Indice General

El partido y la revolución
7

Teoría, programa y política
polémica con ernest mandel

 

Un documento escandaloso

(en respuesta a “En defensa del leninismo, en defensa de la Cuarta Internacional” de Ernest Germain)

 

Nahuel Moreno

 

Secretariado Centroamericano —SECA—

Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo —CITO—

http ://www.geocities.com/obreros.geo/

mail : [email protected]

Edición electrónica Diciembre 2001

(Tomado de Ediciones Antidoto, Buenos Aires, 1989)



Indice

Capítulo VII Elementos revisionistas en las concepciones de Germain

Mandel y Germain transforman en subjetivas las premisas objetivas de la revolución socialista

“Las fuerzas productivas han cesado de crecer”

Un sistema económico para la contrarrevolución mundial

La tercera revolución industrial y sus límites

Una interpretación fenomenológica del Programa de Transición

Una primera clasificación de las consignas

El problema de lo inmediato y lo mediato

Buscar las consignas que movilizan

Germain cuestiona la revolución permanente en los países adelantados

Una pausa para recordar a Trotsky

El imperialismo y la autodeterminación nacional

Las consignas democráticas y la revolución permanente

Germain revisa la teoría de la revolución permanente para los países coloniales y semicoloniales

La lucha contra el imperialismo es una tarea socialista

¿”Política trotskista” con revisionismo teórico?

Germain revisa la concepción marxista de los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas

Una escandalosa falsificación

La independencia de clase

 

Capítulo VII
Elementos revisionistas en las concepciones de Germain

Mandel y Germain transforman en subjetivas las premisas objetivas de la revolución socialista

Mandel asegura que en la actual etapa el capitalismo y el imperialismo están logrando un importante avance en el desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque no ligue explícitamente esta afirmación al resto de su pensamiento económico, ella es evidentemente la necesaria premisa de la cual partieron tanto él como Germain para llegar a la idea central: en la actualidad hay una tendencia al aumento absoluto de la riqueza que consumen las masas en el mundo entero; por eso su lucha ya no se dirige hacia la solución de una situación de miseria insoportable (bajos salarios, desocupación), sino contra quienes conducen las empresas y contra el carácter alienante de ese consumo masivo de las riquezas producidas.

Mandel insiste repetidas veces en que “el fenómeno de la de-Pauperización relativa es, en efecto, el más típico del modo de producción capitalista”. [287] Dicho de otra manera, en relación al aumento de la riqueza de la sociedad, la clase obrera es cada vez más pobre, pero en relación a su nivel de vida del pasado, está cada vez mejor. Su demostración de que esa era la posición de Marx es convincente. Pero Marx formuló su ley cuando el capitalismo estaba en pleno desarrollo y sus crisis se daban cada diez años y durante poco tiempo. Advertimos, entonces, que para Germain la nueva etapa capitalista no modifica aquella ley. Parece, por el contrario, que la refuerza.

En “La teoría leninista de la organización”, Mandel, por su parte, sostiene que “una de las tres características fundamentales” de esa teoría es “la importancia presente de la revolución para los países subdesarrollados en la época imperialista”. [288] Con lo cual nos aclara que está hablando de todos los países del mundo, incluso de los atrasados. Luego plantea que “... en la medida en que el neocapitalismo busca una nueva venia para prolongar su vida, al elevar el nivel de consumo de la clase obrera...” [289]

“En la medida en que encontramos que la barrera decisiva que hoy estorba a la clase obrera el poder adquirir una conciencia política de clase, reside en menor grado sobre la miseria de las masas y en la extrema pobreza de sus alrededores, y en mayor grado en la influencia constante del consumo y la mistifica-don de la pequeña burguesía y de la burguesía...” [290]

Esta ley es elevada a su máxima potencia en los países adelantados: “... el capitalismo no está más definitivamente caracterizado por los bajos salarios, y tampoco por un gran número de obreros desocupados”. [291]

La Gauche, que con tanta honestidad lleva habitualmente hasta sus últimas consecuencias las posiciones teóricas del compañero Germain, sacó las conclusiones obligadas de esta teoría: que “el imperialismo tiene nuevas perspectivas”, una “aparente liberalización” y una “variante democrática” para América La tina.

Esta posición de los germainistas es un ataque solapado a la concepción de Lenin y Trotsky acerca de las premisas objetivas de la revolución socialista en la etapa imperialista. Es decir, es una revisión total de nuestras tesis, que Germain tiene todo el derecho de sostener, pero para lo cual debería aclarar que cuestiona la base de sustentación de la fundación de la III y la IV Internacionales.

“Las fuerzas productivas han cesado de crecer”

Para nuestros maestros, hay una serie de leyes del capitalismo en ascenso, en su etapa librecambista, que cambian con la imperialista, principalmente desde la primera guerra mundial. El primer y fundamental cambio es que para la humanidad, el capitalismo deja de ser progresivo y se transforma en degenerativo, bárbaro, en una traba absoluta para su desarrollo. Esta nueva ley general del régimen capitalista mantiene y acentúa su esencia explotadora y modifica todas sus demás características o leyes subordinadas. Por ejemplo, la ley de la miseria, que de relativa (las masas cada vez consumen más) se transforma en absoluta (cada vez consumen menos).

Para no abundar en citas, daremos tres que demuestran que éste era el criterio tanto de la III como de la IV Internacional: “Los Partidos comunistas deben tener en cuenta no las capacidades de existencia y de competencia de la industria capitalista, no la fuerza de resistencia de las finanzas capitalistas, sino el aumento de la miseria que el proletariado no puede y no debe soportar”. [292]

“Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, infligen a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores”. [293]

“La contradicción fundamental se da entre las fuerzas productivas del capitalismo y el nivel de consumo de las masas”. [294]

Refiriéndose a que podía haber un mejoramiento en la economía norteamericana, Trotsky dice:

“Ello no es en absoluto contradictorio con nuestro análisis general de un capitalismo decadente, enfermo, que produce cada vez mayor miseria”. [295]

Se suman nuevas declaraciones y escritos de Trotsky que se transforman así en una verdadera campaña:

“El capitalismo sólo puede continuar manteniéndose si disminuye el nivel de vida de la clase obrera”. [296]

“El agonizante capitalismo está en quiebra. Y la clase domi-nante sólo tiene un plan para salir de esta bancarrota histórica: ¡aun más miseria para las masas laboriosas! ¡Supresión de todas las reformas, aun las más insignificantes! ¡Supresión del régimen democrático!” [297]

Y la realidad actual no hace más que darle toda la razón: el anuario de la FAO de 1971 nos informa que el 60% de la humanidad no llega a las 2. 200 calorías (es decir, sufre de hambre] crónica, ya que se necesitan 2. 700 como mínimo); y el 13% consume entre 2. 200 y 2. 700, o sea que está en estado prefamélico. Con relación a las proteínas, el elemento más importan-te en la alimentación, según Josué de Castro, el panorama es más desolador aún. Si exceptuamos Estados Unidos, Reino Unido, Oceanía, Argentina, Uruguay, Canadá, Alemania, Suecia, Suiza, Noruega, Dinamarca, Francia, Bélgica, Países Bajos, Austria y Finlandia, todo el resto del mundo capitalista, (es decir, las dos terceras partes en población) está por debajo de los 25 gramos diarios de proteínas por habitante, o sea muy por debajo de los 40 gramos que se necesitan como mínimo para un desarrollo normal de la vida. Este panorama se ensombrece más todavía si tenemos en cuenta que la India, Indonesia y Pakistán están por debajo de los 7 gramos, vale decir seis veces me-nos de lo que se necesita para vivir.

Esta situación calamitosa no tiende a mejorar; las cifras indican lo contrario, y también demuestran que Trotsky y Lenin tenían razón. La FAO informa que el consumo de calorías en las regiones atrasadas del mundo —Asia, África y América Latina (1.800 millones de habitantes exceptuando China)— fue de 2.130 en la preguerra, 1.960 en la postguerra y 2.150 en el año 1960. Con respecto a las proteínas, las cifras son de 10, 8 y 9. En este último caso queda claro que hubo una baja absoluta en relación a la preguerra. En cuanto a las calorías, aunque las cifras parecen indicar lo contrario, la propia FAO reconoce que al aumentar fabulosamente el índice de crecimiento vegetativo se requieren muchas más calorías, ya que los niños necesitan muchas más que los adultos. Este promedio no se ha hecho, pero daría evidentemente como resultado, que cada vez se consumen muchas menos calorías y proteínas que las que la humanidad necesita.

Sólo nos falta agregar que, entre 1960 y 1970, aparentemente la situación ha ido empeorando, según lo indican las estadísticas de producción, muy difíciles de evaluar. Por ejemplo, en la India la producción de alimentos en relación a los habitantes ha bajado un 3°/o, y en Indonesia un 2°/o, entre los quinquenios 1961/5 y 1966/70. Hay cifras parecidas para casi todos los países atrasados del mundo. Pero esta situación no es exclusiva de los países atrasados.

Debemos reconocer que en los adelantados hubo un aumento del nivel de vida de las masas trabajadoras en los últimos quince años que parte del boom económico de la postguerra. Pero al poco tiempo dé que Mandel escribiera las páginas que citamos, la ley de la miseria absoluta empezó a manifestarse también en estos países. Ya el propio Mandel se vio obligado a reconocer, en 1969, que “debe insistirse en que las consecuencias de estas tendencias inflacionarias, combinadas con la guerra de Vietnam, dieron por resultado que, por primera vez en casi tres décadas, se detuviera el crecimiento del ingreso real dispo-nible de la clase obrera norteamericana”. Y La Liga Comunista hizo una pintura del mundo capitalista, diametralmente opuesta a la risueña pintura mandeliana, en la que está incluido Estados Unidos.

“Este mundo donde se masacra a los hambrientos y a los explotados para salvarlos del comunismo. La rica Norteamérica, que tiene sus 50 millones de pobres en los ghettos, en ba-rrios insalubres —este país donde el 1, 6% de la población tiene el 80°/o del capital en acciones, y donde las rentas de la fortuna, es decir las primas a la holgazanería, representan la cuarta parte de la renta nacional— este país moderno, en donde la degradación de las condiciones de vida y de trabajo ha hecho regresar, en 10 años, del 10° al 24° lugar en higiene y salud pública. Este país apacible, donde cada año 2 millones de trabajadores son muertos o heridos por los accidentes de trabajo, debido a la aceleración infernal de las cadencias. Este gran país avanzado, con 6 millones de desocupados, en el que el aumento del número de los sin trabajo supera, algunos meses, los 200. 000, donde el 47°/o de los obreros son bachilleres, donde centenas de millares de diplomados no encuentran en ninguna parte dónde emplear sus capacidades”. [298]

Por más que Mandel diga que el capitalismo se caracteriza esencialmente por “la influencia constante del consumo” en relación a las masas del mundo entero, hay que reconocer que las cifras dicen exactamente lo contrario. En el mundo capitalista hay cada vez más hambre y desocupación.

Como para Mandel todos estos datos no tienen mayor valor, él mantiene su teoría de la pauperización relativa como base para minimizar la lucha contra la miseria y la desocupación. Así deja en el aire, sin apoyo concreto, la tarea fundamental de luchar contra la dirección capitalista de las empresas y por el control obrero. Porque justamente esa lucha tiene su razón de ser en la miseria y la desocupación que provoca la conducción capitalista de las empresas. Ni nosotros, ni mucho menos clase obrera, cuestionamos la dirección de las empresas “en sí”, sino por sus ataques al nivel de vida y ocupación de los trabaja-dores. Por otro lado, los clásicos del marxismo sostenían que, al tiempo que anarquizaban en forma total el conjunto de la producción, los capitalistas eran el sumum de la eficiencia dentro de cada una de sus fábricas. Quizás esta situación ha variado, como lo sostiene Guerin, pero igualmente dudamos de que el grueso de los trabajadores se preocupen por la mayor o menor eficiencia del capitalismo en la dirección de las empresas. Esto puede preocupar, a lo sumo, a los sectores técnicos asalariados y a parte de los operarios altamente especializados. Pero veamos lo que dice Mandel:

“El capitalismo no está más definitivamente caracterizado por los bajos salarios y tampoco por un gran número de obreros desocupados. Está caracterizado por el hecho de que este capital, estos capitalistas, dirigen hombres y máquinas”. [299]

Por eso, mientras que “el capitalismo clásico educaba al obrero para que luchara por mayores salarios y menos horas de trabajo en su fábrica”, “el neocapitalismo lo educa para desafiar la división del ingreso nacional y la orientación de la inversión al nivel superior de la economía en su conjunto”. [300]

Y: “Las cuestiones de salarios y menos horas de trabajo son importantes; pero lo que es mucho más importante que los problemas de la distribución del ingreso es decidir quién debe comandar las máquinas y quién debe determinar la inversión, quién debe decidir qué producir y cómo producirlo”. [301]

Traducido al lenguaje de nuestra militancia de todos los días, esto quiere decir que la lucha contra la miseria creciente y la desocupación —que, por otro lado, según Mandel no existen— es de secundaria importancia. “Mucho más importante” es cuestionar a la dirección capitalista en sí, como dirección (y además, como dice en otra parte, cuestionar el carácter alienante del consumo).

En la primera preguerra hubo un ascenso nunca visto del nivel de vida de las masas trabajadoras. Pero a ningún marxista de la época (y entre ellos estaban Lenin y Trotsky) se le ocurrió pensar que ese fenómeno cambiaba todas las leyes de la lucha de clases. Ellos siguieron pensando que las masas se iban a movilizar a partir de las necesidades inmediatas que les creaba el sistema capitalista. Y las masas respondieron a esas expectativas o, al menos, no se movilizaron cuestionando si la dirección de las empresas era o no eficiente, o si el mayor consumo que les permitía su alto nivel de vida tenía características alienantes. Claro que todo esto pudo haber ocurrido porque ni las masas ni los marxistas tuvieron un Germain que les señalara el camino correcto.

Hablando en serio, no debemos buscar lejos en nuestro arsenal teórico para encontrar la réplica a esta orientación mandeliana. Veamos el Programa de Transición. ¿Es casual que la primer consigna que plantea sea la escala móvil de salarios y escala móvil de horas de trabajo? De ninguna manera; en la fundamentación de esta consigna, nuestro programa dice:

“En las condiciones del capitalismo en descomposición, las masas continúan viviendo la triste vida de los oprimidos, y ahora más que nunca, amenazadas por el peligro de ser arrojadas a un abismo de miseria. Están obligadas a defender su pedazo de pan, ya que no pueden aumentarlo ni mejorarlo. No es necesario ni posible enumerar las diversas reivindicaciones parciales que surgen a cada momento de circunstancias concretas, nacionales, locales y sindicales. Pero dos calamidades económicos fundamentales... a saber: la desocupación y la carestía de la vida, exigen consignas y métodos de lucha generalizados”. [302]

Pero salgamos nuevamente del terreno de las citas y echemos una ojeada a los hechos. ¿Las masas trabajadoras del mundo se han movilizado cuestionando la conducción capitalista de las empresas y el carácter alienante del consumo? Nuestra experiencia argentina y latinoamericana nos indica que no. Más aun, nos muestra que incluso las grandes movilizaciones y semi-insurrecciones urbanas que se transforman en luchas políticas abiertas, por tareas democráticas, o nacieron como tales (ocupaciones en Uruguay después del golpe de estado, movilizaciones en Chile para enfrentar a la derecha), o bien se desarrollaron a partir de cuestiones que nada tenían que ver con los planteos mandelistas y mucho con nuestro Programa de Transición. Así ocurrió en el Cordobazo, que se originó por el sábado inglés; en la rebelión de Mendoza, detonada por los aumentos de la luz; en las grandes huelgas docentes por salarios, que conmovieron a Colombia y a Perú; en la huelga, también por salarios, de los obreros petroleros venezolanos; y en innumerables luchas a lo largo de todo el continente.

En los países adelantados, no le va mejor a esta tesis del compañero Mandel. Parece que ha habido alguna que otra lucha cuestionando a la dirección de las empresas. No estamos seguros por falta de información, de que no tuvieran como objetivo disminuir los ritmos de explotación, o enfrentar sanciones disciplinarias.

Pero veamos las movilizaciones obreras más importantes de este año 1973. En Bélgica los portuarios pelearon por el convenio, los obreros de Cockerill por aumentos, los de la Fábrica Nacional por aumentos, los de AKZO por la defensa de la fuente de trabajo, (incluyendo las plantas de Alemania y Holanda), los de General Motors por aumentos, aguinaldo y reducción de la jornada de trabajo. En Francia lucharon los trabajadores de LIP en defensa de la fuente de trabajo, de Peugeot por aumentos y aguinaldo, de Seguridad Social por aumentos, de Renault por las categorías, de Citroen por categorías. En Inglaterra los camioneros se movilizaron contra la desocupación. En Italia, los trabajadores de Alfa-Romeo pelearon por el convenio, etcétera.

¿Hace falta agregar más? Diga lo que diga Mandel, las masas trabajadoras se movilizan por los problemas objetivos que les crea el régimen capitalista: bajos salarios y desocupación, miseria creciente. Si aún no lo cree nos permitimos sugerirle que vaya a la puerta de una fábrica a plantear a los trabajadores que están equivocados, porque esa miseria y esa desocupación no existen en este mundo “neoimperialista”. Que les diga a los obreros que hay que luchar contra la conducción, pero no porque le paga bajos salarios, sino porque es la culpable de la alienación del consumo.

Los únicos que lo seguirán, si trabajan como obreros en esa fábrica, son Erich Fromm y Marcuse, pero dudamos mucho de que el resto de los trabajadores lo escuchen.

¿Cómo llega Mandel a la formulación de estas dos tesis, que en el fondo no son más que una; a saber, que bajo el imperialismo crece en forma absoluta la riqueza de las masas y, por lo tan-to, no debe ser la miseria creciente el punto de partida de nuestra política hacia ellas? Lo que le ocurre a Mandel es que no ha sabido comprender el desarrollo desigual y combinado de la ley de la miseria absoluta bajo el imperialismo. Principalmente se ha confundido con la observación de la particular manifestación de esta ley en los países imperialistas durante esta postguerra.

Un sistema económico para la contrarrevolución mundial

Nosotros creemos que la economía europea y norteamericana han podido tener este esplendor durante veinticinco años por la combinación de tres razones fundamentales. La primera es la impresionante destrucción de las fuerzas productivas (máquinas y hombres) que significó la Segunda Guerra Mundial; la segunda es la traición del stalinismo, que permitió la subsistencia y recuperación del capitalismo en Europa Occidental; la tercera es la explotación de los pueblos coloniales.

Durante estos veinticinco años el imperialismo en descomposición ha montado una economía capitalista de estado para la contrarrevolución mundial. No existe otra definición económica marxista seria para la etapa que hemos vivido desde la postguerra. Esta economía contrarrevolucionaria, basada en la producción de armamentos para aplastar la revolución, combinada con los tres factores que señalamos antes, permitió el desarrollo de las tendencias que ha subrayado Mandel-Germain: desarrollo tecnológico como parte de la tercera revolución industrial, empobrecimiento relativo de los trabajadores occidentales (mayor consumo).

Pero estas dos tendencias chocaban con todas las otras que surgen de la esencia misma de la etapa imperialista, que son las señaladas por Trotsky y Lenin. Sin embargo, subsistieron du-rante veinticinco años por los tres factores que ya vimos, y por la enorme riqueza (intelectual y material) acumulada por el mundo capitalista durante varios siglos de dominio.

Actualmente esta lucha entre las tendencias opuestas, que se sintetizan en el consumo mayor de las masas occidentales y en el menor de las colonias, está llegando a su fin, como consecuencia de la economía contrarrevolucionaria y el agotamiento de las reservas y la capacidad de maniobra económica del imperialismo. Comienza la etapa de empobrecimiento absoluto, de las masas occidentales. Los síntomas de este empobrecimiento absoluto ya existían desde hace muchos años (salubridad, vivienda, salud, accidentes, etc.), pero ahora cristalizan cambiando la etapa de la lucha de clases en los países imperialistas.

El compañero Mandel no comprendió estas condiciones particulares que describimos, y que provocaron que la ley de la miseria creciente se manifestara en los países atrasados en forma absoluta y en los adelantados en forma relativa. Tampoco pudo entonces comprender que, tomado como fenómeno de conjunto, la ley seguía siendo la que señalaron Lenin y Trotsky. Mandel razonó en forma opuesta: de la refracción particular y temporaria de la ley en Europa y Estados Unidos, sacó una nueva ley general para todo el mundo y para siempre; para todo el futuro del capitalismo. Una ley que embellecía al capitalismo imperialista, hasta le cambiaba el nombre; por el de neocapitalismo o neoimperialismo, y según la cual el consumo de las masas aumentaba, haciendo de su miseria algo relativo.

Al formular su nueva ley revisionista, el compañero Mandel nos dejaba sin explicación objetiva para las revoluciones triunfantes que se dieron en los países coloniales y semi-coloniales en esta postguerra. Porque, como muy bien señala la compañera Chen Pi-Lan, en su trabajo The real lesson of China on Guerrilla Warfare, la explicación última de la revolución china tiene que ver con la situación objetiva de los imperialismos. Es justamente la ley de la miseria creciente absoluta la que explica la derrota de Chiang y el triunfo de Mao, a pesar de la podrida política stalinista, menchevique, de este último. Sin esa ley, tampoco se entiende el vaticinio de Trotsky sobre la posibilidad de gobiernos obreros y campesinos provocados por una crisis sin salida de algunos regímenes burgueses.

Pero las consecuencias de este revisionismo descarado del trotskismo no se reducen a los países atrasados. Con esta ley de la miseria relativa, el compañero Mandel nos desarma para entender lo que está pasando hoy, en forma incipiente, en Europa y Estados Unidos. Y lo que es mucho más grave, nos desarma para darnos una correcta línea de trabajo sobre las masas en el futuro, cuando estallen más y más movilizaciones masivas por los problemas objetivos que le crea el sistema capitalista imperialista a la clase trabajadora.

Si en esta nueva etapa que ya se ha iniciado no sabemos ver la realidad y seguimos charlando sobre cuestiones subjetivas tales como la conducción de las empresas y la alienación del consumo, estaremos cavando la fosa de la IV Internacional.

La tercera revolución industrial y sus límites

Al comenzar este capítulo dijimos que era necesaria una premisa a partir de la cual desarrollar todo este revisionismo de las concepciones trotskistas: la de que estamos viviendo una etapa de desarrollo de las fuerzas productivas bajo el imperialismo. Y Mandel es, efectivamente, un defensor incansable de dicha premisa, aunque no la toma como tal, dado que no la liga a sus inevitables consecuencias económicas y políticas que también plantea y defiende.

También en este terreno, la concepción mandelista es una revisión del trotskismo y el leninismo. Para no abundar en citas, recordaremos solamente estas frases de nuestro Programa de Transición:

“Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Los nuevos inventos y progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material”.

Esto no significa desconocer que existe una tercera revolución industrial. Mandel tiene el mérito intelectual de haber sido uno de los mejores expositores de la existencia e influencia de la tercera revolución industrial. Pero ha parcializado este hecho para cambiar las leyes básicas de la actual etapa, sin comprender sus contradicciones; no ha captado lo que en verdad ha significado y significa el desarrollo de las fuerzas productivas.

Las fuerzas productivas, tomadas en su conjunto, están formadas por tres elementos: los medios de trabajo (cuya fuente esencial es la naturaleza), las herramientas y la técnica, y el hombre. Para Marx, el factor más importante es el hombre; por eso lo calificó de principal fuerza productiva. Podríamos decir que la naturaleza y el hombre son dos polos esenciales del desarrollo de las fuerzas productivas, y la técnica y las herramientas el medio relacionante entre ambos.

El capitalismo, en su época de ascenso, provocó un colosal progreso de las fuerzas productivas, justamente porque significó un enriquecimiento total de ellas: mayor dominio de la naturaleza, enorme desarrollo de las máquinas y las técnicas, mayor consumo y enriquecimiento general del hombre y de la sociedad. El imperialismo ha provocado una contradicción aguda dentro del sistema de las fuerzas productivas: destrucción sistemática de la naturaleza y del hombre, en contraposición a. la tercera revolución industrial. El problema ecológico (que tanto preocupa a los científicos que ven la destrucción de la naturaleza), por un lado, el hambre crónica y las guerras por otro, llevan a una destrucción sistemática, tanto de la naturaleza como del hombre.

Esto que Mandel no toma en cuenta es el origen teórico de todo su revisionismo. Pero la razón metodológica es la misma que descubrimos en el capítulo anterior como explicación de sus vaticinios sistemáticamente equivocados. Al darle tanto énfasis al aumento del consumo de las masas occidentales y a la tercera revolución industrial, sin señalar sus aspectos más negativos ni su dinámica, no hace más que trasladar a nuestro movimiento la concepción y la terminología de los teóricos del capitalismo en la actual etapa, los teóricos de la sociedad de consumo. Ellos son los que hablan, al igual que Mandel, de neocapitalismo y de neoimperialismo.

Es verdad que Mandel combate esas tendencias teóricas en nombre de la revolución socialista y de nuestro movimiento, pero lo hace aceptando sus premisas teóricas, que trata de volver en su contra. Los teóricos del capitalismo dicen: “Las fuerzas productivas siguen su marcha, las masas consumen más que antes, por lo tanto no habrá revolución”. Mandel dice: “Las fuerzas productivas siguen su marcha, las masas consumen más que antes; hagamos la revolución centrando nuestra acción en los problemas subjetivos que crea el capitalismo”. Nosotros decimos: “Las fuerzas productivas no se desarrollan más, las masas están o se dirigen hacia una miseria total y absoluta, ¡ahí están las bases objetivas para hacer la revolución!”.

Una interpretación fenomenológica del Programa de Transición

En la “Fenomenología del Espíritu”, su primer libro importante, el viejo Hegel construía el mundo a través del desarrollo de la conciencia. No era el desarrollo del mundo el que originaba las distintas etapas de la conciencia, sino al revés: éstas originaban al mundo. El compañero Germain nos hace una interpretación parecida de nuestro programa de transición. Para él, nuestras consignas no surgen de las más profundas necesidades de las masas, no se clasifican de acuerdo al tipo de necesidades del movimiento de masas que solucionan, ni se utilizan de acuerdo a la movilización objetiva que provocan. Según Germain, las consignas se definen y se utilizan con base en si elevan o no el nivel de conciencia de las masas.

“En otras palabras: la función del programa de transición no está limitada a enarbolar demandas ‘relacionadas al presente nivel de conciencia’ de las masas, sino que tiende a cambiar ese nivel de conciencia en función de las necesidades objetivas de la lucha de clases. Esa es la diferencia clave entre las demandas de transición por un lado, y las demandas democráticas e inmediatas por el otro (las que, naturalmente, no deben ser descuidadas u olvidadas por un partido revolucionario)”. [303]

Siguiendo con el tema, Germain dice:

“Lo que es transicional respecto a las demandas de transición es precisamente el movimiento de un nivel dado de conciencia hacia otro más elevado, y no una simple adaptación al nivel dado”. [304]

Resumiendo, según el compañero Germain, lo que caracteriza a las consignas de transición es que elevan el nivel de conciencia de las masas. Y esa característica es la que las diferencia de las consignas democráticas y mínimas (él dice “inmediatas”).

¿Cómo llega Germain a esta interpretación? Recordemos que, como vimos antes, según Germain el imperialismo no trae cada vez más miseria, peores salarios y más desocupación a las masas trabajadoras, e incluso tiende a “liberalizarse”. Por lo tanto, no le crea a las masas causas objetivas —o, más simplemente, necesidades materiales o de tipo democrático— por las cuales movilizarse. Para un marxista, esta situación (si fuera verdadera) significaría el fin de las posibilidades de movilización revolucionaria de las masas. Pero, como Germain quiere seguir siendo un revolucionario, aun a costa de dejar de ser marxista, tiene que buscar otro tipo de motivos para hacer la revolución. Y así descubre las causas subjetivas, o sea algo así como los conflictos psicológicos que producirían en el trabajador la ineficiencia de la conducción capitalista de las empresas y el carácter alienante del consumo. Evidentemente, estas cuestiones son problemas “de conciencia”.

Esta concepción de Germain lo lleva a su peculiar interpretación del programa de transición. Porque lo que Germain necesita es, justamente, un programa que gire alrededor de las diferentes “conciencias”. Pero, desgraciadamente, se encuentra con que el programa trotskista tiene que ver con las necesidades de las masas, parte de esas necesidades y del nivel presente del movimiento de masas, con el objetivo de lograr, desde allí, su movilización revolucionaria.

Como Germain también quiere seguir siendo trotskista, no tiene más remedio que hacer el más absoluto revisionismo de nuestro programa. Y así hace su interpretación fenomenológica de él: hace nacer, clasifica y propone que se utilicen, las consignas según el “nivel de conciencia”, y no según las necesidades objetivas del movimiento de masas, ni la movilización objetiva que provocan.

Esta interpretación germainista de las consignas y del programa, nos empantana en contradicciones insolubles. (Este no es casual, porque el revisionismo se caracteriza por deformar una teoría, sin animarse a romper con ella y, al quedar a mitad de camino, se debate en una multitud de contradicciones e incoherencias). Veamos algunos ejemplos:

Germain nos dice que las consignas de transición son las que elevan el nivel de conciencia, pero una de las consignas fundamentales que llevó a los bolcheviques al poder fue la consigna democrática de nacionalización y reparto de las tierras. Si esta consigna era democrática, ¿no “cambió el nivel de conciencia”? Si cambió el nivel de conciencia, ¿no era democrática?

Sigamos. Trotsky planteaba la necesidad de bregar por la formación de un partido laborista en Norteamérica. Evidentemente, si se lograba que los obreros yanquis rompieran con un partido burgués como el demócrata, esto significaba un cambio en su “nivel de conciencia”. Según Germain, “partido laborista” sería una consigna de transición, pero Trotsky se encargó de aclarar que era una consigna democrática, no transicional.

Una primera clasificación de las consignas

Para salir de esta confusión, tenemos que aclarar qué criterio seguimos para definir las consignas que se combinan con nuestro programa de transición.

En contra de Germain, que define las consignas con base en el “nivel de conciencia”, el trotskismo las define por el papel que han cumplido y cumplen en el desarrollo del movimiento de masas. La movilización de las masas siempre ha tenido un objetivo concreto: solucionar alguna necesidad provocada por la sociedad. Esa movilización permanente de las masas, enfrentándose en cada época con nuevas necesidades surgidas de la sociedad de clases, es la que da nacimiento a más y más consignas, que van alternándose en la primera línea de la movilización, y combinándose entre ellas.

Esto no es nada complicado. Una consigna es una frase escrita o dicha, que expresa la necesidad por la cual se movilizan las masas en un determinado momento. Los trabajadores sufren hambre: la consigna es ¡aumento de salarios!; sólo una minoría calificada puede actuar en política: la consigna es ¡voto universal!; Kerensky es incapaz de solucionar los problemas de la paz, el pan y la tierra: la consigna es ¡todo el poder a los soviets!

Cada época histórica le planteó al movimiento de masas necesidades nuevas que fueron encaradas con nuevas consignas: vale decir, luchando por nuevas soluciones a los nuevos problemas. Por eso, en contra de la definición fenomenológica, por “niveles de conciencia”, que hace Germain, el trotskismo clasifica las consignas según las necesidades del movimiento de masas a las cuales respondían. Nuestra clasificación de las consignas es, por lo tanto, objetiva e histórica.

Las consignas democráticas son aquéllas que el pueblo logró durante la época de las revoluciones democrático burguesas: elecciones, voto universal, formación y derecho al idioma nacional, escuela para todos, libertad de prensa, reunión y asociación, formación de los partidos políticos y, fundamentalmente, independencia nacional y revolución agraria.

A esta época histórica le siguió el comienzo de la época imperialista, donde la clase obrera comenzó, a partir de 1890, a organizar los sindicatos y los partidos obreros, y conquistó las ocho horas, la legalidad de sus organizaciones, la limitación del trabajo nocturno y otras demandas parciales. Estas son, justamente, las demandas mínimas o parciales. Así las define Trots-ky, cuando dice:

“... la lucha por las reivindicaciones inmediatas tiene como tarea mejorar la situación de los obreros”. [305]

Luego vino la época que actualmente vivimos, la de la revolución socialista, la de transición del capitalismo al socialismo. Durante esta etapa transicional, la clase obrera en el poder impondrá un conjunto de medidas para garantizar el nivel de vida y de trabajo de la clase obrera y los sectores explotados: escala móvil de salarios y horas de trabajo, control obrero de la producción, nacionalización total de la industria, el comercio exterior y los bancos, planificación de la economía, etcétera. Son demandas superiores al capitalismo, son ya demandas socialistas. Así lo plantea Trotsky:

“Pienso que, al comienzo, esta consigna (escala móvil de salarios y horas de trabajo) será asumida. ¿Qué es esta consigna? En realidad, es el sistema de trabajo en la sociedad socialista El número total de obreros dividido por el número total de horas de trabajo. Pero si presentamos todo el sistema socialista aparecerá como utópico al americano medio, como algo que viene de Europa. Nosotros lo presentamos como una solución a la crisis que debe asegurar su derecho a comer, a beber y a vivir en pisos decentes. Es el programa del socialismo, pero en forma muy popular y sencilla”. [306]

Resumiendo, podemos decir que nuestro programa abarca, tradicionalmente, tres tipos de consignas: las democráticas (arrancadas por y para todo el pueblo en la época de ascenso del capitalismo), las mínimas o parciales (arrancadas por y para la clase obrera en los comienzos de la época imperialista) y las transicionales (que responden a las nuevas necesidades del movimiento de masas en esta etapa de decadencia imperialista y transición al socialismo).

En 1958, nuestro partido formuló en Leed’s, la tesis de que hay un cuarto lote de consignas, que son también parte esencial del programa de transición: las consignas internas a las organizaciones obreras. Estas consignas también tienen un origen histórico objetivo: son una consecuencia distorsionada de la decadencia imperialista, que se manifestó dentro del movimiento obrero organizado y dentro del primer estado obrero como degeneración burocrática, y le creó a la clase obrera la necesidad de luchar contra esa degeneración.

La lucha de las masas contra la casta burocrática es una lu-cha interior al movimiento obrero y de masas; no tiene que ver con la estructura del régimen capitalista e imperialista, sino con la estructura organizativa del movimiento obrero. Las consignas para esta lucha pueden ser englobadas en forma sumaria bajo el término genérico de revolución política, ya que la expresión más notable de ese lote de consignas son las de la revolución política en la URSS. ¡Fuera la burocracia de las organizaciones del movimiento de masas y de los soviets!, ¡Abajo la camarilla bonapartista!, ¡Viva la democracia soviética! Son algunas de las consignas de la revolución política. Y no se expresan solamente en la URSS y los estados obreros deformados, sino también en los estados capitalistas, como una refracción particular de esa degeneración en los organismos del movimiento obrero del mundo capitalista y de la necesidad de combatirla a través de consignas generales y específicas.

El problema de lo inmediato y lo mediato

Con esta clasificación de las consignas en democráticas, mínimas o parciales, transicionales y de la revolución política, hemos desenmarañado la confusión creada por el compañero Germain con su clasificación fenomenológica según “niveles de conciencia”. Ahora debemos sumergirnos en otra maraña: la de las consignas inmediatas y mediatas.

Germain y otros compañeros ponen un signo igual entre consignas mínimas o parciales y consignas inmediatas. Pero ¿qué quiere decir “inmediato”? Inmediato quiere decir actual, presente: su opuesto es lo mediato, lo que no está planteado en el presente, sino en un futuro indeterminado. Vale decir que consignas inmediatas serían aquellas que el partido puede levantar ya mismo para la movilización de las masas, y mediatas serían las que sólo se podrán levantar en otra etapa histórica futura, más avanzada, del movimiento de masas.

Asimilar las consignas mínimas a las inmediatas es una mala interpretación de algunas citas de Trotsky sacadas fuera de contexto. Por ejemplo cuando Trotsky dice “la lucha por las demandas inmediatas tiene como tarea aliviar la situación de los trabajadores”, se está refiriendo, para criticarlo, al programa in mediato del stalinismo francés en ese momento. Por eso, no hay contradicción con lo que planteó unos renglones más arriba:

“... la más inmediata de todas las reivindicaciones debe ser reivindicar la expropiación de los capitalistas y la nacionalización (socialización) de los medios de producción”. [307]

Trotsky sólo habla de consignas inmediatas en el mismo sentido que mínimas cuando se está refiriendo a los programas de la burocracia stalinista o del socialismo. Normalmente, utiliza la clasificación que antes expusimos:

“En la medida en que las viejas reivindicaciones parciales, ‘mínimas’, de las masas entran en conflicto con la tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente —y eso ocurre a cada paso—, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya esencia es la de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases mismas del régimen burgués”. [308]

Leyendo atentamente (y con buena fe) a Trotsky no quedan dudas al respecto. Sin embargo, el compañero Germain insiste en que, “por un lado están las consignas transicionales” y por otro lado están “las democráticas e inmediatas”. Y en el compañero Germain esta no es una simple confusión en la lectura de Trotsky, es un resultado de su interpretación fenomenológica del programa de transición. Como para él las consignas se dividen entre las que elevan el nivel de, conciencia y las que no lo elevan, todas las consignas del pasado (las democráticas y las mínimas o parciales) no elevan el nivel de conciencia, porque ya se incorporaron a la conciencia de las masas cuando lucharon por ellas en el pasado. Según Germain, hablarle a un obrero de la jornada de ocho horas, de los sindicatos, de las libertades democráticas, no eleva su nivel de conciencia, porque eso ya lo sabe todo el mundo.

En cambio, las consignas transicionales, que hablan de un futuro socialista que la clase obrera aún no está viviendo, que no conoce, sí elevan el nivel de conciencia. Por lo tanto, para la concepción intelectual y profesoral que Germain tiene de la lucha de clases, las consignas mínimas son inmediatas, porque no hay necesidad de explicarlas, porque ya son conocidas. Y las que todavía no son conocidas, las del socialismo, las que hay que explicar a los trabajadores para que las tomen y luchen por ellas, no son inmediatas, son transicionales.

Según Germain, si no tenemos que perder tiempo explicando (elevando él “nivel de conciencia”), la consigna es inmediata. Si tenemos que explicarla (elevar el “nivel de conciencia”), es transicional. Una vez más, las necesidades concretas del movimiento de masas no tienen nada que ver con estas definiciones.

Si el compañero Germain hubiera actuado como un marxista (y no como un fenomenólogo), en vez de crear tanta confusión habría ido a buscar el origen de esta clasificación de consignas en la historia del movimiento de masas. Y allí habría encontrado que el propio desarrollo del movimiento de masas es el que ha liquidado esa división.

Durante la época de la socialdemocracia, las consignas directamente socialistas no estaban planteadas por la realidad objetiva, porque el capitalismo no había entrado en decadencia y descomposición. Por eso había dos programas, el mínimo, el parcial, y el máximo, el socialista. El primero era el programa de las luchas presentes, actuales, “inmediatas”; el segundo era el programa para un futuro distante. En ese sentido (y así lo emplea Trotsky), durante esa época se podía hablar de consignas inmediatas, que el partido se planteaba lograr —y que consistían básicamente en demandas democráticas y mínimas— y de consignas para el futuro, mediatas, que no estaban planteadas en el presente —las consignas del socialismo—.

Pero justamente el programa de transición nace por que las consignas socialistas, fundamentalmente la toma revolucionaria del poder por el proletariado, pasan a ser las consignas más urgentes e inmediatas cuando el capitalismo entra en descomposición, en su etapa imperialista. Esto provoca que se torne inmediato el viejo programa máximo, sin que pierdan actualidad las viejas consignas democráticas y mínimas. Se produce entonces una combinación de consignas de distintas épocas históricas de la humanidad que responden, todas ellas, a las actuales necesidades objetivas y subjetivas de la movilización de las masas.

Esto, que es la esencia misma de la revolución permanente y del programa de transición, lo dijo Trotsky en múltiples oportunidades:

“Entre el programa mínimo y el programa máximo se establece una continuidad revolucionaria. No se trata de un solo ‘golpe’, ni de un día o de un mes, sino de toda una época histórica”. [309]

Veamos otra cita:

“La fórmula política marxista, en realidad, debe ser la siguiente: Explicando todos los días a las masas que el capitalismo burgués en putrefacción no deja lugar, no sólo para el mejoramiento de su situación, sino incluso para el mantenimiento del nivel de miseria habitual; planteando abiertamente ante las masas la tarea de la revolución socialista como la tarea inmediata de nuestros días; movilizando a los obreros para la toma del poder; defendiendo a las organizaciones obreras por medio de las milicias; los comunistas (o socialistas) no pierden, al mismo tiempo, ni una sola ocasión de arrancar al enemigo, en el camino, tal o cual concesión parcial o, por lo menos, impedirle re-bajar aún más el nivel de vida de los obreros”. [310]

Y, para terminar con las citas, veamos ésta, donde Trotsky, refiriéndose a la revolución en los países atrasados, dice:

“El mismo acto de entrar al gobierno, no como huéspedes impotentes sino como fuerza dirigente, permitirá a los representantes del proletariado quebrar los límites entre el programa mínimo y el máximo, es decir, poner el colectivismo a la orden del día”. [311]

Queda claro, entonces, que todas estas consignas son, en nuestros días actuales, “inmediatas”. Justamente lo que tienen en común todas las consignas de nuestro programa de transición (las democráticas, las mínimas o parciales, las transicionales y las de la revolución política) es su carácter de inmediatas.

Como vemos, el hecho de que los cuatro tipos de consignas estén planteados en forma inmediata, no está determinado por fenómenos “de conciencia”, sino por la situación objetiva de la sociedad y por el desarrollo del movimiento de masas. Esto quiere decir que el imperialismo en descomposición trae más miseria a las masas trabajadoras y crea la necesidad de luchar contra esa miseria, poniendo al orden del día (haciendo “inmediatas”) las consignas mínimas y parciales. Que el imperialismo hace retroceder las conquistas democráticas que se obtuvieron en épocas anteriores, que recurre también a dictaduras fascistas o bonapartistas, y pone al orden del día (hace “inmediatas”) a las consignas democráticas. Que el imperialismo es el capitalismo en decadencia y es totalmente impotente para seguir haciendo avanzar a la humanidad, y pone al orden del día (hace “inmediatas”) a las consignas socialistas (transicionales), fundamentalmente la toma del poder por la clase obrera. Que la decadencia imperialista provoca el fenómeno de la degeneración burocrática de los organismos del movimiento de masas y de los estados obreros, y pone al orden del día (hace “inmediatas”) las consignas de la revolución política.

El programa de transición es justamente el programa que combina todas esas consignas para la movilización inmediata de las masas, porque es una necesidad del movimiento de masas luchar por todas esas consignas al mismo tiempo, combinándolas según la situación concreta y dirigiéndolas, todas ellas, hacia la toma del poder por la clase obrera.

Buscar las consignas que movilizan

Pero el hecho de que los cuatro tipos de consignas se combinen en nuestros programas y que estén todas planteadas en forma inmediata, no significa que cualquier combinación de consignas sea correcta. Para descubrir la combinación adecuada a cada situación concreta de la lucha de clases, hay que tener en cuenta dos factores: el país de que se trata (su situación económica y política) y la movilización concreta sobre la que vamos a actuar. En los países atrasados gravitan más las consignas democráticas y mínimas, y en los adelantados tienen más peso las transicionales (con la excepción de aquellos donde se dan formas bonapartistas o fascistas de gobierno, en cuyo caso las mínimas y democráticas pasan también a un primer plano). Ahora vamos a ver qué tiene que ver nuestro programa y nuestras consignas con las movilizaciones concretas sobre las que debemos actuar todos los días.

Según el fenomenólogo Germain, hay que darle fundamental importancia a las consignas transicionales, porque son las que “elevan el nivel de conciencia”. Según el trotskismo, hay que utilizar la consigna o la combinación de consignas adecuadas a la movilización concreta de que se trate, para desarrollarla hacia la toma del poder por la clase obrera. Porque sólo puestas en el contexto de la lucha de clases, las consignas se llenan de vida, y entonces cada consigna puede tener consecuencias dispares a las que le corresponderían por su ubicación histórica. En el desarrollo vivo de la movilización de las masas, consignas mínimas pueden tener consecuencias transicionales, y consignas transicionales pueden tener consecuencias mínimas. Es decir, de su carácter histórico, de su definición (vale decir de la necesidad del movimiento de masas que expresaban en el momento en que nacieron), no les brotan a las consignas propiedades superiores a la lucha de clases.

La movilización permanente de la clase obrera y las masas trabajadoras es la única que le da significado a las consignas y existen múltiples ejemplos de esa contradicción entre el carácter histórico de las consignas y sus consecuencias cuando se las aplica a una movilización concreta. Veamos algunos:

La consigna de paz (o la de pan) en la revolución rusa, tuvo consecuencias transicionales, vale decir, sirvió para movilizar a las masas hacia la toma del poder y la revolución socialista, porque el imperialismo en crisis no podía otorgar esas concesiones. Pero estas consignas, “en sí”, eran mínimas.

Lo mismo ocurre con la consigna predilecta de Germain, el “control obrero”. Trotsky ha señalado cómo, si éste se ejerce a través de las direcciones burocráticas, se transforma en una herramienta del régimen capitalista y no en una consigna con consecuencias transicionales. Si hay una huelga general, como la del mayo francés, y nosotros planteamos el control obrero como la consigna central de la huelga, esta se transforma en una consigna de la contrarrevolución burguesa o del reformismo burocrático. Y esto es así, porque desvía a las masas de lo que objetivamente plantea esa huelga general, que es el problema del poder, algo muy por encima del control obrero.

Tanto la consigna de control obrero como cualquier combinación táctica adecuada de consignas de poder (gobierno obrero y campesino, todo el poder a la COB, etcétera), son consignas transicionales. Pero el resultado de aplicar una u otra, en un caso como éste, no puede ser más opuesto. Germain no comprende ni la clasificación de las consignas con base en criterios objetivos, ni advierte que todas las consignas son inmediatas por las necesidades objetivas que plantea al movimiento de masas la decadencia imperialista, ni menos aún, que ese mismo criterio objetivo es el que debe prevalecer en su aplicación. El sigue con sus famosos “niveles de conciencia”.

Si las consignas sirven para la movilización de las masas, para acercarlas a la toma del poder, son las mejores, sea cual fuere su “contenido histórico”, ya que ellas se combinan con la consigna de transición fundamental: la toma del poder por el proletariado. Si sirven para distraer a las masas de esta tarea inmediata, son malas, así sean “transicionales” a su enésima potencia.

Ahora podemos pasar al gran problema que preocupa a Germain: el del papel de las consignas en el desarrollo del “nivel de conciencia”. El problema de la conciencia, es verdad, tiene una enorme importancia. Creemos que elevar el nivel de conciencia del movimiento obrero es una tarea esencial de nuestra actividad. Lo que cuestionamos es la ubicación de la conciencia en relación a la definición de las consignas y a su utilización.

¿Cuál es esa relación? Muy sencilla: se trata de que nuestras consignas tienen que partir del nivel de movilización de las masas (que expresan su conciencia inmediata de la necesidad que tienen) para tratar de elevarla a un nivel más alto de movilización (que se expresará en un nivel más alto de conciencia). Por ejemplo, si hay luchas por salarios en multitud de fábricas, debemos partir de ese nivel de movilización y de ese nivel inmediato de conciencia: “necesitamos más salarios”, para tratar de elevarlo a la huelga general por un aumento general. Si logramos que se dé la huelga general, ésta llevará a las I masas a un enfrentamiento de conjunto con el régimen capitalista (si éste no puede conceder dicho aumento) y creará al movimiento de masas la necesidad de una respuesta política (inevitablemente transicional), que nosotros debemos llenar con una consigna de poder, de transición.

Esto es un esquema lineal, que jamás se dará tal cual en la lucha de clases, pero nos sirve para explicarle pedagógicamente a Germain la relación directa de las consignas con el nivel de movilización de las masas e indirectamente, con su nivel inmediato de conciencia.

La conciencia de las masas se desarrolla de esa manera, aprendiendo de su propia movilización a partir de las necesidades de las que ya tiene conciencia. La etapa de decadencia imperialista y de transición al socialismo plantea como necesidad inmediata para el movimiento de masas la revolución socialista. Pero la plantea en un sentido histórico, para toda esta etapa, que va desde la Revolución Rusa hasta la victoria final de la revolución mundial. No la plantea para el comienzo de cualquier movilización en cualquier país del mundo: la plantea como necesidad para esa movilización en tanto ella se transforme en permanente. Nuestro esfuerzo debe centrarse justamente en darle un carácter permanente a las movilizaciones de las masas, por-que sólo así ellas se elevarán a la conciencia superior de que debemos tomar el poder por medio de la revolución socialista.

Sintetizando: nuestras consignas deben servir para elevar toda movilización a un nivel superior, ya que lo único que eleva la conciencia de las masas es la movilización. Este desarrollo creará la necesidad de nuevas consignas, más avanzadas, hasta llegar, en un proceso permanente, a la necesidad (y la consigna) de la toma del poder y la revolución socialista.

Intentar reemplazar este proceso objetivo (a través de la movilización permanente) de elevación del nivel de conciencia de las masas hacia la conciencia superior de que deben tomar el poder, por la propaganda (hablada, escrita o de “acciones ejemplificadoras”) del partido alrededor de consignas que, por sí mismas, milagrosamente, “elevan el nivel de conciencia”, es un delito de leso trotskismo.

El mismo Trotsky dice:

“Toda tentativa de saltar por alto las etapas reales, esto es, objetivamente condicionadas en el desarrollo de las masas, significa aventurerismo político”. [312]

Y ese intento (que efectivamente en Germain deviene en aventurerismo político) se hace desde el punto de vista teórico, revisando nuestro programa de transición. Este revisionismo tiene sus raíces en la permanente manía de Germain de separar lo objetivo de lo subjetivo y jerarquizar este último elemento. Así lo vimos creyendo a pie juntillas en los planes “subjetivos” del imperialismo o la burocracia soviética y produciendo en serie vaticinios equivocados. Así lo vimos descubriendo las bondades de un imperialismo que desarrolla las fuerzas productivas y satisface cada vez más las necesidades de las masas. Así lo vimos deduciendo que las masas no se movilizarán más por su miseria, sino por los conflictos subjetivos que les crea el capitalismo. Y así lo vemos ahora, siguiendo fatalmente con los dictados de la lógica, que es inflexible, sosteniendo que nuestro programa, sus consignas y la utilización que de ellas hacemos, nada tienen que ver con la miseria y necesidades de las masas ni con el desarrollo concreto de su movilización, sino con cuestiones “de conciencia”, es decir, ¡una vez más!, “subjetivas”.

Esto ya no es sólo el revisionismo de algunos aspectos parciales del marxismo, es el revisionismo de las bases mismas del materialismo histórico.

Germain cuestiona la revolución permanente en los países adelantados

La teoría-programa de la revolución permanente es el eje del Programa de Transición. Tiene que ver con la movilización del movimiento de masas y con nuestros objetivos marxistas revolucionarios en relación a ella. Podemos formular esa teoría-programa muy sencillamente: movilizar a las masas permanente-mente hasta lograr, como mínimo, la sociedad socialista internacional y arrancar definitivamente todo vestigio de la sociedad de clase en todos los órdenes de la vida social. Es la máxima expresión de nuestra política.

Esta definición, tan sencilla, tiene un “defecto” para Germain: toma como punto de referencia la lucha de clases y el papel de nuestros partidos. Es decir, plantea cómo deben actuar! nuestros partidos en la lucha de clases para dirigir la movilización ininterrumpida de las masas hasta el triunfo definitivo de la revolución socialista. Germain tiene una definición más “científica”, “profesional”. Antes que nada le cambia el nombre: en lugar de teoría, tesis o programa —como acostumbramos llamarla en el movimiento trotskista—, él la denomina “fórmula”. Lo hace por razones profundas, y hace bien, porque para Germain la revolución permanente es una fórmula intelectual, casi química, y no una ley científica, política, de la movilización del movimiento de masas en el mundo entero.

Para Germain, la revolución permanente se aplica en los países atrasados, y no en los adelantados.

“La noción total de aplicar la fórmula de la revolución permanente a los países imperialistas es extremadamente dudosa en el mejor de los casos. Puede hacerse solamente con la más completa circunspección y en la forma de una analogía”. [313]

La razón que da Germain para explicar semejante afirmación es muy simple. En todos los países del mundo se dan tareas democráticas y transicionales, pero combinadas de distinta manera. Donde el peso de las democráticas es más grande que el de las transicionales, o sea en los países atrasados, se aplica la revolución permanente. Donde es mayor el peso de las transicionales, es decir en los países imperialistas, no se aplica.

Germain ha elaborado una verdadera tabla de Mendeleiev para los distintos tipos de fórmulas a aplicar en los diferentes países, pero es una tabla incompleta: mayor peso de las democráticas, revolución permanente; mayor peso de las transicionales, misterio (sólo sabemos que “es extremadamente dudoso que se aplique la revolución permanente”).

Ahora bien: si la revolución en los países adelantados no se rige por la fórmula de la revolución permanente, ¿por cuál otra fórmula se rige?; ¿cuál aplica Germain?; ¿la fórmula de la revolución socialista, acaso? Pero esta fórmula de la revolución socialista internacional es la fórmula de la revolución permanente; ¿o hay otra? ¿Ha descubierto Germain una nueva fórmula y es tan modesto que no quiere publicarla? La combinación de tareas democráticas y transicionales (socialistas) en la movilización de las masas de los países imperialistas, ¿bajo qué fórmula cae, compañero Germain? ¿Puede decirnos su nombre? O, si es un descubrimiento reciente, sin nombre aún, ¿tendría la bondad de explicarnos a todos sus compañeros de la Internacional, en qué consiste?

Germain explica su concepción de una forma un tanto curiosa:

“Pero sería sofística sacar la conclusión de que no existen diferencias cualitativas entre las tareas combinadas que enfrenta la revolución en los países imperialistas y las de los países coloniales y semicoloniales simplemente por el incuestionable hecho de que algunas tareas de la revolución democrática burguesa continúan sin resolverse en la mayor parte de las naciones imperialistas avanzadas, o se plantean allí nuevamente, mientras todas las tareas fundamentales de la revolución continúan sin resolverse (o resueltas solamente en una forma miserablemente incompleta) en los países coloniales o semicoloniales. Trotsky subraya en el Programa de Transición que: ‘El peso relativo de las diversas reivindicaciones democráticas y transitorias en la lucha proletaria, sus mutuas relaciones y su orden de presentación, está determinado por las condiciones peculiares y específicas de cada país atrasado y, en una considerable extensión, por el grado de su atraso’”. [314]

Nadie niega que hay “diferencias cualitativas” en las mutuas relaciones y el orden de presentación —es decir, en la combinación concreta— de las consignas democráticas y transicionales entre los diferentes países. Incluso podemos decir que tienen más peso las tareas democráticas en un país atrasado y las transicionales, generalmente, en una adelantado. Podemos, más aún, definir esa diferencia cualitativa diciendo que, en el país atrasado, está planteada esencialmente una revolución democrático-burguesa que se transforma en socialista, y en el país adelantado está planteada la revolución socialista que lleva a cabo importantes o fundamentales tareas democráticas. Pero decir esto último ya es peligroso, porque la verdad es que, por su dinámica de clase (es decir por la clase que la llevará a cabo tomando el poder), lo que está planteado en los países adelantados y atrasados es la revolución socialista, que lleva a cabo importantes tareas democrático-burguesas.

Lo que no podemos hacer es sacar de aquí la conclusión que saca Germain: que esto demuestra que en los países adelantados no se aplica la fórmula de la revolución permanente. No podemos decirlo, porque esta fórmula no gira alrededor del mayor o menor peso de las consignas democráticas en el proceso revolucionario de un determinado país, sino alrededor de algo mucho más sencillo: el carácter que debe tener la movilización de masas en esta etapa de transición al socialismo. Los que defienden a la revolución permanente, sostienen que es internacional y permanente; los que no la defienden, sostienen que es nacional o regional y por etapas. Y punto.

Es decir, de la diferencia cualitativa que aparece entre las combinaciones de consignas según los países, Germain saca la conclusión de que esa diferencia cualitativa hace a la esencia de la revolución permanente. Lo que está haciendo, en realidad, es descuartizar la ley de la revolución permanente en sus partes nacionales o regionales, porque no sólo hay diferencias cualitativas en la combinación de tareas entre países atrasados y adelantados; también las hay entre diferentes países imperialistas y entre diferentes países atrasados. Hay diferencias cualitativas entre la combinación de tareas que se da en Uruguay y la que se da en las colonias portuguesas (dos países atrasados); hay diferencias c ualitativas entre Alemania y Estados Unidos (dos países adelantados).

Una pausa para recordar a Trotsky

En última instancia Germain considera a la revolución permanente como el programa de la revolución nacional y democrática en los países atrasados. No la considera el programa y la ley de la revolución mundial hasta la instauración del socialismo en todo el mundo, del cual una nación es sólo una parte supeditada. Por eso no es casual que crea que hay países en los que no se aplica.

Trotsky sostenía exactamente lo contrario:

“La teoría de la revolución permanente exige en la actualidad la mayor atención por parte de todo marxista, puesto que el rumbo de la lucha de clases y de la lucha ideológica ha venido a desplazar de un modo completo y definitivo la cuestión, sacándola de la esfera de los recuerdos de antiguas divergencias entre los marxistas rusos para hacerla versar sobre el carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general”.

“La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta”. [315]

Como la confusión con la teoría de la revolución permanente no empieza ni terminará con Germain, el propio Trotsky se encargó de aclararla:

“Con el fin de disipar el caos que cerca la teoría de la revolución permanente, es necesario que separemos las tres series de ideas aglutinadas en dicha teoría.

“En primer lugar, ésta encierra el problema del tránsito de la revolución democrática a la socialista. No es otro, en el fondo, el origen histórico de la teoría.”

“El ‘marxismo’ vulgar se creó un esquema de la evolución histórica según el cual toda sociedad burguesa conquista tarde o temprano un régimen democrático, a la sombra del cual el proletariado, aprovechándose de las condiciones creadas por la democracia, se organiza y educa poco a poco para el socialismo.”

“La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría.

“Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialista, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialista de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.

“El segundo aspecto de la teoría caracteriza ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinida y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en ese proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas ‘pacíficas’. Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.

“El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases.”

“Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional”. [316]

Está suficientemente claro: para Trotsky, la revolución permanente tiene vigencia desde los países atrasados hasta los que están construyendo el socialismo. Para Germain sólo rige en los países atrasados. Pero sigamos con Trotsky:

“La Cuarta Internacional no establece compartimientos estancos entre los países atrasados y los avanzados, entre las revoluciones democráticas y las socialistas. Las combina y las subordina a la lucha mundial de los oprimidos contra los opresores. Así como la única fuerza genuinamente revolucionaria de nuestra época es el proletariado internacional, el único programa con el que realmente se liquidará toda opresión social y nacional es el programa de la revolución permanente”. [317]

Trotsky alerta que en su teoría hay tres “partes inseparablemente conectadas en un todo”, “rio hace distinciones entre países adelantados y atrasados”, y sostiene que el único programa es “el programa de la revolución permanente”. Germain separa una parte de la teoría (la que se refiere a los países atrasados), hace distinciones entre países adelantados y atrasados, y sostiene que el programa de la revolución permanente se aplica sólo a los segundos. Por eso fue necesario volver a Trotsky.

El imperialismo y la autodeterminación nacional

Sigamos con el argumento de Germain de que la diferente combinación de las tareas democráticas y transicionales define qué está y qué no está dentro de la fórmula de la revolución permanente. Para continuar, Germain recurre a la artillería pesada: las demandas democráticas son revolucionarias, “transicionales por su peso” en los países atrasados y no lo son (son, de hecho, reformistas y mínimas) en los países adelantados, porque en es-tos países el imperialismo no tiene fundamentales razones de clase que le impidan otorgarlas. Dicho en sus palabras:

“En los países coloniales y semi-coloniales, las reivindicaciones democráticas tienen generalmente el peso de las reivindicaciones transitorias. Es imposible realizarlas bajo el capitalismo, al menos en su esencia colectiva. En los países imperialistas esto no es verdad. Las reivindicaciones democráticas no serán normalmente garantizadas por la burguesía imperialista decadente. Pero, desde un punto de vista orgánico, económico o social, es decir, en términos de relaciones de clase fundamentales, nada impide a la burguesía garantizarlas como ‘mal menor’, para evitar que un movimiento de masas se transforme en revolución socialista victoriosa. Orgánicamente, la ‘burguesía nacional’ de un país colonial no puede resolver la cuestión agraria sin expropiarse, en gran medida, a sí misma. No hay un obstáculo fundamental de la misma naturaleza para impedir la aplicación del aborto gratuito a pedido, o de la libertad de prensa, o incluso de una ley electoral democrática en un país imperialista. En el caso de una sublevación de masas con potencial revolucionario, la burguesía imperialista puede acordar concesiones para evitar, precisamente, la expropiación.

“Normalmente, el imperialismo no estuvo dispuesto a acordar la independencia nacional a Polonia; tampoco está preparado para hacerlo hoy día con Irlanda, Finlandia, o Québec. Pero en el caso de una situación prerrevolucionaria, de un ascenso pujante de las luchas obreras, de un peligro real de constitución de una república obrera en algunas de esas nacionalidades, no hay ningún interés fundamental dé clase que impida al imperialismo transformar una cualquiera de esas nacionalidades en un estado títere independiente.

“Por estas razones, el peligro de que un movimiento de masas en un país imperialista basado solamente en demandas por la autodeterminación nacional sea absorbido por la burguesía, es muy real”. [318]

Estos párrafos de Germain están repletos de confusiones inadmisibles. En primer lugar, ataca a un enemigo inexistente: un supuesto partido revolucionario que se limita a plantear solamente la demanda de la autodeterminación nacional en un país imperialista. Nadie plantea semejante barbaridad en nuestra Internacional, y si no es así que Germain diga quién es. Lo que se está discutiendo es si las consignas democráticas, en su combinación con las transicionales, tienen o no un gran peso en los países imperialistas. Germain dice que no y nosotros decimos que sí.

La segunda confusión es con respecto a los cambios formales y a los de fondo. Germain nos dice que si hay grandes movilizaciones de masas, el país imperialista puede concederle al país atrasado la independencia formal. Esto es totalmente cierto, pero de lo que se trata es, justamente, de lograr una verdadera liberación nacional, de fondo, no formal. Vale decir, se trata de lograr la independencia como estado soberano, económica y políticamente, y no de transformar una colonia en un estado “títere” independiente. La cuestión es cómo lograrlo. Nosotros no vemos otra posibilidad que no sea la instauración de la dictadura del proletariado en el país atrasado a través de la revolución obrera que cuente con el apoyo de la clase obrera del país imperialista. ¿Es así, o no, compañero Germain?

Pero hay una tercera confusión, que es la más grave. Para Germain, el imperialismo puede otorgar las demandas democráticas, ya que no hay razones “orgánicas” en la estructura del país imperialista que le impidan hacer concesiones mínimas de tipo democrático (aborto, libertad de prensa, etc. ). En cambio, en los países atrasados, la burguesía nacional no puede hacer ese tipo de concesiones “en su esencia colectiva”; por ejemplo, no puede admitir la revolución agraria. Esto es cierto, pero el compañero Germain olvida que las burguesías nacionales también pueden hacer concesiones democráticas mínimas al movimiento de masas (aborto, libertad de prensa, etc. ) porque no hay ninguna razón “orgánica” que les impida hacerlo. Y también olvida (y esto es lo realmente grave) que el imperialismo no puede hacer, “en su esencia colectiva”, la concesión democrática de liberar económicamente a todas sus colonias. Si la burguesía nacional no puede hacer la revolución agraria porque sería “expropiarse a sí misma en gran medida”; el imperialismo tampoco puede conceder la independencia nacional completa a los países dependientes, porque sería también “expropiarse a sí mismo”, y no ya “en gran medida” sino en forma total. Significaría que dejaría de ser imperialismo.

De este monumental “olvido” teórico de Germain se desprende un no menos monumental y peligrosísimo “olvido” político. El apoya la demanda de autodeterminación nacional aplicada a cualquier país colonial en particular, pero se “olvida” de esa demanda aplicada a todo el imperio. Y de allí deduce que un movimiento de masas en el país imperialista basado en la lucha por la autodeterminación nacional corre el peligro de “ser absorbido por la burguesía imperialista”. ¿A usted le parece, compañero Germain, que un movimiento de masas que plantea la liberación de todos los países explotados por el imperialismo puede ser “absorbido” por la burguesía imperialista?

La demanda de la autodeterminación nacional en todo el imperio toca directamente la estructura del régimen imperialista: no es una demanda parcial, ni formal, sino estructural. Ningún país imperialista puede otorgar el derecho a la autodeterminación nacional, económica y política a todos los países del imperio, sin dejar de ser imperialista. Hay una diferencia cualitativa entre esa demanda democrática y las otras que cita Germain. Esta demanda democrática esencial es tan importante como la nacionalización de todo el comercio exterior, la tierra y la industria del propio país imperialista. Son demandas que no pueden ser absorbidas por el régimen capitalista, como tampoco puede serlo la de la autodeterminación nacional para todo el imperio por el régimen imperialista.

Este simple problema no está ni siquiera planteado por Germain: él minimiza y parcializa la demanda por la autodeterminación nacional al país que lucha por ella, y no la generaliza como una tarea democrática estructural y fundamental para el proletariado del país imperialista.

Reconoce que los obreros del país metropolitano deben apoyar las luchas por la autodeterminación nacional, pero no dice que ellos deben no sólo apoyar, sino plantear esta tarea para todo el imperio, ni que justamente los únicos que pueden generalizarla en forma absoluta son los trabajadores de los países imperialistas.

Sin embargo, Lenin escribió volúmenes enteros explicando que una de las tareas democráticas principales del proletariado ruso era liberar las nacionalidades que sufrían el yugo imperialista del zarismo. Y es lo mismo que planteaba la Internacional comunista cuando decía:

“Todos los partidos de la Internacional Comunista deben explicar constantemente a las multitudes trabajadoras la extrema importancia de la lucha contra la dominación imperialista en los países atrasados. Los partidos comunistas que actúan en los países metropolitanos deben formar ante sus comités dirigentes comisiones coloniales permanentes que trabajarán con los objetivos indicados anteriormente”. “Los partidos comunistas de las metrópolis deben aprovechar toda ocasión que se presente para poner en evidencia el bandidismo de la política colonial de sus gobiernos imperialistas así como de sus partidos burgueses y reformistas”. [319]

Y Trotsky no sólo coincidía con esa política, sino que esbozaba una línea de acción para el futuro:

“Una Europa Socialista proclamará la plena independencia de las colonias, establecerá relaciones económicas fraternales con ellas y, paso a paso, sin la menor violencia, por medio del ejemplo y la colaboración, las introducirá en una federación socialista mundial”. [320]

Germain coincide, sin lugar a dudas, con la política bolchevique hacia las nacionalidades oprimidas. Pero su concepc ión del imperialismo no va más allá del imperialismo territorial, fronterizo. Basta con que se interponga un mar o un océano entre el país imperialista y la colonia o semicolonia, para que Germain piense que la tarea democrática de la liberación nacional queda casi exclusivamente en manos del proletariado del país dependiente al que, eso lo reconocemos, plantea que hay que apoyar. Ni el hecho de que la más grande movilización de masas en los últimos tiempos en los Estados Unidos haya sido originada objetivamente por la defensa de la independencia nacional de Vietnam, le hace cambiar de posición.

Germain no se da cuenta de que, si en los países atrasados la revolución democrática deviene socialista, en los imperios capitalistas la revolución socialista deviene, en un sentido, democrática, porque libera no sólo a los obreros metropolitanos, sino también a los pueblos y naciones colonizadas por ese imperialismo, lo que es una tarea democrática de primera magnitud.

Este problema no ha sido planteado a fondo en relación a los países imperialistas y, por lo tanto, no lo hemos desarrollado programáticamente aunque, como vimos, tenemos claras indicaciones para solucionarlo. La solución vendrá de responder a estas preguntas: ¿Cómo se aplica concretamente en un país imperialista la consigna democrática de la autodeterminación nacional para todas las colonias, semicolonias y países dependientes del imperialismo? ¿Cómo se realiza esta tarea antes de la toma del poder por el proletariado y después? Concretamente: ¿qué hacemos en Estados Unidos a favor de las semicolonias latinoamericanas y en Francia a favor de sus colonias y semicolonias antes y después de tomar el poder? Una consigna es la ruptura de todos los pactos colonizantes (OEA para Estados Unidos, Commonwealth para Inglaterra, OCAM y Yaounde I y II para Francia y el MCE respectivamente) y el otorgamiento de la más total y absoluta independencia.

¿Qué hacemos con las inversiones y préstamos imperialistas? Tenemos que estar por la expropiación a favor de los países coloniales y semicoloniales. Pero, ¿cómo? No podemos dárselos a las burguesías y a los terratenientes para que sigan explotando a los trabajadores. Esto plantea un programa democrático dentro del país imperialista, que tiene que tener consecuencias transicionales. Porque para evitar que la independencia nacional se transforme en nuevas cadenas para los explotados de las colonias, hay que combinar esa consigna con la de Federación de Estados Socialistas del ex-imperio, planteando que las empresas de propiedad imperialista en los países coloniales, expropiadas por el proletariado metropolitano, sean administradas por la clase obrera colonial. Es decir, tenemos que imponer el control obrero como condición fundamental, para que no sean vehículo de una nueva explotación. Si no es ésa, tendrá que ser una variante transicional parecida.

Pero lo importante de esta discusión no es esto, sino el revisionismo de Germain, que no se plantea esta consigna democrática fundamental de autodeterminación nacional de las colonias, semicolonias y países dependientes, para todo el imperio, incluyendo, en primer lugar, al proletariado del país imperialista. Y no la plantea porque él sólo la ve desde el punto de vista de un país, cuyo proletariado, aislado, lucha por ella. Pero la gran tarea democrática de destruir el imperio, de liberar a iodos los países oprimidos, ¿puede ser normalmente otorgada por el imperialismo? ¿Eso es lo que cree Germain? ¿O cree que sólo se logrará con la revolución obrera, y por ningún otro medio? Y si cree esto último, ¿no considera que las tareas democráticas de la revolución socialista en los países imperialistas son gigantescas e imposibles de lograr si el proletariado no toma el poder?

Las consignas democráticas y la revolución permanente

Sigamos ahora con la revolución permanente desde el punto de vista “interior” (por llamarlo de alguna manera) de los países adelantados.

Trotsky ha insistido mucho en la importancia de las demandas democráticas en los países adelantados. Refiriéndose a la Italia fascista y a España, lo mismo que a Alemania, no sólo destaca la importancia de estas consignas, sino incluso dice que puede haber una etapa democrática en el proceso de revolución en esos países (en España la da por hecha):

“Pero, en el despertar revolucionario de las masas, las con-signas democráticas constituirán inevitablemente el primer capítulo. Aunque el proceso de la lucha no permita que se regenere el estado democrático ni por un solo día —lo que es muy posible—; ¡la lucha misma no puede evitar las consignas democráticas! Cualquier partido revolucionario que intente saltar esta etapa se romperá el cuello. [321] Trotsky saca esta conclusión con base en el análisis de que la existencia del imperialismo hace retroceder a la humanidad. “En Alemania no hubo ni hay dictadura proletaria, pero sí hay una dictadura fascista; Alemania retrocedió inclusive de las conquistas de la democracia burguesa. En tales condiciones, renunciar de antemano a las consignas democráticas y al parlamentarismo burgués significa allanarle el camino a la regeneración de la socialdemocracia”. [322]

Pero este planteamiento de Trotsky no es exclusivamente para los países fascistas. Algo muy parecido plantea para Estados Unidos, comparándolo con la Italia fascista y la etapa democrática de la Revolución Rusa: “¿Es forzoso que Norteamérica atraviese una época de reformismo social? El proyecto plantea la pregunta y contesta que todavía no se puede dar una respuesta definitiva, pero que en gran medida depende del Partido Comunista. Eso es correcto en general, pero no basta. Aquí recurrimos una vez más a las leyes del desarrollo desigual y combinado. En Rusia se usaba el argumento de que el proletariado no había pasado aún por la escuela democrática, que en definitiva podría conducirlo a la toma del poder, para refutar la revolución permanente y la toma del poder por el proletariado. Pero el proletariado ruso atravesó el período democrático en el curso de ocho meses, de once a doce años si contamos desde la época de la Duma. En Inglaterra ya lleva siglos y en Norteamérica este sucio embrollo ya dura bastante. La desigualdad también se expresa en que las distintas etapas no son combinadas sino recorridas muy rápidamente, como ocurrió con la etapa democrática en Rusia.

“Podemos suponer que cuando caiga el fascismo en Italia la primera oleada que lo seguirá será democrática. Pero sólo podría durar unos meses, no años.

“Puesto que el proletariado norteamericano, en tanto que proletariado no ha librado grandes luchas democráticas, ya que no ha combatido por la legislación social, por estar sometido a presiones económicas y políticas crecientes, es de suponer que la fase democrática de la lucha requerirá un cierto tiempo. Tal vez no será como en Europa, una época que duró décadas: más bien, quizás, un período de años o, si los acontecimientos se desarrollan con ritmo febril, de meses. Hay que aclarar el problema del ritmo, y también debemos reconocer que la etapa democrática no es inevitable. No podemos predecir si la próxima etapa obrera comenzará el año que viene, dentro de tres años, de cinco años, o tal vez de diez años. Pero sí afirmar con certeza que, apenas el proletariado norteamericano se constituya en partido independiente, aunque al principio lo haga bajo una bandera democrático-reformista, atravesará esta etapa con bastante rapidez”. [323]

Todo esto fue resumido por Trotsky en “Tareas y Métodos de la Oposición de Izquierda Internacional” (diciembre de 1932), donde codificaba la esencia del marxismo contemporáneo:

“Reconocimiento de la necesidad de movilizar a las masas mediante consignas transicionales que correspondan a la situación concreta de cada país y, en particular, mediante consignas democráticas cuando se trate de luchar contra las relaciones feudales, la opresión nacional o la dictadura imperialista descarada en sus diversas variantes (fascismo, bonapartismo, etcétera)”. [324]

Es decir qué para Trotsky las consignas democráticas ponen un signo igual entre casi todos los países imperialistas (los que tienen “abiertas dictaduras bonapartistas, fascistas, etc. “) y los países atrasados (los que tienen “relaciones feudales” u “opresión nacional”).

Los compañeros de la mayoría plantean que en Europa se está llegando, o ya se llegó, a regímenes fuertes, bonapartistas o semi-bonapartistas. Según Trotsky, eso significa que hay que luchar “particularmente por consignas democráticas”. Pero Germain, al dividir los países como lo hace, elimina la importancia fundamental que este tipo de consignas tiene en los países adelantados.

La combinación de etapas y tareas, también se da en la URSS, y también allí tienen gran importancia las consignas democráticas y mínimas. La lucha por la autodeterminación de Ucrania, bajo la consigna “Por una Ucrania independiente y soviética”, que podemos ampliar con adecuaciones tácticas a todos los países del Este de Europa, plantea la relación entre esta tarea y consigna democrática fundamental y la revolución política. Pero aun si estuviéramos bajo un estado obrero “normal”, estarán planteadas combinaciones de tareas, uno de los rasgos fundamentales de la revolución permanente. Y lo que es más importante, se daría en todo su esplendor la fórmula de la revolución permanente, ya que estaríamos a punto de lograr que se transforme en realidad el objetivo central de nuestro programa: la movilización en permanencia de los trabajadores.

Esta discusión teórica contra el revisionismo germainista tiene profundas y decisivas consecuencias prácticas para la vida de todas nuestras secciones. No es por casualidad que el documento europeo de la mayoría no plantee como una de nuestras tareas básicas en Europa la tarea democrático burguesa de la unidad alemana, quizás la más importante que deben encarar nuestra sección alemana, nuestras secciones europeas y el proletariado europeo en su conjunto. Esta tarea nos la plantea la decadencia imperialista, porque la burguesía alemana ya había conseguido la unidad. Sin Austria, pero la había conseguido. El imperialismo, junto con la burocracia, ha hecho retroceder a Alemania en esta gigantesca tarea histórica a más de un siglo atrás. Pero Germain no plantea la necesidad de esta tarea porque seguramente pensará que, como es democrática, el imperialismo podrá resolverla sin ningún impedimento “orgánico, económico y social”. Si para ello es necesario que Alemania esté al borde de “transformarse en una república obrera”, a caballo de una “mo vilización de masas” tras la consigna democrática de la unidad alemana, y nosotros no hemos levantado esa consigna, mediremos en carne propia los resultados catastróficos del revisionismo germainista. Porque esta tarea se combina con la revolución política del Este y con la revolución socialista en el Oeste.

Alemania ejemplifica, de una forma u otra, la vigencia cada vez mayor de la fórmula de la revolución permanente en todos los países del mundo, incluyendo los imperialistas. Pero no es la unidad de Alemania la única tarea democrática planteada en Europa. Sin gran esfuerzo podemos enumerar otras que son fundamentales para la política de nuestras secciones: la lucha por las libertades democráticas en España, Portugal y Grecia, por la independencia nacional de Irlanda del Norte, son tareas democráticas que están a la orden del día. Inclusive alrededor de cuestiones secundarias se expresa la vigencia de este aspecto de la teoría de revolución permanente para Europa, cómo luchar para liquidar los privilegios de la monarquía y de la nobleza de Inglaterra, Holanda, Suecia y Bélgica.

Es evidente, y Germain no lo niega, que hay tareas y consignas democráticas planteadas para Europa en su conjunto y para cada uno de sus países. Y estamos todos de acuerdo en que también hay tareas y consignas transicionales. Sin entrar por el momento en la discusión sobre cuáles son más importantes y cuáles son secundarios, lo cierto es que los dos tipos de tareas y consignas están allí. ¿Qué hacemos con ellas?

Trotsky es categórico al respecto cuando dice (como ya hemos citado) que se “borran las fronteras entre el programa mínimo y el máximo”. Nosotros sostenemos, igual que Trotsky, que a las consignas mínimas y democráticas (antiguo programa mínimo) y a las transicionales (antiguo programa máximo), hay que combinarlas según la fórmula de la revolución permanente.

Germain dice que eso de aplicar la fórmula de la revolución permanente a los países imperialistas, es “en el mejor de los casos (!!!), extremadamente dudoso”. “Extremas dudas” aparte, Germain nos está diciendo que no debemos aplicarla.

Germain revisa la teoría de la revolución permanente para los países coloniales y semicoloniales

Como vimos repetidas veces, Germain opina que el imperialismo no provoca cada vez más miseria en las masas del mundo entero. Esta opinión tiene consecuencias muy graves cuando la traslada a la parte de la teoría de la revolución permanente más elaborada por el trotskismo, es decir la que se refiere a los países coloniales y semicoloniales.

Germain arroja por la borda, sin medir las consecuencias prácticas, toda la concepción trotskista sobre el papel de las burguesías nacionales de los países atrasados, cuando les atribuye potencialidades revolucionarias en la lucha antiimperialista. La otra cara de este error es atribuirle al imperialismo un papel relativamente progresivo, como cuando sostiene que el imperialismo es capaz de dejar que los países atrasados se liberen de él sin muchos problemas.

“¿Es cierto —pregunta— que a causa de que la burguesía es dependiente del imperialismo, es incapaz de romper con todos los vínculos con el imperialismo y por tanto no puede dirigir a un buen fin la lucha contra la opresión extranjera?”. El mismo contesta: “Esto es completamente equivocado”. [325]

Germain acostumbra a ocultar su pensamiento por medio de frases negativas, efectuadas como preguntas, que tienen respuestas negativas. Pero el pez por la boca muere, ya que esto da como resultado afirmaciones mucho más fuertes. De manera que nosotros pasaremos esta frase a su sentido positivo, para saber bien qué está diciendo y evitar sus argumentos leguleyos de buen polemista. La frase, en buen romance, queda así:

“Es completamente cierto que la burguesía nacional, pese a ser dependiente del imperialismo, es capaz de romper todos sus lazos con el imperialismo y puede, por lo tanto, dirigir una lu-cha victoriosa contra la opresión extranjera”.

Esta afirmación de Germain es la negación total y absoluta de toda la concepción trotskista de la revolución en los países atrasados. Para nosotros, los verdaderos trotskistas, la tesis de la revolución permanente tiene este único significado: en los países donde se plantea una revolución democrático-burguesa, la burguesía nacional es total y absolutamente incapaz de romper sus lazos con el imperialismo y, por lo tanto, no puede dirigir una lucha victoriosa contra la opresión extranjera.

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular, de los semicoloniales y coloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo pueden concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”. [326]

Trotsky es taxativo al señalar el papel de las burguesías nacionales en los países atrasados. Es muy instructiva su opinión sobre una de las más fuertes y poderosas, la latinoamericana:

“La naciente burguesía nacional de muchos países latinoamericanos, buscando una parte mayor del botín e incluso tratando de conseguir un grado mayor de independencia (o sea la preferencia en la explotación de su propio país) trata, ciertamente, de utilizar para sus fines las rivalidades y conflictos de los imperialistas extranjeros. Pero su debilidad general y su aparición tardía les impide obtener un grado de desarrollo que les permita algo más que servir a un amo imperialista en contra de otro. No puede lanzar una lucha seria contra toda dominación imperialista y por una genuina liberación nacional por temor a desatar un movimiento masivo de los trabajadores del país que podría, a su vez, amenazar su propia existencia social”. [327]

Germain podría contestar que esa es la posición de Trotsky en relación a las burguesías latinoamericanas, pero no en relación a las de otras zonas atrasadas del mundo. Pero nosotros sostenemos que estas posiciones son la aplicación a América Latina de la ley general de la revolución permanente, y Trotsky, en el Manifiesto de Emergencia de 1940, nos decía, refiriéndose a todos los países atrasados del mundo:

“Rodeada por el capitalismo decadente y sumergida en las contradicciones imperialistas, la independencia de un país atrasado será inevitablemente semificticia [... ]”. Más abajo aclaraba que se trataba de “[... ] el régimen del Partido ‘del Pueblo’ en Turquía; el del Kuomintang en China; así será mañana el régimen de Ghandi en la India”. [328]

Y hablando en general de todos los países atrasados, no ha sido menos categórico: “Ni una sola de las tareas de la revolución ‘burguesa’ puede realizarse en los países atrasados bajo la dirección de la burguesía ‘nacional’, porque ésta, desde su nacimiento, surge con apoyo foráneo como clase ajena u hostil al pueblo. Cada etapa de su desarrollo la liga más estrechamente al capital financiero foráneo del cual es, en esencia, agente”. [329]

Y una vez más: “En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al Poder como director de las masas populares. ¿Y si no es así? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras”. [330]

Todo esto no quiere decir que la burguesía nacional no tenga profundos roces con el imperialismo en determinados momentos. Pero sí quiere decir que esos roces nunca son tan serios como para llevarla a “romper todos sus lazos con él” o a “dirigir una lucha victoriosa” contra él.

Visto que por el lado del trotskismo no le va muy bien a Germain, ha llegado el momento de confrontar su concepción con la realidad. ¿Dónde está esa burguesía nacional “capaz de romper todos sus lazos con el imperialismo y de dirigir una lucha victoriosa contra la opresión extranjera”? ¿Quizás en Bolivia o en Chile? ¿Acaso en Pakistán o la India? ¿O en los países árabes? Esa burguesía, estimado Germain, no existe en ningún lado, salvo en las posiciones stalinistas y... germainistas.

La lucha contra el imperialismo es una tarea socialista

Como ya dijimos, Germain cree que el imperialismo no se opone en forma brutal, “absoluta” a la independencia nacional de los países atrasados. Dicho por él mismo: “La lucha contra la opresión nacional no es una lucha anticapitalista. Es una lucha por una demanda democrático-burguesa. La existencia del sistema capitalista mundial no es un obstáculo absoluto para el derrocamiento de la opresión nacional bajo las condiciones del imperialismo”. [331]

En realidad, aquí hay dos afirmaciones, igualmente incorrectas. Primera: la lucha por la liberación nacional no es anticapitalista; segunda: el imperialismo no se opone en forma “absoluta” a la liquidación de la opresión nacional. Empecemos por la primera.

Germain saca, del carácter democrático burgués de la tarea de la liberación nacional, la conclusión de que no es una lucha anticapitalista. Ha olvidado, si alguna vez lo supo, la esencia del programa de transición y de la teoría de la revolución permanente.

La tarea de la independencia nacional de los países atrasados es democrático-burguesa y, al mismo tiempo, socialista. Es la combinación, en una sola consigna, de dos tareas: la tarea históricamente democrático burguesa de conquistar la independencia nacional que, en la actualidad, es una tarea socialista.

“De manera similar se definen las luchas políticas del proletariado de los países atrasados: la lucha por los objetivos más elementales de independencia nacional y de democracia burguesa se combina con la lucha socialista contra el imperialismo mundial”. [332]

Dicho de otra manera más accesible a los conocimientos trotskistas de Germain: la lucha por la total independencia nacional de los países atrasados es una tarea democrático-burguesa porque corresponde a la época histórica de ascenso del capitalismo y de formación de las nacionalidades; y es una tarea socialista en la actualidad porque el enemigo principal es el imperialismo, o sea, la expresión superior del régimen capitalista.

Y hay algo más. El sistema capitalista mundial es único, es una totalidad formada por partes nacionales, las cuales están determinadas (y esto no debería ser una novedad para alguien que se precia de manejar la dialéctica) por el todo, que es el sistema capitalista mundial. Los países atrasados no son una excepción: por sus relaciones de producción interna y sus estrechas ligazones con el capitalismo mundial son países capitalistas. Por eso toda lucha a fondo por la independencia nacional no choca solamente con un factor externo —el imperialismo— sino también con la estructura capitalista interna, dependiente y parte del sistema mundial.

Esto explica por qué los países que liquidaron la explotación capitalista dentro de sus fronteras fueron los únicos capaces de liberarse totalmente del imperialismo. Esta es la refracción interior del hecho de que la lucha contra el imperialismo es la lucha contra el sistema capitalista de conjunto y, por lo tanto, contra el sistema capitalista del propio país que se libera.

Para terminar con este punto, señalemos que aquí se repite la concepción fenomenológica, no ligada al desarrollo concreto del movimiento de masas que tiene Germain de nuestras consignas y tareas. Para él hay una secuencia lógica, que es la siguiente: Independencia nacional — tarea democrática —consigna democrática — consecuencias democráticas (no “anticapitalistas”). Para nosotros, que ya hemos visto que las consignas se definen por su carácter histórico, pero sus resultados dependen de la situación concreta de la lucha de clases, la secuencia es distinta: Independencia nacional —tarea democrática— consigna democrática (tomada por el proletariado porque la burguesía es incapaz de realizarla) — consecuencias transicionales (dictadura del proletariado que destruye al sistema capitalista dentro del país y ataca al imperialismo, o sea al sistema capitalista mundial). Trotsky lo dijo con claridad, al señalar que: “En las condiciones de la época imperialista la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al poder como director de las masas populares”. [333]

Si esto no es así, ¿dónde hay en la actualidad un país atrasado dirigido por la burguesía nacional, que haya logrado romper “todos sus lazos con el imperialismo”, después de una “lucha victoriosa contra la opresión extranjera”? En ningún lugar del mundo, mal que le pese a Germain.

Vayamos ahora a su segunda afirmación: el sistema capitalista mundial, imperialista, “no es un obstáculo absoluto a la liquidación de la opresión nacional”. No sabemos qué quiere decir con “obstáculo absoluto”. Si se refiere al hecho de que el imperialismo mundial no desaparece ni sufre una derrota definitiva por el hecho de que un país se independice totalmente de él, está diciendo una perogrullada, ya que lo mismo ocurre cuando la clase obrera toma el poder en un país imperialista, como ocurrió en Rusia y puede ocurrir el día de mañana en Italia o Francia. Es decir, que no necesitamos destruir el sistema capitalista mundial para hacer la revolución obrera en un determinado país. La verdad es que Germain trata de impresionarnos con el término “absoluto”. Y no comprende la relación dialéctica entre lo “absoluto” y su opuesto “relativo”; no comprende cómo uno se transforma en el otro. En un momento de la lucha de clases, lo que es absoluto en un país, es relativo a escala mundial. Pero a escala histórica (para toda esta etapa) la relatividad mundial se transforma en absoluta. Veamos este problema un poco más de cerca.

Podemos decir que, en un país adelantado, la existencia del sistema capitalista dentro de sus fronteras es un “obstáculo absoluto” al triunfo de la revolución obrera.

Si la burguesía sigue dominando la economía no habrá triunfo de la revolución; y para hacer la revolución hay que liquidar en forma “absoluta” ese obstáculo. Pero la existencia del sistema capitalista mundial es un obstáculo “sólo relativo” al triunfo de la revolución obrera nacional. Aunque no destruyamos al sistema mundial, podemos hacer la revolución y, pese a ella, el sistema capitalista mundial podrá seguir funcionando.

A escala mundial, la revolución obrera en un país, sea avanzado o atrasado, no liquida al sistema capitalista mundial, es solo un triunfo relativo sobre él. Y esto es así porque el sistema capitalista mundial tiene un solo límite “absoluto”: su propia existencia como régimen mundial. Todos los triunfos de la revolución obrera, tanto en los países adelantados como en los atrasados, son triunfos relativos mientras el régimen capitalista mundial siga sobreviviendo. Pero no podemos por ello minimizar los triunfos obreros en ningún país, ni la liberación nacional del yugo imperialista, porque son los más importantes triunfos que obtiene en la actualidad el movimiento obrero mundial. Por el contrario, ellos son los que nos acercan al límite absoluto, que es la liquidación del régimen capitalista mundial.

Ahora bien, la relatividad de todos los triunfos o derrotas del movimiento obrero a escala nacional, se inscribe dentro de la lucha mundial entre los explotados y el imperialismo para toda una época histórica. Justamente porque esa lucha es mundial e histórica, los triunfos o derrotas nacionales y momentáneos de cualquiera de los dos bandos son relativos. Pero a escala mundial e histórica, la lucha es total, absoluta, a muerte; no hay en ella ningún tipo de relatividad: termina en el socialismo o termina en la barbarie.

De estas consideraciones surge la ley del imperialismo a escala histórico-mundial: el capitalismo en descomposición es un “obstáculo absoluto” a la independencia de los países atrasados y a la revolución socialista en los adelantados. Mientras subsista el imperialismo todos los triunfos son relativos, porque éste, tarde o temprano (si sigue con vida) volverá a esclavizar aún peor que antes a los trabajadores del mundo entero.

Los pueblos atrasados o la clase obrera que obtengan una victoria deberán saber —y es nuestro deber decírselo— que mientras subsista el imperialismo esa victoria será relativa, momentánea y táctica; será cuestionada, comprometida y amenazada. Deberán saber que el imperialismo no podrá sobrevivir si no vuelve a esclavizarlos, porque el imperialismo es el capitalismo en descomposición, cuya ley absoluta (es decir histórica) es traer mayor miseria y explotación para todos los explotados de todos los países del mundo. ¡Yen vez de decirles todo esto, el compañero Germain les dice a las masas de los países atrasados que no se hagan problemas, porque el imperialismo no es un “obstáculo absoluto” a la liquidación de la opresión nacional!

¿”Política trotskista” con revisionismo teórico?

Esta liquidación de la teoría de la revolución permanente para los países atrasados es también la liquidación de la necesidad de la dictadura del proletariado en dichos países. Pero Germain se resiste a sacar esa conclusión; intenta conciliar su revisionismo teórico con una política trotskista, y dice que el proletariado de los países atrasados debe tomar el poder para solucionar los problemas de la revolución democrático burguesa.

Pero si no es necesaria la dictadura del proletariado para liquidar la opresión nacional, (porque la burguesía nacional es capaz de dirigir esa lucha victoriosa, y el imperialismo no es un obstáculo absoluto para ella), ¿por qué motivos debe el proletariado tomar el poder? Germain nos responde con tres argumentos: primero, porque “opresión nacional” no tiene nada que ver con “explotación económica de la nación” (la primera se liquida pero la segunda subsiste); segundo, porque aún queda planteada la revolución agraria (insinúa que esa es la tarea democrático burguesa fundamental); y tercero porque los marxistas nos negamos (!!) a postergar los levantamientos campesinos y obreros para otra etapa. Veamos estos tres argumentos en su orden.

Primer argumento; habla Germain:

“... no es necesario ‘romper todos los vínculos con el imperialismo’ para eliminar la opresión nacional extranjera.

“... Donde es eliminada la opresión nacional extranjera, permanece y se incrementa la explotación económica extranjera”. [334]

Pero es necesario distinguir los aspectos formales de toda explotación de los aspectos reales. Bajo el imperialismo capita-lista, la esencia de la explotación colonial no es política sino económica. Esa diferencia entre opresión nacional y explotación económica extranjera es un juego de palabras. La opresión nacional no es más que la expresión de la explotación económica y la explotación económica adquiere distintas formas políticas (colonial, semicolonial y dependiente).

Para Germain, opresión nacional es sinónimo de colonia. Para nosotros no, porque una semicolonia o un país dependiente sigue siendo una nacionalidad oprimida por el imperialismo, aunque tenga una formal independencia política. No existe explotación económica sin opresión nacional, ni a la inversa. Bajo cualquiera de sus formas, la explotación de un país por otro sigue siendo opresión nacional y explotación económica al mismo tiempo.

Segundo argumento; habla Germain:

“Es porque la cuestión agraria no se resuelve ahora en ninguno de los países coloniales que conquistaron la independencia nacional después de la Segunda Guerra Mundial que, a pesar de la situación minoritaria del proletariado, el establecimiento de la dictadura del proletariado aliado al campesinado pobre sigue siendo una perspectiva realista”. [335]

Germain dice que la dictadura del proletariado es posible en los países semicoloniales porque éstos aún no han solucionado la revolución agraria, ¿y el hecho de que sigan siendo semicoloniales no tiene nada que ver con la revolución obrera? Si semicolonial significa que aún no consiguieron liberarse del imperialismo, ¿lograr una efectiva liberación nacional no es igualmente una perspectiva realista para la dictadura del proletariado? ¿Por qué no le da importancia (desde el punto de vista de la revolución obrera) al hecho de que esos países sigan siendo semicoloniales? La tarea de la liberación nacional, ¿no es acaso tan realista como la de revolución agraria para el proletariado de los países atrasados? Nosotros creemos que en los países atrasados las dos tareas más importantes que enfrentan las masas son las de liberación nacional y revolución agraria, íntimamente ligadas, combinadas. (Germain reconoce esto en su trabajo). Estas dos tareas se combinan estrechamente por razones objetivas, por la conjunción de la penetración imperialista con la gran propiedad terrateniente en la estructura económica del país atrasado. El imperialismo, al penetrar, construye relaciones de producción capitalistas dominadas por el capital extranjero en el país atrasado. Y la propiedad terrateniente queda subordinada a esas relaciones.

Por otra parte, a través del mercado mundial también controlado por el imperialismo, se establece un estrecho vínculo entre la clase terrateniente y el imperialismo comprador.

Todas estas relaciones económicas hacen que las dos tareas históricas planteadas en los países atrasados (la liberación nacional y la revolución agraria) estén íntimamente ligadas. Y, mal que le pese a Germain, la más dificultosa de esas dos tareas (si es que podemos separarlas) es la lucha contra el imperialismo, ya que éste es mucho más fuerte que la clase terrateniente.

Tercer argumento, o última trinchera y verdadera concepción de Germain: “Los marxistas revolucionarios rechazan esta teoría [menchevique] no sólo porque enfaticen lo inhábil de la burguesía nacional para conquistar en realidad la independencia nacional contra el imperialismo, sin tomar en consideración las circunstancias concretas. La rechazan porque se niegan a posponer a una etapa superior los levantamientos de los obreros y de los campesinos por sus propios intereses de clase, los que inevitablemente se alzarán espontáneamente junto con la lucha nacional a medida que ésta se desarrolle, y para combinarse rápidamente en un programa común inseparable en la conciencia de las masas.” [336] Antes que nada, debemos aclarar que la “teoría menchevique” fue una teoría elaborada en relación a la opresión absolutista feudal, es decir, en relación a la revolución burguesa clásica, antifeudal y antiabsolutista; no, como pareciera desprenderse de esta afirmación de Germain, como respuesta a la opresión nacional imperialista. (Quien trasladó esta concepción menchevique a los países dominados por el imperialismo fue el stalinismo. ) Para los mencheviques, la revolución democrática y campesina antifeudal podía ser llevada a cabo bajo la dirección de la burguesía nacional. Para Lenin y Trotsky, no. Para los stalinistas, la revolución nacional y antiimperialista puede ser llevada a cabo bajo la dirección de la burguesía nacional. Para Trotsky, no. Para mencheviques y stalinistas no hay una contradicción “absoluta” entre la burguesía nacional, la revolución democrático burguesa y la revolución agraria. Para nosotros, los trotskistas, sí la hay. Y sólo del ángulo de los mencheviques y los stalinistas, hay una burguesía nacional capaz de cumplir esas tareas históricas, y por lo tanto, de conciliar con los levantamientos obreros y campesinos. Para los trotskistas, las burguesías nacionales se alinean, junto al imperialismo y los terratenientes, contra los levantamientos obreros y campesinos.

Pero en esta cita hay una afirmación tanto o más grave que la anterior: los trotskistas no rechazamos “principalmente” la teoría de la revolución por etapas en los países atrasados porque opinamos que la burguesía. nacional sea incapaz de realizar la revolución democrática: la rechazamos porque “nos negamos a posponer para otra etapa los levantamientos obreros y campesinos”. O sea que rechazamos la teoría de la revolución por etapas porque se nos da la gana hacer la revolución socialista ahora.

En primer lugar, (y lamentamos bajar de su pedestal a Germain) quienes deciden si posponen o no posponen los levantamientos obreros y campesinos, son los mismos obreros y campesinos. Lo máximo que podemos decidir nosotros es qué orientación le damos a esos levantamientos: si los orientamos o no hacia la torna del poder. Pero lo concreto es que, sin pedirle autorización a Germain, los levantamientos obreros y campesinos en los países atrasados existen.

En segundo lugar, entonces, estamos todos de acuerdo, Germain y nosotros, en orientar esos levantamientos hacia la toma del poder, pero por distintos motivos. El motivo de Germain es que los trotskistas tenemos el antojo de hacer la revolución socialista ahora y nos negamos a posponerla. Nosotros lo hacemos porque creemos que el carácter socialista de la revolución en los países atrasados surge de la estructura de la sociedad. Y esa estructura hace, antes que nada, que la única clase que puede llevar adelante la revolución democrática sea una clase socialista, la clase obrera. También surge del hecho de que, bajo el régimen capitalista (atrasado o no), todos los atrasos son parte estructural de ese régimen, de esa estructura a escala tanto nacional como mundial. Combatir el atraso campesino o nacional, es decir luchar contra la opresión nacional o campesina, significa atacar por razones estructurales, objetivas al capitalismo nacional e internacional. Es decir, significa atacar al imperialismo, base de sustentación de todas las explotaciones que existen, porque todas ellas están combinadas y supeditadas a la explotación imperialista.

Esta no es una diferencia académica, porque en los países atrasados no estará solo el trotskismo intentando dirigir los levantamientos obreros y campesinos y la revolución democrática. Estarán la burguesía y la pequeña burguesía nacional, con sus agentes stalinistas en el movimiento obrero, tratando de tomar la dirección, para después traicionar a las masas, como ha ocurrido con trágicos resultados en Bolivia, Chile e Indonesia, para no citar más que unos pocos ejemplos. Y en los países atrasados la clase obrera dirigirá la revolución proletaria únicamente si le disputa la dirección de la revolución democrático-burguesa a la burguesía y a la pequeña burguesía nacionales.

Para que el proletariado pueda pelear por la dirección y ganarla, el deber de los marxistas revolucionarios es denunciar que la traición de la burguesía y pequeña burguesía nacionales a la revolución democrático burguesa es inevitable, aunque en algún momento participen, por estar llenas miedo, en alguna fase del proceso revolucionario. Nuestro deber es explicar incansablemente a los trabajadores que la única manera de hacer hasta el final la revolución democrático burguesa es que ellos tomen su dirección e impongan su dictadura.

Si en lugar de hacer esto, vamos a explicarles a los trabajado-res que el imperialismo no es un “obstáculo absoluto” para la liberación nacional, que la burguesía nacional puede romper todos sus lazos con el imperialismo y dirigir una lucha victoriosa contra la opresión extranjera y que ellos deben tomar el poder por la simple razón de que los trotskistas nos negamos a posponer la revolución socialista, la dirección de la revolución democrático burguesa quedará sin dudas en manos de la burguesía y la derrota será inevitable. Y el responsable político de la derrota será Germain, así como el responsable teórico será su revisionismo de la teoría de la revolución permanente.

Todo intento de asentar la dictadura del proletariado en los países atrasados sobre las tareas socialistas de la revolución, saliéndose de la revolución democrático burguesa, liquidará cualquier posibilidad de triunfo de la clase obrera.

Germain revisa la concepción marxista de los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas

Ya hemos visto que para Germain la burguesía nacional y el imperialismo juegan un papel relativamente progresivo en la lucha contra la “opresión extranjera”; la primera es capaz de liberar al país atrasado, el segundo es capaz de permitirlo. Como ocurre muy comúnmente a quienes sostienen posiciones oportunistas, Germain (que llegó a ellas a través del más crudo revisionismo) pasa a una posición sectaria (e igualmente revisionista) en relación a los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas. Supone que estos movimientos son, en general, reaccionarios, no progresivos. La conclusión política es obvia: salvo excepciones, no hay que apoyarlos. Para demostrar sus tesis, se vale de tres argumentos y una serie de citas.

Primer argumento: el nacionalismo ha dejado de ser una ideología progresiva; se ha vuelto reaccionaria y la única ideología progresiva en la época imperialista es el internacionalis mo proletario. Para llegar a esta conclusión, empieza por explicarnos que el nacionalismo fue progresivo en los siglos XVI, XVII y XVIII:

“... en el periodo clásico de la revolución democrático burguesa de la era preindustrial, cuando la burguesía fue una clase históricamente revolucionaria. Fue una poderosa arma ideológica y política en contra de las dos fuerzas sociales reaccionarias: las fuerzas regionales particulares, feudal o semifeudal, que se resistían a su integración en naciones modernas y los monarcas absolutos nativos o extranjeros”, etc.

“Con la época imperialista el nacionalismo como una regla se vuelve reaccionario, aunque sea ‘puramente’ burgués o pequeño burgués en su carácter. La idea universal de la organización independiente de la clase trabajadora, de los fines autónomos de clase perseguidos por el proletariado y el campesinado pobre en la lucha de clases, de la solidaridad internacional de clase de los trabajadores de todos los países y de todas las nacionalidades, se opone a la idea de la solidaridad nacional o la de comunidad nacional de intereses”. [337]

Creemos que aquí está la explicación de que los camaradas de la mayoría, en el documento sobre Europa, no plantearan el apoyo a la lucha de las guerrillas en las colonias portuguesas. Su razonamiento debe de haber sido que, pese a que se trataba de una lucha antiimperialista, su ideología era reaccionaria por nacionalista. Sin embargo, los camaradas de la mayoría han dado su más caluroso aplauso a los Tupamaros en el Uruguay, y al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. ¿Acaso no tenían una ideología nacionalista?

Los camaradas, si fueran consecuentes, deberían decir que Fidel Castro y los Tupamaros tenían una ideología reaccionaria. Esta flagrante contradicción teórica, proviene de la falta de criterio para juzgar a los movimientos. Si hicieran lo que hacemos nosotros —juzgarlos por el papel objetivo que cumplen en la lucha de clases a escala nacional e internacional en un momento dado— podrían tener una política consecuente y un análisis teórico acertado.

Para el análisis marxista, el nacionalismo que devino reaccionario es el de los países adelantados, porque es un nacionalismo imperialista. En cambio, el nacionalismo de los países atrasados sigue teniendo, pero acrecentadas, las virtudes del nacionalismo europeo de los siglos XVI, XVII y XVIII.

Germain cree que hay una contradicción absoluta entre el internacionalismo proletario y el nacionalismo en general, incluido el de los países atrasados, dominados por el imperialismo. Y, como fenomenólogo que es, plantea el problema como un problema “ideológico”. Pero el nacionalismo, como toda ideología, tiene un contenido de clase y sigue los vaivenes de la lucha de clases. Los marxistas lo definimos como ideología de tal movimiento o sector social en tal etapa de la lucha de clases, y no como ideología “en sí”. El nacionalismo de los grandes países imperialistas es reaccionario porque promueve la explotación de los países atrasados. Pero es precisamente contra el imperialismo (y el nacionalismo imperialista) que surgen en los países atrasados movimientos con ideologías nacionalistas o democráticas. ¿Es cierto que esos movimientos y sus ideologías son reaccionarias en general? ¿Puede ser reaccionaria la ideología y progresivo el movimiento? ¿Es igualmente reaccionaria la ideología nacionalista de un movimiento nacionalista de un país atrasado y la ideología nacionalista del imperialismo?

Para Germain debe de ser así, por cuanto no hace absolutamente ninguna distinción entre el nacionalismo antiimperialista en un país atrasado y el nacionalismo proimperialista en uno adelantado. Sin embargo, los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas son progresivos en la medida en que van contra el imperialismo, y sus ideologías nacionalistas son contradictorias, vale decir son progresivas en la misma medida.

La relación entre la ideología nacionalista y el internacionalismo proletario es la misma y está determinada por la relación entre el movimiento nacionalista y el partido revolucionario. Una vez más, las ideologías no establecen relaciones entre sí, como ideologías “en sí”, sino que sus relaciones se ba san en las relaciones objetivas, es decir en las relaciones entre los movimientos sociales que ellas reflejan.

Bajo el imperialismo surgen, además del movimiento obrero, todo tipo de movimientos y sectores sociales que son objetiva y momentáneamente progresivos, revolucionarios (lucha contra la legislación represiva, libertad de los presos, contra la dominación imperialista, por el derecho al voto o al aborto, por la revolución agraria). Estos movimientos no proletarios tienen, lógicamente, ideologías no proletarias, pero no dejan por ello de ser progresivos. Sus ideologías reflejan el carácter del movimiento que las sustenta.

Siempre el factor determinante es el factor social de la lucha de clases, no el ideológico. El movimiento campesino, por ejemplo, está frecuentemente a favor del reparto de las tierras. Esta es una ideología pequeñoburguesa pero, en la medida en que va contra los terratenientes, es progresiva. Sin embargo, cuando el movimiento campesino se aferré al reparto de tierras, oponiéndolo a la nacionalización socialista, el movimiento se transformará en reaccionario, y este carácter se trasladará a su ideología. Una situación parecida puede darse en el caso de un movimiento feminista: que tenga una falsa ideología feminista no quiere decir que no sea progresivo en la medida en que movilice a amplios sectores de mujeres contra el capitalismo. Y lo mismo ocurre con los movimientos de las nacionalidades oprimidas, cuya ideología en determinado momento es progresiva, pese a que no es proletaria.

Nuestro partido mundial y nuestras secciones nacionales, en tanto que representantes de los intereses históricos de la clase obrera, tienen una política en relación a los movimientos nacionalistas: ligarse íntimamente a ellos, formar frentes con ellos, pero sin perder ni por un instante la independencia política. Esta política la tenemos justamente por ser representantes de los intereses históricos de la clase obrera, que en esta etapa se sintetizan en uno solo: el de la destrucción del sistema imperialista mundial. Para destruirlo, golpeamos juntos con cualquier movimiento o sector social que esté dispuesto a hacerlo.

Esta relación de nuestro partido y de nuestra clase con los movimientos nacionalistas es la que determina la relación de nuestra ideología con la ideología de dichos movimientos: van juntas en todos los aspectos de la ideología nacionalista burguesa o pequeño burguesa que enfrentan a la ideología nacionalista del imperialismo. Pero el internacionalismo proletario, como ideología, no se deja penetrar; se mantiene estrictamente independiente de los aspectos reaccionarios del nacionalismo burgués o pequeñoburgués.

Vista de esta forma objetiva, basada en la lucha de clases, y no en ideologías “en sí”, la afirmación de Germain de que “fines autónomos de clase perseguidos por el proletariado y el campesinado pobre” se oponen a la “solidaridad nacional o comunidad nacional de intereses” en los países atrasados, significa lo mismo que decir que hay un antagonismo insoluble entre la revolución democrático burguesa de los países atrasados y la revolución socialista internacional, cuando lo que ocurre en realidad es que hay una relación íntima entre ambas tareas.

Esto mismo ocurre entre el internacionalismo proletario y el nacionalismo de las naciones oprimidas. El internacionalismo proletario tiene una razón objetiva para su existencia: nació como una respuesta necesaria del movimiento obrero a la existencia del sistema capitalista mundial. Hoy en día ese sistema capitalista mundial tiene su máxima expresión en el sistema imperialista, y esa es la base objetiva actual del internacionalismo proletario.

El nacionalismo de las naciones oprimidas lucha contra el mismo enemigo. No entendemos por qué, entonces, el nacionalismo era progresivo en el siglo XVIII, cuando enfrentaba a los señores feudales y a las monarquías absolutas, y ha dejado de ser progresivo ahora, cuando enfrenta en los países atrasados a un enemigo mucho más fuerte y peligroso, al principal enemigo del proletariado internacional que es el imperialismo. Con el mismo criterio, todos los movimientos progresivos de tipo democrático de los siglos anteriores han dejado de ser progresivos. Ya lo vemos a Germain diciendo que, como el imperialismo se volvió ultramontano y quiere imponer la enseñanza religiosa en las escuelas, el movimiento por la enseñanza laica ha dejado de ser progresivo. Para nosotros, en cambio, un movimiento por la enseñanza laica, en los países en donde hay enseñanza religiosa, es progresivo, lo dirija quien lo dirija y enfrente a quien enfrente. Si hace un siglo enfrentaba a la reacción terrateniente y hoy enfrenta a la reacción imperialista, hoy es tanto o más progresivo que antes.

Los movimientos se definen por sus objetivos históricos y por los enemigos a los que enfrentan. Los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas son progresivos porque se plantean un objetivo histórico progresivo —la liberación nacional— y enfrentan al más reaccionario de los enemigos: el imperialismo.

Segundo argumento: podemos apoyar, como excepción, a los movimientos nacionalistas que no tienen elementos burgueses o pequeñoburgueses en su dirección; a los que sí los tienen no debemos darles ningún apoyo.

“Esta oposición de Lenin al nacionalismo —dice Germain— no es un principio abstracto y formal, sino que arranca, como Lenin lo indica, de una ‘clara noción de las circunstancias históricas y económicas’. Esa es la razón por la cual pueden haber algunas excepciones a la ley basadas sobre ‘condiciones históricas y económicas’ excepcionales, en aquellas nacionalidades oprimidas que no tienen su propia clase dominante, o que tienen solamente un embrión de burguesía que, en la situación dada y por venir, esté excluido que dicho embrión pueda actualmente volverse una clase dominante sin una completa desintegración de la estructura imperialista. Los mejores ejemplos de tales excepciones son las nacionalidades negra y chicana dentro de los EE.UU. ... Pero es claro que, el Québec, Cataluña, el país Vasco, India, Ceylán o las naciones árabes no pueden ser clasificados como excepcionales. Todas estas naciones tienen su propia clase burguesa. Muchas de ellas, igualmente, tienen sus propios estados semicoloniales. Apoyar al nacionalismo dentro de esas nacionalidades, bajo el pretexto de apoyar las luchas antiimperialistas, o igualmente, de defender la doctrina de que el ‘nacionalismo consecuente’ puede automáticamente dirigir la lucha hacia la dictadura del proletariado, es perder la ‘clara noción de las circunstancias históricas y económicas’, es perder de vista la estructura de clase, las definiciones de clase y los conflictos irreconciliables de clase dentro de esas naciones, a las que la opresión nacional y la explotación económica del imperialismo no eliminan, sino, en cierto sentido, aún la incrementan; comparado con lo que ocurre en las naciones no oprimidas”. [338]

De esta manera, Germain clasifica a los movimientos por la mayor o menor importancia de la intervención de los elementos burgueses en ellos, y no por su carácter masivo y la lucha que lleven a cabo contra el imperialismo en determinado momento. De la misma manera podría clasificar cualquier otra lucha del movimiento de masas, y llegar a la conclusión, por ejemplo, de que apoyaremos solamente a los sindicatos o partidos obreros que tienen direcciones revolucionarias, o a los movimientos democráticos que tienen dirección obrera.

Nosotros, en cambio, opinamos que, sin dejar de criticar y de diferenciarnos de sus direcciones, se debe apoyar a toda lucha obrera democrática que vaya objetivamente contra la burguesía, que sea progresiva, cualquiera que sea su dirección.

El mismo criterio debemos seguir con respecto a todo el movimiento nacionalista. Si objetivamente ya contra el imperialismo, debemos apoyarlo, lo dirija quien lo dirija, atacando y diferenciándonos de las inevitables vacilaciones y traiciones de la burguesía y la pequeña burguesía. Y lo mismo debemos hacer ante cualquier movimiento que plantee reivindicaciones progresivas (por la libertad de los presos políticos, el aborto, la igualdad de la mujer), intervenga quien intervenga en él, y cualquiera que sea el sector que lo dirija en ese momento.

Tercer argumento: no es lo mismo la lucha por la autodeterminación nacional y los movimientos nacionalistas: hay que hacer entre ambos una clara distinción: “Los sectarios y los. oportunistas —dice Germain— fallan por igual en hacer esta distinción básica entre la lucha por la autodeterminación nacional y la ideología nacionalista. Los sectarios se niegan a apoyar las luchas por la autodeterminación con el pretexto de que sus dirigentes, la ideología aún prevaleciente entre esos luchadores, es el nacionalismo. Los oportunistas se niegan a combatir las ideo logías nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas bajo el pretexto de que la lucha por la autodeterminación nacional, en la cual esta ideología predomina, es progresiva... La posición correcta marxista leninista es combinar el pleno apoyo total a la lucha por la autodeterminación nacional de las masas incluyendo demandas concretas que expresan este derecho en los campos político, cultural y lingüístico, con la lucha contra el nacionalismo burgués y pequeñoburgués”. [339]

Hay varias cosas incomprensibles en este argumento. La primera es por qué Germain se limita a las “demandas concretas políticas, culturales y lingüísticas”. ¿Acaso no hay un campo económico de lucha por la autodeterminación nacional? ¿La expropiación sin pago de las empresas imperialistas, no es la máxima expresión de la lucha por la autodeterminación nacional (como lo enseñó Trotsky en relación al petróleo mexicano)? La segunda cuestión es la afirmación de que la “ideología dominante entre los luchadores por la autodeterminación nacional” es el nacionalismo burgués y pequeñoburgués. Si con esto Germain nos quiere decir que las masas se movilizan tras una dirección burguesa o pequeñoburguesa, y nosotros debemos luchar para que sea la clase obrera la que tome la dirección, estamos totalmente de acuerdo. Pero si de ahí deduce que su sentimiento nacionalista es reaccionario y tenemos que chocar frontalmente con él, oponiéndole el internacionalismo proletario, estamos totalmente en desacuerdo.

El sentimiento nacionalista de las masas es contradictorio: en tanto que es nacionalista, es progresivo; en tanto que deposita confianza en los explotadores nacionales, es reaccionario. Y además de ser reaccionario, no es consecuentemente nacionalista, porque la burguesía y la pequeña burguesía nacionales son incapaces de llevar hasta el final la liberación nacional de un país atrasado con respecto al imperialismo.

¿Por qué tenemos que rechazar en bloque este sentimiento contradictorio? Si desarrollamos el aspecto positivo de este sentimiento (el nacionalismo) hasta el final, hasta el nacionalismo consecuente, ¿no quedarán al descubierto las vacilaciones y traiciones de la dirección burguesa? ¿Que tiene de reaccionario el sentimiento nacionalista consecuentemente antiimperialista? ¿Qué otra manera propone Germain para liquidar la influencia ideológica y la dirección burguesas de los movimientos nacionalistas? ¿Acaso la propaganda general sobre el internacionalismo proletario y el contenido reaccionario de la ideología nacionalista burguesa?

Todas estas preguntas quedan sin respuesta, porque Germain hace una separación absoluta entre las luchas antiimperialistas y el nacionalismo, cuando en la realidad están íntimamente ligados: el nacionalismo es la expresión ideológica de las luchas antiimperialistas.

Dejamos de lado para no crear otro eje de discusión, el problema de que en última instancia Germain propone que usemos fundamentalmente consignas negativas. Es decir, que caigamos en los famosos “anti” que, según Trotsky, caracterizan a los oportunistas. Nosotros estamos por las consignas positivas (nacionalismo en lugar de antiimperialismo) que caracterizaron al bolchevismo.

Una escandalosa falsificación

Germain apela a la autoridad de Lenin y Trotsky para apoyar sus argumentos y su conclusión de que, salvo excepciones, no debemos apoyar al nacionalismo de las nacionalidades oprimidas. Dice que “Lenin tiene completamente la misma posición [que Germain]” y agrega: “Y en su mayor contribución final al problema, que tiene valor programático, sus ‘tesis sobre la cuestión nacional y colonial’ escritas para el Segundo Congreso de la Comintern, leemos el siguiente pasaje esclarecedor. [340] Ese “pasaje esclarecedor” de que habla Germain, constituye uno de los más escandalosos fraudes de que tengamos memoria.

En el Segundo Congreso de la III Internacional hubo una discusión sobre la cuestión nacional y colonial entre Lenin y el delegado de la India, Roy, que culminó en la votación de un documento “Tesis y adiciones... “ donde se incluían tanto algunas de las posiciones iniciales de Lenin como las de Roy. En las Obras Completas de Lenin figura el documento con las posiciones específicas de Lenin, bastante distintas a las de Roy. He aquí la cita que transcribe Germain:

“El Partido Comunista, intérprete consciente del proletariado en lucha contra el yugo de la burguesía, no debe considerar como clave esencial de la cuestión nacional a los principios abstractos y formales, sino: 1) una noción clara de las circunstancias históricas y económicas, 2) la disociación precisa entre los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, los explotados, en relación a la concepción general de los así llamados intereses nacionales, que representan en realidad los de las clases dominantes; 3) a diferencia de la hipocresía burguesa y democrática, que disimula cuidadosamente la esclavización (propia de la época del capital financiero, del imperialismo) de la inmensa mayoría de las poblaciones del globo por parte de una minoría de países imperialistas ricos, por su potencia colonizante y financiera, la división tan neta y precisa que existe entre las naciones oprimidas, dependientes, colonizadas y las opresoras, explotadoras, que gozan de todos los derechos.”

“... es la práctica habitual no sólo de los partidos del centro de la Segunda Internacional, sino también de aquellos que la han abandonado, para reconocer el internacionalismo en las palabras y sustituirlo, en la realidad, en la propaganda, en la agitación y en la práctica, por el nacionalismo y el pacifismo de los pequeñoburgueses. Eso se ve también ahora entre los partidos que se llaman a sí mismos Comunistas... El nacionalismo pequeñoburgués restringe el internacionalismo al reconocimiento del principio de la igualdad de las naciones y (sin insistir por adelantado sobre su carácter puramente verbal) conserva intacto el egoísmo nacional...”

“... en los países oprimidos existen dos movimientos que, cada día, se separan más: el primero es el movimiento burgués democrático nacionalista, que tiene un programa de independencia política y de orden burgués, el otro es el de los campesinos y los obreros ignorantes y pobres, por su emancipación de todo tipo de explotación.

“El primero trata de dirigir al segundo y en cierta medida lo ha logrado. Pero la Internacional Comunista y los partidos adherentes deben combatir esta tendencia y retornar a desarrollar los sentimientos de clase independientes entre las masas obreras de las colonias.”

La mentira de Germain consiste en lo siguiente: los dos primeros parágrafos de la cita son de Lenin, los dos últimos (que aparecen como de Lenin) son de Roy, el delegado de La India. Además, los dos de Lenin son efectivamente de las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial”, pero los de Roy son de otra resolución— las “Tesis suplementarias”— que Lenin no escribió. Por si esto fuera poco, para obtener su “pasaje esclarecedor” Germain salta de la Tesis No. 2 a la No. 10, sin aclarar que se había cambiado completamente de tema, ya que en esta última se estaba hablando de los partidos y corrientes que rompieron con la socialdemocracia, fundamentalmente en los países imperialistas.

Veamos, ahora sí, qué es lo que dice Lenin:

“Primero: que todos los partidos comunistas deben ayudar al. movimiento de liberatión democráticoburgués en esos países, y que el deber de prestar la ayuda más activa descansa, en primer término, en los obreros del país del cual la nación atrasada es colonial o financieramente dependiente.” [341]

Pero el compañero Germain no sólo cambia las citas, sino que olvida precisar que hubo toda una discusión entre Roy y Lenin. En ella, Roy era quien tenía la posición más ultraizquierdista y Lenin la más favorable a la burguesía nacional. Así es como Lenin resume esas discusiones en sus Obras Completas diciendo que:

“... hemos discutido acerca de si sería correcto, desde el punto de vista de los principios y desde el punto de vista teórico, afirmar que la Internacional Comunista y los Partidos Comunistas deben apoyar o no al movimiento democrático burgués en los países atrasados; después de esta discusión, hemos acordado por unanimidad hablar del movimiento nacional revolucionario en vez de movimiento democrático burgués.” [342]

Este cambio en la definición de los movimientos nacionalistas tiene que ver con el carácter de estos movimientos (reformistas o revolucionarios), y no, como parece interpretar Germain, con la clase que los dirija. Por otra parte, fue una salida conciliatoria, una concesión de Lenin a Roy. Y esto se demuestra en el hecho de que Lenin decía, en el mismo momento, que los dos grandes movimientos mundiales que enfrentaban al imperialismo eran “los movimientos soviéticos de los obreros de los países adelantados y, por otro lado, todos los movimientos de liberación nacional de las colonias y las nacionalidades oprimidas”.

Esta posición de Lenin fue desarrollada mucho más por el IV Congreso de la Internacional Comunista, en la famosa Tesis sobre Oriente.

Allí se dice categóricamente: “Consciente de que en diversas condiciones históricas los elementos más variados pueden ser los portavoces de la autonomía política, la Internacional Comunista apoya todo movimiento nacional revolucionario dirigido contra el imperialismo [... ]. También es indispensable forzar a los partidos burgueses nacionalistas a adoptar la mayor parte posible de ese programa agrario revolucionario [... ]. La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la ‘defensa’ exclusiva de los intereses de clase es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente.” [343]

Es evidente que, para Lenin, quién es el que dirige el movimiento es lo secundario; lo importante es si lucha contra el imperialismo. Si es así, “sostenemos todo movimiento nacionalista”, aunque lo dirijan los feudales, no ya la burguesía nacional. Nosotros coincidimos con Lenin en apoyar a todo movimiento que luche contra el imperialismo; y no apoyamos los movimientos nacionalistas que se apoyan en él, como el sionismo. Para Germain, no debemos actuar así: a los movimientos nacionalistas los apoyamos en el caso excepcional de que no intervengan en ellos la burguesía y las pequeñas burguesías nacionales. Si intervienen, ¡no los apoyamos! Y el pretexto que da para sostener esta política son los “objetivos autónomos de clase”, algo muy parecido a la “defensa exclusiva de los intereses de clase” que Lenin denunciaba como “oportunismo de la peor especie”.

Trotsky, heredero de las enseñanzas de Lenin, aclara aún más el criterio leninista, al apoyar al movimiento nacionalista, sea cual fuera su dirección: directamente elimina de su línea política el agregado de “revolucionarios” que hizo Roy a los movimientos nacionalistas y consideraba la ideología de Sun Yat-sen progresiva porque era nacionalista. Veamos lo que decía Trotsky:

“[... ] el movimiento nacional en Oriente constituye un factor progresivo en la historia mundial. La lucha por la independencia de la India es un movimiento sumamente progresivo, pero todos sabemos que, al mismo tiempo, es una lucha que persigue fines nacionalistas burgueses estrictamente limitados. La lucha por la liberación de China, la ideología de Sun Yat-sen, constituyen una lucha democrática con una ideología progresiva, pero sin embargo bur-guesa. Nosotros aprobamos el apoyo comunista al Kuomintang en China, al que procuramos radicalizar.” [344]

“Tenemos ante nosotros el espectáculo de Turquía aboliendo el califato y de MacDonald restaurándolo. ¿No es éste un ejemplo contundente del menchevismo contrarrevolucionario de Occidente y del democratismo progresista y nacionalista burgués de Oriente? Hoy en día, Afganistán es escenario de acontecimientos realmente dramáticos: allí, la Inglaterra de Ramsay MacDonald está luchando contra el ala nacionalista burguesa de izquierda, que busca la europeización de un Afganistán independiente. Inglaterra se propone colocar en el poder de ese país a los elementos más ignorantes y reaccionarios, imbuidos de los peores prejuicios del panislamismo, del califato, etcétera. Una apreciación correcta de estas dos fuerzas en conflicto les permitirá comprender por qué el Oriente se acercará cada vez más hacia nosotros, hacia la Unión Soviética y la Tercera Internacional.” [345]

La posición de Trotsky con respecto a los movimientos nacionales burgueses y pequeñoburgueses latinoamericanos reafirma lo anterior. Es de simpatía hacia Cárdenas y hacia el APRA peruano. Esta posición se concreta en la siguiente resolución de nuestra Internacional:

“En la lucha contra el imperialismo extranjero en Méjico, la dirección de la LCI (grupo Galicia), en vez de poner todo el énfasis de su agitación en la lucha contra los bandidos norteamericanos y británicos, enfatizaron más aún el régimen nacional-burgués de Cárdenas, atacándolo de una manera tendenciosa, sectaria, y dadas las circunstancias, objetivamente reaccionaria.” [346]

Germain revisa a Trotsky y al marxismo, pero no sólo en el terreno de la concepción general; también lo hace en los casos concretos que utiliza como ejemplos. Según el compañero Germain, el trotskismo está contra el nacionalismo catalán, porque es un movimiento donde participa la burguesía. Veamos qué dijo Trotsky sobre el movimiento nacionalista catalán.

“Ya he afirmado que en el actual estadio de la revolución, el nacionalismo pequeñoburgués catalán es un factor progresivo, pero con una condición: que desarrolle su actividad fuera de las filas comunistas y que pueda estar siempre bajo la crítica de éstos.”

“Dada la combinación presente de fuerzas de clase, el nacionalismo catalán es un factor revolucionario progresista en la fase actual. El nacionalismo español es un factor imperialista reaccionario. El comunista español que no comprenda esta distinción, que la ignore, que no la valore en primer plano, que, por el contrario, se esfuerce por minimizar su importancia, corre el peligro de convertirse en agente inconsciente de la burguesía española, y de estar perdido para siempre para la causa de la revolución proletaria... Una política distinta equivaldría a sostener el nacionalismo reaccionario de la burguesía imperialista que es dueña del país, en contra del nacionalismo revolucionario-democrático de la pequeña burguesía de una nacionalidad oprimida”. [347]

Sigamos ahora con el problema negro en Estados Unidos. Para Germain es una excepción, dado que se trata de un nacionalismo al que hay que apoyar porque proviene de una nacionalidad oprimida donde no hay burguesía. La Internacional Comunista, en cambio, considera el problema negro de Estados Unidos como parte del movimiento negro mundial, y no como una excepción limitada a ese país. Para la Internacional Comunista, los negros norteamericanos deben ser la vanguardia de la lucha mundial de los negros de África y Centroamérica.

“Por eso el 4°. Congreso declara que todos los comunistas deben aplicar especialmente al problema negro las ‘tesis sobre la cuestión colonial’.

“6. a) El 4°. Congreso reconoce la necesidad de mantener toda forma del movimiento negro que tenga por objetivo socavar y debilitar al capitalismo o al imperialismo, o detener su penetración.” [348]

Como vemos, para la Internacional Comunista el movimiento negro es uno solo en todas partes del mundo; y en todas partes, no sólo en Estados Unidos, hay que apoyarlo, lo dirija quien lo dirija, siempre que “tenga por fin sabotear o debilitar al imperialismo o detener su penetración”. Por lo tanto, cuando Germain dice que sólo debemos apoyar a la excepción que es el movimiento negro de Estados Unidos está cometiendo un error; intenta dividir el movimiento nacionalista mundial negro, separando de él al norteamericano.

Esta discusión es muy importante en relación con los obreros inmigrantes, ya que ellos son, en muchos casos, una parte de la revolución colonial enquistada en los propios países imperialistas. En otros casos, son la expresión de una nacionalidad oprimida. Esto último ni siquiera es sospechado por los autores del documento europeo de la mayoría. Por el contrario, confunden nacionalidad oprimida con nación.

La independencia de clase

Apenas ahora, que hemos definido objetivamente nuestra política hacia los movimientos nacionalistas, podemos entrar en el problema subjetivo, es decir en el problema de la dirección. Que apoyemos a los movimientos nacionalistas, cualquiera sea su dirección, con la única condición de que vayan contra el imperialismo, no significa que nos confundamos con la dirección burguesa o pequeñoburguesa de esos movimientos. De la misma manera que cuando apoyamos a un movimiento sindical que lucha contra la burguesía, no nos confundimos con su dirección burocrática, ni diluimos a nuestro partido en los sindicatos. Mantenemos nuestra independencia de clase, lo que quiere decir que imponemos una separación tajante entre esas direcciones y nosotros, y entre nuestra clase y nuestro partido y esos movimientos. Esto nos permite apoyar al movimiento nacionalista cuando va contra el imperialismo y, al mismo tiempo, llevar una crítica implacable contra sus direcciones y sus limitaciones.

¿Cómo realizamos esta diferenciación? Por un lado, manteniendo a muerte nuestra defensa e impulso de las luchas obreras por sus intereses específicos, y denunciando a las direcciones burguesas porque pretenden utilizar al movimiento obrero para enfrentar al imperialismo, pero, simultáneamente, lo siguen explotando. Por otro lado, y esto es lo fundamental, planteando al movimiento obrero que exija a esas direcciones una lucha y medidas consecuentemente antiimperialistas (que nosotros sabemos que son incapaces de llevar adelante), como forma de ir desprestigiándolas frente a los trabajadores e ir planteando la necesidad de que sea la propia clase obrera la que tome la dirección del movimiento nacionalista. Finalmente, oponiéndonos en forma terminante a que el movimiento obrero ponga sus organizaciones (sindicales y políticas) bajo la disciplina de la dirección burguesa e insistiendo hasta el cansancio en la necesidad de una organización y una política independiente de los trabajadores.

Pero todo esto no es ninguna novedad: es lo mismo que hacemos frente a todo movimiento progresivo, por ejemplo, el movimiento contra la guerra en Vietnam dentro de Estados Unidos. Apoyamos el movimiento contra la guerra, sin perder la independencia de nuestro partido, y sin dejar de atacar ni un solo minuto a las direcciones oportunistas o liberal-burguesas. Lo único que no podemos hacer es decir que no lo apoyamos porque es un movimiento democrático donde intervienen (y en un momento lo dirigieron) los burgueses liberales y los reformistas.

Apoyo a los movimientos progresivos, con total independencia para criticar al movimiento y a sus direcciones, sí; confusión y pérdida de nuestro partido dentro del movimiento, no. Esta es la esencia de la política leninista y trotskista.

Germain nos propone otra: aunque enfrenten al imperialismo, no debemos apoyar a los movimientos nacionalistas si en ellos intervienen sectores burgueses o pequeñoburgueses. Y este revisionismo germainista nos lleva a un peligro gravísimo; que nos confundamos, por nuestra política, con la propia burguesía imperialista. Esta se cuidará muy bien de apoyar a los movimientos nacionalistas que vayan en contra suyo, por el contrario, los atacará. Y Germain... no les dará su apoyo. Ante las masas ¿cuál es la diferencia?



 

[287] Mandel, Ernest: Tratado de economía marxista, Ediciones ERA, T. 2, p. 138

[288] Idem, p. 7.

[289] Mandel, Ernest: Teoría leninista de la organización, ob. cit. p. 60.

[290] Idem.

[291] Mandel, Ernest: “El debate sobre el control obrero”, en Internation Socialist Review, mayo de 1969, p. 5.

[292] “Tesis sobre táctica. Tercer Congreso de la Internacional Comunista”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit., segunda parte, p. 45.

[293] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 7.

[294] Trotsky, León: “Sobre las propuestas del SAP”, diciembre de 1934, en Escritos, ob. cit., T. VI, vol. 1, p. 172.

[295] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición ob cit., p. 85.

[296] Trotsky, León: “El ILP y la nueva Internacional”, 4 de septiembre de 1933, en Escritos, T. VII, vol. 1, p. 30.

[297] Trotsky, León: “Un programa de acción para Francia” junio de 1934, en Escritos, ob. cit., T. VI, vol. l, p. 30.

[298] Ce que veut la Ligue Comuniste, publicación de la LC francesa, PP. 14-15.

[299] Mandel Ernest: “The debate on worker’s control”, en International Socialist Review, ob. cit., mayo-junio de 1969, p. 5.

[300] Mandel, Ernest: “Workers under neo capitalism”, en International Socialist Review, noviembre-diciembre de 1968, p. 12.

[301] Idem.

[302] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 12.

[303] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 94.

[304] Idem. p. 94.

[305] Trotsky, León: Una vez más, ¿Adonde va Francia?”, en ¿Adonde va Francia?, ob. cit., p. 65.

[306] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, ob. cit., p. 54.

[307] Trotsky, León: “Una vez más, ¿Adonde va Francia?”, en ¿Adonde Francia?, ob. cit., p. 64.

[308] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 11.

[309] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 137.

[310] Trotsky, León: “Una vez más, ¿Adonde va Francia?”, en ¿Adonde va Francia?, ob. cit., pp. 67-68.

[311] Trotsky, León: “Tres concepciones de la revolución rusa”, agosto 1939, en Escritos, ob. cit., T. XI, vol. 1, p. 95.

[312] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 172.

[313] Germain. Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, p. 84.

[314] Idem.

[315] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., pp. 215 y 216.

[316] Idem. pp. 52, 54 y 56.

[317] Trotsky, León: “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, mayo de 1940, en Escritos, T. XI, vol. 2, pp. 278-279.

[318] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 85.

[319] “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit.

[320] Trotsky, León: “En vísperas de la Segunda Guerra Mundial”, 23 de Julio de 1939, en Escritos, ob. cit., T. XI, vol. 1, p. 25.

[321] Trotsky, León: “El fascismo y las consignas democráticas”, 14 de julio de 1933, en Escritos, ob. cit., T. IV, vol. 2, pp. 443

[322] Idem, p. 448.

[323] Trotsky, León: “El desarrollo desigual y combinado y el papel del imperialismo yanqui”, 4 de marzo de 1933, en Escritos, ob. cit., T. IV, vol. 1, pp. 176-177.

[324] Idem, p. 78.

[325] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 73.

[326] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 215.

[327] “Tesis sobre el rol mundial del imperialismo norteamericano” del Congreso de Fundación de la Cuarta Internacional, de septiembre de 1938, en Sobre la liberación nacional, Pluma, Bogotá-Buenos Aires, 1976, p. 181.

[328] Trotsky, León: “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución mundial”, mayo de 1940, en Escritos, ob. cit., T. XI, vol. 2, p. 278.

[329] Trotsky, León: La segunda revolución china, Pluma, Bogotá-Buenos Aires, 1976, p. 190.

[330] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 188.

[331] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 73.

[332] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 37.

[333] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 188.

[334] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 73.

[335] Idem, p. 76. 436

[336] Idem, p. 75.

[337] Idem, p. 80.

[338] Idem, p. 83, 446

[339] Idem, p. 80.

[340] Idem. p. 81.

[341] Lenin, V. I.: Obras Completas, ob. cit., T. XXXIII, p. 296.

[342] Idem.

[343] “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit., segunda parte, pp. 226, 227 y 230.

[344] Trotsky, León: “Perspectivas y tareas en el Lejano Oriente”, en Segunda revolución china, ob. cit., p. 18.

[345] Idem, p. 21.

[346] “On the Mexican question”, en Documents of the Fourth International , Pathfinder Press, Nueva York, 1973, p. 273.

[347] Trotsky, León: “La cuestión nacional en Cataluña”, carta al Secretariado Internacional, 13 de julio de 1931, y “Carta a los camaradas de Madrid”, del 17 de mayo de 1931, en La revolución española, ob. cit., pp. 187 y 124-125 respectivamente.

[348] “Tesis sobre la cuestión negra del cuarto congreso de la Internacional Comunista”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista., ob. cit., segunda parte, p. 250.

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