VIGÉSIMO TERCERO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

11 de noviembre de 2001

Padre Basilio Méramo
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   Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:     

   Escuchamos en este Evangelio el relato de los dos milagros que hace Nuestro Señor Jesucristo, el de la mujer que padecía flujo después de muchos años y el de la resurrección de una niña. Muestra ese poder que tiene incluso sobre la muerte, El mismo que ha dicho que resucitaría y que nos prometió la resurrección universal de todos los hombres; que resucitaríamos con nuestros propios cuerpos, unos para bien y otros para mal, mostrando así el poder sobre la misma muerte, mostrando así que El es la vida, el camino, la verdad y la vida. La vida tanto natural como eterna, la vida tanto del orden natural como sobrenatural, la vida la del alma, la resurrección del alma que resucita cada vez que arrepentida se confiesa; hay una resurrección sobrenatural de esa alma a la gracia de Dios y por eso Nuestro Señor hizo tres milagros de resurrección y con la resurrección de Él, el cuarto.

   Resucitó a la niña de la que la Tradición dice que era hija de Jairo, la resurrección del hijo de la viuda de Naím, un joven, y la resurrección de Lázaro, un hombre mayor, y con estas tres resurrecciones dice San Agustín que muestra así los tres grandes estadios de la vida espiritual, los que comienzan como niños, las que continúan como adolescentes o jóvenes y la de los que culminan como hombres ya maduros, esos tres grados de la vida espiritual.

   Así invita Nuestro Señor a que tengamos en El esa fe que, como vemos, a veces pedía para hacer sus milagros, a veces sí y a veces no, a veces la exigía como una concausa o causa moral para hacer el milagro, pero otras no. A Lázaro no le preguntó si quería ser resucitado o no, si tenía fe o no, sino que lo resucitó, tampoco al hijo de la viuda de Naím. Pero la fe siempre está implícita, sea antes, cuando la pide, o si no después, para que creyendo vean y tengan fe y crean que El es el Cristo, el Mesías. Pero lo que más le importaba a Nuestro Señor no era tanto hacer el milagro sino la predicación del Evangelio, y los milagros que hacía eran como para que a aquella gente le fuera más fluida su conversión y creyeran así en su predicación del Evangelio. El Evangelio que fue predicado por los apóstoles y que será predicado hasta el fin del mundo; de ahí lo esencial en la Iglesia, la predicación que no puede faltar; podrán faltar los milagros, pero no la predicación de la palabra de Dios y esa es la obra misionera de la Iglesia.

   En la resurrección que hace Nuestro Señor de esta niña nos muestra que El tiene ese poder sobre la vida y sobre la muerte, la muerte que no podemos olvidar; nacemos para morir pero morimos para vivir eternamente en Dios si morimos en gracia de Dios. Que la pereza carnal no nos impida pensar en la muerte, nos haga tenerla allá, alejada, sino que cada día la tengamos presente; es más, aun sabiendo que vamos a morir tener presente esa inmolación de cada día, ofreciéndosela a Dios y así sacrificando nuestra vida y no viviendo como aquellos a los cuales alude San Pablo que su dios es el vientre, el placer, que son enemigos de la Cruz de Cristo y que sufren pero no saben inmolarse ofreciendo ese sufrimiento.

   El cristianismo nos enseña a ofrecer los sufrimientos y esa ofrenda es justamente la inmolación que hizo Nuestro Señor de su propia vida, la inmolación que nos deja su testamento en la Santa Misa, la inmolación que tenemos que hacer nosotros voluntariamente cada día y así vivir cristianamente, católicamente, no como vive el mundo que quiere alejar la muerte a todo precio; no se quiere hablar de la muerte , se la quiere apartar, hacer desaparecer, ocultarla; no se quiere velar un muerto en su casa, les da miedo, asco, pánico, cuando es saludable despedirse de los seres queridos rezando por ellos y no que queden abandonados en esos sitios velatorios. Puede haber necesidad, pero que no sea esa la costumbre, porque nadie quiere en definitiva tener el muerto en casa cuando eso forma el espíritu cristiano, da ejemplo a toda la familia, hace recapacitar y también ayuda para implorar por el alma del ser querido.

   Hoy no se entierra sino que se crema; la cremación siempre ha sido condenada por la Iglesia ya que es antinatural; el cadáver debe corromperse naturalmente, no violentamente; esa es una costumbre masónica y de paganos, todo lo demás hay que dejárselo al proceso natural de aquello que fue tabernáculo del Espíritu Santo y por eso no debemos olvidar que incluso nuestra vida en esta tierra es una lenta muerte para resucitar en Cristo Nuestro Señor; sólo eso nos hace alejar de los gozos y de los placeres terrenos, del mundanal ruido, como aquellos que dice San Pablo "viven para el vientre, para el placer y son enemigos de la Cruz de Cristo". La gente pidiendo las cenizas de lo que no es más que un chicharrón o de las cenizas del que pasó antes, porque no se crea que le van a guardar y dar pulcra y santamente lo que quedó de lo que allí queman.

   No reflexionamos ni pensamos, por eso es saludable pensar en la muerte y ofrecer cada día ese lento acercarnos a ella con la esperanza en la resurrección, con la esperanza en Jesucristo, con la esperanza de resucitar en cuerpo glorioso como Nuestro Señor Jesucristo, a imagen de Nuestro Señor. Tengamos esa fe profunda en El y en la resurrección a través de Él.

   Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, que está en los cielos, asunta después de su resurrección anticipada sin pasar por la corrupción cadavérica, pues su cuerpo era inmaculado por lo que se habla de una dormición, porque fueron muy breves los instantes de su muerte siendo asunta a los cielos como Reina de todo lo creado, pero queriendo asociarse a los sufrimientos y a la muerte de Nuestro Señor que era inocente, inmolado, para redimirnos de la muerte.

   Ella quiso ser corredentora muriendo por amor a Nuestro Señor, por eso Santo Tomás y toda la escuela tomista fieles a él hablan de la muerte de Nuestra Señora de una manera que la gente no se escandalice con una mala explicación o idea inexacta. Claro está que cuando Santo Tomás habla de la muerte de Nuestra Señora no la asemeja en nada a nuestra muerte ya que nosotros sí sufrimos corrupción; Nuestra Señora quedó incorrupta, su muerte fue breve y solamente para asociarse más a la obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo, demostrándonos así su amor a Dios y a nosotros como hijos suyos y también su amor a la Iglesia.

   Pidamos a Ella, a Nuestra Madre, que nos cobije y nos proteja bajo su manto y que podamos vivir una vida cristiana; que nos socorra en el momento culminante de nuestro paso por la tierra que será la hora y el día de nuestra muerte. +

 

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