SAN JOSÉ ARTESANO

1 de mayo de 2003 

Padre Basilio Méramo

   

   Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:   

   Esta fiesta de San José artesano, este calificativo es porque la acepción de obrero desafortunadamente tiene la connotación de la dialéctica marxista, la del proletario, lo que no existía en la antigüedad. San José era pobre, humilde, pero era un artesano, no un obrero con las condiciones que hoy ese término implica; aunque se podría decir que era obrero en el sentido en que antaño lo era; es decir, un hombre que trabaja ganándose el sustento con la obra de sus manos. Esta fiesta, pues, fue instituida para eclipsar la comunista del trabajo fuera del contexto católico; por eso, la Iglesia, como siempre lo ha hecho, se ha valido a veces de celebraciones paganas para instituir así una festividad y darle sentido católico. 

   Y con ésta, la Iglesia quiere darle al trabajo el sentido católico y no marxista, no dialéctico, como lo que dignifica al hombre. Adán tenía que trabajar en el paraíso; la labor no es un castigo, ésta es trabajar con el sudor de la frente, con dificultad, con las espinas y abrojos, pero el trabajo en sí no es una pena; por eso hay que leer y releer la oración que San Pío X hace a San José, para que nos demos cuenta con qué espíritu debe trabajar todo católico en esta vida, lejos de la pereza. El laborar es una ley para todo hombre en esta tierra, hombre o mujer; lo demás es pereza o concepción pagana y comunista. 

   Y, ¿cuál es esa concepción católica cristiana de la cual la fiesta de hoy hace a San José el patrono del trabajo católico? En primer lugar, trabajar con espíritu de expiación por nuestros pecados. Fíjense bien, no es para ganar dinero pues el rico también tiene que laborar y no ser holgazán; lo que pasa es que hay muchas clases de trabajos. Hay que afanarnos en primer lugar con espíritu de expiación, séase presidente o rey de una nación o basurero, pasando por todos los estados intermedios, como reparación por todos los pecados; primera condición ésta según la oración de San Pío X que se esforzó como Papa inagotablemente y por eso fue un Sumo Pontífice como pocos y que llegó a ser santo santificado con el trabajo cotidiano, con ese carácter penitencial de expiación por sus pecados. 

   Cuán lejos está el mundo de hoy de ese concepto, cuán lejos estamos nosotros; la mujer de hoy rehuye el quehacer en la casa, y si lo busca afuera, es por vanidad, por el dinero, pero no en primer lugar por espíritu de expiación; igual hacen los hombres. ¿Qué concepto tenemos del trabajo? ¿El comunista o el judío? El hebreo se afana para tener oro y poder y el comunista como un miserable, con resentimiento, pero no como purificación; por eso es importante entonces que el trabajo, condición de todo hombre en esta tierra, tenga ese sentido católico de reparación. 

   En segundo lugar, dice San Pío X en su oración a San José, debemos trabajar en conciencia, no inconscientemente haciendo nuestras labores de mala gana, a medias, para salir del paso. Y ni qué se diga en Colombia, donde hacemos de todo pero sin motivo, por el apuro, pero no con un método, con una regla, tratando de hacer nuestras tareas lo mejor que se pueda, aprovechando para desarrollar el ingenio que Dios nos ha dado. 

   El trabajo dignifica al hombre en ese sentido católico, porque nos hace aprovechar nuestra capacidad y no ocultarla, en beneficio no únicamente propio sino en bien común, de la sociedad. Por eso el más inteligente debe mandar y el menos inteligente servir, para que esto no se invierta; cada uno de acuerdo con sus talentos; si Dios le dio uno, pues con uno, si le dio diez pues con los diez y a aquel a quien le dio más entregar otro tanto de lo que recibió; por eso no debe envidiar el que obtuvo cinco al de diez; porque según recibimos se nos exigirá. 

   Pero ¡ay de aquel que si se le dio uno o diez no retribuya lo que recibió de Dios! De ahí lo tremendo de las cuentas que hay que rendir de esos talentos recibidos para corresponder por medio del trabajo de cada uno según su categoría, la que Dios le dio de acuerdo con su inteligencia, con su fortaleza y con sus capacidades. Y no hacernos creer democrática y estúpidamente que somos iguales y que todos servimos para hacer de todo; eso es mentira, hay quienes son aptos únicamente para barrer, pues se santifican aseando como San Martín de Porres; y hay quienes si sirven para gobernar, pues que se santifiquen mandando; otros que se consagren siendo médicos, abogados o instruyendo, cada uno de acuerdo con los talentos que Dios le dio y con la vocación a la cual Dios lo llamó; si es en el celibato, conservándolo, y si es en el matrimonio, entonces en ese estado, teniendo los hijos que Dios les manda y cumpliendo los esposos con su deber. 

   Algunas mujeres creen que se van a santificar haciéndose las bobas, como muchas monjas lo hacen el convento infructuosamente; la esposa debe atender a su marido, a sus hijos, a su hogar. Y pobre de la que le toque salir de su hogar para trabajar, porque tiene doble trabajo, doble carga, la del hogar que no puede eludir y la otra. El mundo de hoy que dice valorar a la mujer la esclaviza, porque le ha quitado al hombre el doble poder adquisitivo que antes tenía, porque si no trabajaran las mujeres en la calle, en las oficinas, el hombre ganaría el doble, ya que habría la mitad de mano de obra y la mujer podría laborar en su hogar. De esta forma cada quien tomaría la responsabilidad que le corresponde. 

   Que no nos digan estupideces y nos las creamos, eso es obra del judaísmo y de la masonería que quieren destruir la civilización católica o lo que de ella pueda quedar, que es casi nada; diferente es que queramos cambiar el orden y la mujer "tenga" que salir a trabajar. Pobre, doble quehacer; no nos engañemos con esas ideas tontas contra naturaleza, hablando de la dignidad y del honor de la mujer; ella se tiene que esforzar doblemente, sin poder cumplir bien en ninguna de esas partes, aunque se empeñe al máximo, pues siempre surgirán nuevas "necesidades". 

   Ese es el humanismo ateo actual que nos hace exaltar ideas que perjudican a la misma persona que lucha y muere por creencias erróneas. Así, entonces, laborar en conciencia haciendo todo bien, porque hay que afanarse con espíritu de expiación y no porque se me va a pagar más o voy a recibir menos. Lo hago bien porque haciéndolo así desarrollo mis talentos, ayudo a los demás y expío por mis pecados. No como un vil judío que me afano nada más por lo que se me paga y encima lo hago mal. ¡Cuán distinto es el concepto del trabajo católico! 

   Sigue San Pío X pidiéndonos no solamente laborar con sentido de penitencia en conciencia sino también en orden, en paz, sin agitación, sin apresuramiento, pero tampoco con pereza. Así, aplicarnos con espíritu de reconocimiento, de alegría, de gozo, no como un esclavo que lo hace por temor al látigo o como un judío, sólo por el dinero. Y díganme si hoy no es eso lo que prima. Nadie trabaja verdaderamente como católico; de allí la necesidad de recordarlo a los fieles y a todo el mundo, porque con esa oración se santificó San Pío X, laborar con satisfacción, alegría, en paz, con orden, no prefiriendo las inclinaciones personales, ni rehuyendo las dificultades, sino con perseverancia, con tenacidad. 

   Por eso hay muchos mendigos en la calle, porque no quieren cansarse, no quieren aceptar el trabajo con ese espíritu de mortificación, prefieren robar o pedir; y muchas veces no se sabe si se comete un bien o un mal, por eso hay que ver muy bien a quién se le da limosna. A quien realmente la necesita por estar minusválido o impedido, sí se le debe dar; también porque sea una viuda o un anciano, pero no porque sea un vago. Todo ello hay que equilibrar, sopesar, para no fomentar la holgazanería, la pereza, el repudio de tener que ganarse el pan con el sudor de la frente como ley de todo hombre en esta tierra. Esta parte es el castigo, pero no el trabajo en sí mismo, porque si no hubiera habido pecado se cumpliría ese trabajo con felicidad y con mucho más gozo, sin sudor, sin espinas, como tenía que haberlo hecho Adán en el paraíso; pero esto se complicó, hay que aceptarlo. 

   Así, entonces, el trabajo nos santifica porque estamos saldando una deuda a través de él, sea el que fuere, si lo hacemos con ese espíritu católico por el cual la Iglesia pone a San José como ejemplo. No tengamos otra concepción de nuestra carga que no sea la católica, y así, algo tan esencial a la vida humana nos lleve al cielo, porque nos afanamos para el cielo en regalo al Señor, como dice la epístola de este día: "Cuanto hiciereis, hacedlo de corazón, como obsequio al Señor, y no a los hombres". Ni buenos ni malos, en atención a Dios, por Él, porque no son los hombres, es Dios. 

   Esto es sobre todo para el que está investido de autoridad en la Iglesia, a los sacerdotes, a los obispos, a los cardenales, a los Papas, hacer todo por Dios y que no sea un culto, una misa para el hombre; tanta bazofia humana, tanto barro humano, hasta dónde llega el orgullo del hombre de hoy idolatrando al hombre de barro como si fuese un dios y todos estúpidamente tragándose el cuento. Dejémonos de tanta imbecilidad, barro somos y a él volvemos; hagamos todo por Dios y en beneficio de Él, para eso se predica, no para los hombres; que seamos fieles a Dios, y no admiradores de tal o cual cura, porque a mí me cae bien uno u otro. Esas son estupideces, es por Dios y nada más. 

   Ya está bueno de tanto individuo, de tanta porquería humana entronizada en la Iglesia, porque si hoy para ser buen Papa, buen cura o buen obispo hay que estar adulando al mortal, entonces más vale ser un buen basurero, un buen barrendero, y que no nos caigan encima esas cuentas que Dios tendrá que tomar, sobre todo a aquellos que tienen que dirigir las almas a Dios, como es la misión del clero, y no que estén adulando y ensalzando al hombre, hablándoles de sus derechos y de su libertad y de sus estupideces. Al hombre hay que decirle que es despreciable, que es barro y que su grandeza está en reconocer su miseria, por eso es más alto el que más se humilla y no el que se cree más. 

   El ejemplo nos lo ha dado San José, humillado, desconocido en sí mismo. En el Evangelio poco se habla de él, y si se hace es en tono despectivo: "¿No es acaso éste el hijo del carpintero?". Como quien dice de "ese bobo ahí". "¿No es María su madre?". "Una mujercita ahí", "y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?". ¿De dónde viene a enseñarnos a nosotros, los teólogos de la sinagoga, de prosapia, de abolengo; de dónde viene este imbecil, miserable, a hacerse aquí el doctor? Ese es el reproche de los judíos, ¡malditos y fariseos! 

   En contraste está la humildad de la cual San José nos ha dado ejemplo como ningún otro santo, sirviendo a su esposa la Santísima Virgen y al Niño Jesús ¡Qué santidad tendría que haber observado ese hombre para ser elegido custodio del tesoro de los tesoros más grandes que hayan pisado esta tierra, nuestro Señor y la Santísima Virgen! De allí viene el patrocinio universal de San José sobre la Iglesia; por eso hay que recurrir a él para que en estas horas de tinieblas nos auxilie y proteja a la Iglesia de la cual es Patrono, a la verdadera y única Iglesia católica, porque no todo lo que se diga ser Iglesia lo es, no todo el que diga ser católico lo es; porque no basta decirlo, hay que demostrarlo con los hechos y con la fe que hoy está reducida a su mínima expresión. Por eso, "no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos" hay que dirigirse al verdadero Señor, al verdadero Dios y ser fiel a la verdadera Iglesia y no a una modernista protestantizada y judaizada con todos los traidores que hay de cardenales, de obispos y de sacerdotes, de mercenarios, que al igual que los fariseos se creen doctores en la Iglesia y desprecian a Dios. 

   Pidámosle a San José que nos ayude para que podamos trabajar toda nuestra vida ya sea con la cabeza, con los pies o con las manos, de acuerdo con los talentos que Dios nos ha dado; laborar en conciencia y sobre todo con espíritu de expiación por nuestros pecados. +

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