ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Padre W. Grossouw
.

      

    Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo: 

   He aquí el fruto del misterio que celebramos hoy: que, mientras vivamos en este mundo, sigamos en espíritu al cielo a nuestro Salvador glorioso y que allí, romo lo expresa la Oración, escojamos nuestra morada espiritual. Mente in caelestibus habitemus.

   La Iglesia no pretende con ello que dediquemos un pensamiento fugitivo a las cosas del cielo en medio de las ocupaciones temporales que reclaman de continuo nuestra atención completa, sino que tengamos una mansión fija en las regiones del cielo, como cumple a cristianos, quienes, según la expresión del Apóstol, "son ciudadanos de mi reino en los cielos" (Fil. 3, 20). Cuando los discípulos acompañaron al Maestro a la cumbre del Monte de los Olivos, "fue llevado hacia lo alto y una nube lo ocultó a sus ojos". Y cuando estaban ellos mirando hacia el cielo refulgente donde Él desapareció, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús que os ha sido arrebatado para subir al cielo, volverá de la misma manera que le habéis contemplado irse a! cielo" (Hech. 1, 9-11). Diríase que los ángeles tuvieran que volver a la realidad a los Apóstoles. Éstos tenían que regresar y bajar a Jerusalén para aguardar la venida del Espíritu Santo que había de prepararles para su misión. A nosotros nos ocurre lo contrario. La Iglesia nos toma de la mano y dirige hoy nuestros ojos y corazones a lo alto. Allí está nuestra patria y nuestra mansión, allí se halla nuestra verdadera vida, "escondida con Cristo en Dios. Buscad las cosas de arriba, donde Cristo ha sido colocado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (Col. 3, 1-3). Nosotros no tenemos peligro por nosotros mismos de "estarnos mirando de fijo al cielo". Somos demasiado terrestres. Por todos lados las cosas materiales irrumpen por nuestros sentidos en nuestro interior. Por todas partes las preocupaciones materiales de todo género nos tienen asidos. De continuo nuestro corazón se siente arrastrado por deseos terrenos: plata, placeres, lujo, confort, honores, estima, odios y amores. "El primer hombre, hecho de tierra, es terreno", y nosotros traemos siempre su imagen (1 Cor. 15,47-49). Ahora, empero, hemos de procurar traer la imagen del hombre celestial Cristo, ya en nuestra vida mortal sobre la tierra, "para vivir el tiempo que todavía nos resta en la dame, no ya las concupiscencias de los hombres, sino para la voluntad de Dios" (1 Pe. 4, 2). Dos cosas pretende la Iglesia con la oración en que pide moremos según el espíritu en los cielos. Ante todo y sobre todo, que nuestro espíritu viva por la fe y la oración todo lo más posible con Cristo en Dios. Se trata siempre del mismo círculo, no vicioso, sino feliz: si te-ílemos nuestro espíritu firmemente dirigido a las cosas ¡pelestiales por una oración fervorosa y frecuente, el pecado nos esclavizará cada vez menos. Y en la medida en que desliguemos nuestro corazón de todo apego a nosotros mismos por medio de la mortificación, que a los principios es penosa, se nos dará una intuición interior que nos capacitará para ver a Cristo y para vivir una vida verdaderamente "espiritual". Más sencillamente dicho: si Cristo constituye de verdad nuestro amor, nuestro deseo volará por si mismo hacia el cielo para poder "estar con Él". Porque donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón.

   Y con esto va de la mano esto otro: la Iglesia quiere sin duda que ejecutemos nuestro deber temporal con fidelidad y exactitud, mientras Dios nos dé tiempo y fuerzas para ello. Pero hemos de cuidar de dejar ahí nuestro corazón. La actividad temporal no debe turbar ni oscu recer nuestra perspectiva celestial.

   El misterio de la "admirable Ascensión" del Señor a i los cielos significa para nosotros: Sursum corda. El Señor, nuestra Vida verdadera y eterna, nos ha precedido. Él, que es nuestro Amor, está ya sentado a la diestra del Padre, desde donde nos envía su Espíritu. Nos ha preparado ya el lugar. ¡Arriba los corazones!

 

VOLVER AL ÍNDICE DE SERMONES

Hosted by www.Geocities.ws

1