Indice General

Revolución y Contrarrevolución en

Portugal

 

Nahuel Moreno

 

Secretariado Centroamericano —SECA—

Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo —CITO—

http ://www.geocities.com/obreros.geo/

mail : [email protected]

Edición electrónica Diciembre 2001

(Tomado de Cuadernos de Revista de América # 1, Julio – Agosto 1975, Buenos Aires)



Indice

REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN PORTUGAL

I.- La Revolución Portuguesa y la Rusa

1. Una comparación feliz

2. Un olvido peligroso: la pequeña burguesía y sus partidos

3. Las Etapas de las revoluciones rusa y portuguesa

4. La revolución portuguesa y la española de los años 30

II.- Una revolución colonial que se transforma en revolución socialista metropolitana

1. Los pronósticos de la III Internacional

2. Un imperio capitalista en decadencia

3. La revolución colonial conmueve al imperio

4. La crisis en el ejército: MFA y ‘putsch’

5. Un ‘putsch’ que se transforma en una revolución obrera

III. Las masas derrotan a la contrarrevolución spínolista

1.- El gobierno de “unidad nacional”

2.- Crisis del gobierno Spínola: el MFA coparticipa del poder y se impone la Asamblea Constituyente

3. Las masas liquidan al gobierno de Spínola

4.- El gobierno MFA‑PC‑PS frena a las masas

5. Comienza un nuevo ascenso del movimiento obrero y de masas

6. La contrarrevolución spinolista

IV El ‘putsch’ del 11 de marzo abre una etapa revolucionaria

1.- Cuatro nuevos hechos decisivos

2. El Programa de Transición define esta situación

3. Una situación revolucionaria

4. El rol orgánicamente contrarrevolucionario del MFA‑PC‑PS cierra toda posibilidad de que Portugal sea China o Cuba

V. EL GOBIERNO DEL MFA

1. Bonapartismo clásico: una definición poco feliz

2. Más confusiones: ¿bonapartismo “sui generis”

VI. Un gobierno kerenskista clásico

1. Los distintos tipos de gobiernos imperialistas

2. Democracia burguesa y fascismo

3. El bonapartismo imperialista

4. El kerenskismo

5. Kerenskismo y bonapartismo

6. Gobierno de “izquierda”, de colaboración de clases, de frente popular o kerenskista son lo mismo

7. Un gobierno kerenskista clásico

VII. El Movimiento de las Fuerzas Armadas

1. Kerenskismo institucionalizado

2. Carácter político y de clase

3. Dos interpretaciones peligrosas sobre el MFA y la crisis de las fuerzas armadas

VIII. Las crisis del régimen y el proyecto bonapartista del MFA

1. Un régimen en crisis permanente

2. Spinola versus el bloque MFA‑PC‑PS

3.- El ascenso revolucionario vuelca al MPA a una política e ideología contrarrevolucionarias

4. El MFA‑PC: nuevo frente contrarrevolucionario provocado por el ascenso

5. El Partido Comunista: agente del Kremlin y el MFA

6. El Partido Socialista y su alianza con el PPD y Costa Gomes

IX. El MFA‑PC contraataca al movimiento de masas y a la revolución colonial

1. Las debilidades del ascenso revolucionario facilitan las maniobras contrarrevolucionarias del MFA

2. El ataque al movimiento obrero y a los gérmenes del poder dual. La batalla de la producción

3. El ataque a las conquistas democráticas

X. Por una política leninista-trotskista consecuente

1. El reformismo del PS y la demagogia de las asambleas populares no deben ocultarnos que el MFA‑PC es el principal enemigo

2. Ni programa mínimo democrático, ni programa máximo de poder y democracia obrera exclusivamente. Por un programa de transición para que tomen el poder las comisiones obreras y los comités de soldados.

3. Los ejemplos de España y Francia

4. Por un programa de transición que lleve a la revolución de las comisiones obreras y los comités de soldados contra el gobierno del MFA‑PC‑PS

A. Un plan económico y de obras públicas de las comisiones y comités para superar el problema número uno: la crisis económica, la desocupación y el salario de hambre de los soldados.

B.- Abajo las reglamentaciones del gobierno sobre derecho de huelga y agremiación. Por la democratización de la Intersindical. Por sindicatos revolucionarios que la lucha de las comisiones obreras por el poder.

C. Por el control obrero de las empresas nacionalizadas. Fuera los burócratas del MFA de las empresas nacionalizadas u ocupadas. Fuera los gerentes del MFA de los bancos nacionalizados. Por el control de todos los bancos por un comité de las comisiones de las empresas nacionalizadas.

D. Adelante con las ocupaciones de fábricas, tierras y casas.

E. Fuera los burócratas ofíciales del MFA de las comisiones obreras. Independencia de las comisiones obreras respecto a los sindicatos stalinistas. Sin son útiles, vayamos a las asambleas populares para echar a los oficiales del MFA. No descansemos hasta ganar las direcciones de los organismos de base a la ultra izquierda, agente vociferante del MFA.

F. Aceleremos la crisis del ejército imperialista. Por la extensión de las asambleas y comités de soldados y suboficiales. Derrotemos las maniobras del MFA en el ejercito expulsando a los oficiales de dichas asambleas. Armemos al proletariado. Comencemos a formar un ejército de milicianos obreros y soldados que elija a sus oficiales.

G. Por una nueva Asamblea Constituyente Revolucionaria: Por la defensa de las libertades para todos los portugueses. Por la defensa de los derechos democráticos del Partido Socialista y los maoístas.

H. Por el retiro inmediato de Angola de las tropas y el armamento portugueses. Abajo las maniobras neocoloniales. Por la total autodeterminación nacional política y económica de las ex colonias portuguesas.

I. Por la ruptura con la NATO y el Pacto Ibérico. Por la Federación Ibérica de Repúblicas Socialistas de los Comités.

J. Por un Congreso Nacional de las Comisiones Obreras y Comités de Soldados que derrote al gobierno contrarrevolucionario del MFA y tome el poder. Por la Revolución Socialista.

4. ¡No al frente único con el PC y los otros partidos reformistas! ¡Sí al trabajo en la Intersindical y  fundamentalmente en los Comités de Obreros y Soldados!

5. El acuerdo con el Partido Socialista para defender las libertades democráticas

6. Sólo el trotskismo es y puede ser la vanguardia revolucionaria


REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN PORTUGAL

Todo el movimiento de izquierda coincide en que Portugal es, hoy en día, uno de los principales focos revolucionarios del mundo y, sin lugar a dudas, el eje de la revolución europea. Para muchos de nosotros es, sin vuelta de hoja, el punto más álgido de la lucha de clases a escala internacional.

Este primer acuerdo sobre la importancia actual de la revolución portuguesa deja de ser tal ni bien comenzamos a considerar los problemas que nos plantea. ¿Es una revolución obrera, o popular‑democrática? ¿Qué es el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA)? ¿Qué carácter tiene su gobierno? ¿Es inédito o ya conocido por el marxismo? ¿Qué hacer frente al pacto que el MFA ha obligado a firmar a los partidos obreros mayoritarios, el Socialista y el Comunista, por el que éstos le reconocen el derecho a gobernar el país por varios años? ¿Permitimos que la ya elegida Asamblea Constituyente vea así recortadas sus atribuciones soberanas? ¿Defendemos la legalidad de los grupos maoístas proscriptos por el gobierno? ¿Aceptamos que el diario “República” ‑empresa privada pero, al mismo tiempo, órgano oficioso del Partido Socialista‑ deje de editarse como tal por una maniobra conjunta del PC y el MFA ‑o un sector de él‑? ¿Cómo nos definimos frente a la lucha entre el PS y el PC? Y en Angola, la principal ex‑colonia portuguesa, ¿qué hacemos con las tropas allí estacionadas‘ ¿Deben quedarse para intervenir en la guerra civil que se ha desatado entre los tres frentes de liberación? ¿O deben retirarse y dejar que el FLNA ‑ligado al Zaire‑ pueda derrotar al MPLA ‑oportunista, ligado al PC y dispuesto a pactar con el gobierno y el imperialismo portugueses‑? Diversas las respuestas que han tenido éstas y otras preguntas de tanta o menor importancia.

El movimiento trotskista mundial no es una excepción. Dentro de sus filas se viene discutiendo extensamente y dando diferentes respuestas a estos interrogantes. Los artículos que publicamos en este número de Revista de América (de Gus Horowitz, Livio Maitan, Ernest Mandel, Andrés Romero y Fernando Sousa), así como el editorial de “Rouge” acerca del diario “República”, son aportes a esta polémica, viva pero responsable, que solamente los trotskistas son capaces de desarrollar desde el enfoque de los principios del marxismo revolucionarlo. No concordamos con ellos en su totalidad; por eso hemos creído conveniente escribir este extenso artículo, que no consideramos que constituye una respuesta definitiva, sino un aporte más a la polémica. La distancia, la falta de una documentación exhaustiva, hacen que estemos más abiertos que nunca a modificar nuestros puntos de vista si otros hechos u otras interpretaciones se muestran más acertadas.

Finalmente, una última aclaración. Este artículo fue escrito para el número de Revista de América que tenía que entrar en prensa el 23 de junio pasado. Por esa razón, no he polemizado con el interesante artículo de Mandel, que no había leído. La demora en la impresión del trabajo, nos permitió efectuar correcciones de forma y algunas de fondo, que no alteraron, sin embargo, la línea general del mismo.

Nahuel Moreno Buenos Aires, 10 de julio de 1975

 

I.- La Revolución Portuguesa y la Rusa

1. Una comparación feliz

Mientras los lógicos modernos dedican parrafadas a explicar la función de la analogía o comparación, Bacon, varios siglos atrás, se limitó a decir sencillamente: “las cosas nuevas en sí mismas serán comprendidas por analogía con las viejas”. Los revolucionarios, entre otros métodos, seguimos el consejo del viejo filósofo. Es así como “The Militant”, decano de los periódicos trotskistas, el 14 de junio de 1974, en un editorial que marca época, poco después del ‘putsch’ que derribó a Caetano, señalaba que el proceso portugués presenta un “paralelo con la revolución rusa”. Otro tanto nos dice Gus Horowitz en el artículo que publicamos en este número de Revista de América.

Según el editorial citado, son cinco las similitudes más importantes. La primera consiste en que “en Rusia hubo un similar levantamiento de masas”, cuya “primera consecuencia fue la caída del odiado régimen zarista y un intentó por parte de la burguesía de dar una alternativa al régimen para mantener el capitalismo”.

La segunda, es que “ hubo una similar traición a las masas por parte del partido mayoritario del movimiento obrero, los mencheviques, quienes apoyaron la alternativa burguesa al zarismo” . Ellos, al igual que los stalinistas portugueses de hoy día, entraron como ministros al gobierno de coalición nacional y, con el pretexto de que había que consolidar la presente etapa democrática de la revolución, decían a los obreros que postergaran sus demandas.

La tercera similitud radica en la urgente necesidad para las magas de terminar con la guerra, imperialista en Rusia, colonial en Portugal.

La cuarta, en el sentimiento en favor de la unidad y el gobierno obrero, contra los ministros burgueses y el ,gobierno de coalición.

La quinta, por último, es la tendencia de los “ obreros rusos... a organizar amplios consejos (la palabra rusa es ‘soviets’)” puesto que, “ ya los obreros portugueses han dado algunos pasos en esa dirección”.

Creemos un acierto la comparación de “The Militant”‑Horowitz, aunque con dos limitaciones: no profundizan las similitudes, ni señalan las diferencias.

En primer lugar, concordamos en que ambas revoluciones son producto de un “ levantamiento de masas ” y que en ambos casos la burguesía intentó un cambio de régimen para mantener el capitalismo. Pero lo sorprendente ‑permítasenos esta nota de humor‑ sería lo contrario: que hubiera una revolución que no fuera producto de un levantamiento de masas y donde la burguesía no intentara conservar el poder a través de un cambio de régimen. Estas son características comunes a cualquier proceso revolucionario. Pero “The Militant” no señala las importantes diferencias entre el “ levantamiento de masas ” portugués y el ruso. El motor de la revolución rusa de febrero de 1917 fue el movimiento obrero y su centro geográfico las ciudades, de donde irradió hacia la periferia;.fue, por su dinámica de clase, una revolución obrera que entregó el poder a la burguesía. La portuguesa, en cambio, fue consecuencia directa de la revolución colonial, pequeño burguesa y periférica, que repercutió en los centros y las masas urbanas metropolitanas e inmediatamente se transformó en obrera.

A la segunda analogía ‑la comparación entre la traición de los mencheviques rusos y la de los partidos obreros mayoritarios portugueses‑ no hay nada que objetar. Salvo un detalle cuyas consecuencias veremos más adelante: los redactores de “The Militant” no nombran ni incluyen en su analogía al otro partido de masas de la revolución rusa: los socialistas revolucionarios.

La tercera similitud es un acierto en toda la línea. La necesidad de terminar con la guerra fue de suma urgencia para las masas, tanto en Rusia embarcada en su guerra ínter imperialista, como en Portugal comprometido en su guerra colonial. Le faltaría agregar a “The Militant” que la consecuencia de ambas guerras fue una, aguda crisis de ambos ejércitos, de los soportes últimos del estado burgués‑, crisis que fue producto de sucesivas derrotas. Y, además, le faltó decir que no es lo mismo ser derrotado por otro ejército imperialista que por diez años de guerra colonial revolucionaria.

Sobre la cuarta comparación, relativa a los sentimientos de los obreros rusos y portugueses a favor de la unidad de clase y contra el gobierno de coalición, sólo queremos agregar que dichos sentimientos tienen en Portugal, en un sentido más facilidades y en otro menos que en Rusia para expresarse. Más, porque en Portugal los partidos Socialista y Comunista, al igual que el MFA, son relativamente improvisados y no largamente estructurados e insertados en la conciencia de los obreros y las masas, como lo fueron los mencheviques y los social‑revolucionarios rusos, partidos construidos durante décadas de actuación política. Menos, porque los obreros portugueses no tienen ante sí un partido revolucionario de larga data y reconocido como el Partido Bolchevique, que fortalezca y organice esos sentimientos.

Finalmente, la quinta analogía sobre los soviets ha estado lejos de cumplirse. Si bien es verdad que “The Militant” la plantea corno necesidad y subraya que sólo se han dado “algunos pasos en esta dirección”, desgraciadamente no se han visto confirmadas las esperanzas de todos nosotros. En lugar de soviets se desarrollaron otros métodos y formas más embrionarias y espontáneas de poder obrero y del movimiento de masas. las ocupaciones y las comisiones obreras, de inquilinos y soldados, o sea, comités de fábricas y de otros lugares, pero no soviets. Estos últimos agrupan a todos los obreros y explotados de una zona, vienen a ser coordinadoras de todas las masas explotadas, que practican la democracia directa. Los comités reflejan solamente a los obreros de una fábrica, los inquilinos de un edificio o los soldados de un regimiento, no a todos juntos. Las razones de esto son el sabotaje de los partidos Comunista y Socialista, así como la falta de experiencia del movimiento obrero. Pero entre los soviets rusos y las comisiones portuguesas hay otra diferencia: los soviets se dieron desde el principio centralizados en una organización nacional reconocida por todos. En cambio, las comisiones u ocupaciones portuguesas no están centralizadas ni organizadas a nivel nacional, se han ido formando de manera espontánea, anárquica y atomizada, aunque aparentemente mucho más generalizadas de lo que se cree.

A todas estas similitudes cabe agregar, por lo menos, una más: tanto Rusia como Portugal eran, en sus respectivos momentos, los eslabones más débiles y atrasados de la cadena imperialista mundial, aunque el carácter del atraso portugués sea diferente al ruso.

2. Un olvido peligroso: la pequeña burguesía y sus partidos

Como ya anticiparnos, existe un olvido e inexactitud que quizás no sea casual: en el editorial a que nos venimos refiriendo no se menciona al Partido Socialista Revolucionario, conocido también en la historia de la revolución rusa como ‘Social‑Revolucionario’ o ‘eserista’. Sin embargo, no es exacto que el partido mayoritario dentro de la clase obrera, y el único que practicó la colaboración de clases, haya sido el menchevique. El Social‑Revolucionario fue el gran partido de masas que colaboró con los gobiernos burgueses y de cuyas filas surgió Kerensky, nexo entre la burguesía y las organizaciones de masas. Era un partido típico de toda revolución: reflejaba a ‘las masas’ en general y a la pequeña burguesía en particular (incluyendo los sectores obreros más, atrasados, que venían del campo y conservaban la mentalidad rural). Fue la expresión de las grandes masas puestas en movimiento por la revolución, acaudilladas por la moderna clase media, sectores intelectuales y profesionales, tecnócratas y burócratas de todo tipo, etcétera, los cuales son la herramienta política más útil para la burguesía imperialista cuando se ve amenazada por una crisis revolucionaria.

El otro partido pequeño burgués, aunque representaba a la clase obrera, era el menchevique, el único que cita “The Militant”. Por su ideología, programa y dirección era éste un partido pequeño burgués, aunque lo siguiesen obreros. Reflejaba en el seno de la clase obrera la presión de la clase media y el pequeño aburguesamiento de algunos sectores del proletariado. En relación a Portugal, “The Militant” compara al menchevismo sólo con el stalinismo y se olvida de los socialistas.

Mucho más que estos olvidos nos preocupa la posible razón de ellos. Aparentemente, para nuestros autores, pareciera que en Portugal sólo existen dos clases: la burguesía y el proletariado, ya que jamás nombran a la pequeña burguesía como protagónica del proceso revolucionario o contrarrevolucionario. Y, en consecuencia, ven solamente organizaciones políticas de dos únicas categorías: las de la burguesía imperialista portuguesa y las reformistas que representan al movimiento obrero. Pero esto no es así: el proletariado industrial sólo constituye aproximadamente un tercio de la población económicamente activa. Existe una amplia capa pequeño burguesa, tanto urbana como campesina, frente a la cual el proletariado, aun si sumamos el industrial y agrícola, es minoritario. La pequeña burguesía, como clase y corno representación política del proletariado a través de los partidos reformistas (de ideología y dirección pequeño burguesa), cumple un papel doblemente decisivo en la revolución; no podemos, entonces, ignorarla. Una cosa es señalar correctamente que en ésta, como en todas las revoluciones, existen sólo dos salidas y dos tipos de gobierno: capitalista u obrero. Otra cosa muy distinta ‑y errónea‑ es tomar en cuenta solamente a estas dos clases al analizar la revolución y desconocer así la existencia y el papel fundamental de la pequeña burguesía y sus organizaciones políticas.

Tanto ‑Trotsky como Lenin han insistido repetidamente en este problema. Lenín decía: “Es sumamente característico y significativo que, tanto los socialistas revolucionarios como los mencheviques, sin negar esto “en principio”, y conociendo muy bien el carácter capitalista de la Rusia actual [de 19171 no se atrevan a mirar cuerdamente la verdad cara a cara. Temen reconocer la verdad de que todo país capitalista, Rusia inclusive, se divide básicamente en tres fuerzas fundamentales y principales: la burguesía, la pequeña burguesía y el proletariado. De la primera y la tercera todos hablan, todos las reconocen. A la segunda ‑¡que constituye precisamente mayoría por su número! ‑ no la quieren valorar sensatamente ni desde el punto de vista económico, ni político, ni militar. ” (Obras Completas, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1957, Tomo XXV, pág. 193)

Y, remarcando el papel de la pequeña burguesía, señalaba: “ El hecho de que nuestra revolución haya ‘gastado en vano’seis meses de vacilaciones respecto a la organización del poder, es indiscutible, y está determinado por la política vacilante de los socialistas revolucionarios y de los mencheviques. Pero, a su vez, la política de estos partidos se ha determinado, en última instancia, por la posición de clase de la pequeña burguesía, por su inestabilidad económica en la lucha entre capital y trabajo” . (Op. cit., Tomo XXV, pág. 857)

Trotsky, en repetidas oportunidades, dijo lo mismo: “ Para poder dar una respuesta a la pregunta de cómo la revolución de los obreros y campesinos cedió el poder a la burguesía, hay que empalmar a la cadena política un eslabón intermedio: los demócratas y socialistas pequeño burgueses del tipo de Sujanov, los periodistas y políticos de la nueva clase media que enseñaron a las masas que la burguesía era el enemigo, pero que lo que más temían era libertar a las masas de la férula de ese enemigo. La contradicción entre el carácter de la revolución y el del poder que surgió de ella se explica por las peculiaridades contradictorias del nuevo sector pequeño burgués, situado entre las masas revolucionarias y la burguesía capitalista .” (León Trotsky, “Historia de la Revolución Rusa”, Galerna, Buenos Aires, 1972, Tomo 1, pág. 205)

En cada curva del camino histórico, ante cada crisis social, debemos examinar una y otra vez la cuestión de las relaciones mutuas entre las tres clases de la sociedad moderna: la gran burguesía, dirigida por el capital financiero; la pequeña burguesía, que oscila entre ambos campos fundamentales; y, finalmente, el proletariado” .‑ (León Trotsky: “La lucha contra el fascismo en Alemania”, Ed. Pluma, Buenos Aires, 1973, Tomo I, pág. 18)

3. Las Etapas de las revoluciones rusa y portuguesa

Al no ceñirse estrictamente a las advertencias de Lenin y Trotsky con respecto a la pequeña burguesía (o ‘democracia pequeño burguesa’, como también la llamaban) “The Militant” y Horowitz se atan las manos para profundizar aun más la comparación entre ambas revoluciones y explotar hasta el fin su acierto, renunciando a buscar las similitudes entre las, etapas de las dos revoluciones y la ubicación en ellas de la ‘democracia pequeño burguesa’.

Para no dar más que un ejemplo, señalemos que el editorial de “The Militant” no prevé la lucha, sorda primero y abierta después, entre Spínola, representante de la gran burguesía, por un lado, y por el otro, la democracia pequeño burguesa: el MFA y sus aliados del PC y el PS. Y Horowitz, ya ante el hecho consumado de esta lucha, no puede darnos ninguna definición ni comparación de ella que se apoye en un análisis dé clase. Horowitz, un año después de iniciada la revolución portuguesa, renuncia a precisar sus etapas y personajes, limitándose a una descripción de los acontecimientos.

Para nosotros, hasta el último golpe de Spínola, ese paralelo con la revolución rusa se acentúa. Este golpe refleja la contrarrevolución burguesa korniloviana derrotada por la movilización del conjunto del movimiento de masas, incluida la democracia pequeño burguesa portuguesa. Nos parece que Spínola ha combinado, en una sola personalidad, la del príncipe Lvov (titular del primer gobierno provisional en la revolución rusa, abocado a la consolidación de un gobierno de unidad nacional con marcados, rasgos bonapartistas) y la de Kornilov (encargado de liquidar el gobierno kerenskista para instaurar el bonapartismo contrarrevolucionario). Y esto no es una casualidad ya que Lvov simbolizaba la contrarrevolución feudal y Kornilov, la burguesa. Spínola refleja una sola contrarrevolución: la burguesa, ya que en Portugal no hay otra. Así, derrotada la primera posibilidad, Spínola se lanzó a la segunda, en la conspiración y el abortado ‘putsch’ del 11 de marzo. La revolución portuguesa ya ha derribado a su príncipe Lvov ‑Spínola en el gobierno‑ y ha tenido sus jornadas de septiembre, aplastando a su Kornilov ‑el Spínola del ‘putsch’ del 11 de marzo‑. La única diferencia fundamental está en que los obreros rusos, tras las jornadas de septiembre, tuvieron un partido bolchevique para conducirlos decididamente a la toma del poder; en cambio, los obreros portugueses no lo tienen. Pero, justamente a partir de la jornada de septiembre, el papel de los bolcheviques fue absolutamente determinante en el proceso ulterior de la revolución rusa. Su ausencia en Portugal transforma, a partir de aquí, toda nueva analogía‑ en una comparación vacía y, por lo tanto, inútil.

Supongamos que no concordamos con esa comparación entre las relaciones y las etapas de la gran burguesía, la pequeña burguesía y el proletariado en Rusia y Portugal. Si así fuera, se impondría con toda claridad señalar el carácter y las diferencias que tienen en este aspecto ambas revoluciones.

4. La revolución portuguesa y la española de los años 30

Así como nos ha parecido fructífero comparar la revolución portuguesa, hasta el 11 de marzo de 19745, con la rusa, creemos que para entender la nueva etapa es útil su comparación con la revolución española de los años 30, aunque también debamos marcar algunas diferencias importantes.

Tal cual previó Trotsky en su momento, la revolución española fue muy lenta en relación a la rusa. La actual revolución portuguesa, en cambio, recorrió en un año lo que a la española le llevó cerca de seis. Esto ocurrió porque tanto la rusa como la portuguesa tuvieron en común la crisis del ejército desde los primeros momentos de la revolución, fenómeno que no se dio en la española. Y a este factor se sumó, en Portugal, la falta de organizaciones reformistas fuertemente enraizadas en el movimiento obrero y de masas.

Como ya hemos dicho, para nosotros, antes de cumplirse un año de revolución, se dio en Portugal el clásico golpe korniloviano o franquista: tal es el significado en el calendario portugués de los dos golpes fracasados de Spínola. En sus consecuencias, vuelven a asemejarse las revoluciones rusa y portuguesa: el golpe contrarrevolucionario fracasa y, al hacerlo, acelera la crisis del ejército. En España, en cambio, el triunfo de los primeros días sobre el golpe no se consolidó como consecuencia de la traición del gobierno y de las direcciones obreras. Así, la reacción no se desorganizó e inició la guerra civil. Esta dividió al país en dos campos: en uno dominaba el ejército burgués, ahora fascista; en el otro, en el campo de la República, desaparecieron en un primer momento la policía y el ejército para ser reemplazados por las milicias obreras y antifascistas. De esa manera, el poder dual logró en España un grado de desarrollo (con la desaparición del ejército y el dominio de las milicias, con la expropiación de la mayor parte de las industrias por el movimiento obrero, principalmente en Cataluña, y la toma de tierras por los campesinos, solamente en Aragón) al que no se aproxima Portugal. Pero esta diferencia se ve compensada por la brutal crisis del ejército portugués, que no puede apoyarse ‑como sí lo hizo Franco con los famosos “moros”- en las tropas coloniales, y ve nacer en su seno importantes brotes de doble poder, fenómeno que no se dio en el ejército español, el cual no sufrió crisis internas ni fue carcomido por gérmenes de poder dual. Un segundo factor derivado de éste, que también compensa esta diferencia en el desarrollo del poder dual en Portugal y España de los 30 es que, en el primero, la derrota del golpe de Spínola aleja, por un tiempo más, o menos largo, la posibilidad de un nuevo golpe reaccionario.

Pero, pese a todas estas diferencias, las dos revoluciones se parecen en algunos aspectos fundamentales. El primero de ellos es que, tras el golpe contrarrevolucionario, cuando las condiciones objetivas ponen el poder al alcance del proletariado, éste carece de un fuerte partido bolchevique. El segundo aspecto es que sí en España, después del golpe franquista, el principal factor contrarrevolucionario fue el stalinismo en maridaje político con una sombra de la burguesía y los restos de los oficiales del ejército y la policía que quedaron en el campo republicano, similar papel cumple el stalinismo portugués desde el golpe del 11 de marzo, servilmente ligado a esa sombra de burguesía que es Costa Gomes y a la oficialidad ‘izquierdista’ portuguesa que constituye el MFA.

Estas dos semejanzas anticipan una tercera, que puede ser trágica para el proletariado portugués. Así como hubo un mayo catalán (1937), en que el stalinismo y el gobierno republicano hicieron su propia guerra civil contra el movimiento obrero de aquella provincia española para imponer un gobierno bonapartista, el mayor peligro para los trabajadores portugueses es, en forma inmediata, un similar papel del stalinismo y el MFA portugueses.

Nada demuestra mejor la utilidad de estas analogías y de la discusión teórica para precisar las etapas, que la aparente o real discrepancia con Horowitz sobre el carácter del ‘putsch’ de Spínola. Pareciera que, para Horowitz, éste no significará la derrota del Kornilov o el Pinochet portugués por un buen tiempo, y que, por lo tanto, seguiríamos en una etapa donde el peligro inmediato para las masas es Spínola o Pinochet, es decir, la contrarrevolución burguesa. Es así como dice, refiriéndose a la política del PC portugués: “¡Cómo recuerda a Chile! Y la lección de Chile indica el peligro que existe en Portugal” (Gus Horowitz, “Portugal un año después del golpe”, ver este número de Revista de América). Nosotros, en cambio, diríamos: “¡Cómo recuerda a España, después que se derrotó a Franco en las zonas industriales! ¡Cómo se parecería a Chile, si en Chile las masas hubieran derrotado a Pinochet! Y las lecciones de lo que ocurrió en la España republicana, con los gobiernos contrarrevolucionarios de Largo Caballero y Negrín‑Stalin, indican el peligro que existe en Portugal con la contrarrevolución del MFA‑PC‑PS, especialmente de los dos primeros.”

II.- Una revolución colonial que se transforma en revolución socialista metropolitana

1. Los pronósticos de la III Internacional

La Revolución portuguesa se aproxima a los vaticinios de Lenin y Trotsky, quienes anticiparon, en la primera postguerra, que los movimientos coloniales de los viejos imperios ‑Inglaterra, Francia‑ serían parte de un movimiento revolucionario único a escala de todo el imperio, en el que la revolución obrera metropolitana sería la, vanguardia de las revoluciones coloniales pequeño burguesas y burguesas.

Durante casi sesenta años, ninguna de estas previsiones se cumplió. El fracaso de la revolución obrera en Europa, tras la Primera Guerra Mundial, por la traición de las direcciones socialdemócratas, frustró esa combinación de los movimientos agrarios y nacionalistas pequeño burgueses o burgueses con la revolución obrera metropolitana. El carácter marítimo, no territorial, de estos imperios coloniales los ayudó a capear el temporal.

Más tarde, la traición stalinista de la segunda postguerra permitió a los viejos imperialismos realizar con éxito la maniobra neocolonial. Las colonias conquistaron la independencia política, pero para incorporarse al mundo de los países atrasados, económicamente dominados bajo formas semicoloniales o dependientes por los mismos viejos imperialismos en sociedad con el imperialismo yanqui, Este proceso no se combinó con la revolución obrera en las metrópolis. Cuando estallaron las guerras de liberación, democráticas o agrarias (China, Indochina, Corea, Argelia, Cuba), fue nuevamente el stalinismo quien actuó en todos los frentes para impedirlo: Ni la de Vietnam, ni la de Argelia, las dos revoluciones coloniales más heroicas de esta postguerra dentro de los vicios imperios, tuvieron un apoyo incondicional y revolucionario del stalinismo y el movimiento obrero francés que éste dirigía. El hecho deque la revolución colonial y el movimiento obrero del país imperialista no lograran ligarse en un proceso único, en un todo orgánico, al tiempo que provocaba guerras interminables, espantosamente crueles y sangrientas en las colonias, permitía la supervivencia -aunque debilitada‑ de la estructura capitalista e imperialista en las metrópolis.

Por razones que hacen sólo indirectamente al stalinismo, y directamente al retraso del movimiento obrero japonés y norteamericano, las revoluciones y guerras semicoloniales en China, Corea, Indochina y Cuba, tampoco se ligaron a aquellos. El fascismo impidió que el movimiento obrero japonés colaborara y se uniera con los trabajadores chinos que se le oponían en la década del 30 y principios del 40. Ni el débil movimiento contra la agresión yanqui a Cuba ni el gran movimiento contra la guerra de Vietnam fueron acaudillados por el movimiento obrero. Mucho menos por un movimiento obrero que avanzara hacia la revolución socialista.

Esta ligazón que faltó entre las revoluciones democrático‑burguesas y la revolución obrera dentro de los imperios se dio, sin embargo, dentro de las fronteras de algunos países coloniales y semicoloniales. Las guerras campesinas democráticas o antiimperialistas china, coreana, vietnamita, yugoslava y cubana se transformaron, por la lógica objetiva de esas luchas, en revoluciones obreras deformadas. Se corroboraba así la teoría de la revolución permanente sobre la combinación de ambas revoluciones.

Esta largamente frustrada combinación revolucionaria entre los movimientos colonial y obrero metropolitano, se producirá, finalmente, con la revolución portuguesa.

2. Un imperio capitalista en decadencia

Los ideólogos del MFA, seguidos consciente o inconscientemente por muchos sectores de izquierda, hacen esfuerzos para tratar de igualar al Portugal liberado del fascismo con los países coloniales y semicoloniales, para encubrir así su carácter imperialista. Es el famoso ‘tercermundismo’ de los capitanes. Para que esta peligrosa y falsa teoría haya podido hacer pie tiene que asentarse en un hecho cierto: el evidente atraso de Portugal.

Todo intento de comparar a Portugal con los países coloniales debe comenzar con este problema de fondo: el carácter de su atraso. ¿Se debe a que llegó demasiado tarde al desarrollo capitalista, como los países coloniales o, por el contrario, a que llegó demasiado pronto? Este último es el caso de Portugal, que fue el primer país capitalista moderno que logró formar un imperio comercial, mucho antes que Inglaterra. Así, gracias a ello, pudo conseguir colonias que ha seguido explotando hasta la fecha. Se parece a Inglaterra, con la diferencia de que la decadencia de ésta comenzó hace décadas y no siglos. En los diferentes orígenes del atraso radica el distinto carácter de Portugal y de los ‘países del tercer mundo’. Aquél es un imperialismo senil, el más senil de todos porque fue el primero; en cambio, los países coloniales y semicoloniales no han alcanzado a desarrollarse en plenitud como países capitalistas, por haber llegado demasiado tarde. Si ni siquiera han podido obtener su plena independencia económico‑política, mucho menos habrían de lograr transformarse en potencias imperialistas capaces de explotar a otros países.

Portugal se diferencia del imperio ruso en el mismo hecho. Este último llegó tarde al desarrollo capitalista. De ahí que fuera una semicolonia en relación a los imperios europeos (el capitalismo extranjero dominaba su economía.), aunque al mismo tiempo fuese imperialista en relación a las nacionalidades de su territorio.

Portugal nunca llegó a ser una semicolonia de otros imperios más poderosos, pese a su extremada debilidad: por el contrario, hasta los años 60, el régimen de Salazar había logrado un alto grado de autarquía.

Es un hecho histórico que, durante siglos, Portugal fue una submetrópoli comercial, y posteriormente industrial y financiera, del imperialismo inglés. Pero la crisis del 29 permitió a la burguesía portuguesa independizarse relativamente de su carácter submetropolitano y la Segunda Guerra Mundial la independizó totalmente.

Mientras la crisis y la guerra herían de muerte a su socio inglés, la burguesía imperialista portuguesa utilizaba esa situación para fortificarse dentro de su imperio. La ayudarían dos hechos: primero, el no haber intervenido en la guerra mundial y no tener, por consiguiente, que pagar la reconstrucción del país; segundo, el que sus colonias más importantes estuvieran en el centro y el sur de África, la zona menos castigada por la guerra y por los movimientos de liberación nacional (zona muy distinta, por ejemplo, al extremo oriente, que había sufrido la invasión japonesa y visto el triunfo de la gran revolución china).

Esto permitió a Salazar mantener en pie un imperio autárquico, relativamente cerrado a las inversiones de otros imperialismos, sin elementos ‘submetropolitanos’ (explotar en sociedad con imperialismos más fuertes), ni mucho menos ‘semicoloniales’. También, gracias a ello, la dictadura pudo sostenerse en el poder durante casi medio siglo.

Pero las condiciones favorables que habían permitido, pese a su atraso, mantener la independencia o autarquía, fueron quedando atrás a medida que se desarrollaba el ‘boom’ económico imperialista de postguerra. La burguesía portuguesa, por sí sola, no podía desarrollar las nuevas ramas de producción características de la actual economía capitalista: automotriz, petroquímica, electrónica, bienes durables de todo tipo, etcétera. Para desarrollar esas ramas necesitaba imperiosamente entrar en sociedad con los monopolios Yanquis o europeos. La guerra colonial agregó un factor suplementario de dependencia con relación a las grandes potencias imperialistas: la provisión de armas sofisticadas para enfrentar a los guerrilleros, que su atraso le impedía producir. Es así como, desde 1,960, comenzaron a entrar capitales yanquis y europeos al imperio. Si entre 1943 y 1960 solamente ingresaron 2 millones de contos, en sólo 6 años, entre 1961‑67, entraron 20 millones, es decir, diez veces más, y esta tendencia continuaría.

A regañadientes, el gobierno de Salazar‑Caetano fue permitiendo esta penetración, pero sin permitir que fuera predominante. El socio principal siguió siendo la burguesía portuguesa. Si no llega a interponerse la revolución obrera, la tendencia del Portugal imperialista no deja lugar a dudas: su atraso lo condenará a transformarse en submetrópoli, es decir, socio menor de otros imperios más poderosos en la explotación de la clase obrera y de las colonias; y, a muy lejano plazo, no estaría descartado que perdiera totalmente su influencia en sus colonias y se transformara directamente en una semicolonia. Portugal, para mantener su actual independencia del capital extranjero, sólo tiene una alternativa: el socialismo, que le haría superar su atraso sin caer bajo el dominio de los grandes monopolios internacionales. Esta transición de un imperialismo relativamente independiente y dominante en su esfera de influencia, a dependiente o submetropolitano, como socio menor de otros imperialismos, caracteriza la actual dinámica de la economía burguesa portuguesa. Es una transición inevitable que provoca fuertes contradicciones dentro de la burguesía y pequeña burguesía portuguesa, como ya veremos.

3. La revolución colonial conmueve al imperio

Si el régimen de Salazar logró mantener intacto y, en un sentido, fortalecer su imperio durante medio siglo, la guerra colonial conmovió, por fin, su régimen.

Ya en 1962, un conocido periodista de la izquierda inglesa, al describir el inicio de la revolución colonial en Angola, escribía estas palabras, realmente premonitorias (para el caso de que ella se extendiera, como sucedió, a las restantes colonias portuguesas):

En febrero de 1961 comenzó en Angola la guerra de liberación, que en estos momentos parece poder alcanzar las dimensiones de la guerra de Argelia, convertirse en el comienzo de la revolución del África Central y del sur y sacudir de tal modo los cimientos del colonialismo portugués que Salazar resulte herido de muerte y se transforme de este modo radicalmente la situación en la península ibérica .” (Peter Freyer y Patricia Mc Gowa1n Pinheiro; “El Portugal de Salazar”, Ruedo Ibérico, París, 1962, pág. 139). Efectivamente, la guerra llevará al marasmo la economía del imperialismo portugués, que se vería obligado a mantener un ejército de 150.000 hombres y gastar casi la mitad del presupuesto en ella. El viejo imperio no pudo sostener esa situación (ni tampoco, como se demostraría más tarde, realizar con éxito la maniobra neocolonial).

El famoso libro de Spínola “Portugal y el futuro” no fue solamente el más importante ‘best seller’ de los últimos años del Portugal fascista. Detrás suyo se escondían intereses no precisamente literarios. Su publicación indicaba que el alto mando del ejército portugués se había dividido, siguiendo las líneas en que lo había hecho la oligarquía portuguesa, como consecuencia del impacto de la guerra colonial, que ya llevaba más de diez años. El sector más reaccionario opinaba que había que continuar la guerra hasta el triunfo; el de Spínola‑Costa Gomes que había que terminar con ella, negociando con las colonias una salida que las constituyera en estados asociados a la metrópoli, algo parecido a la actual situación de las colonias inglesas. Tanto unos como otros se oponían a la autodeterminación de las colonias, pero en tanto que los primeros: querían conservarlas como tales, el sector de Spínola aspiraba a mantener el imperio bajo una forma neocolonial. A ese objetivo sumaba otro, de primera importancia: ‘democratizar’ al país para permitir su integración al Mercado Común Europeo y asociarse con éste en la explotación de las colonias y de la clase obrera. portuguesa.

Este primer plan del sector oligárquico representado, por Spínola‑Costa Gomes era parecido en lo político al que la gran burguesía española está desarrollando en la actualidad: aplicar una fuerte presión para que el propio gobierno ‘fascista’ se ‘modernice’, es decir, “ cambiar algo para que todo siga igual ”. De allí que se limitaron a tratar de convencer ‑sin éxito‑ al gobierno de la conveniencia de liberalizar el juego político y de iniciar negociaciones para terminar con la guerra. La resistencia de Caetano estaba respaldada por los sectores burgueses que seguían apostando a la ‘autarquía’ imperialista. Pero la revolución colonial, al tiempo que aceleraba la crisis política de la oligarquía portuguesa debilitando a su sector más cavernario, comenzó a filtrarse, al agudizar la crisis económica y social, en las propias filas de la oficialidad del ejército imperial.

4. La crisis en el ejército: MFA y ‘putsch’

Si la guerra colonial provoca una profunda división dentro de la oligarquía portuguesa, una crisis mucho más profunda comenzó a manifestarse en las fuerzas armadas del imperio. Estas debían realizar terribles esfuerzos para mantener la guerra en las colonias. Los jóvenes sufrían cuatro años de conscripción. Muchos estudiantes eran enganchados como oficiales. Todos, oficiales, suboficiales y tropa, pasaban largos años fuera del país, en una guerra que les era ajena, plagada de decepciones y derrotas. En estas condiciones, la división del alto mando facilitó el comienzo de organización de un grupo de capitanes y oficiales de baja graduación estacionado en cuarteles próximos a Lisboa.

Como sucede tantas veces en la historia, todo comenzó por una razón mezquina, baladí sí se quiere. Los capitanes de carrera querían mejores condiciones que las que tenían los enganchados. Efectuaron una presentación a la superioridad y siguieron presionando para ver satisfechos sus pedidos. Pero, a poco de organizarse, llegaron a la conclusión de que el gran problema no eran los capitanes enganchados, sus camaradas de armas e infortunios, sino la guerra colonial y el gobierno fascista, y se volcaron a la lucha. Había que terminar con la guerra y el gobierno fascista.

La participación de los capitanes transformó el plan de recambio de un sector de la oligarquía y de Spínola en un ‘putsch’ militar. La resistencia de Caetano a aceptar los consejos de Spínola lo había colocado en una situación sin salida ni perspectivas. El descontento y malestar de la clase media, reflejados en la protesta y organización de los capitanes, lo sacó de esta incertidumbre. Spínola creyó que podía usar a estos últimos en la mecánica del golpe, para luego despedirlos, agradeciéndoles los servicios prestados y obligándolos a volver a la férrea disciplina de los cuarteles. El programa del Movimiento de las Fuerzas Armadas ‑como finalmente se denominó la organización de los capitanes de carrera a que nos referimos‑, ambiguo, sin ninguna claridad, se prestaba a que fueran así utilizad’ dos. Por otra parte, el MFA también quería servir al representante de la gran burguesía y asegurar la disciplina. El terror al movimiento de masas y a la indisciplina unía a Spínola con los capitanes descontentos. Todo estaba preparado para que fuera un ‘putsch’ sin intervención popular y obrera. Pero las cosas sucedieron de otro modo.

5. Un ‘putsch’ que se transforma en una revolución obrera

Desde pocos años después que el fascismo subió al poder en Italia, se inició una polémica entre el stalinismo y el trotskismo sobre el carácter social de la revolución antifascista, El stalinismo aprovechó los triunfos de la contrarrevolución fascista para trasladar a los países europeos su nefasta teoría de las ‘etapas’ revolucionarias de los países atrasados. Según los stalinistas se trata, al igual que en éstos, de una larga etapa de revolución democrática acaudillada por la burguesía liberal. De esta teoría sobre el futuro de la revolución europea sacó su política de frentes populares o democráticos con la burguesía liberal para desarrollar hasta el fin la revolución democrática antifascista.

El trotskismo sostenía que sólo una clase, la obrera, con sus métodos de movilización, podía derrotar al fascismo, imponer las más irrestrictas libertades democráticas y hacer progresar a los países hacia el socialismo. Las libertades democráticas que se conquistaran iban a ser subproductos de la lucha revolucionaria de la clase obrera; no una etapa histórica, sino una maniobra de la burguesía para calmar a la clase obrera con concesiones y evitar así que hiciera la revolución socialista. Por otra parte, para que haya una etapa democrático burguesa, es necesario que exista una burguesía o pequeña burguesía capaces de acaudillar a las masas en un proceso revolucionario hasta sus últimas consecuencias. Pero, desde mediados del siglo pasado, no existe esa burguesía ‘progresista’, dado que lo que más teme es la movilización de la clase obrera, ya que el proletariado es su más importante enemigo histórico, mucho más que el imperialismo, las potencias capitalistas rivales y los restos feudales. A estos sectores la une su condición de capitalistas o explotadores; de la clase obrera la separa tajantemente el hecho de ser su explotadora directa. Si todo esto es verdad para los países atrasados, lo es mucho más para los adelantados, donde la burguesía ni por un minuto puede dejar de ser doblemente contrarrevolucionaria, ya que, además de explotar a sus obreros, explota a sus colonias. Portugal ha sido una nueva prueba histórica de la validez de ambas teorías y políticas. Veamos.

“(...) a pesar de que las radios controladas por el Ejército llamaban a que la población se mantuviera en calma y en sus casas, decenas de miles de civiles inundaron las calles, acompañaban a los tanques, ofrecían claveles rojos y fraternizaban con los soldados, al mismo tiempo que masiva y alegremente se lanzaban al más radical desmantelamiento de¡ odiado aparato represivo fascistizante”.

“(...) El desmoronamiento del aparato represivo de la dictadura abrió súbitamente la posibilidad de una inmensa movilización obrera y popular. El mismo día 25 y los subsiguientes, las calles eran recorridas incesantemente por manifestaciones espontáneas de miles de personas gritando, contra el fascismo y la PIDE, por el fin de la guerra, por la fraternización con los militares, etcétera. Un símbolo elocuente de esto tal vez sea lo ocurrido en numerosos liceos, donde los jóvenes secundarios inmediatamente pasaron a descubrir, perseguir y detener a los antes temidos informadores (“bufos”) de la PIDE, y a la Legión Portuguesa. El ‘saneamiento’ de los elementos reaccionarios se extendió como un reguero de pólvora por todo el país ”.

Lo presencia activa de las masas y particularmente de la clase trabajadora fue claramente visible en las manifestaciones del 1’ de Mayo, durante las cuales 500.000 personas salieron a las calles solamente en Lisboa, y en la oleada de huelgas y movilizaciones que la siguieron para imponer las más diversas reivindicaciones democráticas y económicas. De esta manera se conquistó un margen de libertades muy grande y se provocó un cambio sustancial en la relación de fuerzas entre las clases”.

Así resumió Aldo Romero, en el Nro. 1 de Revista de América, las consecuencias del ‘putsch’ militar en líneas generales, todo el periodismo produjo versiones similares.

Las fechas son a veces, por un extraño azar, simbólicas. La semana revolucionaria abierta el 25 de abril, día del ‘putsch’, culminó el Primero de Mayo, día obrero internacional por antonomasia, con una manifestación de 500.000 personas en Lisboa. Ella indicó claramente, tanto en su composición social como por las consignas que se corearon, la presencia de una revolución obrera que había comenzado a llevar a cabo un programa democrático, o bien algunas de sus tareas fundamentales.

Muchas de las consignas eran esencialmente antifascistas y democráticas, tal el caso de “Muerte al fascismo”, “Muerte a los PIDES”, “Saneamiento”. Algunas de ellas, de apoyo a la burguesía ‑“Viva Spínola”‑ o a la pequeña burguesía ‑“Viva el MFA’‑, denotaban el atraso del movimiento obrero portugués tras 50 años de ostracismo político. Llama la atención la falta de consignas anticolonialistas, (con la excepción de la un tanto ambigua de “Fin de la guerra”) en una revolución que –como se demostraría más adelante‑ era, consciente o inconscientemente, profunda y objetivamente anticolonialista. Probablemente, los vivas a Spínola reflejaban en forma harto confusa dicho carácter, puesto que aquél, tras la publicación de su libro, pasaba por ser el abanderado del fin de la guerra por todos los medios.

Pero junto a estas consignas se coreaban otras, tales como “Salario mínimo a 6.000 contos” y “Cunhal al gobierno”, que ya demostraban, en cuanto a reivindicaciones específicas, la primacía absoluta de la clase obrera en el movimiento. No se escucharon en él demandas que correspondieran a intereses específicos de otras clases ni sectores. Finalmente, reafirmando los métodos obreros revolucionarios, esta gran manifestación fue precedida y sucedida por infinidad de huelgas, el método de lucha obrero por excelencia. Y la liquidación del aparato fascista comenzó a llevarse a cabo directamente, asaltando y deteniendo a sus personeros, sin escuchar las recomendaciones de los militares.

Tomadas en su conjunto, las consignas demuestran la combinación de circunstancias que provocó el comienzo de la gran revolución obrera antifascista. Los vivas a Spínola y al MFA fueron el reconocimiento del movimiento de masas a los putschistas burgueses y pequeño burgueses que habían abierto las compuertas, así como los mueras al fascismo indicaban claramente el objetivo inmediatamente democrático de la revolución obrera que había comenzado y que se concretaba tanto en el método de las manifestaciones y las huelgas como en las consignas de “salario mínimo” y “Cunhal al gobierno”. Pero también expresaban un hecho indiscutible: era el pueblo en su conjunto, desde la clase media hasta el proletariado, quien se aprestaba cambiar al régimen fascista. Visto desde este ángulo, se trataba de un gran movimiento popular, pero un movimiento popular que tenía como su soporte más vigoroso y dinámico a la clase obrera. Era, en síntesis, una revolución obrera que se combinaba con todos los sectores explotados, principalmente la clase media urbana, y comenzaba a exigir el cumplimiento hasta el fin de las tareas democráticas, al tiempo que se proponía desde el comienzo tareas y métodos de lucha propios del proletariado.

Pocos meses después, esas mismas masas trabajadoras saldrían, solas, a las calles para gritar “Muera Spínola”, demostrando una vez más la dinámica obrera, socialista, de la revolución. Dinámica que los propios explotadores y sus sirvientes de la clase media, como el MFA, el PC y el PS, se verían obligados a reconocer al recurrir a la gran estafa de autodenominarse ‘socialistas’ y disfrazar sus proyectos burgueses tras la mentira de que lo que está recorriendo Portugal es ya la marcha hacia el socialismo.

III. Las masas derrotan a la contrarrevolución spínolista

1.- El gobierno de “unidad nacional”

El ‘putch’ militar elevó al poder al primer gobierno “revolucionario”, el del general Spínola. Este intentó lograr un gobierno de “unidad nacional”, donde cupieran desde la gran burguesía hasta los partidos obreros reformistas. Y todos los sectores estuvieron de acuerdo en darle plenos poderes al general del monóculo: el MFA, recién formado, y salido a la luz pública, no se atrevió a postularse para, el gobierno; por su parte, los partidos obreros tradicionales jugaron todas sus cartas a un régimen de unidad nacional. Así, Spínola se convirtió en la figura dominante en el gobierno, se rodeó de ministros amigos y entregó -como quien tira un hueso a un perro‑ algunas carteras al MFA, al PS y al PC. Palma Carlos, incondicional suyo, fue nombrado primer ministro.

El que el MFA comenzara a consolidarse como una organización política de la baja oficialidad reflejaba, a su manera, la crisis revolucionaria en las filas del ejército. Es totalmente ‘anormal’ que una organización pública de oficiales jóvenes codirija un ejército burgués, ya que la esencia de éste es la más absoluta disciplina jerárquica y el acatamiento a los altos mandos. Si Spínola tuvo que aceptar esta “anormalidad” e incorporarla al gobierno, ello se debió a que así se lo imponía el ascenso del movimiento de masas. Por otra parte, pensaba que de esta manera podría canalizar la rebeldía de la oficialidad joven y los suboficiales hacia los cauces normales de la más estricta disciplina castrense, imprescindible para sostener al gobierno al que los había integrado. Pero el MFA ‑y esto debemos tenerlo bien presente‑ no era lo mismo que la alta oficialidad. Y se resistía a disolverse en el acatamiento disciplinado a ésta. Reflejaba así en el ejército a la moderna clase media, cuyas expectativas no eran idénticas a las de Spínola y la oligarquía portuguesa.

La participación del Partido Comunista en el gobierno era un fenómeno nuevo en la política europea de los últimos veinticinco años, desde la última postguerra. Si exceptuamos a Chile, también lo era en el mundo occidental. La formación de este gobierno frentepopulista, de colaboración de clases, es un reconocimiento, por parte del imperialismo y la burguesía portuguesa, de que se las tiene que ver con una revolución obrera en curso. Precisamente por eso, se vieron obligados, aunque a regañadientes, a aceptar los solícitos arrumacos colaboracionistas de los partidos Socialista y Comunista.

El PC respondió desde el gobierno a las expectativas de sus flamantes aliados burgueses e imperialistas. Lo hizo reemplazando la exigencia de 6.000 escudos de salario mínimo por la de sólo 3.500 y comenzó a “condenar a determinadas luchas obreras por ‘irresponsables’ o ‘promovidas por el fascismo’ como ocurrió, por ejemplo con la huelga nacional de los trabajadores de correos en junio del 74 ”. (Aldo Romero, “Portugal, ¿reconstrucción o revolución?”, Revista de América, No 1)

Pese a esta política, y a la igualmente traidora del Partido Socialista ‑‑insistimos con la del primero porque tiene mucha mayor influencia sobre los activistas sindicales y no porque este último haya sido menos colaboracionista‑-, el movimiento obrero siguió adelante. Comenzó a superar la atomización de los sindicatos por oficio, heredada del fascismo --y de la vieja tradición anarcosindicalista-- y se lanzó a organizar comisiones obreras en las grandes fábricas (el stalinismo alentó el desarrollo de los sindicatos por industria y, al mismo tiempo, lo utilizó para crear una organización centralizada de sindicatos de industria, la Intersindical, a la que impuso una dirección designada a dedo por él mismo). Contra las recomendaciones del stalinismo, los trabajadores continuaron haciendo huelgas salvajes, aunque de carácter aislado, enmarcadas en el ligero reflujo del conjunto del movimiento obrero, provocado por los llamados a la pasividad de los partidos reformistas.

2.- Crisis del gobierno Spínola: el MFA coparticipa del poder y se impone la Asamblea Constituyente

Pese a la buena voluntad de los partidos obreros reformistas, el gobierno de Spínola vivió de crisis en crisis, hasta que el movimiento de masas lo echó. Las leyes de la lucha de clases siempre son más poderosas que los proyectos reformistas. La gran burguesía, dividida al final del gobierno de Caetano alrededor de la conveniencia o no de terminar con la guerra colonial y “democratizar” al régimen fascista, volvió a unirse, después del 25 de abril de 1974, detrás de Spínola. Para frenar al movimiento obrero y de masas utilizó, con bastante éxito, a los representantes pequeño burgueses de la clase obrera (los partidos reformistas) y de la moderna clase media dentro del Ejército (el MFA). Pero precisamente el éxito obtenido, es decir, el freno puesto al movimiento obrero, con su consiguiente debilitamiento, iba haciendo innecesaria para la burguesía a la democracia pequeño burguesa. Y es así corno intentó, a través de Spínola, no sólo dar marcha atrás a la revolución obrera en curso, sino también a las conquistas democráticas ya logradas o que se estaban planteando.

Este proyecto, de triunfar, habría significado la transformación del gobierno en bonapartista, puesto que no se puede aplastar definitivamente al movimiento obrero y a sus conquistas democráticas desde, un gobierno de frente popular, ni puede sobrevivir un gobierno de frente popular cuando el movimiento obrero ha sido derrotado. No es casual, por lo tanto, que parte importante del esfuerzo burgués por hacer retroceder a la revolución haya sido acompañado, por un lado, de una fuerte campaña anticomunista y, por el otro, de recios choques con el MFA. La burguesía, por lo tanto, después de haberla utilizado para frenar al movimiento obrero y de masas, entraba en conflicto con la democracia pequeño burguesa, la cual quería colaborar con el gobierno de Spínola pero dentro de un régimen democrático‑burgués de respeto a los partidos obreros y al MFA.

Esta disputa entre los dos sectores del gobierno se concretó alrededor de la cuestión de si debía llamarse a elecciones presidenciales o de Constituyente. Spínola y la gran burguesía sostenían la necesidad de un gobierno fuerte, autoritario, y consideraban, por lo tanto, imperativo y urgente imponer un régimen bonapartista por medio de una elección presidencial que, de hecho, no sería otra cosa que la  plebiscitación de Spínola. Pensaban así terminar de frenar y, si era necesario, aplastar al movimiento obrero, al tiempo que se desembarazaban de los capitanes del MFA y de los partidos obreros, muy especialmente del PC, molesto agente de Moscú, en un gobierno que pretendía seguir en la NATO y el Pacto Ibérico, e ingresar al Mercado Común Europeo. La democracia pequeño burguesa se oponía a este proyecto y abogaba, en aquel entonces en forma unida, por la Asamblea Constituyente.

El otro motivo de disputa era la cuestión colonial. U revolución en el África portuguesa se veía grandemente favorecida por el proceso abierto en la metrópoli, Los soldados negros del ejército portugués comenzaban a desertar y los soldados, suboficiales y oficiales blancos empezaban a exigir la vuelta al hogar. Al mismo tiempo, según relata un soldado trotskista portugués entrevistado por Gerry Foley (Revista de América, N’ 4), “ en el período que sucedió al 25 de abril de 1974, cuando proseguía la lucha contra los spinolistas, quienes se oponían a la descolonización y buscaban una solución neocolonialista, hubo algunas luchas ante los envíos masivos de tropas a Angola. Algunos grupos de soldados inclusive se negaron a ir.” Frente a esta situación, la gran burguesía y su representante, Spínola, aspiraban a negociar el fin de la guerra desde una posición de fuerza, para imponer a las colonias su transformación en provincias o estados asociados al imperio. La democracia pequeño burguesa, por su parte, quería negociar la independencia con los movimientos de liberación nacional; una independencia condicionada y favorable al imperio, pero independencia al fin.

En julio de 1974, esta crisis se hizo pública cuando Palma Carlos declaró que para impedir la anarquía había que llamar a elecciones presidenciales y no a las de Constituyente. Aunque el movimiento obrero había sido desmovilizado, la combinación del ascenso de la revolución colonial, la crisis del ejército y la desesperación de la democracia pequeño burguesa obligaron a Spinola a desprenderse de su primer ministro y nombrar en su reemplazo a Vasco Goncalves. De esta manera aceptaba la plena participación del MFA en el gobierno. Triunfó así la política de la democracia pequeño burguesa: se llamaría a elecciones constituyentes y se negociaría la independencia de las colonias. Fue una derrota parcial de la contrarrevolución burguesa spinolista que, en corto tiempo, entre agosto y septiembre, se manifestará en el reconocimiento de la independencia de Guinea‑Bissau y Mozambique.

3. Las masas liquidan al gobierno de Spínola

Pero, luego del traspié, Spínola preparó el contraataque, ayudado indirectamente por el congelamiento de las luchas obreras y populares que habían provocado el MFA y los partidos reformistas. De acuerdo con éstos, comenzó por atacar la libertad de prensa prohibiendo un diario maoísta. Siguió adelante promulgando una ley contra el derecho de huelga y organizando una nueva región militar en Lisboa, el COPCON (Comando Operacional del Continente), con el claro, objetivo contrarrevolucionario de “ intervenir directamente en apoyo de las autoridades y a sus órdenes, para mantener y restablecer el orden ” Inmediatamente, el COPCON entró en acción para “ reprimir huelgas y manifestaciones de pequeños grupos de izquierda ”. (Gus Horowitz, Op. cit.)

Como señala Romero en el artículo de Revista de América No 1 ya citado, se produjeron entonces “ medidas represivas y antiobreras de los sectores más reaccionarios: violenta represión de una manifestación de apoyo al MPLA con el saldo de un muerto y varios heridos de bala, prohibición de manifestaciones obreras, intervención militar contra la huelga de los trabajadores de transportes Aéreos Portugueses (..)”. Nuevamente la gran burguesía y Spínola comenzaban a sentirse fuertes, hasta el grado de pronunciarse públicamente contra la independencia de Angola y de chocar a la vista de todos con el MFA y Vasco Goncalves. “ La tensión fue creciendo, mientras que desde la presidencia y otros sectores del gobierno comenzaron a lanzarse claros alegatos anticomunistas y antiobreros. El 10 de septiembre, Spínola en persona hizo una convocatoria para que se movilizara una supuesta “mayoría silenciosa” para poner fin a la anarquía, y el 28 del mismo mes se montó una provocación que debía servir de cobertura o pretexto para dar un autogolpe que posibilitara la declaración del Estado de Sitio, y la asunción de plenos poderes por Spínola ”.

El golpe contrarrevolucionario en ciernes obligó al Partido Comunista, el más amenazado, a salir a defenderse a la desesperada, llamando a las masas a combatir. Estas respondieron con una audacia y decisión que aplastó el primer intento contrarrevolucionario de la burguesía portuguesa (que, dicho sea al pasar, cerraba en los hechos la polémica sociológica acerca de si esa burguesía era reaccionaria o albergaba en su seno sectores “progresistas”. Según relata Romero en “Intercontinental Press” (citado por Horowitz en el artículo que aquí publicamos), los obreros “ actuaron adelantándose al MFA e independientemente de éste y el gobierno provisional y prestaron mayor atención a las instrucciones del PC y la Intersindical que a ¡as de los militares”. En buen romance, pese a que el MFA también estaba amenazado por el golpe, su actuación fue lamentable. La movilización obrera y popular frenó así el golpe contrarrevolucionario y salvó y elevó al poder a la democracia pequeño burguesa, principalmente al MFA, que se había esforzado durante meses por desmantelar esa misma movilización.

4.- El gobierno MFA‑PC‑PS frena a las masas

El gran triunfo del movimiento obrero y de masas --y del propio PC, que intervino de lleno en la movilización contra Spínola‑- obligó a la gran burguesía a cambiar de política y de gobierno. El general duro, a la antigua, que quería imponer en todo el país la disciplina de los cuarteles, fue reemplazado por su “ amigo civilizado ”, que acostumbra a “ conversar, no a mandar ”: el general Costa Gomes. La burguesía se había convencido de que, por el momento, no podía regimentar y derrotar al movimiento obrero y de masas. Por eso buscó entre sus servidores a un gran negociador capaz de utilizar, a la democracia pequeño burguesa para desacelerarlo, frenarlo y, por último, derrotarlo.

La nueva política burguesa abandonó momentáneamente toda veleidad bonapartista y se orientó hacia las formas parlamentarias de dominio: aceptó la Asamblea Constituyente.

El plan burgués tenía a su disposición tres herramientas de primer orden, todas ellas pequeño burguesas. El MFA se encargaría de apaciguar a los soldados, suboficiales y oficiales radicalizados, para volver a disciplinar a las fuerzas armadas. El Partido Comunista, dispuesto como de costumbre a colaborar con el gobierno burgués de turno, se ocuparía de evitar las movilizaciones y de controlar a la organización sindical. El Partido Socialista, que según todos los informes ganaría cualquier elección, garantizaría la inocuidad de la Asamblea Constituyente y de toda otra variante electoral y parlamentaria que pudiese presentarse.

Bajo el nuevo gobierno, la lucha de clases repetirá, pero en un plano más elevado, la misma secuencia que bajo Spínola. Primero, la política colaboracionista de las direcciones provocará un ligero repliegue del movimiento obrero. Luego, éste volverá a levantarse en una impetuosa movilización.

El MFA en el gobierno llamó, por boca de Vasco Goncalves a los “domingos de trabajo”, y comenzó a insistir en que la gran batalla, era, por la producción. Dicha “batalla” se mostró parte de un plan económico de emergencia proclamado el 21 de febrero pasado, cuya esencia era total y absolutamente capitalista: tratar de salvar la economía burguesa a costa de mayor explotación de los trabajadores. Asegurado el apoyo de los partidos obreros a este plan, el MFA fue más allá y trató de conciliar políticamente con la gran burguesía y sus representantes. Comenzó una campaña cuidadosa a favor de Spínola, liberándolo de responsabilidad en el anterior intento de golpe, por haber sido involucrado en él con “engaños”. No publicó las investigaciones sobre los responsables de la intentona. No adoptó medidas contra la oligarquía comprometida en ella. Dejó prácticamente sin purgar al ejército de los oficiales reaccionarios. Y, como muestra de afecto a los amigos de la oligarquía de allende las fronteras, en febrero la guardia fiscal portuguesa devolvió un militante de izquierda español a la policía política franquista.

Mientras tanto, la situación económica empeoraba a pasos agigantados. La desocupación castigaba ya a más de 200.000 personas, cifra que supera el 7% de la población trabajadora. Los capitales comenzaban a fugar hacia el exterior. Algunas empresas eran abandonadas por sus dueños. El imperialismo empezó a bloquear económicamente a la revolución.

5. Comienza un nuevo ascenso del movimiento obrero y de masas

A fines del año pasado y comienzos del presente, el movimiento obrero y de masas empezó a enfrentar estas calamidades. “ La caída de Spínola ‑dice Romero en el artículo citado de Revista de América N’ 1‑ fue seguida por un relativo impasse de las luchas obreras, pero desde comienzos de 1975 la resistencia popular se ha intensificado de una manera espectacular (..)” y sigue: “ otro terreno de lucha ha sido naturalmente el mejoramiento de las condiciones, de vida, particular mente a nivel fabril. En ese sentido las reivindicaciones han sido innumerables (ritmos de trabajo, condiciones de seguridad e higiene, equipos, comedores, etc.). Las exigencias más extendidas son, en este momento, la estabilidad en el trabajo y aumentos saláriales.” La revolución daba sus primeros pasos en el campo: los trabajadores agrícolas y campesinos pobres empezaban a organizarse y combatir la desocupación. Las movilizaciones no limitaron sus objetivos a la estabilidad y aumentos saláriales; éstos las llevaron a otras consignas más generales y revolucionarias: “ innumerables asambleas obreras de fábricas en lucha han votado mociones a favor de la nacionalización‑de empresas que amenazan con despidos, o, más en general, de los monopolios” .

Paralelamente, junto a las huelgas, se generalizaban otros métodos de lucha. La primera ocupación de importancia fue resaltada así por “Le Monde Diploma tique” (junio de 1975): “El 7 de febrero fue una fecha significativa: ese día, siete mil trabajadores de las comisiones obreras de Lisnave, por primera vez en la historia de Portugal, pusieron en tela de juicio la propiedad de los medios de producción ‑sin aventurarse todavía sobre el terreno de la autogestión‑“ . El método de la ocupación se extenderá, a partir de allí, no sólo a los establecimientos sino también a las casas de fascistas y burgueses o simplemente desocupadas.

Surgirán también intentos de controlar la producción. En algunas empresas se “impide el ingreso de los patrones”.

Al mismo tiempo, la organización del movimiento obrero se masificaba y adquiría un carácter cada vez más directo. El ascenso revolucionario combinaba la organización de sindicatos por oficio heredada del fascismo con el surgimiento de sindicatos por industria, con la central que intenta agruparlos ‑la Intersindical- y con los comités de base por fábricas (las comisiones obreras), barrios y de todo otro orden. El salto espectacular que sacude a la vida social y política portuguesa desde la caída de Caetano provoca así la existencia simultánea de: las organizaciones gremiales por oficio, típicas de los comienzos del movimiento sindical; los sindicatos por industria y su central, propios de la época capitalista; y los comités de base, característicos de este período de decadencia capitalista y transición al socialismo. El surgimiento de los sindicatos industriales y los comités de base ‑terreno este último en que la clase obrera lleva la delantera a los otros sectores (inquilinos, soldados, etc.), puesto que después del 11 de marzo se constituyeron en la mayoría de las fábricas importantes‑ apunta a la liquidación de los sindicatos por oficio. Las dos formas de organización (sindicatos por industria y comités de base) coinciden en la necesidad de una organización industrial única en todos los niveles ‑fábrica, gremio, país‑ pero, al mismo tiempo, son profundamente diferentes. La primera, institucionalizada desde hace más de medio siglo por el capitalismo, sé presta mucho más a la burocratización que los comités, íntimamente ligados a las bases, que las reflejan mejor que los sindicatos y que sólo nacen en períodos de intensa movilización obrera como el que atraviesa Portugal. Esta diferencia se evidenció en el hecho de que, con pocos días de diferencia, se produjeran dos manifestaciones: una de ellas, el 14 de enero, convocada por la Intersindical y dirigida por el PC, para exigir su reconocimiento oficial, agrupó entre 100.000 y 200.000 personas; la otra, de gran combatividad, convocada el 7 de febrero por las “comisiones interempresas” y dirigida por la ultra izquierda maoísta, se concentró frente al Ministerio de Trabajo para protestar contra los despidos, las maniobras patronales y la presencia de la NATO en Portugal. Seis días después de la primera, el 20 de enero, el gobierno promulgó una ley por la que favorecía a la central única y transformaba de hecho a la Intersindical en su núcleo inicial. La Intersindical es una gran conquista del movimiento obrero, pero distorsionada por el stalinismo, que la burocratizó desde el comienzo y digitó a su dirección para ponerla al servicio del gobierno burgués. De cualquier manera, el proceso de luchas no podía dejar de reflejarse en la búsqueda de direcciones combativas y clasistas. Recientemente ‑nos comenta Romero en Revista de América No l‑ “ las listas sindicales impulsadas por el PCP sufrieron derrotas espectaculares en Correos, y en el Sindicato Bancario de Porto ”.

El ejército, por su parte, no quedó inmune al ascenso del movimiento de masas, El triunfo llevó al MFA a impulsar discusiones de adoctrinamiento en los cuarteles. Pero éstas no rebasaban los límites de la disciplina. En la entrevista ya citada de Gerry Foley se relata cómo un soldado fue sancionado porque se atrevió. a hacer, en el curso de una de esas charlas, una pregunta envenenada al comandante. Así y todo, significaron un progreso importante, porque introdujeron la discusión política en loa cuarteles.

Todo comenzó a cambiar desde enero de este año. “ Un clima deliberativo se extiende por la base, y junto con el rechazo a las arbitrariedades disciplinarias, las reivindicaciones colectivas y protestas no son extrañas. Señalemos también hechos como el ocurrido recientemente [el 8 de febrero] cuando fuerzas del COPCON ‑Comando de Operaciones del Continente‑ fueron desplazadas para contener una manifestación obrera no autorizada: enfrentados a los manifestantes los soldados dieron media vuelta apuntando sus armas en otra dirección, y levantando los puños gritaron ‘Marineros y Soldados/también son explotados. ” (Romero, Revista de América N’ l.)

6. La contrarrevolución spinolista

El ascenso generalizado de los trabajadores y el pueblo provocó una nueva división en la burguesía portuguesa. Un sector minoritario, representado por Costa Gomes, siguió jugando sus cartas a la Asamblea Constituyente, a la traición de los partidos Socialista y Comunista, y a la utilización del MFA. En resumen, al frente popular. La mayor parte, desesperada, perdió la paciencia y se lanzó tras Spínola a preparar el golpe de estado, en un renovado intento bonapartista.

El hecho de que el terror de la burguesía se reflejara también dentro de la oficialidad del ejército ayudaba al nuevo plan golpista. El “New York Times” comentaba, por esa época, que aquélla se inclinaba hacia la derecha. Un hecho sintomático le daría la razón: las elecciones a los Consejos de Armas, convocadas por el MFA, fueron ganadas por los oficiales más reaccionarios, enemigos jurados del propio MFA. Este se mostró incapaz de desconocer sus resultados, pese a que lo perjudicaban y a que constituían parte de la preparación del proyectado golpe.

El MFA comenzó a dudar sobre la mejor manera de frenar y derrotar a la revolución. Se le abrían dos opciones: por un lado, la que tendía -con la Constituyente‑ a un régimen parlamentario; por el otro, la perspectiva de un régimen directamente dictatorial, bonapartista. La urgencia en superar la crisis de su régimen lo inclinaba a tratar de suprimir sus contradicciones por la vía del bonapartismo.

La crisis general y las profundas diferencias en el seno del MFA, debidas al ascenso, se expresaron también en la lucha entre los partidos Comunista y Socialista. Lucha ésta que se fue agudizando hasta tal grado que llegaron a programarse para el 30 de diciembre dos manifestaciones opuestas que estuvieron a punto de enfrentarse. Las razones de esta disputa radican en que, si bien ninguno de los dos partidos defiende los intereses de la clase obrera (y en esto son iguales), ambos tienen intereses específicos distintos.

El curso a la derecha de la oficialidad, la derrota electoral del MFA dentro del ejército y su consiguiente ‘impasse’, la pugna entre los dos grandes partidos obreros, las dudas sobre el llamado a la Asamblea Constituyente, todos estos elementos hicieron creer al ala ultra reaccionaria y desesperada de la gran burguesía y de la oficialidad que había llegado el momento de la revancha. Acaudillada por Spínola se lanzó, por fin, al golpe contrarrevolucionario. Su ecuación era casi completa, pero le faltaba una incógnita, la reacción de la clase obrera, del movimiento de masas y de los soldados. Esta fue terrorífica, los obreros y soldados se lanzaron a ocupar fábricas y cuarteles. El fracaso del putsch fue estrepitoso, lo que llevó a la prensa imperialista a afirmar que posiblemente había sido una provocación. No fue así, tenía un gran apoyo en la oficialidad y había sido cuidadosamente preparado. Lo que conspiró contra su éxito fue la rapidez de la respuesta popular y su mayor combatividad, en relación al anterior putsch de Spínola. Si la Intersindical y las manifestaciones y barricadas caracterizaron la respuesta al primer ‘putsch’, los comités de obreros y soldados, con sus ocupaciones, caracterizaron la respuesta al segundo intento spinolista.

IV El ‘putsch’ del 11 de marzo abre una etapa revolucionaria

1.- Cuatro nuevos hechos decisivos

La derrota de Spínola por el movimiento de masas produjo una serie de nuevos hechos que, combinados entre sí, inauguraron una nueva etapa de la revolución portuguesa. Cuatro de esos hechos son los más decisivos:

Primero: la burguesía se esfuma política y físicamente corno clase. La fuga de Spínola no ha sido un hecho intrascendente, sino de enorme importancia sintomática y política. Junto con él se han fugado de Portugal miles y miles de burgueses, aterrorizados por la fuerza del movimiento de masas. Algunas de las más grandes familias oligárquicas y toda la banca fueron expropiadas. Grandes burgueses, como los Champalimaud, fueron encarcelados. Ha sido un golpe muy duro para la burguesía contrarrevolucionaria, del que le va a costar trabajo y tiempo recuperarse. Física y políticamente se ha esfumado por un tiempo de la escena económica y política. Só1o ha quedado su sombra.

Segundo: la crisis económica y social, ya muy aguda, se agrava hasta límites insoportables. La burguesía, al irse, ha abandonado muchas empresas. Cuando ha podido, ha retirado sus fondos; si no, ha dejado de invertir. La desocupación, que ya era grave ‑cerca del 7%‑, ha trepado al 8% y sigue subiendo, afectando ya a 800.000 personas. La producción viene decayendo. A esto se suma el que comienzan a regresar a Portugal los colonos de las ex‑posesiones africanas, agravando la desocupación y reforzando a los sectores contrarrevolucionarios. Ante esta situación, el turismo ha decaído y la crisis de la balanza de pagos se viene profundizando. La situación se ha agravado más aun porque las grandes potencias imperialistas no invierten un solo dólar en Portugal.

Tercero : se generalizan las ocupaciones de fábricas, establecimientos y casas y comienzan las de tierras; se desarrollan las comisiones obreras y de inquilinos y se esbozan algunas de campesinos. Todos los comentaristas han relatado cómo, después del ‘putsch’ de Spínola, fueron ocupados los bancos. Romero, en sus diferentes artículos publicados hasta el No 4 de Revista de América, señala incidentalmente las ocupaciones de empresas y las comisiones obreras, pero no les da ninguna importancia sintomática. Horowitz, en su única mención al respecto en el artículo reproducido en esta edición, dice al pasar que “las ocupaciones de fábricas y oficinas; también se extendieron ”. Livio Maitan, por su parte, también da escasa importancia a la cuestión, aunque algo (muy poco) dice: “ La amplitud y dinamismo de la movilización de los últimos meses, la multiplicación de huelgas y ocupaciones de fábrica y la extensión de organismos democráticos revolucionarios surgidos de la base y con manifestaciones políticas (...) del 7 de febrero (...) por las Comisiones Obreras ”. (L. Maitan, “El papel del MFA de Portugal”, en este número de Revista de América. Además de esto, el autor señala que la manifestación estuvo dirigida por los maoístas. Gerry Foley, por su parte, expresa que: “ los comités de fábricas no existen aún en todo el país, pero cumplen funciones importantes en las grandes empresas (...) El Comité Obrero, elegido en asamblea de toda la fábrica, representa mejor a la fuerza laboral que los sindicatos fragmentarios. Es también, mucho más democrático.” Más adelante nos relata cómo, en Oporto, “en la noche del 11 de marzo, estos comités organizaron piquetes de vigilancia”. Estos comités y piquetes de la fábrica citada siguieron funcionando para “echar a los derechistas de la administración y el taller”. (Gerry Foley, “Portugal ante las elecciones”, Revista de América No 3) “Combate Socialista” en uno de sus números, sin darle ninguna importancia, nos informa de la profunda tendencia a la centralización de esas comisiones obreras, cuando consigna que existe una “ comisión coordinadora de las comisiones de CUF ” (el más importante grupo monopólico de Portugal). Y confirma a Livio Maitan en relación a la manifestación del 7 de febrero (a la que caracteriza como un ejemplo de combatividad), convocada. por una “ comisión interempresas ”. Finalmente, exagere o no el lúcido comentarista de “Le Monde Diplomatique” (junio 1975), está cerca de la verdad cuando afirma que “ Las ocupaciones de fábricas, predios, palacios e inmuebles ‑‑‑estos últimos rápidamente transformados en clínicas populares, en centros de socorros mutuos, casas cuna, en lugares de recreación o de descanso o en sedes de organizaciones populares‑ han tomado por sorpresa a los partidos de la coalición [ ... ] sin embargo, el PCP y la Intersindical estaban perdiendo velocidad, mientras que las organizaciones y los comités de base consolidaban su contrapoder . “

Cuarto: la crisis en el ejército adquiere una nueva magnitud, con la fuga de los oficiales reaccionarios, la extensión de los comités, y las asambleas de soldados y suboficiales, que comienzan a cuestionar a la jerarquía militar. De todos los nuevos hechos, el más importante es el que comienza a darse en las fuerzas armadas, así descrito a Gerry Folley por un soldado: “ Después del 11 de marzo los soldados realizaron una asamblea general. Echaron no sólo al comandante y segundo jefe, sino también a todos los oficiales spinolistas hasta el grado de sargento. También echaron a un cabo primero, aunque era primo del general. Galvao de Melo. Los camaradas comprendieron la necesidad de seguir adelante y tomar el cuartel. La asamblea general resolvió crear varios comités. (..) Con la purga ‑ dice más adelante‑ fue quebrada la jerarquía militar, ya que los jefes expulsados fueron reemplazados por oficiales subalternos” .  En Coimbra, “ las bases habían echado a dos oficiales asignados al cuartel por el Conselho da Revolucao”. En el mismo artículo de Gerry Folley (Revista de América, No 4) el soldado señala que “ en la Marina, donde la conciencia política de la base es más elevada, existe un comité de marineros que discute las órdenes emanadas de los oficiales, pudiendo aceptarías o rechazarlas ”. Y Romero (Revista de América No 4) lo confirma: “ El 1o de Mayo, algunos centenares de marineros de todas las graduaciones participaron en la manifestación, en acuerdo con lo resuelto en Asambleas generales de sus bases y algunos navíos ‑posteriormente, una ‘orden superior’ ratificó la decisión tomada democráticamente-“. Todos estos hechos indican la dinámica que ha tomado la situación dentro de las fuerzas armadas burguesas, Pero son sólo su comienzo; aún no se han generalizado ni llegado al punto cualitativo en que el ejército comienza el tránsito hacia su desmoronamiento total y definitivo: el nombramiento de los oficiales por los soldados mediante la promoción de los suboficiales. Junto con este proceso de base, la derrota del ‘putsch’ dio al timorato MFA ánimos suficientes como para anular las elecciones a los Consejos de Armas que, como ya hemos visto, le habían sido desfavorables.

2. El Programa de Transición define esta situación

Tanto en relación a las ocupaciones como a las comisiones de fábrica y establecimientos, el Programa de Transición es categórico:

Las huelgas con ocupación de fábricas, una de las más recientes manifestaciones de esta iniciativa, rebasan los límites del régimen capitalista normal. Independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al ídolo de la propiedad capitalista. Toda huelga de ocupación plantea prácticamente el problema de saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros. Si la ocupación promueve esta cuestión episódicamente, el comité de fábrica da a la misma una expresión organizativa (...) A partir del momento de la aparición del comité de fábrica, se establece de hecho una dualidad de poder. Por su esencia, ella tiene algo de transitorio porque encierra en sí misma dos regímenes inconciliables: el régimen capitalista y el régimen proletario. La principal importancia de los Comités de Fábrica consiste precisamente en abrir un período prerrevolucionario, ya que no directamente revolucionario, entre el régimen burgués y el régimen proletario.” (Trotsky, “Programa de Transición”, Pluma, Buenos Aires, 1973, pág. 15, subrayado de Trotsky).

Como ya vimos, en Portugal no sólo tenemos ocupaciones y comisiones obreras por doquier, sino algo mucho más importante: la crisis de las fuerzas armados y los gérmenes de poder dual en su propio seno.

3. Una situación revolucionaria

Para algunos marxistas, la situación portuguesa “ evoluciona o madura hacia una situación prerrevolucionaria ”. Creemos que esta definición es errónea. Hasta el 11 de marzo, hubo una situación prerrevolucionaria y, desde esa fecha, ha comenzado a madurar una situación revolucionaria, si es que no estamos ya plenamente en ella. Optarnos por la definición de Trotsky los comités de fábrica son un síntoma de que, como mínimo, se ha abierto “un período prerrevolucionario, ya que no directamente revolucionario”. Nosotros creemos que, si a las ocupaciones y comisiones agregamos la crisis en el ejército, con sus comités y asambleas de soldados y sus purgas de oficiales reaccionarios, estamos ya en una situación directamente revolucionaria. Y con más razón aun, si tenemos en cuenta la situación de la burguesía y de la economía portuguesas. Refiriéndose a sucesos de mucha menor magnitud en el seno del ejército francés en 1936, Trotsky les asignaba una importancia muy grande: “La lucha de los soldados contra el ‘rabiot’ (prolongación del servicio militar) significaba la norma de acción directa de las masas más peligrosa contra el poder burgués”. (León Trotsky,“ ¿Adónde va Francia? “, Ed. Pluma, Buenos Aires,1974, pág. 151.) Ahora bien, Trotsky consideraba a la acción directa de las masas causa de la situación revolucionaría: “ Las masas obreras crean ahora una situación revolucionaria con ayuda de la acción directa. ” (Op. cit., pág. 147.). Con mayor razón, entonces, “la forma más peligrosa ” de esa acción.

A nuestra definición se le pueden señalar dos carencias: la inexistencia de soviets y del partido revolucionario con influencia de masas.

Creemos que la primera objeción da un carácter absoluto a la importancia de los soviets. Hay compañeros que hasta opinan que, si no existen, no hay poder dual ni situación revolucionaria. Concordamos con que en Portugal no hay más que mezquinos brotes soviéticos, ya lo hemos dicho; pero, hay un poder dual concretado en las ocupaciones y las comisiones obreras. Este poder dual es molecular, espontáneo en gran medida, pero existe y se da en forma generalizada en todos los rincones del país. Es un poder dual más atrasado que los soviets, pero poder dual al fin. Lo mismo podemos decir de la situación de las fuerzas armadas: no se organizaron soviets, pero el proceso es de desarrollo de un vigoroso poder dual, que está en sus primeros atisbos, pero que es suficiente para conmover la estructura del pilar fundamental del régimen capitalista.

La segunda objeción, referente a la no existencia del partido revolucionario, puede basarse muy bien en la definición de Trotsky, algunas veces repetida, sobre las cuatro condiciones básicas para el triunfo revolucionario: desconcierto y división en la clase dominante, vuelco a salidas revolucionarias de la clase media, disposición revolucionaria de la clase obrera, existencia de un fuerte partido marxista revolucionario que se plantee la toma del poder. Las tres primeras condiciones están nítidamente dadas en Portugal; pero la última, el partido revolucionario fuerte, no lo está.

Para el análisis clásico trotskista, la ausencia del factor subjetivo, “el partido”, en el marco de las otras tres condiciones, caracterizaba las situaciones prerrevolucionarias. Desde un punto de vista formal, la situación portuguesa entraría, pues, dentro de esta categoría. Esto es lo que probablemente hayan tomado en cuenta quienes definen la situación portuguesa como madurando a prerrevolucionaria.

Ahora bien, si razonamos así, serían situaciones prerrevolucionarias, con ‑ diferencias sólo de intensidad, cuantitativas, tanto la boliviana del 52 (cuando se había derrumbado el aparato del estado burgués, el ejército había sido derrotado por la clase obrera y sólo existían las milicias armadas obreras y campesinas), la española durante la guerra civil, o la china al final de Chiang Kai‑shek, por un lado, como, por otro lado, situaciones tales como la Argentina después del cordobazo o la francesa antes del 36, en las que no se dieron ni el armamento del proletariado, ni el surgimiento de organismos de poder dual, ni la destrucción o crisis del ejército burgués. Es evidente, sin embargo, que entre las tres primeras y las dos últimas se dan diferencias cualitativas, profundas, que quedan oscurecidas sí las agrupamos a todas bajo la común denominación de prerrevolucionarias. Argentina tras el cordobazo y Francia antes de 1936 son, para nosotros, situaciones prerrevolucionarias. Bolivia en 1952, España durante la guerra civil y China al final de Chiang Kai‑shek fueron mucho más allá: son situaciones revolucionarias. No revolucionarias clásicas, porque en ellas falta el partido marxista revolucionario, sino revolucionarias “sui generis”.

Trotsky, en varias circunstancias, puntualizó que podían darse situaciones revolucionarias “anormales” que no se ajustaran a las condiciones clásicas. En un artículo premonitorio, titulado “Qué es una situación revolucionaria” dice:

“No está excluido que la transformación revolucionaría general del proletariado y de la clase media y la desintegración política de la clase dirigente pueda desarrollarse más rápidamente que la maduración del Partido Comunista. Esto significa que puede desarrollarse una genuina situación revolucionaria sin un adecuado partido revolucionario. Sería la repetición en cierto grado de la situación de Alemania en 1923”.   (Trotsky, “Writings 1930‑193V’, Pathfinder, New York, 1973, pág. 354, subrayado nuestro)

Es decir que, según Trotsky, cuando el peso de los factores objetivos se da en forma muy aguda, puede darse una situación revolucionaria aunque falte el partido revolucionario. Posteriormente, en forma elíptica, sin tocar directamente el tema, volvió a dar una nueva definición hipotética de la situación revolucionaria “anormal”. Al referirse a las posibilidades históricas de la instauración de gobiernos obreros y campesinos constituidos por los partidos reformistas pequeño burgueses, señaló que ello podía darse como consecuencia de la “ guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.” (“Programa de Transición”, ídem, pág. 33) Estas condiciones y otras no señaladas podían, pues, originar una situación que condujera al gobierno obrero y campesino, revolucionario, antesala de la dictadura del proletariado, sin la condición del partido marxista revolucionario.

En Portugal tenernos reunidas y sobrecargadas las condiciones de una situación revolucionaria, según nosotros “sui generis”, tal cual fue prevista por Trotsky. Hubo “guerra ” y “ derrota ”; hay crisis económica y una “ ofensiva revolucionaria de las masas ” ‘ así como una “ transformación revolucionaria general del proletariado y la clase media y la desintegración política de la clase dirigente ”.

4. El rol orgánicamente contrarrevolucionario del MFA‑PC‑PS cierra toda posibilidad de que Portugal sea China o Cuba

Esta posibilidad de constitución de gobiernos obreros y campesinos, que Trotsky consideraba muy remota ‑aclaremos, al pasar, que porque creía, entre otras cosas que en los países occidentales la revolución llegaría inmediatamente después de la guerra‑, fue la constante en la segunda postguerra. Las revoluciones china, indochina, coreana, cubana, siguieron esas pautas. Ello nos llevó a sostener que se trataba de situaciones revolucionarias “sui generis”, que no concordaban con el esquema clásico. Hicimos un esfuerzo por definir esta nueva situación revolucionaria y señalamos que estaba caracterizada por el hecho de que los factores objetivos señalados por Trotsky adquirían un carácter permanente, crónico. En nuestra opinión, las situaciones revolucionarias que hemos visto en esta postguerra han sido provocadas por el enorme peso de la situación objetiva. Fundamentalmente, por una crisis económica y social de carácter crónico que llevó a las masas pequeño burguesas a un ascenso revolucionario muy agudo y obligó a sus partidos a romper con  el imperialismo y los terratenientes, volcándose a una guerra de guerrillas que destruyó el abarato represivo del régimen burgués. Es un enfoque diametralmente opuesto al del guerrillerismo guevarista, para el cual la situación revolucionaria es desencadenada esencial mente por un factor subjetivo, el grupo guerrillero o la vanguardia armada que da ejemplos heroicos a las masas.

La situación internacional ayudó o facilitó la guerra de guerrillas de los partidos pequeño burgueses. La guerra ínter imperialista, la crisis y reconversión del imperialismo durante la inmediata postguerra y la “guerra fría” permitieron a esos partidos contar con un extenso campo de maniobras y los pusieron frente a una contrarrevolución debilitada, incapaz de enfrentar sólidamente unida a la revolución colonial pequeño burguesa. La guerra fría tuvo, a su manera, el mismo efecto: dividió al bloque contrarrevolucionario EE.UU‑burocracia soviética.

Otro elemento de peso considerable, y al que no se le ha dado la importancia que merece, es el factor subjetivo de la contrarrevolución.

Con justa razón, los trotskistas enfatizamos la importancia que tiene en el desarrollo del proceso revolucionario la política y la dirección de los partidos que se reclaman de la clase obrera. Otra es nuestra actitud frente a la política y la táctica de los dirigentes y partidos de los explotadores: no las analizamos con el mismo interés. Sin embargo, en una situación revolucionaria éstos son elementos de primera magnitud. La desastrosa --desde el punto de vista de sus propios intereses-‑ política de Chiang Kai‑shek, de los imperialismos francés y yanqui, y de Batista y Washington tuvieron una influencia decisiva en los triunfos de las revoluciones china, indochina y cubana, respectivamente. Una política mucho más cuidadosa y afinada seguida en Bolivia y en Argelia por los imperialismos yanqui y francés, respectivamente, logró evitar triunfos revolucionarios en esos países.

Pero la situación internacional y subjetiva de la contrarrevolución ha cambiado radicalmente en contra de la posibilidad de nuevos triunfos revolucionarios “sui generis”, tal como los hemos conocido en los últimos treinta años. La crisis en el frente contrarrevolucionario ha amainado y sus divisiones han vuelto a soldarse. El bloque de los países imperialistas con las burocracias de la URSS y China para enfrentar y desviar a la revolución es en la actualidad bastante sólido, sin grandes fisuras. Y todos ellos han aprendido de las “situaciones revolucionarias” nuevas. Nada lo demuestra mejor que el cambio de política del imperialismo francés desde Indochina hasta Argelia, Marruecos y Túnez. Exceptuando el reciente fin de la guerra de Vietnam, hace más de quince años (y no es por casualidad) que no se producen triunfos revolucionarios “sui generis”, que den origen a gobiernos obreros y campesinos. Y el triunfo en Indochina es producto de la combinación de la herencia de más de treinta años de guerrillas, desde la etapa de la guerra fría, con el movimiento de masas norteamericano y europeo contra la guerra imperialista.

Nosotros no decimos que estos triunfos no volverán a repetirse en los países coloniales o semicoloniales. Pero, para ello, tendrán que contar a su favor con un nuevo factor, mucho más poderoso que la sola crisis ínter imperialista o la guerra fría: el ascenso de movimiento de masas de los países metropolitanos. Tal es el caso de triunfo en Vietnam. Pero el frente único contrarrevolucionario EEUU‑URSS‑China también funciona allí para intentar obtener lo que el imperialismo francés logró en Argelia: retroceder del gobierno obrero y campesino a un régimen capitalista.

Todos estos son factores de primer orden para evitar que en Portugal se produzca un triunfo revolucionario “sui generis” y que ni siquiera nos aproximemos a una variante de gobierno obrero y campesino. Pero, aunque de primer orden, no significa que ellos sean el factor decisivo para hacer imposible dicha variante. El factor esencial que hace que en Portugal sea imposible que se dé una variante china o cubana es el carácter, de la pequeña burguesía portuguesa y de sus partidos.

El pronóstico que hace Trotsky en el “Programa de Transición” (ídem, pág. 32): “ la experiencia de Rusia demuestra, y la experiencia de España y de Francia confirman de nuevo que aun en las condiciones más favorables los partidos de la democracia pequeño burguesa (socialistas revolucionarios, socialdemócratas, stalinistas, anarquistas) son incapaces de crear un gobierno obrero y campesino, es decir, un gobierno independiente dé la burguesía” , sigue siendo válido. Y más válido que nunca para los países imperialistas, aunque haya resultado erróneo para los coloniales. La razón es, simple, aunque Trotsky no la haya tomado en cuenta. Radica en una diferencia de clase: la que existe entre la pequeña burguesía de un país imperialista y la de un país colonial o semicolonial. La primera goza de una situación privilegiada gracias a la explotación de los países atrasados; la segunda, incluido el campesinado, vive en una crisis crónica y sin salida por la explotación imperialista y la de sus agentes, los explotadores nacionales. Por ello, la pequeña burguesía imperialista, así como sus partidos y organizaciones ‑entre ellos los partidos Comunista y Socialista‑ son orgánicamente contrarrevolucionarios, agentes del imperialismo. Dicho de otra forma: porque su existencia privilegiada depende de la existencia de su propio imperialismo, son orgánicamente incapaces de enfrentarlo. Esa es la situación del Portugal actual, donde el MFA, el PC y el PS rivalizan sobre la forma más ingeniosa o rápida de salvar al imperialismo portugués en crisis. He aquí la razón por la que no hay ninguna posibilidad de que rompan con su imperialismo para instaurar un gobierno obrero y campesino. El menor error o confusión teórica sobre este problema de principio nos hará caer inevitablemente en la pendiente de las concesiones al oportunismo, la capitulación al imperialismo portugués y su agente: el gobierno del MFA.

V. EL GOBIERNO DEL MFA

1. Bonapartismo clásico: una definición poco feliz

En otras palabras, la clase dominante portuguesa se ve obligada a tener en el poder a una especie de juez‑árbitro, colocado aparentemente por encima de las clases y capaz de actuar con energía, tanto para regular las cuestiones internas de la clase capitalista como para frenar y reprimir al movimiento obrero, actuando, en última instancia, como el representante de la clase capitalista en su conjunto. En términos marxistas, este fenómeno suele recibir el nombre de ‘bonapartismo, por Napoleón Bonaparte, que cumplió una función similar, aunque con fuerza mucho mayor de la que posee el MFA”.

Así define Gus Horowitz, en el artículo anteriormente citado, al actual gobierno portugués: como “ bonapartista clásico ”. En este párrafo hay novedades teóricas y políticas al por mayor que han logrado sorprendernos y preocuparnos. Pero vayamos por partes. Antes de considerar las novedades, veamos lo que decía Trotsky sobre el bonapartismo clásico:

Para que un pequeño corso pudiera levantarse por encima de la joven nación burguesa, era preciso que la revolución hubiera cumplido previamente su misión fundamental: que se diera la tierra a los campesinos y que se formara un ejército victorioso sobre la nueva base social. En el siglo XVIII la revolución no podía ir más allá: lo único que podía hacer era retroceder. En este retroceso se venían abajo, sin embargo, sus conquistas fundamentales. Pero había que conservarlas a toda costa. El antagonismo cada día más hondo, pero sin madurar todavía, entre la burguesía y el proletariado mantenía en extrema tensión a un país sacudido hasta los cimientos. En estas condiciones precisábase un “juez nacional”. Napoleón dio al gran burgués la posibilidad de reunir pingües beneficios, garantizó a los campesinos sus parcelas, dio la posibilidad a los hijos de los campesinos y a los desheredados, del pillaje en la guerra. El juez tenía el sable en la mano y desempeñaba personalmente la misión de alguacil. El bonapartismo del primer Bonaparte estaba sólidamente fundamentado ”. (“Historia de la Revolución Rusa”, ídem, T. 11, pág. 175.)

No hay más que leer las dos citas para ver que hay una gran diferencia entre ambas. Para Horowitz, Napoleón Bonaparte “ cumplió una función ”, la de “ contener y reprimir al movimiento obrero” ; para Trotsky, la función que cumplió fue la de “ conservar a toda costa ” las “ conquistas fundamentales ” de la revolución: “ que se diera la tierra a los campesinos y que se formara un ejército victorioso sobre una nueva base social ” y, en cumplimiento de esa función, “ garantizó a los campesinos sus parcelas ” y constituyó su ejercito victorioso sobre la base de los “ hijos de los campesinos ” y los “ desheredados ”. En cumplimiento de esa misma función, “ contuvo y reprimió ” a la reacción feudal de toda Europa, que aspiraba a ahogar a la nación burguesa y restablecer el “ antiguo régimen ”. .

Agreguemos que la definición que hace Trotsky sobre el régimen de Napoleón nada tiene que ver con la realidad portuguesa de hoy, en la que no hay ejércitos victoriosos (en realidad, hay un ejército derrotado) ni entrega de parcelas a los campesinos, ni nada de nada.

Volvamos a Horowitz. Su definición plantea una cuestión de método realmente alarmante. Como ya vimos, considera que Napoleón “cumplió una función similar” a la del MFA, “aunque en una forma mucho más fuerte que la que puede” este último. Atando cabos, esto significaría que Napoleón Bonaparte cumplió, en una forma mucho más fuerte que el MFA, la función de “reprimir al movimiento obrero” (! ) Pero dejemos esto de lado. Lo cierto es que, para Horowitz, las diferencias entre Napoleón I y el actual régimen portugués son de grado, cuantitativas, no cualitativas. Siguiendo la lógica de su pensamiento, el MFA y su gobierno son Napoleones Bonapartes débiles; Napoleón Bonaparte fue, entonces, un MFA fuerte.

No sabemos en virtud de qué método Horowitz supone que en 1975 puede existir un régimen sustancialmente semejante a otro de principios del siglo XIX. Todas las circunstancias han cambiado: entonces, el capitalismo estaba en pujante ascenso; hoy, en decadencia. Entonces, el antagonismo entre el proletariado y la burguesía estaba “sin madurar todavía”; hoy, está plenamente desarrollado; etc, etc, etc. Son precisamente estas ‘pequeñas’ diferencias entre una y otra época las que hacen que Trotsky distinga tajantemente al bonapartismo del período ascendente del capitalismo del de su decadencia.

Siempre diferenciamos estrictamente entre este bonapartismo de la decadencia y el joven, progresivo bonapartismo que era no sólo el sepulturero de los principios políticos de la revolución burguesa sino también el defensor de sus conquistas sociales.” (León Trotsky, “Writings, 1934‑35”, Pathfinder, New York, 1974, pág. 181.)

Históricamente, el bonapartismo fue y sigue siendo el gobierno de la burguesía durante períodos de crisis en la sociedad burguesa. Es posible y necesario distinguir entre el bonapartismo ‘progresivo’ que consolidó las conquistas puramente capitalistas de la revolución burguesa y el bonapartismo de la decadencia de la sociedad capitalista, el convulsivo bonapartismo de nuestra época (von Papen, Schleicher, Dollfuss y el candidato del bonapartismo holandés, Coflin, etc.)”. (León Trotsky, “Writings, 1933‑34”, Pathfinder, New York, 1972, pág. 107.)

El bonapartismo de Napoleón I era progresivo, por que defendía el progreso capitalista contra la reacción feudal. Aún hasta fines del siglo pasado, los bonapartismos conservaron rasgos progresivos (Bismarck logró la unidad nacional de Alemania, Napoleón III dio un gran impulso al desarrollo capitalista en Francia). Pero, en este siglo, en plena decadencia y putrefacción del capitalismo, ningún bonapartismo en un país imperialista puede ser “progresivo”; es, y no puede ser otra cosa, contrarrevolucionario, regresivo, opuesto al progreso histórico.

Ningún régimen, de cualquier tipo que sea, puede ser definido al margen de las condiciones sociales concretas en que nace y se desarrolla. En el caso del bonapartismo, esto quiere decir que, en nuestra época, no puede repetirse un régimen bonapartista fundamentalmente igual a los de la época de ascenso del capitalismo.

Más aun, si Horowitz tuviera razón en su definición, ésta se volvería contra lo que quiere demostrar. En efecto, en tal caso, el gobierno del MFA sería un régimen relativamente “progresivo”.

No diremos más sobre esta desafortunada definición de Horowitz.

2. Más confusiones: ¿bonapartismo “sui generis”

Pero resta un aspecto más sobre la cuestión del bonapartismo. Trotsky analizó un tipo de bonapartismo propio de los países semicoloniales o neocoloniales. La debilidad de la burguesía nacional en estos países, donde el principal explotador es el imperialismo, da lugar a gobiernos que juegan como árbitros entre el movimiento obrero y de masas y el imperialismo dominante. En la medida en que la burguesía nacional es incapaz de imponer directamente su gobierno, se impone la aparición de un árbitro entre las dos fuerzas más poderosas de la escena nacional.

Estos gobiernos pueden obrar como agentes del imperialismo, en cuyo caso tienen un carácter acentuadamente reaccionario, o apoyarse en las masas obreras y campesinas para resistir la presión de la metrópoli. En este último caso, tienen un carácter relativamente progresivo que, salvadas las distancias históricas, repite algunos de los rasgos positivos del bonapartismo del siglo pasado. Ese carácter relativamente progresivo tiene su contrapartida en el papel que estos bonapartismos “sui generis” cumplen, impidiendo que la clase obrera avance por una vía independiente hacia su revolución y manteniendo la resistencia al imperialismo dentro de los límites de la propiedad burguesa. Cárdenas, Nasser y Perón son algunos ejemplos de este bonapartismo “sui generis”: gobiernos burgueses hasta la médula, que defienden a sus países del imperialismo apoyándose en las masas explotadas.

Algunos ideólogos del MFA se proclaman “tercermundistas” y comparan su movimiento con los de los pueblos coloniales y semicoloniales, intentando así aprovechar a su favor el prestigio y atractivo que los movimientos de liberación nacional tienen ante los ojos de la izquierda europea, especialmente de sus camadas más jóvenes.

Lamentablemente, se les ha hecho eco desde nuestro movimiento. En base a una terminología y comparaciones puramente formales, se presenta al MFA como cercano a los regímenes militares del “tercer mundo”. Livio Maitan nos dice, en el artículo “El papel del MFA de Portugal” (en esta edición de Revista de América) que:

“El fenómeno que presenciamos hoy en Portugal muestra claras analogías con fenómenos que han ocurrido en países neocoloniales, o países económica y socialmente subdesarrollados.”

¿Cuáles son esas “ claras analogías ”? He aquí lo que sostiene Maitan:

“En situaciones en que la burguesía se encuentra imposibilitada de ejercer su hegemonía política por la vía normal ‑-el mecanismo democrático burgués parlamentario o presidencial, la dictadura formal o de hecho de un partido político propio, etcétera‑- en un período de crisis política profunda, el aparato militar puede surgir como única fuerza capaz de asegurar el funcionamiento del Estado. Para precisar más, el ejército puede asumir la función de partido dirigente, con la capacidad de preservar el funcionamiento del mecanismo esencial del sistema. Este no tiene necesariamente que tomar la forma de una dictadura militar reaccionaria, sino que puede darse bajo la tendencia militar reformista o populista (obviamente, la dictadura militar brasileña se encuentra en la primera categoría y el régimen peruano en la segunda, para no citar sino a dos de las instancias más destacadas de América Latina.)

Confesamos que el procedimiento del autor nos deja atónitos. Deja de lado que no se puede entender ningún tipo de gobierno al margen de las características profundas, estructurales, de clase, del país y de la situación en que se dan. Portugal es un país imperialista; Perú y Brasil, países semicoloniales explotados por el imperialismo. Esta es una diferencia tajante y decisiva. Todos los tipos de gobierno burgués que pueda haber en Portugal son, antes que nada, gobiernos imperialistas. Todos los gobiernos, de cualquier tipo, en Perú y Brasil, deben reflejar de alguna manera la gran contradicción que opone al país en su conjunto con la dominación imperialista. El régimen brasileño ha sido un agente directo del imperialismo y enemigo de su propio país. El peruano esboza una tímida defensa del país ante el imperialismo.

En Portugal no pueden darse gobiernos como éstos, porque el principal explotador es el capitalismo portugués. Naturalmente, la ideología “tercermundista” de sectores del MFA contiene un elemento de verdad. El capitalismo portugués es débil y atrasado, lo que le hace temer la colonización por parte de sus competidores más poderosos. El fortalecimiento del estado apunta en esa dirección: contar con un instrumento fuerte para mejor negociar con los otros imperialismos y con la clase obrera y el movimiento colonial.

Con ser de lejos la más importante, ésta no es la única diferencia entre Portugal, por un lado, y Brasil y, Perú, por el otro. Portugal vive el desarrollo de una revolución obrera y la crisis del régimen capitalista. En Perú no ha existido en los últimos diez años una situación, no digamos ya revolucionaria, ni siquiera prerrevolucionaria. El régimen brasileño es producto de una etapa contrarrevolucionaria.

Mientras Portugal está sacudido por una inestabilidad que llega al paroxismo, los dos países latinoamericanos citados llevan años de estabilidad burguesa (once, en el caso de Brasil; siete, en el Perú).

Nuevamente, encontramos que la única similitud entre los tres casos es que gobiernan los militares. Pero, aun considerando la cuestión desde este punto de vista formal, la analogía, de Maitan es errónea. Veamos lo que dice nuestro comentarista:

“El único aparato sólido, la única fuerza relativamente coherente, resultan ser las fuerzas armadas, que, por lo mismo, emergen como la fuerza políticamente dominante. El MFA surgió y se fue formando en este contexto, apareció como la verdadera fuerza política del país.” (ídem.)

Ahora, veamos la realidad. Entre el ejército portugués, por un lado, y el peruano o brasileño, por el otro, lo único que hay en común es que en ambos casos son ejércitos y, por lo tanto, la última y decisiva garantía del régimen burgués. Los ejércitos de Perú y Brasil son ejércitos normales en situaciones burguesas normales; están cohesionados y en su seno rige la disciplina jerárquica. El ejército portugués está totalmente anarquizado, porque está sumergido en el proceso de una revolución. Todas sus jerarquías están trastocadas. Es un aparato muy poco “sólido”, escindido, en cuyo seno hay un grupo ‑minoritario entre la oficialidad‑ que trata, con su estilo y en las condiciones que le impone la realidad, de salvar el orden burgués e imperialista, aun chocando con los “mandos naturales”.

Eso es el MFA en el gobierno. Está allí, no porque sea militar, sino porque goza de la confianza del movimiento de masas; no porque forme parte del “sólido” aparato del ejército, sino porque ese aparato atraviesa una crisis tan profunda que lo hace incapaz de gobernar sin apoyarse en los capitanes.

El camarada Maitan en el mismo artículo hace otra comparación tan desafortunada como la que acabamos de considerar. Según dice, la situación portuguesa se caracteriza “precisamente por una creciente insuficiencia del aparato político tradicional y la inexistencia de un partido burgués con una base de masas lo suficientemente amplia como para ejercer su hegemonía, digamos, a la manera de la Democracia Cristiana italiana o el Partido Conservador inglés ”.

Livio Maitan no ha reflexionado que, en períodos revolucionarios, los partidos burgueses nunca tienen suficiente apoyo de masas como para ejercer la hegemonía, precisamente porque se trata de períodos revolucionarios, en los que las masas no confían en la burguesía y lucha contra ella. Justamente, uno de los síntomas del avance de la crisis revolucionaria en Italia va siendo la imposibilidad de que la democracia cristiana siga ejerciendo la hegemonía. Otro tanto ocurrirá con el conservadorismo inglés apenas el proletariado británico supere los estallidos episódicos ‑-de los cuales la huelga minera de 1974 fue un ejemplo descollante--para lanzarse a luchas más duraderas y generalizadas. Ambos partidos han podido gobernar en épocas normales, sin luchas obreras y populares generalizadas, pero no lo podrán hacer en una etapa revolucionaria. Por eso, lo que define la situación en Portugal no es meramente, como afirma nuestro comentarista, “una profunda crisis política”, sino una violenta crisis social y económica.

Quizás el camarada Maitán nos conteste que nunca pretendió asimilar el gobierno portugués a los regímenes militares “tercermundistas” y que se limitó a resaltar algunas similitudes formales. Si así lo hiciera, la explicación sería endeble. Para los marxistas, las formas de gobierno expresan siempre una determinada relación entre las clases. Una comparación entre puras formas, haciendo abstracción de sus contenidos de clase, no tiene ninguna validez ni utilidad. Aceptamos las analogías cuando permiten precisar la definición de clase de un fenómeno; si no sirven para eso, son un ejercicio periodístico y entrañan el peligro, como mínimo, de confusión.

3. Gobierno de las fuerzas armadas o de frente popular?

Los pensadores y políticos liberales han acuñado una clasificación superficial de los gobiernos burgueses: civiles y militares. Los marxistas, en cambio, definirnos a los gobiernos, no por la “ropa” que usan sus funcionarios, sino por el rol que cumplen en las relaciones entre las clases. El arzobispo Makarios, aunque viste sotana, no encabezaba un gobierno eclesiástico medieval, sino uno producto de la actual época imperialista y de la lucha por la independencia de una colonia británica. Sin embargo, los uniformes de los gobernantes portugueses están dificultando a muchos compañeros percibir, detrás de ellos, las verdaderas relaciones que se han establecido entre las clases y que han originado el actual gobierno del MFA.

No está de más recordar que, en su momento, una dificultad similar provocó definiciones muy curiosas del régimen militar peruano y de sus efímeros imitadores bolivianos (Ovando y Torres): se les aplicó el rótulo de “reformismo militar”, sin tomar en cuenta las relaciones entre las clases. De esta forma, se cayó en una vulgar descripción periodística, que definía el fenómeno por sus aspectos exteriores: los uniformes que vestían los gobernantes y las “reformas” (verdaderas o falsas, importantes o trascendentes, poco importaba) que realizaban.

Lo curioso es que de tanto mirar los uniformes de los gobernantes lusitanos se les ha pasado por alto un hecho verdaderamente crucial: es el primer gobierno burgués de Europa Occidental en los últimos 27 años en que interviene el Partido Comunista. Y no lo hace solo, sino también con el Partido Socialista.

Esta participación de los partidos obreros (Socialista y Comunista), y especialmente del stalinismo, en el gobierno portugués, es el rasgo decisivo del régimen del MFA. Mucho más importante que las charreteras del general Costa Gomes.

La intervención en el gobierno de los dos grandes partidos obreros es consecuencia del ascenso revolucionario, que ha obligado a la burguesía portuguesa a aceptar un gobierno compartido con esas organizaciones como única forma de paralizar y derrotar a los trabajadores. Se constituye así un gobierno de colaboración de clases, al servicio del mantenimiento del régimen burgués en un momento muy difícil para éste. Muy difícil, entre otras cosas, porque la crisis de sus fuerzas armadas las inhabilita para mantenerlo por medio de la fuerza. La colaboración se impone desde el momento en que, si le faltase el apoyo o el apaciguamiento de los trabajadores, el gobierno burgués no podría durar ni un minuto en el poder; tal es la magnitud del ascenso revolucionario.

Si exceptuamos los uniformes, el actual gobierno portugués es un típico gobierno de frente popular, de bloque gubernamental burgués‑partidos obreros. El gobierno de Torres en Bolivia fue militar y frente‑populista, de colaboración y participación de las direcciones reconocidas del movimiento obrero. El de Kerensky y el del Kuomintang también fueron gobiernos de colaboración de clases, frentepopulistas, aunque tampoco fueron parlamentarios.

En este aspecto, pues, no puede caber ninguna duda: el gobierno de Costa Gomes, las fuerzas armadas y los partidos reformistas es un típico gobierno de colaboración de clases en un período revolucionario. Si alguna novedad presenta es que se trata de un gobierno doblemente frentepopulista ya que, al tener que vérselas no solamente con el ascenso revolucionario del movimiento obrero, sino también con la movilización revolucionaria de las masas coloniales, colabora o concilia además con dichas masas coloniales para salvar al imperio. La confluencia de las revoluciones colonial y obrera ha originado un gobierno colaboracionista por partida doble, un frente popular al cuadrado. Esto sí es verdaderamente novedoso en cuanto a las relaciones entre las clases y movimientos revolucionarios con sus explotadores; aunque tiene el antecedente de la demagogia kerenskista frente a las nacionalidades oprimidas por el imperialismo gran‑ruso.

La forma, técnica y mecanismos a través de los cuales se lleva a cabo esta colaboración entre los representantes de la burguesía imperialista y las direcciones pequeño burguesas del movimiento obrero y colonial tienen su importancia. Pero no son determinantes; no modifican esta definición del actual régimen portugués.

Para que los representantes de la burguesía y los de la clase obrera colaboren, es necesario un gozne, un intermediario. En el caso portugués, ese intermediario es el MFA.

VI. Un gobierno kerenskista clásico

1. Los distintos tipos de gobiernos imperialistas

Aceptemos o no las definiciones precedentes de Horowitz y Maitan, sobre el gobierno del MFA, debemos destacar la importancia del intento. Los autores que hemos citado han puesto el dedo en la llaga: definir la etapa de la lucha de clases y su probable dinámica es requisito previo para formular una política revolucionaria correcta, pero no basta. Hay que precisar el carácter del régimen y gobierno al que enfrentan las masas.

La política revolucionaria no será la misma frente a distintos tipos de gobiernos. Hay una política para una situación prerrevolucionaria con un régimen y gobierno democrático‑burgués, parlamentario, como en los casos de Francia, Bélgica y España en la década de 1930. Hay otra política para una situación prerrevolucionaria (o muy próxima a serlo) con un gobierno bonapartista post fascista, como en la España actual. Durante la situación revolucionaria que se abrió en 1905, los bolcheviques tuvieron consignas (¡Abajo el Zar! , ¡República! ) que eran consecuencia del régimen semifeudal que debían enfrentar. En una situación semejante, en la Alemania de 1919, esas consignas no tuvieron razón de ser, pues los comunistas debían hacer frente a una república y no a un monarca semifeudal.

Para dar respuesta a esta necesidad, los camaradas de los países metropolitanos tropiezan con un obstáculo: la inercia teórica provocada por la realidad. Durante los últimos treinta años, Europa Occidental ha vivido bajo un mismo régimen democrático‑burgués (ese lapso se amplía a doscientos para el caso de EE.UU.). La realidad europea no ha puesto a nuestro movimiento frente a otros tipos de gobiernos burgueses, con excepción de Portugal y España (que fácilmente podían ser considerados como “fósiles” heredados de un período anterior), y, por algunos años, Grecia. Digamos, de paso, que se trata de países “periféricos” en el elenco europeo. Esta larga etapa de monotonía política desacostumbró a los reflejos teóricos de nuestro movimiento para reaccionar ante fenómenos nuevos, como el actual régimen portugués.

Nuevo en relación con el último período vivido por Europa Occidental, pero no para el marxismo revolucionario, que ya tuvo ocasión de observar regímenes parecidos durante las casi tres décadas que corrieron entre 1917 y 1945. Entonces, proliferaron en Europa Occidental regímenes y gobiernos que no eran democrático‑burgueses. Por eso, basta con recurrir al arsenal teórico legado por nuestros maestros para encontrar definiciones fundamentales en el intento de caracterizar al gobierno del MFA y a los futuros regímenes que irán apareciendo en el continente europeo a medida que la revolución siga avanzando.

A partir de la crisis crónica del imperialismo (que no encuentra su solución revolucionaria por la traición de la socialdemocracia y del stalinismo), Trotsky estudió y definió cuatro tipos de gobiernos y regímenes imperialistas: fascistas, bonapartistas, democrático‑burgueses y kerenskistas. Para los países dominados por el imperialismo, precisó un tipo particular de bonapartismo: el bonapartismo “sui generis”, como ya hemos visto. Y, en su momento, adelantó la definición de bonapartista para el gobierno de Stalin, aunque con una base social esencialmente distinta: era un órgano del estado obrero.

2. Democracia burguesa y fascismo

A fines del siglo pasado, Engels señaló la tendencia de los regímenes burgueses hacia el bonapartismo, a dejar el gobierno en manos de la burocracia y el aparato militar. Es cierto que esta tendencia fue y sigue siendo una constante. Sin embargo, hasta la Primera Guerra Mundial, en los países imperialistas floreció y se expandió el régimen democrático‑burgués.

En el típico régimen democrático, los problemas de la burguesía se arreglan en el juego electoral entre los distintos sectores de ésta que buscan apoyo en las clases media y obrera. Más allá de su carácter electoral, el sostén de clase de estos regímenes democrático‑burgueses es el acuerdo con la clase media sobre el mantenimiento de un mecanismo electoral‑democrático.

El colosal desarrollo del capitalismo y del imperialismo en el siglo pasado y los primeros años del actual fue la condición necesaria del florecimiento de regímenes democrático‑burgueses en los países imperialistas, al hacer posible un cierto mejoramiento en la situación de los trabajadores. Así se aseguraba que el otorgamiento del derecho a votar al pueblo no se volviera contra la burguesía, pues los trabajadores votarían por los partidos burgueses o por los reformistas. En esa época, y como consecuencia de esas condiciones, surgió la ideología reformista que iguala capitalismo y democracia.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en los países imperialistas se vivió un fenómeno similar (y surgió una ideología similar), como consecuencia del espectacular “boom” de la economía capitalista en los últimos veinticinco años.

Pero, en el período entre ambas guerras mundiales, la economía capitalista, lejos de un “boom”, atravesó una crisis profunda y prolongada. No hay más que recordar la grave crisis mundial de 1929‑32 y la que soportaron durante años enteros Alemania y los países del centro de Europa.

A partir de 1914, el mundo imperialista comenzó a sufrir una crisis económica y social. A medida que la situación del capitalismo se volvía más y más crítica, el régimen democrático‑burgués fue quemando sus fusibles electorales. Ya no le era posible asegurar a la clase media y a la aristocracia obrera sus privilegios. Las disputas entre las distintas alas de la burguesía se agudizaron. Las distintas clases no aceptaban ya esperar a las elecciones y reclamaban soluciones perentorias. Si en Rusia la democracia burguesa (tras una corta vida de meses) fue reemplazada por la dictadura del proletariado, en Italia cedió el lugar a un nuevo tipo de gobierno burgués: el fascismo. El régimen democrático “eterno” de un capitalismo “eterno” reveló entonces su verdadero carácter transitorio, de un período en la vida del capitalismo. Quedó al desnudo su verdadero rol de estación de paso hacia una de las dos terminales antagónicas: el fascismo o el comunismo.

Trotsky fue quien hizo el análisis certero del nuevo fenómeno fascista. Enfrentado a la crisis económica y al peligro de la revolución obrera, el capital financiero se vio obligado a movilizar a la pequeña burguesía y a los desclasados para aplastar a la clase obrera y a sus organizaciones con métodos de guerra civil e implantar un estado totalitario que, no sólo suprimió la democracia obrera, sino también todas las libertades democráticas.

3. El bonapartismo imperialista

Pero el fascismo es un último recurso, costoso y lleno de riesgos. No siempre la burguesía se ve obligada a movilizar a la pequeña burguesía. En muchos casos, pudo contar con una carta, menos convulsiva: los partidos obreros reformistas le garantizaron la supervivencia. Eso permitió que la burguesía, en ocasiones, limitara o directamente suprimiera el régimen democrático sin llegar al fascismo (muchas veces, como pasos previos en la marcha hacia este régimen). Ese régimen intermedio, nacido de los avances de la contrarrevolución burguesa y las derrotas de las masas, se apoyaba en la burocracia y fundamentalmente en las fuerzas armadas, lo que le da su carácter bonapartista.

Trotsky ha sido minucioso en el estudio de estos regímenes, típicos de la Europa de las décadas de 1920 y 1930. “ La decadencia de la sociedad capitalista coloca nuevamente al bonapartismo -‑junto al fascismo y aparejado con él-‑ en el orden del día” (León Trotsky, “The Struggle Against Fascism in Germany”, Pathfinder, New York, 197 1, pág. 3 29.)

Y, señalando el vínculo entre estas distintas formas de régimen burgués, decía que:

“Entre la democracia parlamentaria y el régimen fascista [hay] una serie de formas transicionales (...) Sobre la base de la experiencia alemana, los bolcheviques leninistas registraron por primera vez la forma transicional de gobierno la cual hemos llamado bonapartismo”.   (Op. cit., p. 438).

Estas formas de gobierno son una consecuencia indirecta de los avances fascistas:

“El determinismo de estas formas transicionales se ha vuelto patente, naturalmente no en un sentido fatalista sino dialéctico, es decir, para los países y períodos en que el fascismo, con creciente éxito, sin encontrar una resistencia victoriosa del proletariado, ataca la posición de la democracia parlamentaria con el fin de estrangular al proletariado”. (Op. cit., p. 438).

Y vuelve a insistir Trotsky en que el bonapartismo se asienta en el retroceso de las masas y en los triunfos de la contrarrevolución, no en la proximidad de la revolución.

Sin está condición básica, esto es, sin que previamente las energías de las masas hayan quedado exhaustas en batallas, el régimen bonapartista no se puede desarrollar”.   (Op. cit, pág. 278).

Estos regímenes, precisamente por su carácter de estaciones intermedias en el tránsito de la democracia parlamentaria al fascismo, eran menos estables que el bonapartismo postfascista. Este último surge cuando el fascismo en el poder se desprende (a veces, con los mismos métodos de guerra civil que antes empleó contra el proletariado) de su ala pequeño burguesa y pasa a gobernar apoyado en el aparato policiaco‑militar.

Trotsky distinguía, pues, tres tipos de regímenes burgueses “normales” en esta época de crisis: democracia parlamentaria, bonapartismo pre y post‑fascista y fascismo. Al decir “normales” nos referimos al hecho de que se trata de regímenes donde está garantizada la estabilidad de la burguesía.

4. El kerenskismo

Pero, ¿qué sucedía en los casos inversos, cuando el movimiento obrero y de masas avanzaba hacia la revolución socialista? Trotsky reconocía en estos casos un nuevo tipo de régimen y de gobierno: el kerenskista o de frente popular. Se trata de una forma extremadamente inestable, sumida en una crisis crónica, cuya duración sólo puede ser muy limitada y que constituye el último o penúltimo tipo de gobierno burgués antes de la revolución obrera o de una vuelta atrás hacia el fascismo, bonapartismo o democracia burguesa.

“El régimen existente en España hoy día (decía Trotsky en noviembre de 1931 con relación al gobierno liberal socialista), corresponde mejor a la concepción de una kerenskiada, es decir, el último (o penúltimo) gobierno de “izquierda” que la burguesía sólo puede armar en su lucha contra la revolución.” (León Trotsky, The Spanish Revolution, Pathfinder, New York, 1973, pág. 169)

Y ante la crítica que le hace Nin de este concepto:

(“ Usted dice que el régimen en España puede ser comparado al “kerenskismo” yo no pienso así. Fue la última carta de la burguesía. Fue el anuncio de Octubre. Azaña anuncia a Lerroux, o sea Miliukov, la gran burguesía” (Op. cit., pág. 380), Trotsky le responde criticando la concepción mecánica de Nin, que creía que el kerenskismo llevaba inevitablemente a la revolución obrera, señalando que, por el contrario, había grandes posibilidades de que retrocediera a regímenes burgueses más reaccionarios.

He aquí la cita: “ todo depende de la manera de ver al “kerenskismo”: como el último gobierno burgués después del cual la burguesía debe perecer, o como el último gobierno de izquierda, lo más a la izquierda que pueda avanzar la burguesía en la lucha por su régimen, y que debe permitirle a la burguesía salvarse (y no morir) o ceder su lugar a un gobierno fascista” . (Op. cit., pág. 397).

En un régimen kerenskista, la contrarrevolución burguesa, incapaz de aplastar a la revolución obrera pero todavía capaz de impedir su triunfo, se ve obligada a conciliar con el movimiento obrero para frenar su avance. Insistamos en un ejemplo: si consideramos a la democracia burguesa como la estación central de una línea ferroviaria, a medida que avanzamos hacia la derecha vamos pasando por las estaciones del bonapartismo; la terminal es el fascismo. Pero, si tomamos el rumbo opuesto, pasaremos por la estación del kerenskismo y, atravesando la frontera de clase, llegaremos a otra terminal: la del estado obrero.

El kerenskismo es una combinación de revolución obrera y contrarrevolución burguesa. Pero una combinación en la que el elemento dinámico y decisivo sigue siendo la revolución obrera en ascenso. Exactamente lo contrario a un régimen bonapartista, en el que el factor dinámico es la contrarrevolución burguesa y el movimiento obrero se encuentra a la defensiva.

Estamos sorprendidos por la resistencia de la mayoría de los marxistas contemporáneos a aceptar esta definición, que nosotros hemos aplicado recientemente a los gobiernos de Torres en Bolivia y Allende en Chile. Resistencia que es tanto más grave cuanto que la crisis actual del capitalismo hace inevitable el surgimiento de gobiernos de este tipo. Sobre todo, nos llama la atención que los camaradas de “The Militant”, que comparan con gran acierto las revoluciones rusa y portuguesa, no perciban la similitud entre los gobiernos producidos por ambos procesos.

Es posible que la confusión se origine en el hecho cierto de que los gobiernos kerenskistas (al igual que los parlamentarios) tienden hacia el bonapartismo. Otro hecho que puede confundir es que tanto el bonapartismo como el kerenskismo son característicos de épocas de crisis del capitalismo, en oposición al gobierno democrático parlamentario.

5. Kerenskismo y bonapartismo

Pero la gran diferencia entre estos dos regímenes estriba en la forma en que la burguesía encara la solución de la crisis. Cuando se apoya directamente en las fuerzas armadas sin recurrir a la conciliación con el movimiento obrero y de masas, cuando intenta superar la crisis con un gobierno de “derecha”, de “orden” y de “fuerza”, con un “árbitro inapelable”, estamos frente a un típico gobierno bonapartista.

Cuando trata de “conciliar”, de lograr la “colaboración de la clase obrera a través de sus representantes” para realizar un gobierno de “izquierda” o “socialista” estamos frente a un gobierno de colaboración de clases: kerenskista.

Podríamos resumir diciendo que la diferencia que hay entre un gobierno bonapartista y uno kerenskista es la misma que hay entre un juez o árbitro, que hace ejecutar sus sentencias con el peso de fuerzas armadas disciplinadas, y un conciliador, que no cuenta con fuerzas armadas seguras para imponer sus decisiones o “consejos”.

Lógicamente, este conciliador o intermediario entre las clases en lucha tiende con todas sus fuerzas a obtener el poder que le permita dar a sus decisiones el carácter de inapelables y obligatorias. Pero, mientras no lo logre (y, para lograrlo, debe derrotar a la clase obrera) seguirá siendo kerenskista y no bonapartista.

Esta combinación de rasgos de un tipo de régimen en otro no es rara. Por el contrario, es la regla en la realidad, donde los tipos puros son la rara excepción. Así, tenemos bonapartismos y kerenskismos con formas parlamentarias, regímenes democrático‑parlamentarios con fuertes tendencias bonapartistas, etc.

En el caso del kerenskismo, su carácter inestable le exige, para restablecer el perdido equilibrio social burgués, tender a convertirse en bonapartismo. Trotsky, al historiar la revolución rusa, señala este rasgo en el gobierno de Kerensky. Habla de “ elementos de bonapartismo ” al definir a Kerensky y Kornilov. Así deben entenderse las referencias que, en medio de la lucha contra Kerensky, Lenin y el propio Trotsky hacen al carácter “bonapartista” de aquél. Especialmente, en la “Historia de la Revolución Rusa”, pero también en otros trabajos suyos, Trotsky lo pone en claro:

“La desdicha de los candidatos rusos al papel de Bonaparte no consistía ni mucho menos en que aquellos no se parecieran, no ya al primer Napoleón, sino ni siquiera a Bismarck: la Historia sabe servirse de los sucedáneos. Pero tenían contra ellos una gran revolución que aun no había cumplido sus fines ni agotado sus fuerzas. (...) La revolución estaba llena de vida. No tiene nada de particular que el bonapartismo se manifestara endeble.” (“Historia de la Revolución Rusa”, ídem, Tomo 1, pág. 176).

Nada mejor que el enemigo de clase para sintetizar la diferencia entre el Kerensky con tendencias bonapartistas y el directamente bonapartista Kornilov. Trotsky cita a uno de los grandes industriales rusos quejándose del gobierno kerenskista:

Se llamaba a Petrogrado a los representantes de los obreros, y en el Palacio de Mármol se hacían esfuerzos para persuadirles, se los insultaba, se los reconciliaba con los industriales, con los ingenieros” . (Op. cit., Tomo 11, pág. 299 ).

Este gran capitalista estaba ansioso de que el gobierno “conciliador” fuera reemplazado por otro (bonapartista) que, como árbitro supremo, ordenara e hiciera cumplir sus órdenes a los rebeldes obreros rusos.

Según relata Trotsky, de acuerdo con los testimonios de Miliukov, el más importante político burgués ruso, “ la instalación de un hombre fuerte. . . [Kornilov] se concebía según otros procedimientos que los de negociadores y acuerdos ”. Lo mismo decía otro comentarista para explicar el apoyo a Kornilov del Partido Cadete: “ Sobre un régimen democrático, sobre la voluntad popular, sobre la Asamblea Constituyente [....] las esperanzas estaban ya abandonadas: ¿Las elecciones municipales en toda Rusia no habían dado ya una mayoría aplastante de socialistas? . . . Entonces, se dispuso a buscar, en la angustia, un poder que fuera capaz no de persuadir [como el de Kerensky, acotamos nosotros] sino sólo de ordenar.” (Op. cit., Tomo II, pág. 161. Subrayado nuestro).

No puede haber ninguna duda: para el trotskismo, un régimen conciliador es distinto de uno arbitral. El primero es kerenskismo; el otro, bonapartismo.

6. Gobierno de “izquierda”, de colaboración de clases, de frente popular o kerenskista son lo mismo

En su origen, el kerenskismo tomó su nombre de Alexander Kerensky, quien gobernó a Rusia en los últimos meses del régimen burgués, antes de la Revolución de Octubre.

Más tarde, Trotsky utilizó este término para designar a todos los gobiernos de colaboración de clases en que participaban los partidos reformistas del movimiento obrero. De esta forma, la definición de kerenskismo abarcó no sólo a los gobiernos de izquierda de coalición entre la burguesía y el proletariado en las épocas revolucionarias, sino también a los que se dieron en situaciones prerrevolucionarias, como fue el caso del gobierno del Frente Popular francés en 1936 y los diversos proyectos similares realizados en otros países en la década de 1920.

En vuestro país [Francia] se está aproximando, evidentemente, un período de kerenskismo  el régimen del Bloque Radical‑Socialista es la primera repercusión de la época de la guerra”. (“Los cinco primeros años de la Internacional Comunista”, Ed. Pluma, Buenos, Aires, 1974, pág. 190).

“Pero el candidato más probable en el presente momento es Herriot, que está preparando el terreno y las condiciones para una nueva política, para el kerenskismo francés, porque la asunción del poder por el “Bloque de Izquierda” significa un gobierno de radicales y socialistas, que entrarán indudablemente en el Bloque”. (“The First Five Years of the Communist International”, Pathfinder, New York, 1972, vol. 2, p. 212 )

La aparición de la clase trabajadora en el poder volcará sobre el Partido Laborista la entera responsabilidad de los actos del gobierno; y dará nacimiento a una época de kerenskismo inglés en la era del parlamentarismo” (Op. cit., pág. 211).

“Pero hay demasiados síntomas de que la burguesía será llevada a recurrir a una orientación reformista y pacifista antes de que el proletariado se sienta preparado para el asalto decisivo. Esto significaría una época de kerenskismo europeo .” (Op. cit., pág. 262)

“ (...) en España el kerenskismo ‑la coalición de los liberales y los “socialista”‑ (..)” (León Trotsky, “Writings, 1930‑31”, Pathfinder, New York, 1973, pág. 355.)

Como vemos, Trotsky incluye dentro de la categoría de kerenskistas a todos los gobiernos de “izquierda” en los que intervienen partidos obreros: desde el proyecto “izquierdista” de Francia en 1922, hasta la coalición liberal socialista de España en 1931, pasando por el probable gobierno laborista en Inglaterra en un período prerrevolucionario. Una orientación demagógico‑izquierdista (“pacifista y reformista”) de la burguesía europea le hace prever una etapa de kerenskismo a escala continental.

Define así un kerenskismo que podríamos llamar “no clásico”, puesto que, a diferencia del régimen de Kerensky, no se da en una etapa revolucionaria y con una situación de poder dual, sino prerrevolucionaria; y no es promovido al poder directamente por el movimiento de masas, sino indirectamente, por la vía electoral y parlamentaria.

Más adelante, después de conocer y estudiar los gobiernos de frente popular de Blum, Largo Caballero y Negrín, Trotsky siguió el camino inverso: extendió la denominación de “frente popular” al gobierno de Kerensky, indicando así que se trataba de sinónimos.

De febrero a octubre, los mencheviques y los social revolucionarios, que representan un muy buen paralelo con los “comunistas” y los socialdemócratas, estaban en la más estrecha alianza y en una permanente coalición con el partido burgués de los cadetes, junto con los que formaron una serie de gobiernos de coalición. Bajo el signo de este Frente Popular,(..)”. (León Trotsky, “The Spanish Revolution”, idem, pág. 220)

Porque se suele olvidar que el más grande ejemplo histórico de Frente Popular es la revolución de febrero de 1917 ”. (Op. cit. pág. 2 20).

7. Un gobierno kerenskista clásico

Utilicemos el método de Trotsky para definir al gobierno del MFA, observando sus relaciones con la revolución y la contrarrevolución. ¿Este gobierno es un producto de triunfos o avances contrarrevolucionarios o, por el contrario, de grandes triunfos revolucionarios de las masas? ¿Es una consecuencia de que estas últimas han “quedado exhaustas en batallas” o, por el contrario, que ganaron esas batallas, contra el fascismo primero y después dos veces contra Spínola?

El gobierno del MFA es consecuencia de etapas de transición opuestas a las que originan gobiernos bonapartistas. Es resultado de la caída del régimen bonapartista post fascista y del curso ascendente de la revolución obrera, refleja las etapas transicionales en la marcha de esa revolución y las formas sucesivas en que la burguesía, la moderna clase media y los partidos reformistas que obran como representantes del proletariado se acomodan a esa marcha para frenarla.

El propio Horowitz ayuda a demoler la definición de bonapartista con su descripción de la situación del movimiento de masas. Una y otra vez, señala la existencia de grandes huelgas, manifestaciones, ocupaciones de fábricas, etcétera. En el último intento golpista de la reacción, el 11 de marzo, las masas triunfaron, el golpe fue derrotado y la oligarquía sufrió un duro golpe con la nacionalización de los bancos y compañías de seguros. Desde la caída del régimen fascista, los trabajadores han logrado conquista tras conquista. Lo admite Horowitz en el artículo citado cuando plantea la necesidad de “defenderse de todo intento de quitarles las conquistas logradas.

Todo coincide: la curva de la movilización es ascendente. Muy lejos estamos, pues, de la “condición básica” que Trotsky señala como decisiva para que se desarrolle un régimen bonapartista: que las energías de las masas “hayan quedado exhaustas”.

Como queda dicho, no negamos que el MFA tenga rasgos bonapartistas, que tienda al bonapartismo. Pero la tendencia predominante desde la caída del fascismo y el surgimiento del gobierno del MFA ha sido la contraria: cada vez mayor ascenso y conquistas de las masas.

Los rasgos bonapartistas se oponen a esta tendencia; ése es el principal peligro que enfrenta en la actualidad el movimiento de masas portugués. Pero un peligro es exactamente eso: un mal probable; no un mal presente. Ese peligro se hará realidad sólo después de una derrota de las masas, o de un desgaste de sus fuerzas en luchas parciales y desorganizadas, o de batallas necesarias pero no libradas. Nuevamente vemos que Horowitz vacía una fórmula política de su contenido de clase y atribuye un régimen que sólo puede basarse en triunfos de la contrarrevolución a una situación en que el movimiento obrero viene ganando posiciones en relación de fuerzas muy favorable frente a la burguesía.

La definición del gobierno portugués como bonapartista adolece de otro grave defecto. El surgimiento de un régimen bonapartista (o democrático, o fascista, o kerenskista) sólo puede producirse en medio de una conmoción, ya que implica el paso de una etapa de la lucha de clases a otra. Por eso dice Trotsky: “ el paso de un sistema a otro significa la crisis política ” (Trotsky, “The struggle Against Fascism in Germany”, ídem, pág. 440. Subrayado del autor). Por lo tanto, los camaradas que sostienen que el MFA es un gobierno bonapartista deben precisar cuál fue la crisis política que abrió la etapa bonapartista. ¿La caída de Caetano? ¿La caída de Spínola? ¿La derrota del putsch spinolista en marzo? Justamente estas tres crisis políticas constituyeron triunfos de la revolución, no de la reacción. Por otra parte, el régimen de Caetano era bonapartista post fascista y Spínola era un candidato a Bonaparte. ¿El MFA sólo significa un cambio de guardia en un régimen bonapartista que es continuación de los de Caetano y Spínola? En tal caso, los defensores de esta tesis deberían, para ser consecuentes, afirmar que nada ha cambiado políticamente en Portugal desde el 25 de abril de 1974 (salvo, quizás, la “fuerza” del bonapartismo, que ahora sería más débil).

Hay, en cambio, una definición que se ajusta perfectamente a las características del régimen del MFA. Salvo el hecho de que, hasta ahora, no ha producido un Kerensky, el gobierno portugués tiene todos los rasgos del kerenskismo o gobierno de frente popular. Es un típico gobierno de colaboración de clases, débil, inestable, que encubre su carácter burgués tras la fraseología socialista y una profusa demagogia alrededor de medidas (indudablemente progresivas) que se ha visto obligado a tomar: nacionalización de la banca y de empresas monopólicas. Finalmente, se estructura como un gobierno de frente popular, en el que participan un partido burgués, los partidos oportunistas y reformistas del movimiento obrero (el PS y el PC) y una organización político‑militar que establece la relación entre aquél y estos últimos.

Por el hecho de no ser el producto de una combinación parlamentaria, sino de una revolución obrera en curso, como por encontrarse en una situación que contiene importantes gérmenes de poder dual, el gobierno kerenskista del MFA es muy semejante al del propio Kerensky.

Esta definición, así como el haber desechado la de bonapartista, no altera la posición de principios qué debemos tener frente a este gobierno los marxistas revolucionarios. No ha dejado de ser un gobierno burgués y, por lo tanto, no se debe depositar en él la menor confianza, no se le debe brindar el menor apoyo político ni se debe entrar en él en ninguna circunstancia. Es nuestro enemigo de clase y nuestro objetivo debe ser derrotarlo mediante la revolución obrera.

Pero tiene una importancia decisiva para determinar la política que los marxistas revolucionarios portugueses deben seguir frente a él. Recordemos el ejemplo de la línea férrea con dos terminales (fascismo y estado obrero): si el gobierno es bonapartista, el país marcha hacía la derecha y, en consecuencia, es urgente poner el freno y dar marcha atrás. Si es kerenskista, urge apretar el acelerador para apurar la marcha hacia la revolución socialista y desprendernos del gobierno contrarrevolucionario (lo que no significa que marchemos en todo momento a la misma velocidad, sino adecuándola a las circunstancias que presente el trayecto).

Otro rasgo del bonapartismo es que, al ser un gobierno reaccionario casi en estado puro, que no se combina ni se apoya en ningún sector popular, se desnuda como el gobierno casi directo del capital financiero. Es decir, en el caso de Portugal, el gobierno de las siete grandes familias. Esto hubiera sido indiscutible en el caso de un triunfo de Spínola. Pero, desde luego, no lo es en el caso del gobierno del MFA, que ha expropiado parcialmente a la oligarquía financiera.

El bonapartismo también es un gobierno de orden, por excelencia. Lo es, precisamente, porque se asienta, no en el parlamento, sino en la burocracia, la policía y el ejército. Pero, para poder asentarse sobre ellos, necesita una policía y un ejército sólidos, disciplinados, dispuestos a ejecutar las órdenes represivas del régimen. En Portugal, se da exactamente lo contrario. La antigua policía política está prácticamente desmantelada. En el ejército reina un estado abiertamente deliberativo. La propia existencia del MFA (una fracción política pública) contribuye objetivamente a dividirlo. En algunas unidades, los soldados deponen a sus jefes y controlan el nombramiento de sus reemplazantes. En otras, se realizan asambleas en las que oficiales, suboficiales y soldados participan en pie de igualdad. Se han dado casos de tropas que se negaron a reprimir manifestaciones.

En semejantes condiciones no hay bonapartismo posible. Y la crisis y desintegración del ejercito crece día a día. La única forme de que se establezca un régimen bonapartista es que previamente se reconstruya la disciplina militar. Ese es el objetivo de las tendencias bonapartistas del MFA; los soldados y le movimiento de masas marchan en sentido contrario. Una vez más: hasta que las tendencias bonapartistas no triunfen sobre el movimiento de masas, no podrá haber bonapartismo en Portugal.

No creemos necesario continuar. La definición del gobierno burgués como bonapartista no soporta el menor análisis. No hay dudas, es un gobierno kerenskista con elementos de doble poder, es decir, clásico.

VII. El Movimiento de las Fuerzas Armadas

1. Kerenskismo institucionalizado

Todo régimen kerenskista o frentepopulista está compuesto de tres elementos: la burguesía de un lado, los representantes pequeño burgueses o burocráticos del movimiento obrero, de otro lado y, en el medio, el intermediario o conciliador.

Esta función la cumplía Kerensky en la revolución rusa.

“El semicadete y semi socialrevolucionario Kerensky no era, en el gobierno, el representante de los soviets, como Tscretelli o Chernov, sino el lazo que unía a la burguesía y la democracia. Tseretelli‑Chernov representaban uno de los aspectos de la coalición. Kerensky era la encarnación personal de la coalición misma.” (Trotsky, “Historia de la revolución rusa”, ídem, Tomo II, pág. 159.)

Es cierto que el gobierno portugués no muestra ningún Kerensky. Carece de ese rasgo personal que el kerenskismo comparte con el bonapartismo. Esta circunstancia no estorba la exactitud de la definición que hemos fundamentado. Cuando los trotskistas definían al gobierno de Hindenburg como bonapartista, se les objetaba que ese viejo mariscal era la negación misma de Napoleón, tanto psicológica como socialmente. Trotsky liquidó la cuestión rápidamente: aclaró que la definición no se refería al individuo, sino a la función político‑social que cumplía. El bonapartismo de Hindenburg era una institución, no un individuo. Este, más allá de sus características personales, era un símbolo de la función histórica que el bonapartismo cumplía en Alemania.

Podemos aplicar el mismo criterio para el gobierno del MFA. Kerensky surgió del gran partido pequeño burgués ruso, el Socialista Revolucionario; pero, al mismo tiempo, estaba desde siempre ligado a la burguesía liberal. Y sólo de ese partido podía surgir el “conciliador” que hiciera de intermediario entre la contrarrevolución burguesa y la revolución obrera. Casi cincuenta años de congelamiento político impidieron que en Portugal surgiera y se consolidara un partido pequeño burgués (y, dentro de él, personalidades estrechamente ligadas a la burguesía): ése es el vacío político que llena, mal que bien, el MFA. Y así suple a la inexistente personalidad conciliadora.

El paralelo entre Kerensky y el MFA es notable. La discusión sobre bonapartismo de las páginas anteriores podría haberse realizado, en términos casi idénticos, en 1917. Trotsky señala las fuertes tendencias bonapartistas de Kerensky, tendencias que no pueden imponerse a causa del ascenso triunfante del movimiento de masas, que culmina con la toma del poder. Y, precisamente por eso, porque las tendencias bonapartistas no llegan a imponerse, es que no se trata de bonapartismo sino de otro tipo de gobierno: kerenskismo, como ya hemos citado.

Otro rasgo común a Kerensky y al MFA es la poca confianza y simpatía que las respectivas burguesías sienten por sus “salvadores”.

“El hecho de que comprendieran que el régimen de Kerensky era una forma de dominación burguesa inevitable para aquel período, no excluía, por parte de los políticos burgueses, ni un descontento extremo respecto a Kerensky, ni su decisión de librarse de él lo mas pronto posible. Entre las clases poseedoras no había divergencias, por lo que se refería a la necesidad de oponer una figura del propio medio al arbitro nacional propugnado por la democracia pequeño burguesa” (Op. Cit, T. II, pág 178)

Es el retroceso del movimiento obrero y de masas el que eleva y sostiene al gobierno bonapartista en el poder. Con el kerenskismo ocurre exactamente lo contrario: cada avance del movimiento obrero y de masas lo eleva más y más:

Obedeciendo a la dialéctica, y al mismo tiempo a la maliciosa ironía del régimen conciliador, las masas, con su presión, debían elevar a Kerensky hasta el punto más alto antes de derribarlo ”. (Op. cit., t. II, pp. 1591160.)

Esto es precisamente lo que viene sucediendo con el MFA. Después de la caída de Caetano, sólo logró algunos ministerios secundarios en el primer gobierno provisorio. Al poco tiempo, el movimiento colonial y las luchas de masas en Portugal enfrentaron a Spínola por la demora en la independencia de las colonias y en el llamado a la Asamblea Constituyente, provocando la caída del primer ministro Palma Carlos. El MFA impuso entonces uno de sus hombres (el coronel Vasco Goncalves) como primer ministro. Cuando la movilización de las masas provocó la caída de Spínola, el MFA obtuvo el control total del gabinete. La derrota del “putsch” del 11 de marzo permitió que el MFA consiguiera que los grandes partidos obreros y el partido burgués más importante firmaran el “pacto‑programa” que reconocía al Movimiento el derecho a controlar el gobierno por un plazo de tres a cinco años. En el mismo sentido, Trotsky destaca que “se habían otorgado atribuciones ilimitadas al Gobierno de Kerensky, creado en julio” . (Op. cit., Tomo II, pág. 174.) Pero, al igual que Kerensky, esta elevación por encima de las clases y de los partidos tiene escaso valor práctico, ya que el MFA no tiene el poder necesario para imponer sus decisiones.

Trotsky dice que “ sin Kerensky, la política de conciliación hubiera sido lo mismo que la cúpula de una iglesia sin cruz ”. (Op. cit., T. II, pág. 159.) El MFA también corona el edificio de la imposible conciliación de clases en medio de la tormenta revolucionaria.

Por último, veamos otro rasgo que iguala al MFA con Kerensky. Se trata de su rol desorganizador, anárquico. Todo lo que quiere arreglar, lo desarregla, lo que quiere construir, lo destruye. Es exactamente lo opuesto del bonapartismo, el régimen del orden por excelencia, aunque todos (con la excepción de los revolucionarios) querrían ver al MFA llegar a esa meta. A pesar de esa voluntad común de la burguesía, la pequeña burguesía y los partidos reformistas de la clase obrera y de los esfuerzos que hacen en ese sentido, el objetivo está más allá de su alcance. El orden sólo puede venir de la mano del triunfo de la revolución obrera o de la contrarrevolución burguesa, y el kerenskismo es un intermediario entre estas dos fuerzas gigantescas, prisionero a la vez de ellas.

2. Carácter político y de clase

Cuando “The Militant” hace su analogía entre la revolución rusa y la portuguesa olvida que en aquélla existieron el Partido Socialista Revolucionario y Kerensky, que representaban a la pequeña burguesía y cumplieron el rol de intermediarios entre las masas y la burguesía imperialista. Este olvido plantea algunos interrogantes. ¿Qué partidos u organismos reflejan en Portugal a la pequeña burguesía, principalmente a la moderna clase media, como lo hacían los socialistas revolucionarios rusos? ¿O la portuguesa es la primera revolución sin representación de la pequeña burguesía? ¿Y el actual es un gobierno de colaboración de clases sin un intermediario o conciliador como Kerensky?

Si observamos el panorama político portugués, nos encontramos con que tanto la burguesía como la clase obrera están claramente representadas. La primera, en sus diversas alas, por la oficialidad reaccionaria, Spínola, Costa Gomes y los partidos políticos burgueses. La segunda tiene dos representantes pequeño burgueses o, lo que es lo mismo, burocráticos: el socialismo y el stalinismo. La pequeña burguesía, en cambio, no tiene aparentemente ninguna organización específica que la represente. Esto no es casual: todos los partidos portugueses son, en cierto sentido, nuevos, ya que los cincuenta años de fascismo no les dieron oportunidad para experimentar cuadros y direcciones. Esto es doblemente cierto en el campo del “pueblo”. El PC y el PS basaron su ideología y aparato en factores exteriores: Moscú y el stalinismo europeo, el primero; la socialdemocracia europea, el segundo. No en vano son los representantes de una clase internacional ‑-y de sus deformaciones‑‑. Pero la pequeña burguesía portuguesa no es una clase internacional. Y sus representantes pequeño burgueses son ‑-debían serlo obligadamente-- el producto nacional más genuino, más atrasado, sin ligazón con aparatos internacionales. Tales fueron también las características de los socialistas revolucionarios rusos.

Nos parece que la pequeña burguesía portuguesa, por falta de tiempo histórico, tuvo que improvisar su representación política, repartiéndola en varias organizaciones no específicas. Ella recayó, en gran medida, en el partido socialista y, en menor grado, en los partidos colaterales del stalinismo. Este vacío obligó a improvisar una organización ‘ política específica dentro del ejército, que representara fundamentalmente a la moderna clase media, el MFA. En Rusia, los oficiales “progresistas” y de baja graduación se afiliaron o respondieron a un gran partido pequeño burgués, el Socialista Revolucionario, organizándose en células o ramas de dicho partido dentro del ejército. En Portugal, la inexistencia de ese gran partido de la clase media fragmentó la representación de ésta en tres o cuatro sectores políticos, pero obligó a que se organizara en forma unitaria dentro del ejército.

Dado que el gobierno portugués se sostiene sobre dos bases: la estructura y la oficialidad de unas fuerzas armadas en crisis, y el acuerdo y apoyo de los partidos reformistas, se produce una división de tareas entre éstos y el MFA. Es la misma que se daba en Rusia entre los mencheviques y socialistas revolucionarios, por un lado, y Kerensky, por el otro. Los partidos reformistas portugueses aplacan a las masas y tratan de desmovilizarlas, como lo hacían en Rusia mencheviques y socialistas revolucionarios. El MFA‑Kerensky hace de puente‑conciliador entre ellos y los órganos políticos y militares burgueses (partidos, altos mandos y cuerpo de oficiales).

El MFA cumple este rol ante la falta de organismos o personalidades políticas ‘tradicionales’ que pudieran asumirlo y por las características peculiares del “febrero” portugués. No es casual que Kerensky haya surgido del ala derecha de los socialistas revolucionarios, prácticamente de la frontera entre éstos y la burguesía liberal. Era el hombre cuya práctica política era la de puente entre las masas revolucionarias ‑‑representadas en su momento por los diversos matices de su partido-- y la burguesía liberal cadete. Pero en Portugal el fascismo provocó que “febrero” se diera sin que existiesen grandes partidos históricos de las diferentes clases. Esta es una de las razones de que el 25 de abril, el febrero portugués no ha encontrado su expresión a través de los “socialistas revolucionarios” y “cadetes” portugueses, sino mediante sus sucedáneos militares. Si el “putsch” del 25 de abril fue esencialmente militar, sus personalidades y, organismos también debían serlo. Y, si la baja oficialidad que organizó al MFA cumplió el rol de los eseristas y Spínola el de los cadetes, Vasco Goncalves, junto al propio MFA, reemplazó a Kerensky. No es casual que Vasco Goncalves sea un teniente coronel, y no un miembro de la baja oficialidad. Su papel de puente entre ésta y los generales, su ubicación en la frontera, en el límite, entre unos y otros lo colocaron en posición inmejorable para actuar de intermediario. Y de intermediario en el sector en que estalló la crisis, las fuerzas armadas, como lo había sido Kerensky en el marco más amplio de las relaciones entre los partidos & la revolución rusa, cuando estalló la crisis social. De allí a elevarse a un Kerensky entre los partidos, las clases y las fracciones militares portuguesas de conjunto, había un solo paso. Paso que fue dado por el MFA y su dirigente Vasco Goncalves. Como consecuencia de este rol de intermediario, el propio MFA se transformó en una caja de resonancia de sus interlocutores, polarizándose en diversas tendencias y viviendo de crisis en crisis como resultado de esos antagonismos.

Este carácter y función de clase es la única explicación coherente de la historia, la ideología y la política del MFA. La otra definición, sustentada por muchos compañeros, de que el MFA es órgano o representación directa de la burguesía imperialista, naufraga en contradicciones insalvables. ¿Cómo explicar los roces y la lucha entre Spínola, que agrupaba en torno a sí a toda la burguesía tras el golpe del 25 de abril, y el MFA que representaba a esa misma burguesía? ¿Se trata de dos alas de la misma burguesía que se enfrentan en conatos de guerra civil, se dan “putschs”, se combaten, se persiguen y, mientras una escapa del país, la otra “hace demagogia”? Todo parece un partido de ajedrez jugado por la misma persona: la burguesía imperialista. Pero estas contradicciones insolubles se resuelven (y el carácter del MFA, de su historia de oscilaciones entre la burguesía y la revolución, con choques a ambas puntas, se hace diáfano) apenas lo consideramos como representación política de la moderna clase media dentro del ejército, elevado a tener que jugar de conciliador entre la revolución obrera y colonial en curso y la burguesía portuguesa y sus representaciones políticas y militares.

Esta definición de clase no significa en absoluto que depositemos la más mínima confianza en el MFA. Por el contrario, la analogía con Kerensky es aquí más útil que nunca. Al igual que aquél, el MFA es el representante de una clase media imperialista, que ha medrado y quiere seguir medrando con la explotación de las colonias. Así como los socialistas revolucionarios rusos querían seguir “hasta la victoria” la guerra de rapiña del imperialismo ruso. Y han medrado y quieren seguir medrando, también, de la, explotación de la clase obrera; son, por lo tanto, doblemente reaccionarios.

Las contradicciones que sacuden al MFA expresan simplemente el carácter contradictorio de la clase que representa: con métodos plebeyos, “socializantes”, es la más formidable herramienta con que cuenta actualmente la burguesía imperialista portuguesa. Si cumple un papel tan destacado en la estrategia de la burguesía, ello se debe a la extremada debilidad de ésta y del imperio que defiende. Dicha debilidad, que hizo que el ejército entrara en crisis, ha dejado a la clase media imperialista como única valla frente a la revolución, no sólo en Portugal sino también en el imperio. La burguesía imperialista no tendrá una herramienta mejor hasta que logre disciplinar al ejército o desarrollar un movimiento fascista.

3. Dos interpretaciones peligrosas sobre el MFA y la crisis de las fuerzas armadas

Diversas son las interpretaciones que se han dado acerca del fenómeno del MFA, algunas de ellas sumamente peligrosas.

Hay quienes sostienen que se trata de “un fenómeno nuevo”. Es cierto que el MFA, como todo fenómeno, tiene algo de nuevo, pero es muy grave afirmar que algo es nuevo para evitar hacer un análisis de clase. Precisamente desde el ángulo de las relaciones entre las clases, el MFA no tiene nada de esencialmente nuevo: debe poder explicarse por el impacto revolucionario y la dinámica de las tres clases fundamentales de la sociedad en las fuerzas armadas. Estos compañeros se confunden ante el hecho cierto de la crisis y el doble poder en las fuerzas armadas portuguesas, y atribuyen al MFA esta situación, cuando en realidad, es la expresión de ella. Así como muchos “izquierdistas” estaban por la España republicana y su gobierno, o por la revolución rusa de febrero’ y su gobierno, extasiándose con la revolución en bloque, doble poder incluido, algunos camaradas hacen lo mismo con la revolución portuguesa, poniendo un signo igual entre el MFA y las conquistas de las masas. De esta manera se ocultan las funciones claras y precisas de éste: ser el agente conciliador de la contrarrevolución imperialista. Disuelven en el hecho cierto de que sin revolución obrera y poder dual en el ejército no habría MFA, el hecho igualmente cierto de que el MFA es la herramienta contrarrevolucionaria pequeño burguesa de la burguesía imperialista para frenar la revolución dentro y fuera del ejército.

Pero hay otra interpretación opuesta, también incorrecta y peligrosa: la de quienes sostienen que MFA e imperialismo son lo mismo, es decir, que el MFA sería la expresión dentro del ejército de la burguesía imperialista portuguesa. Esta definición tiene un mérito: apela al análisis de clase. Pero adolece de un defecto, opuesto y simétrico al de la anterior: también parte del hecho cierto de que el MFA es parte de la oficialidad de un ejército burgués e imperialista y de que su gobierno es imperialista, pero disuelve en esa generalidad el hecho igualmente cierto de que no se trata de la burguesía imperialista sino de su agente pequeño burgués y de que constituye un gobierno de colaboración de clases en el que actúa como intermediario entre sus patrones y el movimiento obrero y colonial.

Trotsky ha señalado repetidas veces que las fuerzas armadas expresan en forma altamente sintética el carácter de la sociedad en que existen. Portugal no escapa a esta regla. El ala Spínola del ejército reflejaba, sin ninguna duda, a la burguesía portuguesa. Hoy en día, la oficialidad reaccionaria, que sigue siendo mayoritaria y que ‑según el soldado trotskista‑ está organizada y distribuye volantes en los cuarteles, la sigue reflejando. Seguirá existiendo y respondiendo a la burguesía imperialista. Otra ala de la burguesía ha aceptado colaborar con el MFA y los partidos obreros para frenar la revolución. Creemos que quien mejor reflejo a esta ala, muy débil, formada más bien por ideólogos que por grandes burgueses propiamente dichos, una verdadera sombra de burguesía es Costa Gomes, el amigo de Spinola. Es el propio Costa Gomes quien se encarga de establecer el nexo entre este sector y el MFA. Quizás haya algunos oficiales que respondan a Costa Gomes. Si es así, no tenemos noticias de que constituyan un importante sector ni de que estén organizados. Serían algo así como la “sombra militar” de la “sombra de burguesía” representada por el actual presidente de Portugal.

El MFA es distinto a los oficiales abiertamente spinolistas, reaccionarios y representantes de la burguesía, y al ala de Costa Gomes. Horowitz, en el artículo citado, lo reconoce cuando nos dice que “ a pesar de las diferencias políticas del MFA con la dictadura, y de una ideología vagamente populista o izquierdista por parte de algunos de sus integrantes, el MFA no era una agrupación verdaderamente independiente. Los oficiales del MFA constituían un ala del ejército imperialista portugués . Ni siquiera buscaban un rompimiento total con los oficiales superiores reaccionarios ”. (Subrayado nuestro). Es una buena pintura o descripción, pero no profundiza en el análisis. No dice qué intereses de clase reflejan las distintas alas, el MFA incluido.

Para nosotros, no puede entenderse nada si no partimos de que el MFA es un producto y, a la vez, detonante y acelerador de la crisis del ejército imperialista derrotado en la guerra colonial, es decir, una manifestación de la lucha de clases. A partir de aquí podemos avanzar. Todos coinciden en que se trata de una organización de la baja oficialidad (con unos pocos oficiales de alta graduación), y en que, en su seno, existen tres tendencias: los prostalinistas, los prosocialistas y los socialistas independientes. Pese a esto, se insiste en señalar que es un mero agente o representación directa del alto mando o de la burguesía imperialista. Pero esta definición no puede explicar, entre otras cosas, que se peleen con el ala de Spínola, que también representa a la burguesía imperialista. Creemos que Trotsky nos da la respuesta cuando describe el impacto de la revolución rusa sobre el ejército:

“[ . . ] la guarnición de Petrogrado siguió a los obreros. Después del triunfo, fue llamada a participar en las elecciones de los Soviets. Los soldados elegían confiadamente al que estaba por la revolución, contra la oficialidad monárquica, y que sabía expresarlo bien; éstos resultaban ser los escribientes, los médicos, los jóvenes oficiales de la época de la guerra procedentes del campo intelectual, los pequeños funcionarios militares, es decir, el estrato inferior de la “nueva clase media”. Casi todos ellos se inscribieron, a partir de marzo, en el partido de los social‑revolucionarios, que por su ideología vaga era el que mejor respondía a la situación social intermedia y a la limitación política de estos elementos” .(Trotsky, “Historia de la Rev. Rusa”, ídem, Tomo I, pág. 206.)

Para Trotsky, pues, toda la baja oficialidad reflejaba el estrato inferior de la “nueva clase media”, y se afiliaba al partido pequeño burgués por antonomasia, “los socialistas revolucionarios”, en donde también ingresaban algunos altos oficiales de estado mayor. Creemos que esta definición se adapta bastante bien al fenómeno del MFA. Es un órgano de la baja oficialidad, compuesto por “pequeños funcionarios militares” y --en esto la semejanza es notable-‑ por “jóvenes oficiales de la época de la guerra”. La gran diferencia, como ya hemos visto, radica en que, a falta de un gran partido de su clase, se organizan en fracción del ejército. Pero esta fracción, ‘socializante’, también responde “y por su ideología vaga” a la “situación social intermedia” y “a la limitación política” de quienes la integran.

Quienes insisten en asimilar al MFA con los altos mandos o la burguesía imperialista, no llevan esta definición hasta sus últimas consecuencias: deberían decir que el MFA se parece a los oficiales kadetes del ejército ruso durante la revolución. Pero no se atreven a tanto y optan por una comparación más ingeniosa: lo comparan con la oficialidad republicana en la guerra civil española. A pesar de que en este último caso se trataba de construir un ejército burgués y en Portugal de reconstruirlo, la comparación nos parece atinada. Si con esto quieren referirse a la oficialidad improvisada de las milicias, la comparación es correcta. Los oficiales del 5to Regimiento, del POUM, del PS se esforzaban por imponer una disciplina militar que les permitiera reorganizar un ejército burgués viable. Mientras tanto, los partidos a que respondían se dedicaban a frenar la revolución fuera del ejército. Pero esta oficialidad podía cumplir este rol de convencer, organizar y disciplinar a los milicianos porque era stalinista, socialista o poumista; es decir, porque no era directamente la oficialidad burguesa, sino los representantes pequeño burgueses de la clase obrera. Era el frentepopulismo, la colaboración de clases, dentro del ejército en estado puro. La oficialidad de los partidos obreros disciplinaba a los milicianos para que se sometieran a la sombra militar de la burguesía española que había quedado en el campo republicano: Miaja y compañía. El mismo rol es el que está cumpliendo el MFA, sólo que, como ya hemos visto, dividiendo tareas con los partidos reformistas: éstos actúan sobre el movimiento de masas, aquél sobre el ejército.

Pero no creemos que la comparación esté referida a los oficiales de las milicias españolas. Nadie puede sostener que los oficiales poumistas, socialistas y stalinistas fueran lo mismo que el alto mando del ejército español o que la burguesía española. Sin duda se refiere a los oficiales del ejército español que quedaron del lado de la República. Si es así, se trata de una analogía absolutamente falsa. Los oficiales republicanos no estaban organizados políticamente ni eran parte de un ejército en crisis. Estaban segregados del ejército español que, al mando de Franco y sin ninguna crisis interior, combatía a la República. Los oficiales republicanos no fueron un fenómeno político‑social, como no lo son en Portugal sus equivalentes, los que puedan coincidir con Costa Gomes. Fueron excepciones individuales: la sombra militar de la sombra política de la burguesía existente en el campo republicano. El MFA, en cambio, al igual que los oficiales de las milicias, intenta reconstruir el ejército burgués para disciplinarlo al gobierno burgués y, dentro del ejército, a los altos mandos.

VIII. Las crisis del régimen y el proyecto bonapartista del MFA

1. Un régimen en crisis permanente

Los defensores del carácter bonapartista del régimen portugués tropiezan con una contradicción insalvable. El bonapartismo es, por definición, un régimen de orden, capaz de arbitrar entre los distintos sectores sociales y hacer obligatorio su arbitraje. Nada puede parecerse menos al gobierno del MFA, que vive en un estado de crisis permanente, y en poco más de un año ha pasado por cuatro o cinco crisis. En general, nuestros autores han renunciado a caracterizar políticamente el significado de esas crisis, limitándose a decir que existieron y que fueron derrotadas. La ley de Trotsky, que el paso de un régimen a otro provoca una crisis política, no fue tomada en cuenta por esos compañeros. No se plantearon esta simple pregunta: ¿qué tipo de regímenes o proyectos de regímenes entraron en lucha para provocar estas crisis? Otros son más curiosos aun, ya que opinan que los intentos de golpe de Spinola eran... bonapartistas. Si nos atenemos a las leyes de la lógica, debemos llegar a la conclusión de que se trató de golpes bonapartistas que se proponían derribar a un gobierno bonapartista para remplazarlo por otro, también bonapartista.

No podemos evitar una comparación penosa. El stalinismo del Tercer Período definía a todos los gobiernos y partidos burgueses como fascistas. Trotsky señaló hasta el cansancio lo ridícula que aparecía la pintura stalinista de gobiernos fascistas luchando contra los intentos golpistas de los fascistas.

Hubiera resultado cómico, de no ser trágico: los militantes comunistas no lograban entender de qué se trataba y, en consecuencia, eran incapaces de combatir al verdadero fascismo, al que ni siquiera distinguían de los demás partidos burgueses y de la socialdemocracia. Lamentablemente este método, responsable de las grandes derrotas que sufrió el movimiento obrero hace cuarenta años, vuelve a estar de moda en nuestras filas. Todo es bonapartismo: tanto la intentona golpista de Spínola como el gobierno contra el que se dirigía esa intentona. Así, nuestros partidos y militantes quedan desarmados para enfrentar al verdadero peligro: en su momento, Spínola; hoy, el curso que sigue el gobierno del MFA.

La crisis crónica del gobierno del MFA y sus cada vez más frecuentes crisis agudas demuestran con toda claridad que éste no es un gobierno bonapartista. Y, además, apuntan sin equívocos en la buena dirección. Hay una sola forma de régimen burgués que tiene esa característica como rasgo esencial (no episódico): el kerenskismo.

Esto es así porque el kerenskismo es una forma de gobierno burgués “anormal”, consecuencia del ascenso de la revolución obrera y de su propia impotencia. En todo régimen capitalista normal, las masas movilizadas no desempeñan papel alguno. En el democrático‑parlamentario, sólo intervienen indirectamente, mediante el voto que depositan de tanto en tanto. Lo primero que estatuyen las constituciones burguesas más democráticas es que el pueblo sólo gobierna a través de sus representantes. En los regímenes bonapartistas y fascistas por lo general se prescinde hasta de la ficción “representativa” y el gobierno es ejercido directamente por la burocracia. En uno y otro caso, se reserva para las masas un rol pasivo: el bonapartismo “sui generis” peronista acuñó en Argentina una frase ilustrativa: “de casa al trabajo y del trabajo a casa”.

La marca revolucionaria pone esto patas arriba. Las masas ganan la calle e intervienen de lleno en la vida política del país, creando en los hechos, con su movilización, un poder paralelo al que ejerce el Estado burgués. Ese poder de la clase obrera no ha logrado aún en Portugal dar forma a sus organismos soviéticos, pero aun así, espontáneo y molecular como es todavía, mantiene en jaque constante al poder de la burguesía.

Dos poderes enfrentados se anulan mutuamente (al menos, en gran medida). El resultado es un vacío político que la burguesía no puede tolerar. El kerenskismo es un régimen cuya normalidad es el desorden: por eso no puede durar mucho tiempo. Lo debe remplazar un nuevo orden burgués (parlamentario, bonapartista o fascista) o el orden socialista de la revolución proletaria.

De ahí la preocupación y urgencia con que la burguesía busca reconstruir un régimen burgués normal. Las crisis del gobierno portugués son el resultado de esos intentos. Ya hemos citado a Trotsky: “ El paso de un sistema a otro significa una crisis política ”. Cada crisis del régimen portugués fue la expresión del intento contrarrevolucionario de pasar “de un sistema a otro” que las masas impidieron y que, contradictoriamente, fortaleció a la revolución y debilitó a la contrarrevolución, agudizando las características kerenskistas del gobierno. No es casual que las crisis más graves, hasta el momento, fueran las de septiembre y marzo, cuando Spínola procuró imponer un cambio de régimen.

La crisis desatada por la pugna que se desarrolla en estos, días entre el MFA y el PCP por un lado y el PS y PPD por el otro, es resultado de otro intento similar: el que hace el ala bonapartista del MFA (con apoyo del PC) de superar al kerenskismo mediante la imposición de un régimen bonapartista.

2. Spinola versus el bloque MFA‑PC‑PS

Ya hemos señalado cómo los primeros intentos, por parte de la burguesía portuguesa propiamente dicha, de superar rápidamente el régimen kerenskista fueron las tres tentativas de Spinola de imponer un gobierno fuerte. Si bien su proyecto político era bonapartista, era muy probable que se orientara objetivamente hacia el fascismo, en la medida en que trataba de lograr la movilización contrarrevolucionaria de la pequeña burguesía, convocando a la famosa “mayoría silenciosa”.

El descalabro sufrido por este plan tras la derrota de Spínola y la fuga del país de gran cantidad de capitalistas, ha provocado que este proyecto no sea en la actualidad eminentemente político -‑no hay nadie con fuerzas para ejecutarlo-‑ sino económico. Se trata del sabotaje económico, por la vía de la desorganización de la economía, la fuga de. capitales, el cierre de fábricas, los despidos, el alza de precios, etc. Todo ello, combinado con el aislamiento económico al que está sometido de hecho Portugal por parte del imperialismo, ha creado una situación caótica e insoportable que, a su vez, genera las condiciones para el surgimiento del fascismo, en la medida en que empiece a cundir la desesperación en las filas de la pequeña burguesía. Al mismo tiempo, la vuelta de los colonos que huyen de la revolución en los territorios africanos sumará nuevos contingentes a la posible base de masas del fascismo, y otro tanto puede ocurrir incluso con los sectores obreros desocupados.

Esto no quiere decir que la aparición del fascismo saca inevitable, aunque será más probable cuanto más se prolongue la crisis por falta de una salida revolucionaria de la clase obrera. El MFA, como ya vimos, se opuso al intento spinolista y, por ahora, no está embarcado en una variante de tipo fascista. Pero no es de descartar que, como todo movimiento pequeño burgués, se destaque de su seno un ala que se oriente en esa dirección, reflejando precisamente, si se diera, el viraje hacia la contrarrevolución fascista de sectores de la clase media. De cualquier modo, ésta no es una perspectiva para el futuro inmediato.

A Spínola no solamente lo enfrentaron las masas, sino también el bloque gubernamental MFA‑PC‑PS. Este bloque de la pequeña burguesía democrática se oponía a los intentos de Spínola de impedir la Asamblea Constituyente y la negociación de la independencia política de las colonias. Pero, al oponerse al aspirante a dictador, cada uno de los componentes de ese bloque lo hacía defendiendo sus intereses específicos y desde distintos puntos de vista:

* El Partido Comunista, principal opositor a Spínola no tenía posibilidad alguna de seguir participando en un gobierno asentado sobre la derrota del movimiento obrero, Por otra parte, la política de Spínola de negociación inmediata con el Mercado Común Europeo alejaba aún más esa posibilidad de participación en el gabinete. Pero había también otra razón de fondo, de más peso quizás que la pérdida de las carteras ministeriales. De haber triunfado Spínola, la salida de Cunhal del gabinete no habría sido tan plácida como las jubilaciones de Thorez y Togliattí de los gabinetes francés e italiano de postguerra. Cunhal no habría pasado a desempeñar el papel de “opositor de Su Majestad” en un tranquilo régimen parlamentario. Por el contrario, la victoria de Spínola casi seguramente habría sido la señal de vía libre para que la “mayoría silenciosa” -- es decir, la pequeña burguesía reaccionaria-‑ se lanzara a la “caza de brujas”, especialmente contra los comunistas, lo que habría significado un régimen, por lo menos, con rasgos fascistas.

* El Partido Socialista, por su parte, necesitaba ‑-y necesita-‑ del parlamento y las elecciones de la misma manera que los pulmones requieren aire para poder respirar. El PS no es nada sin un régimen parlamentario. Por eso, a pesar de su acuerdo con Spínola en cuanto al rápido ingreso al MCE, tenía con él una discrepancia táctica ‑-el parlamento-‑ que, para un partido reformista, es una cuestión de principio.

* Finalmente, el MFA, aunque encabezado por Vasco Goncalves se volcó mayoritariamente al acuerdo con los partidos reformistas, tuvo en su seno una tendencia spinolista de cierta importancia. Una vez más, se impone la similitud con Kerensky. Es sabido cómo éste, hasta cierto punto, le hizo el juego a Kornilov. Lo mismo ocurrió con el MFA y Spínola. Estas dudas y oscilaciones del MFA entre los partidos reformistas y Spínola habrán de ser una constante en él. Son las dudas ‑-para frenar y derrotar a la revolución-‑ entre las variantes democrático‑burguesa o bonapartista. Los “putschs” de Spínola, y las colosales movilizaciones del movimiento de masas que se desataron contra ellos, volcaron al MFA al frente único con los partidos reformistas, pero sin abandonar sus veleidades sobre el proyecto bonapartista para controlar definitivamente al movimiento de masas.

Durante toda esta etapa de unidad del bloque pequeño burgués MFA‑PC‑PS, el programa e ideología común fue el democrático‑burgués. El objetivo era lograr un sistema parlamentario, comenzando por la Asamblea Constituyente, que canalizara el ascenso revolucionario hacia el callejón sin salida de la democracia burguesa. Las instituciones democrático‑burguesas no son progresivas en forma absoluta. Lo son mientras la movilización no ha alcanzado un nivel revolucionario ni creado órganos de poder. Dejan de serlo, para convertirse en relativamente contrarrevolucionarias o relativamente progresivas, cuando la lucha de clases ha avanzado más allá de los límites democrático‑burgueses. Tal es el caso de Portugal hoy en día, con sus órganos de doble poder: las comisiones de obreros, soldados y trabajadores en general.

Este plan contrarrevolucionario parlamentario tiene el apoyo, corno señala correctamente Horowitz, de los sectores más lúcidos de la burguesía, que lo ven como la mejor posibilidad de congelar la lucha de clases, sin recurrir a métodos sangrientos que, por otra parte, no están ahora en condiciones de aplicar y cuyos resultados serían imprevisibles, una jugada al todo o nada. Es un plan similar al que se aplicó para frenar la revolución en la Europa Occidental de la postguerra. Pero es inconmensurablemente más débil, pese a que los partidos electoralmente más fuertes, el PS y el PPD le han dado su apoyo incondicional.

Las debilidades de este plan radican en diversos factores. Uno de ellos es que, a diferencia de la Europa Occidental de la postguerra, la burguesía portuguesa no cuenta con la garantía que significó allí la presencia de las tropas aliadas de ocupación, especialmente el ejército norteamericano, victorioso, disciplinado y sin  el menor atisbo de crisis interna, exactamente lo opuesto del actual ejército portugués. También falta en Portugal la fuerte tradición parlamentaria de Europa Occidental. Pero no son los únicos elementos de debilidad del plan parlamentario. Hay otros.

En primer lugar, la fuerza del ascenso revolucionario del movimiento obrero y de masas. En segundo término, la falta de fuertes organismos burocráticos del movimiento obrero como hubo en Francia, e Italia, donde el stalinismo pudo controlarlo férreamente. En tercer término, el hecho de ser los partidos obreros mayoritarios hacía que los PC de esos países estuvieran por el parlamentarismo; lo opuesto ocurre hoy en Portugal. Finalmente, existen otros dos factores que hacen aun más endeble el proyecto de contrarrevolución parlamentaria. Ellos son, por un lado, que todo régimen democrático‑burgués debilitaría aun más a la ya débil burguesía portuguesa frente al embate de las grandes potencias imperialistas y, por otro lado, que la crisis general del imperialismo hace cada vez menos viable éste tipo de regímenes que para mantenerse necesitan un mínimo de estabilidad económica y social.

La contrarrevolución parlamentaria puede traer aparejado, por todos esos factores, un serio peligro para la propia burguesía: que el movimiento obrero y de masas, impulsado por un ascenso revolucionario vertiginoso, utilice a su servicio la apertura democrático‑parlamentaria, escapando a todo control electoral merced, precisamente, a la debilidad de la burguesía y de sus propios aparatos burocráticos.,

3.- El ascenso revolucionario vuelca al MPA a una política e ideología contrarrevolucionarias

Ante la debilidad del proyecto democrático burgués Y la intensificación de la revolución obrera y colonial, el MFA se ha ido volcando a una política bonapartista contrarrevolucionaria. Trata de imponer, entonces, un gobierno bonapartista cuyos objetivos fundamentales son: eliminar todos los gérmenes de poder dual, arrancar a las masas las libertades democráticas conquistadas e impedir la conquista de nuevas libertades; seguir controlando el imperio bajo una forma neocolonial (principalmente Angola); garantizar una marcha ascendente para la producción capitalista; y negociar desde una posición de fuerza su sociedad con los imperialismos mayores.

La razón fundamental de este cambio del MFA reside en las agudísimas contradicciones que imperan en Portugal, que hacen más apremiante la necesidad de que el MFA se transforme en un gobierno fuerte, se “eleve” por encima de ellas. El MFA en el gobierno tiene que vérselas con un colosal ascenso del movimiento obrero y de los soldados, cristalizado en formas embrionarias de poder dual, y con la revolución colonial angoleña. Por otra parte, al ser Portugal un imperialismo senil, atrasado, tiene que enfrentarse y negociar con las potencias imperialistas más fuertes que tratan de utilizar su crisis y decadencia para constituirse en sus socios principales. Estas contradicciones: revolución obrera y colonial en un polo, presión de las grandes potencias imperialistas en el otro, han dividido a la burguesía portuguesa y su agente pequeño burgués, el MFA, en diferentes sectores, solicitados por distintos problemas. ¿Cómo frenar la revolución obrera y colonial? ¿Cómo perder lo menos posible en las negociaciones con las grandes potencias imperialistas?

Este vuelco a una política bonapartista se manifiesta en una clara ideología contrarrevolucionaria. Ha ido abandonando toda declaración a favor de la democracia, y el pluripartidismo, característica del año pasado, cuando se enfrentaba a Spínola, para comenzar a hablar de “democracia directa” y de los órganos de poder surgidos del movimiento de masas contra el parlamentarismo formal. Todo esto va sazonado con la “marcha hacia el socialismo”.

El objetivo es obvio: al no poder pronunciarse contra las libertades democráticas del movimiento obrero y de masas, se busca contraponerlas a la democracia obrera, utilizando para ello críticas contra la democracia burguesa extraídas del arsenal marxista. Nada nuevo han inventado: el bonapartismo y el fascismo siempre se han opuesto a la democracia burguesa, y han utilizado demagógicamente nuestras críticas a la misma para justificar su política contrarrevolucionaria y antidemocrática. Parte de esta misma maniobra demagógica es el ataque al Partido Socialista, y a los partidos burgueses reaccionarios que exigen libertades democráticas acusándolos con una verdad marxista: son todos ellos agentes de la contrarrevolución. Pero esta verdad separada de otra mucho más importante ‑-el principal agente contrarrevolucionario del momento es el gobierno del MFA con su proyecto bonapartista-‑ se transforma en una mentira demagógica destinada a restringir las libertades democráticas.

La otra campaña es la llamada batalla por la producción. Se trata, dicen los ideólogos del MFA, de aumentar la producción para construir el socialismo, o aproximarnos a él, no a favor de la burguesía sino de la clase obrera. Como parte de esta campaña demagógica, para engañar mejor a las masas se les dice que las medidas progresivas adoptadas bajo la presión de las luchas del movimiento obrero y de masas ‑-por ejemplo, las nacionalizaciones-‑ son también medidas en la  marcha al socialismo.

Combinando las dos necesidades más urgentes (engañar a las masas obreras y coloniales para frenar la revolución y resistir al MCE para fortalecer al imperialismo autóctono), el ala bonapartista del MFA levanta como su ideología dominante el “nacionalismo antiimperialista”, tratando de copiar las formas de los movimientos nacionalistas de los países coloniales y semicoloniales. Al hacerlo, el imperialismo portugués, a través de sus agentes pequeño burgueses del MFA, continúa con una vieja tradición imperialista: enmascarar sus pillajes con una ideología atrayente, para utilizar a su favor la opinión obrera y pequeño burguesa.

Desde que comenzó a existir, el imperialismo ocultó el verdadero carácter bandidesco de la colonización tras el disfraz de que se estaba “civilizando” a los países atrasados. Más tarde, cuando Inglaterra, Francia y los EEUU gozaban plenamente de sus colonias y poderío, levantaron la “defensa de la democracia” contra sus rivales qué habían llegado tarde al reparto. Estos ‑-Alemania, Italia y Japón-‑ promovieron a su vez la ideología de la “raza superior” y otras estupideces por el estilo para engañar a las masas y llevarlas al matadero. Eran imperialismos en expansión, que querían sacarles las colonias a los vicios imperios, empachados de países sojuzgados.

Pero Portugal no es ni la sombra de los viejos imperialismos, y tampoco  la Alemania nazi o el Japón. No puede levantar la bandera de la democracia, porque bajo ella trabajan  socios‑enemigos del Mercado Común Europeo. Tampoco puede utilizar la de la “raza superior”, porque no está en expansión, sino en decadencia y crisis, y su poderío económico no le permitiría conquistar ni la República de Andorra. Tiene que conformarse con salvar lo que pueda de su viejo imperio de la revolución colonial y del ataque de los grandes imperialismos. Para ello ha debido inventar una nueva ideología. ¿Qué otra mejor que disfrazarse de nacionalista, de antiimperialista? Si las masas se lo creen, resultaría que su principal enemigo no es su propio imperialismo, sino los otros imperialismos más fuertes.

La ideología del MFA es parecida a las ideologías contrarrevolucionarias nacionalistas de otros imperialismos menores o en decadencia. Cuando el imperio zarista se derrumbaba, los socialistas revolucionarios rusos descubrieron que había que seguir con la guerra imperialista para que la Rusia “revolucionaria” no fuera sojuzgada por la barbarie imperialista prusiana. Igual signo tienen el nacionalismo canadiense antinorteamericano y el del sector de la burguesía y pequeña burguesía inglesa que votó en contra de ingresar al MCE.

Al igual que esos nacionalismos, el del MFA no tiene nada de progresivo, es reaccionario por donde se lo mire. Es fundamental, para no confundirnos, que rescatemos la rigurosa distinción que hace el marxismo entre el nacionalismo de los países coloniales y semicoloniales y el de los países imperialistas. El de los primeros es progresivo; debilita al imperialismo. El de estos últimos es contrarrevolucionario, va a favor del imperialismo precisamente porque es el nacionalismo de un país imperialista. Por eso los trotskistas defendemos a los países atrasados del ataque de un país imperialista, pero estamos por la derrota del propio país imperialista cuando éste entra en guerra con otro país imperialista o no. Para un marxista consecuente lo mejor es, siempre, “la derrota del propio país imperialista”, no interesa si éste es atrasado y senil o joven y pletórico de riquezas y colonias.

Lógicamente, como imperialismo débil que es, el del MFA se cuidará muy bien de tocar las propiedades de los otras imperialismos. Se conformará con nacionalizar empresas de la oligarquía portuguesa y de la propiedad ausente, pero para ponerlas al servicio del Estado burgués imperialista, para sustraerlas al control obrero. Así podrá utilizarlas como la mejor carta de negociación con las colonias y los otros imperialismos, al servicio del imperialismo portugués. De allí que, si entre los bandidos imperialistas del MFA y el imperialismo europeo se entabla una guerra financiera y comercial por las colonias portuguesas, nuestra misión no consistirá en pronunciarnos a favor del imperialismo pobre contra el rico. Deberemos lavarnos las manos, “ el mal menor es la derrota del propio país ”.

Para esta política contrarrevolucionaria del MFA, su mejor aliado, mejor dicho, el único hasta las últimas consecuencias, ha resultado ser el Partido Comunista.

4. El MFA‑PC: nuevo frente contrarrevolucionario provocado por el ascenso

Hemos insistido en el rol relativamente progresivo que jugaron el Partido Comunista y, en menor grado, el MFA y el PS al llamar a los trabajadores a oponerse a la manifestación preparada por Spínola para intentar su primer golpe frustrado. Hemos señalado que era una cara, la positiva, de la política contradictoria de la democracia pequeño burguesa: frenar la contrarrevolución spinolista. Dijimos también que tanto el PC corno el PS y el, MFA cumplieron a conciencia ¡con la otra cara, la negativa: frenar también a la revolución obrera desmovilizando a las masas. Sostuvimos, por último, que esta política de la democracia pequeño burguesa fue cambiando y provocando una división en su seno a medida que se intensificaba el ascenso obrero y se alejaba el peligro inmediato de una contrarrevolución burguesa: el MFA y el PC viraron hacia la contrarrevolución bonapartista; el PS con su aliado, el PPD, se mantuvo en el campo de la democracia burguesa. Veamos las razones.

Ya antes del segundo golpe de Spínola, esta ala de la democracia pequeño burguesa, el MFA‑PC, ante la profundización del ascenso obrero, comenzó a orientarse hacia la contrarrevolución. Intentó frenar y aplastar al movimiento de masas, quitándole las grandes conquistas ya obtenidas, especialmente la Asamblea Constituyente, mediante el famoso “Pacto”, y tratando de impedir las que se ponían al orden del día con las ocupaciones de fábrica y el desarrollo de las comisiones obreras. Es entonces cuando se produce el acercamiento entre el PC y el MFA, concordantes en imponer a las masas portuguesas en ascenso un gobierno bonapartista basado en la combinación MFA‑PC‑Intersindical.

El corresponsal de “Le Monde Diplomatique” ya citado atestigua: “ Las oleadas sucesivas del movimiento social durante este período no han podido ser contenidas más que por el Partido Comunista portugués que, cambiando de estrategia sobre el terreno, se ha esforzado por encuadrar y ‘controlar las ocupaciones en el Alemtejo, región tradicionalmente considerada como comunista o comunizante ”.

A partir de este momento, el gobierno del MFA refuerza el acuerdo al que había llegado con el PC desde el comienzo del ascenso obrero a principio de año. El carácter más avanzado y profundo que adquiere el ascenso a partir del “putsch” frustrado explica que, según señala el mismo corresponsal, “ el 11 de marzo ha permitido un mejoramiento temporario en las relaciones PCP‑MFA”.

En combinación con sectores del MFA, el PC se convierte así en la correa de transmisión dentro del movimiento obrero de un nuevo proyecto bonapartista; tal es el carácter del contraataque político de la pequeña burguesía que señalamos.

Este proyecto contrarrevolucionario no  es igual al plan de Spínola de asestar un golpe único y definitivo a la revolución. La extraordinaria fuerza del movimiento obrero y de masas los obliga a actuar con otros métodos: se trata de ir mellando y aplastando al movimiento de a poco y por sectores. Igualmente, en lugar de enfrentar abiertamente sus conquistas, reconocen algunas de ellas para transformarlas en armas contrarrevolucionarias que les permitan atacar otras conquistas. Se trata de dividir para reinar.

Si el bloque del PS‑PPD ha roto con el ala bonapartista del MFA‑PC, no lo ha hecho, lógicamente, por cariño a las libertades democráticas del movimiento obrero. Ha sido y sigue siendo un bloque contrarrevolucionario, enemigo mortal de las ocupaciones de fábrica, de los gérmenes de poder dual, de las nacionalizaciones y de la revolución obrera. Es el continuador del plan contrarrevolucionario anterior al 11 de marzo del MFA‑PC‑PS, del plan de Constituyente y parlamento para desviar la revolución. La actual oposición del PS‑PPD al MFA‑PC tiene que ver con que discrepan en cuál es la mejor táctica contrarrevolucionaria. Por esto solo no explica por qué la ruptura del anterior frente ha sido tan violenta. Creemos que hay dos razones de peso que han hecho esa ruptura o choque, inevitables: la primera es que, como antes señalamos, para el PS (y posiblemente también para el PPD) la existencia del parlamento es cuestión de vida o muerte, ya que sin él deja de existir como lo que es, un partido electoral. La segunda razón tiene que ver con su rol de agente del imperialismo europeo y de los sectores más fuertes del imperialismo portugués que estiman que su única salida es la asociación con el MCE.

5. El Partido Comunista: agente del Kremlin y el MFA

Hemos visto que el MFA se divide y oscila entre dos proyectos: el bonapartista y el parlamentario. Su gran aliado para el primero es el Partido Comunista Portugués.

Horowitz explica esta alianza del PC con el MFA por la necesidad que tiene este último de aquél para controlar al movimiento obrero. Olvida que el PC es también casi indispensable para la maniobra neocolonial del MFA por la influencia del stalinismo mundial sobre los movimientos nacionalistas y especialmente el de las colonias portuguesas. Es decir, el MFA necesita del PC, para frenar la revolución obrera en Portugal y la revolución colonial en el imperio. Pero si bien esto explica la política del MFA hacia el PC, no explica en cambio por qué el PC no acepta el juego parlamentario ni por qué choca con el PS. Deben haber profundas razones para ese juego stalinista.

Los periodistas burgueses contraponen la política del stalinismo italiano y francés a la del portugués. Sin embargo, aunque formalmente diferentes, no lo son en cuanto al contenido. Todo el stalinismo mundial, y muy particularmente el europeo, tiene un carácter común: son agentes de la burocracia soviética. Ligados a ella no sólo ideológicamente, sino ‑-y esto es lo esencial-‑ como apéndices de un aparato poderosísimo, sirven fielmente a las necesidades diplomáticas del Krem1in, es decir, adecuan su política a las circunstancias concretas de cada país para mejor defender al aparato burocrático del que forman parte, y cuya cabeza y corazón se encuentran en Moscú.

Allí está la clave de la cuestión. El stalinismo no hace en la actualidad en el mundo entero la misma política de frente popular que aplicó en el período que va entre 1935 y 1947, de supeditación total y absoluta al imperialismo “democrático” contra el fascismo. Hoy la Unión Soviética es la segunda potencia mundial y defiende esta situación con una política de conservar el “status quo”. Tal política tiene dos caras: una de ellas es frenar la revolución mundial, y en ella coincide con el imperialismo; la otra es tratar de impedir que el imperialismo se fortalezca, para lo cual trata de lograr países “neutrales”, es decir relativamente independientes de los grandes imperialismos, dentro del mundo capitalista. Este segundo aspecto de la política del Kremlin se manifiesta esencialmente en las maniobras diplomáticas de sostén y en el apoyo de los Partidos Comunistas locales a los regímenes que esbozan posiciones relativamente independientes del imperialismo que se han dado en países semicoloniales. Tal el caso de la India, Perú, Egipto, Bolivia bajo Torres, Chile bajo Allende. Este neutralismo en última instancia termina beneficiando al imperialismo yanqui al frenar la revolución. Ejemplos: Chile, Egipto, Bolivia.

Portugal no es un país semicolonial, sino imperialista. Pero un imperialismo que, aunque débil, es momentáneamente autárquico, relativamente independiente de las grandes potencias imperialistas. Y el Kremlin quiere que siga así lo más posible, puesto que esta ‘neutralidad’ de Portugal fortalece su política de negociar con el imperialismo el freno de la revolución mundial, pero desde posiciones de fuerza, no de supeditación completa como durante el período del 35 al 47. (Esto no descarta la hipótesis de que, en última instancia, el Kremlin y el PC portugués se jueguen a la carta yanqui; las declaraciones de Alvaro Cunhal son extremadamente amables y sospechosas cuando se refieren al imperialismo yanqui; las de Kissinger, cuando hace referencia al imperialismo portugués, también lo son).

Estas consideraciones básicas deben enmarcar nuestra interpretación acerca de las “diferencias” políticas entre el stalinismo portugués y el francés o italiano. Los tres sirven al Kremlin, pero deben adaptar su política a las respectivas realidades nacionales. Los PC de Francia e Italia son los partidos reformistas más votados en un régimen parlamentario relativamente estable. El portugués se encuentra en una situación apremiante, revolucionaria, de doble poder, donde es electoralmente minoritario. Por la vía electoral parlamentaria el stalinismo portugués no puede presionar a la burguesía para que le permita acceder al gobierno y poder así servir a la seguridad del capitalismo y fortalecer la diplomacia del Krem1in.

Es decir, el PC no sirve mayormente al plan del ala parlamentaria, ligada al MCE, del MFA. Pero, por su centralización y sus cuadros, el stalinismo portugués es el único que puede colaborar con el proyecto bonapartista contrarrevolucionario del MFA. Es, en la actualidad, el único partido que puede controlar los sindicatos e inclusive quizás, con el tiempo, pueda controlar los órganos de poder dual.

La diferente estructura y técnica del PC, su herencia “bolchevique”, su trabajo cotidiano en el movimiento de masas (aunque para una política reformista o contrarrevolucionaria) de creación en él de organizaciones específicas, las células o fracciones férreamente centralizadas, lo hacen, a diferencia del PS, indispensable para el MFA. Este último, con una organización exclusivamente electoral, carente de estructura de base, de disciplina, constituido en movimiento electoral antes que en partido centralizado, no le es imprescindible en estos momentos al MFA. Es por ello que se cuenta al PC, a diferencia del PS, corno integrante necesario, imprescindible, de toda política contrarrevolucionaria en esta etapa de poder dual.

En principio, podemos señalar que esta tendencia del stalinismo a colaborar con el bonapartismo o los proyectos bonapartistas no es un fenómeno aislado, restringido a Portugal. Se ha repetido en otros países donde los PC eran electoralmente minoritarios como, por ejemplo, en Perú. Pero, aunque su debilidad electoral pueda constituir la explicación inmediata de tales políticas, creemos que es un fenómeno más generalizado de lo que parece. En Uruguay, instó permanentemente a los militares “peruanistas” a tomar el poder mediante un golpe de estado, y no nos parece casual que haya llevado a la cabeza de su coalición electoral, el Frente Amplio, al general Seregni.

Inclusive en países donde el stalinismo es una verdadera potencia electoral, se ha revelado una tendencia hacia el bonapartismo. En la Francia de posguerra fue el adalid de la reorganización del ejército burgués y, en un primer momento, apoyó decididamente a De Gaulle. En la Italia de la misma época, ante el referéndum para decidir entre el sistema monárquico y la república, Togliatti se pronunció por el primero y sólo el repudio de la base estalinista obligó a la cúpula a cambiar de posición.

Pero hay dos ejemplos históricos muy significativos para el caso de Portugal, porque pueden mostrar el rasgo permanente de la política stalinista ante situaciones revolucionarias. En Chile, bajo Allende, él PC fue abogado del ingreso de los militares al gabinete y de una política burguesa de derecha, contra lo que planteaba el Partido Socialista.

En la España republicana, esta política de extrema derecha fue aplicada hasta las últimas consecuencias. El PC stalinista importó los métodos policiales, contrarrevolucionarios, de la GPU al propio suelo español, para ayudar a implantar el régimen semibonapartista de. Negrín que chocó no sólo con las corrientes poumistas y anarquistas, sino también con el PS de Largo Caballero.

Debe haber alguna interpretación marxista para estos fenómenos, una ley que los explique. Nuestra hipótesis ‑-insistimos: hipótesis, línea de investigación, no opinión concluyente-‑ es que las tendencias bonapartistas de los PC obedecen a una razón fundamental: forman parte del aparato de la burocracia soviética. Este factor influye en un doble sentido. En primer lugar, los partidos comunistas no tienen una relación directa con el proletariado y las masas del país en que actúan, sino con el aparato del Kremlin‑, lo que les permite a --diferencia de los partidos socialistas-- actuar con mucha mayor independencia de los sentimientos y deseos de las grandes masas.

En segundo término, el aparato del que dependen es bonapartista, es la dictadura bonapartista de la burocracia soviética, que “contagia” dicho carácter al conjunto de los partidos comunistas.

Los PC son, a su manera, “bonapartistas”, totalitarios al grado más extremo. La razón de su disciplina y política les viene de la burocracia, de su ‘aparato’ internacional y nacional. De ahí su centralismo burocrático o “bonapartista”. Tienen por ello la capacidad de colaborar con el bonapartismo burgués de aparato a aparato.

Un caso distinto es el de los partidos socialistas. Estos sólo pueden existir en condiciones de democracia burguesa. A ello se une su mayor ligazón al movimiento de masas ‑‑que los obliga a reflejar de manera más directa las aspiraciones y necesidades de éstas‑-, el peso menor del aparato burocrático partidario y, a nivel internacional, el hecho de no formar parte de un gran aparato mundial cuyo eje es la burocracia que domina al estado obrero ruso, la segunda potencia mundial.

Todos estos aspectos objetivos no deben hacernos olvidar el contenido de la política stalinista. El stalinismo, como corriente del movimiento obrero, es una consecuencia del reflujo contrarrevolucionario sobre la primer revolución obrera triunfante. No es lo mismo que la socialdemocracia, surgida del ascenso obrero bajo la burguesía en circunstancias de democracia burguesa altamente favorables. Esto hace que el stalinismo sea mucho más sensible para responder como un todo a las necesidades de una contrarrevolución bonapartista que lo tenga como agente que los partidos socialista, algo más atado a las necesidades de su base y, sobre todo, a las libertades democráticas burguesas.

6. El Partido Socialista y su alianza con el PPD y Costa Gomes

Si el PC es el gran aliado del MFA en su proyecto contrarrevolucionario bonapartista, el PS lo es del PPI) y Costa Gomes en el igualmente contrarrevolucionario proyecto semiparlamentario.

Según Livio Maitan, “ ... gran parte, quizás la mayoría, de la clase obrera ha visto en el PSP el instrumento de su lucha. Esto se puede ver –correctamente-‑ como el resultado de la experiencia insuficiente de los obreros portugueses con el reformismo socialdemócrata y de una falta de claridad acerca de los roles que juegan actualmente las distintas formaciones del movimiento obrero. Pero, al mismo tiempo, hay que comprender que el PSP ha podido sacar ventajas del rechazo de sectores del proletariado hacia los métodos burocráticos del PCP, su abierta oposición a una serie de luchas y su conquista de puestos dirigentes en los sindicatos mediante maniobras en la cúpula. Además, el PSP ha podido sacar ventajas de la reivindicación general del derecho de expresión democrática que, después de todo, es natural en una clase obrera que viene de casi medio siglo de dictadura. Seguramente, por lo menos algunos estratos del proletariado no tomaron favorablemente el famoso pacto que impuso el MFA [ . .], que convirtió a la Asamblea Constituyente virtualmente en letra muerta.” (Livio Maitan, “¿MFA o democracia obrera revolucionaria? “, en esta edición de Revista de América.)

Como explicación de la forma en que el PSP llega a ser la corriente mayoritaria ‑-sin “quizás”-‑ del movimiento obrero, es completamente correcta. Pero no agota el análisis del PSP, ya que no toma en cuenta su dirección ni su programa.

Horowitz, por su parte, comete otros errores: el primero es que en todo su artículo nombra una sola vez a este partido, pese a que es el mayoritario en la clase obrera. El segundo es que, al igual que Maitan, no denuncia al PS como agente del imperialismo europeo. Esto es sorprendente, por cuanto este carácter es descaradamente proclamado por su máximo dirigente. “ Mi partido ‑dice Soares en “Le Monde Diplomatique” citado‑ es democrático. Es el más grande partido portugués. Yo no niego que tenía un proyecto de democracia parlamentaria y reformista que habría permitido evitar los grandes trastornos con la ligazón de Portugal a la Europa del Mercado Común”. El tercer error de Horowitz resalta cuando dice que “ la política del Partido Comunista puede conducir a la clase obrera portuguesa a una terrible tragedia, porque puede desarmar a los obreros ante el peligro futuro de un gran ataque violento_ y represivo de la clase dominante ” (subrayado nuestro). ¿Y el Partido Socialista no tiene ninguna responsabilidad en el “desarme de los obreros” frente a “la clase dominante”, siendo como es el partido obrero mayoritario? No denunciar la política del PS, no marcar a fuego su “división de tareas” con el PC en el “desarme de los obreros” es inconsciente hacerle el juego al reformismo. En el justificado afán de defender los derechos democráticos del PS de los ataques del MFA‑PC, algunos subrayan su carácter de partido obrero mayoritario. Pero, cuando llega el momento de repartir responsabilidades por el desarme de la revolución, este carácter mayoritario parece esfumarse. Sin embargo, el PS ha sido aliado permanente del MFA‑PC en la lucha contra la revolución obrera. No por casualidad sigue íntimamente ligado a Costa Gomes, firmó el ‘Pacto’ antidemocrático y se opone a las nacionalizaciones y ocupaciones de fábricas.

Resumiendo, hay una aguda contradicción dentro del PS, que se agrava por el hecho de que, a excepción de sus cuadros de dirección, educados por la socialdemocracia europea, se trata de un partido nuevo, en construcción, sin mayores cuadros. Es más un movimiento que un partido sólidamente estructurado. Su fuerte rivalidad con el MFA y el PC proviene de su doble carácter: expresión ambigua, poco clara, de sentimientos altamente positivos del movimiento obrero y de masas hacia el logro y defensa de las libertades democráticas; correa de transmisión ‘del hacia el MCÉ por parte del gran sector popular que sé imperialismo europeo (habría que estudiar si este último aspecto no se ve reforzado por cierta simpatía  hacia el MCE por parte de un gran sector popular que se beneficia con el dinero remitido por los trabajadores emigrados a algunos países que lo integran).

IX. El MFA‑PC contraataca al movimiento de masas y a la revolución colonial

1. Las debilidades del ascenso revolucionario facilitan las maniobras contrarrevolucionarias del MFA

La revolución, obrera portuguesa, de un fabuloso empuje por la base del movimiento obrero y de masas, presenta trágicas debilidades en lo que hace a organización y dirección política. La primera de ellas es la atomización y debilidad del poder dual. Las comisiones de base, obreras, de inquilinos y soldados, las ocupaciones de fábricas, las asambleas de los soldados, conservan aún plenamente su carácter espontáneo, molecular, descentralizado. No existen en Portugal los soviets, ni tampoco otro organismo central de poder obrero que, aunque no responda a la estructura de los soviets rusos, sirva para nuclear a los órganos de poder dual existentes. Esta situación, que tuvo su faceta positiva en la medida en que convirtió a las comisiones de base en organismos que escapaban al control de los partidos reformistas precisamente por no estar integrados en una organización centralizada, muestra ahora cada vez más su aspecto negativo. Cuando más se pone al orden del día la necesidad de la toma del poder por el proletariado, más salta a la vista la inexistencia de una institución del movimiento obrero y de masas que, lo organice, sea reconocida por éste y se halle en condiciones de asumir el gobierno del país.

Es muy peligroso engañarse a este respecto, la manifestación de febrero de las comisiones obreras fue mucho menos numerosa que la de la Intersindical. Esto demuestra la debilidad actual del poder dual. Son poderosos gérmenes y nada más. Dista de ser la organización revolucionaria de las masas portuguesas. Es, por el momento, solamente la organización de los sectores más avanzados. Debido a la confusión del movimiento obrero y a la criminal política de la ultra izquierda se agudiza este carácter.

La segunda debilidad fundamental, causa y al mismo tiempo producto de la primera, es la división entre los partidos obreros. El enfrentamiento entre las direcciones pequeño burguesas, burocráticas, de los dos grandes partidos reformistas, al que debe sumarse el papel de tercero en discordia de los no menos pequeño burgueses grupos de ultra izquierda maoístas, ha impedido la estructuración de organismos de frente único revolucionario del movimiento obrero. Cada una de estas tres corrientes pretende medrar en el sector donde ve mayores posibilidades de imponer su influencia: los socialistas en el plano parlamentario, los stalinistas en el sindical, los maoístas en el de las comisiones obreras. Y combate por todos los medios a los organismos en que es débil. Así, socialistas y maoístas atacan a la Intersindical, los stalinistas a la Asamblea Constituyente y los socialistas y stalinistas a las comisiones obreras, las huelgas y las ocupaciones de fábricas.

En relación a los gérmenes de poder dual, las comisiones obreras y los comités de soldados, la política del mapismo y del ultra izquierdismo es nefasta. Repiten la no menos nefasta política del anarco‑sindicalismo español, pero sin su generosidad, influencia y lados positivos. La política ultra izquierdista de estas sectas, desgraciadamente influye en los organismos de base, está transformando a éstos en una tendencia más del movimiento obrero, la sectaria y ultra izquierdista, y no en lo que deberían ser, la organización de masas por antonomasia. Es así como juegan los organismos que controlan en apoyo a su política sectaria y ultra izquierdista, sin tomar para nada en cuenta las necesidades del movimiento de masas. Al actuar así, marginan a estos organismos de la vida política del país cuando deberían ser el eje de ella. Posibilitan así ser los “idiotas útiles” del gobierno, su mejor herramienta propagandística para engañar y dividir a las masas. Los sectores que influencia la ultra izquierda declaman por la revolución socialista, olvidándose de un detalle: contra quién hacer esa revolución socialista. La mayor confusión existe respecto al “quién”. Para unos es la derecha del MFA. Para otros es el imperialismo. Para los de más allá son las empresas capitalistas y por eso plantean control obrero de ellas. Todos se olvidan de señalar consecuentemente qué el principal enemigo, a quien hay que hacerle la revolución, es el gobierno del MFA y que toda corriente obrera o popular que choca con el gobierno es relativamente progresiva y hay, que tratar de incorporarla, para así unificar y ampliar la órbita de los organismos de base. Pero para ello éstos deben ser los organizadores de las masas contra el gobierno del MFA.

No existen, de esta manera, organismos de clase ‑-ni fracción parlamentaria obrera, ni soviets, ni sindicatos-- que sean verdaderos organismos de frente único revolucionario de los trabajadores. La división en las filas del movimiento obrero, por responsabilidad de las direcciones pequeño burguesas es, pues, la segunda debilidad de la revolución portuguesa.

La tercera es la falta de un partido marxista revolucionario con influencia de masas. Su inexistencia impide que los trabajadores hagan la experiencia plena con sus direcciones reformistas y el gobierno. No hay quien denuncie las maniobras contrarrevolucionarias del gobierno del MFA, quien explique la necesidad de la torna del poder, quien, al mismo tiempo, defienda a las comisiones de base y plantee su centralización, defienda a la Intersindical y plantee su democratización, defienda a la Asamblea Constituyente y las libertades democráticas y plantee la plena soberanía de la primera y la extensión de las últimas, defienda las ocupaciones y plantee el control obrero. Existe el trotskismo, pero aún no es escuchado por amplios sectores del movimiento de masas ni comenzado a ver como una dirección de alternativa.

Estas tres debilidades fundamentales se combinan para impedir que un proceso cuyas condiciones objetivas están más que maduras desemboque en el que sería su desenlace lógico y necesario: la toma del poder por la clase obrera. Y facilitan, en este momento, las maniobras bonapartistas del MFA‑PC de utilizar a unos sectores u organizaciones de masas contra otros para consolidarse corno árbitro y fortificar su gobierno.

2. El ataque al movimiento obrero y a los gérmenes del poder dual. La batalla de la producción

Un primer sector sobre el que ha contraatacado la contrarrevolución es el de la organización sindical y el derecho de huelga. Así se lanzó a controlar, desde el vamos, a los primeros organismos nacidos del ascenso: los sindicatos por industria y la Intersindical. Fue así como, el 30 de abril, el gobierno informó que por “ la ley sindical próxima no habrá elecciones en los sindicatos que tengan direcciones elegidas después del 25 de abril de 1947 ”. Los sindicatos de industria quedaban así en manos del stalinismo contrarrevolucionario, barriéndose con todo intento posible de democratizarlos y transformarlos en sindicatos revolucionarios e incluso impidiendo que el socialismo y el maoísmo pudieran competir por su dirección. Paralelamente, la ley antihuelgas intentó liquidar la gran conquista que ha significado para el movimiento obrero el haber recuperado el derecho de huelga tras 50 años de ilegalidad. El stalinismo, por su parte, agradeciendo el obsequio que le hacía el gobierno de la dirección a perpetuidad de la Intersindical, coincidió con éste en declarar como tarea máxima de los. trabajadores portugueses la “batalla de la producción”. MFA y PC unidos han tratado de esa manera de lograr un sólido sustento económico para el Portugal capitalista, recurriendo a una mayor explotación de los trabajadores. Parte de ese plan ha sido la campaña por la “austeridad”. De conjunto, son la base de un plan burgués al mil por ciento, al que la clase obrera no opone su propio plan económico, y cuyo objetivo es fortalecer al débil imperialismo portugués frente al MCE. “ Aunque los proyectos económicos defendidos por el PSP y el PPD ‑-esta sería, según “Le Monde Diplomatique” ya citado, la opinión de altos personajes del gobierno‑- pueden eventualmente aumentar la expansión con la ayuda masiva de capitales extranjeros, corresponderían a un modelo de consumición, que no sería conveniente para un Portugal deseoso de reducir las desigualdades sociales”. Si bien es cierto que después del 11 de marzo la ley antihuelgas y la ‘batalla de la producción’ no han tenido mayores consecuencias, penden como una espada de Damocles sobre la cabeza del proletariado.

Otra conquista que la contrarrevolución pretende liquidar son los elementos de poder dual desarrollados dentro del ejército. Pero aquí, el MFA actúa sin intermediarios. En su asamblea del 7 de abril emitió una declaración pública que indica bien a las claras sus objetivos: “reforzar la voluntad y la disciplina revolucionaria”, es decir, eliminar todos los elementos de control de los soldados y suboficiales sobre la oficialidad. Si bien el neutralizar a los comités de soldados y marineros es, junto a la batalla de la producción, su objetivo prioritario, el MFA actúa aquí con sumo tacto y cautela. Su objetivo es controlar y liquidar los comités de soldados, es decir, arrancarlos del control directo de la base, para volver a imponer la disciplina. Para lograrlo, ha apelado a la maniobra demagógica de incorporar algunos suboficiales y soldados a la Asamblea del MFA, lógicamente en minoría. Otra maniobra ha sido impulsar comités bajo la disciplina de la oficialidad. En este terreno está plenamente en la etapa de las concesiones. Después de todo, es muy difícil reprimir a gente armada.

Pero en el terreno de las relaciones de producción, en lo que ha ocurrido con las ocupaciones de fábricas y las comisiones obreras, es precisamente donde queda mejor demostrada’esta nueva política contrarrevolucionaria, puesto que ellas son los avances más importantes del actual proceso revolucionario portugués. El MFA y el stalinismo están transformando ‑-o intentando hacerlo-‑ las ocupaciones y comisiones obreras, de carácter profundamente anticapitalista y revolucionario, en sus opuestos, procapitalistas y contrarrevolucionarios, nacionalizando las empresas y nombrando administradores del estado burgués para dirigirlas. El movimiento obrero en ascenso expropió de hecho a las empresas al ocuparlas, y las administró a través de las comisiones obreras; el MFA‑PC, aceptando el hecho progresivo de expropiar al sector afectado de la burguesía, expropió a su vez a los obreros, quitándoles lo que ya estaba en sus manos e imponiendo sus administradores burgueses.

El primer aspecto del plan comenzó por las nacionalizaciones. El 14 de marzo, se nacionalizaron los bancos ocupados por sus empleados; el 15, las compañías de seguros; el 15 de abril, las industrias del acero, electricidad, petroquímica, petróleo y los transportes; el 7 de mayo, se anunció que se piensa intervenir la industria farmacéutica. El hecho de que la mayor parte de las empresas que se nacionalizaron estuvieran ya ocupadas por los obreros demuestra la maniobra del gobierno del MFA: aceptar un hecho consumado, que los patrones ya no eran propietarios reales de las empresas ocupadas, y sustraerlas al control directo de la clase obrera pasándolas a manos del estado burgués. De cualquier manera, las nacionalizaciones han sido un reconocimiento indirecto del carácter obrero de la revolución en curso, puesto que apuntan hacia un estado obrero que expropia a la clase capitalista. Pero, en sí mismas, no tienen, ni mucho menos, un carácter socialista, desde el momento en que es el estado burgués y no un estado obrero quien controla las empresas nacionalizadas. A lo sumo, llevan al capitalismo de estado, o a una aproximación a él.

Al tiempo que expropiaba a los trabajadores las empresas ocupadas, el gobierno también expropiaba a las comisiones obreras el control de ellas (tarea que se le vio facilitada porque las comisiones obreras no estaban centralizadas y por la influencia en ellas del maoísmo con su ideología populista). “Le Monde Diplomatique” describe así el procedimiento del MFA y evalúa su posible finalidad:

“Cuando la iniciativa popular o la acción de los trabajadores desata conflictos con la patronal, el MFA encarga a una comisión compuesta por tecnócratas de su elección y delegados de los trabajadores que reestructure el funcionamiento de la empresa. En caso de abandono patronal o de mala gestión, los trabajadores toman en sus manos la producción o reclaman la nacionalización. [. . .] Sólo el porvenir permitirá saber si este doble poder, que permite actualmente al MFA apoyar su acción sobre una nueva fuerza “apartidaria”, frente a la estrategia electoralista de los partidos de izquierda, no será canalizado y neutralizado en provecho exclusivo del MFA, es decir de un nuevo Estado”.

Estos funcionarios del MFA, ocupando sus puestos de gerentes y trabajando en contacto directo con direcciones obreras inexpertas, maoístas o ultra izquierdistas, facilitan la maniobra de incorporarlas de hecho, ante la falta de una clara perspectiva clasista de poder, al aparato de las industrias nacionalizadas del poder burgués.

Junto a este procedimiento de ir expropiando al movimiento obrero, sector por sector, las empresas ocupadas y las propias comisiones obreras, la contrarrevolución planea una maniobra más amplia, de más alto vuelo. Ya desde principios de año, el MFA y la burguesía advirtieron que el poder dual se generalizaba, y se encontraron ante un grave problema. Los partidos obreros les seguían siendo muy útiles para castrar al movimiento obrero y de masas, pero ya no bastaban. El Partido Socialista les sirve si hay elecciones y parlamentos; el stalinismo les es útil en el terreno sindical, pero no tanto en el de los comités de base. ¿Qué hacer? Fue entonces cuando se comenzó a llevar a cabo una maniobra demagógica de alto nivel, para la que se usa a los “idiotas útiles” de la ultra izquierda, especialmente los maoístas. En las fuerzas armadas -‑ya lo vimos-‑ se incorporan suboficiales y soldados en minoría al MFA, se autoriza la formación de comités si se disciplinan a los oficiales, como concesión apaciguadora. (Y aquí está el toque ingenioso de la burguesía portuguesa y el rol de la ultra izquierda en el movimiento obrero y de masas.) De lo que se trata es de fundar e institucionalizar “Asambleas Populares” controladas por el MFA‑PC. Estas Asambleas Populares tienen el objetivo de obligar a las comisiones obreras, de inquilinos y soldados a disciplinarse a ellas y, por esa vía, al MFA‑PC, que así las podría controlar mucho mejor. Se repite así la experiencia española, en la que se constituyeron comités o juntas hechas por los partidos para controlar a los verdaderos comités.

De ahí que se empiecen a, escuchar frases con un retintín “soviético”. Se comienza a hablar de superar a los partidos obreros, aceptando el hecho consumado de que los comités ya los han superado a ellos y a sus políticas. Se habla de legalizar e institucionalizar los comités obreros e incorporarlos al gobierno por vía de las Asambleas Populares a las que se integrarían. Se habla de ‘democracia directa’. Los pequeño burgueses contrarrevolucionarios del MFA y del PC no se irritan demasiado cuando la prensa mundial empieza a mencionar la palabra “soviets” o “nuevo estado”.

No es la primera ocasión en que la burguesía intenta la táctica de institucionalizar los órganos del poder obrero. En un estado alemán de la primera postguerra los soviets fueron incorporados a la Constitución. Si la maniobra de las Asambleas tuviera éxito, los comités se transformarían de órganos de poder obrero en instituciones de poder burgués. Pero, como toda maniobra basada en la demagogia, en las concesiones, tiene una cara muy afilada y peligrosa para la burguesía en una situación revolucionaria como la que atraviesa Portugal: si alienta, el proceso de los comités de base, puede obrar de catalizadora de una mayor extensión y de la centralización de aquellos. No olvidemos que el primer soviet surgió, en 1905, por iniciativa, negociadora del Zar de todas las Rusias.

Además, tiene otro objetivo bonapartista: lograr cierto apoyo de masas para su ataque a las libertades democráticas y al Partido Socialista, ampliamente mayoritario en las elecciones.

Puede realizar esta maniobra audaz sin correr mayores peligros, debido a la atomización del movimiento de masas en varios partidos obreros, infinitas comisiones obreras, de inquilinos y comités de soldados, que le permite maniobrar apoyándose en unos contra otros.

3. El ataque a las conquistas democráticas

Otro terreno fundamental en el que contraataca la contrarrevolución por intermedio del bloque bonapartista MFA‑PC es el de las grandes conquistas democráticas obtenidas por el movimiento obrero y de masas a partir del 25 de abril. Como botón de muestra, baste con nombrar el control de los medios masivos de difusión por el aparato del PC y la creación del COPCON (Comando Operacional del Continente) para reemplazar en la tarea represiva a la prácticamente destruida policía política del salazarismo.

Este ataque a las libertades democráticas tiene su mayor expresión en el avasallamiento de la máxima conquista democrática de las masas: la Asamblea Constituyente. Tal fue el objetivo del famoso “Pacto” que el MFA obligó a suscribir a los partidos políticos. Firmado el 13 de abril, consiste en un compromiso de los partidos de dejar el gobierno en manos del MFA y el Consejo de la Revolución por cinco años, juramentándose a no invadir en ese lapso dicha prerrogativa militar. Su objetivo es lograr un gobierno estable, sin ninguna garantía democrático‑burguesa para el movimiento obrero y de masas; es un reaseguro burgués a toda posibilidad de que el régimen parlamentario pueda ser utilizado por el proletariado. En forma inmediata es una concesión al PC por los servicios prestados y vista su debilidad electoral. Esa fue la ingeniosa fórmula que encontraron los contrarrevolucionarios del MFA‑PC para expropiar al movimiento de masas su mayor conquista democrática.

Pero aun realizadas en ese marco, los resultados de las elecciones fueron, sin embargo, altamente significativos. Primero, porque el hecho que los votos sumados de los partidos obreros alcanzaron a casi la mitad del electorado, indicó la profundidad y magnitud del ascenso que está viviendo Portugal. En segundo término, saltó a la vista la tremenda influencia del PS sobre el pueblo en general y también sobre la clase obrera, puesto que triunfó ampliamente en las barriadas proletarias. Contradictoriamente, desnudó su falta de estructuración entre los trabajadores, puesto que dicha influencia no se ha reflejado en los sindicatos y comisiones de base. En tercer lugar, marcó la pérdida de prestigio que está acarreando al PC su política de estrecha colaboración y claudicación con el gobierno burgués. Finalmente, señaló la profunda conciencia antitotalitaria de los trabajadores portugueses que, al tiempo que votaron al partido que formalmente más defiende las libertades públicas y desecharon al que las ataca en complicidad con el MFA, desoyeron los llamados al voto en blanco formulados bajo cuerda por este último. Evidentemente, con muy buen instinto de clase, los trabajadores y sectores de la clase media sienten un sano temor frente a las medidas totalitarias y quieren ampliar las libertades democráticas.

Un tercer renglón atacado de las libertades democráticas, es el que hace directamente al movimiento obrero. En este rubro, el bloque bonapartista MFA‑PC ha llegado hasta el punto de impedir al PS expresarse a través de “República”, en una medida antidemocrática desaforada, dado que no se trata de un partido fascista, sino del partido obrero mayoritario. La legalización del maoísmo forma parte también de estos atentados a la democracia obrera.

El de las libertades democráticas es un nuevo campo de lucha entre la revolución y la contrarrevolución, abierto después del 11 de marzo. A las medidas ya tomadas seguirán otras más, ya que el curso contrarrevolucionario del MFA‑PC seguirá su marcha inexorable mientras el movimiento obrero y de masas no lo derrote.

En el imperio, el MFA‑PC continúa con la ocupación militar de Angola, en una maniobra neocolonial de utilización de los choques entre los movimientos guerrilleros para seguir dominando la ex colonia. Es la otra cara de la política antidemocrática interna.

X. Por una política leninista-trotskista consecuente

1. El reformismo del PS y la demagogia de las asambleas populares no deben ocultarnos que el MFA‑PC es el principal enemigo

Las maniobras del MFA‑PC para desviar la atención de su plan contrarrevolucionario han impactado a sectores de la izquierda e inclusive de nuestro movimiento. Por la primera, tratan de ocultar su plan contrarrevolucionario dirigido contra el movimiento obrero y colonial, los soldados, el PS y los maoístas, denunciando los aspectos contrarrevolucionarios del PS. De esta manera, pueden combatir mejor las tendencias democráticas altamente positivas de los obreros que votan por el socialismo, y así dividir a las masas alrededor de falsas opciones.

Por la segunda, se esfuerzan por demostrar que, al, organizar “Asambleas Populares”, están por el desarrollo de una especie de “dictadura del proletariado o del pueblo”, por un gobierno directo de los trabajadores.

El carácter contrarrevolucionario histórico del PSP no debe servir para alejarnos de la realidad presente, como ocurre con muchos compañeros. Haciéndose eco de la demagogia contrarrevolucionaria del MFA que acusa ‑-con razón-‑ al PS de servir al imperialismo, de estar en contra de la democracia directa del movimiento obrero y de los soldados, y de haber hecho un bloque con el PPD, muchas corrientes que se reclaman del trotskismo y del movimiento obrero consideran que el mayor peligro que acecha en la actualidad al movimiento obrero portugués es la ideología y política reformista pro imperialista del PS y su bloque con el PPD. Algunos no lo dicen tan claramente pero, al dedicarse a atacar en mayor medida al PS que al PC, parten del reconocemos que el PS, del brazo de los católicos y del PPD, ayuda tanto o más que la demagogia del MFA a provocar esta confusión.

Antes que nada, hay que subrayar que el MFA-PC está tan a favor del imperialismo y en contra de la democracia directa como el PS. Lo único que cambia son los métodos y la demagogia para ocultar sus propósitos.

Justamente, los diferentes métodos para lograr los mismos objetivos contrarrevolucionarios es lo que hace del MFA‑PC el principal e inmediato enemigo del movimiento obrero y colonial, pasando el PS a un segundo plano. Y esto es así porque el plan del MFA‑PC es bonapartista, de supresión total de las libertades democráticas y obreras. El PS tiene la posición contraria: defensa de la democracia burguesa y sus libertades, contra el MFA‑PC y contra los órganos de poder de la revolución obrera.

Esta última cuestión es fundamental. En este momento el PS y su política de defensa de las libertades democráticas y el parlamento coinciden, en un aspecto limitado, con las necesidades del movimiento obrero y de masas, y ayudan a enfrentar el plan bonapartista del MFA‑PC. Insistimos en la expresión “limitado”, ya que la necesidad más imperiosa es desarrollar los órganos de poder obrero, la revolución obrera, y no defender la democracia burguesa. Pero la defensa de los derechos del Partido Socialista no es sólo la defensa de la democracia burguesa, sino también obrera. Y frente al intento bonapartista del MFA‑PC, hasta la defensa de la democracia burguesa es progresiva. No vemos una contradicción entre la defensa de las libertades democráticas y de los derechos del PS, y el desarrollo de los órganos de poder obrero; por el contrario, es una combinación revolucionaria, explosiva e indispensable. Es que sin ganar a los obreros socialistas y neutralizar o ganar también a la clase media urbana y rural que vota por el PS, no podrá haber revolución de las comisiones obreras y comités de soldados en Portugal. Abandonar el programa democrático‑burgués, no defender al diario “República”, tiene el mismo significado que si los bolcheviques no hubieran luchado durante todo el año 1917 por la Asamblea Constituyente, lo que hubiera implicado que los soviets no tomaran el poder.

Esta discusión sobre quién juega el rol más reaccionario, en este momento en Portugal, se ve oscurecida por. la formación de “Asambleas Populares” por parte del MFA. Muchos consideran, quizás con razón, que es el comienzo de una organización soviética. A la distancia nos parece apresurado considerarlos así. Aun suponiendo la mejor variante: que estas Asambleas Populares se transformen en soviets, no cambiaría para nada lo que venimos diciendo. La policía zarista y el zar no cambiaron su carácter contrarrevolucionario por el hecho de haber alentado, en sus comienzos, al primer, soviet, como una maniobra que suponían iba a debilitar el movimiento revolucionario legal. Tampoco el imperialismo francés cambió su naturaleza por haber estimulado, en Argelia, organizaciones comunales árabes que creía iba a poder contraponer a la guerrilla nacionalista. Pero, tanto en Rusia como en Argelia, los revolucionarios dieron vuelta la maniobra contrarrevolucionaria. Basándose en que las masas llenaban esas formas organizativas de un contenido revolucionario, acompañando a esas masas e impulsando a fondo ese contenido, los revolucionarios convirtieron la maniobra en un “boomerang” contra los gobiernos contrarrevolucionarios.

Todas estas circunstancias nos hacen decir que el gran peligro del momento actual para la revolución portuguesa es el gobierno del MFA con su proyecto, bonapartista. Desgraciadamente, no hemos encontrado en otros camaradas la misma definición imprescindible.

Livio Maitan nos habla ‑-en “MFA o democracia obrera revolucionaria”-‑ de “ inevitables intentos de putsch ”. Esa es una ambigüedad. ¿Qué quiere decir “inevitables intentos de putsch”? ¿Será un golpe tipo Spínola, o un “mayo catalán”del MFA‑PC? ¿Quién está en condiciones de dar un “putsch”, hoy día, en Portugal? El camarada Maitan debería precisar mejor cuál es el verdadero peligro inmediato, concreto, actual para los trabajadores portugueses.

Horowitz, por su parte, denuncia al MFA‑PC. Pero nos dice, sin embargo, que el mayor pecado del PC es desarmar a las masas frente a la reacción, y compara la situación portuguesa con la de Chile antes de Pinochet. Creemos que es un error. El Pinochet portugués, Spínola, ya fue derrotado. No tiene en este momento fuerzas como para intentar otro golpe. Y el mayor pecado del PC no es desarmar a las masas frente al peligro ‑-por el momento inexistente-‑ de un golpe de estado de la burguesía portuguesa, sino de ser el ejecutor directo, junto al MFA, de un plan bonapartista contrarrevolucionario. El peligro inmediato para la clase obrera no es el golpe de Spínola‑Pinochet, que ahogaría en sangre a los trabajadores y al propio PC, sino la ofensiva bonapartista del MFA‑PC que, de común acuerdo, intentarán tarde o temprano reprimir a los trabajadores.

Recordemos el ejemplo histórico que ya dimos: el MFA está pasando de la etapa demagógica del período de Largo Caballero a la de Negrín‑Stalín, aunque sintetizando a ambas.

Nunca se reveló tan imprescindible como ahora la necesidad de un análisis teórico justo para poder tener una política correcta. Partir de una caracterización exacta de la naturaleza del actual régimen portugués es la única forma de llegar a tener una política marxista revolucionaria en Portugal.

* Los que sostienen que el principal enemigo es el Partido Socialista y silencian el rol del MFA‑PC, impresionados por su demagogia y por la formación de las Asambleas Populares, sólo podrían defender su política si caracterizaran al actual gobierno portugués como un gobierno bonapartista “sui generis” de “izquierda” en un país semicolonial, o como un gobierno obrero y campesino o, simplemente, como un gobierno democrático‑burgués o bonapartista asediado por un peligro mayor: el fascismo. En este caso, el PS se habría convertido en la organización de la pequeña burguesía ultra reaccionaria y desesperada que, acicateada por el capital financiero, se ha lanzado a la guerra civil contra el movimiento obrero, popular y democrático. Si así fuese, asistiríamos a un verdadero milagro sociológico-político, que exigiría revisar la herencia teórica del leninismo‑trotskismo, ya que, por primera vez en la historia, se habría hecho realidad la fabulación stalinista del “social‑fascismo”.

* La posición sostenida por otros compañeros de defender sólo la democracia burguesa u obrera, parte, conciente o inconscientemente, de otras premisas teóricas: a saber, que el régimen actual es bonapartista a secas, que, por consiguiente, no estamos frente a una revolución obrera con importantes embriones de poder dual en fábricas y cuarteles, que el movimiento obrero se encuentra en retroceso y que, en razón de ello, la única línea que cabe es una política defensiva de las libertades democrático‑burguesas ante la ofensiva bonapartista del actual gobierno.

* Por último, de la definición de kerenskismo que nosotros sostenemos surge una política diametralmente distinta de las dos anteriores: desarrollo de la revolución obrera en curso para que tome el poder derrotando al gobierno contrarrevolucionario del MFA‑PC que nos quiere hacer retroceder a un régimen bonapartista; y para eso, desarrollo y centralización de todos los gérmenes de poder dual, defensa y desarrollo de todas las conquistas, incluidas las democráticas obreras y burguesas, para ganar así a todos los trabajadores para los órganos de poder de la clase obrera.

2. Ni programa mínimo democrático, ni programa máximo de poder y democracia obrera exclusivamente. Por un programa de transición para que tomen el poder las comisiones obreras y los comités de soldados.

Ya hemos visto que las masas portuguesas enfrentan tres peligros: el plan bonapartista contrarrevolucionario del MFA‑PQ el plan democrático‑burgués parlamentario del PS y sus aliados de la burguesía imperialista portuguesa; el estrangulamiento económico provocado por el sabotaje imperialista. De estos tres peligros, el más inmediato es el proyecto antidemocrático‑ bonapartista, del MFA y del PC, puesto que son ellos quienes están en el gobierno y no hay peligro inmediato de un nuevo golpe de estado bonapartista ni del surgimiento de un movimiento fascista de masas.

Esta cara de la situación actual no nos debe hacer perder de vista el conjunto de ella, caracterizado por un régimen kerenskista con poderosos gérmenes de poder dual, que desgraciadamente sólo movilizan un sector minoritario del movimiento de masas. La existencia de este régimen, como ya señalamos, significa que la situación está madura o va madurando para la revolución obrera o para la vuelta hacia atrás a un régimen contrarrevolucionario, ya sea parlamentario o bonapartista (con el tiempo hasta puede ser fascista).

En la presente situación se enfrentan dos polos: la contrarrevolución bonapartista del MFA‑PC contra los gérmenes de poder dual y toda otra expresión del movimiento de masas relativamente independiente del gobierno: sindicatos no stalinistas, partidos Socialista, maoístas, etc. Hay compañeros que toman en cuenta, esquemáticamente, uno solo de los elementos de la realidad: unos, ven exclusivamente la ofensiva del bloque bonapartista MFA‑PC; otros, ignoran el carácter contrarrevolucionario del gobierno y de principal enemigo de la revolución y sólo consideran el poder dual, olvidándose de los otros sectores del movimiento de masas, el mayoritario Partido Socialista, las masas angoleñas, los obreros y soldados que no están en los comités y que son amplia mayoría. De esta manera, se han esbozado en nuestro movimiento posiciones antagónicas, todas ellas unilaterales.

Algunos camaradas insinúan una posición correcta, pero parcial, insuficiente: defensa de las libertades democráticas burguesas y obreras, y de la revolución colonial, atacadas por la reacción MFA‑PC. De allí que planteen esencialmente un programa mínimo democrático y de retiro de las tropas de Angola para la actual etapa de la revolución portuguesa, sin ligar dichas tareas democráticas defensivas a los gérmenes de poder obrero: las comisiones obreras y los comités de soldados. Pareciera que el portugués es un gobierno democrático‑burgués o bonapartista de una situación burguesa normal que ha comenzado a atacar las libertades democráticas y obreras en un típico curso reaccionario bonapartista. De hecho se niega el carácter socialista de la revolución limitándola a democrática.

Este error de aislar la defensa de las libertades democráticas y la revolución colonial de los gérmenes de poder dual y los otros graves problemas que enfrentan las masas portuguesas, tiene su opuesto por el vértice en la posición de otros compañeros. Para Livio Maitan el eje central de una estrategia revolucionaria es “ establecer y extender ” los “ órganos de democracia proletaria ” para combatir él “ inevitable putsch ” y “ las maniobras del capitalismo local e internacional ”. “ Al mismo tiempo, los revolucionarios deben luchar por el logro de todas las demandas democráticas de las más amplias masas  lo que “significa” la lucha por la democracia sindical” . (“ ¿MFA o democracia revolucionaria? “)

Como vemos, Maitan da a los “ órganos de democracia proletaria ” un objetivo relativamente lejano y profundamente pesimista, defensivo: combatir el “inevitable putsch”. Sin embargo, hay una forma de que no haya “putsch” o, si lo hay, de que sea derrotado inmediatamente: que los “órganos de democracia proletaria” tomen el poder. ¿Por qué no lo dice? ,Por que no señala que esos órganos están destinados a tomar el poder o, en caso contrario, a desaparecer ya que son incompatibles con la existencia del régimen capitalista? ¿Por qué no los define como organizaciones para la ofensiva revolucionaria que, aunque tácticamente puedan cumplir tareas defensivas, no pierden por ello su carácter de organizaciones para la revolución socialista?

Pero hay otros problemas inmediatos que enfrentan las masas, de carácter urgentísimo, que la estrategia del camarada Maitan no contempla, principalmente el plan contrarrevolucionario antidemocrático del MFA‑PC. ¿Los “ órganos ” deben combatirlo, o no? No se trata, como dice Maitan, de no “ reforzar la autoridad y órganos del MFA ”, como si fuera una competencia entre organizaciones de masas. Se trata de algo más concreto y decisivo: enfrentar y aplastar desde los “órganos de democracia obrera” a la “ autoridad y órganos del MFA ”, combatir y denunciar sus planes y preparar por medio de la lucha y la propaganda el inevitable enfrentamiento físico con el gobierno. Hay más: la crisis económica, y la desocupación se agravan día tras día, son el problema más agudo que enfrentan las masas. ¿No tienen nada que hacer al respecto los “ órganos de democracia proletaria” ? En Angola, el ejército imperialista portugués sigue allí para servir a las maniobras colonialistas del MFA. ¿No hay nada que proponer a los “ órganos ” en relación a esto? Se suprimen las libertades, se persigue al PS y a los maoístas ¿le exigimos a las comisiones obreras que los defiendan?

Muchos compañeros incurren en el mismo error que Maitan: hacer declaraciones generales en favor de los órganos de doble poder sin relacionarlos con las necesidades perentorias que enfrentan las masas, sin estructurar alrededor de ellos un programa que contemple y dé solución a todas las tareas del movimiento de masas, fundamentalmente a la más urgente e inmediata de todas en esta etapa, la revolución socialista, la toma del poder por esos órganos, la denuncia y enfrentamiento sistemático al MFA en el gobierno hasta lograr la insurrección contra él.

Los “ órganos de democracia proletaria ” son la más democrática de las formas de organización de la clase obrera. Como toda forma organizativa son precisamente eso, una forma; necesitan un contenido, saber para qué sirven, qué problemas de la clase obrera deben solucionar. Sin un programa de transición que señale soluciones a los problemas más acuciantes de la clase obrera y el pueblo, sin el planteo de que la tarea central de esa forma organizativa es la revolución socialista, contra el gobierno del MFA‑PC, los “ órganos de democracia proletaria ” se transforman en una forma vacía, que se puede llenar con contenidos reaccionarios ‑-órganos momentáneos del estado burgués o de los sindicatos-‑ y luego desaparecer, porque triunfa directamente la reacción capitalista. Eso es lo que puede ocurrir hoy en Portugal al intentar la ultra izquierda transformar a los comités en su tendencia política y al dejar que el gobierno maniobre con ellos.

Finalmente, ¿no podemos precisar, concretar, los famosos “ órganos ”? ¿Existen o todavía no? Si no existen, debemos nombrar los que hay que fundar. Si existen, hay que llamarlos por su nombre. ¿No son las comisiones obreras y los comités de soldados como opinamos nosotros? ¿Son las asambleas populares fundadas por el MFA? ¿No lo son, pero pueden llegar a serlo? Hay que hablar claro, la situación revolucionaria lo exige más que nunca.

Decimos esto por la falta de precisión y claridad sobre el carácter, la fuerza y dinámica de estos órganos. Maitan nos dice que hay que extenderlos. ¿Controlan sólo una mínima parte del movimiento de masas, como. decimos nosotros? Si es así, se nos plantea un problema de vida o muerte para extender estos órganos: ganar para ellos al movimiento de masas, principalmente a la mayoría del movimiento obrero y el pueblo que votaron por los socialistas, así como a los campesinos que votaron a los partidos burgueses y a los obreros stalinistas. ¿Cómo ganarlos? Haciendo que estos órganos se pongan a la cabeza en la defensa de todos estos sectores del ataque reaccionario del gobierno del MFA, transformando a los “órganos” en organizaciones unitarias para la movilización revolucionaria contra el gobierno. Si no les damos ese carácter a los órganos, no hay forma de extenderlos y, lo que es peor, podrán ser utilizados como herramientas del plan bonapartista del MFA. Al no denunciar al MFA como el principal enemigo de los trabajadores en este momento, se facilita esta maniobra.

Ese debe ser el eje de nuestra intervención decidida, audaz, en las organizaciones que surjan con posibilidades de desarrollarse como órganos de poder obrero. Mientras los agentes del MFA irán, con sus ‘idiotas útiles’ de la ultra izquierda, a esas organizaciones a plantear problemas divisionistas, administrativos o de ataque a la socialdemocracia “contrarrevolucionaria y agente del imperialismo”, nosotros debemos ir allí para denunciar al gobierno y defender a las masas de su ataque. El orden del día en las reuniones de los “ órganos ” de base sería un solo punto, con muchos subpuntos: cómo defender al pueblo angoleño, al PS, a los maoístas, a la clase obrera, a los soldados, a los campesinos, del ataque del gobierno contrarrevolucionario. No debemos permitir que se nos desvíe de ese objetivo único, aunque multifacético, de denunciar al gobierno, de preparar a las masas políticamente, por medio de la propaganda, para el inevitable choque físico, insurreccional contra él. Si no logramos que los “órganos” se extiendan hasta abarcar a las masas como organizaciones de poder dual para la lucha frontal contra el gobierno contrarrevolucionario del MFA, hasta derrotarlo, éstos pasarán a ser, no órganos de poder, sino una maniobra ingeniosa más de la burguesía, que logró engañar a muchos elementos de las filas de la ultra izquierda. Una vez más, sólo un programa de transición que unifique a todos los sectores del movimiento dé masas, empezando por los obreros socialistas por ser los más numerosos, puede lograr la extensión de los órganos de poder, sean éstos comisiones de obreros y soldados, o asambleas populares. Y mientras no consigamos que dichos comités o embriones de poder dual, dejen de ser maniobrados por la ultra izquierda y utilizados por el MFA, no lograremos que se eleven a ser la organización para la movilización revolucionaria de las masas. Hoy día, desgraciadamente, esos órganos están controlados por la ultra. Por eso, nuestro movimiento tiene la obligación de no esperar ni un minuto a que esos comités cambien su política y dirección ultra izquierdista para actuar. Hay que luchar ya, ahora mismo, por imponer el programa de transición que la realidad exige, con o sin los organismos de base.

Eso significa hoy día la lucha en primera fila, al lado de los obreros socialistas, por la defensa de las libertades democráticas. Eso significa levantar ya, ahora mismo, la consigna de retiro inmediato e incondicional de las tropas portuguesas de Angola.

A través de esta lucha podremos dar nueva vida y conmover a los órganos o embriones de poder dual.

3. Los ejemplos de España y Francia

Lo que hemos dicho es perfectamente conocido por el trotskismo. “The Mílitant”, al comparar las revoluciones rusa y portuguesa, insiste en la necesidad de las formas soviéticas. Efectivamente, el partido bolchevique mantuvo una línea eje durante todo el año crucial de 1917: la de dar todo el poder a los soviets. Todas las otras consignas ‑-Fuera los ministros burgueses, Todos contra Kornilov, Boycot, Asamblea Constituyente, Paz, etc.-‑ eran tácticas, se combinaban con la fundamental, estratégica, de la revolución obrera y socialista a través de la toma del poder por los soviets.

Se podrá objetar que esta estrategia estaba justificada en Rusia, donde los soviets existían y estaban centralizados a nivel de todo el imperio, pero no en Portugal, donde no hay nada parecido. No es así. Siempre, en todo país donde se inició un período prerrevolucionario o revolucionario, el trotskismo sacó una conclusión estratégica revolucionaria: impulsar los gérmenes de poder dual existentes o, donde no existían, ser sus iniciadores, como forma de orientarse hacia la revolución socialista y la toma del poder por la clase obrera. Así fue como, en situaciones mucho menos revolucionarias que la actual portuguesa, los trotskistas levantaron como punto fundamental de su programa la creación o desarrollo de los soviets u otros órganos de poder dual. Tales fueron los casos de España a partir de 1931 y Francia a mediados de la década del 30.

A partir de 1931 se abrió en España una situación prerrevolucionaria mucho menos aguda que la existente hoy en día en Portugal, o en 1917 en Rusia, entre otras razones, porque el ejército español no había sufrido ninguna crisis y se pudo mantener como el bastión más fuerte de la contrarrevolución. A pesar de ello, Trotsky no se canso de señalar que la única política correcta era la lucha por las tareas democráticas, pero teniendo como eje el desarrollo de los órganos de poder obrero.

Las masas de la ciudad y el campo - decía Trotsky el 12 de enero de 1931, recién comenzada la revolución española-‑ pueden unirse en el momento actual solamente bajo consignas democráticas [ ...[ Por otro lado, obviamente será posible construir soviets en el futuro inmediato únicamente movilizando a las masas sobre la base de consignas democráticas.” (Trotsky, “The Spanish Revolution”, idem, pág. 66). En uno de sus trabajos más importantes de aquel período “La Revolución Española”, de enero de 1931, a pesar de un circunstancial retroceso del movimiento, Trotsky dedica un capítulo especial a explicar la necesidad de impulsar las “ juntas revolucionarias ”, nombre español de los soviets. Su consigna es concluyente: “ Lo que está planteado hoy día en España son las juntas obreras ”. Insiste también en la necesidad de las juntas campesinas y de soldados. (Op. cit., pág. 86).

En abril del mismo año, en los “Diez mandamientos a los comunistas españoles”, Trotsky sintetiza el programa revolucionario para España de la siguiente forma: en los puntos siete y nueve da el programa democrático y agrario respectivamente, pero en el ocho ‑-que une, y no por casualidad, a los otros dos-‑ señala que la “ consigna central del proletariado es la de soviets obreros” . Y, para aclarar confusiones, dice un renglón más allá que “los soviets obreros no significan la inmediata lucha por el poder”. (Op. cit., pág. 104, subrayado por el autor).

El 20 del mismo mes, sintetiza todo el programa leninista‑trotskista para España de esta manera: “ En otras palabras, es necesario que los comunistas en el momento actual se postulen como el partido que defiende la democracia en la forma más consistente, decisiva e intransigente. Por otro lado, es necesario proceder inmediatamente a la formación de soviets obreros. La lucha por la democracia es un excelente punto de partida para esto. Ellos tienen su propio gobierno municipal; nosotros los obreros necesitamos nuestras propias juntas en las ciudades para proteger nuestros derechos e intereses”. (Op. cit., pág. 107).

Sobre está misma línea vuelve a insistir Trotsky, a fines de mayo, en uno de sus artículos fundamentales, “La revolución española y los peligros que la amenazan”: “ Sin embargo, la tarea inmediato de los comunistas españoles no es la lucha por el poder, sino la lucha por las masas, y además esta lucha se desarrollará en el próximo período sobre la base de la República burguesa y en gran medida bajo la consigna de la democracia. La creación de juntas obreras es indudablemente la principal tarea del día”. (Op. cit., pág. 128).

Para septiembre de 1931, en una carta, Trotsky comenta que la consigna de soviets no ha sido tomada por la clase obrera, y saca la conclusión de que hay que insistir en que la principal tarea es el desarrollo de un polo de poder obrero: “ En todo caso, si la consigna de soviets (juntas) no tiene respuesta, entonces debemos concentrarnos sobre la consigna de comités de fábricas. [ ... ] Sobre la base de los comités de fábricas podemos desarrollar la organización soviética sin referirnos a ella por su nombre”. (Op. cit., pág. 162).

Después del triunfo electoral del frente popular y antes de la guerra civil, vuelve a insistir con la misma posición. En abril de 1936, refiriéndose a las tareas de los trotskistas en ese momento, subraya en los puntos 8 y 9: “ insistir siempre en que las masas en lucha formen y constantemente expandan sus comités de acción (juntas, soviets) elegidos ad hoc. [ ...] Contraponer el programa de la conquista del poder, la dictadura del proletariado y la revolución social a todos los programas híbridos (a lo Caballero, o a lo Maurín). [ ...] éste es el verdadero camino de la revolución proletaria. No hay otro ”.

No deseamos entrar nuevamente en la discusión sobre si hay o no un gran paralelismo entre la España republicana y el Portugal actual, como nosotros creemos. De lo que no puede haber duda alguna es que, en condiciones mucho menos revolucionarias que la de Portugal actual, para Trotsky la consigna y eje esencial de nuestra política era la creación de soviets u organismos de poder de la clase obrera.

Y tampoco puede haber dudas de que Trotsky combatió también a las tendencias que ‑-como hace Maitan hoy en día-- levantaban el programa de soviets o dictadura del proletariado no ligado a las consignas democráticas y transicionales que tenían planteadas las masas. Ya hemos citado cómo señalaba que la “lucha por las masas” se desarrollaría por un período “ sobre la base de la República Democrática y en gran medida bajo la consigna de la democracia ”. Para no abundar, sólo recordaremos que, criticando la “plataforma de la Federación Catalana” que proponía que “ las masas obreras se organizaran ellas mismas en todas las provincias sobre la base de juntas revolucionarias ”, Trotsky respondía agriamente: “¿Con qué fin? No se indica ningún programa. No solamente no se menciona que juntas de este tipo tienen que ser la garantía del pasaje revolucionario del poder a manos de los obreros y los campesinos pobres, sino que tampoco tiene un programa de demandas transicionales... No mencionan que la junta es una organización del proletariado y las masas explotadas contra la clase que está en el poder, esto es, contra la burguesía. La junta es tomada como una “organización revolucionaria” en el espíritu de la tradición de la pequeña burguesía española”. (Op. cit., pág. 137, Subrayado por el autor)

Vayamos ahora al ejemplo francés. En 1935, cuando subía un gobierno reaccionario bonapartista y el fascismo se desarrollaba junto con la crisis económica, Trotsky no levantaba un programa de libertades democráticas ‑-como hacía el stalinismo‑- sino otro muy diferente: “ Explicando todos los días a las masas que el capitalismo burgués en putrefacción no deja lugar, no sólo para el mejoramiento de su situación, sino incluso para el mantenimiento del nivel de miseria habitual; planteando abiertamente ante las masas la tarea de la revolución socialista, como la tarea inmediata de nuestros días, movilizando a los obreros para la toma del poder; defendiendo a las organizaciones obreras por medio de las milicias; los comunistas (o socialistas) no pierden, al mismo tiempo, ni una sola ocasión de arrancar al enemigo, en el camino, tal o cual concesión parcial o, por lo menos, impedirle rebajar aun más el nivel de vida de los obreros.” (León Trotsky, “Adónde va Francia? “, Ed. Pluma, Buenos Aires, 1974, págs. 67‑68)

En junio de 1936, a partir de las ocupaciones y el frente popular, Trotsky levanta este programa: “ Los comités de acción no pueden actualmente ser otra cosa que comités de los huelguistas que ocupan las empresas. De taller en taller, de fábrica en fábrica, de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, los comités de acción deben establecer una ligazón estrecha entre sí, reunirse en conferencias por ciudades, por ramas de producción, por distritos, para terminar en un congreso de todos los comités de acción de Francia. He aquí el que será el nuevo orden, que debe reemplazar a la anarquía actual . “ (Op. cit., pág. 154.)

Este texto es del 5 de junio de 1936; unos días después, el 9 de junio, insiste en una posición similar a la adoptada en relación a España: “ La nueva organización Me responder a la naturaleza del propio movimiento, reflejar a las masas en lucha, expresar su voluntad más firme. Se trata de un gobierno directo de la clase revolucionaria. No hay necesidad de inventar aquí nuevas formas: hay precedentes históricos. Los talleres y las fábricas eligen sus diputados, que se reúnen para elaborar en común los planes de lucha y para dirigirla. Incluso. no hace falta inventar el nombre de una organización semejante: son los soviets de diputados obreros.” (Op. cit., pág. 162, Subrayado por el autor.)

¿Se equivocó Trotsky al poner tanto énfasis y considerar como eje de la política revolucionaria la creación y desarrollo de los soviets u otros órganos de poder, supeditando todas las otras consignas a esta tarea? ¿O estuvo en lo cierto y, salvando las diferencias tácticas, esa es la línea justa actualmente en Portugal? Esta última es nuestra opinión: hay que defender, desarrollar y centralizar las comisiones obreras y los comités de soldados, hay que darles la perspectiva de la revolución socialista, prepararlos para la inevitable lucha armada contra el gobierno, hay que combinarlos con todas las tareas que enfrentan las masas portuguesas. Toda otra política no es trotskista, sino “poumismo” de diferentes tipos, que utilizan el programa bolchevique-leninista para escamotear tanto la denuncia y el enfrentamiento con el gobierno contrarrevolucionario del MFA‑PC, corno la revolución socialista, que son las dos tareas inmediatas que enfrentan las masas portuguesas.

4. Por un programa de transición que lleve a la revolución de las comisiones obreras y los comités de soldados contra el gobierno del MFA‑PC‑PS

Debemos alejarnos de toda tentación de elaborar un programa que sea un muestrario de consignas de todo tipo. El programa debe ser un conjunto de consignas para una etapa de la lucha insertadas alrededor de un una estructura programática, no una colección. El eje debe ser el ya señalado: desarrollar y centralizar los gérmenes de poder dual para que tomen el poder. Sólo así lograremos un programa comprensible para la revolución portuguesa. A nuestro criterio, debe ser, a grosso modo, el siguiente:

A. Un plan económico y de obras públicas de las comisiones y comités para superar el problema número uno: la crisis económica, la desocupación y el salario de hambre de los soldados.

No hay problema ‑más urgente para las masas portuguesas que superar el caos económico actual, la desocupación y el salario de hambre de los soldados. Para ello es necesario que las comisiones obreras y de soldados discutan un plan económico y de obras públicas que de trabajo a todos los portugueses y un salario digno mínimo y móvil, extendido también a los soldados. En ese plan sostendremos la necesidad de nacionalizar el comercio exterior, la tierra y la industria. No es necesario esperar a que se reúna el congreso nacional de las comisiones obreras para dar pasos en ese sentido. Ya, ahora mismo, a nivel de cada barrio, rama industrial o grupo monopólico hay que empezar a adoptar medidas concretas para darle trabajo a los desocupados y solucionar sus problemas. Para terminar de desenmascarar al MFA‑PC‑PS deberemos propagandizar nuestro plan o el de algunas comisiones obreras para que todo el movimiento obrero lo discuta, exigiendo al gobierno que lo ponga en práctica.

B.- Abajo las reglamentaciones del gobierno sobre derecho de huelga y agremiación. Por la democratización de la Intersindical. Por sindicatos revolucionarios que la lucha de las comisiones obreras por el poder.

Los oficiales y burócratas del MFA acostumbran presenciar las asambleas de los sindicatos industriales, invitados y tolerados por la burocracia stalinista. No conformes con ello, han promulgado dos leyes ultra reaccionarias: contra el derecho de huelga y de reconocimiento de las actuales direcciones de los sindicatos industriales sin nuevas elecciones. No hay que descansar hasta que echemos de las asambleas a las tropas u oficiales del MFA. Debemos hacerlo tácticamente, sin chocar con los soldados, planteando que podrán quedarse si aceptan la disciplina de la asamblea obrera, y deberán retirarse en caso contrario. Debemos denunciar a la burocracia stalinista por su complicidad con los oficiales del MFA dentro de las asambleas. Nuestra defensa intransigente de la Intersindical y los sindicatos industriales debe ir acompañada de la denuncia de su burocratización y falta de democracia. Debemos exigir que haya elecciones y representación proporcional para las distintas tendencias sindicales. Deberemos formar, con los activistas de las comisiones obreras que creen que los sindicatos deben estar a favor de la revolución de las comisiones obreras, tendencias sindicales revolucionarias. Hay que luchar sin descanso por derogar las leyes que permiten al estado burgués intervenir en la vida sindical. Los obreros tienen el derecho a afiliarse o fundar la organización sindical que quieran.

C. Por el control obrero de las empresas nacionalizadas. Fuera los burócratas del MFA de las empresas nacionalizadas u ocupadas. Fuera los gerentes del MFA de los bancos nacionalizados. Por el control de todos los bancos por un comité de las comisiones de las empresas nacionalizadas.

Hay que inculcar en los trabajadores que donde entra un oficial o burócrata del MFA entra su enemigo de clase. Hay que insistir en que todo quede bajo su control y no pase a manos de gerentes nombrados por nuestros pérfidos enemigos, los burócratas del MFA. Ha llegado el momento de ocupar las fábricas paradas o mal dirigidas para que empiecen a trabajar de lleno, imponiendo donde sea posible “ una administración directa por parte de los obreros ”. Hay que exigirle al estado que pague los salarios. Pero el problema fundamental es el de los bancos nacionalizados. Hay que hacer que sus fondos, que son cuantiosos, se pongan al servicio de los trabajadores y de las comisiones obreras: contra el saboteo financiero, control de los bancos. Así, combinado el control bancario y el industrial, llegando incluso a la administración, combatiremos los dos sabotajes.

D. Adelante con las ocupaciones de fábricas, tierras y casas.

El proletariado portugués ha ocupado numerosas, fábricas, casas, establecimientos y algunas tierras. Hay que seguir desarrollando este método revolucionario. Por medio de las ocupaciones se establecerá la unidad de la clase obrera con los pobres de las ciudades y del campo. Que los campesinos pobres y los obreros agrícolas no esperen un minuto más: ocupen las tierras, son de ustedes.

E. Fuera los burócratas ofíciales del MFA de las comisiones obreras. Independencia de las comisiones obreras respecto a los sindicatos stalinistas. Sin son útiles, vayamos a las asambleas populares para echar a los oficiales del MFA. No descansemos hasta ganar las direcciones de los organismos de base a la ultra izquierda, agente vociferante del MFA.

Con el pretexto de apoyar las organizaciones de base, los oficiales del MFA y sus burócratas van a sus asambleas y tratan de manipular las comisiones obreras. Hábilmente, ahora tratan de crear “Asambleas Populares” manejadas por ellos y sus sirvientes stalinistas para mejor controlar el poder obrero y evitar la libre iniciativa revolucionaria de la clase. A todos los “extraños”, empezando por los oficiales, hay que plantearles que, para permanecer en las asambleas de base deben romper públicamente con toda disciplina al MFA, al gobierno y a las fuerzas armadas, aceptando sólo la de los organismos de base. Si así no lo hacen, no debemos descansar hasta echarlos de allí. Las comisiones obreras deben denunciar como sus enemigos jurados a los oficiales del MFA. Esto no significa que no seamos tácticos especialmente frente a las asambleas populares. Tenemos que actuar también sobre los obreros y soldados que van a ellas. Incluso, debemos estar atentos por si verdaderamente comienzan a adquirir alguna característica soviética, en cuyo caso habrá que desarrollarlas. Pero también entonces, la política será la misma: denunciar, marcar a fuego, expulsar de ellas a los oficiales del MFA y a sus agentes.

La otra cara de esta política debe ser nuestra lucha dentro de esos organismos de base para ganar la dirección y sacar de ella a la ultra izquierda, agente del MFA, a pesar de sus frases y discursos ultra revolucionarios. Para lograrlo debemos plantear sistemáticamente que las comisiones obreras y los comités de soldados deben apoyar toda lucha obrera y popular contra el gobierno. La ultra ahogará esos planteos “mínimos” en un río de frases revolucionarias. Deberemos insistir una y otra vez ‑-sin cansarnos-- hasta demostrar a la base obrera y a los soldados que la ultra sólo sabe hacer bochinche y no sabe enfrentar al gobierno. Hoy día nosotros debemos ser los campeones de la defensa de los derechos del Partido Socialista, dentro de las comisiones obreras y de soldados. Todo compañero trotskista que, por temor a los ataques ultra izquierdistas, no defienda con apasionamiento en los comités los derechos del PS a tener su prensa y los otros medios de comunicación masiva, está ayudando a prostituir y degenerar esos órganos de base, permitiendo que se transformen en armas de la contrarrevolución bonapartista del MFA. Hay que proponer contra la ultra izquierda, sirviente vociferante del ala “izquierda” del MFA (es decir, del MFA), que esos comités vayan con sus propias consignas y cartelones a las manifestaciones socialistas en favor de “República”. Así, desbarataremos mucho más rápido las maniobras contrarrevolucionarias del PS que quiere imponer su gobierno de frente popular y odia los gérmenes de poder dual tanto o más que el gobierno.

Una maniobra más sutil, pero no menos peligrosa, es el intento de la burocracia sindical stalinista de transformar las comisiones obreras en órganos normales de los sindicatos. Contra ella, nuestra consigna es la total independencia de las comisiones obreras de los sindicatos stalinistas.

F. Aceleremos la crisis del ejército imperialista. Por la extensión de las asambleas y comités de soldados y suboficiales. Derrotemos las maniobras del MFA en el ejercito expulsando a los oficiales de dichas asambleas. Armemos al proletariado. Comencemos a formar un ejército de milicianos obreros y soldados que elija a sus oficiales.

El sector donde es más explosivo el poder dual es el ejército. Hay que darle una clara perspectiva y objetivo: derrocar al gobierno imperialista para darle todo el poder a las comisiones. Hay que acelerar su crisis con consignas audaces y practicables ya, ahora mismo. Hay que extender las asambleas y comisiones de soldados y suboficiales a todas las unidades de las fuerzas armadas.

Hasta tanto no se logren las milicias de obreros y soldados hay que plantear que los soldados elijan a sus oficiales y que, mientras tanto, los oficiales no puedan concurrir a las asambleas de soldados, ni ser elegidos para los comités, a menos que rompan con la disciplina de las fuerzas armadas y el MFA. Por esta vía derrotaremos las maniobras del MFA de dar ciertas concesiones democráticas para ganar la voluntad de los soldados a favor del ejército imperialista.

Contra la maniobra del MFA de que se discutan problemas administrativos o se den cursos en las asambleas, deberemos exigir que se debatan los problemas candentes, actuales, de la revolución portuguesa, comenzando, por el salario mínimo para los soldados. En este momento no hay problema más candente que el de las libertades democráticas y la defensa del Partido Socialista. Hay que exigir que sea el primer punto del orden del día de todas las reuniones y que se invite a concurrir a representantes del PS para explicar su política. Hay que invitar a todos los soldados socialistas a que concurran a las asambleas para que defiendan a su partido, garantizándoles los más amplios derechos democráticos. Opongámonos a los vociferantes de la ultra izquierda, y a sus patrones del MFA, si quieren impedir en las asambleas, por medio del terrorismo ideológico y físico, que hablen los socialistas y los trotskistas, exigiendo y practicando la más amplia democracia. Hay que volcar a los soldados contra el gobierno del MFA y por la defensa de los derechos de todos los partidos, principalmente el Socialista.

Las comisiones y asambleas obreras conscientes de la necesidad de destruir al ejército burgués deben establecer contactos estrechos con las asambleas y comités de soldados de la vecindad y. golpear sobre ellas con estas consignas. Hay que plantearse inmediatamente la ayuda económica a los soldados, dándoles trabajo y estudiando junto con ellos qué se puede hacer para mejorar su condición de parias armados. Al mismo tiempo deben pedirles que suministren armas a los obreros para que éstos puedan practicar. Cuando haya mucha confianza, hay que pedirles que las armas queden bajo control de comisiones mixtas de obreros y soldados. Hay que formar milicias de obreros y soldados, que elijan sus oficiales.

G. Por una nueva Asamblea Constituyente Revolucionaria: Por la defensa de las libertades para todos los portugueses. Por la defensa de los derechos democráticos del Partido Socialista y los maoístas.

La Asamblea Constituyente nació muerta. Sólo el gobierno de las comisiones obreras podrá llamara una nueva Asamblea Constituyente absolutamente libre, soberana y revolucionaria., Esta consigna nos permitirá denunciar el carácter contrarrevolucionario, antidemocrático, del gobierno actual y desarrollar las verdaderas libertades democráticas para todos los portugueses, que sólo el gobierno obrero podrá garantizar. Mientras tanto, debemos luchar contra todas las medidas antidemocráticas del gobierno. Debemos prestar especial atención a los derechos democráticos de los maoístas y, fundamentalmente, del partido obrero mayoritario, el Socialista. La única forma de desenmascarar el plan contrarrevolucionario del Partido Socialista de ahogar la revolución en un régimen parlamentario burgués antiproletario es precisamente defendiendo, y aún extendiendo, sus derechos democráticos. Debemos y podemos convencer a la base socialista de que las comisiones obreras y el trotskismo en el gobierno garantizarán los derechos democráticos de todos los portugueses. Sólo nuestros hechos podrán convencer a los obreros socialistas de que no sólo decimos palabras, sino que las cumplimos. Hay que llevar a las comisiones obreras y comités de soldados nuestra propaganda y lucha en defensa de los derechos democráticos del Partido Socialista. No temamos los ataques de los ultra izquierdistas, el PC y los oficiales del MFA, quienes vociferarán que el PS no merece ser defendido porque es agente del imperialismo europeo. Ellos lo son de nuestro principal enemigo: el imperialismo portugués.

Sin convencer a los obreros socialistas de la justeza de nuestras posiciones no podrá haber revolución socialista en Portugal. Por eso, la defensa del Partido Socialista, así como de su derecho a seguir editando sin censura el diario “República”, es un problema táctico de fundamental importancia. Por allí pasa en este momento gran parte de nuestra estrategia para hacer la revolución de las comisiones obreras.

H. Por el retiro inmediato de Angola de las tropas y el armamento portugueses. Abajo las maniobras neocoloniales. Por la total autodeterminación nacional política y económica de las ex colonias portuguesas.

El ejército y el gobierno portugueses siguen siendo imperialistas. Ninguna confianza en sus maniobras o supuestas buenas intenciones. Dejemos a las naciones africanas que tomen en sus manos sus propios destinos. La única, no la mejor, ayuda a sus luchas es obligar al gobierno a que retire inmediatamente las tropas y el armamento de Angola. Todo pueblo que lucha por su liberación nacional o social sabe dónde y cómo armarse. Los angoleños deben ser los únicos que resuelvan sus problemas, inclusive la guerra civil. Los portugueses, lo único que tienen que hacer es irse de esa y de todas las ex colonias, obligando al gobierno a que retire no sólo a los soldados, sino también al armamento, y a que rompa todos los pactos y abandone todas las maniobras neoimperialistas.

I. Por la ruptura con la NATO y el Pacto Ibérico. Por la Federación Ibérica de Repúblicas Socialistas de los Comités.

No es suficiente romper los pactos que atan a Portugal con el imperialismo mundial y la España fascista (NATO y Pacto Ibérico). Estas medidas deben ser parte de un proceso de revolución en la península ibérica, como parte de la revolución europea. España comienza a aproximarse a una situación prerrevolucionaria; démosle una perspectiva revolucionaria, obrera y socialista a la solidaridad y hermandad de ambas revoluciones. ¡Por la Federación ibérica de repúblicas socialistas!; ésta es la consigna que, al tiempo que, señala dicha perspectiva, contempla el derecho a la autodeterminación de los vascos, catalanes, gallegos y andaluces.

J. Por un Congreso Nacional de las Comisiones Obreras y Comités de Soldados que derrote al gobierno contrarrevolucionario del MFA y tome el poder. Por la Revolución Socialista.

No se trata de plantear solamente el congreso nacional de los organismos de base. Hay que darle una clara perspectiva y objetivo: derrocar al gobierno imperialista para darle todo el poder a las comisiones obreras y de soldados. Si alguien quiere plantear hoy en día el derrocamiento del gobierno, es un aventurero: el movimiento obrero y de masas aún no está dispuesto a ello ni ha construido el organismo que lo reemplace. Pero quien no plantee en su propaganda y acción este objetivo inmediato, el poder para las comisiones y comités, es un oportunista, ya que es la necesidad y posibilidad objetiva más inmediata y urgente para las masas portuguesas. La gran tarea es ganar a la clase obrera, los soldados y campesinos para el cumplimiento de esta consigna y para la construcción del organismo que la haga efectiva: el congreso nacional de las comisiones y comités. Educar pacientemente para la toma del poder es nuevamente la tarea de los trotskistas.

4. ¡No al frente único con el PC y los otros partidos reformistas! ¡Sí al trabajo en la Intersindical y  fundamentalmente en los Comités de Obreros y Soldados!

Aparentemente, Trotsky planteaba para España y Francia como principal tarea una de tipo organizativo: fundar, desarrollar y centralizar órganos de poder obrero. En determinados momentos de la vida de un partido o de un país, la orientación del trabajo, la ubicación de los militantes o las formas organizativas pasan a un primer plano. El trotskismo ha considerado como un problema  de principios que sus militantes y partidos trabajen en los sindicatos, por mas reaccionaria que sea su dirección. En Estados Unidos hace décadas que el eje programático es aparentemente organizativo: fundar un partido laborista. Para el movimiento negro se estuvo a favor de que organizara un partido negro contra los otros dos partidos burgueses. Pero estas distintas formas no deben hacernos olvidar, el contenido revolucionario de sus fórmulas. Trotsky planteaba juntas o soviets en España porque era la mejor forma organizativa para llevar a buen fin la revolución socialista. Eran soviets para hacer la revolución socialista. Cuando se plantea que no se puede ser trotskista si no se milita en los sindicatos, estamos diciendo que no se puede ser discípulo de Trotsky si no se acompaña a la clase obrera, nuestra clase, en sus luchas defensivas, primarias, económicas, contra la clase capitalista y hay que militar en las organizaciones que la clase ha creado para llevarlas a cabo: los sindicatos. El SWP lucha sin tregua por un partido laborista como la expresión organizativa de la liberación política de la clase obrera norteamericana de los partidos burgueses que la explotan, no solo económicamente, sino políticamente.

El logro de esas organizaciones, por sí solos, son un progreso histórico inmenso. La aparición de sindicatos en un país es un hito fundamental en el desarrollo de la conciencia de la clase obrera. No preocupa mucho, en principio, el programa o la dirección de esa forma organizativa. Por sí sola es un colosal avance. Lo mismo con los soviets o el partido laborista. No interesa que tengan una dirección y política reformistas cuando se los fundaron. En Rusia los soviets fueron dirigidos, en un primer momento, por los reformistas, lo que no fue óbice para que se los considerara la más grande conquista revolucionaria de las masas rusas. Lo mismo cuando a principios de siglo se fundó el partido laborista británico.

Entre la forma y el contenido hay una relación dialéctica, contradictoria, pocas veces las direcciones o política coinciden con el profundo significado de, una forma. Los soviets, una forma de estado obrero y para la revolución socialista, eran dirigidos, al principio, por quienes los utilizaban para apuntalar al capitalismo ruso.

Algo parecido ocurre con los métodos de lucha, tienen cierta autonomía, son progresivos, útiles en sí mismos, muchas veces. Las huelgas, la huelga general, las manifestaciones, el boycot, los actos, las ocupaciones, la insurrección, son métodos adecuados para diferentes objetivos. Una huelga general, sea por la razón que fuese que se haga, plantea el problema del poder. El objetivo puede ser un 2% de aumento general de salarios, pero su consecuencia política es el cuestionamiento del poder burgués.

Hacemos estas consideraciones porque no se ha insistido lo suficiente en que la tarea número uno en Portugal es ser los mejores militantes de la Intersindical y principalmente de las comisiones obreras y los comités de soldados. Aun si simpatizantes o militantes nuestros militaran en otros partidos, esto sería táctico: el objetivo tiene que ser fortificar el trabajo revolucionario en la Intersindical v esencialmente los comités de diferentes tipos.

No señalar este lugar de trabajo obligatorio, como la tarea o ubicación fundamental de nuestro movimiento en Portugal, es hacer propaganda en general para nuestras posiciones, pero no lo que debemos hacer, una organización de combate para empujar las luchas de masas hacia la toma del poder. Por ese primer planteo programático empieza el logro de un programa de transición en el Portugal revolucionario. El segundo es que vamos a esas organizaciones, para enfrentar a sus direcciones, agentes del imperialismo y del gobierno del MFA dentro de ellas, sean los stalinistas, maoístas o socialistas, para ganarlas para nuestro programa de transición de revolución obrera.

La nueva realidad que nos exige concentrar nuestra militancia en las comisiones y comités, ha modificado la aplicación tradicional de la táctica de frente único. Esta es una táctica que necesita condiciones concretas para ser aplicada. Es decir, tiene que ser una política que refleje las necesidades más profundas y las aspiraciones más sentidas por el conjunto de la clase obrera, no ya una mera expresión de nuestros deseos. Nuestra expresión de deseos, a contramano de la realidad, sirve, por mejores intenciones que tenga, solamente para encubrir la política contrarrevolucionaria del gobierno burgués de turno. Esto fue lo que hizo sistemáticamente el POUM durante la revolución española: con declamaciones en favor de la dictadura del proletariado, el frente único y otras variantes parecidas ‑-sin ninguna duda honestas y bien intencionadas-- escondía los problemas reales que se planteaban a la clase obrera y las soluciones revolucionarias que correspondían.

El POUM, cuando el stalinismo era el principal factor contrarrevolucionario dentro del campo republicano, levantó la consigna de un “ gobierno formado por representantes de todas las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera, el que propondrá como tareas inmediatas la realización del siguiente programa ”; y aquí venía un programa en general correcto. Para llevar a cabo esta política, el POUM proponía que el gobierno convocara a un “ congreso de delegados de sindicatos, campesinos y combatientes, los cuales en su momento elegirán un gobierno permanente de obreros y campesinos ”.

El frente único no es una abstracción, sino una herramienta para desarrollar la lucha de clases. Los marxistas estamos a favor del frente único de las organizaciones obreras, siempre y cuando haya tareas que los militantes y partidos sientan como comunes. Por eso el trotskismo siempre consideró que la política del POUM fue directamente una traición a la revolución española, ya que declamaba por la realización de un frente único con los partidos traidores, agentes directos, en ese momento, de la contrarrevolución. Eso era esconderle la verdad al movimiento obrero: el principal enemigo de los trabajadores en el campo republicano era el gobierno socialista‑stalinista, principalmente el stalinismo. Ellos eran los agentes de la contrarrevolución burguesa; había que denunciarlos políticamente de inmediato, para ir preparando el choque físico para más tarde, cuando se hubiera convencido al movimiento de masas. Concretamente, el trotskismo, que antes del golpe de Franco estaba por la aplicación de la política de frente único en sus distintas variantes, abandona dicha política después del golpe, o mejor dicho, le da una forma directamente opuesta: desarrollo de los comités obreros; de las ocupaciones y de los comités de soldados, sin plantear el frente único entre los partidos obreros, agentes directos de la contrarrevolución. En el único aspecto en que subsiste algo similar a una acción común con los partidos reformistas, es en la lucha militar contra Franco. Algo parecido a lo que ocurriría en Portugal si el putch de Spínola, en lugar de ser derrotado, hubiera dividido al país en dos campos enfrentados en la guerra civil, o a lo que ocurrirá sí, con el pasar del tiempo, el spinolismo se rehace y amenaza con un nuevo golpe.

Frente al peligro de Spínola cabía la fórmula del frente único, porque respondía a una profunda necesidad y aspiración de las masas y los partidos que las representaban: enfrentarlo y derrotarlo. Pero una vez volteado Spínola, esta política debe transformarse en otra: denuncia sistemática del Partido Comunista y el MFA, así como de su gobierno, por ser el peligro más inmediato para los trabajadores y las conquistas del movimiento obrero y de masas portugués. No hay, no puede haber por el momento, puntos comunes de ningún tipo entre la política del PC y la nuestra, como no los hubo, dentro del campo republicano, entre la política del stalinismo y la del trotskismo español. El PC es enemigo frontal de la clase obrera, al ser agente del MFA; el MFA‑PC es el enemigo inmediato, por lo tanto, nuestro y de la clase obrera.

Esto no implica que no apliquemos el frente único. Lo debemos hacer, pero al único nivel en que la realidad nos lo permite. Estratégicamente, abandonamos la forma tradicional de practicar el frente único, el llamado a los partidos. Pero defendemos una forma primaria de frente único: la Intersindical, y otra mucho más elevada: el desarrollo por doquier de las comisiones obreras, de inquilinos, de campesinos y los comités de soldados. A los partidos reformistas les proponemos que reconozcan y se incorporen a las comisiones, donde se les reconocerán todos sus derechos democráticos, pero se les exigirá el acatamiento a sus resoluciones.

Precisamente por defender esta forma de frente único, la más elevada, la de la democracia directa del movimiento de masas, no queremos que se nos desvíe de ella con fórmulas de otra etapa mucho más atrasada de la lucha de clases, cuando el mayor peligro es la ofensiva directa de la burguesía, el llamado a los partidos reformistas. Tácticamente, debemos y podemos utilizar las diferencias entre ellos, defendiendo los derechos democráticos en general, y los del Partido Socialista en particular. Pero eso será una variante táctica, de gran importancia indudablemente, de nuestra política esencial de frente único: desarrollar las comisiones obreras y los comités de soldados contra la voluntad y chocando con los planes bonapartistas y parlamentarios que se les oponen, y los partidos pequeño burgueses contrarrevolucionarios que defienden dichos planes: el Comunista, el Socialista y los grupos maoístas.

5. El acuerdo con el Partido Socialista para defender las libertades democráticas

Todo lo que venimos diciendo tiene el mismo peligro en el que han caído varios compañeros: disolver los problemas políticos concretos en fórmulas abstractas más o menos correctas. El programa general que hemos dado, la necesidad de militar y ser los más grandes defensores de la Intersindical, las comisiones obreras y los comités de soldados, no debe servir para eludir las cuestiones del día y la respuesta trotskista a ellas. Como parte de ese peligro está otro parecido: capitular al fetichismo de las organizaciones donde militamos. Si la Intersindical o las, comisiones no se pronuncian, haciéndole el juego al gobierno, o lo que es peor, se pronuncian a favor de éste, abandonar por eso nuestra justa lucha por los problemas concretos.

Decimos esto porque tiene que ver con el acuerdo que debimos y debemos hacer con el Partido Socialista para defender sus derechos democráticos. En el Portugal de estas semanas hay manifestaciones en favor del diario “República” y por arrancarle el cuasi monopolio de la radio y la televisión al MFA‑PC. Es una lucha enormemente progresiva y como tal debemos tomarla y participar de lleno.

La LCR de Francia en una declaración pública que apareció en “Rouge”, el 6 de junio, daba la siguiente posición “ en Portugal, como en Francia, exigimos la nacionalización sin indemnización ni compensación de las papelerías, empresas de prensa y difusión, la constitución de un servicio público de prensa, garantizando las condiciones de vida y trabajo de los obreros de esa rama de producción”. Y con relación al conflicto específico de “República” daban esta otra posición: “ Sostenemos por lo tanto la lucha de los trabajadores de “República” por la defensa de sus condiciones de trabajo; condenamos toda tentativa de limitar su derecho de huelga. No aprobamos la manera que estos trabajadores han tenido, en nombre de está lucha, de ejercer un derecho de censura y no de control sobre el contenido del periódico”.

Antes que nada ¿qué significa una posición concreta que se puede aplicar, según la Liga, tanto a Portugal como a Francia, la “ nacionalización de la prensa ” para “ la constitución de un servicio público de la prensa” ? La LCR copia la posición de Lenin para cuando los soviets ,y el partido bolchevique hayan tomado el poder, ya que es casi un duplicado del decreto del gobierno bolchevique y del proyecto de Lenin. Se va muy adelante, para cuando el poder obrero ya domine el país. Porque la cuestión de fondo es ¿qué poder va a controlar la prensa nacionalizada? ¿Giscard d’Estaign en Francia y los contrarrevolucionarios del MFA‑PC en Portugal? La Liga ni siquiera se eleva a los planteos poumistas de control obrero.

No es casual que la Liga vuele por encima de los países y de las etapas revolucionarias para dar su política con relación a “República”. En Portugal tenemos un proyecto totalitario y contrarrevolucionario del MFA‑PC para controlar la prensa, televisión y radio. La Liga ni se molesta en señalar ese proyecto y política contrarrevolucionaria, ni adopta posición frente a él. Pareciera que el caso “República” ocurriera en cualquier país del mundo o en ninguno. Pero el caso “República” se inscribe dentro de ese proyecto, no está limitado a la lucha entre una comisión obrera aislada y una empresa privada aislada de cualquier país del mundo. Está inmersa en Portugal. La empresa está hoy día en manos de las fuerzas contrarrevolucionarias antidemocráticas del MFA. ¿Qué hacen los revolucionarios portugueses frente a los militares apostados a las puertas de “República”, qué manifiestan a los obreros gráficos que quieren ocuparla y controlarla, y a los obreros socialistas que quieren que su órgano salga sin censura? ¿Decirnos que estamos por “ la nacionalización sin pago ” y “ por un servicio público de prensa”? ¿No es lavarnos las manos, no es hacerle el juego a la política contrarrevolucionaria del MFA simbolizada en los soldados apostados en las puertas? ¿No se impone una política concreta de frente único entre los obreros gráficos que están dentro de “República” con los obreros socialistas que están afuera, ambos con deseos y posiciones que son profundamente positivos, contra el enemigo común que está a la puerta?

Pero donde mejor se demuestra lo abstracto de la posición es al no tomar en cuenta más que un elemento de la realidad, las ocupaciones de fábrica y más concretamente una ocupación, la del diario “República” La otra realidad son los obreros y trabajadores socialistas que están manifestando por las libertades democráticas y por la devolución del diario República ¿qué hacemos?

¿Los invitamos a tomar un “cafesinho” para explicarles las ventajas del decreto bolchevique sobre la prensa? Si es que aceptan las invitaciones ¿encontraremos cafés para tantos miles de manifestantes? Si las manifestaciones son reaccionarias, el BP de la Liga debe decirlo así y sacar conclusiones, llamar a contra manifestaciones junto con el PC y el MFA, pero no llamarse a silencio, ignorarlas.

Creemos que entre apoyar la ocupación parcial de un diario y las manifestaciones y la lucha de los socialistas por las libertades, incluida “República”, debemos volcarnos, con nuestra propia política, al acuerdo y al apoyo a las reclamaciones socialistas. Para nosotros lo de “República” es una provocación del stalinismo, que utiliza métodos revolucionarios, las ocupaciones, al servicio del MFA. Lo que es históricamente progresivo en este momento es la defensa y extensión de las libertades democráticas y el derrotar los planes contrarrevolucionarios del gobierno MFA‑PC. Toda nuestra táctica tiene que partir de apoyar las manifestaciones y la lucha actual del PS por las libertades democráticas y en favor de “República”. Tenemos que ir con nuestros volantes, carteles y sobre todo con nuestra política de clase a esas manifestaciones o actos socialistas. Nuestra política tiene que ser contra los agentes del MFA en las puertas de “Republica” y de cualquier otro órgano de prensa o comunicación masiva, incluidos lo del PC, por la libertad de prensa. Es desde allí que tenemos que luchar por la unidad o frente único entre los obreros que ocupan la empresa y las manifestaciones socialistas.

Esta táctica de utilización de la lucha entre los dos partidos reformistas contrarrevolucionarios no debe hacernos olvidar a nuestro objetivo estratégico: fortalecer la Intersindical, las comisiones obreras y de soldados. El PS tiene justamente una política opuesta, por algo es miembro del propio gobierno y su política es de presión a los militares para formar un nuevo gobierno de frente popular sobre bases democráticas burguesas. La mejor forma de combatir esta política de la dirección del PS es defender sus derechos y unirnos estrechamente en una lucha común a su base obrera y popular. En las mismas manifestaciones y actos en favor de los derechos del PS podemos y debemos distinguirnos de la política contrarrevolucionaria de la dirección del PS, planteando las ocupaciones por el PS de las radios y prensa burguesa o del MFA, que le corresponda por el número de sus votos. Podemos levantar consignas para que el PS rompa con el gobierno y exigirle que tome el poder para gobernar solo: con las organizaciones obreras para llevar a cabo un programa socialista y de libertades democráticas. Pero la tarea más importante será convencer a los obreros‑ socialistas, como a sus manifestaciones, para que se vuelquen sobre la Intersindical y las comisiones de obreros y soldados, para convencerlos de la razón de sus demandas. Debemos desviar el odio de los manifestantes contra los obreros de “República” al gobierno, que usufructúa de esa división y es el único que saca beneficios para llevar a cabo su plan contrarrevolucionario.

Hay que exigir que se discuta en todos los organismos obreros el caso “República” y el control MFA‑PC de casi todos los medios de prensa oral o escrita. Debemos exigir una asamblea obrera en un estadio de Lisboa, citada por el Partido Socialista, pero invitando muy especialmente a la Intersindical, al PC, las comisiones obreras y los comités de soldados y a los obreros de “República”, para discutir esos temas. Hay que garantizar que los dos oradores principales sean los del Partido Socialista y el representante de los obreros de “República”. Hay que hacer que la asamblea vote y que todos acaten.

Con estas u otras variantes parecidas podemos utilizar la magnífica oportunidad que nos abre el curso bonapartista contrarrevolucionario del MFA‑PC para derrotarlo, uniendo a todos los trabajadores contra el gobierno. Seríamos así la correa de transmisión entre las masas socialistas y sus hermanos de clase, organizados en los comités de obreros y soldados, como de la Intersindical. Dicho de otra forma, comenzaríamos a ser el puente entre, las masas socialistas y la revolución socialista.

6. Sólo el trotskismo es y puede ser la vanguardia revolucionaria

Algunos compañeros, al analizar la revolución portuguesa, definen dos sectores del movimiento obrero: los oportunistas y una misteriosa “ vanguardia revolucionaria ”. Si fuera una frase dicha al pasar no tendría importancia. Lo grave es que se la repite sistemáticamente: “ fortalecimiento de la vanguardia revolucionaria ”, “ propaganda de la extrema izquierda ”, “ los revolucionarios ”, “ la izquierda revolucionaria es tal que únicamente ya tiene suficiente peso para iniciar movimientos que efectivamente ganan la adhesión de significativos sectores de las masas ”, etc., etc., etc. Todas estas denominaciones no son utilizadas como sinónimo de trotskismo, sino como una nueva categoría política, sin nombre ni apellido.

La peligrosidad de esta definición ambigua radica en que estos compañeros, por lo general, no denuncian con la suficiente energía, a veces ni los mencionan, a la ultra izquierda y a los maoístas corno los agentes (inconscientes o no) de las maniobras bonapartistas del MFA, tanto en las comisiones obreras y comités de soldados como en las proyectadas Asambleas Populares.

Es nuestra firme convicción que en Portugal, como en cualquier otro país del mundo, hay una sola vanguardia revolucionaria, y tiene nombre: trotskismo. Así como la vanguardia obrera, estudiantil, campesina o bajo las armas tiene muchos otros nombres: comunista‑stalinista, socialista, maoísta, sin partido.

Sólo el trotskismo ha tenido una política revolucionaria en Portugal. Es el único que ha sabido combinar una política de denuncia sistemática del gobierno del MFA‑PC‑PS y los partidos burgueses, con una política de frente único, contra Spínola primero y el MFA‑PC más tarde, de defensa de los derechos democráticos del PS y los maoístas. Y lo más importante de todo es que ha sido el único capaz de orientarse hacia la revolución socialista.

Esto no quiere decir que el reflejo de la situación objetiva revolucionaria no provoque el surgimiento de fracciones, grupos o tendencias centristas‑revolucionarias en el seno de todas las organizaciones obreras. Incluso, debido a la debilidad de nuestro movimiento, es normal que sectores anarcoides maoístas se fortalezcan y capten elementos de vanguardia dentro de las comisiones obreras. Pero para considerar positivas a todas o algunas de estas tendencias o fracciones debemos medirlas en relación al programa y la organización trotskista. Cuando más se aproximen a nuestro programa, más positivas serán. Y al revés.

La esencial de nuestro programa es la revolución de las comisiones obreras y los comités de soldados contra el gobierno contrarrevolucionario del MFA‑PC‑PS y sus “idiotas útiles”, los maoístas y ultras. Sin ningún sectarismo debemos llamar a un frente revolucionario, como antesala de la construcción del partido trotskista de masas que dirigirá la toma del poder, a todos los militantes, fracciones o tendencias que coincidan en este punto, y este único punto: hay que organizar y preparar la revolución de las comisiones obreras contra el gobierno del MFA. Como parte de este frente, y para ayudar a construirlo, hay que desenmascarar sin piedad a los partidos reformistas, centristas o ultra izquierdistas qué están en contra o siembren confusión alrededor de esta simple tarea. Nada de confusiones; hay una línea divisoria tajante. De un lado, todos los que están junto al trotskismo en favor de la revolución socialista de las comisiones obreras, contra el enemigo de los trabajadores, el gobierno del MFA. Del otro, todos los que son directamente agentes de la contrarrevolución imperialista, como el PS, o del gobierno imperialista contrarrevolucionario del MFA, como el PC. El maoísmo, sembrador de confusiones, heredero de la teoría stalinista contrarrevolucionaria de las etapas, ha cumplido un rol contrarrevolucionario en todo el mundo. No vemos por qué dejará de hacerlo en Portugal. En el mejor de los casos, algunos de sus grupos podrán orientarse hacia el programa de la revolución socialista. Pero esa aproximación tendrá un signo: la ruptura con el maoísmo; será trotskista o no será nada.

El progreso de nuestro movimiento seguirá como una sombra el desarrollo de las comisiones obreras y los comités de soldados, siempre que el trotskismo portugués levante un programa transicional de revolución obrera, a ser llevado a cabo por las comisiones. Nuestros camaradas de Portugal tienen la palabra para demostrar cómo se construye un gran partido con el único método y programa justos: el de nuestro movimiento mundial.



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