De
ahora en adelante caminaré despierto.
La
cúspide secreta de mis aspiraciones
será
la cruz, hermanos. Considérenme muerto
para
mis previas faltas y necias sinrazones.
De
ahora en adelante mi meta tiene un nombre.
No
más carreras locas ni vanas utopías
que
deforman las alas. Soy solamente un hombre
que
se consagra a Cristo con las manos vacías.
Renuncio
a la locura del mundo y su falacia,
a
los burdos caprichos, los hábitos paganos,
a
los dioses de barro que dispensan desgracias
desde
sus negros cetros, con sus indignas manos.
De
ahora en adelante me considero libre,
discípulo
del Verbo, pecador redimido
que
con plena conciencia de su real calibre,
clama
al claustro paterno con un nuevo latido. No
quiero que mi nombre se una a la porfía
de
los que buscan darle de baja al Creador
–mundo
afónico y vano que entonas tu vacía
canción
para un mañana cada día peor–
No
apadrino herejías, no respondo a otros credos
ni
me tienta el aroma del detestable pan
que
indigesta los egos y se pudre en los dedos
de
aquellos que sin Cristo se jactan de su Adán. Si
así me quieren, basta. Si me desprecian, sigo.
Nuevo
Jacob, me prendo de la escala divina.
Tengo
el cielo por meta y a mi Dios por testigo
y
me alumbra la llama de su humilde doctrina.
De
ahora en adelante, soy hombre muerto. Un punto
final
para el absurdo. Cesó la seducción.
Bajo
el árbol maldito vivo como difunto,
alerta
ante la fruta que pudre la razón.
No
importa que me cierren las puertas en la cara.
Mi
fe no me avergüenza. Me juzgará otra ley.
La
Verdad me ilumina, su justicia me ampara.
Soy
un súbdito eterno de mi único Rey.
Jorge Antonio Doré* |