DOMINGO DE PASCUA
 
15 de abril de 2001

Padre Basilio Méramo
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   Antes que nada una feliz Pascua a todos los fieles en este día tan solemne, fiesta de fiestas, porción más sagrada del año litúrgico de la Iglesia, la Pascua, la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, la prueba de su divinidad, de su palabra, de su testimonio. Prueba de la divinidad de la Iglesia, prueba de estar dentro de los cánones de la Revelación divina, por eso es solemnidad de solemnidades y la parte más sagrada del tiempo Pascual.

   Celebramos a Nuestro Señor, no ya derrotado y vencido como lo encontramos el Viernes Santo, o simplemente el Emmanuel con nosotros de la Navidad el día de su nacimiento, sino el vencedor. Cristo Rey, vencedor de la misma muerte; esa es la victoria que venció a la muerte, hija del pecado. Así entonces, Dios nos creó para la vida y para la vida de la gracia sobrenatural. El primer día de la creación, domingo en el que Dios comienza a crear todas las cosas, y que según San Agustín, creó todo en un solo acto omnipotente, reflejando de una manera más sublime todo su poder divino.

   Creó todas las cosas, pero no todas en acto, sino muchas en potencia, que fueron aflorando con el transcurso del tiempo y que sería la mejor interpretación aunque sea la única y exclusiva la de San Agustín, en oposición a todos los otros Santos Padres, pero la que mejor combatiría incluso hoy día ese falso evolucionismo que no quiere reconocer que Dios creó cada cosa bajo su especie, pero que no todas las especies encontrando su habitat normal se manifestaron al mismo tiempo.

   San Agustín ve en seis días el desarrollo que hace Dios en su creación y se lo da a conocer a los ángeles, y que por eso habla del conocimiento vespertino y del conocimiento matutino; y es más, no nos escandalicemos, si tan seguros estamos de que el primer día es de veinticuatro horas; mis estimados hermanos, estamos más trasnochados que los soldados que vigilaban a Nuestro Señor y que no supieron cómo se les escapó de la tumba, porque el sol fue creado el cuarto día, lo cual vendría a darle más peso a esa tesis de San Agustín que Santo Tomás cita y que la pone con el mismo valor que la de los otros Santos Padres; pero ese primer día fue conculcado cayendo en pecado y antes que el pecado del hombre, la apostasía de los ángeles, revolucionándose todo el cosmos, el universo; y Nuestro Señor, en el día de hoy, regenera ese primer día de luz y de creación que desplaza la importancia del antiguo sábado, considerado el último día de la creación.

   Así que en el día de hoy Nuestro Señor restituye, pasa de la muerte a la vida y esa es la gloria del día de hoy, la Resurrección, el paso de la muerte a la vida y la derrota definitiva de la muerte, hija del pecado. Por eso la Pascua debe ser esa luz que nos ilumina cada día para recordarnos que también nosotros hemos resucitado en Nuestro Señor. Esa resurrección en la Pascua de Nuestro Señor es la que nos atribuimos sacramentalmente en el bautismo, en el cual hay una inmolación mística y, en consecuencia, una resurrección mística y espiritual, que es el fundamento de toda nuestra vida religiosa, y también de toda nuestra vida de santidad, aun como simples fieles que llevamos esa santidad en nosotros por la gracia del bautismo y que debe fructificar, desarrollarse, no quedarse allí como una semilla, sino crecer como un árbol frondoso.

   A esto estamos llamados, a hacer nuestra esa realidad espiritual, sobrenatural, para poder atravesar lo efímero y caduco del tiempo y del mundo. Aun el tiempo es absurdo en sí mismo si no está respaldado por la eternidad; todo lo que es finito, temporal, mortal, no tiene su explicación sino en Dios, que es infinito, eterno e inmortal. Él es quien sustenta todo en el Ser y le da la vida, la vida natural y la vida sobrenatural. De ahí la gran misión de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana: ser la luz del mundo; ese es el significado del cirio pascual; significa a Cristo luz del universo y no como los masones que se dicen a sí mismos iluminados, cuando viven en las tinieblas del error y del infierno.

   El verdadero iluminado con la luz de la fe y de la gracia es el católico, no lo podemos olvidar; la gracia es una participación de la naturaleza divina de Dios en el misterio de su Trinidad y esa será la felicidad eterna en el cielo. Dios nos participa, nos anticipa, para que la vivamos de algún modo en el tiempo a través de la fe, de la luz de la fe, de la luz de la Iglesia. Lamentablemente hoy está eclipsada; cada vez se hacen más densas y espesas las tinieblas del error, pero esa llama nunca será apagada, porque aun en medio de la persecución siempre se conservará esa luz de la fe en un pequeño rebaño fiel a Dios. Debemos permanecer fieles a esa luz, fieles a la Iglesia, participar de esa luz, para salvar nuestras almas y poder salvar las almas de los demás. De ahí la importancia de este solemne día.

Pascua Florida se decía antaño, porque en algunos lugares de Europa coincide con el tiempo de las flores, por la misma razón también se llama Florida a ese territorio de los Estados Unidos, por haber sido descubierta un domingo de Pascua. Esto nos muestra el espíritu misionero de España, que ha sido el imperio más católico del universo, gústeles o no a los franceses e ingleses, pero esa gloria misionera no la ha tenido ningún otro imperio sino el español al cual pertenecemos. No caigamos en un indigenismo ridículo; todo lo que tenemos hoy de fe, de cultura y de civilización Católica, Apostólica y Romana proviene del imperio español; no sería digno entonces renegar de esa historia y de ese pasado español, como se hace hoy en día.

   El mismo Simón Bolívar, que fue un revolucionario, en su juventud se casó en España, en la iglesia de San José, no en Colombia ni en Venezuela. Se dejó influir por las ideas de la revolución francesa, o mejor dicho judeomasónica y después se arrepintió. Por lo que Santander, masón de pura cepa, y quien lideraba aquí, lo mandó matar: hizo morir a Bolívar, que huía como un perro, perseguido por esa misma revolución de la que había sido un hijo retractado. Esto demuestra cómo un verdadero prócer no lo puede ser, si no reviene a la Tradición y a la fe, si no reafirma lo que ha recibido a través de la Historia; por eso un pueblo que no conoce su historia, no puede saber para dónde va. Nosotros tenemos que saber muy bien de dónde venimos y para dónde vamos y nuestro camino se dirige hacia el cielo.  

 

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