EL CULTO
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1. El culto de "hiperdulía". - 2. Origen del culto de la Virgen. - 3. El Ciclo mariano actual: a) El culto diario. b) El Culto Sabatino. c) El Culto anual. Después de Dios y de la sagrada Humanidad de Jesucristo, nada hay en el cielo ni en la tierra tan grande y tan digno de veneración y de amor, como la Santísima Virgen. Toda la grandeza y todas las perfecciones le vienen a María de su divina Maternidad. "Dios -dice San Buenaventura- puede hacer un mundo mucho mayor que el que existe, pero una Madre mayor que la Madre de Dios, no puede hacerla"(1). Lo cual explica Santo Tomás de esta manera: "La Bienaventurada Virgen María, por el hecho de ser la Madre de Dios, posee una cierta infinidad del bien infinito que es Dios, y por esta razón no puede crearse una cosa mejor, que Ella, como tampoco puede hacerse nada mejor que Dios"(2). 1. El culto de "hyperdulía". Segurísimos los cristianos de que esto es así, al culto litúrgico del Hijo unieron muy pronto el culto de la Madre, reservando para Dios el culto de latría o de suprema adoración y tributándole a María; el culto de Hyperdulía. Dicho culto de hyperdulía comprende, tres actos principales:
Este culto de hyperdulía tributado a la Virgen por la Iglesia Católica, lejos de ser -como pretenden los protestantes,- supersticioso e idolátrico, es razonable y legítimo. Pruébase:
Todo esto nos persuade de que un culto insinuado, como se ve, en el Evangelio, confirmado por una venerable tradición y practicado desde la más remota antigüedad, no puede ser sino muy legítimo y reportar a los hombres bienes incalculables. 2. Origen del culto de la Virgen. Aunque la devoción a la Sma. Virgen nació entre los cristianos con el mismo cristianismo y se manifestó desde el principio de diversas maneras y principalmente mediante imágenes, altares y templos dedicados a su memoria, es difícil probar con documentos la existencia de un culto litúrgico mariano anterior a la paz de la Iglesia(4). Quizá fue el primer paso, al menos en Occidente, el inscribir su nombre en el Canon de la Misa, entre al siglo IV y el V. En este mismo siglo V, en Oriente se celebra ya una fiesta global, en los alrededores de Navidad, en honor de la Virgen, y en el siglo VI es un hecho real, en Occidente, la celebración litúrgica de la Dormitio o Asunción, primera fiesta del calendario mariano, a la cual siguieron luego la Anunciación, la Natividad y todas las demás. El culto de la Virgen, lo mismo que otras prácticas legítimas de la religión, tardó tanto en oficializarse por miedo a la superstición, entonces tan arraigada en el pueblo. Temía la Iglesia que fueran a confundir a la Madre de Dios con la diosa Cibeles, que era adorada como la Madre de los dioses, y por eso prefirió que el culto se fuese imponiendo por sí mismo, paulatinamente. Así sucedió que, a mediados del siglo IV, tenía ya la Virgen en Roma dos hermosos templos (Santa María la Antigua y Santa María in Transtevere) y pinturas y mosaicos en abundancia, y no tenia todavía un culto reconocido. En cambio, del siglo VI en adelante, la fiesta de la Asunción abre la serie de las fiestas marianas, las que en lo sucesivo que multiplican prodigiosamente. Con estas fiestas se van creando otras formas populares de devoción, tales como la del Oficio Parvo, cuyo rezo, hasta la propagación del Rosario en el siglo XIII, constituyó las delicias del clero y del pueblo cristiano. 3. El Ciclo mariano actual. Actualmente la Sma. Virgen ocupa en la Liturgia el segundo lugar después de Nuestro Señor. Todo el Ciclo Cristológico podemos decir que es a la vez un Ciclo Mariano, ya que no se puede celebrar los misterio del Hijo, sin recordar y venerar a la Madre. Desde Belén hasta el Calvario y desde el calvario hasta el monte de Sión, la Madre no se separa del Hijo de ahí que Navidad, Reyes y todas las demás fiestas de Nuestro Señor, hasta su última de la Ascensión, sean simultáneamente fiestas de Nuestra Señora. Con eso sólo estaría María bien cumplida por la Iglesia, mas en el deseo de realizar debidamente su gloriosa figura y, de proponerla al amor de los cristianos, ha querido dedicarle fiestas especiales, cuya serie no se ha cerrado todavía ni se cerrará jamás. Cabe distinguir en la Liturgia actual, una triple manifestación del culto mariano, correspondiente:
a) El culto diario. Todos los días y en todas las Horas canónicas del día litúrgico, recibe María algún homenaje de la santa Iglesia. Por de pronto, todas las Horas comienzan con el rezo del Avemaría y se terminan con una de las cuatro Antífonas clásicas; todos los días se la menciona e invoca varias veces en el "Confíteor" y especialmente en el Canon de la Misa, dándole siempre los títulos más honoríficos y anteponiéndola a los nombres de todos los Ángeles y Santos. Al proceder así, quiere la Iglesia imprimir al día cristiano un marcado sello mariano, para enseñar a los hombres que, como no pueden pasarse ni santificarse sin Jesús, tampoco lo pueden sin María. En los siglos felices de la Edad Media, sobre todo a partir del siglo XI, estuvo en boga en la Iglesia el rezo diario del Oficio Parvo de la Virgen, el cual se convirtió en un apéndice obligado del Oficio Canónico de cada día. Imitando a la Iglesia, el pueblo cristiano rinde tradicionalmente a María un tributo diario de piedad, rezando en común: el "Angelus", tres veces al día; el Rosario con las Letanías Lauretanas y, en algunos países, un Avemaría a cada hora del reloj de la torre. b) El culto sabatino. La costumbre de dedicar el Sábado de cada semana a la Sma. Virgen y de santificarlo con una Misa y un Oficio litúrgicos, era práctica corriente en la Iglesia a mediados del siglo XIII; pero ya mucho antes existía un "sabatismo" litúrgico mariano, por lo menos circunstancial y de carácter privado y local. En el siglo VIII aparece, en el Sacramentario del famoso monje Alcuíno, la primera Misa "de Santa María", para el sábado, y en el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, hallamos por primera vez unido a esta Misa un Oficio de "Beata", Oficio y Misa que parece extendió el Papa Urbano II a toda la Iglesia, en el concilio de Clermont (1095), para atraer las bendiciones de la Reina del Cielo sobre la primera de las Cruzadas. Hoy toda la Iglesia rinde a María este tradicional culto sabatino, con Oficio y Misa propios, al menos de estar ocupado el sábado por una fiesta favorecida por las rúbricas. De esta forma, el Sábado resulta ser el día de Nuestra Señora, como el Domingo es el día del Señor. Las razones que indujeron a nuestros padres a dedicar el sábado a la Bma. Virgen, son varias y muy valederas. Durando de Mende (t 1296) aduce cinco en su célebre Racional(5). Movidos por ellas, la Iglesia y los pueblos tributaron a María este culto sabatino; ella introduciendo en el Breviario y en el Misal el Oficio y la Misa votivos, y los fieles inventando en su honor diversas prácticas de devoción. Las más comunes fueron: el ayuno y la abstinencia; el rezo del Oficio Parvo y de otras preces marianas, la comunión, y, en algunos países, el descanso sabatino, durante todo el día o por lo menos por la tarde. Véase, de paso, cómo antes de la invención del llamado "sábado inglés" pretexto para excursiones y deportes y para trasnochadas atentatorias contra la santificación del domingo, existía el "sábado cristiano" que servía a la vez para honrar a María y para prepararse a la digna celebración del domingo. c) El culto anual. Pero este culto litúrgico diario y sabatino, que en la intención de la Iglesia aspira a crear en los individuos y en la sociedad un ambiente mariano tan necesario en la vida cristiana, explota periódicamente en extraordinarias manifestaciones de devoción. Tales son las numerosas fiestas, universales unas y otras particulares, que forman el Ciclo anual de María. Las fiestas generales son las siguientes, por orden litúrgico:
A estas fiestas principales y universales, verdadera corona de trece estrellas, acompañan las otras, tales como la de María Reina, la Merced, Lourdes, María Mediadora, etc., etc., a las que han de agregarse innumerables advocaciones de todos los tiempos y de todos los países. Cada fiesta tiene, por lo regular su Oficio propio, Oficio hermosísimo y rebosante de poesía y de piedad, y cuando no, se le completa con un Oficio común, de venerable antigüedad. |
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