LA LITURGIA DE LA SEMANA SANTA

Mons. Mark A. Pivarunas, CMRI

(Semana Santa de 1995)

 

   Amados hermanos en Nuestro Señor Jesuristo:

   Hemos llegado ya a la última semana del santo tiempo de Cuaresma — la Semana Santa — llamada así porque conmemora los hechos más sagrados en la historia de toda la humanidad — la Pasión, Muerte, y Resurrección de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Y ahora más que nunca, el principio LEX ORANDI, LEX CREDENDI (la ley de orar es la ley de creer) se nos manifiesta en la sagrada Liturgia. Para sacar el mayor provecho espiritual de este tiempo sagrado, debemos considerar algunas de las ceremonias Litúrgicas del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia Católica, que ofrece el supremo culto de adoración a Su Divino Salvador.

DOMINGO DE RAMOS

   Hoy, en este Domingo de Ramos, la Liturgia nos lleva en espíritu a Jerusalén, donde Jesucristo entra triunfante a la Ciudad Santa mientras las gentes lo reciben con palmas gritando: “Hosana al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor.” Este título, “Hijo de David,” fue usado solamente aludiendo al Mesías, y en este día, toda Jerusalén reconoce a Nuestro Señor como El Prometido. Antes de iniciar el Santo Sacrificio de la Misa, el sacerdote vestido con la estola y Capa Pluvial roja; bendice los ramos y los distribuye a todos los fieles. Después da lectua al Santo Evangelio segun San Mateo, en el cual se narra la entrada Triunfal de Nuestro Señor Jesucristo a Jerusalén. Meditando profundamente sobre la triunfante procesión de Nuestro Señor; el clero y los fieles salen en procesión pública entonando Himnos a la Sacratísima Humanidad de Cristo Rey, “Hosana al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor.” En esta procesión se reconoce públicamente a Nuestro Señor como el Mesías, el Hijo de Dios, Nuestro Salvador y Rey. Cuando la procesión termina, el sacerdote cambia sus ornamentos al morado y comienza la Santa Misa. Este cambio tan sobrio del color de su atuendo nos recuerda la forma en que el pueblo escogido cambió de opinión de una manera abismal en esa semana. El Domingo de Ramos exclamaban alabanzas, y en sólo cinco días, el día de Viernes Santo, clamaban: “¡Quítale de nuestra vista, crucificadlo... No tenemos más rey que el César!” ¡Qué espectáculo tan triste y trágico!

   Durante la Misa del Domingo de Ramos, se lee la Pasión de Nuestro Señor sin la introducción del Dominus Vobiscum...y Sequéntia sancti evangélii... Los hecho son profundamente tristes y que el solo título lo anuncia: “La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según San Mateo.” El Evangelio no es incensado, no hay acólitos con los cirios, y el libro no es reverenciado al terminar su recitación. Estos detalles nos recuerdan que Nuestro Señor sufrió de una forma tan cruel y humillante como el peor de los criminales, y que fue por nuestros pecados que padeció tanto. En este Domingo de Ramos, tomemos tiempo para reflexionar como nosotros nos parecemos a el pueblo Deicida de aquellos tiempos. Muchas veces nosotros también clamamos “Hosana al Hijo de David” cuando estamos en Misa, pero qué pronto comenzamos los gritos de “Quítale de nuestra vista, crucificadlo,” en el momento de cometer un pecado. Uno de los frutos espirituales que debemos obtener de la Cuaresma, y especialmente de la Semana Santa, es el gran horror al pecado.

JUEVES SANTO

   La sagrada Liturgia del Jueves Santo tiene una doble celebración. Por la mañana, el Obispo celebra la Misa del Santo Crisma, en la cual se bendicen los tres óleos sagrados que se utilizan para administrar los sacramentos. Estos tres Santos óleos son el Santo Crisma (usado en el Sacramento del Bautismo y la Confirmación, y también en la Consagración de los Obispos, los cálices y las iglesias), el Óleo de los Catecúmenos (se usa en los sacramentos del Bautismo y del Orden Sagrado del Sacerdocio), el Óleo de los Enfermos (se utiliza en la Extrema Unción). Estos óleos son bendecidos durante la Santa Misa para manifestar su Carácter sagrado. Antes de concluir el Canon, el Obispo purifica sus dedos que han consagrado la Sagrada Hostia, hace una profunda reverencia a Nuestro Señor de cuerpo presente en el altar, y baja al medio del santuario donde hay preparada una mesa especial para estas bendiciones. El arcediano dice en voz alta: Óleo de los enfermos, y enseguida el subdiácono lo presenta al Obispo para la bendición.

El Óleo de los enfermos recibe primero un exorcismo y después la bendición:

   “Te pedimos, Señor, que envíes desde lo alto de los cielos tu Espíritu Santo Paráclito a este aceite de oliva que, en tu benevolencia, has dignado producir del verde árbol para el fortalecimiento del alma y del cuerpo, y por tu santa bendición sea protección de alma y cuerpo para cuantos reciban la unción con esta medicina celestial. Aparte este óleo todos los dolores, todas las debilidades, toda dolencia mental o corporal, pues con él ungiste a los sacerdotes, reyes, profetas y mártires. Sea para nosotros, Señor, unción perfecta por ti bendita, permanente en nuestras entrañas. En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.”

   Así pues, la materia para el Sacramento de la Extrema Unción es bendecida para el año siguiente.

   Al concluir esta oración, el Obispo regresa al altar y continua con la Misa hasta el momento de las abluciones. En ese momento, el Obispo desciende de nuevo del altar y sentado en el centro del santuario, el arcediano pide el Óleo del Santo Crisma y el Óleo de los Catecúmenos. La solemne procesión sale de la sacristía con el subdiácono, y los acólitos con el incienso, la cruz de la procesión y los cirios; dos diáconos con el Óleo del Santo Crisma, el bálsamo, y el Óleo de los Catecúmenos. Durante esta hermosa procesión se canta un himno a Nuestro Divino Redentor, que nos santifica por medio de Sus Siete Sacramentos.

   En la bendición del Santo Crisma, el Obispo canta solemnemente el siguiente prefacio:

   “En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, el darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, Santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que al principio, entre otros dones de tu bondad, mandaste a la tierra a producir árboles frutales entre los que naciese el olivo, suministrador de este licor y fruto que sirviese para este sagrado crisma. Pues también David, presintiendo con profético espíritu los sacramentos de tu gracia, cantó que con el óleo se alegrarían nuestros rostros, y cuando antaño los crímenes del mundo eran expiados por el diluvio, una paloma demostró una semejanza del futuro don anunciando con la rama de olivo la paz devuelta a la tierra, lo cual en estos últimos tiempos vemos manifiestamente cumplido, cuando borrados todos los crímenes cometidos por las aguas del bautismo, esta unción del óleo torna nuestros rostros alegres y serenos. Por eso también diste mandato a tu siervo Moisés de constituir sacerdote a su hermano Aarón mediante la unción de este ungüento, tras haberse lavado con agua. Añadióse a éste un más amplio honor cuando tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, exigió a Juan que le lavara en las aguas del Jordán para que, habiendo enviado el Espíritu Santo desde las alturas a semejanza de paloma sobre tu Unigénito, le proclamaras, por el testimonio de la consiguiente voz, que en Él tenías tus mejores complacencias y claramente manifestara que era Aquél a quien el profeta David había cantado como ungido entre todos con el óleo de exultación. Por ello te pedimos, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios, por el mismo Jesucristo, tu Hijo, Nuestro Señor, que santifiques con tu bendición a esta criatura para que se mezcle con ella la virtud del Espíritu Santo, cooperando el poder de Cristo, tu Hijo, de quien tomó nombre el crisma con el que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires, a fin de que sea crisma de salvación para quienes renacieren del agua y del Espiritu Santo, y les haga partícipes de la vida eterna y consortes de la gloria celestial. Por el mismo Señor Nuestro Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.”

   Seguidamente, el Obispo mezcla el bálsamo con el aceite de oliva, que significa fortaleza, y el bálsamo, que significa el suave olor de la Vida Cristiana.

   Cuando termina la bendición del Santo Crisma, el Obispo procede a la bendición del Óleo de los Catecúmenos con la siguiente oración:

   “Oh, Dios, remunerador de todo incremento y aprovechamiento espiritual, que por la virtud del Espíritu Santo fortaleces a las rudimentarias almas vacilantes, te pedimos, Señor, te dignes enviar tu bendición sobre este óleo y por la unción de esta criatura concedas a los que vengan al lavatorio de la bienaventurada regeneración, la purificación de alma y cuerpo, para que si algunas manchas de los espíritus enemigos se adhirieron a ellos, desaparezcan al contacto con este óleo santificado, no quede lugar para las malicias del demonio, ningún recurso a los poderes en fuga, ninguna licencia para ocultarse los males en acecho, sino que a tus siervos que vienen a la fe y han de ser limpiados por la acción de tu Espíritu Santo, sea la preparación de esta unción útil para la salvación, que han de conseguir también por la natividad de la regeneración en el sacramento del bautismo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y al mundo con fuego. Amén.”

   Cuando termina la bendición de los Santos Óleos, los diáconos, subdiáconos y acólitos los llevan enseguida para la sacristía. Entretanto, el Obispo regresa al altar para continuar el Santo Sacrificio de la Misa. Al terminar la Santa Misa, el Obispo (tal como requiere el Pontifical) hace una exhortación a los sacerdotes presentes sobre el uso sagrado de estos Óleos Santos. Es muy apropiado que la Iglesia escoja el día de Jueves Santo para bendecir estos óleos — ya que fue en este día que Cristo ordenó a Sus Apóstoles para el Santo Sacerdocio, y estos óleos son muy importantes y necesarios para el mismo, ya que se utilizan para administrar los Sacramentos.

   Por la tarde se celebra una sola Misa, porque fue el día del Jueves Santo que Nuestro Divino Salvador instituyó el Sacramento de Su Amor, la Santa Eucaristía. En esta Misa, el Obispo (o el Sacerdote) celebra la Misa de la Última Cena, en la cual los demás sacerdotes recibirán la Santa Comunión de sus manos. Durante la Santa Misa, al entonar el Gloria, se tocan las campanas para honrar el Santo Sacrificio de la Misa, la Santa Eucaristía y el Santo Sacerdocio. Al concluir el Gloria, las campanas no vuelven a tocarse hasta después de la Vigilia Pascual. Este detalle nos recuerda que nuestro amado Jesús fue entregado “a manos de pecadores” después de la Última Cena. El ósculo de la paz y el del anillo del Obispo se omiten para recordar el beso de Judas al entregar a Jesús, y el insulto que recibió de uno de Sus Apóstoles.

   El Lavatorio de los Pies es algo único en la Liturgia del Jueves Santo. Para imitar la gran humildad y caridad de Nuestro Señor para con Sus Apóstoles, el sacerdote, después del sermón, habiéndose quitado la casulla y el manípulo, comienza el lavatorio de los pies de doce hombres que representan a los doce Apóstoles. Durante el lavatorio de pies, el coro canta una serie de cánticos y antífonas tomados de las palabras de Nuestro Señor a Sus Apóstoles durante la Última Cena: “Amaose unos a otros como yo os he amado.”

   Al recordar que Nuestro Señor lavó los pies de los Apóstoles, nos damos cuenta de que la caridad es la señal por la cual se reconocen Sus discípulos: “Por esto sabrán que son mis discípulos, que se aman unos a otros.” En nuestros tiempos, el mundo se esfuerza por conseguir la paz, cuando hay tanta inmoralidad y crimen, la caridad se enfría (desafortunadamente, aun entre quienes se llaman católicos), la exhortación de Nuestro Señor nos impulsa a practicar la mas grande de todas las virtudes — la Caridad.

   Al terminar la Santa Misa, nuestro Rey Eucarístico es llevado en procesión solemne al Monumento donde será adorado durante el resto de la noche. El altar mayor es despojado de todo adorno para recordar que Nuestro Señor también será despojado de Sus vestiduras por los crueles soldados. Cuando uno participa de la sagrada Liturgia, queda impresionado por la riqueza de los hechos que se recuerdan. Es muy importante que los padres expliquen a sus hijos estos actos litúrgicos, para que ellos alberguen en sus mentes las impresiones santas.

VIERNES SANTO

   La Liturgia del Viernes Santo tiene todo el tono de tristeza y luto que se puede tener en este día cuando Jesucristo, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación... fue crucificado, muerto y sepultado.” El Viernes Santo tiene cinco aspectos particulares: el canto de las lecturas del Antiguo Testamento (Donde se exponen los días o etapas de toda la creación, la Pascua y la liberación judia de la esclavitud de los egipcios); el canto de la Pasión según San Juan; la Adoración de la Cruz: “¡He aquí el madero de la Cruz, de donde pende la salvación del mundo!”; las Oraciones Solemnes (donde se reza por Nuestra Santa Madre Iglesia, por el clero y los fieles, por los jefes de estado, por la conversión de los pérfidos judíos, por la de los infieles, herejes y cismáticos), y después la recepción de Nuestro Divino Redentor en la Sagrada Comunión. Después de la Sagrada Comunión, los cirios se apagan y los pocos objetos que se usaron durante la Liturgia también se retiran del altar y la iglesia se queda fría y vacía. Cuando salimos de la iglesia el Viernes Santo, realmente nos sentimos vacíos, ya que el Santísimo no está presente, ni siquiera un adorno sobre el altar — fueron los mismos sentimientos que experimentaron las mujeres santas y los Apóstoles cuando Jesucristo fue crucificado y después sepultado en aquel día de “Viernes Santo.”

VIGILIA PASCUAL Y MISA DE MEDIANOCHE

   La Liturgia de Semana Santa culmina con las Ceremonias de la Vigilia Pascual y la Misa de Medianoche. De una manera maravillosa, estas ceremonias significan la obra de Redención de Jesucristo y el privilegio de ser hijos de Dios por medio del bautismo. Las ceremonias comienzan por la noche (alrededor de las 10:30 p.m.) afuera de la iglesia con la bendición del Fuego Nuevo y del Cirio Pascual, que también significa dos cosas: primero, la presencia de Dios en el pilar del fuego que guió al pueblo elegido por el desierto y la segundo, a Cristo, luz del mundo, cuya Vida disipa las tinieblas Espirituales en que se encuentra la humanidad. El diácono de la Misa lleva el Cirio Pascual en la procesión y al entrar a la iglesia entona tres veces LUMEN CHRISTI, Cristo la Luz del Mundo. Después de cada introducción se encienden las velas del clero, los acólitos, y las de los fieles. Esto es un símbolo de que Cristo, como la Luz del Mundo, primero iluminó a los Apóstoles y discípulos, y después al mundo entero. Cuando la procesión llega al santuario, el diácono coloca el Cirio Pascual en el candelabro, y enseguida canta el EXULTET, uno de los cantos más hermosos de la Liturgia. Escuchemos el EXULTET que cantará el diácono, para así aprender del gozo que nos espera en esta noche maravillosa.

   “Alégrense en el cielo los Coros de Angeles; celebremos los Misterios divinos, y por tanta victoria, vibren las trompetas aclamando al Rey. Alégrese la tierra, inundada de tanta luz, resplandeciente en el fulgor del Rey eterno; sepamos que las tinieblas han desaparecido para siempre. Alégrese también la Iglesia, Madre nuestra, que refulge adornada con tu Luz, y que en su Templo resuenen las voces de fiesta del pueblo. Por tanto, yo os suplico, queridísimos hermanos, que estáis aquí reunidos en esta luz maravillosa, invocar conmigo la misericordia de Dios Omnipotente, ya que El me ha elegido como ministro suyo, sin tener yo méritos para ello, permita que su santa luz ilumine mi mente y pueda elevar dignamente las alabanzas del Cirio. Por nuestro Señor Jesucristo, su Hijo, que vive y reina con Él en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.”

   El diácono continúa cantando el Prefacio que sigue donde se cuenta lo de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y de la primera caída. También nos recuerda el gran amor que Dios tuvo con nosotros al enviar a Su Unigénito Hijo para que derramara Su sangre por nuestra Redención. Este Prefacio nos manifiesta la relación entre el sacrificio del cordero pascual del Antiguo Testamento, y el verdadero Sacrificio del Cordero Inmaculado, Sacrificio de Jesucristo en la Cruz, donde derramó su Sangre por nuestra Redención.

   Siguen las Lecturas donde se narra la creación del mundo y del hombre, el cruce del Mar Rojo por el pueblo escogido, y su jornada a la Tierra Prometida. Una vez terminadas las lecturas, se entonan las Letanías de los Santos, donde invocamos la intercesión de todos los Ángeles y Santos de la Corte Celestial. En la mitad de estas invocaciones hay una interrupción para bendecir el Agua Bautismal para el Sacramento de la Regeneración.

   Terminada la bendición del Agua Bautismal, sigue la renovación de las promesas Bautismales. Habiendo renunciado a satanás, sus pompas y obras, profesamos nuestra firme creencia a Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, y en Jesucristo, el Hijo de Dios que se encarnó, padeció y murió por nosotros, a El Espíritu Santo y a La Santa Iglesia Católica.

   Después de hacer esta renovación, el sacerdote nos rocía con el Agua Bendita de Pascua para recordarnos nuestro Bautismo, por el cual nos hicimos hijos de Dios y herederos del cielo.

   El sacerdote se prepara para la Santa Misa mientras se termina la Letanía de los Santos. En la Misa de medianoche de Pascua hay una gran espera en nuestros corazones, porque después del KYRIE ElÉISON se entonará el GLORIA y las campanas se tocarán mientras se descubren los velos morados de las imagenes. Es imposible tratar de explicar el sentimiento de gozo que sentimos en este momento. Tenemos en la Liturgia la máxima expresión de la Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo. El cambio de un ambiente triste a un ambiente alegre y lleno de gozo; por ejemplo, cuando se retiran los velos morados que durante toda la cuaresma cubrían los altares; cuando se descubre la imagen de Cristo Resucitado, se entona el GLORIA y suenan las campanas, el órgano se escucha de nuevo — todas estas cosas nos dan la mejor experiencia de la Gloriosa Resurrección de Nuestro Señor.

   Espero que todos los fieles puedan asistir a las ceremonias sagradas para obtener abundante fruto de ellas, y como San Pablo, exhortarnos a alcanzar una nueva vida espiritual en Cristo.

En Christo Jesu et Maria Immaculata

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