y
no empapar tus labios con mi esponja de hiel!
Sé
que nada merezco sino sombra y rechazo
y
que la luz me vuelva la espalda de un portazo,
mas
mi dicotomía de santo y pecador
–a
pesar del pecado– reclama un redentor.
Y
en la incesante pugna de mi alma contra el barro
me
sublimo, me pierdo, Te busco y me desgarro
mientras
mi vida gira como una doble noria
que
viste pesadillas con cintillos de gloria.
Pero
aquí vuelvo siempre, al pie del crucifijo
que
es la llave del cielo con que tu santo Hijo
nos
insta hacia lo eterno. Hoy acepto tu oferta.
Por
tu misericordia, ¡no me cierres la puerta!
Prometo
remendarte tu velo malogrado
volviéndome
pequeño, poniendo el mundo a un lado.
Perdóname,
Dios mío. Por todos los desiertos
te
seguiré buscando con los ojos abiertos.
Jorge Antonio Doré*