Ser de inmensa bondad, ¡Dios
poderoso!,
a Vos acudo en mi dolor vehemente...
¡Extended vuestro brazo omnipotente,
rasgad de la calumnia el velo odioso
y arrancad este sello ignominioso
con que el mundo manchar quiere mi frente!
¡Rey
de los reyes! ¡Dios de mis abuelos!
Vos sólo sois mi defensor, ¡Dios mío!
Todo lo puede quien al mar sombrío
olas y peces dio, luz a los cielos
fuego al Sur, giro al aire, al Norte hielos,
vida a las plantas, movimiento al río.
Todo
lo podéis Vos, todo fenece
o se reanima a vuestra voz sagrada;
fuera de Vos, Señor, el todo es nada
que en la insondable eternidad perece
y aun esa misma nada os obedece,
pues de ella fue la humanidad creada.
Yo no
os puedo engañar, Dios de clemencia,
y pues vuestra eternal sabiduría
ve al través de mi cuerpo el alma mía,
cual del aire a la clara transparencia,
estorbad que humillando la inocencia
bata sus palmas la calumnia impía.
Estorbadlo, Señor por la preciosa
sangre vertida, que la culpa sella
del pecado de Adán, o por aquella
Madre cándida, dulce y amorosa,
cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa
siguió tu muerte como helíaca estrella.
Mas si
cuadra a tu suma omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío,
y que los hombres mi cadáver frio
ultrajen con maligna complacencia...
Suene tu voz, acabe mi existencia...
¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío...!
|