CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA
 
13 de mayo de 2001

Padre Basilio Méramo
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    Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:     

   Nos encontramos en el cuarto domingo después de Pascua. Durante estos cuarenta días que van de la Resurrección a la Ascensión, Nuestro Señor consolida, prepara y aconseja a sus apóstoles, diciéndoles y enseñándoles todo lo necesario para que la Iglesia perdure a través de los siglos. Gran parte de la tradición litúrgica y de la doctrina se compendia en este tiempo de los cuarenta días anteriores a su Ascensión. El personalmente instruye a sus doce apóstoles, a sus discípulos.

   Pero por si esto fuera poco, promete el envío del Paráclito, es decir, del Espíritu Santo para que también dé a su Iglesia todo aquello que no podían comprender; mientras tanto, como lo dice Nuestro Señor en el Evangelio de hoy y que el Paráclito les diría, les anunciaría hasta el final de los tiempos. Y viendo Nuestro Señor la tristeza en la que quedaban sumidos los apóstoles por el anuncio de su partida al Padre, Nuestro Señor les muestra que debiera ser lo contrario, que convenía que El partiera, porque vendría el Espíritu Santo; que El los consolidaría, los fortalecería y que Él instruiría a la Iglesia. No es como dicen los protestantes, que niegan ese privilegio de la Iglesia y se lo atribuyen a cada uno de los fieles desconociendo esa obra santificadora del Espíritu Santo a la Iglesia; no a cada uno en particular, ya que la revelación es pública, es una revelación pública, es la transmisión pública, es una fe pública; no es una fe privada, no es una revelación privada y público es entonces el órgano que nos la transmite, que es la Iglesia a través de su Magisterio, como sabemos.

   Pero los discípulos, igual que nosotros, considerando las cosas más desde un punto de vista sensible, de la partida, de la separación, estaban tristes; su fe todavía no estaba acrisolada, esa fe que se acrisola en el desierto, en el desamparo, en el sufrimiento, en el abandono, en la Cruz. Estaban tristes y la tristeza profunda es mala, es pésima, por eso Nuestro Señor les recuerda cómo es que ninguno le pregunta a dónde iba. Aunque ya se lo habían preguntado les hizo el reproche, por estar embargados por la tristeza, para hacerles ver que convenía que Él se fuera al Padre y así enviar al Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo y esa es la misión del Espíritu de Dios, del Espíritu de Verdad, del Espíritu Santo, del Paráclito, del Consolador.

   Aunque muchos dicen que esa traducción de Consolador no es muy apropiada, porque refleja cierto matiz de orden sentimental, que más bien Paráclito significa el que fortifica, que sostiene desde dentro y no un consuelo como paño de lágrimas; es un sostenedor, como una varilla de acero que sostiene la columna desde dentro para que no se doble, no se parta; esa es la obra del Paráclito, término que es difícil de traducir y que se traduce normalmente como consolador. Pero entonces no tengamos esa noción sentimental de consuelo, sino la de esa vida, de ese sostén que da el Espíritu Santo a la Iglesia, como alma que es, desde adentro, como también desde adentro se produce toda la obra de la gracia sobrenatural.

   Convenía entonces que Nuestro Señor se fuera sin que estuvieran tristes, sentimentales y llorones, debido a la separación, sino que al contrario se robustecería su fe, porque la fe es de lo que no se ve; allí donde se vieran las cosas no habría fe, habría evidencia, que es muy distinto a la fe y eso nos debe servir de lección a nosotros. No esperar siempre los consuelos de Dios, no estar como los niños esperando que nos regalen caramelos para saber que somos queridos por nuestros padres. Dios nos da eso en la infancia espiritual, cuando todavía no estamos consolidados, pero después cuando estamos más grandecitos nos lleva por el camino árido del desierto, para que la fe se acrisole, se purifique, deje todo aquello que es superfluo, humano y sentimental y se acrisole en el Espíritu y en la Verdad y sea una fe pura, acrisolada y es cuando menos nos debemos quejar.

   Aunque creamos que Dios nos abandona, el Espíritu Santo está allí; pero la mayoría de los humanos no entendemos eso y por no entender eso es que muy pocos son los que llegan a un alto grado en la vida espiritual, como dicen los doctores y místicos, porque se frenan, porque tienen miedo, porque no quieren sufrir con generosidad ese abandono aparente de Dios, esa lejanía de Dios y que puede llegar a ser como un infierno ese abandono de Dios, ese abandono que no es total, pero pareciera. En ese abandono transitorio se acrisola el alma, se purifica y en cierto modo pasa su purgatorio. No debemos entonces temer sino avanzar y dejarnos, entregarnos, abandonarnos en las manos de Dios con generosidad, para que la gracia fructifique en nosotros, y no que por nuestra bobería, por nuestra niñería, no queramos avanzar más, no queramos sentirnos separados de Dios, porque es la naturaleza con sus sentimientos, con sus sentidos la que frena al alma en su vuelo hacia Dios.

   Esta es la razón por la cual hay pocos santos, porque la mayoría nos frenamos y Dios no nos quiere forzar y ahí nos deja; pero esa no es la obra perfecta que Dios quiere hacer en nosotros, sino que lleguemos a ser hombres adultos y perfectos y a esa edad adulta y perfecta se llega a través de esa prueba, de ese dolor, de ese sufrimiento. Por eso tampoco debemos escandalizarnos ante el sufrimiento que veamos en los demás, o en los sufrimientos de nuestra familia a través de una enfermedad o de una muerte en una edad todavía no madura, porque todas esas cosas fortifican, consolidan la verdadera fe, que lo espera todo de Dios, aunque nos sintamos sensiblemente abandonados de Dios. Pero es todo lo contrario, es cuando más cerca está de nosotros, cuando más nos asimilamos a Nuestro Señor. Por eso Él les dice a los apóstoles que conviene que Él se vaya, por la gran esperanza de que venga el Espíritu Santo, el Paráclito, que continuará manifestando las cosas de Dios.

   No todo lo que dice Nuestro Señor, como advierte en este Evangelio y como erróneamente creen los protestantes, está escrito. Hay la necesidad de la Tradición ya que en ella es donde está el depósito de toda aquella parte de la revelación pública que no está contenida en la Escritura. Hasta la misma Escritura antes de ser escrita era Tradición oral, por eso la Biblia en sí misma no se puede justificar como Palabra de Dios si no es por medio de la Iglesia. El Corán también dice que es divino, que es de Dios. Esta es la necesidad de la Iglesia y de su Magisterio ante la Escritura, la revelación escrita y que es Palabra de Dios; es así como tenemos la fe que nos viene a través de la Iglesia y por ende la necesidad de la pertenencia a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Pero a la verdadera Iglesia que siempre permanecerá en la verdad, en el testimonio que nos salva como verdad, como dice Santiago en la epístola, "hemos sido engendrados en la verdad"; luego, debemos guardar y conservar la verdad.

   Que nuestra respuesta sea una respuesta de amor a la verdad, eso es lo que nos define, eso es lo que define a Dios, eso es lo que define a la Iglesia Católica, a la religión católica, sobre todo en esta confusión, en esta crisis, en este mare magnum de herejías que pululan por doquier; la verdad es Dios y la necesidad de esa fidelidad a la sacrosanta Tradición Católica donde está el depósito de esa verdad, de esa revelación de Dios.

   Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, en especial este 13 de mayo en que nos recuerda las promesas de Fátima: el triunfo de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, el triunfo del reino de Dios y de la Iglesia; pidamos que podamos aprovechar este abandono de Dios en medio de esta crisis para que se acrisole nuestra fe, para que dejemos lo que haya de sentimental, de humano, de efímero en la fe y sea una fe pura y acrisolada como la fe de los mártires y que así nos podamos santificar y ayudar a santificar a los demás, dando buen ejemplo y devolviendo siempre bien aunque nos hagan mal. El bien siempre lo podemos hacer mientras seamos fieles testigos de la verdad, y para ser fieles testigos de la verdad, encomendémonos al cuidado de la Santísima Virgen María. Ella, que es la Inmaculada, que es pura, que permaneció íntegra, para que así, con su ayuda, podamos permanecer puros e íntegros en medio de esta corrupción y apostasía general. +

 

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