28 de enero de 1970
La cita con el Monje Loco ha llegado. La campana de la capilla negra suena lúgubremente... En la cripta conventual se escuchan sus horribles carcajadas. ¡Nadie sabe!... ¡Nadie supo! La espantosa verdad sobre la segunda parte del caso de "LA CABEZA DE LA BRUJA", capítulo que se llama "LA CASA DIABÓLICA". Recuerdo al hombre joven que entró en la casa de Andrés Moreaux a robar... ¡Y descubrió, en lugar de tesoros, una horrible cabeza cercenada!... ¡Era la cabeza de una bruja! Y por artes diabólicas, le sorbió la vida, convirtiéndolo en un viejo prematuro... La doctora Isabel Landau no creyó a su criado, cuando éste le dijo que aquello era cosa de brujería. ¡Y esa misma noche ella vio en su ventana el rostro de un demonio!...

Isabel lanzó un grito de desesperación. Fue un pantallazo instantáneo. Al segundo la horrible visión había desaparecido. A su llamada acudió Antonia, la vieja criada y esposa del mozo y jardinero Daniel Perret. Finalmente, culparon al cansancio y al trabajo de la espeluznante aparición. Segundos después hizo su entrada el sargento de la policía. Dadas las explicaciones del caso, el oficial se disponía a seguir con su rutina cuando un alarido desgarrador sacudió la noche. Todos corrieron al lugar señalado, pero en el sitio solo existía la desolación. Extrañamente en el suelo tirado en un rincón había un sombrero, el que todos reconocieron como perteneciente a Ramón, el carpintero. Isabel se sobresaltó. Estaban todos parados frente a la casa de Andrés Mureaux. La casa se veía amenazante a la luz de la luna. Pasaron un par de días y Ramón no fue hallado. Esa tarde un nuevo cadáver ingresó al centro médico. Al igual que el caso anterior, se trataba de un anciano con las mismas características del occiso anterior. Una persona más bien joven encerrada en el cuerpo de un octogenario. Sangre muerta desprovista de glóbulos rojos. Al morir un ser humano, las células de la sangre quedan vivas y solo por falta de oxígeno van muriendo. Y en estos dos últimos casos, la normalidad brillaba por su ausencia. Científicamente se comprobó que el cuerpo pertenecía a Ramón. Al día siguiente se hizo efectiva la sepultación. Jovita, su esposa, regresó a casa destrozada. Tan concentrada estaba que no advirtió la presencia de un ser extraño, quien luego de golpearla salvajemente la arrastró amparado en la oscuridad hasta la casona de Andrés. Al poco tiempo, la infortunada mujer se hallaba frente a la bruja de la cabeza cercenada. La idea no era arrebatarle la vida, sino robar su voluntad para convertirla en esclava de la arpía. Mientras se efectuaba el infame lavado de cerebro, Andrés Mureaux recordó: “Se vio trasladado al tiempo de la revolución francesa, cuando él mismo vendió su alma a Griselle, esa presunta bruja que estaba condenada a la decapitación. El plan era, una vez ejecutado el castigo, recuperar la cabeza y trasladarla a un lugar secreto. Luego, darle a beber una pócima, cuya receta había sido preparada personalmente por la hechicera. Todo resultó como se ideó. La cabeza recuperó una pavorosa vida. Lo que el hombre ignoraba era que, desde ese momento, su vida había quedado atada a la suya. Su primera prueba le reveló una verdad espantosamente perversa. El despojo se alimentaba del ‘elemento vida’ y fue satisfecha, cada vez con mayor voracidad, a través de las edades, por cientos de años”. Vuelta al presente. Una nueva orden se codificó en la mente de Mureaux. La bruja deseaba un cuerpo, alguien joven y hermosa para volver a moverse a través de los seres humanos. Cerca de allí, Isabel pensaba en los extraños sucesos acaecidos en los últimos días, cuando Jovita se hizo presente distrayendo su atención. Se enteró de su boca que había aceptado trabajar en la casa de Mureaux y que, coincidentemente, él mismo solicitaba la presencia de la doctora en su casa por razones de un bajón repentino en su salud. Contrariada, la joven no tuvo opción de negarse y, a regañadientes, en compañía de la viuda se dirigió a la arcaica mansión. Un estremecimiento le sacudió al cruzar, por primera vez, la verja de hierro.

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