PRIMER DOMINGO DE PASIÓN

6 de abril de 2003

Padre Basilio Méramo

   

   Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:  

   En este primer domingo de Pasión, la Iglesia nos invita a asociarnos y a asimilarnos, a que nos identifiquemos con Nuestro Señor inmolado.

   La inmolación de Nuestro Señor es una realidad fundamental de la religión católica y el grave problema interno de los católicos, de nosotros, de los fieles, es que no queremos ser inmolados como lo fue Nuestro Señor. De ahí deriva el gran drama, la gran traición y hasta diría la gran apostasía, sin hablar del enemigo exterior. Hablo del enemigo interior, de ese rechazo, del avance anticristiano del alma que no quiere dejarse inmolar a imagen de Nuestro Señor. De ahí la falta de santidad, la falta de sacrificio, la falta de oración, por eso también la perfidia y en el fondo el fariseísmo a lo largo de los siglos entre los católicos, dentro de los fieles, dentro el clero, por no querer aceptar la Cruz como modelo de vida diario.

   Nos pasamos criticando al vecino, hablando mal de todo el mundo sin soportar ni el menor desaire, ni el menor desprecio, ni la menor contradicción, ni la menor tribulación, ni las enfermedades ni nada. Entonces, ¿qué diablos queremos ser?, ¿unos católicos de fantasía, de pura pantalla?, y esa es la realidad a lo largo de los siglos, esa es la miseria de cada uno de nosotros, que nos creemos muy buenos, muy católicos, muy santos y sólo somos unos miserables, egoístas, pantalleros, que lo único que queremos es vivir bien, cómodamente, y eso no debe ser.

   Justamente porque no puede ser, Nuestro Señor quiere, al final de los tiempos, acabar con esa fantasía, con esa ficción, con ese fariseísmo, y por eso está permitiendo que se acrisole la Iglesia, para que toda esa escoria caiga y queden aquellos que son los verdaderos católicos fieles, aunque sean sólo cuatro o cinco. Por eso, esta crisis por la que está pasando la Iglesia en estos últimos tiempos, por eso este gran desmadre y descalabro religiosos; por esto este gran cisma dentro de la Iglesia.

   Por todo eso, en este domingo de Pasión, debemos, en consecuencia, no solamente pensar en la Pasión de Nuestro Señor hace dos mil años, sino en el valor profético y apocalíptico de la Cuaresma, de la Pasión de la Iglesia al fin de los tiempos. Porque no es solamente un pasado sino un futuro que se hace presente; no hay primera venida sin la segunda, y no hay la Pasión de Nuestro Señor sin la Pasión de la Iglesia, su Cuerpo Místico. Ese valor apocalíptico no ha sido desgraciadamente manifestado debido a la predicación mediocre de un clero de baja categoría espiritual; duele decirlo, pero así es. Porque el sermón no es para que el sacerdote diga tonterías o lo que le pase por la cabeza, o para que distraiga a los fieles, es para que manifieste las verdades y los misterios de Dios y para que sepa alertar al pueblo fiel y sepa defender su fe. Y hoy eso es más apremiante que nunca, porque no sabemos qué puede pasar. Aquí estamos todavía muy cómodos, con la Misa diaria y despreciada, porque muy pocos vienen, con la misma todos los domingos. Qué tal cuando no tengan la Misa, cuando no tengan quién les predique o veamos cómo es que van a salvar ustedes solos su fe; ahí se va a probar la consistencia, la calidad de cada uno. No van a tener al cura ahí al lado para que les lleve el Santísimo, para que les lleve la Extremaunción, y ¿qué van a hacer entonces? Pues justamente para eso tenemos que estar preparados todos y cada uno.

   Hoy, el principal deber del sacerdote es mostrarles a los fieles esa situación para que no claudiquemos en la hora de la gran persecución; para que tengamos alma de mártires y para que podamos así rendir y tributar verdadero culto a Dios. Yo veo que los fieles no están preparados, los fieles que se dicen tradicionalistas no están preparados; y me duele decirlo, pero la culpa quizás sea también de nosotros, que no sabemos preparar a los fíeles por causa de un miedo estúpido, porque da miedo hablar de persecución, de Apocalipsis, como he oído más de una vez entre gente de la cúpula de la Fraternidad: "No hay que hablarles a los fieles de esas cosas para no asustarlos". Dejémonos de tonterías, la verdad no asusta, la verdad nos fortifica, nos santifica y nos salva y hay que estar prevenidos y no creer en una gran reconquista del mundo.

   Ya pasaron los tiempos de reconquista del mundo, ahora lo que corresponde es atrincherarse en la verdad, afianzarse en la Tradición sacrosanta de la Iglesia y mantener lo que hemos recibido sin hacernos fantasías estúpidas de conquistas quijotescas que no tienen nada que ver con el contexto histórico que estamos viviendo. Lo digo porque hay una corriente dentro de la misma Fraternidad heredada de una falsa espera que viene de mucho tiempo atrás, y que quiere desvirtuar todo lo que tenga una connotación apocalíptica. Quien no quiera creer lo que digo, pues que se remita a todos los verdaderos mensajes y apariciones de Nuestra Señora desde hace más de ciento cincuenta años años; examinemos si no son todos y cada uno apocalípticos; recordemos esa obra aparentemente insignificante pero de gran valor, de monseñor Cadavid, quien en el año 1953 escribió una recopilación dando a todas esas manifestaciones de Nuestra Señora: La Salette, la Medalla Milagrosa, Fátima, Siracusa, encuadradas todas dentro de ese marco o contexto apocalíptico.

   El eclipse que vemos hoy, Nuestro Señor cubierto, las imágenes cubiertas, el eclipse de Nuestro Señor prefigura apocalípticamente el eclipse de la Iglesia que ya Nuestra Señora en La Salette profetizó: que la Iglesia será eclipsada, la verdad será eclipsada, existe, pero no se ve. Y ¿acaso no está eclipsada hoy la Iglesia, mis estimados hermanos? ¿Dónde está el verdadero culto, la verdadera fe, la verdadera profesión de fe? ¿Dónde brilla, dónde reluce? En ninguna parte, salvo allí en algunos cuantos lugares donde se guarda la sacrosanta Tradición, como en esta santa capilla, y se acabó, paremos de contar. Ni siquiera los curas más fuertes, porque se asustan con el nombre de monseñor Lefebvre, gran paladín del siglo XX, cual un San Atanasio.

   Esa es la triste realidad y esa realidad nos toca vivirla, por eso debemos estar preparados para lo que vendrá. Y nuestra única esperanza, la que nos mantendrá de pie, será entonces la de pensar en la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo. Segunda venida que hoy la tenemos olvidada y que cae en manos de quienes desgraciadamente manipulan y tergiversan ese dogma de fe. Todas las sectas protestantes tienen como resorte esa venida, ese reino, los Testigos de Jehová por ejemplo, pero malinterpretandolo. desvirtuandolo.

   Pero mucho peor los católicos, desconociendo paladinamente esas verdades. Porque Nuestro Señor vendrá a rescatar su Iglesia profanada, ultrajada como la novia que es arrebatada y llevada lejos de su esposo pero que el esposo al fin y al cabo la rescata. Por lo mismo habla también San Agustín de esa especie de envejecimiento de la Iglesia al final de los tiempos, que la Iglesia aparecerá como envejecida, despreciada, abandonada.

   Todas esas cosas nos deben servir para que lejos de escandalizarnos de la Pasión de la Iglesia saquemos de allí la fuerza espiritual para tener más fe en la Iglesia Católica, única arca de salvación, para que no nos dé vergüenza venir aquí, porque a mucha gente le da vergüenza, y eso que saben muy bien que aquí está la verdad. Y para que no nos dé vergüenza ser lo que somos, para agradecerle Dios esa gracia de permanecer fieles a la sacrosanta Tradición que es un signo de la apostolicidad de la Iglesia.

   La nueva Iglesia ecumenista no es católica ni apostólica ni romana, es una seudoiglesia, una contraiglesia, es verdaderamente la sinagoga de Satanás que ha adulterado la Iglesia y para ello se ha servido de un concilio ecuménico que es un contrahecho, ya lo dije y vuelvo a repetirlo. Porque es un absurdo teológico, doctrinal y de fe concebir un concilio legítimo y verdaderamente ecuménico que no sea infalible "ipso facto"; por el mismo hecho, tal como no puede ser disoluble un verdadero matrimonio; es de lamentar que hasta ahora esto no se haya dicho.

   Eso demuestra ceguera doctrinal, porque ese es el argumento más eficaz, ya que un Papa no puede convocar un concilio ecuménico y declararlo meramente pastoral, es decir, no infalible. Es absurdo, él podrá sólo personalmente querer o no querer ser infalible ex cátedra, pero no puede él, ni ninguno de los obispos, reunirse con él en un concilio ecuménico que no sea infalible. Eso es un adefesio, es un monstruo y eso explica los desastres en nombre del Concilio Ecuménico Vaticano II, que pasará a la historia como el gran conciliábulo donde el humo infernal penetró la Iglesia. Por eso Pablo VI de algún modo lo expresó, no por convicción propia, sino quizás obligado e impulsado por el Espíritu Santo. No le daba vergüenza a él siendo Papa, perplejo, preguntarse por dónde había entrado el humo del infierno en la Iglesia, cuando miserablemente él mismo le abrió las puertas a Satanás. Hay que ser cínico, perverso e hipócrita como buen judío, como parece fue, porque su origen es probablemente judío, como lo es también el de este actual Papa por su madre, y no serían ellos dos los primeros infiltrados, ya los hubo antes. Y aunque no fueran judíos han actuado peor que si lo fueran, que es lo más grave.

   Para todas estas cosas debemos estar preparados, lo cual requiere un mínimo de cultura, un mínimo de conocimiento de lo que ha sido la historia de la Iglesia, una base cultural. El católico es un hombre de elite, pobre o rico, el católico no puede ser un bruto e ignorante; eso del católico ignorante no existe en la Iglesia, y el católico que vive en la ignorancia, entonces pasará a ser un protestante. La mayoría de los protestantes de Colombia son ignorantes e imbéciles que se pasan al enemigo por falta de cultura. El católico debe conocer al dedillo su catecismo que es teología, que es doctrina; y debe vivir meditando las verdades de Dios y las cosas de Dios sin creer que la religión es mera beatería tonta; eso no es religión, señoras y señores. Ya es hora de que nos demos cuenta y tomemos cada uno nuestra responsabilidad delante de Dios Eterno. Porque ahí nos estamos jugando el alma, la vida eterna. Cristo no es juego.

   Dios no quiere que las iglesias sean concentraciones donde la gente se va a mostrar; ya Dios está cansado de tanta estupidez. Lo que El quiere es lo que siempre ha querido: que le adoremos en espíritu y en verdad. Que cada uno de nosotros se considere un miserable y no que porque estamos engalanados nos sintamos como pavos reales que entran a la iglesia pavoneándose, saludando, mirando al uno, mirando al otro; ¡qué estupidez!, uno viene a la iglesia a saludar a Dios y con los fieles se saluda afuera, en la calle; por eso en la iglesia no se habla; se reza, se ora. Que todas estas cosas se nos queden marcadas en el corazón para que podamos mantenernos así en la fidelidad a la verdad, para que veamos esta Pasión en la Iglesia y la veamos en nosotros que nos toca sufrirla nos guste o no, a menos que claudiquemos. Por eso muchos se van, porque no quieren inmolarse en esta Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en su Cuerpo Místico, la Iglesia, por obra de la jerarquía de la Iglesia. Así como Anás y Caifás fueron los responsables de la crucifixión de Nuestro Señor siendo sumos pontífices, la historia se repite por mano del sumo pontificado, por el gran misterio de iniquidad la Iglesia sufrirá al fin de los tiempos y sufre hoy su Pasión.

   No basta decir jerarquía "jerarquía, obediencia", porque encima de esa jerarquía está Dios y hay que obedecer primero a Dios que a los hombres cuando traicionan la Tradición y se convierten en supósitos de Satanás. El humo del infierno ha entrado y está dentro de la Iglesia y no por eso nos vamos a volver protestantes sino que vamos a seguir siendo católicos, apostólicos y romanos. Tampoco como esa sarta de cardenales en Roma, traidores a Jesucristo, son unos Anás y Caifás judaizando la Iglesia Católica. Por tal motivo a los verdaderos hijos de Dios, a los verdaderos hijos de la Iglesia, nos corresponde dar este testimonio y el que no la quiera dar no ha comprendido absolutamente nada ni de Cristo ni de la Iglesia ni de la religión católica.

   Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a compenetramos con estas verdades para que así podamos testimoniar fidedigna, leal y humildemente nuestra fe y nuestro amor a la Iglesia y a Nuestro Señor Jesucristo. +

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