QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA
 
5 de mayo de 2002

Padre Basilio Méramo
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Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, se os concederá

(Marc., 11, 24)

  Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:  

   En este Evangelio Nuestro Señor nos enseña que debemos pedirle al Padre en su nombre y que todo lo que sea pedido en el nombre de Nuestro Señor se nos concederá. De otra parte nos revela el gran amor que nos tiene el Padre por haber creído en Nuestro Señor. Esto nos debe servir en nuestra vida espiritual hoy más que nunca para comprender la necesidad del verdadero culto a Dios. Pedir a Dios en el nombre de Cristo Jesús. Luego, quedan desechadas todas esas oraciones que no son, porque sencillamente no cumplen este requisito. Y el requisito es que se hagan en el nombre de Jesucristo que es el Verbo de Dios, que es la Palabra de Dios hecha carne, la Revelación del Padre.

   No hay otro camino que el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, no hay otra vía, no hay otro modo de santificación. Eso hay que comprenderlo hoy, cuando el ecumenismo convalida toda oración, toda religión y vemos que precisamente eso está en oposición directa con el Evangelio. Por tanto, son herejías que pululan y la gente las acepta de buena fe y que por falta de instrucción y vigilancia de los sacerdotes y el clero se dejan correr y después es difícil echar para atrás. Pero esa es la realidad, si no se pide en el nombre de Cristo no hay oración, eso es tajante. Eso nos muestra el gran error que impide la santificación de la gente, porque uno no se santifica si no es en la palabra de Dios, en el Verbo de Dios, en Jesucristo.

   Pensar que uno se va a santificar sin doctrina es absurdo, es una falsa piedad, es una falsa concepción, es ignorancia. Y por eso Nuestro Señor lo advierte y les dice a los apóstoles: "Hasta ahora nada habéis pedido en Mi nombre". Qué diría hoy al protestante, "alabado al Señor, aleluya", "que Buda, Mahoma", ¿en dónde quedan? en nada, cero. Tiene que ser en Jesucristo y no hay más, no busquemos más y si no pensamos así, pues no somos católicos, porque Dios es exclusivo.

   Su religión es exclusiva, la Iglesia es exclusiva, como exclusivo es el matrimonio que es imagen de la Iglesia. Pero ahora todo es concubinato, ahora todo es arrejuntamiento. De allí viene el desorden moral, la gente no tiene la imagen de la exclusividad de las cosas, de Dios y de la religión, de la verdad y del matrimonio y todo se convierte en una pachanga donde cada uno baila al son que más le gusta y eso no es así, es un vil engaño del infierno y cuando nos sacuden y nos hacen ver la verdad, no nos gusta. Entonces ¿qué queremos? "Que la verdad sea como a nosotros se nos antoja, como a nosotros se nos venga en gana; Dios es como yo quiero, la Iglesia es como yo quiero".

   Pues eso es modernismo, capricho idolátrico, erigirme en Dios, ese es el culto al hombre, eso es todo lo que queremos y es abominable. Y si queremos ser fieles tenemos que darnos cuenta para no caer, para no sucumbir en el error, en la fantasía, y para que podamos ser verdaderamente oídos del Padre. Ese Padre que nos ama como nos dice Nuestro Señor y que no hay necesidad de que Él tenga que pedirle, porque nos ama. Vuelve a demostrarnos que es Dios quien primero nos ama a nosotros; todo lo que somos como seres, es porque Dios nos ama, si no, no existiríamos. Y porque Dios nos ama no hay necesidad de que Nuestro Señor le pida al Padre, es el Padre que ya nos ama.

   Pero hay un motivo por el cual nos ama también y nos lo dice Nuestro Señor: "Porque habéis creído que Yo he salido de Dios", es decir: "Porque habéis creído que Yo soy Dios", la divinidad del Verbo. Entonces no es un amor, como puede pensar la gente de hoy, que es el amor del mundo, que es el amor en el pecado, es un amor divino y un amor santo, y que tiene la condición de haber creído en la divinidad de Nuestro Señor. Y ahora díganme: ¿quién ama a Jesucristo si no es católico?, ¿lo ama un judío, lo ama un budista, lo ama un mahometano, lo ama un pagano o lo ama un hereje? Imposible, ese amor es exclusivo. Entonces ¿qué pasa? He allí el dilema, ese amor que hoy se predica no es el verdadero porque no confiesa la divinidad de Nuestro Señor, el que no confiesa la divinidad de Nuestro Señor no cree que Él ha salido de Dios, no cree que Él es Dios. Como los arrianos que negaban la divinidad de Nuestro Señor; "es un gran hombre, sí, como supermán, pero no es Dios; es un gran profeta, pero no es Dios". Entonces el amor del Padre se refrena, se reprime cuando no hay esa correspondencia en la divinidad de Nuestro Señor y ¿por qué? Porque Él es la palabra del Padre, es el pensamiento del Padre; ¿cómo un hijo va a querer a su papá si no cree en lo que él dice, no cree en su palabra?; ¿le ama? Pues no, y si esa palabra en Dios es el Verbo, con mayor razón. Hay toda una lógica que se debe saber armonizar para damos cuenta de cómo en el orden sobrenatural y en el orden de la Revelación hay una estructura que respetar con fe de católicos, y como hijos de la fe ser aceptos a Dios y corresponder al amor de Dios y no a cualquier amor profanado, como creen hoy que es la caridad profanada, adulterada.

   Por eso en el Antiguo Testamento, cuando las personas no eran tan delicadas de oído sino que se decían las cosas crudamente como son en realidad, con decencia, pero con crudeza y no con esa hipocresía que no los deja decir las cosas como son, para que después, por debajo, haya toda una corrupción. En el Antiguo Testamento esa corrupción a la caridad divina, al amor de Dios siempre fue simbolizada, expresada por la corrupción del amor conyugal, del amor matrimonial y está tan lleno el Antiguo Testamento de esas expresiones que hasta hace casar a un profeta con una prostituta para mostrar el dolor de Dios por su pueblo prostituido, que no corresponde, como una mala mujer que se va con cualquiera y eso es palabra de Dios y no mía.

   Miles de ejemplos hay en el Antiguo Testamento, y también en el Nuevo Testamento, en el Apocalipsis: es una mala mujer, una ramera quien está simbolizada; en San Juan, una fornicadora, es decir, la gran prostituta y lo dice San Juan, pero es preferible que Dios nos muestre esas imágenes para que nos demos cuenta y no caigamos dorando la píldora, y por dorar la píldora hipócritamente vivimos en el pecado y somos sucios de corazón, porque no hay pureza  en el corazón, ese es el escándalo farisaico. Vale la pena entonces que nosotros como católicos nos demos cuenta porque hoy no abunda el catolicismo, abunda otra religión, otro concepto, otra noción de las cosas y de Dios, que no están acordes con la religión, ni con el Evangelio, ni con la Iglesia, pues muchos investidos de la autoridad de la Iglesia predican otra cosa. Eso es lamentable y triste, los falsos pastores, los mercenarios, esos son amados del mundo y por el mundo porque son de este mundo; en cambio, el verdadero pastor es odiado del mundo, a ése nadie lo quiere porque a casi nadie le gusta que se le diga la verdad, por el orgullo que llevamos dentro.

   Debemos analizar todas estas cosas a la luz de la fe, la crisis actual de la Iglesia. La Iglesia está hoy dividida y una Iglesia dividida no puede ser la verdadera, porque la Iglesia es una, inconsútil, como lo era la túnica de Nuestro Señor; y los verdaderos católicos debemos estar unidos en la verdad y en Nuestro Señor Jesucristo y en la Santa Misa. Es un factor de división la nueva misa y ocasión para un nuevo cisma que está dividiendo el corazón de la Iglesia; se está crucificando de nuevo a Nuestro Señor Jesucristo como fue crucificado por los fariseos, por los sacerdotes y por el sumo sacerdote Anas y Caifas, quienes eran las autoridades religiosas más importantes. Todo eso tiene significado y peso y todas esas cosas hay que tenerlas en cuenta para guardar la fe, para nuestra santificación, para corresponder al amor de Dios Padre, para pedirle en el nombre de Cristo Jesús. No hay ningún otro salvador, no hay otro rey, no hay otra verdad, no hay otra Iglesia, no hay otra religión, no hay otro Dios.

   Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, comprender estas cosas a la luz de la fe, a la luz del Evangelio; ponerlas en práctica en nuestra vida y ejercer así el verdadero apostolado de instruir a quien no sabe y no solamente a los sacerdotes, sino a los fieles. Enseñar el catecismo no solamente a los niños sino a todo aquel que lo ignora, incluso gente adulta. Y el catecismo no se reduce al Ave María, al Padre nuestro y a los diez mandamientos, no se reduce a eso solamente el catecismo, es esto y mucho más; necesitamos hoy mucho catecismo para poder seguir siendo fieles y amar verdaderamente a Dios en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, en el nombre de la santa Iglesia Católica. Invoquemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, que Ella nos ayude como abogada y no nos perdamos en el lodazal de este mundo y sobre todo en el actual más corrompido que nunca. +

 

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