UNDÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
19 de agosto de 2001
Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo: Escuchamos en esta parábola el relato del
milagro que Nuestro Señor hace al sordomudo, lo cual está también
consignado en el rito del bautismo, cuando recibimos la fe, imitando el
sacerdote el gesto que hace Nuestro Señor con el sordomudo para que oiga y
hable. Vemos cómo Nuestro Señor no era un
buscador de la fama, haciendo milagros para ganársela, como lo haría
cualquier brujo de hoy, o cualquier charlatán. En consecuencia, Nuestro
Señor lo lleva aparte, fuera del gentío, del tumulto y pide que no lo
cuente, que no lo diga a nadie; pero era en vano, porque entre más hacía
esa recomendación, mas se divulgaba ese milagro que había sorprendido al
pueblo. Y con este milagro del que la Iglesia toma parte para el rito del
bautismo, Nuestro Señor quiere mostrar la génesis de la fe, el origen de
la fe, cómo la fe entra por el oído, por la palabra de Dios. Pero cómo van a tener fe si no oyen, y
cómo van a oír si no predican. De ahí la esencia de la predicación del
Evangelio en manos de los apóstoles, de los obispos y de los sacerdotes
como ministros auxiliares del obispo, que para eso están los obispos, para
eso está la jerarquía de la Iglesia, para predicar la palabra de Dios que
engendra la fe. Por tal motivo los predicadores de la Iglesia primitiva
eran considerados padres de la Iglesia, porque engendraban en la fe, que
no es primeramente algo natural, una creencia natural, tampoco es un
sentimiento religioso natural que tengo en el fondo del corazón, no. No es un sentimiento como pensaban los
protestantes, un sentimiento vuelto confianza; ni como piensan los
modernistas que es un sentimiento religioso del cual se tiene
experiencia en el corazón, no. Tampoco es el sentimiento de la falsa
beatería. Es una adhesión firme de la inteligencia a la verdad revelada.
De ahí su importancia. Hay una relación de nuestro ser con la verdad. Por
lo que Santo Tomás define el objeto de la fe diciendo que es la verdad
primera, que es Dios, en cuanto Él es la verdad suma y primera. Esa
adhesión de nuestro ser, de nuestra inteligencia a la verdad que es
Dios ventas prima, a esa verdad primera de Dios, no natural sino
sobrenatural, claro está, esa adhesión se opera por el movimiento de la
voluntad guiado por la gracia, y es un misterio. Hay esa adhesión de la
inteligencia a la verdad movida por la voluntad, pero por la gracia de
Dios, y es un misterio. Mas no porque sea un misterio vamos a
tener un concepto erróneo, como el de los protestantes que confunden fe
con confianza, que a lo sumo sería esperar, pero la esperanza sobrenatural
es otra virtud; y tampoco se puede confundir con un falso sentimiento
religioso que se experimenta en el fondo del corazón, sino que es una
relación trascendental con Dios como verdad primera; ese es el objeto
material de la fe. Y ¿por qué adherimos?, ¿cuál es el motivo formal por el
cual adherimos? La autoridad misma de Dios que revela, que así lo dice,
que así lo manifiesta verazmente, testimonio de Dios, en cuanto es veraz y
sabemos que es sabio. Hoy en día, cuánta gente al hablar de la
fe manifiesta un concepto protestante, la pierde volviéndose ateo teórico
o práctico, o indiferente; hace de la fe una cuestión de sentimiento y
como cada uno tiene lo suyo, entonces cada uno tiene su fe y qué grave
error es eso. Si desobjetivizamos la fe, ya no es la verdad Dios, no se
puede olvidar esa relación trascendental con Dios como verdad primera,
suma, a la cual adherimos movidos por la gracia; por eso es un don infuso,
un don sobrenatural, es un regalo de Dios, que debemos conservar,
mantenerlo siempre vivo, adhiriendo a Dios y creyendo en su palabra. ¿Y qué viene entonces a ser la Iglesia? La
Iglesia viene a ser el criterio sin el cual no hay fe, viene a ser la
condición sin la cual no hay fe; condición esencial para que haya la fe,
pero no el motivo formal, que es Dios dando testimonio de sí mismo; ni el
motivo material que viene a ser el objeto material que es Dios
proponiéndose como la verdad primera sobrenatural y esa verdad primera
incluye todos los misterios que atañen a Dios directamente: la Santísima
Trinidad, la Encarnación, todos los dogmas que se incluyen implícita y
explícitamente en la Revelación. La Iglesia es como el faro, como la
brújula, infalible de esa fe; el medio necesario por el que recibimos la
fe, y por eso si se la rechaza no hay fe, no se tiene fe, no creemos a
Dios que nos revela. Y aquí hay también algo que aclarar: no se
trata de la revelación externa simplemente contenida en la Tradición y en
la Biblia, que eso sería condición también para que nuestra inteligencia,
nuestro intelecto, conociendo suficientemente esa revelación externa hecha
por Dios a la Iglesia, que nos la transmite infaliblemente y por eso es
criterio, condición sin la cual, no obstante, debo reconocerlo, se debe
adherir, asentir a esa palabra interior que se revela en mí. Entonces no
es tanto la revelación exterior, el oído externo, sino el oído interno,
reconocer en mi corazón, en lo profundo de mi alma que es Dios quien está
diciendo "aquí estoy" . Por eso hay tanta gente que conoce la revelación
externa y sin embargo no tiene fe. Tenemos el ejemplo de San Pablo, que creyó
en Nuestro Señor cuando Él le dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?". Y Saulo le responde: "Señor, ¿qué quieres de mí?". Esa es la
respuesta interna, íntima, interior, de aceptación, de adhesión a la
autoridad, al testimonio, a la palabra de Dios, que es Él quien me está
diciendo: "Soy Yo, ¿crees en mí?". La otra respuesta es el rechazo, se
cierra la puerta y no se quiere oír. ¡Maldito sea, entonces! Por eso la
gente se condena, rechaza a Dios y hay que ver cuántos tienen bien
trancado su corazón. De ahí el misterio y la gracia de que
nosotros tengamos la fe y que no la perdamos, que reconozcamos ese tesoro,
que se mantenga en nuestro corazón, en nuestra inteligencia, esa verdad
revelada y ese testimonio a la palabra de Dios y si no lo conservamos, en
vano habremos creído, como dice San Pablo. Gran drama de la hora presente,
en que no hay fe, en que la jerarquía de la Iglesia no profesa la fe
Católica, Apostólica y Romana; sencillamente no hay profesión de la fe, ni
conservación ni custodia de la misma, porque para eso creó Nuestro Señor a
la Iglesia, para que ese tesoro sea guardado, custodiado, defendido y
profesado por la Iglesia, para que la Iglesia nos instruya en la fe, la
proponga suficientemente y se adhiera a la autoridad divina de Dios.
Hay una verdadera claudicación de la jerarquía en esta misión sacrosanta
de custodiar y conservar para transmitir infaliblemente la verdad
revelada, y esto ha sido posible solamente por un misterio de iniquidad
digno de los últimos tiempos, próximos a la venida de Nuestro Señor
Jesucristo. Ese solo hecho basta para mostrar los tiempos apocalípticos
que se viven, sin saber si serán de corta o larga duración, pero que son
apocalípticos a la luz de la fe, y de otro modo no se entiende, ni se
acepta ni se tiene el espíritu de combate contra el error. Por eso, la
claudicación de aquellos que debieran defender la verdad, porque no están
a tono con los signos de los tiempos, porque en definitiva, y da vergüenza
decirlo, no saben dónde están parados, perdieron el horizonte, el norte,
la brújula, no saben, ¡qué ignorancia! Son culpables, porque se tendría que
saber, porque todo está por suceder, todo está profetizado, lo que pasa es
que hay que saber, primero creer y ver, pero hoy ya ni se ve ni se cree y
he ahí el drama de la pérdida de fe, hasta que culmine la gran apostasía
anunciada por nuestro Señor: "Cuando venga, ¿acaso encontraré fe sobre la
tierra?". Y en esa fe conservada en pocos corazones
representando la verdadera Iglesia de Dios, dispersa por el mundo, en esas
pocas almas fieles a Dios, allí estarán el testimonio y la visión y el
verdadero amor a Nuestro Señor; de ahí la importancia de esa fidelidad, de
pertenecer a esa Iglesia reducida a un pequeño rebaño. Lo estamos viendo
hoy cada vez más. ¿Qué es la Tradición? Un pequeño rebaño de fieles
perseguidos, tildados de lo peor, excomulgados como rebeldes. Pidamos a Nuestra Señora su intercesión
para permanecer siempre fieles a Cristo. +
Padre Basilio Méramo
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