DOMINGO DE SEXAGÉSIMA
 3 de febrero de 2002

Padre Basilio Méramo
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   Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:  

   Durante este preludio de la Cuaresma la Iglesia nos presenta en el Evangelio la parábola del sembrador que Nuestro Señor mismo la explica a sus discípulos ya que no la entendían. Nuestro Señor les dice irónicamente que habla en parábolas para que no entiendan. No es que Nuestro Señor les hable en parábolas para que no entiendan como leemos en el Evangelio si se le interpreta al pie de la letra, sino que Él lo dice de un modo irónico, un modo indirecto de decir las cosas al revés para que surtan el efecto deseado. Como aquel que por advertir a alguien, en vez de decirle: tenga cuidado no se le caiga tal cosa, directamente le dice que se le caiga. Ironía que no es burlesca o hipócrita, sino producida por el celo por las cosas de Dios. Nuestro Señor les hablaba en parábolas no para que no entendieran; cuando lo que El quería, justamente, era que entendiesen a través de esas semejanzas o comparaciones naturales las realidades de orden sobrenatural que eran difíciles de entender normal y comúnmente.

   Y con la parábola de hoy Nuestro Señor quiere mostrarnos la suerte de la semilla de la Palabra de Dios esparcida en el mundo. La respuesta que tiene esa semilla como fruto es un verdadero misterio. Nosotros no sabemos quiénes se salvan ni quiénes se condenan; si nos vamos a salvar o a condenar. La salvación se debe al fruto que produce la semilla, la palabra de Dios en nuestros corazones, en nuestras almas. Pero no todos tenemos la misma disposición, no todos corren la misma suerte, hay una elección fundamental, elemental, que nos pone en consonancia o en disonancia con Dios, esa elección del libre albedrío, de la libertad, porque libremente nos salvamos o libremente nos condenamos, y para salvarnos necesitamos la gracia de Dios.

   Hay, pues, una elección que cada uno hace con Dios o contra Dios; he ahí el gran misterio de la libertad, del fuero interno de cada uno. De esa elección que está en lo más profundo de nuestra alma viene la respuesta y según la respuesta se da esa disposición para que germine y dé fruto o no, esa semilla que debería crecer y fructificar en el alma.

   Coloca entonces cuatro ejemplos: tres de ellos, en los cuales no hay fruto, porque cae en mal lugar, en mala tierra, en mal corazón. La semilla que cae a la orilla del camino pero que viene el diablo y arrebata la palabra de Dios y es como si resbalase. La segunda porción, la semilla que cae entre las piedras, que crece, germina, pero al no haber raíces sólidas se pierde. Y la tercera, la que cae entre espinas y que por esas espinas la semilla es sofocada. La cuarta parte, que cae en tierra buena y da fruto y de ese fruto sabemos en otros pasajes del Evangelio, que unos dan el treinta, otros el sesenta y otros el ciento por ciento, que podríamos decir son los incipientes, los píos y los perfectos según la clasificación de las tres edades de la vida interior. Hay entonces una gradación; siendo la misma palabra de Dios, no en todos da el mismo resultado. Esa es la gran moraleja, la gran lección.

   Lo que quiere Nuestro Señor es que seamos buena tierra, bien abonada para que la semilla dé fruto; que no seamos de los que reciben su palabra pero que se les resbala, que poco caso hacen de ella; viven en la superficialidad, en la vanidad; de pronto se entusiasman en un momento fugaz, como los fuegos de artificio, que duran un momento, uno segundos y luego desaparecen, se acaban.

   Cuántas almas fogosas, en un momento de entusiasmo oyen la palabra de Dios, pero a la vuelta de la esquina ya van como si no hubieran oído absolutamente nada. Otra clase de personas, quizás menos superficiales, menos casquivanas, logran que la palabra de Dios germine, pero ante la dificultad por falta de esfuerzo, por flojera, no perseveran y entonces la semilla que germina se marchita, no produce fruto ante la dificultad, ante la contradicción, no hay hondas raíces, sólidas, no ha penetrado; es como quien siembra una planta a flor de tierra, se cae, echa raíces pero éstas no mantienen esa planta en pie. Y a cuántas personas vemos, incluidos todos nosotros, en quienes la semilla, la palabra de Dios, no tiene ese arraigo, esa penetración que nos haga mantener firmes, de pie, sólidamente, sin sucumbir ante la adversidad, ante la contradicción, ante el esfuerzo, ante el sufrimiento que implica la vida presente y más si se quiere vivir cristianamente, católicamente, y mucho más si se vive en un mundo como el de hoy, adverso a Dios, a la virtud, adverso al bien, donde el pecado, el mal, tiene carta de ciudadanía. Eso es lo que hacen los medios de difusión, introducir el mal como si fuese bueno, aceptable, y eso en todos los órdenes, aun en el orden artístico, adefesios como los que hace Botero.

   ¿Quién se escandaliza hoy de ver una pareja manoseándose en plena esquina? Eso es anormal, así que la niña o la mujer se prostituyen públicamente, y lo más normal del mundo, ¿quién les dice algo? Cuando antes algo así era denunciado, intervenía la policía, hoy es lo más normal, el nudismo en las playas, lo más normal del cuento; el anormal es quien no hace eso; lo más normal abortar, usar anticonceptivos, y no terminaría si comenzara a enumerar. Todo es general, menos la virtud, el bien, la pureza, la castidad, la virginidad, la veracidad, la palabra, la honradez.

   Se ha dado vuelta al mundo; nos han dado vuelta los principios, los conceptos y todo eso es por la maldita televisión que nos emboba y que la seguimos viendo; y me da pena decirlo, pero eso demuestra la perversión de nuestro corazón que nos gusta lo malo, y si no nos gustara lo malo, no tendríamos esa atracción por la maldita televisión; y no es por lo de las "noticias", eso es mentira, las noticias son el gancho, si es que noticias podemos llamar a ese bombardeo incesante de información sin ton ni son; porque no sabemos cuál es la causa ni las consecuencias, ni los efectos de aquello con que nos bombardean sin poder ni siquiera reflexionar.

   Comprobamos, pues, que es difícil mantenerse hoy como buen católico; incluso más, sin ser católico, ser un hombre normal cuando hoy el lesbianismo, la homosexualidad y cualquier perversión, tienen estatus social normal; lo que es antinatural. Entonces, ¿cómo debemos hacer para poder vivir cristianamente y aún si se quiere, vivir naturalmente como un hombre normal. Es casi imposible hoy en día, sin un esfuerzo prácticamente sobrehumano. Luego cuántos no dejan, abandonan y abandonamos el camino por la falta de esfuerzo; no solamente pasa eso en la gente, en los fieles, en los sacerdotes; cuántos no se cansan y nos cansamos de la dificultad. ¿Qué les ha pasado a los padres de Campos? ¿Por qué cedieron? Porque hay una fatiga. Hay un desgaste y eso hace que uno claudique habiendo oído la palabra de Dios sin echar raíces hondas, sólidas.

   Las raíces sólidas consisten en la capacidad para el sufrimiento que el mundo moderno no nos da; hoy no se quiere sufrir, no se quiere el dolor; en cambio el cristianismo nos enseña que el dolor y el sufrimiento son fuente de redención, eso es la cruz, y por eso nosotros tenemos que asumir nuestra cuota de dolor, de sufrimiento para asimilarnos y configurarnos a Nuestro Señor. El mundo moderno eso no lo enseña, en cambio fomenta otra cosa: la diversión, el confort, lo placentero, todo lo que favorece la flojedad y por eso estamos espiritual y físicamente débiles, no tenemos espíritu aguerrido. Al contrario, estamos propensos a la depresión, a la neurosis, al estrés, sin culpa, más como víctimas de un mundo que vive en el ruido, en la velocidad supersónica, que nos hace incapaces de adaptarnos a situaciones, porque cuando ya casi nos adaptamos a una viene otra, luego otra y otra. ¿Qué cuerpo aguanta?, ¿qué nervios aguantan?

   Esa es la aceleración del mundo moderno que desquicia, que nos desquicia y de ahí el sumo cuidado que debemos tener para no sucumbir, la necesidad de soledad para la oración, para la contemplación, para refugiarnos en Dios. Por eso la semilla que cae entre las piedras, por falta de hondas raíces queda sin fruto, se pierde. Y la otra parte, la que cae entre las espinas; el mundo con toda esa lucha que acabamos de describir y que de pronto se vuelve en nosotros una agonía; porque somos, o nos creemos, incapaces de poder sobrellevar ese aguijón, esa espina, esa dificultad agudizada que no es de un modo general sino de un modo más particularizado y que hace que nos dé fruto la palabra de Dios como aquel a quien se le amputa un miembro. Quedamos amputados, sofocados por esas dificultades graves que encontramos a lo largo de nuestro camino, de nuestra existencia. Cuánta gente es buena, muy buena, por un tiempo, incluso largo tiempo y de pronto una gran desgracia, inesperada, violenta, hace sucumbir a esa persona, sacerdote o simple fiel, por las espinas del mundo, por no haber tenido cuidado con todo lo que el mundo prodiga. Aun siendo buenos, aunque no tan buenos, sino seducidos por las riquezas, por las cosas del mundo pero sin darnos suficiente cuenta, como aquel ejemplo de las vacas flacas y de las vacas gordas, cuando viene la dificultad ya no somos capaces. Hay que tenerlo presente mis estimados hermanos, para no sucumbir.

   Sólo una cuarta parte cae en terreno fértil, y sin embargo, no todos responden ni respondemos de igual modo; no debemos escandalizarnos de que a veces la palabra de Dios no produzca los efectos que deseamos, y no es por culpa de Dios sino por el defecto de la tierra donde cae la palabra de Dios, la palabra divina.

   Pidámosle a Nuestra Señora que nos haga terreno fértil, para que la palabra divina produzca ese fruto generoso, para sufrir con paciencia perseverando en el bien; que podamos llegar a esa perfección y santidad a la que Dios nos llama. +

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