SANTA NOCHE DE PASCUA
 
19 de abril de 2003

Padre Basilio Méramo
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    Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

   Esta es la noche más solemne de las fiestas de la Iglesia. La Resurrección de Nuestro Señor es la fiesta de las fiestas, es la manifestación de su divinidad y, como dice San Pablo, "si Nuestro Señor no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe".

   Todo el testimonio de la fe en Nuestro Señor se apoya en su Resurrección, que demuestra su divinidad, que no obstante habiéndose anonadado asumiendo una carne pasible, susceptible de morir, por un deseo de Nuestro Señor, porque de lo contrario, ese cuerpo hubiera sido glorioso desde el primer instante de la Encarnación. Pero El quería nacer para sufrir y morir y redimirnos. Por eso impidió esa gloria de su cuerpo y así se anonadó como un vil siervo para morir en la Cruz y luego resucitar al tercer día. Esa es la gran fiesta de la Pascua, el gran paso de Nuestro Señor de la muerte a la vida. De esta manera nos invita a todos nosotros a que nos regocijemos en El ya que hemos muerto con El en el bautismo, que de una parte simboliza la muerte en Nuestro Señor Jesucristo; y así ahora resucitar con El. Esa es la gran esperanza, la gran promesa.

   Por lo mismo, el Evangelio de hoy nos invita a mirar las cosas de arriba y no las cosas de aquí abajo, las cosas efímeras de la tierra que no tienen sentido, que no tienen duración, para que no nos dejemos distraer en nuestro camino y así tengamos nuestra mirada puesta en Dios Nuestro Señor. Ese es el mensaje que se nos debe quedar grabado toda nuestra vida para que transitemos como peregrinos por este mundo; eso significan las procesiones, para que nos demos cuenta de que somos peregrinos y que nuestra verdadera patria está en los cielos, allá, con Cristo resucitado.

   Guardemos así este breve pero profundo mensaje y que no se nos olvide para que no perdamos nuestra finalidad, nuestro objetivo, nuestro fin y podamos vivir aquí en esta tierra santamente, aunque esté llena de males y de calamidades y de muerte. Esa es la santificación, la gracia del Espíritu Santo, la santidad de la Iglesia que nos la participa Nuestro Señor para que seamos santo como lo es Nuestro Padre que está en los cielos.

   Pidamos a la Santísima Virgen María que guarde en nuestra alma el recuerdo de esta santa noche y el sublime fin al cual nos llaman Cristo y su Iglesia.

 

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