TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA
 
6 de mayo de 2001

Padre Basilio Méramo
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    Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:  

   Antes de hacer el comentario a este Evangelio me veo obligado a decir algo que no quiero, pero llega el momento en que es imposible callar; todos han visto cómo ahora los periódicos publican que Juan Pablo II como Papa de la Iglesia pide perdón a los ortodoxos; no es el primer perdón, ya lo hizo con los judíos también.

   ¿Qué son los ortodoxos? Gente que se ha separado de la Iglesia, que no reconoce el papado, que cayó primero en el cisma y después en la herejía por no aceptar el filioque: la procedencia del Espíritu Santo, del Padre y del Hijo que, al no aceptarlo, niegan implícitamente la Santísima Trinidad y esa es su herejía, amén de no aceptar el papado, luego son cismáticos y herejes. ¿Cómo un Papa pide perdón a los herejes? Pedirle perdón al demonio, es inconcebible, a mi modo de ver poco importa, pero sí hacen falta en la Iglesia obispos que clamen al cielo en defensa de la fe católica, en defensa del papado, por estas aberraciones que nos toca ver, porque un verdadero Papa no puede hacer eso.

   Es imposible que los cardenales, que los obispos, que toda la jerarquía de la Iglesia no cuestione una actitud de esas; haciéndolo está poniendo en tela de juicio su legitimidad, eso es lo que compete. Porque no se puede marranear a la Iglesia en esa forma, y digo que no importa lo que yo diga pues soy un simple cura, pero un obispo tiene que hacerlo; si yo fuera obispo estimaría que no cumpliría con mi deber si no lo hiciera; eso es grave. Por el momento me siento en la obligación de advertir a los fieles y creo que Dios permite esto como el colmo, es como el ejemplo de un hombre al que su mujer le está siendo infiel y se lo dicen y no lo cree hasta que al fin se la encuentra en cualquier esquina con el otro; así mismo vemos nosotros lo que no debiéramos ver, la infidelidad que contraviene la autoridad del Papa. El está en la Iglesia Católica para confirmarnos en la fe y no para traicionarnos en la fe, no para vendemos con el enemigo o ¿entonces la Iglesia acaso se equivocó con los judíos? ¿con los ortodoxos? ¿O es que no hay herejías?, ¿es que ya no hay Iglesia? Eso no puede ser. En mi concepto claudican aquellos que teniendo la autoridad en la Iglesia, como son los cardenales y los obispos, no lo digan públicamente. La legitimidad en la Iglesia se pierde cuando el ejercicio se conculca como lo vemos hoy.

   Ocurre en la monarquía y sobre todo en la española, que un rey se ilegitima por su ejercicio cuando éste va en contra de lo que es y representa; no que se equivoque. Lo mismo ocurre en la Iglesia, no me la puedo poner de ruana porque soy Papa; eso es inaceptable y, si se acepta, es una claudicación en la fe. Eso es lo que tendrían que hacer los cardenales, pues no se está pidiendo perdón por un pecado personal a una persona ofendida, sino que está pidiendo perdón a la jerarquía ortodoxa que desde hace más de doce siglos está en la herejía y en el cisma; luego son ellos quienes tienen que pedir perdón a la Iglesia para volver a donde salieron y no al revés.

   Y si quienes tienen que ver esto no lo ven, nada que hacer, no valen explicaciones tontas, es preferible decir que no se entiende, porque desgraciadamente en la Tradición se está volviendo costumbre explicar lo absurdo y eso no debe ser. Lo absurdo no tiene explicación, y no se puede hacer venia ante cosas que conculcan el honor de Nuestro Señor Jesucristo, eso es abominable, la sana teología no puede aceptarlo. Por eso considero un deber decirlo, si hay fieles que se molesten lo lamento, pero más molesto es lo que hace Juan Pablo II. ¿Por qué escandalizarse por estas palabras y no escandalizarse por las cosas que hace el Papa? Esa es una actitud propia de un fariseo. No se puede pasar en silencio una abominación, porque hacerlo demuestra el grado a que se ha llegado. Claro, a monseñor Lefebvre no le pedirían perdón -él es el más desgraciado de la Iglesia-, a la Fraternidad tampoco, pero la aberración es así, una falsa piedad y los católicos aceptan eso sin que pase nada. En el fondo, lo que comprueba esto es la falta de fe, quien tiene fe se indigna, pues no son acontecimientos nimios, no son errores ni de segundo, tercero o cuarto orden, son errores que conculcan la santidad de la Iglesia, conculcan el honor de Nuestro Señor. Por eso clama al cielo y es un deber advertirlo para quienes quieran verlos, pues hay quienes pueden perderse por seguir lo que dijo el Papa: por ejemplo el infierno, no creerlo porque ahora lo dijo el Papa que el infierno no existe, y que a los judíos hay que pedirles perdón, etcétera; este es un ejemplo del porqué no podemos obedecer a Juan Pablo II, porque si le obedecemos dejamos de ser católicos; sencillamente contraviene todo lo que la Santa Iglesia ha enseñado, enseña y enseñará.

   En el Evangelio de hoy vemos cómo los discípulos no entendían al igual que en otras ocasiones, lo que Nuestro Señor quería decirles, quería revelarles, porque todo lo que Nuestro Señor decía era una revelación de las cosas de Dios, de los misterios que están en Dios, de esa participación que Dios nos hace con su presencia. El, antes de la Pasión les manifiesta que no le verán por un tiempo y que después lo volverán a ver porque va hacia el Padre. Ellos no lo comprenden, no entendían lo que les quería decir. San Agustín interpreta de manera genial y de modo diferente a la de muchos otros Padres de la Iglesia; él ve en estas palabras de Nuestro Señor una esperanza o motivo de esperanza que proféticamente Nuestro Señor prometía a sus apóstoles y a su Iglesia, anunciándoles, además, que ese tiempo sería como un dolor de parto con tristeza, pero que todo desaparecería como cuando una mujer da a luz, que todos sus dolores se convierten en gozo, lo mismo para la Iglesia.

   Y El decía que ese tiempo, que es poco realmente comparado con la eternidad, al cual se refería Nuestro Señor, es la historia de la Iglesia desde la Ascensión de Nuestro Señor, después de la Resurrección hasta su Segundo Advenimiento; de ahí la esperanza, la promesa y el motivo de alegría a pesar de las tristezas y dolores como de parto. Así San Agustín concatena esta esperanza a través de la Historia, dos mil años que ya han pasado, que nos presagian el Segundo Advenimiento de Nuestro Señor: "un poco de tiempo y no me veréis y otro poco de tiempo y volveréis a verme porque voy al Padre".

   Él compara así toda esta Historia que nos toca vivir, como esos dolores que presagian una gran alegría, que es la venida de Nuestro Señor Jesucristo, la cual por cierto tenemos muy olvidada. Los hombres de Iglesia hace rato que no se acuerdan de esto y sin embargo, el mismo San Agustín, basado en esto, lanza la esperanza y la alegría después de tantos dolores para la Iglesia, después de tantas vicisitudes, contratiempos, herejías, cismas, errores, como hoy podemos ver, y que no se han visto nunca, que se multiplica el error y las herejías sembrando confusión, pero entre más se agudiza el mal, más próximo está el triunfo del bien; es una contradicción, pero ese es el misterio de la Cruz.

   En el máximo dolor, en la máxima derrota de lo que pueda acontecer naturalmente, está la victoria sobrenatural; en la muerte de Nuestro Señor está la derrota del mal y de Satanás. ¿Cómo en un mismo punto se producen dos cosas distintas? Ese es el gran misterio incluso de la Iglesia; de ahí la necesidad de ver las cosas con fe. Porque, mirado humanamente, Nuestro Señor fracasó, murió en la Cruz miserablemente, y eso espantó y escandalizó a los apóstoles y a los gentiles quienes escuchaban escépticos la predicación hecha a ellos de un Dios que murió en la cruz, cuando los dioses son gloriosos, reinan y gobiernan, pero no sufren, no lloran ni mucho menos mueren; pero ahí está el misterio, derrota natural, muerte natural y vida sobrenatural, victoria sobrenatural y en el momento más neurálgico.

   Por lo mismo todo lo que hoy vemos, tan calamitoso y escandaloso dentro de la Iglesia, donde hacen falta Atanasios que hablen, que digan con la autoridad que tienen obispos y cardenales. No es suficiente aquella autoridad participada que tiene un simple sacerdote, quien predica y habla como un portavoz del obispo, que es el que tiene a cargo la predicación oficial de la Iglesia, como magisterio de la Iglesia; pero notamos la ausencia de ese magisterio, esa enseñanza de parte de los prelados; estamos como huérfanos, sin luz, esa luz que debe dar la Iglesia para iluminar junto con Nuestro Señor Jesucristo a todo hombre que viene a este mundo. Como dice San Juan al comenzar su Evangelio y que es el que se lee al final de cada Misa, "luz del mundo"; hoy prácticamente esa luz está como extinguiéndose, si es que queda un faro, una pequeña luz en medio de la oscuridad y de las tinieblas.

   Porque hay cosas que inducen a confusión; no me gustaría decirlas por miedo a no ser entendido, a ser mal comprendido, pero hay cosas que si las hace otra persona no tienen importancia, pero si las hace un jefe o un superior cobran importancia y trascendencia y eso no es indiferente; nada hay indiferente si lo hace un superior y entre más alto sea su cargo mucho mayor es la repercusión de lo que hace o deja de hacer y de decir; esa es la gran responsabilidad de la jerarquía tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural; no quisiera mencionarlo y pasar de largo, pero son los mismos medios de comunicación quienes lo divulgan en todo el mundo.

   El papa Juan Pablo II pidiendo una vez más perdón a los enemigos de la Iglesia, a los ortodoxos, ¿qué puede pensar la gente?, ¿quiénes son ellos? Los ortodoxos se separaron de la Iglesia al no aceptar la autoridad del sumo pontífice, por no aceptar el papado de la Iglesia y considerar que su patriarca, el de Constantinopla, era igual que el Papa de Roma o Patriarca de Occidente y que era independiente en su jurisdicción, que lo hacía sumo pontífice. Y además negar el filioque, es decir, negar la Santísima Trinidad, como ya lo he dicho. La Santísima Trinidad es una cuestión de origen nada más y lo único que distingue a una Persona de otra es la procedencia en cuanto al origen; el Padre, que es ingénito, que no ha nacido, que no procede de nadie, engendra al Hijo y el Hijo procede del Padre que es su Verbo; el pensamiento del Padre es su Hijo, es su Verbo y ese Verbo que procede del Padre, en ese mutuo amor que se tienen el Padre y el Hijo hace que proceda el Espíritu Santo.

   Entonces, si el Espíritu Santo no procede del Padre y del Hijo, no hay Trinidad y eso es lo que niegan los ortodoxos. Niegan la supremacía del pontificado del Papa, y niegan también este dogma esencial de la fe católica y ¿venimos a encontrar que hoy se les pide perdón? Una cosa es pedir perdón a título personal a una persona ofendida, sea judía o musulmana, pues no tengo derecho a ofender a nadie; pero que la Iglesia, en la persona del jerarca, pida perdón como Institución a los que son herejes y conculcan la Iglesia, lo menos que se puede decir es que lleva a confusión.

   Ahora, no es posible que ningún obispo o cardenal denuncie y reclame que eso no se puede hacer en nombre de la Iglesia; he ahí el gran misterio y por eso no puedo hacer otra cosa que mostrar, aunque sea al reducido número de fieles que asisten aquí, para que tengan un poco de luz. Quizás Dios lo permite para que nos demos cuenta de cuan insensibilizados nos encontramos hoy, que aceptamos cualquier clase de cosas, que a los ojos de la fe no son compatibles con la Iglesia ni son compatibles con el sumo pontífice y que debiera llamar la atención no un sacerdote, no un fiel, sino aquellos que son príncipes en la Iglesia, que son igualmente obispos de la Iglesia y hacer ese llamado de atención para que la gente no piense ahora que da lo mismo ser católico que ortodoxo, que da lo mismo tener cualquier religión, que lo que importa es tener buena fe. ¿Pero qué buena fe puede haber si yo convalido cualquier creencia?

   Dios es único y exclusivo como única y exclusiva es la verdad; otra cosa es que yo me confunda y tome el error por verdad; pero, entonces, aun así, tomando el error por verdad, no puedo decir que las otras cosas son igualmente verdaderas. Por ejemplo: que un musulmán piense que esa es la verdadera religión; él tiene que negar que la religión católica sea la verdadera y negar las otras, pero no aceptar que es igual y que igual se salva uno e igual se adora a Dios, sea musulmán, judío, católico, protestante; ese es el principio que niega la libertad religiosa, la exclusividad de la verdad dejándola esparcida en cada creencia, según la conciencia de cada uno; esa es una herejía terrible, un hombre tiene derecho a una mujer, pero no tiene derecho a todas, y mucho más exclusivo es Dios y eso no lo podemos olvidar.

   El sacramento del matrimonio es un reflejo de la Iglesia, por eso en el Antiguo Testamento se podía tolerar la poligamia, pero queda excluida en el Nuevo Testamento; por eso San Pablo dice que es imagen de la Iglesia y esa exclusividad es la que se niega con el ecumenismo y con la libertad religiosa y las grandes confusiones a que se prestan con todas estas actitudes de pedir perdón al uno y al otro, que equivale a ponerle una vela a Dios y otra al demonio.

   Pidamos a la Santísima Virgen María que nos ayude a perseverar en la Iglesia, que sufre una persecución y será reducida a un pequeño rebaño fiel; eso lo dice Nuestro Señor, eso lo dicen las Sagradas Escrituras. Debemos tener mucho cuidado, porque el error está a la orden del día, la verdad está perseguida y recluida y de difícil difusión; luego se necesita una gracia muy especial para poder permanecer fieles a Nuestro Señor y a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, para no caer en el error en el que hoy caen muchos que se dicen católicos pero que no conservan la esencia de la religión católica, de la Iglesia Católica, y eso es lo grave y lo calamitoso. Que sea entonces Nuestra Señora quien nos consolide en la fe, para ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo y a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. +

 

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