NATIVIDAD DEL SEÑOR
25 de diciembre de 2001

Padre Basilio Méramo
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   La Misa de medianoche es una de las tres que se pueden celebrar en este día con motivo de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo. Ese gran misterio de la Encarnación de Dios. ¿Cómo un Dios infinito, eterno, omnipotente, se encarna en el seno virginal de la Santísima Virgen, haciéndose hombre, tomando nuestra naturaleza humana? Ese es el gran misterio inefable que no se comprende ni se entiende, pero que se cree porque Dios así mismo nos lo revela y la Santa Madre Iglesia así lo propone y enseña. Misterios de Dios que se creen única y exclusivamente por fe sobrenatural. Y esa es la fe que nos debe animar, esa fe en Dios y en un Dios que se hace hombre, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, el Verbo del Padre, que se hace hombre para redimirnos del pecado.

   La Navidad, pues, debe ser un motivo más para convertirnos a Dios, para que renunciemos al pecado, para que vivamos sobria y santamente como pide la Epístola que acabamos de leer: que no vivamos de los deseos mundanos para que no vivamos conforme a los placeres del mundo sino a los gozos celestiales puestos en Dios. Y por eso, mal haríamos si festejáramos esta Navidad como lo hace la mayoría, en diversiones, borracheras, lujurias, violencias y todas esas cosas que provienen de la pasión y falta de virtud. El ejercicio de la virtud refrena las malas inclinaciones, nuestros malos deseos y eso debe ser la Navidad para nosotros: un motivo de conversión y de mayor fe en Nuestro Señor que nace pobremente en Belén, abandonado de los hombres, no teniendo posada en ninguna parte y naciendo en el fondo de una cueva.

   Nadie, ningún ser humano nace así por pobre que sea y el Rey de Reyes y el Señor de Señores quiso nacer en la más absoluta pobreza y mayor olvido de los hombres para mostrarnos ese camino real de la pobreza, que no es miseria porque en la miseria no puede haber virtud como sí en la pobreza. Así, Nuestro Señor pudo nacer en un palacio; sin embargo, no lo hizo, para mostrarnos la ventaja de la pobreza como virtud. Y es la virtud la que ennoblece al hombre, aunque hoy desgraciadamente se piensa todo lo contrario, que es el dinero, el poder y las riquezas.

   Es la virtud la que hace a los verdaderos nobles y por eso hasta los ricos, si quieren ser verdaderamente nobles y virtuosos deben, aun en medio de las riquezas, vivir en el desapego de lo material y del poder, como dieron ejemplo grandes reyes de la Edad Media que llegaron a ser santos, como San Luis de Francia, San Fernando de España, San Enrique de Alemania y otros ejemplos de virtud y de santidad.

   Y viendo a Nuestro Señor abandonado de los hombres aprendamos el camino del abandono, del retiro, para que no sigamos los principios que rigen al mundo y nos hacen mundanos; que vale más estar aislados y vivir en la unión con Dios que vivir junto a los otros hombres en el pecado; que nos acordemos de Nuestro Señor cuando sufrimos y padecemos persecución, hambre, abandono; que El vino al mundo en medio de esa desolación, de esa pobreza; que vivió así toda su vida y que murió en la Cruz para que nosotros nos asociemos a los sufrimientos de Nuestro Señor y no sucumbamos ante los sufrimientos pasajeros; que podamos padecer y que no se turbe nuestra alma o se ofusque y rechace o reniegue de esos males sino que los aprovechemos como un medio de santificación.

   Veamos a la Santísima Virgen y a San José con qué resignación aceptaron todo eso que les aconteció, sin tener la mano ni la ayuda de nadie y teniendo así que recurrir a una sencilla cueva para que allí naciera nuestro Dios.

   Pidámosle a la Santísima Virgen María que Ella nos consolide en la fe y en la virtud, para que podamos seguir ese ejemplo que Nuestro Señor nos dio y poder así ser verdaderos católicos. +

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