura, da continuidad, permanencia a esas acciones o movilizaciones. Sin grandes luchas y movilizaciones no hay revolución. Pero sin organización tampoco la hay: Las luchas se disuelven, las heroicas acciones de las masas se pierden…

Tanto es así, que el partido no maneja exclusivamente consignas que llaman a la lucha y le fijan un objetivo, sino también consignas organizativas. Ahora, por ejemplo, agitamos el objetivo de la lucha: los salarios; llamamos a una forma o método concreto de lucha: la huelga general; y también agitamos cómo organizar esa lucha: asambleas en las fábricas, elección de delegados, piquetes de huelgas, etc.

El problema de la organización es dificilísimo, muy complejo, porque encierra en sí mismo una contradicción, que a veces se hace aguda. Toda organización o estructura es conservadora, precisamente porque tiende a evitar que lo que existe desaparezca, se destruya. Pero al mismo tiempo, la clase obrera se da o necesita organizaciones revolucionarias, para luchar contra la burguesía y derrotarla, esto es destruir el sistema capitalista.

Los obreros argentinos, por ejemplo, conquistaron grandes y poderosas organizaciones sindicales, con las cuales, durante largos años, hasta que la crisis lo hizo imposible, recién en la última década, lograron el objetivo de defender su nivel de vida. Pero esa organización tuvo y tiene un tremendo peso conservador en el proletariado argentino, que permite que estén a su frente elementos de extrema derecha, la burocracia peronista, y por el momento no se plantea para nada una dirección revolucionaria en esos sindicatos ni, menos que menos, un partido obrero revolucionario.

Precisamente por esta contradicción es tan difícil la cuestión organizativa. Si de verdad un partido revolucionario va a ser dirección del movimiento de masas, se convierte en el problema de los problemas: ¿Qué relación orgánica se establece entre el partido y las masas?

Los soviets son una forma organizativa del movimiento de masas. Ellos gobiernan, con buena o mala política. La política es muy importante, pero sin soviets no se habría podido tomar el poder, por mejor política que tuvieran los bolcheviques. Son el ejército que moviliza organizadamente a las grandes masas para tomar el poder y gobernar. Pero, a su vez, está el partido, que es el estado mayor de ese ejército, el que nuclea a la vanguardia más combativa y conciente. Y esto plantea un segundo problema: ¿Qué forma organizativa tiene que tener el partido para poder dirigir y tener una relación cada vez más estrecha con los soviets y con las masas que están en ellos?

El primer problema, el de la organización de las masas, es en cierta forma más sencillo que el segundo. El partido no puede inventar ni imponer formas organizativas a las masas. Ellas mismas las crean. El gran arte del partido es descubrirlas cuando aparecen los primeros síntomas y agitarlas para que se generalicen. O, si no aparecen, aconsejar pacientemente a las masas alguna forma organizativa acorde con la situación y la experiencia histórica. Así pudimos nosotros lanzar la consigna de coordinadoras en 1975, apoyándonos en la experiencia histórica de las interfabriles de 20 años atrás. O levantar hoy la consigna de milicias de la COB y la Central campesina en Bolivia, y que ambas organizaciones de masas tomen el poder, apoyándonos en las lecciones de la revolución de 1952.

El problema de la organización del partido, en cambio, está en nuestras manos. Las masas pueden hacer prodigios de heroísmo y forjar magníficas organizaciones revolucionarias para tomar el poder. Pero si nosotros no acertamos con nuestra propia forma organizativa, que nos permita construir el estado mayor de esas luchas y organizaciones, si no logramos organizar firmemente, estructurar con vínculos de hierro nuestra influencia y la simpatía que despierte nuestra política y programa entre las masas, nosotros y la revolución estamos perdidos. Allí está el ejemplo de Bolivia: sobra lucha revolucionaria; sobra organización de las masas para tomar y ejercer el poder; sobra programa… pero falta el partido como estructura orgánica con sus raíces firmemente plantadas en el seno de las masas revolucionarias. Ese es el gran problema, de vida o muerte que hay que resolver en Bolivia. Y también, aunque partimos de una situación cualitativamente superior de nuestro partido y de un ritmo revolucionario más lento de la realidad objetiva, en la Argentina.

El cambio en las organizaciones de masas

El movimiento obrero y de masas cambia permanentemente sus formas organizativas. Hay cambios que tienen que ver con amplias etapas históricas, y expresan transformaciones estructurales de la clase obrera. Por ejemplo, los sindicatos por oficio reflejaron a un sector de la clase obrera, especializado y más cercano por su vida social y productiva al artesanado que a la moderna clase obrera industrial altamente concentrada. Los sindicatos por rama industrial reflejan a esta última.

Hay cambios, por otra parte, que tienen que ver con la situación concreta de la lucha de clases. Si hay retroceso de la clase obrera, ésta se refugia en organizaciones defensivas, los sindicatos. En situaciones de derrota extrema, pueden llegar hasta a organizarse en mutuales o cooperativas. Pero si se vive un ascenso revolucionario, tarde o temprano aparecen formas organizativas de poder, como los soviets rusos, los “cordones industriales” chilenos, o los propios sindicatos cambian de carácter transformándose en organismos de poder, como la COB boliviana. Paralelamente, la clase organiza milicias.

También hemos visto revoluciones realizadas por el campesinado, como la china, la vietnamita y la cubana, donde aparecieron organizaciones de masas diferentes: los ejércitos guerrilleros.

Lo mismo ocurre en una fábrica. Normalmente la clase obrera está organizada a través de la Comisión Interna y el cuerpo de delegados. Pero cuando hay una gran represión interna, sea de la patronal o de la burocracia, en ocasiones hasta llega a organizarse por medio de partidos de fútbol. Cuando no hay lucha, las asambleas se hacen muy raramente, o directamente no se hacen. Pero cuando hay lucha, o se la está preparando, la asamblea se convierte en la principal herramienta organizativa del conjunto de los trabajadores. Si se sale a la huelga, aparece el comité de huelga, que muy frecuentemente es distinto a la dirección legal y permanente: los delegados reconocidos. También aparecen los piquetes de huelguistas y, como ocurre ahora en nuestro país, las “ollas populares”, que son una combinación del piquete de huelga con la asamblea de base.

Es imposible tratar siquiera de agotar la enorme riqueza de las formas organizativas que se ha dado y se está dando el movimiento obrero y de masas a través del tiempo. Pero lo que sí queda demostrado es que, en contra de lo que sostiene la burocracia de todo tipo —desde la sindical peronista hasta el PC— la clase obrera no está definitivamente enchalecada en una forma organizativa fija (los sindicatos burocráticos para Miguel; los “soviets” burocráticos para Andropov), sino que ella misma va cambiando sus formas organizativas según cambian las etapas de la lucha de clases y aparecen nuevas necesidades.

El cambio en la organización del partido socialista revolucionario

Se ha hecho un fetichismo, sobre todo por parte del stalinismo, de que la forma socialista revolucionaria de organización es una, fija e inmutable: la organización a través de pequeñas células. Nosotros, los pobres trotskistas que hemos sobrevivido durante décadas aislados, viendo que pasaban los años y nuestra organización seguía siendo pequeña, hemos caído víctimas de ese fetichismo. Aún no hemos terminado de romper con él. Seguimos creyendo que el socialismo revolucionario es una forma de organización permanente, siempre igual a sí misma.

En realidad, es lo opuesto. El partido socialista revolucionario es duro programáticamente y en los principios. Pero para el marxismo no hay nada rígido ni definitivo. Menos puede serlo el partido de la revolución permanente. Por eso el partido es sumamente flexible a la hora de convertir al programa y los principios en estrategias, tácticas, consignas y políticas concretas para incidir sobre la situación presente en la lucha de clases. Cada vez que hay un cambio en la realidad objetiva, el partido cambia sus consignas, sus políticas, sus tácticas y sus estrategias… y también sus formas organizativas. Esa es la verdadera esencia de la forma socialista revolucionaria de organización: el cambio, la adaptación a la realidad de la lucha de clases y a las tareas y objetivos que se da el partido en cada etapa.

Los cambios en la forma organizativa del partido son determinados por la combinación de dos factores fundamentales: la situación de la lucha de clases y la situación o grado de desarrollo del propio partido.

Es evidente que la estructura organizativa del partido no puede ser igual en una etapa de triunfo de la contrarrevolución, bajo un régimen fascista o semifascista, que en una etapa revolucionaria. Aquella sería ultraclandestina, de pequeñas células de ultravanguardia, donde sólo podrían participar militantes probados previamente y firmemente captados por el partido; ésta sería abierta, legal, con reuniones numerosas si es necesario, donde participarían compañeros recién acercados al partido, que completarían su proceso de captación dentro de la estructura orgánica del partido.'

Más allá de estos ejemplos gruesos, dentro de una misma etapa la estructura del partido tendrá que adecuarse a otros procesos de tipo objetivo, social. No será la misma forma organizativa si sectores del movimiento de masas van rápidamente hacia la izquierda que si, como ocurre frecuentemente en la primera etapa de la revolución, ello no ocurre y las masas sufren masivamente la borrachera “democrática” y afluyen hacia los partidos reformistas. En el primer caso, el partido deberá adoptar una forma organizativa adecuada a organizar a su alrededor esos sectores de masas; en el segundo, y pese a la situación revolucionaria, deberá mantener la estructura del llamado “partido de vanguardia”, es decir de militantes que, en mayor o menor medida, ya han definido que dedicarán una parte importante de su vida a la militancia revolucionaria.

Para no abundar, la estructura partidaria deberá adaptarse a las características nacionales, y más específicamente a las de las clases explotadas. Evidentemente no puede ser la misma para intervenir en el proceso revolucionario en Nicaragua, que en la Argentina. En Nicaragua prácticamente no había sindicatos bajo Somoza. Los sindicatos aparecieron masivamente después de su caída. La lucha revolucionaria se desarrolló a través de una combinación de guerra entre ejércitos e insurrecciones urbanas organizadas geográficamente, por barrios. Evidentemente el socialismo revolucionario debía adaptar su organización a estas características nacionales. De allí la Brigada Simón Bolívar y, de haber existido un partido en Nicaragua, debería haberse organizado en torno a los barrios populares.

En Argentina, es totalmente diferente. La clásica organización de masas son los sindicatos, desde hace casi un siglo. Dentro de ellos, el organismo fundamental en los últimos 40 años es la Comisión Interna y el cuerpo de delegados. El partido se organiza en función de ello: grupos por empresa para luchar por la dirección de esos organismos de las masas.

Finalmente, el partido en circunstancias para nosotros excepcionales, como es la participación en procesos electorales burgueses, a veces debe adoptar una forma organizativa de tipo geográfico-barrial y hasta remitir a un segundo plano, en ciertas ocasiones, la clásica inserción estructural de sus organismos (por empresa o lugar de estudio, además y por encima de los barrios).

Sin embargo, la cuestión organizativa se vuelve cualitativamente más compleja porque también talla el segundo factor: el propio partido. Ya que, al plantearnos una tarea u objetivo para una etapa no sólo contestamos a la pregunta ¿Qué pasa en la lucha de clases?, sino también a la de: ¿Con qué partido, con qué material humano —dirección, cuadros medios y militantes— contamos para intervenir en ella?

Muy esquemáticamente, podemos señalar tres estadios en el desarrollo de un partido: el primer núcleo fundador, muchas veces de unos pocos individuos, el partido de propaganda que ya ha cumplido con su etapa de acumulación de cuadros y cuenta con algunos centenares de ellos; el partido con influencia de masas. Una situación revolucionaria desarrollada, con rupturas hacia la izquierda de sectores de masas con los aparatos reformistas y burocráticos ya nos plantea, objetivamente, la posibilidad de conquistar influencia de masas, es decir de arrastrar tras la política del partido a sectores de base del movimiento de masas. Pero obviamente, nuestra estructura organizativa no será la misma si el partido es de unos pocos individuos que si ya ha ganado cierta influencia de masas. En este último caso, es una obligación del partido golpear y estructurar sus organismos en todos los sectores del movimiento de masas (aunque priorizando al que se perfila como vanguardia de la revolución, por ejemplo, la clase obrera industrial en Argentina, los mineros y fabriles en Bolivia, etc.). Si, en cambio, somos unos pocos compañeros, el intento de estructurarnos en todos los sectores es fatal, destroza al partido. Por el contrario, se trata de volcar a todos los compañeros a un solo sector, para no dispersar fuerzas y armar al partido, sus organizaciones y su influencia de masas en ese sector. No se trata, en una situación como la descripta, si somos un pequeño partido, de autodefinirnos como “grupo de propaganda” y no intervenir con todo en la lucha revolucionaria. De lo que se trata es de hacer la misma tarea que un gran partido haría sobre todo el movimiento de masas, sólo sobre un sector de éste, el más favorable para un rápido desarrollo orgánico y de la influencia política del partido. Aunque la tarea es la misma, la forma organizativa es totalmente diferente. Pero si acertamos en la tarea política y no en la forma organizativa corremos el peligro de desaparecer.

En otro plano, la forma organizativa del partido depende de algo tan sencillo como la existencia o no de cuadros capaces de construir y dirigir los organismos. Este fue un grave problema para nosotros, que nos llevó años y años solucionar. Intentábamos todo tipo de formas organizativas —por gremio, por fábrica, por barrio…— y cada seis meses o un año se descalabraban. La clave nos la dio un compañero francés de base, sin gran nivel teórico, pero que posiblemente reflejaba la influencia de la tradición que había dejado Trotsky cuando vivió en Francia. Este camarada nos preguntó cuántos cuadros capaces de dirigir un organismo teníamos, y nos aconsejó que no hiciéramos ningún organismo —ya fuera una célula, una fracción sindical, un grupo de barrio, o de teatro o lo que fuera— si no teníamos un cuadro capaz de dirigirlo. Si no tiene dirección, un organismo fracasa, por más perfecto que sea en los papeles. El problema de los cuadros existentes es, pues, un problema decisivo —cualquiera sea la etapa de la lucha de clases que estamos atravesando— para definir la forma organizativa del partido.

Nosotros, por ejemplo, decidimos organizar el partido durante la campaña electoral alrededor de los 600 locales que íbamos a abrir en los barrios obreros periféricos. Eso lo pudimos planear porque contábamos con una cantidad similar o mayor de cuadros medios, capaces de abrir y dirigir los locales. Si el partido hubiera tenido que enfrentar la campaña electoral con sólo 50 cuadros, habríamos tenido que pensar otra forma organizativa. Posiblemente, concentrarnos en unos pocos municipios, con grandes locales centrales, u otra variante.

Marx

Profundizando en las elecciones de la lucha de clases de su época, fundamentalmente de la Comuna de París, Marx definió cuáles eran las tareas revolucionarias del proletariado en el terreno político como la instauración de la “dictadura del proletariado”. Esto significaba destruir el estado de la burguesía e instaurar un gobierno obrero:

“…no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar… sino demolerla , y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución… En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París” (Carta de Marx a Kugelmann, citada por Lenin en El Estado y la Revolución, Idem, tomo 25, pp. 408-409).

“…la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera , fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora…” (Marx, La guerra civil en Francia, Idem, Pág. 424).

Para hacer un gobierno de la clase obrera era necesario un partido político de la clase obrera. En aquellos tiempos, la clase obrera europea no votaba o, si lo hacía, votaba por los partidos de la burguesía liberal (un fenómeno parecido al de la clase obrera argentina en relación al peronismo). Con el objeto de realizar la tarea política fundamental de independizar al proletariado de la burguesía, Marx, junto con Engels, sostuvo la concepción organizativa del partido único de la clase obrera (algo similar, también, a la consigna que frecuentemente hemos levantado en nuestro país de “Partido de los Trabajadores”, o laborista). Era una concepción correcta para la tarea planteada, máxime cuando aún no había surgido en todo su esplendor la aristocracia obrera ni las grandes burocracias del movimiento obrero asentadas en sólidos aparatos.

Sin embargo, a medida que pasaba el siglo XIX y la humanidad se adentraba en el siglo XX, esta concepción se convirtió en algo peligrosísimo, equivocado y que terminó teniendo funestas consecuencias. Lo cual no hizo más que demostrar dos leyes fundamentales. La primera, general, es que la realidad es más rica que cualquier construcción teórica, ya que fue la propia realidad de la lucha de clases la que dejó atrás esta concepción de Marx (junto con algunas otras, como la del librecambio, el comienzo inevitable de la revolución socialista por los países más adelantados y otras). La segunda ley es que una concepción rígida y estática de la cuestión organizativa es tan poco científica y puede ser tan reaccionaria, como una concepción rígida y estática de cualquier fenómeno humano y social, desde las ciencias hasta las tácticas de un partido revolucionario.

La socialdemocracia

Siguiendo la concepción de Marx se fundaron los grandes partidos socialistas europeos, que jugaron durante toda una época un rol muy progresivo, en tanto lograron la independencia política del proletariado, arrancándolo del seguidismo a la política de la burguesía liberal. (Aún hoy en día se sienten las consecuencias de esta etapa progresiva de los grandes partidos socialistas. La ofensiva económica del imperialismo mundial ha logrado producir fuertes retrocesos en los salarios de los trabajadores del mundo semicolonial, así como en Estados Unidos y Japón. En Europa, en cambio, el retroceso es mucho menor, porque la clase obrera ofrece una resistencia encarnizada, cuyos mejores ejemplos han sido las tremendas huelgas de los mineros en Inglaterra y los metalúrgicos en Alemania Occidental. Y esto sólo se puede explicar porque el proletariado europeo conserva de esa etapa un nivel de conciencia y organización como clase cualitativamente superior a otros proletariados tanto o más poderosos, como el yanqui o el japonés).

Pero estos grandes partidos socialistas sufrieron, como no podía dejar de ocurrir, la influencia de los nuevos procesos sociales. Con la aparición del imperialismo se desarrolló al máximo en los países europeos la aristocracia obrera: un sector de la clase obrera privilegiado, con un nivel de vida superior a sus hermanos de clase del propio país y del resto del mundo. Esta aristocracia obrera gozaba de esos privilegios comiendo las migajas que le arrojaba la burguesía imperialista de la explotación de los demás trabajadores y sobre todo de las colonias. A ello se sumó el que las capas superiores de los partidos socialistas —que habían conquistado la legalidad e intervenían permanente y sistemáticamente en los procesos electorales y parlamentarios— comenzó a asimilarse al aparato estatal burgués. Proceso que pudo darse porque el sistema capitalista mundial, cuando aún era progresivo y desarrollaba las fuerzas productivas, e incluso en la primera fase de su decadencia, ya como sistema imperialista, podía otorgar grandes concesiones, reformas políticas y económicas a la clase obrera metropolitana. El proletariado de los países imperialistas —y hasta cierto punto de todo el mundo— vivía una época reformista, no revolucionaria.

Así, la socialdemocracia se organizó esencialmente para lograr reformas y participar en las elecciones, no para hacerle la revolución a la burguesía. En sus locales se reunían los obreros para escuchar a los oradores, pero nadie estaba obligado a vender periódicos ni a hacer nada. El partido sólo quería ganar votos. No había disciplina. No les interesaba a los socialdemócratas actuar cotidianamente en la estructura, en las profundidades de la clase obrera, en las fábricas y talleres, para organizar allí, en la lucha diaria, a los obreros y al propio partido. Era común que, ante una huelga, los socialistas votaran divididos, un sector a favor y otro en contra… y los dos seguían en el partido.

Así, los grandes partidos socialistas fueron enormes aparatos electorales, ajenos a las luchas concretas y cotidianas y a la organización para esas luchas de la clase obrera, con la única excepción del laborismo británico y, en cierta medida, la socialdemocracia belga y alemana. La masa de obreros socialistas tenía un rol pasivo. Los únicos que trabajaban permanentemente eran los que integraban el aparato partidario, que estaba controlado por los abogados, los diputados o candidatos, los profesionales, los periodistas, quienes no estaban sujetos a ningún control por parte del partido en su conjunto.

El partido bolchevique

Contra las previsiones de Marx, la primera revolución socialista no triunfó en los países imperialistas más desarrollados, sino en el más atrasado de ellos, la rusia Zarista, con su población abrumadoramente campesina, que no había conocido la democracia burguesa jamás, pero también con el proletariado más concentrado del mundo. La necesidad de construir el partido para la revolución en esas condiciones objetivas, donde la norma era la clandestinidad más absoluta, donde no había sindicatos legales ni, mucho menos, elecciones periódicas, explica el surgimiento de un nuevo tipo de partido: el bolchevique. Será una forma de organización novedosa, revolucionaria, que podríamos describir por unos pocos rasgos fundamentales:

1. Tenía una estructura que Lenin llamaba “conspirativa” esto es centralizada y disciplinada, apta para actuar en toda situación de la lucha de clases, pasar rápidamente de la legalidad a la clandestinidad y viceversa, adecuada para centralizar orgánicamente todas las fuerzas del movimiento de masas para la toma del poder por una vía insurreccional.

2. No aceptaba en su seno a todas las corrientes y programas por el solo hecho de reivindicarse del socialismo. Por el contrario, establecía una tajante línea divisoria entre los revolucionarios y los reformistas. El partido era de los revolucionarios y que los reformistas hicieran otro partido.

3. La actividad central del partido no era la electoral, sino la lucha de clases. Es el partido del trabajo diario, que interviene en las luchas de todos los días de la clase obrera y las masas explotadas, las acompaña, las trata de organizar y organiza en la clase y sus luchas al propio partido. Está en las peleas de la clase, en todas: tanto en las grandes corno en las pequeñas. Siempre trata de estar al frente de ellas, de dirigirlas y organizarlas o, como mínimo, intervenir en esas luchas espontáneas que hace la clase.

Como se ve es una forma organizativa diametralmente opuesta a la de la socialdemocracia.

El fin del partido único de la clase obrera

La concepción organizativa de Marx y Engels sobre el partido único de la clase obrera quedaba superada por la experiencia de la revolución rusa y el partido bolchevique. El propio proceso histórico del siglo XX demostró que era correctísima la división entre socialistas revolucionarios y reformistas, esto es, en Rusia, la división entre bolcheviques y mencheviques, en dos partidos, no sólo diferentes, sino enemigos. A partir del año 1917, esta división se transformó en mundial: en todos los países había partidos socialistas y comunistas enfrentados, organizados en diferentes Internacionales, la II y la III. La realidad se había demostrado superior a la concepción de Marx.

Sin embargo, y señalamos esto para demostrar el terrible error que significa atarse a concepciones rígidas en cualquier terreno, la gran revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo no aceptó la división de los partidos socialistas ni que los revolucionarios debían tener su propia organización. Eso le costó muy caro a ella y a su tendencia, que se debieron enfrentar a una situación revolucionaria sin un partido adecuado, y fueron aniquilados por la represión de la burguesía, ejecutada por el gobierno del socialismo reformista. Más caro aún le costó a la clase obrera mundial, que vio caer derrotada la revolución alemana por la falta de tal partido que la dirigiera y atrasó por décadas —plagadas de guerras con millones de muertos y espantosas situaciones de explotación y miseria— el desarrollo y triunfo de la revolución mundial.

Sobre la base de la experiencia bolchevique, los marxistas revolucionarios hemos podido desarrollar la teoría que explica por qué no puede existir en esta etapa el partido obrero único. Toda clase tiene varios partidos. Tradicionalmente los tenía la burguesía, representando a sus diferentes sectores: industriales, agrarios o financieros, monopólicos o no monopólicos, etc. Actualmente, en la medida en que los grandes monopolios imperialistas van terminando de copar completamente la estructura económica mundial, se está dando una tendencia a la unidad, que se expresa en el bipartidismo. Sólo dos grandes partidos tienden a ocupar el escenario de la política bajo el sistema imperialista-capitalista. Uno, de tipo socialdemócrata, para arrastrar los votos obreros; otro; de centro derecha, para hacer lo mismo con la clase media. En Europa y nos pocos países del mundo semicolonial, como Chile, los votos obreros los arrastran partidos obreros reformistas. En muchos otros países son arrastrados por partidos directamente burgueses, como el peronismo aquí, Acción Democrática en Venezuela, o el propio Partido Demócrata en Estados Unidos.

La clase obrera es más homogénea que la burguesía; es la más homogénea de la sociedad. Pero pese a ello no tiene garantizada la suficiente homogeneidad política como para tener un solo partido. Como toda clase tiene diferentes segmentos. Hay aristocracia, obreros medios y obreros superexplotados casi marginales. Hay sectores con trabajo temporario y otros que trabajan permanentemente. Los hay de la industria pesada, de la liviana, de los servicios y también hay proletariado agrícola. Todo esto da la razón del surgimiento de distintos partidos.

También se da, reflejando esa heterogeneidad estructural aunque no en forma mecánica, diferentes grados de desarrollo de la conciencia en la clase obrera. Como dijo Trotsky en uno de sus brillantes análisis: hay sectores de la clase obrera que miran para atrás y otros que miran para adelante (y, agregamos nosotros, otros que no miran para ningún lado).

Evidentemente no pueden estar en el mismo partido los obreros con expectativas pequeñoburguesas, que aún creen que se puede progresar individualmente en el marco del sistema capitalista, y que irán a parar a algún partido burgués o a algún tipo de partido laborista reformista, con los obreros que quieren el socialismo pero todavía no ven que para lograrlo hay que hacer una revolución, que irán a parar a algún partido de tipo socialdemócrata, con los obreros que ya son revolucionarios y entrarán al partido marxista revolucionario.

Se mire por donde se mire, no hay ninguna razón científica que explique o justifique que sólo tiene que haber un partido para la clase obrera.

El stalinismo

Como producto de la guerra civil —donde murió por miles— y del hambre — que provocó su vuelta al campo—, la vieja clase obrera rusa, la que construyó los soviets, se encolumnó tras la dirección del partido bolchevique e hizo la revolución, desapareció. Esta desaparición física de alrededor del 90 por ciento de esa clase obrera es la explicación profunda del triunfo del stalinismo en Rusia. Stalin se impone sobre una nueva clase obrera, recién venida del campo; sin experiencia ni tradición.

Los bolcheviques habían intentado diferentes formas para tratar de organizar en forma revolucionaria a esta nueva clase obrera; por ejemplo, la organización de los obreros sin partido, organismos para la lucha contra el hambre, etc. Pero en general no tuvieron buen resultado. La consecuencia de esta falla organizativa —que era una falla social, dado que la clase obrera se había borrado del proceso histórico ruso— fue el stalinismo.

Este trajo en Rusia una nueva forma de organización y de ligazón con el movimiento obrero, de tipo inorgánico, férreamente burocratizada y cuyo objetivo central era exactamente el opuesto al de la organización de los soviets revolucionarios y del viejo partido bolchevique. Mientras éstos eran organizaciones para desarrollar, ampliar, generalizar y concentrar las luchas espontáneas de los trabajadores en una sola y gran revolución, los “soviets” y el “partido bolchevique” del stalinismo eran para impedir toda lucha, destruir toda espontaneidad de las masas, evitar toda organización de la clase obrera.

Sin embargo, fuera de Rusia el stalinismo siguió utilizando un elemento, sólo uno, de la herencia leninista: estar donde están los obreros, tener sus células y militantes en las fábricas, organizar donde está la clase obrera, girar alrededor de sus problemas cotidianos y no de la cuestión electoral, ponerse a la cabeza de sus pequeñas luchas. Pero la canalla burocrática utiliza todo esto al servicio de su política de colaboración de clases, traidora, contrarrevolucionaria. Está en las pequeñas luchas para mejor impedir que estallen las grandes luchas, es decir las revoluciones. Y, si estallan, poder llevarlas a la derrota. Y si triunfan, convertir los nuevos estados obreros en herramientas de la contrarrevolución.

De esta forma, el stalinismo cubrió el flanco descuidado por la socialdemocracia. De allí que en los países donde la socialdemocracia juega excepcionalmente ese papel, como Inglaterra o Alemania, sea muy débil. Pero donde hay una socialdemocracia “clásica”, como en Francia, España, Portugal, mayoritaria en las elecciones, el stalinismo es una potencia en el movimiento sindical. Los socialdemócratas traicionan a los trabajadores en el terreno de la política electoral; los stalinistas en el terreno de la lucha diaria. Es una verdadera división del trabajo. Y existe un partido comunista stalinista, el italiano, que cumple las dos funciones al mismo tiempo.

El stalinismo sobrevivió por muchas causas, pero una muy importante, y que resalta el peso decisivo de la cuestión organizativa, que ha impedido que ya no se haya derrumbado en forma total pese a su tremenda crisis mundial, es la que acabamos de mencionar. En muchas ocasiones, el PC ha hecho traiciones increíbles, y sin embargo la clase no rompió con él. El obrero español, por ejemplo, vio a los comunistas a su lado peleando junto a él y construyendo su máxima herramienta sindical: las Comisiones Obreras. Junto con eso, lo llamaban a aprobar la monarquía, o el Pacto de la Moncloa. Pese a la tradición republicana de los trabajadores españoles y a las funestas consecuencias para su nivel de vida de la aplicación del Pacto de la Moncloa, el PC español, aún dividido y fragmentado, y tremendamente disminuido en su fuerza electoral, sigue siendo la dirección de Comisiones Obreras; y Comisiones Obreras siguen siendo una potencia al lado de la lánguida UGT de los socialdemócratas. Por supuesto, la socialdemocracia completa el otro brazo de la tenaza contrarrevolucionaria, arrastrando electoralmente a la clase obrera.

II. Revolucionar la organización partidaria

La cuestión de las formas organizativas pasa a ser un problema prioritario en estos momentos porque se ha dado un cambio en la situación objetiva. Hemos pasado de una etapa a otra: de la situación de transición que se produjo después del triunfo de Alfonsín a una nueva situación revolucionaria.

Después del triunfo de Alfonsín, que despertó un gran entusiasmo, hubo un retroceso de los sectores de vanguardia, que lo sintieron como un duro golpe: las masas habían ido en parte hacia el radicalismo; la clase obrera seguía siendo mayoritaria mente peronista; ningún partido de izquierda, ni siquiera los más tibios se habían salvado del vendaval de la polarización. Sobre el resultado electoral se abría una etapa que denominamos “de transición”, indefinida entre un curso hacia la profundización del proceso revolucionario o, por el contrario, hacia una estabilización del régimen y el gobierno.

Esa etapa ha pasado. Las cartas se empiezan a repartir de nuevo como se habían repartido antes del 10 de octubre. Se agravan los síntomas de crisis en el régimen. El ascenso obrero lanza a la huelga y a las calles a millones de trabajadores. Aunque la mayoría del movimiento obrero sigue siendo peronista, este proceso se expresa en que los sectores de vanguardia retoman el curso que traían antes de las elecciones: los partidos de izquierda, incluido el nuestro, se fortalecen; miles de simpatizantes que se alejaron por la derrota electoral de la izquierda, regresan. Alfonsín fue un dique que frenó un tiempo esta dinámica semi-natural, pero no logró terminar con ella. Se está repitiendo una situación floreciente, como la anterior a las elecciones, pero en un plano mucho más elevado. Porque el a ñ o anterior el proceso pasó por las elecciones burguesas; y hoy es más profundo: pasa por las luchas diarias de la clase obrera, que cuestionan objetivamente al sistema capitalista. Y, dentro de ellas, preparándolas, acompañándolas o fructificando con ellas, está surgiendo la nueva dirección del movimiento obrero.

A diferencia de la etapa anterior, en que peleábamos en el terreno del enemigo, las elecciones burguesas, en ésta peleamos en nuestro terreno, la lucha de clases.

En esta nueva situación revolucionaria, el partido debe revolucionar su organización, bajo las líneas generales enunciadas por Lenin cuando la revolución rusa de 1905:

“Para la socialdemocracia, una época revolucionaria es lo que para un ejército el tiempo de guerra. Debemos ampliar los cuadros de nuestro ejército, sacarlos del régimen de paz y ponerlos en pie de guerra, movilizar a los reservistas, llamar de nuevo bajo las armas a los que se hallan disfrutando de licencia, formar nuevos cuerpos auxiliares, unidades y servicios. No hay que olvidar que en la guerra es necesario e inevitable reforzar los contingentes con reclutas poco instruidos, sustituir sobre la marcha a los oficiales por soldados rasos, acelerar y simplificar el ascenso de soldados a oficiales.

”Hablando sin metáforas: debemos aumentar considerablemente los efectivos de todas las organizaciones del partido y de todas las organizaciones afines a éste, para poder marchar en cierta medida al ritmo del torrente de energía revolucionaria del pueblo, que ha centuplicado su vigor (…).

”En tiempos de guerra los reclutas deben obtener su adiestramiento directamente de las operaciones militares. ¡Utilicen, pues, con mayor audacia los nuevos métodos de enseñanza, camaradas! ¡Formen con mayor energía nuevos grupos de lucha, envíenlos al combate, recluten a más obreros jóvenes, amplíen los marcos habituales de todas las organizaciones del partido, desde los comités hasta los grupos de fábrica, uniones sindicales y círculos de estudiantes! (…) ¡Ofrezcan mayor campo de acción a las diversas actividades de los más diferentes grupos y círculos, y estén seguros de que, aun prescindiendo de nuestros consejos y con independencia de ellos, serán encauzados hacía el campo justo por las exigencias inexorables de la marcha de los acontecimientos revolucionarios! (…)

”Debemos reclutar con mayor audacia, rapidez y amplitud de criterio a jóvenes combatientes para todas y cada una de nuestras organizaciones. Con este fin, es necesario crear, sin perder un minuto, cientos de nuevas organizaciones (…).

”Si no sabemos mostrar audacia y espíritu de iniciativa en la creación de nuevas organizaciones, tendremos que renunciar a las vanas pretensiones de ser la vanguardia. Si nos detenemos, impotentes, en los límites de lo ya conseguido, en las formas y marcos de los comités, grupos, círculos y reuniones, no haremos otra cosa que demostrar nuestra incapacidad”. (Nuevas tareas y nuevas fuerzas.)

Surge una nueva dirección del movimiento obrero

No queremos detenernos en el análisis de la nueva situación revolucionaria, que ya ha hecho el partido en varias oportunidades. Sólo queremos señalar que dentro de ella se están dando tres fenómenos de fundamental importancia:

1) Hay una potente oleada de huelgas, por fábricas y por gremios, de carácter salarial. Estas huelgas plantean la posibilidad de la huelga general, que sólo se ha visto frustrada hasta ahora por la traición de la burocracia y sus acuerdos con el gobierno.

2) En todos lados surgen nuevas Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados, con nuevos dirigentes de la clase y que no nacen controladas por la burocracia. Está surgiendo una nueva dirección del movimiento obrero que, inexorablemente, sustituirá a la vieja burocracia, ya herida de muerte (lo cual no quiere decir que será socialista revolucionaria).

3) Estamos en medio del proceso de las elecciones sindicales, que dan una gran oportunidad para la agrupación de la nueva vanguardia sindical para luchar por la dirección de los sindicatos.

De estos tres procesos, el menos importante y que va en contra del desarrollo natural de la nueva dirección son las elecciones sindicales, con fecha fija impuesta por el gobierno. La falta de maduración de la nueva vanguardia impedirá, por el momento, que la burocracia sea derrotada en las elecciones, máxime después de su pacto con Alfonsín. Debemos utilizarlas como una herramienta para agrupar y unificar a la nueva vanguardia y sobre todo, para acompañar políticamente esa experiencia, ganando sectores para el partido.

En cambio, el proceso más importante es el de los organismos de base del movimiento obrero: las Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados. Allí sí es total la renovación de la dirección. Y esos son, tradicionalmente, los organismos por excelencia de nuestra clase obrera, la verdadera dirección cotidiana de sus luchas. Toda Comisión Interna, todo delegado ganado políticamente o influido por el partido es un salto adelante en nuestro objetivo estratégico: dotar a nuestro movimiento obrero de una dirección revolucionaria.

Esta revolución que se está viviendo en el interior del movimiento obrero es la que hemos estado esperando por décadas. Podemos decir que, aunque no en la superestructura de los sindicatos y la CGT, sí en la estructura profunda del movimiento sindical, las Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados, está triunfando, ya casi ha triunfado, la revolución democrática que vivió el país cuando las Malvinas. El movimiento obrero ha conquistado su legalidad interna. Aunque todavía darán sus últimos manotazos, se acabó la época de la burocracia y sus matones, con sus listas únicas, su dictadura férrea, dentro de la organización obrera. Intervenir con todo en esta renovación de la dirección de base de nuestra clase es la tarea fundamental de nuestro partido.

Reconquistar nuestro espacio político

El relanzamiento de la situación revolucionaria, nos ofrece inmensas ventajas. La primera es que, en ellas, las masas pueden hacer rápidamente la experiencia con sus partidos tradicionales. Ellos se desenmascaran día tras día como enemigos de los trabajadores. Este proceso puede ser más o menos lento, dado el enorme atraso político de nuestra clase obrera. Pero ya se da sintomáticamente y, tarde o temprano, será masivo.

Una ventaja adicional, que hace a la decadencia de la burguesía argentina y sus representantes políticos, es la colosal estupidez de estos últimos. Pocas veces podremos disfrutar de un gobierno que se cava la fosa cada minuto. Que monta farsas que no engañan ni a un chico de pecho, como por ejemplo todo el circo montado por Grinspun en torno a la deuda externa, donde lo único que logra es quedar en ridículo.

Tampoco es frecuente tener una “oposición” tan en crisis y tan bruta como el peronismo. El solo hecho de que Herminio Iglesias pueda pelear la máxima dirección del PJ nos exime de mayores comentarios.

En medio de este panorama, nuestro partido está excepcionalmente bien ubicado. El gran acierto de la campaña electoral de ubicar a la deuda externa como el problema central, ahora, cuando la propia realidad la ha puesto en primer plano, se nos devuelve multiplicado por mil. Los mismos simpatizantes del partido que se retiraron sospechando que Alfonsín nos había quitado todo futuro, ahora vuelven y nos dicen: “ ¡Cuánta razón teníamos!” Y los que no concordaban con nosotros, empiezan a concordar o, como mínimo, si todavía no coinciden en que no hay que pagarla, nos reconocen que tuvimos razón al señalar que era un problema decisivo.

Hoy, armados con ese capital y las nuevas consignas para esta etapa: salarios, huelga general, nueva dirección para el movimiento obrero, denuncia permanente de Alfonsín como enemigo de los trabajadores y agente del FMI, estamos en condiciones de realizar una ofensiva política potentísima. Con ella, podemos rápidamente reconquistar el espacio político que habíamos ganado y ganar más aún. Volver a ganar las calles con una agitación sistemática de estas consignas, aprovechando a fondo todo hecho nuevo —como ahora el plebiscito por el Beagle— con una política concreta, es una tarea muy importante.

Esto no niega que todavía las masas no vienen hacia la izquierda, hacia nosotros. El proceso fundamental, que el partido no puede perder so pena de retroceder y hacer retroceder el propio proceso revolucionario, es el de la construcción de la nueva dirección política y sindical del movimiento obrero. Esta construcción pasa, en lo sindical por los nuevos delegados de empresa, y en lo político por fortificar nuestro partido.

El resto de la izquierda corre con desventaja

El proceso de la vanguardia política se está expresando en el crecimiento de toda la izquierda. El PC lo ha demostrado, igual que el PI y, en cierta medida, la vieja izquierda peronista, en sus columnas de la última marcha contra el FMI. El viejo clasismo, por su parte, no presenta por ahora la misma dinámica, ya que fue duramente derrotado con el fracaso del ENTRA y demás grupos. Pero puede incorporarse a ella, como corriente política, si logra estructurarla.

Pero una cosa es que se fortalezcan como partidos y otra muy diferente es que lo logren como parte de la nueva dirección del movimiento obrero que, insistimos, es el terreno donde se da la lucha de lejos más importante.

Hay dos razones para que esto último se les haga difícil. Una, en el terreno directamente sindical, es que ninguna de estas corrientes “de izquierda” está firmemente junto a la clase obrera en las luchas que ésta emprende contra la patronal y la burocracia. A veces incluso se ponen directamente en contra, acusando a determinadas luchas como “desestabilizadoras” y apoyando a la burocracia, como hace el PC en metalúrgicos, donde va junto con Miguel.

La segunda razón, la decisiva, es política. Estas corrientes no enfrentan con todo al alfonsinismo ni al sistema económico social capitalista. Por el contrario, todas terminaron firmando el pacto con el gobierno. Esto Las pone a contramano del proceso objetivo del movimiento de masas y de su vanguardia, que va a un enfrentamiento creciente contra el gobierno, el régimen y el sistema capitalista semicolonial. A muchos compañeros el carácter salarial de las actuales luchas oculta su contenido profundo, que es anticapitalista, porque golpean al sistema en su punto neurálgico: la plusvalía, la ganancia de los burgueses y el imperialismo, y no tienen salida dentro de ese sistema. Nosotros sostenemos que ésa es, justamente, la esencia de la lucha actual de la clase obrera. Y que, por esa profunda razón, las corrientes de “izquierda” se están divorciando cotidianamente de esas luchas y de la nueva dirección que va surgiendo.

Por eso, aunque estas corrientes crezcan como partidos políticos, no expresan ese crecimiento directamente en la disputa por la dirección política de la nueva vanguardia obrera. Pueden tener delegados de fábrica y ganar más delegados. Pero no están obsesionados, como nosotros, por lograrlo. No es ése el centro de su actividad política.

En este marco, el PC es, de lejos, nuestro adversario más peligroso. Tienen un método parecido al nuestro: van a las fábricas, construyen allí grupos de su partido y ganan nuevos activistas. Pero, como ya señalamos, su posición política y sindical los separa y opone al proceso objetivo de la nueva dirección. Y a eso hay que agregar que una dirección como la de Nadra, Fava y compañía, que fue tan traidora como para apoyar abiertamente a Videla y votar por Iglesias, seguramente estará preparando otra catástrofe similar a corto plazo.

El PI, además de la igualmente notable idiotez de su dirección, directamente no va como partido a las fábricas para ganar a los nuevos activistas. Se ha dado el caso risueño de honestos militantes del PI que nos piden que les enseñemos cómo se hace eso tan misterioso. La estructura populista del PI hace que no sea ningún competidor serio en la lucha política por ganar la nueva dirección sindical.

La vieja izquierda peronista es parte de la crisis de conjunto del peronismo. Poco y nada puede hacer, si la comparamos con la extraordinaria inserción que lograron los Montoneros y la JTP en la etapa anterior, de 1969 a 1975. Sectores de Intransigencia y Movilización Peronista, totalmente degenerados van a las elecciones junto a los peores burócratas. Otros en cambio, se convierten en agentes del gobierno, pactando y haciendo de furgón de cola de los radicales. Y otros, finalmente, nos abren grandes posibilidades de trabajar con ellos —en muchos lados lo estamos haciendo—. Pero esto es una fase de su proceso de ruptura hacia la izquierda con el peronismo, no de fortalecimiento de lo que fue la “gloriosa JP”.

El viejo clasismo de Piccinini, por último, también termina trabajando de agente de un gobierno cada día más separado de las expectativas de la clase obrera. Logrará, probablemente, cierta influencia entre los obreros privilegiados, de cuello blanco. Pero vemos muy difícil que cale profundamente en la gran mayoría de la clase, sometida a una explotación feroz y una miseria creciente.

En conclusión: tenemos competidores en la lucha por ganar políticamente a la nueva vanguardia obrera. Pero ninguno de ellos es un competidor que pueda derrotarnos —aunque no minimizamos el terrible enemigo que es el stalinismo—. Depende de nosotros impedir que esos partidos o corrientes levanten un nuevo dique entre la vanguardia obrera y la revolución socialista.

El partido ante una oportunidad histórica

Nuestro partido se encuentra, pues, ante una de esas oportunidades históricas que sólo se presentan muy de vez en cuando. Podemos ganar a un sector de la nueva dirección de las luchas fabriles y sindicales del movimiento obrero. Por esa vía, estamos construyendo la nueva dirección política, de la cual depende el triunfo de la revolución socialista en Argentina.

Es el cuarto proceso de este tipo que se da en nuestro país desde que existe nuestra corriente. El primero, que podemos situar alrededor de 1944, fue la liquidación de la vieja dirección stalinista y socialista reformista y el surgimiento de una nueva dirección obrera que fundó los nuevos sindicatos peronistas. Esta nueva dirección, cuajó políticamente en el partido laborista, un partido de clase que votaba por Perón pero se mantenía independiente de él. Y arrancó de raíz al stalinismo de la dirección del proletariado, usufructuando las traiciones sistemáticas que la dirección del PC, atada a la diplomacia del Kremlin y, por esa vía, al imperialismo norteamericano, inglés y de todo el bloque de los aliados, cometía contra la clase obrera.

El partido laborista, que fue quien dio el triunfo a Perón en las elecciones capitalizando el voto obrero, fue luego liquidado por el propio Perón, que forzó su disolución dentro de su partido burgués, y mandó a la cárcel por años a su máximo dirigente, Cipriano Reyes, a la par que burocratizaba a la dirección sindical, transformándolos en funcionarios del Ministerio de Trabajo.

Nosotros éramos un pequeño grupo, no un gran partido, y no pudimos evitar que se diera el proceso peronista, asentado en una excepcional coyuntura económica que permitió al proletariado conquistar enormes concesiones de la burguesía por una vía reformista, sin romper los marcos del sistema capitalista. Pero sí intervinimos con toda audacia. Llegamos a ser la dirección del frigorífico más grande del país, el Anglo-Ciabasa —que también era la empresa más grande—, y a tener un gran peso en todo el gremio. La marea hacia el peronismo nos pasó por encima, pero ya se había demostrado lo que puede hacer una política y organización trotskista cuando empalma y sabe aprovechar los procesos sociales favorables.

El segundo proceso fue la liquidación de la vieja burocracia peronista de Espejo y compañía. Se desarrolló entre 1952 y 1959, a caballo primero del creciente descontento con la política antiobrera de Perón en los últimos años de su gobierno, y después, de la heroica resistencia al golpe gorila. Esa nueva dirección cristalizó también en una expresión política, casi un partido: las 62 Organizaciones.

Fue la época de nuestro entrismo al peronismo; una política que nunca fue comprendida en el movimiento trotskista internacional. Nosotros siempre distinguimos dentro del peronismo dos segmentos. Uno, que consideramos totalmente podrido, deleznable desde su nacimiento, el Partido Peronista —¡y ni hablemos de la “rama femenina”!—. Siempre los consideramos subproductos reaccionarios, fenómenos de quinto orden. El otro segmento, el que siempre nos interesó, era el movimiento sindical. Allí hicimos entrismo, y estamos orgullosos de ello.

Hoy, las 62 no son nada. Pero en aquella época iban a ellas todas las agrupaciones de base peronistas, miles de activistas extraordinariamente combativos, la crema del movimiento obrero, que lucharon desde el 56 contra los gorilas y recuperaron los sindicatos. Palabra Obrera, unida a los peronistas de base en el Movimiento de Agrupaciones Obreras, fundó muchas de esas agrupaciones y recuperó de los interventores militares a varios de los sindicatos más importantes. Después, todo este movimiento fue organizado por las 62, y dentro de ellas, fuimos una potencia.

Seguíamos siendo un grupo de poco más de 100 compañeros, inmersos en la masa obrera abrumadamente peronista. Sin embargo, hicimos maravillas. Fuimos los más fuertes en la UOM de Avellaneda, Matanza y Bahía Blanca y segundos en Capital Federal y otras seccionales. La gran huelga metalúrgica de 1956 fue dirigida por nosotros. La derrota de esa huelga impidió que fuéramos partido obrero de masas, aunque sí mantuvimos influencia de masas en el terreno sindical. Tanta llegó a ser nuestra influencia que nuestro puñado de militantes llegó a vender 10.000 periódicos semanales.

Nuevamente el peronismo, a través de la nueva burocracia de los Vandor, Framini y compañía nos cerró el camino.

Hay un tercer proceso, abortado, de cambio de dirección que se da entre 1969 y 1975, a partir del Cordobazo. Arranca con el Sitrac-Sitram y sigue con Tosco, Piccinini y las coordinadoras del Rodrigazo de 1975. Para esa fecha, calculamos que alrededor del 25 por ciento de la clase obrera ya tenía una nueva dirección, opuesta a la burocracia.

Esta nueva dirección también tuvo un claro signo político: era pro guerrillera. También jugamos un gran papel en su construcción, por ejemplo en las coordinadoras de la zona norte del Gran Buenos Aires. Pero, como veremos más adelante, no aprovechamos al máximo esa oportunidad.

La nueva dirección abortó de la forma más desgraciada. Su carácter guerrillero, elitista, terminó aislándola de la base. El golpe de 1976 la exterminó físicamente o la obligó al exilio. Sin embargo, el genocidio no pudo cortar el proceso en otro sentido: la burocracia sindical peronista no dejó de pudrirse; el odio de las bases no dejó de crecer.

Sobre este, terreno fértil estalló la etapa revolucionaria que estamos viviendo, abriendo totalmente este cuarto cambio en la dirección obrera. Pero esta vez la oportunidad es cualitativamente superior, una de esas que sólo se dan cada 30, 40 ó 50 años, por una combinación de circunstancias:

1) Porque se da en una etapa revolucionaria, no reformista como las anteriores. La decadencia del país es tal que convierte a las luchas económicas de la clase en luchas anticapitalistas. El ascenso revolucionario abierto en Malvinas ha retornado y profundizado su curso después del interregno de sólo medio año posterior al triunfo de Alfonsín.

2) La vieja burocracia ya es un cadáver maloliente, sin ninguna posibilidad de reconstituirse como era en épocas anteriores.

3) El peronismo vive una crisis aparentemente sin salida.

4) Nuestros competidores “a la izquierda”, como ya hemos visto, están maniatados por su propia política de apoyo al gobierno y al régimen y/o de rama vergonzante de un peronismo reaccionario en descomposición.

5) Por primera vez enfrentamos esta situación con un partido fuerte, extendido a nivel nacional, con centenares si no miles de cuadros viejos y nuevos, y con una larga tradición y experiencia jalonada por los nombres gloriosos del Grupo Obrero Marxista, Palabra Obrera y Partido Socialista de los Trabajadores.

Estamos en un cruce de caminos

La situación de la lucha de clases y la del propio partido nos colocan en un cruce de caminos. Hay una ley de hierro para los socialistas revolucionarios: si no somos una secta, toda gran oportunidad no aprovechada equivale a retroceso y crisis. Es falso todo proyecto evolutivo, de desarrollo gradual. Si seguimos al ritmo y con la forma organizativa que tenemos no iremos “lentos pero seguros” hacia adelante; vamos a ir rápido y seguro hacia atrás. Y, lo que es más grave, no vamos a responder a un problema de vida o muerte para la revolución en Argentina: o nuestro partido se transforma en partido de masas o de nuevo se va a perder esta gran oportunidad histórica revolucionaria, que es la más grande que ha vivido nunca nuestro país. Si no respondemos construyendo aquí y ahora el gran partido de la revolución, firmemente enraizado, soldado con el movimiento de masas y la vanguardia obrera, la alternativa es un nuevo golpe y un nuevo genocidio, mucho peores que la dictadura que acabamos de derrotar.

Necesitamos, pues, una urgente revolución partidaria. No en nuestra política, que se ha demostrado correcta. Pero sí en nuestra actividad y organización. Desde que se abrió la etapa revolucionaria, hemos pasado por dos etapas en la actividad y organización partidarias: de la legalidad con las elecciones y la “de transición”. Ahora tenemos que entrar con todo en una tercera etapa, la de la nueva situación revolucionaria.

Encaramos la etapa electoral con un partido que, en la clandestinidad, por las razones que fuere —justificadas o no— estaba organizado esencialmente en el centro de las grandes ciudades. Y, dentro de las grandes ciudades, Buenos Aires, ya que en otras, como Córdoba y Rosario, fuimos muy perseguidos. Se hizo un partido casi porteño y, como era la época de la plata dulce, centrado en los gremios como bancarios, donde era más fácil conseguir trabajo porque era la rama que más se desarrollaba.

Cuando nos dimos cuenta de que se acabó la dictadura, viene una etapa de amplias libertades democráticas y las elecciones son inevitables, adoptamos una resolución organizativa trascendente, audaz, para adecuar al partido a la nueva situación. Sin esa resolución, el análisis no nos hubiera servido para nada. Ella fue: salir de los tres locales chiquitos, superclandestinos que tenía el partido y abrir 200 o 300 locales en los barrios más obreros, periféricos. Esos locales pasaron a ser la forma organizativa central del partido, y nos dieron un resultado extraordinario.

Cuando entramos directamente en la campaña electoral, nos dimos la tarea de abrir 200 o 300 locales más, de cualquier manera. El salto fue inmenso. Crecimos tanto, se volvió tan fuerte el partido, que los locales se abrieron sin que pagáramos ningún alquiler: los prestaban los trabajadores, se hacían colectas en los barrios, etcétera. La culminación de ese salto fue el acto del Luna Park. Llegamos a vender 60.000 periódicos. No sabemos si llegamos a tener 10, 15, 20 o 22 mil militantes.

Para darnos esta forma organizativa, tuvimos en cuenta la realidad del país y del movimiento obrero y la situación del partido. Pudimos abrir los locales porque en el movimiento obrero había un comienzo de ruptura de una franja con el peronismo, que nos daba la materia prima para hacerlo. Y también porque el partido contaba con los cuadros necesarios. Recordemos que, sobre el final de la campaña de apertura de locales, prácticamente cada uno de ellos estaba dirigido por un solo compañero: el cuadro o, para irnos familiarizando con la terminología leninista, el “jefe” del local.

Así entramos en la segunda etapa, la de la “transición” provocada por las elecciones. Pareciera que ya uno o dos meses antes de ellas había comenzado nuestro retroceso. A medida que el peronismo y Alfonsín se consolidaban, iban apareciendo síntomas importantes de que ningún fragmento de la masa venía hacia nosotros, a la par de que los que habían venido empezaban a abandonarnos. Hubo grandes dudas en el partido. Casi todos los cuadros opinaban que no estábamos perdiendo. Unos pocos militantes señalaban que a las reuniones de los locales venían cada vez menos compañeros. Pero estas hipótesis, de eso se trataba, no eran suficientes como para decidir un nuevo cambio organizativo. Había que tomar en cuenta que es muy peligroso cambiar las formas organizativas de un día para el otro, sin suficiente precisión en las caracterizaciones, en forma irresponsable, cuando seguíamos sumergidos en la campaña electoral. Imaginémonos lo que le hubiera pasado al partido si nos hubiéramos lanzado a cerrar locales antes de las elecciones.

La derrota electoral puso de manifiesto con claridad los dos fenómenos que no habíamos detectado claramente en las semanas anteriores: no habíamos logrado retener alrededor del partido a ningún sector de masas y, como reflejo de ello, perdíamos centenares y miles de militantes. Podemos discutir si perdimos unos pocos miles o más de 10.000. Pero lo cierto es que los locales se vaciaron a velocidad supersónica.

Por este doble fenómeno, objetivo y subjetivo, cambiamos nuestra forma organizativa a partir del 30 de octubre. En la totalidad del movimiento de masas reinaba la borrachera “democrática”, las expectativas en el nuevo régimen y en el gobierno. Y habíamos quedado reducidos a una cantidad de militantes organizados que, en la mejor de las hipótesis, rondaba en unos pocos miles. Analizamos que habíamos quedado (o vuelto) a la categoría de “partido de vanguardia”. Nos dimos una forma organizativa de retroceso. Fuimos a locales amplios. Juntamos a los compañeros para aguantar mejor el chubasco. Nos dimos como tarea fundamental la consolidación del partido a través de la politización.

Ahora entramos en una tercera etapa. Creemos que el chubasco ya terminó. Hay descontento contra el gobierno, que se ha revelado débil y con serios síntomas de crisis. Estallan las huelgas. Surge una nueva dirección obrera a nivel de establecimiento o sección. Parece que vuelven hacia nosotros los sectores que habíamos influido durante la campaña electoral. Es probable que estén surgiendo nuevos sectores —todavía minoritarios— del movimiento obrero y de masas que estén rompiendo con el peronismo que profundiza su crisis o empiecen a estar de vuelta rápidamente de su corta primavera alfonsinista. Lo nuevo: empezamos a ganar para el partido a lo mejor de la clase obrera. Y salimos de nuestro retroceso con alrededor de 1.500 cuadros.

No podemos seguir encerrados en los locales. Tenemos que volver a salir con todo nuevamente para repetir, en un plano mucho más elevado, la formidable experiencia que fue abrir los locales, hacer el acto del Luna Park y vender los 60.000 periódicos. Tenemos que repetir, corregida y aumentada, esa etapa, que reivindicamos como la más brillante y colosal de la historia de nuestro partido. Donde estuvimos a milímetros de convertirnos en un partido con influencia de masas.

Es muy común que los grandes movimientos condenados a muerte hagan su última demostración de fuerza antes de desaparecer del proceso histórico. Y es muy probable que la reciente elección haya sido el último o penúltimo botón de muestra del peronismo y el radicalismo como movimientos de masas.

Es una oportunidad como no tuvimos otra. Estamos en la etapa en que podemos y debemos multiplicar la venta del periódico en nuevas empresas, barrios, colegios y facultades. Como la sombra al cuerpo, detrás del periódico deben seguir los organismos partidarios en esos lugares donde lo colocamos. Antes fueron los periódicos y los locales barriales. Ahora tenemos por delante los periódicos y construir grupos del partido y de la juventud en miles de fábricas, oficinas, colegios, universidades y barrios obreros y populares.

Los grupos del partido

Estamos encarando, pues, una tarea parecida, en un sentido, a la apertura de los locales. Cuando los abrimos, lo hicimos por un profundo análisis socio-cultural de la clase obrera. Hoy día, entre horas extras, viajes, etcétera, casi todos los obreros están fuera de su casa no menos de 12 horas. Los viajes largos, las jornadas prolongadas, los trabajos brutales, los destrozan. No habríamos sido marxistas si hubiéramos ignorado esta realidad, abriendo grandes locales en los centros de las localidades y llamando a los trabajadores a que vinieran a ellos. Hicimos lo opuesto: ir nosotros donde estaban los obreros, donde vivían, donde los sábados a la tarde o los domingos podían charlar con nosotros sin que eso significara un sacrificio adicional. La circunstancia de que la actividad central fuera electoral fue la segunda razón de peso para que adoptáramos la forma organizativa de los locales.

Ahora tenemos que hacer lo mismo. Ir nosotros donde están los trabajadores. Ahora no se trata de abrir locales en los barrios, aunque seguramente también vamos a hacerlo. Se trata de organizar a los obreros fundamentalmente donde ellos luchan y donde surge la nueva dirección: en las empresas. Nuestro gran eje es organizar grupos del partido en las empresas. Tenemos que adecuar nuestra organización a nuestra clase: donde trabajan, donde viven, donde les resulte cómodo a ellos. Que es también donde nos debe resultar más cómodo a nosotros. Así se nos vuelve mucho más fácil disciplinar a los compañeros para la actividad a favor del partido.

Antes de que en la dirección resolviéramos esta orientación, ya había algunos compañeros que habían comenzado a discutirla y probarla. En Somisa de San Nicolás, por ejemplo, el partido tenía 80 o 100 trabajadores muy firmes, que cotizaban fuerte, hacían las tareas que les proponíamos y algunos eran delegados. Pero cada vez venían menos a la reunión en el local. El secreto era que estaban trabajando hasta 16 horas por día y salían agotados del trabajo.

¿Cuántos militantes teníamos en Somisa? Había dos criterios: si los organizábamos en la fábrica eran varias decenas. Si lo hacíamos en la reunión del local, eran 6 o 7.

Justo para la época en que los compañeros discutían esto, nosotros habíamos estado leyendo sobre la situación del proletariado norteamericano. Encontramos declaraciones de un delegado sindical de la planta de la General Motors en Lordstown, que nos parecieron interesantes y esclarecedoras:

“No existe verdaderamente la jornada de 8 horas. Hay jornadas de 16, 12 horas, seis días por semana. No es posible tener vida social. La única vida social que podemos hacer es dentro de la fábrica” ( New York Times, 19 de setiembre de 1983).

Se trataba de un fenómeno mundial: el aumento brutal de la explotación capitalista. Entendimos lo que pasaba con nuestros 80 o 100 compañeros de Somisa: no venían al local porque quedaban destrozados y embrutecidos por el trabajo y no tenían tiempo ni ganas para venir. Enseguida nos pusimos de acuerdo: había que hacer las reuniones en la fábrica , ni siquiera a la salida.

Ese es el criterio que tenemos que adoptar para construir los grupos del partido: hacerlo donde los compañeros quieran, en la fábrica, a la hora de descanso o en el baño, en un café a la salida, en el barrio… Si en una fábrica los compañeros se reúnen todos los días 15 o 20 minutos, en la semana tenemos una muy buena reunión de dos horas y media o tres horas.

Allí se discutirán los problemas del establecimiento y el gremio, así como todos los problemas de la lucha de clases y de la política nacional e internacional.

¡Y qué extraordinaria unidad va a tener ese grupo del partido, ya que sus integrantes trabajan juntos todos los días! ¿Qué mayor posibilidad de luchar contra la burguesía, allí, en forma concreta, en esa sección o esa fábrica? Sólo así el partido comenzará a ser de verdad el organizador colectivo, político y sindical, de la vanguardia obrera.

Si construimos estos grupos estamos haciendo una verdadera organización humana. Esto significa que no todo será igual, sino por el contrario muy diverso. Ningún grupo se parecerá a otro, igual que en una escuela, donde ningún grado es igual que otro ni ningún alumno es igual al otro. Hay malos y buenos alumnos. También hay mediocres. Hay buenas y malas divisiones. Unas rinden mucho y hacen poco lío. Otras rinden poco y hacen mucho lío. Hay otras que rinden mucho y también hacen mucho lío. Y están las medianas, que rinden poco y hacen poco lío. Nosotros tendremos grupos buenos, mediocres y malos. Algunos van a ser buenos de entrada y después van a decaer. Otros van a ser el último orejón del tarro y después nos van a dar una sorpresa. Si todos los grupos venden el mismo promedio de periódicos, cotizan la misma cantidad de dinero, tienen la misma inserción o influencia sindical, etcétera, está pasando algo muy raro. Todos son iguales. Si por el contrario, hay profundas diferencias, tenemos un partido vivo, que empieza a ser de masas y que refleja el proceso cambiante y diverso de nuestra clase.

Lo único que tenemos que pedirle a los nuevos grupos es que trabajen para el partido, aunque sea un poquito todos los días. De allí surge nuestra definición de lo que es en esta etapa el militante partidario, muy parecida a la que hacía la III Internacional:

“En general, todo militante del Partido debe ser incorporado a un pequeño grupo de trabajo con miras al trabajo político cotidiano (…) Las organizaciones del Partido estrechan sus lazos entre las diferentes agrupaciones y miembros a través del trabajo cotidiano común (…). En general, para ser miembro del Partido… es necesario… cumplir también con las formalidades de la inscripción primero eventualmente como aspirante, luego como militante. Es necesario pagar regularmente las cotizaciones establecidas, la suscripción al diario del Partido, etc. Pero lo más importante es la participación de cada militante en el trabajo político cotidiano”.

El periódico

La gran herramienta para la construcción del partido y de los nuevos grupos es el periódico. De allí que hayamos arrancado nuestra “salida hacia afuera” proponiéndonos un salto en la colocación del periódico.

No hay ninguna posibilidad de construir organismos del partido sobre otra base que no sea la unidad política de quienes lo integran alrededor de la política partidaria. No podemos reunir por reunir. Reunimos para actuar. No hay grupo que sobreviva si no tiene una actividad concreta, práctica, sobre el sector en el cual actúa. Un grupo en una fábrica o barrio se reúne para discutir y armar a todos los compañeros en la política partidaria y para saber qué tiene que hacer cada militante al día siguiente en esa fábrica o barrio. ¿Cuántos contactos del partido tenemos? ¿Cuántos activistas sindicales nos respetan y están dispuestos a discutir con nosotros cómo organizar la fábrica o qué hacer en el gremio? ¿Quién se encarga de hablar con esos contactos y activistas? ¿Qué le planteamos a cada uno de ellos? ¿Qué nos proponemos hacer con la Comisión Interna y el Cuerpo de Delegados? ¿Qué actividades hace el grupo para llevar adelante las campañas nacionales e internacionales del partido? ¿Qué se puede hacer en la empresa o en el barrio, por ejemplo, por Nicaragua? ¿Y por derechos humanos? ¿Y contra el FMI?

La reunión tiene que responder a todas estas preguntas y distribuir entre los compañeros toda la actividad. Fulano habla y le pasa el periódico a tales y cuales obreros que nos miran con simpatía política. Mengano, que es muy vivo para la cuestión sindical, charla con los mejores activistas y también les pasa el periódico. Zutano, que todavía no se anima a hablar en la fábrica pero es muy ordenado, nos lleva la administración de las finanzas y del periódico y trata de vender el periódico en su barrio o a sus familiares. Y todos discuten el periódico y sus campañas políticas con todos los lectores, buscando por dónde los ganamos para que participen o propagandicen las posiciones del partido. Si en la fábrica no sale una charla sobre Nicaragua, por ahí sale en el barrio. Pero por ahí sale una flor de charla con los compañeros de la fábrica para explicar por qué no hay que pagar la deuda si queremos que nos aumenten los salarios. Son infinitas las posibilidades de actividad, pero todas tienen un punto en común: el periódico. Precisamente porque el periódico es el portavoz de la política del partido, y, por esa vía, organiza toda nuestra actividad.

Por esa razón, la construcción de nuevos grupos del partido está mediada por la colocación del periódico. En general, va a ser mucho más fácil hacer una reunión si los que queremos que concurran conocen nuestra política y trayectoria a través del periódico. Y nadie está verdaderamente ganado o en proceso de ser ganado para el partido si no quiere que el partido crezca, se extienda, se haga más fuerte, empezando por el primer paso, que cada vez más gente lea nuestro periódico.

Apenas empezamos, ya estamos al borde de cometer un error —en algunos lugares ya lo hemos cometido—: poner las reuniones por delante del aumento de la venta del periódico. Nos rompemos el alma por reunir nuevos compañeros o volver a reunir a los viejos antes de haber salido con todo a multiplicar el número de periódicos. Así se nos hace difícil reunir lo viejo y casi imposible ganar lo nuevo.

Tenemos que hacer al revés. Salimos con todo con el periódico. Vendemos como locos en cuanto al ritmo de la actividad, pero siempre pensando, caracterizando y planificando el trabajo. Y así vamos a ir encontrando los compañeros que, a veces por su cuenta y a veces porque nosotros se lo planteamos, se ofrecen a llevarse algún periódico más para venderlo a un compañero o conocido. Allí aparece el material humano con el cual empezar a construir el equipo. Apenas tengamos dos, tres o cuatro compañeros de una misma fábrica, barrio, colegio o facultad , la reunión se convierte en una necesidad real, no en algo impuesto por nosotros.

De allí que le damos importancia fundamental a dos tareas claves: el piqueteo y el empadronamiento de los lectores del periódico.

Los piqueteos deben ser sistemáticos, semana tras semana en lo posible siempre los mismos compañeros. Los obreros de una fábrica tienen que acostumbrarse a que como mínimo una vez por semana están los socialistas vendiendo su prensa en la puerta. En esta situación política, nuestro periódico se convierte en un punto de referencia para sectores de la clase obrera, aunque todavía no concuerden con nosotros. Ya son numerosas las anécdotas de secciones de fábricas que comentan nuestro periódico a la hora del mate cocido. Ya hay trabajadores que nos esperan para comprarnos el periódico. No son muchos miles todavía, pero pueden llegar a serlo. Tenemos que estar allí. Si las fuerzas no nos dan para piquetear todas las fábricas, seleccionemos las que podamos tocar, pero hagamos el piqueteo en forma sistemática. Piquetear todas las semanas una fábrica distinta nos sirve de poco.

A medida que avanza la colocación del periódico, tiene que avanzar el empadronamiento de quienes nos lo compren. El piqueteo en las estaciones y centros comerciales es muy bueno para que el partido gane la calle, haga sentir su presencia política. Pero el más importante es el estructural donde tenemos que terminar sabiendo el nombre y apellido y hasta la dirección de los compradores. En los barrios es más fácil. En las fábricas más difícil, pero no imposible. Por eso es muy importante que vayan siempre los mismos compañeros. Quizás no conviene pedir la primera vez el nombre del que nos compra el periódico. Pero sería un error mortal subestimar al que ya nos compró por segunda vez. Ese compañero ya es casi seguro simpatizante del partido; puede ser un militante en potencia.

El periódico es, pues, la herramienta, el medio para la construcción del partido, de sus grupos, en las fábricas y barrios. La actividad empieza por allí. Luego, lógicamente, hay una dialéctica. Ganaremos nuevos compañeros que nos venderán a su vez más periódicos. Construiremos grupos del partido que nos venderán muchísimo más. Pero, como dicen los chinos, todo camino de mil kilómetros empieza por el primer paso. Y el primer paso es vender el periódico.

Los cuadros o “jefes”

Como ya hemos señalado, no hay organismo o grupo del partido que pueda existir si no está el compañero que sea capaz de armarlo y dirigirlo. Ese compañero es lo que llamamos “cuadro” o “jefe”. Concretamente, lograremos organizar tantos grupos del partido como jefes tenga o gane el partido en condiciones de hacer la tarea.

Los cuadros del partido no ocupan siempre el mismo lugar. Muchos de los que fueron de vanguardia para la tarea central de una etapa suelen pasar a ser retaguardia cuando cambia la etapa del partido y, con ella, la tarea central. Otros no, seguirán a la vanguardia. Y aparecerán nuevos cuadros que no empalmaban con la tarea central anterior pero son unos leones para la nueva tarea.

Cada cambio de etapa exige una nueva prueba y selección de los cuadros partidarios. En la que estamos entrando, esa prueba y selección comienza con la venta del periódico y culmina con la construcción de los nuevos grupos del partido. Tenemos que probar a todos los compañeros que se postulen para ser cuadros y a muchos que no se han postulado —por timidez o porque explicamos mal la tarea— pero igual pensamos que pueden rendir.

Esto no quiere decir que el que no vende de entrada los 20 periódicos no es cuadro. Puede empezar con menos e ir subiendo. Puede ser malo para vender muchos periódicos personalmente pero muy hábil para conseguir nuevos compañeros que los vendan. Puede darse cualquier combinación. Lo único en común tiene que ser el entusiasmo, la pasión por aumentar semana tras semana la venta del periódico. No basta con la comprensión política de la necesidad de hacerlo; sin esa pasión no hay avance posible.

Menos que menos vamos a exigir que de entrada reúna un nuevo equipo del partido. Sí vamos a exigir más lectores y que los empadrone. A partir de allí, cómo gana a algunos; los compromete para que quieran ser militantes del partido, que empiecen a repartir el periódico, o hacer cualquier otra actividad para el partido porque todavía no se animan a vender, empiecen a cotizar; y, finalmente, cómo logra hacer un equipo de cuatro o cinco compañeros que se reúnan coherentemente. Tampoco en esto hay que ser esquemáticos: primero que vendan y después que se reúnan. Es posible que, de tanto ir a una fábrica todas las semanas, empecemos a reunir a la salida a tres o cuatro compañeros que quieren charlar con nosotros porque nos compran el periódico, pero todavía no venden. En ese caso, muy pacientemente tenemos que lograr que esa reunión se convierta en un nuevo grupo del partido donde todos salgan con alguna actividad y vendiendo el periódico. Las variantes son infinitas; nuestro peor peligro es el esquematismo.

Estos serán los cuadros de vanguardia del partido en esta etapa. Los que van hacia afuera, hacia la clase y las masas. Los que van al local para armarse políticamente para la actividad y salen zumbando hacia las fábricas, barrios, colegios y universidades. Los que sienten que su lugar, su medio natural no es el local, la vida interna, sino la clase obrera o el estudiantado, lo que está afuera del partido.

Eso no significa que sólo ellos sean cuadros. Ellos son la vanguardia, la flor y nata del partido en esta etapa. Pero cuadro es todo compañero que le dedica al partido sus esfuerzos, que se sacrifica todos los días dándole horas y horas de su vida a la actividad para el partido. Cuadro es el compañero que vende muy pocos periódicos pero le encanta hacer pintadas y se queda sin dormir para pintar. O que todos los días nos arregla el local, consigue sillas, lo tiene hecho una pintura. O que es un gran administrador que lleva muy bien las cuentas y tiene bien controlados e hincha a todos los compañeros para que estén al día con las cotizaciones y el periódico. O que se la pasa organizando peñas, rifas, partidos de fútbol o lo que sea y consigue plata para el partido. O que es gran piqueteador de estaciones y centros comerciales, no empadrona ni gana a nadie pero nos vende decenas de periódicos y hace sentir la presencia del partido. O que nos garantiza el mimeógrafo y está a disposición en cualquier momento para imprimirnos algo. O mil actividades más.

Finalmente, hay compañeros que son cuadros por peso propio, porque son muy buenos en alguna especialidad, aunque por ahí son medio vagonetas y se sacrifican menos que el resto. Cuadro es un gran caudillo sindical o barrial, quizás medio indisciplinado, “quintero”, pero reconocido como dirigente en la fábrica o barrio. También lo es un gran propagandista para afuera, que ayuda muchísimo al partido dando charlas porque atrapa a todos los que lo escuchan. O para adentro, que da muy buenos cursos y ayuda así a formar a los militantes. U otras variantes, como buenos escritores, etcétera.

Jerarquizar la estructura partidaria

De lo dicho hasta ahora surge claramente la diferencia entre un cuadro y un militante de base. Unos militan mucho, se rompen el alma por el partido en cualquier tarea que sea y/o cumplen un rol destacado en la lucha de clases o en alguna tarea partidaria específica. Los otros son compañeros que hacen su actividad cotidiana en su lugar de trabajo, estudio o barrio, venden algunos periódicos y cotizan para el partido, pero todavía no le dedican al partido todo su tiempo libre ni se destacan en alguna actividad. Muchos de los militantes de base terminarán siendo cuadros con el tiempo. Parte de los cuadros dejarán de serlo. Y también ganaremos cuadros ya hechos, porque se han formado en otras organizaciones o porque la propia lucha de clases los ha formado. De cualquier manera, a medida que el partido crezca y se haga de masas, tendremos más y más militantes de base, muchísimos más que cuadros.

Cuadros y militantes de base tienen, en un sentido, los mismos derechos. Todos ellos tienen organismos del partido en los cuales discutir y votar; todos ellos tienen el mismo voto para elegir los delegados a los congresos del partido, etcétera. Pero eso no significa que el partido no jerarquice a sus militantes. Para nosotros no es lo mismo el compañero que se sacrifica con todo por el partido que el que no lo hace.

El cuadro tiene necesidades diferentes a las del militante de base. El cuadro busca en el partido no sólo las respuestas políticas hacia la lucha de clases, sino también respuestas internas de todo tipo: línea organizativa, cursos teóricos, etcétera. Si, por ejemplo, en el proceso de salida hacia afuera, ganamos en un barrio a un compañero que nos vende 3 o 4 periódicos semanales y está dispuesto a cotizar, es un militante de base. Pero si ese compañero empieza a reunir a dos o tres de los lectores del periódico y logra que entre todos vendan 15 o 20 periódicos, se está haciendo cuadro. Inmediatamente nos va a pedir orientación de todo tipo: ¿Cómo organizar las reuniones? ¿Qué temas discutir? ¿Cómo preparar un informe internacional, nacional o de actividades? ¿Qué actividad dar a los compañeros que reúne? El compañero ya ha empezado a dirigir.

De estos dos elementos, el grado de dedicación al partido y las necesidades que ello plantea; surge la jerarquización del partido. Un cuadro tiene más jerarquía que un militante de base. De la misma manera, un dirigente regional tiene más jerarquía que un cuadro de base, ya que actúa y trata de orientar al conjunto de los cuadros y militantes de una regional y ello le plantea problemas superiores: elaborar una política para toda la regional, en sus frentes sindicales, barriales y estudiantiles; seguir de conjunto las relaciones con los partidos políticos de la zona; garantizar los cursos y escuelas; tener y garantizar un plan de conjunto de finanzas; tener un aparato; etcétera. Y la que es su tarea más importante: formar cuadros.

Y así hacia arriba, donde están los compañeros más jerarquizados, los dirigentes nacionales. Y más jerarquizados aún: los internacionales.

Esta jerarquización es parecida en un sentido pero opuesta en otro a la que se da en un ejército. En el ejército burgués se va subiendo de jerarquía burocráticamente y por decisión de la máxima jerarquía: el comandante en jefe. Y nadie baja de jerarquía si no es por alguna acción deshonrosa o algo por el estilo. En el partido no hay jerarquías permanentes. Cualquiera baja si no rinde, y cualquiera sube si rinde. Un militante está más o menos jerarquizado según su rendimiento para el partido y para la lucha de clases en cada momento. Pero, además, la jerarquización se hace democráticamente. Es la base del partido, no la dirección, quien elige a los delegados a los congresos. Y en los congresos esos delegados eligen a la dirección.

La jerarquía de los militantes se gana por el esfuerzo y la capacidad individual, pero se concreta a través de los organismos del partido. Lo que está jerarquizado en el partido son sus organismos: el Comité Central es el organismo de los dirigentes nacionales; la dirección regional el de los regionales, etcétera.

En la etapa de retroceso, defensiva del partido que acabamos de dejar atrás, nuestros organismos de base, los locales, reunían en sus asambleas a cuadros y militantes de base, sin diferencias de ningún tipo. Esto era natural ya que, al estar encerrados en los locales, no se veían grandes diferencias entre unos y otros. Pero en esta nueva etapa es necesario jerarquizar categóricamente a los cuadros. Tenemos que ir hacia dos reuniones bien diferentes: la de los cuadros y las de los equipos de base. La reunión del local debe ser de los cuadros y para los cuadros. Ellos deben tener, además de esa reunión propia, un trato privilegiado: boletín interno para ellos y no para todos los militantes; cursos y escuelas para ellos, etcétera. Los militantes de base tendrán sus propias reuniones, en sus barrios, fábricas y colegios (y, si quieren hacerlo, también en el local), con la dirección de uno o dos cuadros.

Como toda línea categórica, máxime si es en el terreno organizativo, nos puede llevar a serios errores, de los cuales alertamos desde ya. Es un error gravísimo separar a compañeros de las reuniones tradicionales del local porque no los consideramos cuadros. Y esto, por diferentes motivos:

1) Porque todavía nuestra salida hacia afuera, hacia la construcción de nuevos grupos de base del partido, recién está en sus primeros pasos. Es muy malo sacar a un compañero de un organismo si no existe ya otro organismo en el cual incorporarlo. Si hacemos así, vamos a perder muchos compañeros valiosos.

2) Porque al ser todavía débil nuestra salida hacia afuera, todavía no tenemos criterios, pruebas objetivas para saber quién responde como cuadro y quién no. Vamos a hacer la división entre cuadros y militantes de base en el laboratorio de nuestras cabezas, en vez de hacerla en el laboratorio de la actividad partidaria y la lucha de clases. Así vamos a perder muchos cuadros en potencia, que pueden serlo si los orientamos y ayudamos en su actividad, que quieren serlo, pero que todavía no lo son.

3) Porque, como todo proceso, tiene una transición. La revolución es lograr que nuestras reuniones se conviertan en reuniones de cuadros por su contenido: se discute, se planifica, se vota y se controla la actividad como si todos fueran cuadros. Pero no se separa a nadie de las reuniones de cuadros, por ahora. El que no esté a la altura de la reunión lo va a notar y en forma natural cambiará a reuniones de otro tipo, de base, donde se sienta cómodo.

4) Porque somos muy malos para ubicar correctamente a los compañeros, como veremos más adelante. Y no debemos descartar a nadie como cuadro hasta haber hecho todos los esfuerzos y haberle ofrecido todas las variantes, ubicaciones y estímulos posibles para que se entusiasme y tome con todo alguna actividad de cuadro.

Por esto, en esta transición, la jerarquización de los cuadros debe hacerse según un criterio fundamental: el entusiasmo, la pasión por la actividad. En primer lugar, la pasión por vender el periódico. Y también la pasión por cualquier otra actividad en la lucha de clases y en la construcción del partido.

La gran tarea de la dirección: ubicar, dar iniciativa y motivar a los cuadros y militantes

Ocurre muy a menudo que descartamos como cuadros a compañeros que militan todo el día y todos los días o son brillantes en algún aspecto del trabajo partidario porque no hacen bien la actividad central de la etapa: ahora, por ejemplo, vender periódicos y construir grupos del partido. Estamos en contra de que se haga eso. Si un cuadro no rinde para el partido, no es responsabilidad suya, sino de la dirección regional, que no ha sabido ubicarlo en una actividad donde rinda, ni entusiasmarlo, motivarlo para la actividad.

Es muy común que seamos unilaterales, formales, esquemáticos, administrativos. Que pretendamos que todos los cuadros y militantes hagan la misma tarea, y de la misma forma. Y, por esa vía, dejamos que se alejen o no rindan nada al partido valiosos compañeros que no sirven, o no saben, o no se sienten cómodos haciendo esa tarea. Si en un equipo de cuadros, por ejemplo, nos encontramos con que todos hacen trabajo sindical, todos venden los mismos periódicos, etc., algo anda muy mal. O ya echamos a otros cuadros que tenían características diferentes, en vez de ubicarlos donde rindan. O estamos forzando a que todos hagan lo mismo, y la mayoría de los compañeros se sienten mal, presionados, incómodos, y siguen militando sólo por disciplina y moral, muchos de ellos acercándose a la crisis.

Esto mismo puede trasladarse a los nuevos grupos del partido que estamos formando. Si el cuadro de base no ha visto a la dirección regional organizándolo con un método correcto, trasladará ese mismo método burocrático o administrativo hacia los nuevos compañeros en los nuevos grupos. Allí, los resultados nefastos se verán con más rapidez aún, precisamente porque son nuevos y aún no han llegado al grado de disciplina de los cuadros. Simplemente, los compañeros pensarán: “No sirvo para lo que me pide el partido” , y se alejarán.

La gran tarea de la dirección, a cualquier nivel que sea, partidaria, regional o del grupo, es organizar la actividad de los cuadros y militantes. Esto quiere decir: ubicarlos, darles iniciativa y motivarlos.

Ubicar significa detectar los puntos fuertes y débiles de cada compañero y proponerle una tarea acorde a ellos. No exigirle al tímido que haga agitación en las estaciones. No exigirle al abridor que es un torbellino desordenado, que haga el mismo trabajo sistemático del compañero seguidor, que trabaja en profundidad y muerde como un bulldog. No imponerle al compañero que vende 20 periódicos en el barrio, que es feliz hablando con doña Clotilde, la verdulera, que largue todo y se vaya a piquetear a puerta de fábrica, donde no vende nada.

Dar iniciativa significa que, una vez que detectamos para qué sirve un compañero, y charlando con él nos ponemos de acuerdo sobre la tarea que va a hacer, lo inducimos a que él mismo piense, proponga, haga planes. Queremos que él mismo tenga ideas. Seguramente serán mucho mejores que las nuestras. Y, si no lo son, que haga la experiencia. Tenemos que cuidarnos como de la peste de regimentar la actividad de los compañeros, imponiéndoles que hagan las cosas que se nos ocurren a nosotros y de la forma en que se nos ocurren.

Motivar , tiene un doble sentido. Primero, que el compañero haga la tarea con gusto, que se sienta feliz, realizado. Que vea que él mismo va avanzando a medida en que progresa en la actividad. Y que está haciendo para el partido lo que él quiere hacer. Segundo, que el compañero vea que su actividad es útil al partido, que sus opiniones son escuchadas y útiles para el partido. Somos especialistas en la insensibilidad. En tirar baldes de agua fría sobre compañeros que vienen contentos porque han hecho algo y nosotros no les prestamos atención, no resaltamos ante el equipo la iniciativa de ese compañero, no lo felicitamos por esa actividad, no lo ayudamos a sacar las conclusiones y a ver cómo mejor sigue adelante. ¿Por qué? Porque esa tarea se apartó de la “sagrada escritura” del momento.

Por ejemplo, si un compañero quiere organizar un campeonato de fútbol entre locales o fábricas de la regional, en vez de motivarlo y alentarlo a que lo haga y ponernos a pensar cómo puede aprovecharlo el partido, para afirmar los lazos de compañerismo, discutir informalmente la marcha de la actividad, traer simpatizantes para integrarlos más al partido, charlar sobre la situación en las fábricas, etc., seguramente pensamos al revés: tratamos de desalentarlo porque eso no nos sirve en forma inmediata para aumentar el número de periódicos vendidos o construir nuevos grupos. Ese compañero no va a tener nunca más una idea, y si la tiene no nos la va a proponer.

Como vemos, esta tarea, la de organizar ubicando, dando iniciativa y motivando a los compañeros, es lo opuesto a los métodos administrativos que muchas veces utilizamos. Para el administrador cada compañero es un número, y lo mismo pasa con cada periódico colocado. Se rinde un informe: tenemos tantos cuadros, tantos militantes, tantos grupos y vendemos tantos periódicos… y listo el pollo. Para el verdadero organizador, cada cuadro, grupo, militante y lector del periódico es un ser humano o un organismo humano y, por eso mismo, distintos unos de otros, a diferencia de los números, que son todos iguales.

Sólo formándolos y ayudando a formar a todos los cuadros con este criterio podremos avanzar hacía construir un partido de masas.

Un gran obstáculo: nuestro sectarismo

Para avanzar por el camino que nos proponemos tenemos un gran obstáculo: nuestro sectarismo. Nuestro partido no siempre fue sectario. Lo fuimos en los comienzos, cuando éramos un grupo pequeñísimo, pero yendo hacia la clase obrera aprendimos y superamos el sectarismo. A partir de entonces, hasta la construcción del PRT (La Verdad), tuvimos otras desviaciones. Por ejemplo, éramos obreristas y no dábamos importancia al trabajo sobre el estudiantado, limitándonos muchísimo en nuestras posibilidades de ganar intelectuales revolucionarios para multiplicar la formación de cuadros. El sectarismo comienza cuando el partido se hace grande, con el PST, que se nutre fundamentalmente de la vanguardia estudiantil que luchó contra Onganía y después, ya por centenares y hasta miles, con la que surge después del Cordobazo y con las elecciones de 1973. Ya a partir de 1973 o 1974 descubrimos una ley infernal: cuando más crecimos, más sectarios nos volvíamos.

Habíamos leído a sesudos marxistas hablar de la totalidad que era la socialdemocracia alemana, para explicar por qué no se debía romper con ella o había muchos militantes que no querían romper con ella. La socialdemocracia alemana era un micromundo, que sacaba millones de votos, tenía teatros, clubes, sindicatos, bailes, bibliotecas, clubes de liberación sexual. Dentro de ella había respuestas para casi todas las inquietudes y necesidades que pudiera tener una persona. Aquí también el socialismo, el anarquismo y el stalinismo eran micromundos en sus épocas de esplendor. Tenían orfeones (es decir, bandas de música y coros), además de clubes y bibliotecas.

Estos micromundos están inmersos en el verdadero mundo, la sociedad capitalista, horrorosa, hostil. La vida dentro de ellos es mucho más linda que afuera: parece que hubiéramos conseguido el socialismo ya. Se forma una tendencia centrípeta; se quiere vivir dentro del partido.

Es una tendencia desgraciada: creer que ya está solucionado todo cuando no se ha solucionado nada, ya que la sociedad capitalista sigue ahí, vivita y coleando, preparada para destruir de un zarpazo al micromundo. Eso fue lo que le pasó a la socialdemocracia alemana: Hitler la destruyó a ella y a sus clubes, bibliotecas y sindicatos.

Esta misma tendencia surgió entre nosotros cuando nos hicimos un partido de varios miles. Dentro del partido los compañeros encontraban un micromundo, un islote socialista en el océano capitalista. Eso es parcialmente cierto: tenemos una moral diferente y relaciones humanas, libres, solidarias y fraternales, diametralmente opuestas a las que se dan afuera del partido. Si un muchacho y una chica se gustan, pueden relacionarse directa y francamente, sin pasar por todos esos trámites hipócritas que exige la seudomoral burguesa. Si hay compañeros en huelga o sin trabajo, el partido y los militantes son solidarios con ellos…

Esto empuja a vivir dentro del partido y no a salir a un mundo “hostil”, no fraternal. Empiezan a gustar más las reuniones que la lucha de clases. Usamos un lenguaje propio, que no entiende nadie que no tenga varios meses de partido como mínimo. Es muy habitual, por ejemplo, que en reuniones donde hay compañeros nuevitos, digamos “estructura” en vez de lugar de trabajo, de estudio o de vivienda. Preferimos una fiesta del partido que un flor de baile de barrio obrero. Nos inclinamos a charlar con compañeros del partido y no con obreros de afuera. Y mil ejemplos más.

Para peor, no somos la socialdemocracia alemana. Ser sectarios de un partido con millones de votos y decenas de miles de activistas es grave, pero mucho más comprensible. Pero ser sectarios de un partido de unos pocos miles de militantes y que todavía no tiene influencia de masas es una tragedia. Y cada vez que ganábamos 500 militantes nuevos, había un nuevo envión sectario. En lugar de seguir creciendo, nos poníamos a vivir para adentro y hacer de los 500 nuevos compañeros, 500 nuevos sectarios.

El sectarismo se manifiesta, como ya hemos visto, en la forma administrativa de ubicar y dar tareas a los cuadros y militantes. No los ubicamos tomando en cuenta su relación con la sociedad y la lucha de clases, es decir respondiendo a la pregunta: ¿Qué puede hacer este compañero en su fábrica, barrio o colegio? Los ubicamos en función de lo que suponemos son los objetivos votados por la dirección: todos a piquetear fábricas, por ejemplo.

Pero también se expresa en nuestras relaciones con los fenómenos y corrientes políticas que se dan en la sociedad. Por culpa de esta tendencia sectaria no pudimos hacer un trabajo fuerte, intenso, sobre los miles de nuevos dirigentes obreros y estudiantiles, honestos y extraordinariamente combativos que se nuclearon en la JTP, los Montoneros y el clasismo en la etapa anterior. Para nosotros todo el que no fuera del partido o no nos diera la razón de entrada era un pequeño burgués, contrarrevolucionario, enemigo nuestro y de la clase obrera. Son muy pocos los compañeros que pudimos ganar para nuestro partido de esos miles de luchadores de vanguardia, aunque este balance no nos debe ocultar la razón decisiva de nuestro fracaso: la aplastante fuerza del peronismo.

Esta tendencia sectaria se vuelve a manifestar ahora, a medida que crecemos. Nos resulta muy difícil hacer que los compañeros tomen con entusiasmo el trabajo de ir hacia el PI, el PC, Franja Morada. No se nos pasa por la cabeza que el partido socialista revolucionario que ya tiene alguna fuerza, como nosotros, debe tener militantes en todas las otras organizaciones. Y si abrimos el diálogo con alguien de otra organización nos desesperamos para ganarlo rápida e individualmente, calificándolo duramente si no lo logramos, en vez de dejarlo que madure, tratarlo con respeto y respetar su propio ritmo de desarrollo. Tenemos que combatir esta tendencia sectaria. Si no la vencemos, el partido se estanca y termina retrocediendo.

La lucha contra el sectarismo es imposible si no tenemos una seguridad y confianza absolutas en nuestras posiciones y en nuestra clase. Si nuestras posiciones son correctas y si es cierta la frase de Marx “La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos” , tenemos que saber que la mayoría de los compañeros de otros partidos con los que tratamos en nuestra actividad diaria, tarde o temprano van a ser de nuestro partido. Todo obrero, todo asalariado, todo estudiante plebeyo o con inquietudes progresivas, va a venir o, como mínimo puede venir hacia nuestro partido. Si no es el mes que viene, será dentro de un año, de dos, de tres… Al final de camino, nos vamos a encontrar, porque el camino de nuestro partido es el que en el fondo todos ellos, con mayor o menor conciencia, están buscando y quieren recorrer.

No estamos hablando de los viejos cuadros anquilosados en los aparatos stalinistas, o sindicales, o en la mugre del aparato peronista o radical. Esos ya tienen intereses propios, que se miden en la mayoría de los casos en pesos o en dólares. Pero sí hablamos de los que simpatizan con ellos o son militantes o cuadros medios de ellos, porque creen honestamente que así pelean contra el imperialismo y la oligarquía, o por las libertades democráticas y contra los genocidas, o por una mejora en el nivel de vida de los trabajadores, o incluso por el socialismo. Algunos incluso podrían estar en nuestro partido pero no nos ven perspectivas porque somos pequeños, sacamos pocos votos, no nos apoya ningún estado obrero…

Nuestro partido tiene todo en común con estos compañeros., Queremos lo mismo que quieren ellos. No los consideramos enemigos nuestros porque estén con otra organización (o sean antipartidos). Enemigos nuestros, de la clase obrera y de la revolución son sus partidos y dirigentes, no ellos. Ellos son nuestros compañeros de lucha.

Imaginemos un pibe stalinista, lleno de inquietudes. Está en el PC porque cree que es el mejor partido de izquierda, el que está más a la izquierda. O ya se da cuenta de que no está tan a la izquierda, pero cree que es el único que puede lograr resultados positivos. O está allí porque el PC defiende a Nicaragua. Si tenemos confianza en nuestra clase, en nuestros compañeros de lucha, para nosotros ese pibe stalinista es formidable. Es un candidato firme a militar con nosotros en nuestro partido, una vez que haga la experiencia con el suyo… Siempre y cuando no seamos sectarios con él.

¿Qué discutiría un sectario? Que el stalinismo traicionó la revolución española, que el PC argentino fue socio de Videla, que Víctor Manuel III, rey de Italia, le regaló la orden de la Annunziata a Stalin, que Stalin traicionó la revolución china. Ese pibe no sabe ni quién es Víctor Manuel ni Chiang Kai Shek. De la guerra civil española sólo conoce las canciones. Y sobre la política del PC frente a Videla no está convencido de que haya sido así, porque si no ya habría roto con él.

Un no sectario, empezaría por tener relaciones políticas claras pero fraternales y le propondría la unidad de acción. Claridad: estamos totalmente en desacuerdo con la política de tu dirección. Fraternidad: somos luchadores de la clase obrera y vos para mí sos un compañero de lucha. Unidad de acción: ¿En qué podemos trabajar juntos? ¿Hacemos algo juntos por Nicaragua? ¿Apoyamos juntos una huelga? ¿Peleamos juntos contra la expulsión de ese compañero tuyo secundario, que, lo echaron del colegio porque vendía el “Qué Pasa” ?

Si vamos como sectarios, ese pibe nos va a creer unos pedantes, pillados, que no le ganamos a nadie, que sólo somos discutidores, que queremos ganar discusiones (lo que sería verdad en este caso). Es un grave defecto. Nunca un socialista revolucionario da la impresión de que quiere ganar una discusión. Siempre trata de demostrar que quiere acuerdos prácticos para hacer algo para que avance el movimiento obrero y de masas.

Pero para hacer eso, hay que tener confianza en ese pibe stalinista. Decirnos a nosotros mismos: “¡Qué flor de pibe! Lo ganaron los stalinistas, pero yo voy a ser más hábil que ellos” . No nos enojamos, no lo aplastamos en la polémica. Discutimos, sí, permanentemente, pero a caballo de las propuestas de acción común. Tarde o temprano el proceso histórico va a favor nuestro y va a traernos al pibe stalinista a nuestras filas.

Ni hablemos de lo terrible que puede ser el sectarismo si, en vez de tratarse de un militante, salimos a polemizar para ganarles la discusión a los centenares de miles de obreros de base peronistas, a los centenares de obreros alfonsinistas, simpatizantes del Pc o de IMP con quienes dialogamos en nuestra actividad diaria.

La captación y el peligro oportunista

Sólo superando el sectarismo triunfaremos en la que, en términos generales, es la gran tarea que nos proponemos: captar para el partido. La otra cara del sectarismo es el oportunismo: no nos presentamos ante todo el mundo como del MAS. Sólo lo hacemos cuando el compañero ya está cerca del partido. Si es de otro partido, o nos dice que no quiere saber nada de los partidos, no le hacemos la pelea política y caemos en relaciones confusas, poco claras, o directamente en desviaciones. Por ejemplo, si es activista sindical sólo hacemos con él sindicalismo. Así no podemos captar.

¿Cómo captar? Así de sencillo: a toda persona que uno quiere captar se le dice: “Mírá quiero que entres al partido”. A cualquier lado que vamos, ni bien saludamos agregamos: “Soy del MAS” . No debemos tener vergüenza de decir que somos del MAS, ni de ofrecer el periódico, ni de pedir plata para el partido. Muchos, para nuestra sorpresa, nos van a responder: “Eso es lo que estaba esperando, que me ofrecieras tu periódico o que me invitaras a tu partido”. Tampoco ser sectario si nos responden que no. Seguimos tan fraternales como siempre y, una vez por mes, le volvemos a insistir: “¿Estás seguro de que no querés entrar al partido?”

Es fundamental crear estos reflejos antioportunistas y antisectarios en el partido. El reflejo de que, con cualquiera que hablemos nos presentamos como del MAS y le ofrecemos el periódico. Todo el mundo tiene que saber que somos del MAS y que lo queremos ganar para el MAS.

Hace poco hubo una gran huelga donde el partido participó con todo y la dirigió. Durante toda la huelga desaprovechamos la reunión permanente de los obreros en la olla popular y no hicimos propaganda, cursos y charlas del partido. No había nadie que dijera: “Compañeros, el que los está apoyando con todo es mí partido, estoy hablando en nombre de mi partido, propongo que entren a mi partido”. El compañero de dirección que iba empezó a dar cursos y charlas pero aparecía como algo misteriosísimo: todo el mundo sabía que era del MAS, pero el único que no decía que era del MAS era él.

Discutimos y le dijimos: “Se capta… captando”. Al día siguiente, en el curso dijo: “Vean compañeros, yo estoy dando cursos porque soy del MAS y el plan que tengo, francamente, es captarlos a todos ustedes para mi partido cuando estemos terminando el curso”. La respuesta fue: “Hace tiempo que esperábamos esto”… Esa fue la primera captación grande que hicimos en los últimos tiempos.

Tenemos que lograr ese reflejo, como el PC o el PI, que lo primero que hacen es preguntar: “¿Estás afiliado? ¿No? Entonces, afiliate”. El stalinismo agrega: “Vení al local, reunite con nosotros”. Tenemos que tener esa misma obsesión: ganar para el partido.

Para eso hay que ser hábiles. Lograr que la gente nos tenga confianza, se sienta cómoda con nosotros. No ser cargosos. No ponernos imperativos. Porque es muy frecuente que primero somos muy tímidos para plantear la captación y, una vez que se la planteamos, lo empezamos a perseguir. No tratamos de ver si de verdad quiere entrar o no al partido, si quiere o no quiere hacer algo por el partido. Muchas veces compañeros no entran o se van del partido porque los cargoseamos más que los evangelistas. No nota que nosotros obramos según lo que él quiere hacer y lo que él piensa, no según lo que queremos y pensamos nosotros.

Al que no está convencido de que no hay que pagar la deuda le discutimos y discutimos. Deberíamos hacer al revés: busquemos otro tema; por ahí entra por los derechos humanos, o para voltear a la burocracia, o porque ve que peleamos contra Alfonsín y él odia a Alfonsín porque es gorila. Y puede ser un gran compañero del partido aunque por un tiempo nos hinche en todas las reuniones con que hay que pagar la deuda porque las deudas son una cuestión de honor.

Hay muchos compañeros que no quieren venir al partido o a sus reuniones. Como nos respetan o son amigos nuestros, nos dan vueltas y vueltas para no decirnos que no. En el fondo, esperan que les digamos que si no quieren venir, no vengan y seguimos siendo tan amigos y tan compañeros como siempre. Eso tampoco lo sabemos hacer. Siempre nos vamos a uno de los dos polos: o tenemos un miedo bárbaro de decirles que entren al partido o los cargoseamos en forma insoportable para que entren.

Lo otro que no sabemos hacer es captar en grupo. Cuando entramos en contacto con un grupo también nos vamos a los extremos: o queremos ganarlos de a uno, individualmente, o nunca le planteamos al grupo en su conjunto que entre el partido, o cometemos los dos errores al mismo tiempo.

Si queremos captar individualmente de un grupo, por ejemplo de 5 o 6 obreros que se reúnen con nosotros a la salida de una fábrica y nos compran el periódico porque ven que los apoyamos contra la patronal y la burocracia, destruimos el grupo. Ganamos a uno pero el grupo se divide. Tarde o temprano, los demás se enteran de que uno de ellos se reúne por separado con el partido. No entienden por qué. Empieza la desconfianza. “¿Porqué no nos invitan a todos? ¿Por qué se reúnen a nuestras espaldas? ¿No nos querrán utilizar sin que nos demos cuenta?” Con ese clima ya no podemos captar a nadie.

Pero muy frecuentemente nos vamos al otro extremo: por temor a perder, no nos tiramos a captar a todo el grupo. Pensamos: “Si lo planteo. ahora, de los 5 o 6 compañeros sólo van a aceptar dos o tres. Mejor espero un tiempo más, hasta que todos estén maduros”. Muchas veces perdemos a todos.

Nosotros aprendimos de los compañeros norteamericanos del Socialist Workers Party que nunca se gana sin perder. (¡Miren la importancia que tiene una Internacional!: entre otras cosas se aprende mucho.) Hay una oportunidad para captar, como para cualquier otra cosa. Toda persona y todo grupo humano tiene un proceso: si viene hacia nosotros y no los agarramos a tiempo, se van o, excepcionalmente, quedan girando en el vacío. Pero dentro del grupo, no todos tienen la misma dinámica ni maduran al mismo tiempo para ser captados. Tenemos que tener el coraje, la serenidad de saber que, cuando le planteamos al grupo que los queremos captar, algo vamos a perder.

Si tenemos un grupo de cinco compañeros, elegimos el momento de plantearles la entrada al partido y nos decimos: “Hay cinco. Planteo que entren al partido. Sí pierdo sólo uno, es excelente. Si pierdo dos, es bueno. Si pierdo tres ya es malo, pero peor es nada; ganar sólo dos no es un desastre. Terminó el problema: voy a definir la situación”. Después, con tranquilidad, tenemos que hacer un balance para aprender. Queríamos ganar cuatro y sólo ganamos dos. ¿Por qué? ¿Nos apuramos? ¿Dejamos pasar el mejor momento y lo planteamos demasiado tarde? ¿Teníamos mal caracterizados a los compañeros? ¿No hicimos bien el trabajo político? ¿Eran sólo relaciones sindicales o de amistad? Etcétera. Así aprendemos y la próxima vez nos va a ir mejor.

TERCER CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA
TESIS SOBRE LA ESTRUCTURA, LOS METODOS Y LA ACCION DE LOS PARTIDOS COMUNISTAS

(Selección)

Estas tesis fueron aprobadas en junio de 1921 por el Tercer Congreso de la Internacional Comunista —III Internacional—. Corresponden, pues, a una época en que, bajo el impacto del triunfo de la revolución bolchevique de 1917 los viejos partidos socialistas reformistas (que eran de masas) se dividen dando a luz los nuevos partidos comunistas revolucionarios. Si bien no se puede discrepar, a más de 60 años de distancia, con una o varias de estas tesis, ellas son un texto, “clásico” que todo socialista científico debe conocer a la hora de elaborar una respuesta político-organizativa a las nuevas necesidades y posibilidades que nos plantea la situación revolucionaria de nuestro país. Tal es nuestro objetivo al publicar esta selección.

Generalidades

1.         La organización del partido debe adaptarse a las condiciones y a los objetivos de su actividad. El Partido Comunista debe ser la vanguardia, el ejército dirigente del proletariado durante todas las fases en su lucha de clases revolucionaria y durante el período de transición ulterior, hacia la realización del socialismo, primer grado de la sociedad comunista.

2.         No puede haber allí una forma de organización inamovible y absolutamente conveniente para los partidos comunistas. Las condiciones de la lucha proletaria se transforman sin cesar, y conforme a esas transformaciones, las organizaciones de vanguardia del proletariado también deben buscar constantemente nuevas formas convenientes. Las particularidades históricas de cada país, determinan también formas especiales de organización para los diferentes partidos. (…)

(…) Pero estas diferenciaciones tienen un cierto límite. La similitud de las condiciones de la lucha proletaria en los diferentes países y las diferentes fases de la revolución proletaria constituye, pese a todas las particularidades existentes, un hecho de importancia esencial para el movimiento, comunista. En esta similitud está la base común de la organización de los partidos comunistas de todos los países (…)

3.         La mayor parte de los partidos comunistas, así como la Internacional Comunista, como conjunto de proletariado revolucionario del mundo entero, tienen en común en las condiciones de su lucha, que deben luchar contra la burguesía todavía reinante.

La victoria sobre ésta, la conquista del poder arrancado a la burguesía, constituye para estos partidos y para esta Internacional el objetivo fundamental.

Entonces, lo esencial para todo el trabajo de organización de los partidos comunistas dentro de los países capitalistas, es edificar una organización que haga posible la victoria de la revolución proletaria sobre las clases dominantes y que la afirme.

5.         (…) una buena dirección supone de la manera más absoluta, la más estrecha unión con las masas proletarias. Sin esta unión, el Comité director no guiará jamás a las masas, sólo podría, en el mejor de los casos, seguirlas.

Estas relaciones orgánicas deben obtenerse dentro de las organizaciones del Partido Comunista por medio de la centralización democrática.

Centralismo democrático

6.         La centralización democrática en la organización del Partido Comunista, debe ser una verdadera síntesis, una fusión de la centralización y de la democracia proletaria. Esa fusión no puede obtenerse más que por una actividad permanente y común del conjunto del Partido.

La centralización dentro del Partido Comunista no debe ser formal y mecánica; debe ser una centralización de la actividad comunista, es decir la formación de una dirección poderosa, lista para el ataque y al mismo tiempo susceptible de adaptación (…)

(…) Una centralización formal o mecánica no sería más que la centralización del “poder” entre las manos de una burocracia con miras a dominar a los otros militantes del partido o a las masas del proletariado revolucionario ajenas al partido (…)

Las tareas

8.         El Partido Comunista debe ser una escuela de trabajo del marxismo revolucionario. Las organizaciones del Partido estrechan sus lazos entre las diferentes agrupaciones y miembros a través del trabajo cotidiano común. (…)

(…) Aún hoy, en los Partidos Comunistas legales, falta la participación regular de la mayoría de los militantes en el trabajo político cotidiano siendo ése su mayor defecto y causa de la incertidumbre perpetua de su desarrollo.

9.         El peligro que amenaza siempre a un Partido obrero que hace sus primeros pasos hacia la transformación comunista, es contentarse con la aceptación de un programa comunista, de reemplazar en su propaganda la doctrina anterior por la del comunismo y sustituir solamente a los funcionarios hostiles a esta doctrina. Pero la adopción de un programa comunista no es más que una manifestación de la voluntad de convertirse al comunismo. Si no se acompaña con acciones comunistas y si dentro de la organización del trabajo político, se mantiene la pasividad del conjunto de los militantes, el Partido no cumple ni en lo más mínimo lo que prometió al proletariado al aceptar el programa comunista. Porque la primera condición para una concreción verdadera de ese programa, es impulsar a todos los militantes al trabajo cotidiano permanente.

El arte de la organización comunista, consiste en utilizar a todos y todo , en la lucha proletaria de clases, a repartir racionalmente entre todos si los militantes del Partido, el trabajo político y atraer por su intermedio grandes masas del proletariado al movimiento revolucionario, mantener firmemente en sus manos la dirección del conjunto del movimiento, no por la fuerza del poder sino por la fuerza de la autoridad, es decir de la energía, la experiencia, capacidad y tolerancia.

10.       Entonces, todo Partido Comunista debe esforzarse por tener sólo militantes realmente activos, exigir a cada uno que ponga a disposición de su partido su fuerza y su tiempo en la medida que pueda disponer de él en circunstancias dadas y consagrar siempre al Partido lo mejor de sí. En general, para ser miembro del Partido Comunista es necesario aparte de la convicción comunista, lo que es obvio, cumplir también las formalidades de la inscripción primero eventualmente como aspirante, luego como militante. Es necesario pagar regularmente las cotizaciones establecidas, la suscripción al diario del Partido, etc. Pero lo más importante es la participación de cada militante en el trabajo político cotidiano.

11.       En general, todo militante del Partido debe ser incorporado en un pequeño grupo de trabajo con miras al trabajo político cotidiano; en un comité, una comisión, una oficina, un colegio, una fracción o un núcleo. Sólo de esta manera el trabajo político puede estar repartido, dirigido y realizado regularmente. (…)

(…) No es necesario decir que desde ya se debe tomar parte en las reuniones generales de militantes de las organizaciones locales. No está bien en estas condiciones legales, tratar de reemplazar estas reuniones por representaciones locales; es necesario por el contrario que todos los militantes estén obligados a asistir regularmente a estas reuniones. Pero esto no es en absoluto suficiente. Sólo la preparación de estas reuniones supone un trabajo hecho dentro de pequeños grupos o por los camaradas encargados especialmente, lo mismo que la utilización eficaz de las reuniones generales de obreros, manifestaciones.y acciones de masas del proletariado. Las múltiples tareas de esta actividad no pueden estar planeadas y realizadas con intensidad más que por pequeños grupos. Sin este trabajo constante, aunque mediocre, del conjunto de los militantes repartidos dentro del gran número de pequeños grupos obreros, los esfuerzos más intensos de la lucha de clases dentro del proletariado, para influir en esas luchas, resultan vanos y no pueden aglutinar a todas las fuerzas vivas revolucionarias en un Partido Comunista unido y capaz de actuar.

12.       Es necesario fundar núcleos comunistas para el trabajo cotidiano en los diferentes dominios de la actividad política del Partido, para la agitación a domicilio, para cursos del Partido, para el servicio de Prensa, para la distribución de la literatura, para el servicio de noticias, para el de las vinculaciones, etc.

Los núcleos comunistas son grupos para el trabajo comunista cotidiano dentro de las empresas y talleres, en los sindicatos, en las asociaciones proletarias, en las unidades militares, es decir en todos lados donde hay por lo menos algunos militantes o algunos aspirantes del Partido Comunista…

13.       Es una tarea particularmente difícil para un partido comunista de masas, establecer las obligaciones de trabajo dentro del Partido y la organización de esos pequeños grupos de trabajo. Y verdaderamente no se podrá cumplir esta tarea en una noche, porque ella exige una perseverancia infatigable, una reflexión madura y mucha energía.

Lo que es particularmente importante es que esta organización se cumpla desde el principio, con el cuidado más grande y después de una reflexión madura. Sería demasiado fácil repartir dentro de cada organización todos los militantes en pequeños núcleos, siguiendo un esquema formal e invitar a esos grupos a actuar en la vida cotidiana del Partido. Un comienzo así, será peor que la inacción. Provocaría rápidamente la desconfianza y el alejamiento de los militantes del Partido hacia esta importante transformación.

Es necesario recomendar que los dirigentes del Partido primero elaboren, luego de una consulta profunda con organizadores asiduos, las líneas directivas de esta transformación. Los organizadores deben ser, al mismo tiempo, comunistas absolutamente convencidos, y estar exactamente informados sobre el estado del movimiento en los diferentes centros principales del país. Luego de esto, los organizadores o los comités de organización, que recibieron las instrucciones necesarias, deben ponerse a preparar regularmente el trabajo sobre el mismo terreno, deben elegir y designar los jefes de grupos y tomar las primeras medidas inmediatas con miras a esta transformación. Luego se debe dar tareas completamente definidas y concretas a las organizaciones, los grupos de obreros, los agrupamientos y los diferentes militantes, y debe hacerse de manera que resulten útiles, deseables y prácticas. Si es necesario, se puede mostrar por medio de ejemplos prácticos cómo ejecutar las tareas. Y mientras se hace esto, se debe hacer comprender fundamentalmente contra cuáles errores en especial deben prevenirse.

14. (…) En todo caso no se debe destruir ciegamente el andamiaje de la antigua organización, antes de que la nueva esté establecida.

La tarea fundamental del trabajo de organización comunista debe desarrollarse en todas partes lo más enérgicamente posible. Esto exige grandes esfuerzos, no solamente de parte de las organizaciones ilegales. Hasta el momento en que haya verdaderamente una gran red de núcleos, fracciones y grupos obreros en todos los puntos vitales de la lucha de clases proletaria, hasta que cada militante del Partido consciente de sus objetivos y en tren de cumplirlos, tome parte en el trabajo cotidiano revolucionario y que cada acto de participación se transforme para los militantes en un hábito, hasta ese momento, el Partido no debe permitirse ningún reposo en sus esfuerzos hacia el cumplimiento de esa tarea.

15.       Esta tarea fundamental de organización obliga a los órganos dirigentes del Partido a guiar continuamente y a influenciar sistemáticamente el trabajo del Partido, de una manera total y sin intermediarios. De aquí resulta, para los camaradas que están a la cabeza de las organizaciones del Partido, la obligación de emprender los trabajos más duros y diversos. El órgano central dirigente del Partido Comunista no solamente debe velar porque todos los camaradas estén ocupados, sino ayudamos, dirigir sus trabajos según un plan ordenado con conocimiento práctico de la causa, orientándolos por el camino exacto, a través de todas las condiciones y circunstancias especiales. En su  propia actividad, la dirección también debe tratar de encontrar los errores cometidos, basándose en la experiencia adquirida, buscando siempre mejorar sus métodos de trabajo y no perdiendo jamás de vista el objetivo de la lucha.

17.       La rendición de cuentas es un deber indispensable para las organizaciones comunistas. De la misma manera se impone a todas las organizaciones y a todos los órganos del Partido que a cada militante individualmente. La rendición de cuentas debe cumplirse regularmente por períodos. Se deben efectuar informes sobre el cumplimiento de las misiones especiales encomendadas por el Partido, en forma tan sistemática como para que se arraigue como una de sus mejores tradiciones en el movimiento comunista.

Propaganda y agitación

20.       Nuestra tarea más importante antes del levantamiento revolucionario declarado, es la propaganda de la agitación revolucionaria. Todavía, en la mayor parte de los casos, esta actividad y su organización se lleva a cabo según la antigua manera formalista, o sea, por medio de manifestaciones ocasionales, aglomeraciones de masas y sin prestar atención por el contenido revolucionario concreto de escritos y discursos.

La propaganda y la agitación comunista deben inspirarse en las raíces más profundas del proletariado. Debe buscar su origen en la vida concreta de los obreros, en sus intereses comunes y particularmente en sus luchas y esfuerzos.

Es su contenido revolucionario lo que dio más fuerza a la propaganda comunista. Según este punto de vista, es necesario prestar la mayor atención posible a las consignas y actitudes a tomar con respecto a cuestiones concretas en situaciones diversas. Para que el Partido pueda tomar siempre una posición justa, es necesario dar un curso de instrucción prolongado y completo, no solamente a los propagandistas y agitadores de profesión, sino también a todos los otros militantes.

21.       Las principales formas de propaganda y agitación comunista son: conversaciones personales, participación en los combates de movimientos obreros sindicales y políticos, acción por la Prensa y Literatura del Partido. De una u otra manera, cada militante de un Partido legal o ilegal debe tomar parte regularmente en esta actividad.

Se debe conducir la propaganda personal verbal en primer lugar, a modo de agitación a domicilio, organizada sistemáticamente y confiada a grupos dedicados especialmente a ese objetivo. Ni una sola casa, situada en la esfera de influencia de la organización. En las ciudades más importantes, una agitación callejera por medio de afiches y de escritos, a menudo puede dar buenos resultados.

Además, en las fábricas y talleres se debe organizar una agitación personal regular acompañada de distribución de literatura, conducida por las agrupaciones o fracciones del Partido (…)

22.       Cuando la propaganda comunista se hace en países capitalistas donde la mayoría del proletariado todavía no tiene ninguna inclinación revolucionaria consciente, es necesario buscar métodos de acción cada vez más perfectos para acercarse a la comprensión del obrero que todavía no es revolucionario pero que comienza a serlo para abrirle las puertas al movimiento revolucionario.

La propaganda comunista debe utilizar sus principios en las diferentes situaciones para apoyar al obrero en su lucha interior contra las traiciones y las tendencias burguesas; esta lucha constituye un elemento de progreso revolucionario.

Al mismo tiempo, la propaganda comunista no debe limitarse a las necesidades o esperanzas de las masas proletarias, actualmente restringidas e indecisas. Los gérmenes revolucionarios de esas necesidades y esperanzas no son más que el punto de partida que precisamos para influenciarlos. Y así, combinando una propaganda que parta de sus necesidades y esperanzas podemos explicar al proletariado el comunismo de una manera más comprensible.

23.       Es necesario llevar la agitación comunista a las masas proletarias para que los proletarios militantes reconozcan en nuestra Organización Comunista a la que debe dirigir, leal y valientemente, con precisión y energía su propio movimiento hacia un objetivo común.

Con este fin los comunistas deben tomar parte en todos los combates espontáneos y en todos los movimientos de la clase obrera y salvaguardar los intereses de los obreros en todos sus conflictos con los capitalistas respecto a la jornada de trabajo, etc. Con este fin, todo su esfuerzo debe estar dirigido a los problemas concretos de la vida de los obreros, ayudarlos a desenvolverse, atraer su atención sobre los casos de abusos más importantes, ayudarlos a formular prácticamente sus reivindicaciones a los capitalistas, y al mismo tiempo, desarrollar espíritu de solidaridad y conciencia de comunidad entre ellos y con los obreros de todos los países, para que se transforme en una clase unida que constituya una parte del ejército mundial del proletariado.

Ese trabajo cotidiano es absolutamente necesario, y sólo militando regularmente, aportando todo el espíritu de sacrificio en todos los combates del proletariado, es que el “Partido Comunista” puede convertirse en un verdadero partido comunista. Por este trabajo es que los comunistas se diferenciarán de esos partidos socialistas que sólo se ocupan de la propaganda y afiliación y cuya actividad sólo consiste en reuniones de miembros, discursos sobre reformas y utilización de inútiles parlamentarios. La participación consciente y vocacional de toda la masa de militantes de un partido en lucha cotidiana entre explotados y explotadores, es la premisa indispensable no solamente para la conquista sino para la realización de la dictadura del proletariado. Solamente situándose a la cabeza de las masas obreras en sus luchas constantes contra los ataques del capital, el Partido Comunista podrá transformarse en vanguardia de la clase obrera, aprender a dirigir sistemáticamente de hecho, al proletariado y adquirir los medios para preparar conscientemente la expulsión de la burguesía.

24.       Todos los comunistas deben movilizarse para tomar parte en el movimiento de los obreros, sobre todo en las huelgas y lock-out y otros despidos en masa.

Los comunistas cometen una falta muy grave si adoptan una actitud pasiva, negligente o hasta hostil hacia las luchas de los obreros por reivindicaciones cotidianas aunque sean poco importantes, como ser sus condiciones de trabajo. Estas mismas reivindicaciones por pequeñas que sean, impulsan al obrero a enfrentarse a los capitalistas actualmente, y es por esto que los comunistas no deben esperar la batalla decisiva final.

Nuestra actividad de agitación no significa instigación de huelgas estúpidas y de otras acciones insensatas, pero nuestra labor debe tener como meta, merecer el nombre de los mejores camaradas del combate ante los obreros militantes.

26.       No se puede esperar nada de una conversación con los jefes de sindicatos como tampoco con los diferentes partidos obreros socialdemócratas y pequeño-burgueses. Se debe organizar con toda energía la lucha contra ellos. Pero el único medio seguro y victorioso de combatirlos consiste en quitarles sus adeptos y mostrar a los obreros el papel de esclavos que sus jefes social-traidores prestan al capitalismo. Poniendo a esos jefes en una situación que los desenmascare y después atacarlos.

No basta echar en cara simplemente a los jefes de Amsterdam la injuria de “amarillo”. Se debe mostrar su carácter “amarillo” en detalle y con ejemplos prácticos. Sus actividades en las uniones de obreros, pero sobre todo la manera indecisa y vacilante de conducirse cuando se trata de preparar y llevar a buen término las mínimas reivindicaciones salariales y los combates obreros, —es esto lo que da ocasión de exponer la conducta desleal y traidora de los jefes de Amsterdam y de marcarlos con el nombre de “amarillos”. Esto se puede hacer con proposiciones, mociones y simples discursos.

Las agrupaciones y fracciones del Partido los atacarán sistemáticamente. Los comunistas no deben dejar de actuar ante explicaciones de la burocracia sindical inferior que trata de defenderse de su debilidad haciendo caer la crítica sobre los estatutos, decisiones de conferencias y órdenes recibidos de sus comités centrales. Los comunistas deben reclamar constantemente de esta burocracia inferior, respuestas claras, y exigir que explique lo que hizo para solucionar los obstáculos que menciona y si está de acuerdo en combatir junto a los obreros para destruirlos.

28.       Cada vez más los comunistas deben aprender a atraer definitivamente a la esfera de influencia del Partido a los obreros no organizados y sin conciencia de clase. Nuestras agrupaciones y fracciones deben hacer todo lo posible para hacerlos entrar en los sindicatos y estimularlos para que lean nuestro diario. Además, pueden utilizarse otras organizaciones obreras en calidad de intermediarios para propagar nuestra influencia (como por ejemplo las sociedades de instrucción y los círculos de estudios, las asociaciones deportivas. teatrales, círculos de consumidores, de víctimas de guerra, etc.) (…)

(…) Las organizaciones comunistas de la Juventud y de Mujeres pueden despertar en muchos proletarios, que aún permanecen indiferentes a las cuestiones políticas, el interés por una vida organizada en común gracias a los cursos, veladas de conferencias, excursiones, fiestas, pic-nics de domingo, etc. y luego incorporarlos definitivamente a la militancia diaria de nuestro Partido, (por ejemplo la distribución de volantes, manifiestos y otros, reparto de diarios del Partido, folletos, etc.).

Y así participando activamente en los trabajos comunes, será más fácil para esos obreros liberarse de sus tendencias pequeñoburguesas.

29.       Para conquistar las clases semiproletarias de la masa obrera y convertirlas en simpatizantes del proletariado revolucionario, los comunistas deben utilizar la contradicción de sus intereses socialmente opuestos con los grandes dueños de la tierra, con los capitalistas y con todo el Estado capitalista. Los comunistas deben valerse de conversaciones continuas y frecuentes para vencer la desconfianza que sienten esas capas intermedias hacia la revolución proletaria. Para lograr este fin, a veces será necesario hacer una propaganda prolongada…

Es necesario caracterizar a los enemigos más cercanos como los representantes del crimen capitalista. Son los explotados los que reconocen en ellos a sus opresores. Los propagandistas y agitadores comunistas deben utilizar al máximo y de manera que sea comprensible para todos, los elementos y hechos cotidianos que ponen a la burocracia del Estado en conflicto directo con el ideal de la democracia pequeño-burguesa y del “Estado del Derecho” (…)

La organización de las luchas

31.       Para un Partido Comunista no hay un momento en que la organización del partido permanezca políticamente inactiva. La utilización orgánica de toda situación política y económica y de toda modificación de la misma debe ser elevada al grado de una estrategia y de una táctica organizadas.

Aunque el partido todavía sea débil, sin embargo está en condiciones de aprovechar acontecimientos políticos o grandes huelgas que sacuden toda la vida económica, para llevar una acción de propaganda radical sistemática y metódicamente organizada. Una vez que un Partido ha tomado su decisión en una situación de esta clase, debe poner en movimiento para esta campaña, y con energía, a todos sus militantes y a todas las ramas de su movimiento.

En primer lugar, será necesario utilizar todos los lazos que el Partido ha creado, por el trabajo de sus activistas y de sus grupos de propaganda para organizar reuniones en los principales centros políticos o huelguistas, en las que los oradores del Partido deberán mostrar a los asistentes que los principios comunistas son el medio para salir de las dificultades de la lucha. (…)

Si existe la esperanza de ganar la mayoría, o por lo menos una gran parte de la reunión hacia nuestros principios, éstos deberán formularse mediante proposiciones y resoluciones bien redactadas y hábilmente motivadas. (…)

Según las situaciones, las consignas deberán llevarse a conocimiento de las masas obreras interesadas, por medio de afiches y pequeños volantes, o aún por medio de folletos detallados remitidos directamente a los combatientes y en los que el comunismo sea identificado por medio de símbolos de actualidad, adaptados a la situación… En lo posible los folletos detallados deberán repartirse en lugares cerrados, en los talleres, en las viviendas y en general, en todas partes en que se pueda esperar una atención sostenida. (…)

Los diarios del Partido constantemente deben poner a disposición de este movimiento la mayor parte de sus columnas y sus mejores argumentos. El conjunto del aparato del Partido deberá estar, enteramente y sin descanso, al servicio de la idea general que lo anima, durante todo el tiempo que dure el movimiento.

33.       Los Partidos Comunistas que gozan ya de una cierta solidez interior, que disponen de un grupo de dirigentes probados y de un número de militantes considerable en las masas, deben tratar por todos los medios de destruir por medio de grandes campañas, la influencia de los jefes socialistas traidores, y para llevar bajo la dirección comunista a la mayoría de los obreros.

Las campañas deben organizarse de distinta manera, si las luchas actuales permiten al Partido Comunista servir de guía al proletariado y ponerse a la cabeza del movimiento, o si reina un estancamiento momentáneo. La composición del Partido será también un elemento determinante para los métodos de organización de las acciones.

Es así que para ganar las capas socialmente decisivas del proletariado, aún cuando no era posible en las diferentes circunscripciones, el Partido Comunista Unificado de Alemania, como joven Partido de masas, se sirvió del medio llamado “carta abierta” . En cierto momento en que la miseria y los antagonismos de clase se agravaban, y a fin de desenmascarar a los jefes socialistas traidores, el Partido Comunista se dirigió a las otras organizaciones del proletariado para exigirles una respuesta concreta delante del mismo, para saber si esas organizaciones, aparentemente tan poderosas, estarían dispuestas a emprender la lucha común con el Partido Comunista, para las reivindicaciones mínimas, por un miserable trozo de pan y contra la miseria evidente del proletariado. (…)

34.       Si el Partido Comunista está obligado a tomar en sus manos la dirección de las masas, en un momento en que los antagonismos políticos y económicos están sobreexitados y provocan nuevos movimientos y nuevas luchas, puede renunciar a establecer reivindicaciones particulares y dirigir llamados simples y concisos directamente a los miembros de los partidos socialistas y de los sindicatos, invitándolos a no evitar las luchas necesarias contra los empresarios, aún a pesar de los consejos de sus jefes burócratas, sobre todo cuando hay una gran miseria y opresión creciente, para terminar en una derrota y ruina completa. (…)

Día tras día debemos demostrar que el proletariado no puede subsistir sin estas luchas y que, a pesar de esta situación, las viejas organizaciones tratan de evitarlas e impedirlas… Las fracciones sindicales y profesionales deben apelar incesantemente, en las reuniones, al espíritu combativo de sus camaradas comunistas, haciéndoles comprender claramente que no se puede dudar. Pero lo esencial en una campaña de ese tipo es la concentración y la unificación orgánica de las luchas y de los movimientos provocados por la situación. (…)

La tarea principal de la organización consiste en hacer resaltar en todas partes, lo que hay en común, entre todas estas luchas diferentes para llegar en caso de necesidad, a una lucha general política…

Si el movimiento se generaliza y entran en acción las organizaciones patronales y las autoridades públicas, y toma un carácter político, entonces es imprescindible comenzar enseguida la propaganda y la preparación administrativa en vista de la elección muy posible y necesaria de soviets obreros; en el curso de este trabajo todos los órganos del Partido deben destacar la idea que no es más que por organismos semejantes de la clase obrera, salidos directamente de sus luchas, que puede obtenerse la verdadera liberación de la clase obrera; con el consiguiente desprecio por la burocracia sindical y sus ayudantes del Partido socialista.

35.       Los Partidos Comunistas que ya están suficientemente fuertes, y en particular, los grandes partidos de masas, siempre deben estar listos de antemano para grandes acciones políticas. (…)

Sin el más íntimo contacto, entre el Partido y las masas que trabajan en las grandes ni medianas empresas, el Partido Comunista no podría realizar grandes acciones y movimientos verdaderamente revolucionarios.

El periódico

36.       (…) Todo Partido Comunista debe tener, ante todo, un órgano central, en lo posible cotidiano. (…)

37.       (…) una actitud inflexible en todas las cuestiones sociales proletarias dará a los diarios de nuestros Partidos de masas, una fuerza y una consideración absolutas. Nuestro diario no debe servir para satisfacer el gusto sensacionalista y la diversión de un público variado. No debe hacer concesiones a la crítica de los literatos pequeño-burgueses ni a virtuosos del periodismo para crearse una clientela de salón. (…)

38.       Un diario comunista debe defender, ante todo, los intereses de los obreros oprimidos combatientes. Debe ser nuestro mejor propagandista y agitador, el dirigente propagandista de la revolución proletaria.

La tarea de nuestro diario es reunir las experiencias adquiridas en el curso de la actividad de todos los militantes del partido y servir de guía política para la revolución y mejora de los métodos de acción comunista. (…)

39.       No es suficiente ser un agitador y buen corresponsal para su diario, también es necesario ser un colaborador útil; informar rápidamente todo lo que merece señalarse desde el punto de vista social y económico, en la fracción sindical y en el equipo; desde el accidente de trabajo, hasta la reunión profesional, desde los malos tratos a los jóvenes aprendices, hasta la relación comercial de la empresa. Las fracciones sindicales deben informar sobre todas las reuniones, y sobre las decisiones y medidas más importantes tomadas por esas reuniones, por los secretariados de los sindicatos, lo mismo que sobre la actividad de nuestros adversarios. (…)

La comisión de redacción debe tratar, con esmero y dedicación las informaciones sobre la vida de los obreros y organizaciones obreras y utilizarlas como breves comunicaciones, que den a nuestro diario el carácter de una verdadera comunidad de trabajo viviente y poderosa, o para hacer comprensibles las enseñanzas del comunismo, a la luz de los ejemplos prácticos, de la vida cotidiana de los obreros.

Así la idea del comunismo es la vía más rápida que prenderá entre las grandes masas obreras como algo vivo e íntimo. (…)

40.       El elemento esencial de la actividad de la prensa de combate comunista, es la participación directa en las campañas realizadas por el Partido. Si en un cierto momento la actividad del Partido está dirigida a una campaña determinada, el diario del Partido debe poner al servicio de esta campaña, todas sus columnas, todos sus títulos y no sólo los artículos de fondo político. La redacción debe encontrar en todos los terrenos el material para llevar adelante esta campaña y para darle contenido a todo el diario en la forma más conveniente.

La estructura del partido

43.       Para el desarrollo y la consolidación del Partido, no deberán establecerse divisiones desde un ángulo formal, geográfico, sino que sobre todo se tendrá en cuenta la estructura económica y política real de las regiones en cuestión y de los medios técnicos de comunicación. La base de este trabajo debe estar sobre todo, en las capitales y en los centros proletarios de la gran industria.

En el momento de la organización de un nuevo Partido, a menudo se constata y desde el principio, los esfuerzos tendientes a extender la red de las organizaciones del Partido sobre todo el país. A pesar de las fuerzas muy limitadas a disposición de los organizadores, frecuentemente se dedican a dispersarlas a los cuatro vientos. De este modo disminuyen la fuerza de atracción y el crecimiento del Partido.(…)

45.       (…) En las organizaciones locales del Partido, los militantes deben repartirse de acuerdo al trabajo cotidiano del Partido en los diferentes grupos de trabajo. En las organizaciones más grandes, puede ser útil reunir los grupos de trabajo en diferentes grupos colectivos. En regla general, es necesario incluir en un mismo grupo colectivo a todos los militantes que tienen contacto entre sí muy a menudo en su lugar de trabajo, o en su existencia cotidiana. La tarea del grupo colectivo, es distribuir el trabajo general del Partido entre los diferentes grupos de trabajo, recibir los informes de los delegados, atraer aspirantes para el Partido en su medio, etc.

46.       El Partido en su conjunto, está bajo la dirección de la Internacional Comunista. (…)

47.       El Comité Central del Partido (consejo central o comisión) es responsable ante el Congreso del Partido y ante la dirección de la Internacional Comunista. El Comité central ordinario, lo mismo que el Comité ampliado y el consejo o la comisión por regla general, son elegidos por el Congreso del Partido. (…)

(…) no deben descartarse, en las elecciones de la dirección central, las opiniones tácticas divergentes de carácter serio. Por el contrario, es necesario obrar de manera tal que estas opiniones divergentes sean presentadas al Comité ejecutivo por sus mejores defensores. Sin embargo, la dirección ordinaria debe ser, coherente en sus concepciones y aunque sea firme y segura, no debe basarse solamente sobre su autoridad propia, sino también, sobre una mayoría sólida, evidente y numerosa en el conjunto del Comité Ejecutivo.

Gracias a una constitución tan amplia de su dirección central, el gran Partido legal pronto habrá asentado su Comité Central sobre la mejor de las bases: una disciplina firme y la confianza absoluta de los miembros; de esta manera, podrá combatir y curar las enfermedades y debilidades que pueden aparecer entre los dirigentes e igualmente, podrá evitar la acumulación de esa clase de infecciones en el Partido. (…)

48.       Cada Comité del Partido debe establecer en su interior una eficaz división del trabajo, para desarrollar el trabajo político en las diferentes áreas. En esta relación, puede aparecer necesario instituir, para ciertas áreas, direcciones especiales (por ejemplo, para la propaganda, para el servicio del diario, para la lucha sindical, para agitación de las campañas, para la agitación entre las mujeres, para las comunicaciones para la asistencia revolucionaria, etc.). Las diferentes direcciones especiales están sometidas a la dirección central, o al Comité regional del Partido.

50.       Las directivas y decisiones de los órganos dirigentes del Partido, son obligatorias para las organizaciones subordinadas y para los diferentes militantes.

La responsabilidad de los órganos dirigentes y su deber de protegerse contra los retrasos y los abusos por parte de las organizaciones dirigentes no pueden determinarse más que formalmente y sólo en parte. Cuanto más pequeña sea su responsabilidad formal, por ejemplo, en los Partidos ilegales, más debe tratar de conocer la opinión del resto de los miembros del Partido, procurar informaciones sólidas y regulares y no tomar decisiones propias sino sólo después de una reflexión seria y madura.

51.       Los miembros del Partido siempre deben actuar, en su acción pública, como miembros disciplinados de una organización combatiente. Cuando se producen divergencias de opinión sobre la manera más correcta de actuar, debe decidirse sobre estas divergencias siempre que sea posible, antes de la acción, dentro de las organizaciones del Partido y no actuar hasta tanto no se llegue a una decisión. Siempre que sea posible se debe llamar a todas las organizaciones y militantes del Partido para discutir y decidir sobre las diferentes posiciones y acciones que se han de llevar a cabo.

(…) Pero, aún cuando la decisión de la organización o de la dirección del Partido fuese errónea para ciertos militantes éstos no deben olvidar nunca en su acción pública, que la peor infracción de disciplina y la falta más grave que puede cometerse durante la lucha, es romper la unidad de frente común o debilitarlo.

El deber supremo de todo militante del Partido es defender contra todos a la Internacional Comunista. El que olvide esto y que, por el contrario, ataque públicamente al Partido o a la Internacional Comunista debe ser tratado como un enemigo del Partido.

Actividad legal y bajo los regímenes represivos

53.       Pueden producirse variaciones funcionales en la vida corriente del Partido Comunista, según las diferentes fases de la revolución. Pero, en el fondo no hay diferencia esencial en la estructura que debe esforzarse por obtener un partido legal y uno ilegal.

El Partido debe estar organizado de manera tal que pueda adaptarse de inmediato a las modificaciones de la lucha. (…)

(…) Sería un grave error prepararse exclusivamente para los levantamientos y los combates en las calles o para los períodos de mayor opresión. Los comunistas deben cumplir su trabajo revolucionario preparatorio en todas las situaciones y estar siempre listos para la lucha, ya que a menudo es imposible prever el cambio de los períodos de flujo y reflujo y no podría aprovecharse esta previsión para reorganizar al Partido, puesto que habitualmente el cambio es demasiado rápido, y a menudo, llega completamente por sorpresa.

58.       (…) El organizador comunista debe ver de antemano a todo miembro del Partido y a todo militante revolucionario, en su rol histórico futuro de soldado de nuestra organización de combate, durante la época de la revolución.

De este modo, el organizador comunista puede colocarlo, dentro del núcleo del que él forma parte, en el trabajo que corresponda mejor a su puesto, y a su servicio futuro. De todas formas, su acción actual debe constituir un servicio útil en sí, y ser necesario a la lucha presente y no sólo un ejercicio que el obrero práctico no comprendería inmediatamente; sino por el contrario, esta actividad es en parte también un ejercicio en vista de las mayores exigencias esenciales de la lucha final del futuro.

 



Indice general

 

 

Hosted by www.Geocities.ws

1