1. Noción de sacrificio.
Sacrificio etimológicamente viene del verbo latino sacrificare, y significa hacer una cosa sagrada. En
sentido lato, con la palabra sacrificio entendemos toda oblación o renuncia
hecha por amor a otra persona. Un hijo renuncia a su posición o a su carrera
por no separarse de sus padres, y decimos que se sacrifica por ellos.
En sentido estricto, sacrificio es la oblación y
destrucción de una cosa sensible hecha con el fin de honrar a Dios como
Supremo Señor. La cosa que ofrecemos nos representa a nos otros, y la
destruimos para indicar que Dios tiene derecho a nuestra vida, que así como nos
la ha dado puede quitárnosla, porque es el Soberano Señor. Tal oblación y
destrucción es una verdadera adoración, y por tanto, sacrificio. Así
lo hizo ya Abel en los primeros días del mundo, ofreciendo y dando muerte a los
mejores corderos de su rebaño. El sacrificio
es tan antiguo como el hombre, y lo encontramos en todas las religiones y en
todos los pueblos como el acto más esencial del culto. En la religión mosaica
había varias clases de sacrificios ordenados por el mismo Dios.
2. El
sacrificio en la religión cristiana.
También la religión cristiana tiene su
sacrificio: la Santa Misa, es esencialmente el mismo sacrificio de la
Cruz, porque el Ministro y la Víctima son los mismos en uno y otro. Este
sacrificio es único y supera en valor, infinitamente, a los sacrificios
antiguos.
3. El
sacrificio de la Misa
La Misa es la renovación del
Sacrificio de la Cruz, el sacrificio de la Nueva Ley en el que
Jesucristo, por manos del sacerdote, ofrece a Dios de modo incruento su Cuerpo
y Sangre bajo las especies de pan y vino. En la ley judía se ofrecían tres clases de sacrificios. De animales
(ovejas, corderos, toros, palomas, etc.), de frutos de la tierra (espigas,
trigo, pan, incienso, aromas y perfumes) y de líquidos (vino,
aceite y libaciones). También se distinguían los sacrificios por el modo de
ofrecer los. Holocausto era el principal y más usado de los
sacrificios; se ofrecía quemando toda la víctima, excepto la cabeza en los
animales. Su finalidad era reconocer el dominio pleno y absoluto del Señor
sobre todas las cosas. El sumo sacerdote ofrecía todos los días en holocausto
un cordero por la mañana, al salir el sol, y otro a las tres de la tarde,
figurando ya anticipadamente el sacrificio del altar y el del calvario. El
sacrificio pacifico se ofrecía con doble finalidad; unas veces en acción
de gracias y otras en propiciación para obtener algún beneficio del Señor. En
el sacrificio
pacífico se derramaba la sangre de la víctima alrededor del altar, pero
no se quemaba toda la víctima, sino parte de ella la consumían el sacerdote
y los que ofrecían el sacrificio; imagen muy manifiesta de la Sagrada Comunión.
y los sacrificios de expiación se ofrecían para conseguir la
misericordia del Señor, el perdón de los pecados y la purificación legal
de las manchas contraídas.
Todos los pueblos han reconocido la necesidad de ofrecer a
Dios sacrificios, sobre todo para aplacarlo cuando, a causa de las grandes calamidades públicas (guerras, hambres, pestes), lo
suponían imitado por los
pecados de los hombres. Pero los gentiles han manchado los sacrificios
con groseras supersticiones; unas veces han inmolado víctimas a falsas
divinidades (al sol, la luna, los montes, los ídolos) y otras, en lugar de víctimas
agradables al Señor, ofrecieron acciones indignas de la santidad
de Dios y hasta el sacrificio de personas inocentes. San Pablo dice: «Lo que
sacrifican los gentiles lo sacrifican a los demonios y no a Dios».(1.
Cor. 10, 20). Los fenicios ofrecían al dios Moloc -ídolo
de bronce con cabeza de toro- sacrificios de niños, que eran arrojados en
su interior cuando estaba candente. Los pueblos de América, en la época
del descubrimiento por los españoles, también eran muy dados a ofrecer
víc timas humanas. En Méjico
se ofrecía el corazón de las víctimas cuando
aun estaban calientes.
Cristo ofreció verdadero sacrificio.
En
verdad, el sacrificio de Cristo comenzó desde el momento de la Encarnación y
duró toda su vida; sacrificó por nosotros la gloria del cielo, y sacrificó
todas las comodidades de la tierra. «Las zorras tienen sus madrigueras, y el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza».
Pero el sacrificio estricto lo ofreció en la Cruz. El fue el sacerdote y la víctima,; se
entregó quia ipse voluit, como lo
atestigua el que los soldados y judíos cayeron por tierra al decir Jesús en el
huerto Yo soy, y sin su permiso no lo hu bieran apresado.
El sacrificio de Jesús fue de valor infinito, sirvió
para pagar por todos los pecados, por el original y por los per sonales. San
Juan Bautista, al ver a, Jesús, exclamó: Ecce Agnus Dei. He ahí el
Cordero de Dios, el que quita los pe cados del mundo. (Joan. 1, 29.)
Los méritos del sacrificio de la Cruz se aplican a los
hom bres por los medios que el mismo Cristo estableció, que son la Santa Misa
y los Sacramentos. El que no usa estos medios no puede salvarse, como el que no
acude a la fuente, a pesar de que ésta le brinde sus aguas frescas y
cristalinas, no puede mitigar su sed.
Jesús en la última cena estableció no sólo el Sacramento
de la Eucaristía, sino también el Sacrificio de la Misa y el Sacerdocio
Católico para que se renueven los augustos misterios hasta la consumación
de los siglos.
El sacrificio de la Misa y el de la Cruz.
El sacrificio de la Misa es el mismo que el de la Cruz, pues
en ambos uno mismo, Jesucristo, es el sacerdote y la víctima. Solamente se
diferencia la manera de ofrecerse; la oblación en la Cruz fue cruenta, con
derramamiento de sangre, mientras que en la Misa Jesús es ofrecido de manera
incruenta, sin padecimiento ni dolor. En la Cruz Jesús se ofreció para redimirnos,
y en la Misa se ofrece para aplicarnos los frutos de la redención. Jesucristo,
ofreciéndose diariamente a su Padre Celestial sobre los altares cristianos,
esparcidos por las cinco partes del mundo, renueva innumerables veces el
sacrificio que ofreció en la Cruz aplicándonos el fruto copioso de la redención.
Utensilios de la Misa.
Para la Misa se ponen tres manteles en el altar,
un crucifijo y, por lo menos, dos velas de cera. Sobre el altar se pone también
el Misal y las Sacras, que son tres cuadros con oraciones que dice el Sacerdote.
Corporales son los lienzos blancos que se colocan sobre el altar
para depositar el cáliz y la hostia.
Cubrecáliz es el paño del mismo color de la casulla, que se pone
sobre el cáliz.
Vinajeras son los vasos pequeños en que se saca agua y
vino para la. Misa.
En la Misa se usan también el cáliz y la patena, vasos
sagrados, que deben ser de metal precioso, como antes dijimos.
4. Origen de la Misa.
La última Cena fue la prime ra Misa, celebrada por el mismo
Cristo. En ella se distin guen dos partes esenciales: Consagración y Comunión;
y otras secundarias: lavatorio de pies como purificación, instrucción y canto
de salmos.
Los
Apóstoles y los primeros cristianos se reunían los domingos (1 Cort., XVI, 2)
Y después con más frecuencia para celebrar la fracción del
pan, como entonces se lla maba a la Misa.
Sólo una cosa era común a todas estas reuniones: el
pasaje de la Cena. Lo demás lo confiaba el Pontífice a la impresión de su
piedad. Este fue el origen de determina dos ritos en cada iglesia.
El desarrollo de la Misa actual es obra de los ocho pri
meros siglos, alcanzando su formato definitivo en el si glo XVI con San Pío V.
5. Partes de la Misa.
En los primeros siglos, las re
uniones constaban de dos partes fundamentales: a la pri mera, que era de
catequesis o instrucción, asistían incluso los que se preparaban para recibir
el Bautismo y los penitentes públicos, y la llamamos Misa de los Catecúmeno;
a la segunda solamente asistían los bautizados, por lo que recibe
actualmente el nombre de Misa de los fieles.
Como posteriormente se han añadido otras preces al
principio y al final, podemos dividir la Misa en cuatro par tes. según se
detalla en el siguiente cuadro sinóptico: 8
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