TERCER DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
 26 de enero de 2003

Padre Basilio Méramo
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   Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:    

   En este tercer domingo de Epifanía tenemos el doble milagro que relata el Evangelio, milagro de la curación del leproso y del centurión. El leproso, como el más miserable de los miserables, peor que un mendigo, porque quedaba excluido del trato y de la convivencia social, y de la del centurión, como quien diría de un general del Imperio romano, dos extremos de la escala social. Vemos cómo Nuestro Señor no hace distinción de clases, ni de ricos ni de pobres, sino que El es Dios de todos los hombres y de todas las criaturas. Y así le hace el milagro a ese pobre leproso que le pide, si El quiere, que le cure y Nuestro Señor extiende su mano y lo sana y le recomienda que no le diga a nadie, ¡qué pudor! Porque solamente por un pudor religioso quería Nuestro Señor ocultar como todo verdadero hombre religioso, que no se anda pavoneando como una vedette, sino todo lo contrario, que oculta su religiosidad, su santidad, su virtud, por pudor, para no mostrar lo mejor que tiene de Sí y que es para Dios y no para los hombres.

   Qué gran lección para que no nos pavoneemos como pavos reales cuando entremos a la iglesia. Dicho sea de paso, no digo que todos, pero algunos fieles creen que el templo es para estar saludando al amigo o al conocido, o al íntimo; dejen eso para cuando salgan y no dentro de la iglesia. Aquí se saluda a Dios con una genuflexión, no venimos a saludar a nadie más, para eso está la calle y lo digo con dolor porque es chocante y bien tonto, porque no es ninguna forma de educación, es todo lo contrario. ¿Y todo para qué?, ¿para ser admirados de los demás?

   Por eso Nuestro Señor en este grado de profunda humildad y de pudor manda a que no lo diga a nadie, que calle aquello que acaba de acontecer. No obstante le manda, según la ley de Moisés, a que vaya a los sacerdotes para que sirva de testimonio y así también pueda regresar a la sociedad sin quedar excomulgado de ella y así pueda tener ese contacto social del cual estaban excluidos todos los leprosos, y que por eso eran peores que cualquier mendigo, porque se veían privados del contacto que da el vivir en sociedad.

   Vemos también el otro milagro, el del centurión, ese hombre que tenía a su mando hombres pide por un criado suyo, paralítico. Le pide a Nuestro Señor que lo cure y Nuestro Señor le dice que irá a curarlo, y cuánta fe tendrá este centurión que le dice que no hace falta, que solamente basta con que El dé una orden, tomando como ejemplo su caso, ya que en su ejército, con dar una orden van, y da otra y vienen. Mucho más entonces Nuestro Señor, que con una sola orden suya bastaba para que su criado fuese curado. Nuestro Señor no dejó de expresar admiración por esa gran fe que no había visto en todo Israel, en todo el pueblo de Dios, sino en un pagano, ¡qué ejemplo! ¡Cómo un pagano tenía más fe que todos los hijos de Israel! Y Nuestro Señor cura en aquel instante a ese siervo del centurión y hace el gran reproche.

   Ese reproche a los judíos, a quienes antecedió la manifestación de la entrada de los gentiles en el reino de Dios, "muchos vendrán de Oriente y de Occidente y estarán con Isaac, Jacob y Abraham, y los hijos del reino; esos serán echados a las tinieblas exteriores, al infierno". El infierno, que ha sido negado o por lo menos puesto en duda en la nueva predicación actual y, sin embargo, aquí Nuestro Señor hace alusión a él. Y así entonces manifiesta la entrada de los gentiles y muestra la reprobación de Dios del pueblo elegido de Israel por no tener fe, por no tener la fe del centurión, porque si hubieran tenido esa fe no le hubieran crucificado.

   ¿Cómo es posible que este centurión pagano, un soldado romano, que tenga esa fe que los hijos de Israel no tenían? ¿Qué fue lo que pasó si ellos tenían las Escrituras, tenían las profecías? ¿Por qué no reconocieron a Nuestro Señor, como sí lo hizo este humilde centurión pagano? Eso da mucho que pensar. Y la razón de ello está en la corrupción religiosa. Por pura corrupción religiosa el pueblo judío, elegido de Dios, no reconoce a Nuestro Señor; ese es el gran misterio de la reprobación de los judíos y por eso anuncia el ingreso de los gentiles.

   Esa corrupción de la religión, del culto, de la palabra de Dios, fue lo que llevó al pueblo judío a negar a Nuestro Señor, a no aceptar y a crucificarlo; y esa corrupción religiosa, cultual, es lo que se llama fariseísmo, que es la peor de las corrupciones; porque no es solamente la corrupción de la moral, de una virtud, sino la de toda la religión, de todo el culto de Dios, de toda nuestra relación con Dios. De ahí lo grave y la gran lección que debemos sacar, porque si la religión católica al fin de los tiempos se llegase a corromper como ciertamente lo anuncia Nuestro Señor en las Escrituras, ¿qué quedará de la Iglesia?, ¿qué quedará de los fieles?, peor que el pueblo de los judíos y eso es lo que hoy está aconteciendo; estamos ante la corrupción de la religión católica, la corrupción cultual. Y ¿a dónde iremos a llegar? A la apostasía, en la cual culminará el Anticristo en su supremo afán de querer destruir el reino de Cristo. Pero como Dios es todopoderoso permite eso porque al fin y al cabo su Corazón triunfará, su Sagrado Corazón, el que ya triunfó en la cruz, aunque no se hubiera evidenciado ese triunfo como rey. Por eso lo esperamos a El en su segunda venida como rey y juez de todo el orbe. Por eso no debemos asustarnos y en cambio sí estar preparados para que teniendo las Escrituras en las manos, la Sagrada Biblia, no nos pase igual que a los judíos, que por un misterio de iniquidad se corrompa nuestra fe, nuestra religión y así nos encontremos en peor estado que los judíos. Por eso se habla de la gran tribulación para el fin de los tiempos y por eso vemos esta corrupción no sólo de la moral, de los principios, de la familia, de los pueblos, sino dentro de la misma Iglesia, corrupción del clero, corrupción de sacerdotes, monjes, monjas, cardenales, obispos, y que por eso el enemigo aprovecha. ¡Qué escándalo abominable!, ¡contra natura!, y todos los crímenes que podamos imaginar.

   Todo lo anterior nos debe hacer reflexionar para que nos mantengamos incólumes en la fe, como dice Nuestro Señor; esa fe admirable que tuvo este centurión pagano.

   Cómo, entonces, nosotros no vamos a permanecer en la fe Católica, Apostólica y Romana si se lo pedirnos a Dios de todo corazón. Y la manera más expresa de guardar la fe, en este mundo actual, en medio de este progresismo, de este modernismo que está destruyendo la religión, falseando, adulterando la religión, es asistir a la Santa Misa que es el misterio de la fe, mystérium fídei, y que de allí se irradia todo lo demás; por eso la gran importancia de la Santa Misa verdadera, romana, tridentina, canonizada, apostólica, todos títulos que no tiene la nueva misa, que no es romana sino protestantizante, que no es apostólica sino fabricada allí bajo la supervisión de seis pastores protestantes.

   Esa es la importancia de tener esta capilla aunque sea pequeña, modesta, pero que es un baluarte de fe, como un faro, así como el gran faro de Alejandría era una de las siete maravillas del mundo antiguo; que así sea esta capilla, por lo menos para Colombia, un faro de fe, así les pese al cardenal, al nuncio y a toda la jerarquía que no defiende la fe católica y que usurpa la autoridad al igual que los judíos para crucificar a Nuestro Señor, para crucificar a la Iglesia que está sufriendo hoy su pasión porque esto no es más que la pasión de Cristo en su cuerpo místico que es la Iglesia, si no no se comprenderían todas estas aberraciones, no tendrían lógica ni razón de ser y la única razón de ser es esa, la corrupción religiosa por la falta de fe, por la corrupción de la fe. Debemos, pues, permanecer firmes en la fe para que el demonio no nos devore, ya que "como león rugiente gira a nuestro alrededor", como lo dice San Pedro, el primer Papa de la Iglesia Católica, "Hermanos, sed sobrios y velad porque el demonio, como un león rugiente, gira a nuestro alrededor buscando a quién devorar".

   He allí el testimonio de fe, una sola palabra de Dios, una sola palabra de Nuestro Señor basta, la fe no requiere más, no requiere pompas, no requiere riquezas, no requiere glorias sino simplemente esa adhesión a la palabra de Dios, a la palabra divina; esa es la luz del mundo y por eso las tinieblas, el eclipse de la Iglesia del que habla Nuestra Señora en La Salette. Se habla de tantas apariciones y no sabemos ni somos capaces de sacar la inteligencia de esas apariciones, y, sin embargo, aquí en Colombia tenemos un pequeño libro de monseñor Cadavid, de 1953 ó 1954, sobre Siracusa, en el que relaciona todas las verdaderas y más importantes apariciones de Nuestra Señora, importancia que tienen como una advertencia para los últimos tiempos en los cuales la fe claudicará.

   Por eso la necesidad de que haya un puñado de fieles, pusillus grex, pequeño rebaño del cual habla San Lucas para que permanezcamos fieles a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fieles a Nuestro Señor y no que seamos unos falsarios, traidores y, menos aún, unos corruptos investidos con la autoridad de la jerarquía para hacer el juego a Satanás corrompiendo la religión, corrompiendo la fe, como hace la gran mayoría de la jerarquía. Por eso tampoco debemos asombramos de que no seamos muchos porque más vale pocos y buenos que muchos y malos; más vale estar en la soledad con la verdad y no con el error en compañía; la soledad con la verdad vale mucho más. Es mejor estar en el desierto, en la soledad, en la aridez en ese desierto que acrisola la fe, en ese desierto por el cual pasó el pueblo judío durante cuarenta años para purificarse antes de entrar en la tierra prometida; esa es la fe de los eremitas, de los monjes del desierto.

   O, ¿qué queremos nosotros?, ¿una fe en medio de los clubes que no son sino antros de corrupción social?, pues la Iglesia nos invita al desierto para que nos acrisolemos, nos purifiquemos. Por eso la religión está representada en el Apocalipsis bajo la figura de esa mujer que huye al desierto para que el dragón no la destruya, porque es a ese desierto que tienen que ir los fieles para que no sean devorados por Satanás en los últimos tiempos que son ciertamente los nuestros, aunque no sepamos cuál sea exactamente el término o la duración, ya que pueden ser largos, y entonces, como la mujer que huye al desierto, otro tanto haremos nosotros para acrisolarnos en la fe y estar aunque solos, en la verdad y no acompañados en el error.

   Pidamos a Nuestra Señora la Santísima Virgen, a Ella que permaneció de pie ante la Cruz, para que nos dé ese valor, esa fortaleza y esa fe con la que Ella ofreció a su Hijo como víctima al Padre Eterno y ese es el sacrificio que se renueva mil y una vez sobre los altares en la Santa Misa. Pid´ñamosle a Ella que nos Dé ese amor y esa fidelidad a Dios y a su santa religión. +

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