Sucedi� en una aldea cercana a Nancy, en Francia. Michel Grelier, ladr�n de poca monta, est� a punto de tener la experiencia de su vida. Es un d�a lluvioso, limitaci�n que no impide llevar a cabo el robo que ten�a planificado desde hac�a alg�n tiempo. La casona pertenec�a el viejo Andr�s Mureaux, de quien se dec�a era un avaro que guardaba una gran fortuna en su mansi�n. No le dio gran trabajo trasponer la ventana. Ya dentro, recorri� las habitaciones en busca de algo que le reportara alg�n beneficio. Entonces lo vio. Vestido como en �poca de la revoluci�n, Mureaux, vela en mano, cruz� de una habitaci�n hacia un pasillo. El viejo parec�a no tener prisa, pero de pronto apur� el paso. El ladr�n tuvo que correr para darle alcance. Ambos bajaron hacia el subterr�neo y entraron, a corta distancia uno del otro, a una habitaci�n peque�a. El anciano se dirigi� a la pared, movi� una falsa piedra y retir� suavemente un peque�o cofre escondido. Tom�ndolo cuidadosamente, lo deposit� sobre una mesa y dio inicio a una especie de respetuoso ritual. Entonces Michel, cuchillo en mano, actu�. Atac� salvajemente, hundiendo varias veces el pu�al en la espalda de Mureaux. El hombre, herido de muerte, cay� de espaldas, quedando inm�vil en el suelo. El ahora asesino mir� hacia la mesita en la que quedara el cofre, que permanec�a abierto. Una especie de silbido atrajo su atenci�n. Comprob� con horror que conten�a la cabeza de una mujer de mirada perversa que le observaba con odio. El valor le abandon�. Trat� de huir de la habitaci�n pero la puerta estaba cerrada desde fuera. Al mismo tiempo, el cad�ver del anciano volvi� a tomar vida y sin esfuerzo aparente asi� a Michel como si fuese un mu�eco. Lo sent� brutalmente frente al cofre, metiendo furiosamente un l�quido en su boca. Una escena dantesca ilumin� el cuarto. De la boca del ladr�n comenz� a salir una peque�a llama que lentamente se fue introduciendo entre los labios de la infame bruja. Este evento dur� solo unos segundos. Al finalizar, el infeliz parec�a haber envejecido 60 a�os. D�as despu�s fue encontrado tirado en la calle. La Dra. Isabel Ladar oficiaba en el servicio m�dico del pueblo y fue la encargada de efectuar la autopsia, descubriendo que el viejo cad�ver correspond�a a un joven de no m�s de 30 a�os. Intrigada hizo saber sus aprehensiones al abogado de la alcald�a, Dar�o Colbert, su prometido. Llegaron a un acuerdo de mandar los antecedentes a Par�s para una segunda opini�n. Todo coincid�a. Las huellas dactilares eran las mismas, pero algo no encajaba. Sangre gastada en el coraz�n de un hombre aparentemente joven. El personal de servicio que trabajaba en casa de la doctora ten�a sus dudas. Ellos sab�an lo que se comentaba en voz baja del viejo Mureaux y no trepidaban en tachar al anciano como un hechicero. En el fondo de sus corazones responsabilizaban al viejo por la muerte del desconocido. Esa noche Isabel Ladar se acost� temprano. En la quietud de las sombras percibi� un suave ruido en la ventana. Extra�ada, se acerc� para salir de dudas y horrorizada descubri� un rostro horrible que la contemplaba desde fuera.